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02 ━━━ The legends.

CAPÍTULO DOS.
las leyendas.

¿Alguna vez han estado metidos en una situación de tanta presión que hace que su cerebro funcione siete veces más rápido de lo normal? ¿Han sentido los ramalazos de adrenalina golpear contra su sistema mientras inconscientemente se mueven a través del desastre? ¿Alguna vez han luchado por sobrevivir?

Yo nunca había experimentado algo así. Porque nuevamente volvíamos al punto anterior: mis padres, especialmente mi mamá, nunca me dejaron estar en peligro. Al menos no uno como ese, eso jamás. Esa fue la primera vez en mi década y media de vida en la que experimenté un sentimiento como ese. Claro que antes había sentido miedo, pero había una notable diferencia con respecto a esas veces y a esta, no creo que siquiera se puedan poner en comparación. En ese momento estaba segura de que nadie estaba lo suficientemente cerca como para salvarme el trasero, como estaba acostumbrada a que lo hicieran.

Así que, después de que reconociera a James Fisher y me diera una muy mal elaborada frase Hollywoodense que dejaba entrever lo mucho que detestaba a mi padre, la cosa fue más o menos así...





M A N H A T T A N
Museo Americano 
De Historia Natural
12:25p.m.

James Fisher aún me miraba con una insoportable mueca de suficiencia en su irritante rostro y yo seguía de cuclillas en el suelo del museo. Tomé una sola y fuerte respiración antes de propinarle una patada justo al final de sus piernas que lo hizo perder el equilibrio y caer de boca contra el mármol. Les juro que todavía no entiendo cómo se me ocurrió hacer eso, pero tampoco era tan estúpida como para quedarme viéndolo en el suelo. Digo, estúpida era pero no tanto.

Todo transcurrió en un lapso de cinco segundos: lo pateé, se dio un porrazo contra el piso y yo eché a correr con todas las ganas que nunca le puse a la clase de educación física.

Choqué contra el mar de cuerpos que despavoridos trataban de alejarse del tiroteo de la planta baja, y me costó mucho abrirme paso entre ellos. Yo sabía que Fisher venía detrás de mí y que por mucho era más rápido que yo, así que más me valía impulsarme con todas mis fuerzas hacia adelante si acaso quería salir de ahí. Entonces me di cuenta de que todo lo que estaba pasando en el museo bien podía ser mi culpa. Si ellos habían venido por mí, un montón de gente inocente había quedado atrapada en el medio del desastre, y estaba segura de que unas cuantas ya habían muerto. El pensamiento hizo que me dieran arcadas y estuve a segundos de vomitar.

Empujé y empujé a las personas hasta que llegué al principio de las escaleras. Tomé una respiración profunda. No te vayas a caer por aquí, Vera. Dale. Tú puedes bajar rápido, me dije a mí misma antes de echar a correr escaleras abajo. Me aseguré de no volver el rostro para verificar si aún venía detrás de mí, ya sabía que lo hacía y que si lo miraba probablemente acabaría vomitando en el proceso.

—¡Detente! —vociferaron detrás de mí.

Cuando llegué al final de las escaleras, me dieron un puntapié en las rodillas y me caí de bruces contra el suelo.

Solté un alarido y apreté los ojos. Sí me había dado un buen porrazo.

—Bueno, Vera, siempre fuiste escurridiza —James Fisher me tomó del pelo y me puso de pie de un tirón—. ¿No te gusta cooperar con los mayores?

—¿Si sabes que mi mamá se va a enterar de esto, verdad? —jadeé, siendo arrastrada por él—. Y te van a patear el trasero de lo lindo cuando suceda.

Lo escuché respirar contra mi nuca.

—Yo no veo a tu mamá por aquí.

—Dale unos minutos.

—Me temo que no vas a tener unos minutos, Vera —resopló—. El jefe está molesto desde que el soldado infeliz de tu padre le echó un edificio encima, ¿sabes lo que nos costó hallarte completamente sola? Ojo por ojo...

Le di un manotazo a ciegas.

—Exacto, fue él, no yo. Ve a jalarle el pelo a Rogers, no a mí.

—¿Y dónde está la diversión en eso? —inquirió con tono socarrón.

—¿Diversión? —repetí, incrédula—. ¡Eres una estúpida gallina! No tienes los pantalones para ir y explotarle una bomba en la cara a mis padres, así que tienes que hacérselo a un montón de gente inocente, ¡y a una niña de catorce años! Dios, Lauren Wells tiene más bolas que tú.

