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13. Gargantilla

Siempre había sido de conocimiento en la Tierra, que los dioses  encomendaban a sus hijos a familias mortales, encargadas de criar y enseñar valores a sus hijos, asimismo, estos hijos frutos del enlace de dioses, que desconocían de su identidad celestial, desarrollaban las características propias de un dios, ayudando a los mortales a prosperar, bendecidos con habilidades natas que en algún momento de su crecimiento se manifestarían, inclinándose por una de las tres castas asignadas.

Debido a ello, Jongin se encontraba frente a sus padres, curioso por el repentino llamado.

—Ya tienes 19, Jongin.

—Así es, padre. —el grande y bien formado muchacho dejó a un lado el animal muerto que había traído para la cena —Pienso enlistarme a la próxima batalla contra los del norte y partir después de la próxima luna llena.

Pero el hombre mayor había negado con una sonrisa en los labios, tomando la mano de su esposa, con la que compartió una mirada. Jongin los observó enseriado por unos segundos, esperando a que continuaran. Los mayores nunca le habían negado algo, y tampoco sería la primera vez.

—Minseok hoy terminó de forjar mi lanza, así que no creo que haya mayor inconveniente.

Meses atrás su espalda había sido rota en batalla, una pelea en la que su mejilla derecha había terminado con una gran cicatriz. 

Su madre había pegado el grito a los dioses cuando lo vio llegar ensangrentado aquella vez, casi incapacitado de poder moverse por cuenta propia. Pero la mujer jamás había visto al menor tan feliz como ese día, por lo que solo se encargó de limpiar y curar sus heridas.

Después de todo, Jongin era uno de ellos. Estaba en su naturaleza seguir sus instintos. Y tal vez él lo sabía, ya que tenía cierto sentido de superioridad.

Esa noche luego de ser curado por su madre, fue la primera vez que JongIn observó al llegar a su habitación, una rosa reposando en sus sábanas.

La había observado con detenimiento, y había estado así por varios minutos. Admirando la flor tan roja como la sangre fresca de sus enemigos al cortarla con la hoja de su espada.

Había quedado con una extraña fijación hacia la planta, que había ido a parar en su ventana a partir de ese momento. Y desde esa noche siempre había una rosa esperando por él en su habitación al llegar la noche, con un exquisito aroma que acariciaba sus sentidos y revolvía su estómago.

—Hijo, ¿Crees que puedas llevar flores al templo del dios del amor por mí?

En la punta de su lengua se detuvo la negativa que no llegó a pronunciar, por alguna extraña razón el pensamiento de ir en aquella dirección se sintió correcto cuando su madre lo sugirió, extendiéndole un ramo de hermosas rosas rojas.

—¿Solo debo dejar las flores? —preguntó cuando la mujer lo puso en sus manos, 

Tenía asuntos que ocupar, pero siempre podría hacerlo luego de cumplir el favor.

—No creo que debas hacer más.

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En lo más alto del cielo, donde los dioses observaban todo lo que acontecía en la Tierra, la curiosidad se instaló sobre Kim Jongin.

—Claramente es un alfa.

—Por supuesto que es un alfa.

—Si es así, significa que puede que tenga una pareja destinada aquí arriba. —los dioses compartieron miradas, y regresaron hacia el dotado hombre que caminaba con un ramo de rosas en la mano. —Aunque puede que también deba esperar por uno.

Una de ellos negó.

—Su destinado también lo sabe —la mujer apoyó su rostro en la palma de su mano, con una pequeña sonrisa naciendo en sus labios cuando vio la distintiva flor —Kyungsoo ha estado comunicándose con los betas encargados de nuestro hijo, y no nos ha mencionado nada.

—¿Finalmente? —pregunta otra de ellos, emocionada. Acariciando inconscientemente el collarín que portaba.

—Debe estar nervioso, ha estado solo durante siglos.

—Sigue siendo poco romántico para el dios del amor. —comentó uno de ellos, regresándose hacia el lugar donde usualmente reposaba el solitario dios, que había ansiado todo ese tiempo por un compañero. —Aunque el alfa es un dios de la guerra, yo tampoco sabría que hacer respecto a eso.

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La mirada de la gente del pueblo terminó cayendo sobre él, mientras partía camino al recorrido templo; los aldeanos dejarían de hacer sus tareas cotidianas, por detenerse a observarlo por un segundo. Y aunque no los podía culpar por hacerlo, seguía siendo una molestia para el hombre.

Para la clase de persona que era Kim Jongin, no era normal verlo con algo tan hermoso como un ramo de rosas rojas en la mano. Sería lo último se imaginarían para un guerrero tosco como él; usualmente lo encontrarían con un arma de hierro en sus callosas manos, o simplemente con los nudillos vendados, sin dirigirse a un lugar tan cuestionable como lo era el templo del dios del amor.

¿Se le permitía entrar a un lugar tan bello y delicado a un guerrero tan despiadado como Kim Jongin?


