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Capítulo Dos


El día que la vida de Jeon Jungkook cambió para siempre, fue otro monótono día común.

Se despertó al medio día, aproximadamente. Comió los restos de la comida que sus padres había traído para él, el pasado domingo. Se duchó y cambió a una ropa que le cubriera porque, aunque no le había estado afectando el sol como de costumbre, todavía le hacía sentir incómodo. Se puso su mascarilla, se cubrió la cabeza con la capucha del suéter que llevaba puesto, agarró su sombrilla y partió al consultorio de su terapeuta.

El hombre había estado muy satisfecho con los recientes avances de Jungkook, como si de alguna manera se los atribuyera. Él no tenía el corazón de decirle que se debía a su novio –bueno, está bien, aún no era su novio oficial, pero ya que se comportaban como tal, Jungkook había comenzado a llamarle así en su mente–. Aunque tampoco podía decirle, porque no podía explicarle algo que él no sabía a ciencia cierta.

Un par de horas después, en su casa, habló con su madre sobre cómo le fue. Ella era otra de las personas que estaban contentas con su nuevo semblante. A Jungkook le gustaba verla así, contenta, alegre, tranquila. Pero le carcomía no decirle a qué se debía, por eso se quedaba callado cuando ella comenzaba a hablar maravillas de su terapeuta.

Cuando por fin llegó la noche, Jungkook esperó más o menos dos horas después de que se ocultó el sol para cambiarse a una ropa más ligera, y así caminar hasta la playa para ver a Jimin.

El hombre llegó una media hora después y la manera en que se veía dejó sin aliento a Jungkook. Vestía de negro, cosa que le pareció curioso, porque normalmente su vestimenta era de colores claros. Sin embargo, ese color le quedaba de maravilla, hacía relucir su piel blanca y su cabello rubio destacaba sobre su cabeza, acentuando el color. Sus labios se veían más rojos que de costumbre, y Jungkook sabía, porque se había tomado el atrevimiento de preguntar, que Jimin no se maquillaba.

Antes de sentarse, Jimin haló a Jungkook de la mano para que se levantara y lo besó. Un beso húmedo y sensual que le puso la piel de gallina, haciendo que se retorciera un poco. Luego se sentaron, Jungkook recostado en el pecho de Jimin, mientras este le acariciaba el pelo y lo abrazaba.

—¿Cómo estuvo tu día hoy? —Jungkook tarareó, sin comprometerse, estaba tan cómodo que no quería esforzarse en hablar—. ¿No me vas a responder?, qué novio tan maleducado me conseguí.

El corazón de Jungkook tartamudeó en su pecho.

—¿S-soy... somos n-novios? —cerró los ojos, con miedo a la respuesta.

—Por supuesto, precioso. Creo que hemos hecho suficiente como para que sea evidente —respondió divertido.

Más tarde, Jungkook no podía explicar qué lo había impulsado a hacer la siguiente pregunta:

—¿Entonces por qué no quieres ir a mi casa? —susurró.

—¿Qué?

Jungkook cerró los ojos, sintiendo como Jimin se congelaba. Él podía hacerse el desentendido, decir que no era nada o preguntar otra cosa que sonara parecido. Y tenía miedo de la respuesta a cada una de sus preguntas, pero él quería a este hombre, realmente lo hacía, y si quería tener un futuro con él, tenía que preguntar, tenía que señalar lo que estaban obviando deliberadamente. Él quería que Jimin lo amara, y parecía que lo hacía, pero, ¿lo seguiría haciendo cuando supiera el secreto de Jungkook?

¿Lo haría él mismo cuando supiera lo que Jimin le ocultaba?

No quería saberlo, pero tenía qué.

—¿Por qué, si somos novios, no quieres ir a mi casa?, ¿por qué no quieres conocer a mis padres?, ¿por qué no quieres salir conmigo de día? —con cada pregunta, Jungkook sentía el cuerpo detrás de él tensarse. Con temor, y a pesar de su vergüenza, Jungkook susurró: —¿Por qué no quieres tener sexo conmigo?