Mi gran bocota podía ser altamente inoportuna cuando se lo proponía, pero en esa ocasión me sirvió de algo. Hizo que James Fisher me soltara el pelo, me diera la vuelta y me diera la cara. Así que, al tenerlo al frente, todo lo que tuve que hacer fue cerrar los dedos de mi mano derecha en un puño y luego apuntar con todas mis fuerzas a su nariz.

El pequeño crack se sintió contra mis nudillos.

—¡Niña del demonio! —chilló, llevándose las manos a su nariz chorreante.

Le sonreí estúpidamente al desastre hasta que recordé que tenía que huir mientras pudiera.

La mayoría de las personas ya habían desalojado ese piso, pues en la planta baja aún se escuchaba el desastre de balas y golpes. ¿Quién estaba peleando? Ni idea, pero no tenía idea de hacia dónde correr y la única salida estaba en ese piso. Me lancé por las otras escaleras sin mirar atrás, pero en realidad no llegué muy lejos cuando una pequeña y reducida explosión bajo mis pies me hizo caer.

Y hubiera caído contra unas filosas y puntiagudas esculturas si alguien no me hubiera atrapado en el aire.

—¡La tengo, señorita!

Abrí los ojos como platos y enfoqué a la persona que me había sostenido.

—¡Santa mierda! —exclamé con la voz aguda—. ¿¡Me dejaste para ponerte una pijama!?

¿Eso era una... telaraña... lo que tenía alrededor de mi muñeca?

—¡No sé de qué habla, señorita! —se defendió el enpijamado—. ¡Soy el Spider-Man y estoy aquí para ayudarla!

Fruncí el ceño.

—¿¡Tú crees que soy sorda!? ¡Me hablaste hace menos de diez minutos, es la misma voz! ¡Eres el niño de las figuritas de Star Wars!

—Mierda —masculló por lo bajo.

Pestañeé, y el «Spider-Man» comenzó a subirme. Estaba adherido al barandal de las escaleras del tercer piso, y me sorprendía de sobremanera cómo ese hilo blanco podía soportar mi peso y todo el esfuerzo. Mejor dicho: cómo él podía subirme con una sola mano y sin agitarse.

Una vez me dejó en el suelo, lo miré con ojos entrecerrados.

—¿Qué eres?

—El Hombre Araña.

—¿Y dónde están las ocho patas?

—Así no funci... ¡Cuidado!

Me tomó de en brazos en el momento justo en el que ese barandal también explotó. Simultáneamente, todas las escaleras, ventanas y pasillos comenzaron a estallar en sincronía y de la misma devastadora manera. Pronto nos vimos envueltos en un montón de llamaradas humeantes, y de no ser porque el chico se sostenía de las vigas del techo, seguro ya hubiéramos terminado chamuscados por el fuego.

—En la planta baja no hay fuego —observé, sosteniéndome de él.

—Pero sí en los alrededores, si te suelto te vas a quemar.

Fruncí los labios y me quedé mirando fijamente el museo. El estómago se me revolvió, porque todo estaba siendo destrozado, lo estaban haciendo trizas... y era mi culpa. Me mordí el interior de la mejilla ante ese pensamiento.

Pero entonces, mientras en mi mente revoloteaban un montón de ideas inconexas, escuché algo. Era un sonido inconfundible, y en el momento en el que vi una sombra alada reflejarse en el suelo blanquecino del museo lo comprendí.

—Suéltame —le pedí en voz baja.

El chico dio una sacudida de cabeza.

—¿¡Acaso eres suicida!?

—A veces —me removí entre su agarre—. Voy a estar bien, suéltame.

—No puedo soltarte justo encima del fuego —rezongó.

—Pero aún hay mucha gente del otro lado que necesita ayuda, ¿verdad? —él asintió—. Ve a ayudarlos, Spiderman. Voy a estar bien.

El chico se lo pensó por un largo segundo, pero al final acabó tomando una respiración profunda y su agarre en mi espalda y en mi cintura se fue aflojando.

—¿Segura?

Le eché un vistazo al ventanal y se me escapó una sonrisita cuando vi lo que acababa de descender.

—Segura.

Y entonces me soltó.

Solo estuve en el aire por un microsegundo, y sin embargo fue suficiente para sentir un calor abrasador quemarme la espalda. Sin embargo, antes de que pudiera precipitarme hasta el suelo, me atraparon de manera magistral.