El muchacho podía tener a penas diecinueve años cumplidos, pero cargaba en la espalda la sangre de sus contrincantes.

Desde muy temprana edad había desarrollado un don inigualable con cualquier arma que llegara a tocar sus dedos. Con ello había nacido, y por eso era alguien importante entre su gente.

Poco tratable, pero era alguien con un poderoso sentido de la justicia.

Cuando los ojos del joven divisaron el lugar inundado de flores hermosas, se detuvo antes de siquiera poner un pie adentro. Un cosquilleo en su estómago, lo hizo reforzar el agarre en el presente.

No recordaba alguna vez en la que hubiera terminado en ese lugar, pero la familiaridad del camino y reconocimiento con el que había llegado, lo hizo preguntarse si había tenido alguna pelea cerca.

Una figura en el extremo final, disipó sus pensamientos.

Creía estar solo en el lugar, pero cuando dio un paso adelante, una embriagadora fragancia abrumó sus sentidos. Era algo más allá del aroma de todas las flores que lo rodeaban, era adictivo, atrayente.

Familiar.

Sus ojos siguieron a la figura que apareció detrás de una de las columnas. 

—¿Traes algo para mí?

Un hombre cubierto por la seda más fina que había visto se presentó frente a sus ojos. Una belleza masculina de piel nívea, con el cabello más oscuro que la misma obsidiana y labios más rojizos que los pétalos de la rosa más hermosa. Era como la llegada de la primavera, o el nacimiento de algo hermoso; jamás se había sentido tan cautivado por la belleza de alguien, pero lo estuvo por el par de ojos que a luz del atardecer lucían más dulces que la miel y lo estudiaban con detenimiento. 

Entonces Jongin lo entendió.

—Usted es Do Kyungsoo.

La sonrisa acorazonada que dejó mostrar el más bajo se lo confirmó. —Y tú eres Kim Jongin.

Cuando vio al dios estirar sus manos hacia él, las observó con detenimiento, admirando lo pequeñas y tersas que veían. Regresó su vista a los seductores ojos del más bajo, y sacudió la cabeza, sorprendiéndole su vago razonamiento. 

Le entregó el ramo de rosas, observando la manera en la que el dios las olfateó con añoranza, como si nunca hubiera recibido un presente tan sencillo como ese. 

Y ciertamente, el hecho lo alivió.

—Te he esperado por mucho tiempo. —Jongin sintió el embriagador aroma picar en su nariz cuando el contrario se acercó, y que además tocó su firme pecho con su mano libre —Eres ciertamente hermoso, debes de haber enamorado a muchos.

Jongin se dejó llevar por la respiración caliente que caía en su cuello —No creo hacerle comparación a la cantidad de personas que usted debió de haber enamorado.

Una risita encantadora acarició sus oídos.

—Estás en lo cierto. —la mirada ensimismada del más bajo por cada parte que tocaba de su rostro lo dejó sin aliento, el pulgar del dios delineó el contorno de sus labios —Pero soy algo celoso con mi propiedad.

—No soy alguien por quien debería estarlo.

La sonrisa de Kyungsoo conectó con los ojos del guerrero.

—Por supuesto que lo eres. —como si de un muñeco se tratara, el dios lo atrajo y lo obligó a inclinarse para que quedara a su altura, con la delicadeza de la punta de sus dedos descansando en su mentón —Nos pertenecemos.

La suavidad de un par de labios acolchados tomó los suyos con delicadeza, y un par de alargadas pestañas cayó en sus pómulos, dándole un agradable cosquilleo que lo despertó  a tomar la delgada cintura del más bajo.

¿Había caído por los encantos del dios?

Escuchó el caer de la rosas al suelo, y pronto, su cuello fue abrazado por los brazos del más bajo. Percibió la sonrisa del dios sobre sus labios, y abrió los ojos, agradándole el rubor en las mejillas encendidas, y a su vez, asustándole lo correcto que se sentía ser besado por él. En algún punto del beso, y a pasos ciegos, terminaron en uno de los sillones, con el dios recostado entre sus piernas.

Ciertamente sentía haber encontrado algo más apasionante que las guerras.

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El cuerpo desnudo de Kyungsoo se encontraba encima del suyo, dibujando formas en sus pectorales con una cegadora sonrisa en el rostro luego de haber intimado como dos antes que se habían vuelto a encontrar después de mucho tiempo. Jongin se dedicó a observarlo pasible, encantado con la manera en que la luz del sol iluminaba la perfecta figura tentadora del dios. Cayendo en cuenta de esto último, observó el templo que hace uno minutos estaba por oscurecerse.

—¿No estaba por hacerse de noche?

El contrario sonrió, volviendo a delinear con su dedo la cicatriz en su pecho —No estamos en tierra.

—¿Estamos arriba? —tras un asentimiento del dios, un suspiro escapó de sus labios —Debo estar soñando.