Le siguió un silencio que se estiró y estiró, hasta que Jungkook no pudo soportarlo más. Se separó de Jimin y volteó a verlo.

La angustia y el pánico que inundaban los ojos de Jimin, hicieron que un nudo grueso se alojara en su garganta. Jimin parecía a punto de llorar o tener un ataque de pánico. Jungkook no se esperaba aquello, así que suspiró, su estado de ánimo apagándose con resignación. Se volvió hacia el mar, recostándose una vez más sobre Jimin.

—Lo siento, sé que estamos ignorando todas las cosas extrañas que hacemos, pero y-yo sólo... yo sólo quiero estar contigo, de verdad, no sólo vernos aquí como si fuéramos un secreto, así que pensé en preguntar, perdona si te incomodé, entiendo que haya cosas que no me puedas c-confiar.

La voz de Jungkook se quebró un poco al final de su confesión. Hizo una mueca, pateándose internamente mientras cerraba los ojos para no derramar las lágrimas que se habían acumulado. Jimin seguía sin responder y sin moverse, parecía que tampoco respiraba. Jungkook estaba en pánico, pensando que lo había echado todo a perder.

Entonces Jimin lo abrazó, estrechándolo con fuerza entre sus brazos.

—Perdóname. Y-yo no, sólo no s-sé cómo decirte algunas cosas —dijo por fin, su voz ronca y frágil contra el oído de Jungkook.

—¿Es muy difícil?

Un silencio, luego:

—Corro el riesgo de perderte.

El estómago de Jungkook se hundió dolorosamente, asimilando esas palabras, el temor implícito en ellas, la gravedad del asunto. Jungkook inhaló profundamente, encogiéndose y apretándose más contra Jimin. Perderlo... era así de malo. Jungkook deseó no haber dicho nada.

Aun así, siguió adelante. Era preferible hacerlo ahora, cuando aún se sentía capaz de detenerse, que hacerlo cuando ya no pudiera.

—Cuéntame. Como si fuera un cuento de hadas. Sólo dímelo lo mejor que puedas, prometo escucharte hasta el final.

Jimin se tomó su tiempo para comenzar, pero luego comenzó a hablar, confundiendo a Jungkook.

—Hace mucho tiempo, la Diosa Luna le ordenó a uno de sus descendientes que tenía que ir y atraer a un chico. Uno que apenas había alcanzado el nivel de madurez suficiente: dieciocho años; un chico humilde y cariñoso, que quería hacer muchas cosas con su vida. El descendiente, acostumbrado a este tipo de órdenes, pues era para lo que había sido creado, fue —haciendo una pausa, Jimin besó la cabeza de un Jungkook muy curioso y muy confundido, ¿qué tenía eso que ver con ellos?, sin embargo, escuchó con atención—. Él iba dispuesto a hacer su trabajo e irse, como siempre. Pero luego conoció al chico, y se enamoró. No pudo haber sido de otra manera, era un chico hermoso, con un corazón de oro. El descendiente se enamoró de su amplia y fácil sonrisa, de sus dientes de conejo, de esos ojos que le recordaban a la noche estrellada y ese pelo suave que siempre cargaba suelto —de repente, la mente de Jungkook comenzó a zumbar, su corazón latiendo apresurado, algo no estaba bien—. Y afortunadamente, el chico le correspondió. Así que tuvieron este romance clandestino, donde nadie podía verlos, nadie podía saberlo. Porque si la Diosa Luna se enteraba, entonces estarían condenados. Por eso se veían a la luz del sol, cuando la Diosa dormía, y aunque para el descendiente, estar al sol le hacía sentir como si estuviera enfermo, hizo todo lo posible porque lo amaba, porque no podía soportar no tenerlo, aunque fueran unos momentos robados que estaban destinados a acabar más temprano que tarde —Jungkook, alejándose de Jimin, se había vuelto para verlo a la cara. Sus ojos atormentados, su rosto entristecido, Jimin lo veía con una mezcla de dolor y amor, de resignación. El zumbido en su cabeza era más fuerte y estaba comenzando a dolerle, su pulso disparado. Jungkook se estaba mareando, la vista nublada, pero se esforzó por concentrarse, él sabía que esto era importante—. Y cuánta razón tuvo, todo se vino abajo mucho antes de que pudiera procesarlo —una lagrima cayó por la mejilla de Jimin, que le sonrió tristemente—. La Diosa Luna se enteró y esa fue la última noche que ellos pudieron verse.

