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21. Celo omega

Temática: Eclesiástico | Herejía
Relación: Beta x Omega

⚠️Se recomienda discreción, pues el relato contiene temas sensibles. No es mi intención ofender a alguien con el presente escrito. Asimismo, cabe resaltar que no tengo mucho conocimiento sobre la religión católica, así que probablemente encuentren errores de concepto y/o actuar por parte de los personajes.

Las primeras horas de los domingos, los dirigentes de la iglesia realizaban los preparativos correspondientes para recibir a los devotos creyentes que se congregaban en el día del señor.

Kim JongIn era un sacerdote que había sido trasladado recientemente a la iglesia de Boryeong, un pueblo pequeño y muy tradicional, en donde la mayoría de sus habitantes eran personas mayores, y todos se conocían entre ellos; por lo que, nada nunca podía quedar escondido.

"Pueblo chico, infierno grande", como bien decía el refrán.

Los habitantes, en su mayoría, eran alfas y omegas, así que entendía bien por qué necesitaban a un beta como él para dirigir la iglesia, ya que solo los de su casta podían dedicarse a esa vocación, pues los otros pasaban por un periodo de celo que les complicaba no ceder ante las tentaciones carnales. 

Afortunadamente, todos habían resultado ser bastante amables, y los problemas sociales eran realmente escasos, así que, todo transcurría con normalidad.

—Padre, ya comenzaron a llegar —avisó una de las novicias.

JongIn verificó lo comentado por la novicia, al asomarse por la puerta secreta del escenario. Era su cuarta semana liderando la iglesia, de esta forma pudo confirmar que los miembros de esta eran verdaderamente muy puntuales y ordenados al ingresar. En su corazón sintió que era muy afortunado de haber sido asignado a un pueblo como ese.

—Aquí está su túnica —indicó uno de sus monaguillos, mientras este le sostenía la prenda para ayudar a colocársela.

—Muchas gracias, Mateo —lo llamó por su nombre de bautizo.

Al tiempo que la congregación tomaba asiento en las bancas de la iglesia, JongIn encendía los cirios cerca del altar como en cada misa lo hacía. Por otro lado, el monaguillo colocaba un velo sobre el cáliz, mientras las ostias fueron traídas por la novicia.

—¡Padre Kim, padre Kim!

La vocecilla chillona de un niño llamó su nombre con tal emoción que le fue imposible no reconocerla, aún estando de espaldas.

La novicia lo detuvo antes de que se lastimara. Algunos de los presentes voltearon a verlos por el pequeño disturbio, entonces, la mujer se disculpó con ellos mediante una reverencia.

—Está bien, Anna —le dijo a la muchacha—. Buenos días, SeungSoo —saludó el padre con una cálida sonrisa en su rostro—. ¿Emocionado por escuchar el tema de hoy?

—¡Sí! —exclamó con los brazos alzados.

El niño tenía siete años y era el alumno más enérgico que había conocido en todo su tiempo preparando a pequeños para su primera comunión.

—¿En dónde está tu mamá?

—¡SeungSoo! —llamó alguien desde el  pasillo que dividía las bancas de la iglesia.

JongIn miró hacia enfrente, divisando a la persona que venía caminando a pasos apresurados hacia ellos. Un jovencito de estatura más baja que la suya y con mejillas sonrojadas, las cuales se iban notando más a medida que avanzaba. Era un omega, al cual no había visto antes en las cuatro semanas que llevaba en el pueblo.

—Vine con él, ¡mi hermano mayor! —señaló el niño.

Ni bien el muchacho llegó hasta ellos, tomó la mano de su pequeño hermano y lo atrajo hacia su lado.

—Dios santo, ¡SeungSoo! Te he dicho que no corras lejos de mí —le reprendió—. Pudiste haberte caído.

—¡Hermano, hermano, él es el padre Kim! —dijo el niño, demasiado ocupado como notar la reprimenda verbal del mayor.

El chico elevó su mirada hacia el padre, quien aguardaba paciente frente a ellos, sin quitar esa sonrisa amable que lo caracterizaba.

—Oh, disculpe a mi hermano, padre —dijo avergonzado—, es un niño muy hiperactivo.

—Está bien, lo conozco —aseguró ampliando su sonrisa hasta mostrar su blanca dentadura—. Es un niño muy activo, pero es mi alumno más dedicado.

