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Epílogo

Decir que su vida había cambiado sería mentir, Jimin recordaba su pasado y admiraba su presente. Cuando pensaba en los tristes días repletos de normas absurdas y religiosidad su cuerpo todavía se estremecía. En los últimos meses pudo conocer el lado real del amor, uno dónde no importaba a quien decidias amar sino solo ese sentimiento que te permitía seguir andando cada día con la sensación de que nadie en el mundo podría conocer el secreto de tu corazón repleto de armonía. Porque no hay dos amantes iguales, ni sentimientos que puedan describirse con vacías palabras.

Todavía había momentos de tristeza y rabia, los humanos fallan y se caen constantemente en el proceso de aprender a vivir así que aquello no le preocupaba de la misma manera que ya no le preocupaba el pecado porque a menudo sus pecados se basaban en amar sin miedo a represalias. Yoongi siempre encontraba las palabras adecuadas para disculparse si era preciso o hacerle ver la realidad si es que se él se cerraba por completo tras alguna de sus tontas discusiones. Las reconciliaciones siempre llegaban rápido y Jimin amaba pecar nuevamente con cada una de ellas. Las caricias lentas por su piel, los besos que dejaban marca en sus clavículas, el roce de piernas que se enrollan entre las sábanas, la sensación de fundirse en placer, los ojos de Yoongi siendo objeto de sus más eroticos gemidos.

Jimin agradecía muchas cosas pero sobretodo le estaba agradecido todavía al destino que aquella vez durante la protesta que sus padres habían organizado con el objetivo de callar a las personas libres, provocó que Yoongi lo eligiese. Tal vez si su precioso liberador no hubiera juntado sus labios en un rebelde toque su mente nunca habría dado el salto para escapar de la tortura que suponía la tradicional casa en la que se vió obligado a vivir por años. Ahora conocía la libertad, los colores, el placer, el amor... Ahora conocía el mundo y podía verlo con los ojos plenamente abiertos sin miedo a resbalar, porque las heridas se curan tarde o temprano y su corazón empezaba a cicatrizar de las mentiras que sus padres le habían obligado a aprenderse de memoria. Ya no existía en su memoria ningún tipo de miedo al infierno, si el diablo existía entonces podía quemarlo en ese instante porque no pretendía abandonar la felicidad que a diario embargaba su alma después de conocer la realidad.

—Jimin - la voz de su pareja sacó al chico de su pequeña ensoñación. Se encontraba en el bar de Yoongi preparándose para la marcha anual del orgullo en Corea, la primera para él desde el lado adecuado - ¿Estarás bien? - los brazos de Yoongi envolvieron su cintura aportándole esa calidez tan adictiva que suponía el cariño entre dos enamorados - Tus padres podrían estar allí, podemos quedarnos a celebrar en el bar hoy.

Jimin negó evitando reír ante la repentina preocupación de su pareja, el mayor defensor de su colectivo se hayaba asustado ante el hecho de toparse con sus suegros mientras que Jimin lo deseaba con todas sus fuerzas. Por eso tras apartar la mascarilla de la boca de Yoongi dejó un suave beso sobre sus labios, era poco habitual aquello, por norma general cada roce de boca contra boca los llevaba hasta la pura intensidad. Todavía estaban descubriendose, aprendiendose el uno al otro con gran pasión y curiosidad.

—Entonces te besaré como solo tú y yo sabemos delante de ellos.

Yoongi no pudo evitar sonreír sobre los labios de su pequeño mientras alcanzaba el casco de su moto.

—Oh mierda, ¿en qué se ha convertido mi angelito? - preguntó tomando su mano y tironeando de él para que lo siguiera hacia la salida del local.

Jimin se limitó a encogerse de hombros mientras seguía animadamente a su novio hasta la entrada del local. Quizás el ángel se había cansado de la tranquilidad, ¿cómo podría vivir sin una sola emoción hasta el final de sus días?

—¿Preparado angelito? - Yoongi le cedió uno de los cascos antes de subir a su moto. Su ropa hoy no era negra como Jimin acostumbraba a ver en su pareja, contrariamente a lo normal Yoongi llevaba una chaqueta vaquera repleta de manchas de pintura de diferentes colores a juego con unos pantalones decorados del mismo modo.

—Totalmente - sus manos envolvieron la cintura del chico y pronto el sonido del motor de la moto envío un escalofrío por toda su espalda.

Eran incontables las veces que había soñado con aquel día, desde semanas atrás había comenzado a decorar el bar de Yoongi con la ayuda de Seokjin e incluso había creado su propia ropa cosiendo aquellas prendas coloridas que ya no usaba para formar algo creativo y diferente a lo que el redtro podría llevar aquel día tan especial.

A medida que la moto de Yoongi se acercaba al lugar Jimin podía observar las coloridas calles y el gentío siendo detenido por grupos religioso furiosos que eran completamente ignorados. Entonces sonrió levemente y negó con la cabeza como perdido en la memoria, ni siquiera entendía cómo era posible que en solo el transcurso de un año su situación hubiese cambiado tanto. Ahora era mayor de edad y aunque lo destrozaba perder a sus padres necesitaba escapar del yugo que estés cernían sobre su vida.

Al lado de Yoongi tenía todo con lo que había soñado, no sabía si aquel dolor duraría mucho o si en el futuro podrían llegar a odiarse el uno el otro... Sin embargo sabía que siempre permanecería agradecido a este y sus amigos por haber sido tan sumamente pacientes con sus dudas, por haberlo rescatado de la confusión y haberle regalado la mejor de las vidas. Una vida repleta de libertad y amor.