Se hizo un silencio atronador, y Jungkook no podía respirar, parpadeando para enfocarse en la cara demacrada de Jimin.

—¿Q-qué hizo l-la Diosa? —dijo Jungkook con dificultad, su voz quebrada no sonaba como la de él.

—Tomó al chico y lo convirtió en una estrella, que era para lo que había mandado al descendiente a verlo en primer lugar. Y no permitió que este lo volviera a ver. La peor de las torturas, si lo piensas, está a la vista, pero tan lejos, que el descendiente no podía alcanzarlo de ninguna manera, una eternidad condenado a eso. No podía verlo, ni escucharlo, ni ayudarlo. Lo apartó —una pausa, Jimin respiró hondo y miró a Jungkook a los ojos—. Te apartó de mí.

—¿Q-qué?

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Jungkook recuerda la primera vez que lo vio, una noche estrellada. Un chico un poco más bajo que él y hermoso, que se le acercó para entregarle uno de sus pañuelos que, al parecer, se le había caído mientras iba de camino a su casa.

Le dedicó una sonrisa amable, su cabello rubio oscuro se balanceaba por la brisa.

Le había preguntado su nombre y esa noche, lo acompañó a su casa, Jungkook no veía nada malo en esa acción, nada más que amabilidad de un desconocido que ya no quería serlo. Así que le permitió que lo acompañara, hablando de todo y nada, Jungkook entusiasmado por su potencial nuevo amigo. Cuando llegaron a la entrada de su casa, Jungkook por fin preguntó su nombre.

—Jimin. Y tú eres Jungkook, ¿no es así?, todo el mundo en el pueblo habla de ti.

Jungkook se sonrojó, conmovido. Así que agradecido, le preguntó si podían ser amigos, Jimin le respondió que sí, que le encantaría, ¿quién no querría ser amigo del amable y hermoso Jeon Jungkook?

La sonrisa de Jungkook habría podido acabar con la miseria del mundo.

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La próxima vez que se encontraron, fue en el lago que Jungkook solía visitar en las noches cuando había tenido un día pesado, lo que solía ser más a menudo de lo que le gustaba, comenzando su vida como el adulto que ahora era, Jungkook se estaba esforzando mucho, lo que causaba que estuviera cansado y un poco hastiado unos cuantos días a la semana. Cuando llegó al lago, le había sorprendido ver a Jimin allí, pues él pensaba que era el único que conocía ese lugar. Pero no le molestó, ni le incomodó, la presencia de Jimin de alguna manera reconfortante. Hablaron mucho esa noche, sentados uno al lado del otro en la hierba húmeda que rodeaba el lago. La luna alta en el cielo.

Después de eso, se encontraban con regularidad allí, en ese lugar, convirtiéndolo en su lugar especial. Jungkook no podía dejar de sonreír cuando pensaba en Jimin, ni siquiera intentaba disimular lo mucho que le gustaba su amigo.

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La primera vez que se besaron, era una noche sin luna. Así que el lago era más oscuro de lo normal. Se había sentido... mágico para Jungkook, pero Jimin parecía no pensar lo mismo, porque, a pesar de que había tenido una sonrisa cuando se separaron, de repente su semblante había cambiado por completo, su rostro arrugándose con preocupación y angustia. Se había marchado entonces, sin darle alguna explicación a Jungkook, dejándolo solo en el lago, con lágrimas de rechazo en los ojos tristes.

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No pasaron muchos días antes de que se volvieran a encontrar, esta vez de día. La primera vez que se encontraba a Jimin de día, si Jungkook no recordaba mal. Jimin estaba muy abrigado y bien tapado, una tela cubriendo casi todo su rostro. Jungkook lo miró con curiosidad, pero inocentemente no preguntó al respecto. Jimin lo agarró de la mano y se lo llevó a uno de los establos abandonados a las afueras del pueblo.