—¡Sí! El padre Kim dice que pronto estaré listo para hacer mi primera comunión. ¿Verdad, padre?

JongIn acarició su cabeza entre risas.

—Así es, pequeño.

—Le agradezco su dedicación. Debido a usted, mi hermano está por dar un paso importante en su vida —dijo con una mano en el pecho—. Mi nombre es KyungSoo y me gustaría inscribirme también para recibir la preparación de la primera comunión.

El padre lo miró curioso.

—Pero dijiste que no estabas listo aún —dijo el pequeño.

—Sí, eso dije, pero creo que he sido contagiado por tu entusiasmo. Y si alguien ha causado eso en mi hermanito, entonces no creo que haya nadie mejor para que me prepare —afirmó con la mirada fija en el sacerdote—. No hay problema con mi edad, ¿cierto?

—Uhm, bueno, no. Hay personas que realizan estas ceremonias algo tarde, pero no hay ningún problema en eso.

—Es bueno saberlo.

La mirada de KyungSoo sobre el sacerdote no se apartó en ningún momento, lo que provocó un efecto imán en este, quien tampoco pudo apartar sus ojos de aquellos orbes negros y brillantes.

—Padre, estamos listos para comenzar —anunció el monaguillo y solo así rompió el trance en el que había entrado por breves momentos.

—Sí, de acuerdo.

—Lo estaremos escuchando —dijo KyungSoo, despidiéndose de él para ir a tomar asiento en una de las bancas junto a su hermano.

Habiendo terminado los preparativos, JongIn volvió al púlpito y comenzó con la misa. Las personas atendían muy interesados el tema del día y de rato en rato soltaban uno que otro amén que alimentaba el ambiente. La misa duró casi una hora y, luego de rezar el padre nuestro, invitó a la congregación a pasar al frente para recibir la hostia y su bendición.

La fila fue disminuyendo y la gente comenzó a retirarse de la iglesia. De últimos quedaron el pequeño SeungSoo y su hermano mayor.

KyungSoo abrió la boca y esperó por la diminuta galleta. A JongIn no le debería haber intimidado esa acción, pues estaba acostumbrado a entregar el alimento a miles de personas; pero algo en la intrigante mirada del omega lo sacudió por dentro.

KyungSoo recibió el alimento y cerró la boca apenas el dedo de JongIn se alejó, logrando aprisionar la punta de este durante un segundo en sus labios.

Durante ese momento en el que la punta de su dedo chocó con la lengua de KyungSoo, JongIn sintió algo parecido a la electricidad a través de sus nervios. Se quedó quieto y en silencio en su sitio.

—¿Padre? ¿No me dará su bendición? —preguntó KyungSoo, confundido.

JongIn reaccionó tan pronto como escuchó la pregunta.

—Sí... Lo siento —dijo avergonzado y carraspeó para luego levantar su mano hacia la cabeza del otro—. En nombre del padre, del hijo y del
Espíritu Santo... Amén.

Amén.

KyungSoo sonrió ancho y satisfecho.

—Nos vemos luego, padre Kim —dijo, mientras alargaba la mirada sobre él por un tiempo más.

—¡Adiós, padre Kim! —Se despidió el niño, rompiendo la extraña atmósfera que se había formado entre ellos.

JongIn casi se vio obligado a sacudir la cabeza para volver en sí.

—S-Sí, pequeño. Los veré pronto.






✝️

Durante una semana, JongIn fue libre de la presencia del omega, quien se había quedado tatuado en su memoria por el aura misteriosa que lo rodeaba. Pero no pudo alargar más su encuentro, cuando este lo encontró en la iglesia, un jueves por la mañana.

—Buenos días, padre Kim.

El sacerdote detuvo la escoba con la que estaba barriendo las primeras filas de las bancas, y se giró de inmediato hacia el omega.

—Buenos días —saludó amablemente.

—He venido para recibir las sesiones previas a la primera comunión.

—Oh, sí, es cierto, te animaste a hacerlo. —Lo vio asentir—. Pero las charlas se dan los martes y miércoles. Me temo que debes esperar a la próxima sesión.

—Por favor, padre. Estoy un poco avergonzado por hacer esto a mi edad —admitió con un puchero en los labios—. Los demás niños se reirán.

JongIn negó con la cabeza.

