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6. Ofrenda

Temática: Tribus
Relación: Alfa x Omega

Los antiguos escritos hablaban sobre la existencia de una pareja destinada para cada ser vivo que habitara la Tierra. Alfas y omegas estaban destinados a encontrarse y a reconocerse como compañeros eternos. Los escritos también narraban que una vez que el alfa encontrara a su omega, debían cortejarlo hasta que este se viera dispuesto a aceptar.

En la actualidad, los humanos habían desistido de esperar a su destinado, y se resignaban a enamorarse de la persona que los hiciera más felices. Si bien algunos matrimonios eran exitosos, tenían hijos y vivían en armonía, los casos de fracaso cada día iban en aumento, y debido a ello, la tasa de natalidad estaba disminuyendo en Corea. Sin embargo, existía una parte de la población que se mantenía fiel a las costumbres de sus antepasados, y en cada primera luna nueva del año realizaban un encuentro entre las diferentes tribus que soberaneaban las montañas del sur con la finalidad de encontrar a su destinado entre ellas, y unirse como una sola alma.

En uno de estos encuentros, JongIn, un alfa de la tribu Ruakh, y KyungSoo, un omega perteneciente a los Yareakh, se conocieron y sus almas entonaron una sola melodía.

—Mi luna —dijo el alfa, tomando ambas manos del omega para dejar un cálido beso en ellas—. Te protegeré con la fuerza de siete mares, cuidaré de ti como a una delicada flor y te amaré con la misma intensidad del sol. Porque para ti fui creado y tuya es mi voluntad, mi fe y mi alma, por siempre y para siempre.

El juramento del alfa selló la promesa de entrega eterna. Una vez que los alfas encontraban a su omega, su devoción era permanente, fuese cual fuese la respuesta del omega al final del cortejo.

Ante los ojos de KyungSoo, un alfa como JongIn se veía como una muy buena propuesta de la madre luna. Cabello azabache largo, piel morena recubriendo sus músculos fuertes; KyungSoo podía satisfacer su vista con ellos, debido a la piel expuesta de su pecho y piernas, ya que solo usaba unas prendas de cuero que cubrían un poco más abajo de su cintura. A pesar de su contextura delgada, lucía fuerte, saludable, lleno de vigor y sumamente apuesto, por lo que aceptarlo sería la respuesta más razonable; sin embargo, ciertas diferencias de carácter lo hacían dudar.

Se sabía que a los Ruakh los caracterizaba su espíritu valiente y osadía, mientras que a los Yareakh su comportamiento calmado y afable, siempre dispuestos a servir a los demás. Una unión como esta era la primera que se daba en todos los años que la Tierra llevaba girando. Por eso, fue un suceso que nadie perdió de vista. 

Cuando JongIn y KyungSoo se encontraron, hasta el viento que azotaba con fuerza las hojas de los árboles guardó silencio.









⛰️

La primera mañana después de conocerse, el joven alfa tocó la puerta del omega y, muy sonriente, le mostró el gran pescado que había recogido del mar esa mañana. Era gigante, el más grande que KyungSoo había visto alguna vez. Quedó impresionado, pero la expresión en su rostro era de susto, como si estuviera rechazando lo que estaba viendo. Un pequeño detalle del tranquilo omega que no estaba acostumbrado a tener sorpresas en su vida, y que no pasó desapercibido por el alfa, quien lamentablemente malinterpretó su reacción.

—¿No te gusta el pescado? —preguntó decepcionado.

—Oh, no, yo-

Pero JongIn, que ya se había resignado a una respuesta negativa, pensó rápidamente en otra opción y cambió de actitud.

—No tienes que preocuparte, luna mía, mañana te traeré la mejor merienda que hayas probado.

Le dio un beso en la frente y, no esperando una respuesta del omega, se fue con el pescado gigante colgando de su mano. KyungSoo se quedó de pie bajo el marco de la puerta.

—En realidad... Me encanta el pescado —afirmó en vano.

Lo mismo sucedió a la mañana siguiente, cuando JongIn tocó muy temprano su puerta para enseñarle el gran animal que había cazado. A KyungSoo casi le da un infarto al ver a un animal muerto sobre el lomo del alfa, así que otra vez este último lo interpretó como una negativa de su parte y se marchó con la promesa de encontrar algo mucho mejor para su omega.

Dichos eventos se repitieron una y otra vez durante quince días, sin obtener buenos resultados.