—Tengo que decirte algo y sé que sonará fantasioso y pensarás que estoy loco, pero si queremos estar juntos, tengo que decírtelo.

Jungkook escuchó, por supuesto, y no le creyó al principio, pero hizo las preguntas correctas, curioso a pesar de sí mismo, asombrado de los detalles de una historia que Jimin se empeñaba en recordarle que era verdad.

—¿Entonces, eres un descendiente de la Diosa Luna?

—Sí.

—¿Y viniste para ganarte mi confianza hasta poder atraerme para llevarme con la Diosa y que me convierta en una estrella?

—Sí.

Jungkook no podía salir de su asombro. Incrédulo, siguió preguntando.

—¿Por qué tienes que "atraerme"? —hizo comillas con sus manos en la última palabra—, ¿por qué no puedes simplemente llevarme?, ¿y por qué yo?

—No puedo llevarme a un humano en contra de su voluntad para que se convierta en estrella, no funciona así, tienes que venir conmigo porque quieres, así no sepas para qué. Si te llevara sin tu consentimiento, entonces tu alma se mancharía, y estaría corrompida —Jimin lo miró serio mientras hablaba, Jungkook tenía ganas de reír, honestamente—. Y te eligieron a ti porque eres puro. Para convertirte en estrella, tienes que tener un alma pura para consumir.

—¿Consumir?

—Sí. Mira, no creo que vayas a entenderlo, sinceramente yo tampoco entiendo mucho, es la Diosa la que hace todo el proceso de conversión, yo sólo le llevo a los humanos. Pero la cosa es que no quiero llevarte con ella, vas a sufrir, Jungkook, ser estrella, aunque se ven bonitas desde lejos, no lo es, los humanos que llegan a convertirse son puestos en un fuego eterno, que les consume su alma pura hasta que se acaba, y esto dura miles de años.

—Pero... pero es tu trabajo, ¿no te va a pasar nada por desobedecer a la Diosa?

Aunque Jungkook estaba lejos de creerle totalmente, podía ver que Jimin hablaba en serio, su ceño fruncido en preocupación, sus ojos asustados. Él sabía que Jimin no estaba loco, a pesar de conocerlo hace poco, había visto la gran persona que era, lo amable, lo encantador. Jungkook estaba... estaba enamorado de él, y ver a Jimin asustado y preocupado no le agradaba para nada.

O sólo estaba buscando una excusa para creerle, después de todo, no creerle significaba que Jimin estaba loco y Jungkook no quería pensar eso, no quería perderlo.

—Por eso debemos escondernos, y sólo nos vamos a ver durante el día, mientras la Diosa duerme. Es la única manera, y-yo... yo no quiero perderte —viéndose reflejado en la angustia de esos ojos almendrados que le suplicaban entendimiento, Jungkook no pudo hacer nada más que creer en Jimin.

—Está bien, Hyung, todo va a estar bien.

Ese día se abrazaron, hasta que el sol comenzó a caer. Los dos temerosos de separarse. Jungkook, que hasta ese momento aún trababa de procesar todo lo que había escuchado, vio a Jimin desaparecer en una nube de polvo y frío al marcharse, delante de sus ojos. Eso, definitivamente, hizo que cualquier remanente de duda que había guardado hasta ese momento se disipara.

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Y así lo hicieron entonces. Casi todos los días, se encontraban en el establo abandonado, besándose, abrazándose, sus manos acariciando al otro con desesperación, ambos conscientes de que era sólo cuestión de tiempo.

Se amaban, un amor dulce y sincero, aunque lleno de angustia. No podían dejar de mirarse, porque sabían que podía ser la última vez. Así que se entregaban, en cuerpo y alma, todos los días que pudieran como si fuera el último. Diciéndose entre susurros que se amaban, que siempre lo harían, siempre te voy a amar, Jungkook; siempre, Jimin...

Así que el día que los encontraron, no hubo lágrimas, sólo resignación.

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Estaban acostados en el heno que cubrieron con una manta de la casa de Jungkook, ambos con la ropa recién puesta, cuando vinieron.