—No tienes por qué sentir vergüenza. Hay muchas personas que toman esta decisión a una edad mayor que la tuya.

—Lo sé, pero aquí todos lo han hecho cuando les tocó, así que si me ven, voy a ser la burla y el marginado de todo el pueblo —insistió—. Usted sabe lo pequeño que es este lugar. Al cabo de unos días todos se enterarán.

—Entonces, ¿piensas que si recibes las charlas de forma personal, nadie lo descubrirá?

KyungSoo se encogió de hombros.

—Puedo decir que le estoy ayudando en la iglesia.

—No estoy a favor de las mentiras —dijo JongIn enarcando una ceja y con una sonrisa divertida en el rostro.

—No tiene por qué ser una mentira. En serio le ayudaré a barrer y a limpiar las bancas de la iglesia —continuó—. Pero por favor, llevemos el procedimiento en silencio. ¡Puede ser nuestro secreto! Usted, más que nadie, sabe cómo guardarlos.

JongIn suspiró profundamente. KyungSoo estaba siendo demasiado insistente y había ofrecido algo a cambio de hacerle ese favor. No podía negarse, no cuando alguien se mostraba tan entusiasta con respecto a escuchar la palabra de Dios y seguir su llamado.

—Está bien, puedes venir todos los jueves muy temprano para ayudarme con los quehaceres y luego procederemos con las sesiones.

—¡Sí! —dijo KyungSoo muy emocionado—. ¿Podemos comenzar hoy? Estoy listo para confesarme.

Ese sería su primer día juntos como sacerdote y discípulo.

Las sensaciones raras que JongIn había sentido la primera vez que se vieron, poco a poco se fueron yendo. Cuanto más interactuaban, más se convencía del buen joven que KyungSoo era. Un hijo muy dedicado a su enferma madre y un hermano mayor muy cariñoso. También descubrió una parte muy colaboradora del omega, algo que incluso hasta a su delicada madre sorprendió, pues según ella, KyungSoo no era de los que les encantaba ayudar en actividades a favor de los más necesitados. Pero de alguna manera, ambos terminaron llevando a cabo unos cuantos proyectos para remodelar el pueblo. Repararon casas, dieron comida a los obreros y llevaron regalos por Navidad a los huérfanos que vivían junto a la iglesia.

No habían pasado más de dos meses desde que se conocieron y prácticamente ya todo el mundo se había encariñado con el padre Kim. Debía admitir que estaba totalmente agradecido con KyungSoo por ello, pues había escuchado de sus colegas lo difícil que era ganarse a la congregación.

—Cuando la señora Lee dijo que pondría un vino sagrado para la reunión de Nochebuena, todos esperaron con ansias por aquella botella —relataba KyungSoo, sentado en las gradas del escenario, mientras JongIn lo escuchaba atentamente—. Entonces, el señor Kang tomó el sacacorchos y abrió el frasco, pero cuando vertió un poco del contenido, ¡lo único que salió fue agua!

—¿Agua?

—¡Sí! —respondió entre risas—. Ahí fue cuando la señora Lee dijo que ninguno de nosotros era un real hijo de Dios, pues de lo contrario Jesús habría tocado esa botella y la hubiera convertido en vino.

—¿Qué? —JongIn estalló en risas luego de escuchar aquella anécdota.

—Ay... —suspiró—. La señora Lee siempre fue rara.

—Ahora entiendo por qué me lanzó un pan la primera vez que finalicé una misa. Estuvo esperando a que lo recogiera y así lo hice, pero luego me dijo que no era un verdadero hijo de Dios.

—Seguro esperaba a que usted le multiplicara los panes.

—Cielo santo, esa señora...

—Lo sé —dijo y volvió a reír.

Para JongIn fue inevitable apartar la vista de los carnosos labios de KyungSoo. Se veían tan húmedos, rosados y suaves, que por un momento le dio curiosidad y quiso tocarlos. Estaba tan atento a ellos que sus pensamientos lo alejaron de realidad por breves segundos, hasta que la voz del omega lo trajo de regreso.

—Uso bálsamo de cacao para mantener mis labios hidratados.

—¿Eh?

KyungSoo soltó una risilla tímida.

—Que uso bálsamo de cacao para hidratar mis labios. Tenías curiosidad por saber cómo los tengo así, ¿no?