El problema radicaba en que los dos eran en extremo diferentes. Por un lado, KyungSoo no estaba acostumbrado a ese tipo de obsequios ni atenciones, porque en su tribu lo único que hacían era arar la tierra y sembrar para luego cosechar. No cazaban, no caminaban por el bosque descalzos y no se paseaban por las tierras con el torso desnudo; de hecho, usaban túnicas blancas y holgadas, y rapaban sus cabellos, dejando tan solo un mechón que ataban en una trenza larga. Por otro lado, los alfas Yareakh plantaban rosas en los jardines de sus omegas y las hacían florecer poco a poco, mientras les llevaban incienso, fragancias y otro tipo de accesorios vistosos. Todo esto lo hacían al tiempo que buscaban un buen lugar para que los dos vivieran juntos. Se suponía que para cuando la rosa terminara de florecer, el omega debía dar una respuesta, y si esta  era afirmativa, entonces se mudaban al lugar que el alfa había encontrado para los dos.

KyungSoo estaba acostumbrado a ese tipo de ambiente tranquilo, en donde lo único emocionante era ver cómo dos fresas nacían juntas, cual siamesas. Pero JongIn representaba todo lo contrario, pues se había criado en un ambiente distinto. Los omegas Ruakh solían escoger a los alfas más fuertes, a los que fuesen capaces de proveer los mejores alimentos para su familia, los que tuvieran más valentía. Mostrar finura o delicadeza solo te hacía débil e inútil, por lo que siempre se esforzaban en traer la mejor presa para su compañero, y que de esta manera viera el buen partido que era.

Era por ese tipo de diferencias que ahora se encontraban en un escenario lleno de malos entendidos y una nula comunicación.

—Creo que va a rechazarme —dijo JongIn en un arrebato de sinceridad ante su padre.

El alfa mayor, al oír esto, dejó a un lado lo que estaba haciendo para prestarle toda su atención.

—¿Por qué lo dices? —preguntó preocupado al ver a su hijo tan triste.

—El cortejo está siendo un fracaso. Nada de lo que le llevo le gusta. ¡Mis ofrendas lo espantan!

—¿Qué tipo de ofrendas le has llevado?

—Lo usual, padre —respondió con una ligera molestia. Según él, la pregunta era innecesaria, pues un alfa como su padre también había tenido que pasar por esto—. Le he llevado las mejores presas para que se alimente, construí con mis propias manos nuestra futura casa y lo traje para que me viera vencer a los alfas más fuerte de la manada. Todo eso lo hice para que se diera cuenta que conmigo jamás estará desprotegido. Soy un buen alfa.

Su padre sonrió por esa afirmación.

—Lo eres, estoy seguro —cedió razón—. Pero ese omega, uhm, ¿dijiste que era un Yareakh?

—Sí, padre, es un Yareakh.

—Ya veo.

JongIn no comprendió esa respuesta, por lo que esperó a que su padre terminara de acomodarse sobre una de las piedras lisas del bosque y le explicara.

—¿Hay algo que deba saber? —preguntó intrigado.

—Por supuesto, hijo. Eres joven y aún no aprendes a prestarle atención a los detalles, pero debo decirte que, ahora que has encontrado a tu compañero y estás muy cerca de formar una familia, tienes que aprender a hacerlo.

JongIn tomó asiento frente a su padre para escucharlo atentamente.

—Tu madre no fue una Ruakh siempre. Ella proviene de una tribu en donde creen firmemente que la danza es el canalizador principal que alimenta la vida. Así que, ¿qué crees que tuve que hacer para conquistarla?

—¿Bailar?

—Correcto —respondió con una sonrisa llena de nostalgia—. Aprendí todo tipo de danzas que se practicaban en su tierra. Cada una de ellas era especial y significaba mucho para sus habitantes. Danzaban para que lloviera, danzaban para que la tierra les diera alimento, danzaban cuando alguien se casaba o cuando alguien fallecía. Pero el más importante y precioso de todos era la danza del cortejo.

—Como las aves —añadió JongIn, viendo a su padre asentir con una sonrisa.

—Cuando ella me aceptó, tuvo que mudarse a este lugar y aceptar nuestras costumbres. Se acomodó bien, pero yo no quise que olvidara las suyas. Por eso...

—Nos enseñó a danzar en nuestras celebraciones.

Su padre se acercó y se puso de cuclillas ante él.

—Lo que trato de decirte, JongIn, es que nuestra posición como alfas nos pone en ventaja sobre otros, pero eso no quiere decir que tengamos que aprovecharnos de eso e ignorar a los omegas. Por eso, tu madre llegó a estas tierras desconocidas con un poco de lo que ella ya conocía. Y las integramos a nuestra familia.

—¿Todos hacen eso?

—Podría asegurarte que la mayoría lo hace —respondió seguro—. Solo mira a nuestro vecino Park. Eso de cantar todas las mañanas no viene de los Ruakh, te lo puedo asegurar.