—¡Maldito mono araña, tienes que dejar de saltar al vacío! ¡Siempre es lo mismo! —me gritó Sam Wilson en la cara.

Le sonreí inocentemente.

—No, me gusta cuando me atrapas.

—Un día de estos te voy a dejar caer.

Sam... —lo reprendieron a través de un auricular, lo suficientemente alto como para que yo lo escuchara.

—Perdón, Cap, pero tu hija es un mono araña sin control. Ponle correa.

Sam...

—No me regañes, Vi.

Una sensación de alivio arrolladora explotó en mi pecho. De nuevo la había librado, ¿o debería decir «de nuevo la habían librado por mí»?

Sam me dejó en el suelo, en el único sitio donde no me alcanzarían las llamaradas, y al mismo tiempo se desató otro tiroteo. El moreno se colocó delante de mí y nos cubrió a ambos con las enormes alas, pero eso no me imposibilitó mirar por encima de su hombro.

Se escuchó un golpe seco y duro desde el techo, y lo próximo que vi fue como una ágil y grácil mujer de armadura roja, azul y dorada caía en aplomo desde lo más alto y aterrizaba magistralmente en medio de la balacera. Orgullosamente podía llamarla «mamá», pero en este tipo de situaciones prefiero llamarla por su nombre. A todos, en realidad.

Victoria Clare quedó en el medio del fuego y rápidamente se vio rodeada por una buena cantidad de hombres armados. Sin embargo, antes de que ella hiciera algo contra ellos, un colorido y resistente escudo atravesó la estancia a una velocidad casi imperceptible para mis ojos y arremetió duramente contra una buena cantidad de atacantes, noqueándolos y dejándolos en el suelo sin posibilidad de responder.

—Ah, demonios, acabo de pisar a uno. Qué lástima —se mofó Natasha Romanoff, llegando al mismo tiempo que Steve Rogers.

Sam nos desenvolvió a ambos y se giró hacia ellos. Yo permanecí detrás de él.

—Clare, estatus —pidió Rogers.

Ay, qué cosa. Bien que le decía «Clare» pero en casa todo era «Vi, Vicky, Mi Vi». Viejo sin moral.

—Estos de adelante son solo una apertura, lo que buscamos está al final. El fuego solo está aquí para retrasarnos. ¿Dónde está Vera?

—Aquí —levanté la mano detrás del cuerpo de Sam.

—Muy bien, señorita —mi madre se puso ambas manos en las caderas—. Hablaremos después de ese salto mortal al fuego.

—Victoria... —papá alargó la palabra en tono de advertencia—. ¿Te encuentras bien, Vera?

—Se encuentra lo suficientemente bien como para saltar al fuego —refunfuñó Sam.

Rodé los ojos. No me iban a dejar olvidarlo, ¿verdad?




N O R T E  D E N U E V A Y O R K
Instalaciones de los Nuevos Vengadores.
5:56p.m.


La doctora Marisa Allan iluminó mi pupila con tanta intensidad que casi me quedo ciega. Traté de pestañear o cerrar los ojos, gracias al dolor que me generó la luz, pero solo conseguí que me zarandeara con fuerza para que mantuviera el ojo abierto.

—¡Esto es maltrato! —farfullé, removiéndome sobre la camilla—. ¡Quiero otro doctor! ¡Otro, otro! ¡Traigan a Beverly, no se graduó pero estoy segura de que me trata mejor que esta!

—Silencio —me siseó mamá desde algún lugar de la habitación.

Mi papá suspiró profundamente.

—Vera, preciosa, ¿no quieres quedarte quieta? Si te mueves, más te a va a doler. La doctora Allan tiene que asegurarse que no hayas sufrido ninguna contusión.

Una contusión va a sufrir esta señora si no deja de zarandearme como muñeca de trapo, pensé con molestia.

—¡Oye, quieta! —me instó Wanda Maximoff, que también estaba en la habitación.

Bufé, pero todos me ignoraron.

La cosa fue así por al menos veinte minutos más: la doctora sin tacto o sensibilidad médica me revisó entera y llegó a la conclusión de que no tenía ningún trauma, más allá de un par de raspones por las caídas, por lo sucedido en la mañana. Ya les había dicho que me sentía bien, pero por supuesto que nadie me iba a prestar atención a mí. Después de dejar algunas indicaciones pertinentes y recetar estrictamente al menos un día fuera de la escuela, abandonó la sala siendo escoltada por Sam y Wanda, lista para irse.