JongIn no tenía idea de cómo KyungSoo había llegado a esa conclusión, pero agradeció que fuese así para no tener que dar una incómoda explicación.

—Ah... Sí, me da gusto que cuides de tu piel —dijo—. Los míos están tan resecos, que no creo que tenga solución.

Ni bien terminó de hablar, un par de dedos chocaron contra sus labios y comenzaron a acariciarlo. JongIn abrió los ojos en sorpresa por la repentina acción del otro.

—No está del todo perdido —dijo KyungSoo, ignorando la peculiar situación en la que los había metido—. Déjeme aplicarle un poco del mío.

El omega tomó la pequeña lata y untó en su dedo un poco del producto para luego pasarlo por los labios del sacerdote. La sensación de tener los blanquecinos dedos del omega sobre sus labios, se sintió como un hormigueo. No estaba seguro de lo que estaba pasando, pero no apartó a KyungSoo en ningún momento hasta que este lo hizo por voluntad propia cuando terminó su trabajo.

—¡Listo! Ahora tendrán más vida —aseguró muy feliz.

La respiración del sacerdote era irregular, y no podía entenderlo, KyungSoo solo estaba mostrando amabilidad con él como lo hacía con las demás personas.

¿Qué era exactamente lo diferente en todo esto? ¿Por qué seguía sobrepensando algunas cosas?

No terminaba de entenderlo, y lo único que podía hacer era mantener la compostura y fingir que nada se sentía extraño a su alrededor.

—Te lo agradezco, KyungSoo. —Se limitó a decir, viéndolo sonreír aun más brillante que las anteriores veces.

—Cuando quiera, padre.







✝️


Aquel sábado por la noche, la furia se desató en el cielo, siendo acompañada por una tormenta eléctrica que obligó a todo el mundo a quedarse en sus casas. JongIn despidió muy temprano a la novicia y a su monaguillo, pues ya no había nada que hacer en la iglesia.

Cuando estuvo a punto de abandonarla, el crujir de la puerta resonó por toda la iglesia, obligándolo a retroceder sobre sus pasos para verificar de quién se trataba. El sacerdote entrecerró los ojos para divisar la figura que se dibujaba en medio del pasillo, pues la distancia y la oscuridad se lo dificultaban.

Un débil jadeo se oyó a lo lejos.

JongIn caminó lentamente hacia la persona que había interrumpido su salida, y cuanto más se acercaba, más se revelaba de aquella persona.

Hasta que lo reconoció.

—¡KyungSoo! —corrió hacia él para sostenerlo de los hombros.

—Padre... —habló con dificultad y con una voz más ronca de lo normal—... por favor... ayúdeme.

—¿Qué te ha pasado?

JongIn escaneó su cuerpo en busca de alguna herida, pero no parecía estar lesionado. Sin embargo, el rostro del omega estaba rojo, tanto que se obligó a tocarlo para comprobar su temperatura.

—Tienes fiebre —dijo en un tono de preocupación y enojo a la vez—. ¿Por qué has salido en medio de una tormenta? Empeorarás. Quédate aquí, traeré una toalla.

Pero KyungSoo lo tomó fuerte del brazo para detenerlo y meneó la cabeza como pudo.

—No... Eso no... No hará que mejore... —habló entre balbuceos.

La cara de KyungSoo cada vez se hacía más roja y el sudor comenzaba a cubrir su frente.

—No podremos llegar al centro médico en estas condiciones. Debo hacer que tu fiebre baje. —Pero vio a KyungSoo volver a sacudir la cabeza—. Entonces, ¿qué debo...?

La pregunta quedó suspendida en el aire, cuando la respuesta lo golpeó. Lo había olvidado por completo, KyungSoo era un omega... Un omega adulto. Eso quería decir que...

—Estás en celo —resolvió casi petrificado—. ¿Cómo se te ocurrió salir en ese estado? Debo llevarte a casa para que tomes tus supresores.

—¡No! —chilló el omega—. Si un alfa me ve, me tomará y me marcará. No quiero eso. No quiero enlazarme a alguien que no amo.

JongIn comprendía eso, lo entendía perfectamente, pero ¿qué más se suponía que debía hacer? En la iglesia no tenían medicina que podría ayudarle.

—¿Y qué sugieres? —preguntó resignado.

La respiración de KyungSoo se hizo más agitada y pesada, parecía estar luchando para poner sus pensamientos en palabras coherentes.