Ambos rieron al recordar lo graciosos, pero tiernos, que se veían los Park al cantar todas las mañanas con sus pequeños hijos. Era cierto, si se ponía a pensar bien, todas las familias Ruakh tenían una característica que los hacía diferentes.

—Entonces, ¿qué debería hacer, padre?

—Mézclate con ellos, aprende lo que hacen y escucha con atención lo que tu omega tiene para decirte —le aconsejó—. Recibe la serenidad de nuestra madre luna a través de él y tú llénalo de vida con tu espíritu y vigor.

Mezclarse, aprender y escuchar, tres cosas que no estaba acostumbrado a hacer, pero que comenzaría a ponerlas en práctica porque en serio deseaba que ese omega fuera suyo, no solo porque la madre luna así lo había decidido, sino porque quería verlo sonreír todos los días.

Y aunque todavía no la veía, apostaba a que no había sonrisa más bonita que la suya.









⛰️

Una mañana tranquila como las que solía haber en la tribu Yareahk, KyungSoo salió a cosechar los melocotones que algunas semanas atrás había sembrado en los huertos de su abuela. Iba con su cesta de paja sin ninguna expectativa y se llevó una gran sorpresa al ver la amplia espalda del alfa, quien se encontraba arrodillado en la tierra húmeda. KyungSoo se dio cuenta que estaba tapando algo con el montón de tierra que había sacado a un lado.

El omega carraspeó y el alfa se giró a verlo.

—Buenos días —dijo JongIn poniéndose de pie.

KyungSoo hizo una reverencia con la cabeza.

—¿Qué te trae por aquí tan temprano, alfa?

JongIn pasó su mano por su nuca. Jamás se había sentido tan nervioso e inseguro como ahora. No contaba con la presencia del omega tan pronto en el día, pero ya estaba aquí, así que se sentía descubierto. Tenía miedo de fallar en su último intento por cortejar a KyungSoo. Si lo que había planeado no daba buenos resultados, estaba seguro que preferiría que le arrancaran el corazón a vivir como un alma en pena sin su compañero.

—Vine a disculparme por haber sido muy egoísta contigo —confesó y el peso en su pecho disminuyó—. Te impuse las costumbres de mi tribu y no me detuve a escuchar las tuyas. No quiero ser ese tipo de alfa. Si me lo permites, me gustaría saber más de ti y de los tuyos.

Mientras JongIn abría su corazón, KyungSoo observaba con atención y escuchaba. El omega tenía una mirada que incluso intimidaba a un alfa como JongIn, quien aguardaba impaciente por una respuesta. Pero KyungSoo, en lugar de responder con palabras, solo extendió su mano hacia él y la invitó a tomarla.

Y así lo hizo.

—Acompáñame a recoger los melocotones que sembré en el huerto de mi abuela, por favor —dijo el omega.

El rostro de JongIn se iluminó gracias a la invitación. ¡No lo había rechazado!

—Sí, por supuesto —dijo animado y recibió con gusto la segunda cesta que KyungSoo cargaba—. Oh, pero antes de irnos, quería decirte que me tomé la libertad de plantar un árbol aquí.

JongIn señaló la tierra detrás de él, esa que había estado manipulando cuando el omega lo encontró. KyungSoo lo miró intrigado.

—¿Un árbol?

—Un Cercis siliquastrum, para ser exactos —agregó—. Pensé que una flor se vería bonita en tu huerto, pero un árbol lo adornaría mejor. Además, nos dará tiempo para hacer muchas cosas antes de que florezca.

Era una no-tan-pequeña (pero simple) ofrenda, llena de muchos significados que conmovieron al omega. Y dejándose llevar por esas nuevas emociones, tomó la mano de su alfa y entrelazó sus delicados dedos con los de él, para luego acercar sus frentes en un acto tan íntimo que agitó sus corazones.

—Mi alfa —dijo el omega—. Te seguiré hacia donde tu vayas, caminaré los senderos que tú traces y te abrazaré todas las noches con la misma calidez de la luna. Porque para ti fui creado y tuya es mi voluntad, mi fe y mi alma, por siempre y para siempre.

El juramento del omega selló la promesa de entrega eterna. Este era el verdadero comienzo de su cortejo, y estaban ansiosos por vivirlo durante el tiempo que tuviera que durar.

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Glosario

Ruakh: palabra hebrea cuya traducción en español es espíritu.

Yareakh: palabra hebrea cuya traducción en español es luna.

Cercis siliquastrum: es un árbol comúnmente conocido como el árbol del amor.

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