Yo le eché un vistazo ambiguo al techo del laboratorio. Me sentía bien pero tenía un pequeño dolor de cabeza, suponía que estaba relacionado con lo que ya había pasado. Vaya mañana me había tocado ese día.

—¿Está todo el mundo bien? —quise saber. Aún estaba tirada sobre la camilla, pero eso no me impidió ladear el rostro para buscar a mis padres con la mirada.

Mamá se levantó y avanzó elegantemente hasta donde yo estaba, para luego colocar su mano sobre mi frente.

—Tus compañeros están bien, calabaza. No tienes que preocuparte, llegamos a tiempo.

Si, bueno, yo no estaba tan segura de eso. Algo me decía que el chico en pijama tenía mucho que ver con que hubieran tantas personas a salvo. Y con eso no quería decir que ellos no hubieran hecho gran parte del trabajo, porque sí lo hicieron, pero el chico también había ayudado. Solo que nadie lo sabía.

Hice una mueca ante ese pensamiento, pero me vi interrumpida por un sonoro beso en mi frente.

—Lamentamos no haber llegado antes —murmuró mi padre tras tomarme la mano—. Hoy estuviste en riesgo y ninguno de los dos estuvo cerca. Por fortuna, tenemos una calabaza muy inteligente. Lo hiciste muy bien, Vera.

Arrugué la nariz.

—Pude haberlo hecho mejor, aún así.

—Hiciste lo que pudiste —agregó mamá—. No tienes que intentarlo tanto, estoy aquí. Estamos —se corrigió—. Además, fue nuestra culpa. Otra vez. Vamos a aumentar la seguridad, vigilaremos más seguido los perímetros, tal vez la es...

—Está bien, mamá —la interrumpí—. No te lo hagas tan difícil. No lo sabían.

Papá frunció el ceño.

—Pero debimos haberlo sabido.

—No pueden ver el futuro, y no pueden cambiar lo que ya pasó. Estoy bien, ¿no es eso lo más importante?

—Lo es —mamá me acarició el rostro.

—Entonces... —alargué magníficamente—. ¿No es este el momento en el que te arrepientes el no haberme enseñado a pelear antes?

—Vera —me advirtió papá.

Me incorporé sobre la camilla y crucé los brazos.

—Si esta no es una situación que requiera saber pelear, entonces no sé cuál lo sea. Tienen que aclarar sus prioridades, señores, no voy a tener catorce por siempre.

—Aún eres una niña —respondió Victoria—, la única niña que tenemos. Todo a su tiempo, calabaza. No quiero arrebatar etapas de tu vida, quiero que las vivas todas, y ciertamente no las vas vivir si estás aprendiendo a pelear.

Rodé los ojos.

—Algunas cosas son más importantes que otras —les recordé.

—¿Por qué mejor no tomas una siesta? —Steve me empujó de nuevo hacia la camilla—. Lo discutiremos más tarde.

Era una treta, sabía que no lo íbamos a discutir. Y me hacía enojar lo cerrados que estaba siendo con respecto a la idea, lo que a su vez reducía el sentimiento de culpa en un sesenta por ciento. ¿Cuál sentimiento de culpa? Bueno... Natasha Romanoff se escabullía al menos tres veces a la semana para que yo aprendiera a defenderme.

Y si estos señores se enteraban, nuestras cabezas rodarían. Porque yo estaba rodeada de leyendas, pero ninguno parecía interesado en enseñarme a ser una. O al menos a decirme cómo trabajarlo.









[NOTA ORIGINAL, 2018]

***

N/A: no, no están soñando, si actualicé 😂, y ya sé que me tardé muchísimo, perdón ):
Pero al final he podido terminar el capítulo, y espero de todo corazón que sea de su agrado🥺

Moondust empieza con los acontecimientos de la CW, así que habrán algunas cosas que ya leyeron en Sapphire (como el nacimiento de Edward), y otras que no mencioné allá pero que sí tendrán lugar aquí.

Les prometo ponerme las pilas, y espero que no hayan olvidado a Vera🥺 si aún están aquí, no olviden dejarme un comentario para saber que aún la leen😣

Les mando muchos abrazos y muchos Peters virtuales para todas 💘

Nos leemos pronto!

Ashly se despide xx

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