—Padre, por favor... —Lo miró con una expresión que acentuaba su tono de súplica—. Se lo pido... Permítame estar en sus brazos esta noche.

JongIn se quedó pasmado ante tal propuesta.

—KyungSoo, ¿de qué estás hablando? ¿Ya has visto en dónde estamos? ¿Te das cuenta a quién le estás pidiendo eso?

El omega asintió con dificultad.

—Sé que seré castigado por mi petición, pero usted no, padre —susurró—. La biblia habla sobre ayudar a tu prójimo... Y yo... Yo moriré si usted no me ayuda... Sé que Dios entenderá su situación... Por favor, se lo pido... No podría dejar a su suerte a un desvalido...

Debido a la fragilidad de sus piernas, estas no pudieron contener su cuerpo por más tiempo y lo hicieron caer al piso. JongIn rápidamente se arrodilló junto a él y acunó su rostro entre sus manos. KyungSoo estaba siendo consumido por su celo y el calor solo iba en aumento, lo cual le provocaría un daño cerebral si no era controlado pronto.

JongIn no era un alfa, y no estaba seguro sobre cómo funcionaba el cuerpo de los omegas, mucho menos de uno masculino. Nunca antes había estado con un hombre; cuando era joven había tenido un par de novias, algo común para un beta masculino. No había tenido tiempo para conocer el placer que otras castas podían darle, pues su devoción a Cristo se había desarrollado cuando finalizaba su adolescencia. Así que, no tenía ni la más mínima idea sobre cómo proceder en este caso, aunque fuese como fuese, esa elección estaba mal. Su cuerpo ya no era suyo, le pertenecía a Dios. Era un hombre entregado fielmente a Cristo.

—Padre... —jadeó una vez más el omega, suplicando por un poco de atención, por un poco de piedad.

El corazón del sacerdote sintió una punzada de dolor atravesándolo. Entonces, JongIn tomó una respiración honda antes de voltear hacia atrás y mirar la estatua de Jesús colgado en la cruz.

Perdona nuestros pecados, así como nosotros perdonamos a todo el que nos ofende y... No nos dejes caer en...

—Padre... Por favor... —gimió KyungSoo entre sus manos.

... La tentación...

Pero ya era demasiado tarde, pues para cuando quiso retroceder, su cuerpo lo traicionó, llevándolo hacia adelante para unir sus labios con los tersos belfos del omega. No había sido consciente de cuánto los había querido probar. Se sentían tan tibios, tan dulces y adictivos que ya no pudo detenerse una vez que inició.

El pecado tenía un sabor agridulce y se esparcía tan bien en cada rincón de su ser. De esa manera forjó su camino, uno caliente y embriagador, que lo llevaría directo al infierno.






✝️

Un nuevo domingo llegó, acompañado de un brillante sol y un cielo muy despejado, como si el día de ayer no se hubiese estado cayendo el cielo a pedazos.

La congregación comenzó a llegar muy puntual como era de costumbre, listos para escuchar un nuevo y muy interesante tema de los que el padre Kim solía tocar.

—Ya estamos listos, padre —avisó el monaguillo.

—Gracias. Puedes tomar asiento.

JongIn miró a los presentes, en busca de una persona en particular, a la cual no halló entre la multitud; tan solo encontró a su pequeño alumnito sentado junto a su madre, muy entusiasmado por escucharlo. Una especie de alivio se instaló en su pecho, pero no era lo suficientemente fuerte como para que la culpa se disipara.

Intentando no pensar demasiado en ello, inició la misa como cualquier otro domingo, sin ningún disturbio y con gran parte de la congregación participando en los breves espacios de interacción.

Para cuando dio finalizada la misa, despidió a todos después de entregarles la hostia y recibir su bendición. Nadie más quedó en la iglesia, por lo que se alistó para abandonar el lugar.

Fue entonces cuando los pasos apresurados de alguien se oyeron por el pasillo. JongIn miró por encima de su hombro antes de girarse totalmente hacia la persona detrás suyo.

Sus ojos por poco y se salieron de sus cuencas al darse cuenta del intruso que ahora estaba frente suyo.

—Buenos días, padre —saludó el dulce omega, esbozando una sonrisa que distaba mucho de ser inocente, la cual hizo que el sacerdote tragara saliva con fuerza—. He venido a confesarme.

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