Una risita lo trajo de vuelta a Kyungsoo, que se había acercado a su rostro una vez más. Tenía nervios de acero, pero no podía evitar sentirse descubierto bajo la mirada del más bajo. —Eres mío, Kim Jongin.

No supo de donde sacó el valor para responder —Entonces tú eres mío.

Una sonrisa perlada fue su respuesta —¿Sabes lo que hacen los dioses al engendrar a sus hijos?

—Los mandan a la Tierra —cuando una uva fue colocada sobre sus labios, cortesía del dios, los abrió, recibiendo la dulce fruta.

—Y estos no saben absolutamente nada sobre quienes son —al ver el asentimiento del más alto, continuó —Pero hay una alta probabilidad de que estos dioses tengan una pareja destinada esperando por ellos.

Entendiendo lo que el dios trató de decirle, Jongin buscó algún rastro de broma en sus brillantes ojos.

—¿Eres mi pareja?

Un beso cayó en la piel morena, justo encima de su corazón —¿No lo sientes?

El del piel nivea tenía razón, jamás había tenido una reacción que lo hiciera dejarse llevar por su libido, pero a la vez lo justificó con el hecho de que no se trataba de algo que fuera muy común. Había oído la historia de dioses que habían descendido debido al interés que tenían sobre humanos, el capricho de un dios que al no esperar una negativa, jugaban con la ignorancia de los mortales, y así en algunos casos, nacían semidioses debido a esas fugaces uniones. Pero si lo que el dios del amor era cierto...

—¿No utilizaste algo en mí?

—Realmente no lo necesito. —Kyungsoo sonrió una vez más, enternecido por las preguntas del otro —Creo que con mi fragancia fue suficiente.

Cuando la mano del guerrero paró suavemente en su mejilla, cerró los ojos. —En serio eres hermoso.

Kyungsoo podía jurar que su corazón latía fuertemente contra el pecho moreno.

Había escuchado cientos de veces esa frase salir de incontables amantes, pero escucharla de su pareja destinada, del alfa que tanto había esperado en ese tiempo desde que fue atraído por el aroma a tierra mojada, tan fría, pero tan atrayente a la vez, había añorado por ese día. En ser admirado por la única persona por la que había aguardado desde que se volvió un dios.

Había sido testigo de las veces en las que gracias a él, otros dioses terminaban consumando su amor bajo la luz de la luna, había visto miradas amorosas, caricias cómplices, la manera en que luego de un primer encuentro honesto, con corazones sinceros, los omegas del Olimpo llevaban orgullosamente gargantillas de oro que mostraban las marcas que los alfas dejaban como muestra de su unión.

Era todo lo que había deseado, y lo que había soñado desde que supo que Kim Jongin era su alfa.

—¿Puedes tomarme una vez más? —cuando Kyungsoo abrió los ojos, sus mejillas se encendieron cuando se encontró con la mirada del alfa, era diferente a la que lo había hecho dudar por un segundo, cuando creyó que el alfa no lo reconocería. 

Su respuesta se dio cuando fue envuelto por los grandes brazos bronceados, siendo bienvenido por los gruesos labios que se encargaron de darle aquello que había esperado durante tanto tiempo.

Amor.

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Si bien, Jongin era consciente de su posición como dios, pasaba la mayor parte del tiempo entre mortales, quienes desarrollaban constantemente conflictos debido a castigos de otros dioses, o por los tesoros que se iban descubriendo en misteriosos terrenos del mundo.

El hombre se volvía codicioso y ambicioso.

Pero para Kyungsoo, ver luchar a su hombre armado, con su piel siendo tocada por el radiante sol, lograba que el Olimpo se volviera un lugar ambientado de suspiros enamorados.

Esperar por él resultaba ser lo de menos, mientras más cansado se viera el guerrero al llegar a su lado, él se vería mas dispuesto a cuidar de la vulnerabilidad de su alfa. Disfrutaba de tallar su espalda cuando Jongin se encontraba demasiado cansado en la bañera, y amaba la manera en que el alfa lo tomaba perezosamente, expresándole cuanto lo había extrañado.

—Debes estar realmente feliz.

Kyungsoo asintió cuando la voz de Junmyeon llegó a su lado. Giró la rosa que había sido depositada al lado de su cama al despertar y la acercó a sus narices, olfateando el aroma de la misma.

—El amor resulta ser diferente cuando se experimenta a primera mano.

El contrario sonrió —Y por supuesto tu gargantilla debía ser diferente a las demás.

El dios del amor soltó una pequeña risa, llevando sus dedos al collarín oro rosa que adornaba hermosamente, la mordedura que había dejado su alfa noches atrás.

—Es difícil encontrar gargantillas de ese material. —agregó el contrario, cuando vio a Kyungsoo bastante perdido en sus pensamientos.

—Mandé a confeccionar esta gargantilla desde que supe que Jongin era mi alfa.

—Eso es...

—¿Bastante romántico para el dios del amor? —Junmyeon negó.

—Bastante romántico para el omega del dios de la guerra. 

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