Otros dos descendientes, supuso él, porque Jimin se tensó, protegiéndolo mientras hablaba con los otros dos seres en un idioma que él no entendía. Entonces tomaron a Jimin a la fuerza y se lo llevaron, Jungkook gritó, asustado sin poder hacer nada. Desesperado, paseó de un lado a otro, quedándose dentro del establo, sabiendo que huir era inútil, Jimin le había dicho que, si los descubrían, no habría manera de esconderse. Así que sólo esperó, porque sabía que vendrían por él.

Estaba comenzando la noche cuando un hombre alto y de hombros anchos vino a llevárselo.

—La Diosa Luna te manda a buscar.

Su tono conciso y grave. Jungkook no respondió, pero no fue necesario, el hombre lo tomó de la muñeca derecha y de repente, todo se hizo negro para Jungkook.

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Cuando despertó, estaba en un lugar extraño. Era un salón amplio, pero era todo de cristal por lo que Jungkook podría decir, debido a que podía ver una vasta extensión de tierra afuera, a través del cristal. Había una especie de niebla que se arremolinaba dentro de los confines del cristal y se sentía como un toque frío en su piel. Se quedó asombrado cuando miró hacia arriba, porque eso de allí que estaba viendo era... la tierra. Era el planeta, Jungkook se quedó boquiabierto, sin poder apartar la mirada.

¿Estaba en el espacio?, lo habían traído literalmente a la luna.

Luego lo escuchó, la voz de su amado sacándolo de su aturdimiento.

—¡Jungkook!

Miró a todos lados, buscándolo. Finalmente lo ubicó, Jimin estaba ahí, en el cristal, pero parecía atrapado en él, como un dibujo gris que se movía, desenfocado. Se veía desesperado, su voz amortiguada se escuchaba lejana. Golpeaba el cristal, pero este no cedía, Jungkook ni siquiera podía escuchar los golpes. Trató de moverse entonces, para llegar a él, sólo para encontrar que no se podía mover, algo intangible sosteniéndolo donde estaba. Mirando sus pies, Jungkook se percató de que estaba en un hueco llano de tierra negra, como carbón. Él no sabía lo que era, pero no le dio buena espina.

Buscó a Jimin otra vez, sólo para verlo llorando esta vez, su mano en su pecho como si le doliera, a Jungkook le partió el corazón.

Así que, tú eres quién hizo que mi favorito se alejara de mí.

La voz retumbó por todo el lugar, Jungkook no sabía de donde venía ni quién hablaba, pero se estremeció con todo su cuerpo, puesto que sonaba espeluznante, a pesar de ser una hermosa voz femenina. Hizo que le doliera la cabeza, una presión aumentando en su pecho.

No sé cómo ni qué le hiciste, pero dice amarte —lo dijo de tal manera que parecía un insulto. Temblando, Jungkook miraba a Jimin, quien seguía llorando y golpeaba el cristal con más fuerza, en vano—. Es mi descendiente, y a pesar de que es mi favorito, no puedo permitir que me desobedezca de esa manera. Es lamentable —la voz sonaba realmente triste, caprichosa, pensó Jungkook, un berrinche—. Tú eres el culpable, mortal, así que vas a pagarlo, te convertiré en lo que estabas destinado a ser y haré que sufras el doble, hasta que ya no quede nada de ti. Y Jimin será castigado al no poder acercarse a ti nunca más.

Jungkook tuvo miedo entonces, viendo cómo a su alrededor, se formaba una bola de cristal. Comenzó a agitarse, tratando de escapar, tratando de gritar, de decirle algo a ese ser malvado que no daba la cara –si es que tenía una, él no lo sabía–, pero era inútil, no había manera. Escuchaba desde lejos como Jimin gritaba su nombre, pidiéndole perdón, diciéndole que lo amaba, lo siento, Jungkook, mi amor, perdóname...

Eso fue lo último que escuchó Jungkook, antes de que un dolor como ningún otro lo abordara, cada parte de su cuerpo agonizando, una luz blanca cegándolo para siempre.

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