—Mis padres están allí - gritó Jimin mientras se agarraba a la cintura de Yoongi al percibir la moto frenando.

Una inmensa necesidad de abalanzarse sobre su novio lo invadió cuando lo observó dudando.

—Oh venga, eres el maldito Min Yoongi. Famoso por dormir en prisión en cada orgullo debido a tus actos revolucionarios contra grupos religiosos. Besar a tu chico no es mucho.

Yoongi suspiró sonriente.

—Siguen siendo tus padres...

—Sabes que no me importa su opinión Yoongi.

Yoongi rodó los ojos mientras jalaba a Jimin de su cintura. Cuando sus labios chocaron cada rastro de duda desapareció por completo de su cuerpo. Jimin había aportado felicidad a su vida, aquel inocente chico con ansias de aprender le había devuelto la confianza en el amor. Un día lo quería lejos y al siguiente lo amaba, su historia había sido sencilla en muchos aspectos, solo dos chicos que acaban acostumbrándose a la presencia del otro hasta que a ambos les resulta imposible concebir la idea de separarse. Los besos juguetones dejaron paso a besos profundos en los cuales sus almas parecían unirse a través de la cercanía, disfrutaban estando juntos y eso era todo lo que debía importar. Todo lo que el mundo tendría que ver para aceptarlos.

El amor era y es solo eso, amor.

—Más - Jimin sonrió con rebeldía y acercó de nuevo sus labios a los de Yoongi. Una calida sonrisa cubrió los labios de ambos en medio del largo beso cuando comenzaron los insultos de la muchedumbre religiosa enfadada.

A Jimin solo se ocurrió una buena manera de saludar a sus padres en aquella ocasión, como Yoongi había hecho hace mucho, levantó su mano enseñándoles el dedo de en medio antes de ponerse la mascarilla y empezar a llenar de colores a los protestantes con el spray de colores.

Una fuerte carcajada llenó su pecho antes de subirse de nuevo a la moto con su novio, sus padres se encontraban completamente enfadados y gritaban cosas inentiligibles.

—El rosa te queda bien papa - gritó antes de sujetarse bien a la cintura de su novio.

Min Yoongi estaba acostumbrado a la palabra revolución y al término “ser fiel a uno mismo”. Aunque sonase cliché era el prototipo de adolescente de alma rebelde y corazón blando. Sabía lo que quería y estaba dispuesto a luchar por ello, daba igual si el mundo accedía a respetarlo o no. Eso fue lo que desde el primer instante captó la mirada de Jimin y lo hizo seguir el impulso irrefrenable de conocer más sobre aquel hombre que se atrevía a salir a las calles para gritar ante el mundo quien realmente era.

Él era otro de esos chicos relevados a la definición de “perdidos” y sin embargo no le importaba lo más mínimo. Como todos había tenido dudas en un inicio, cuando empezó a fijarse más en cómo le sentaban las chaquetas holgadas a sus amigos que en la forma en la que los vestidos de su novia se veían sobre el cuerpo de esta. Cuando admitió que las mandíbulas marcadas a la par que varoniles llamaban mucho más su atención que cualquier par de tetas operadas.

Min Yoongi era uno de esos defensores de la causa LGTBI+ a los que le encantaba mostrarle el dedo índice a los católicos y burlarse de sus excusas HOMOFÓBICAS. Era de aquellos que leían y veían cada película censurada solo por el placer de apoyar a una causa que nunca debió ser considerada minoría incluso si a veces la historia no le gustaba del todo. Min Yoongi estaba completamente orgulloso de besar a chicos en las calles y llevar a las viejas cotillas hasta la locura con sus actos de nulo decoro, a Min Yoongi le gustaba pasear con Jimin por la calle haciendo que este sacase su punto más estrovertido si alguien se atrevía a mirarlos con ojos juzgadores.

Park Jimin por desgracia hace sólo un año no sabía nada del mundo que lo rodeaba ni de aquello que las personas defendían en voz alta cada vez que sus padres lo arrastraban hasta las protestas. Él realmente creyó en el Dios del que sus padres le hablaban y temió el infierno cada noche que sus pensamientos volaban libres hasta la curiosidad. Así era el Jimin de hace muchos meses atrás; el que todavía no conocía a Yoongi, el que permitía que le dijesen cómo y lo que tenía que pensar para que su alma fuese salvada.

Jimin solía sostener un cartel en alta con la frase “la homosexualidad es pecado” porque sus padres lo habían convencido de que aquella era la única realidad, sin embargo ahora sostenía uno que ponía “no hay nada mejor que un hombre para otro hombre y una mujer para otra mujer, bueno... En realidad no hay nada mejor que las personas amandose sin importar nada más que sus sentimientos”.

Esta fue la historia de cómo el chico que vivía mirando a la luna, habladole al cielo y juzgando sus propios pensamientos conoció a la persona adecuada, a ese ser humano que le enseñó lo que significa el amor y la libertad.

La historia del chico revolucionario que le enseñó a Moon Child que no todo son crucifijos y oraciones. Y que si el placer es pecado, de momento, no deberían tener miedo al castigo jurado porque nada podría acabar con la fuerza de sus sentimientos mientras fuesen sinceros.







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Moonchild llega a su final.
Espero que os haya gustado y que hayáis entendido el mensaje que trate de dar con esta fic. Personalmente me costó escribirla porque atravesé un crisis creativa mientras estaba activa pero agradezco el cariño recibido más que cualquier otra cosa.

Un beso, Mel 😘

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