Capítulo 19
Edric despierta de su última pesadilla tal vez. Se siente muy cansado, le duele la cabeza y todo su cuerpo. Son las consecuencia de los sedantes. Sin perder más tiempo toma las sábanas de su cama para anudarlas, también usa un poco de su ropa para lograr hacerlas más largas. Las luces de su habitación estallan en ese momento, anunciando su pronta llegada.
Él sale de allí con prisa, llevando las sábanas envueltas por sus brazos. Detrás de sí las luces estallan de todas las habitaciones y las del pasillo, incluso las luces de emergencia sufren daños. Sabe que está allí, le está pisando los talones.
—¿No quieres jugar como lo hacíamos cuando eras niño? A las escondidas, aunque siempre pude encontrarte.
Edric no responde en lo absoluto, continúa corriendo hacia el teatro de la institución, allí algunos internos actúan y fingen estar cuerdos. En su caso, solo había visitado el lugar una vez.
—¡Edric, fuiste un niño muy malo!
—Hijo de perra —lo maldice entre dientes mientras lanza un extremo de la sabana hacia la viga que está en el escenario. Se asegura de atarla bien y sonríe—. No me llevarás, ¡antes muerto, ¿oíste?!
La entidad escucha sus palabras y llega al teatro en segundos para encontrarse con su viejo amigo. Este le enseña su dedo corazón en alto con sus últimas fuerzas, luego deja caer sus brazos a los lados del cuerpo mientras las ataduras de su cuello le hacen perder la consciencia.
Un grito desgarrador despierta a todos los residentes de la institución, así como alerta a los guardias. Estos últimos corren hacia donde oyeron el grito para encontrar a uno de los internos sin vida en medio del escenario, más no hallan a quién emitió ese alarido lastimero, tan potente que todo los que se encontraban en el complejo lo pudo oír.
Muy lejos de allí, Noa y Adán enfrentan algo que está más allá de su imaginación. Además la habitación del pelirrojo se siente demasiado pequeña ahora. Sin escapatoria. Kaneís voltea lentamente, luciendo exactamente igual al reflejo del espejo, sin embargo este continúa en su lugar. Sonriendo hacia los adolescentes. Entonces mueve sus labios, hablado para ambos.
—Nadie me causó tantos problemas como ustedes, niños.
—Lo sabía, este es tu verdadero yo —responde Noa dando un paso hacia adelante. Entonces Adán vuelve a colocarse frente a ella al igual que Kápios, este último observa al Kaneís con el ceño fruncido.
—Ni un paso más —dice, obligándolo a detenerse. Entonces los ojos oscuros se clavaron en él.
—Ah, tú definitivamente no deberías existir.
—¿Qué eres? Responde.
—Tengo muchos nombres, papá, mamá, amigo o amor. Todos colocados por los portadores del sello —contesta, sorprendido a los demás ya que creyeron que no diría nada acerca de él—. Realmente me divertí con la mujer que quería un esposo.
—Me das asco —gruñe Kápios, mientras más tiempo pasa hablando con Kaneís, más aprende de él y lo que hizo. Realmente fueron atrocidades inhumanas que no había visto en sus encuentros anteriores. Cada lugar de las pesadillas es uno real en donde los portadores del sello perdieron la vida a manos de ese monstruo. Fueron empujados hacia el borde de la locura y la desesperación, los alejaba de las demás personas, aislandolos de cualquier contacto humano hasta devorar su luz.
—¿Yo? Por si no te has dado cuenta somos iguales, compartimos carne y sangre. —Suelta una risa al ver lo ingenuo que puede ser Kápios, luego ladea la cabeza y le sonríe a la muchacha—. Realmente estoy hambriento y quisiera hacer esto por la buenas. Ven Noa.
—Ella no irá a ninguna parte —contesta Adán. Sin embargo la ve dar unos pasos hacia Kaneís, su vista está fija en la de él y nada más parece tener importancia en ese momento.
—Eso es.
—¡No! —Adán la abraza por el torso para alejarla y terminan en la esquina de la habitación. Noa se resiste un poco y extiende los brazos hacia el espectro de cabello negro. El cual ríe al ver los inútiles intentos del pelirrojo, sin embargo Kápios se encarga de borrarle esa sonrisa con un fuerte golpe de puño.
Noa regresa en sí y mira a Adán confundida. Luego corresponde el abrazo, escondiendo su rostro en el pecho de este.
—A ver, sigue riéndote de nosotros —dice con los dientes apretados—. Agr... —suelta cuando comienza a sentir una fuerte presión en el cuello. Kaneís lo levanta a unos centímetros del suelo y entierra sus uñas en la pálida piel del contrario. Limpia la sangre oscura que mancha su mentón mientras observa los ojos verdes de Kápios.
—No estoy de buen humor, quiero a Noa ahora —murmura para luego arrojarlo a un lado, pero conserva un trozo de carne oscura en su mano. Él se acerca con suma tranquilidad luego de dejar a Kápios sin garganta en el suelo y le sonríe a Adán—. Piensa muy bien en lo que harás.
El joven no responde, en su lugar mantiene a Noa contra su pecho, dándole la espalda a Kaneís. Ella niega con la cabeza y aferra sus dedos en la ropa del pelirrojo.
—E-Espera, Adán —susurra desesperada. Entonces ve como Kaneís toma su ropa y lo lanza contra el armario, haciendo pedazos el mueble. Sus heridas se abren nuevamente y comienza a sangrar al mismo tiempo que algunas astillas incrustadas en su espalda son una tortura.
—No me culpes, todo se pudo haber evitado —le dice dándole una sonrisa, entonces extiende su mano hacia ella. Noa tiembla, se muerde la lengua y respira irregularmente. Su pecho le duele debido a los fuertes palpitares de su corazón—. Vamos.
Él, al ver que no se movería por su propia voluntad, toma su mano con cuidado y la guía hacia el espejo. El reflejo continúa allí, siendo un espectador de lo que sucede y regocijándose cuando ve a la muchacha mucho más cerca. Casi puede saborearla.
Ella detiene sus pasos, pero Kaneís comienza a jalar de su brazo. El reflejo golpea el cristal con sus manos, cosa que la hace notar la grieta que está en la parte baja. Esa misma línea se encuentra atravesando el cuerpo de Kaneís.
—Camina de una vez, no me gustaría arrancarte el brazo.
Noa traga saliva para luego moverse hacia el espejo, él sonríe y la suelta prometiendo que solo será un momento y que no dolerá. Ella asiente mientras divisa un gran trozo de madera a su alcance.
—¡No! —De repente Kápios salta sobre él y lo aleja de Noa. Esto le da el tiempo suficiente para recoger la madera y golpear el espejo. El reflejo comienza a gritar, buscando escapar de las grietas que parte el cristal. Cuatro, cinco, seis golpes y el espejo queda deshecho a sus pies, algunos fragmentos volaron, cortando su piel. Pero Kaneís es quien realmente termina lastimado. Su propio cuerpo se rompe al igual que el espejo mientras suelta alaridos ensordecedores. Él acaba inconsciente en el suelo y el negro de su cabello desaparece, dejando su blancura original.
—¡Adán! —Noa corre hacia el pelirrojo y lo ayuda a ponerse de pie—. Vamos a un hospital ya, ¡señor, señora Valencia!
Kápios se acerca lentamente, torturado por sus heridas y mira a Kaneís. Este aún continúa aquí, incluso se mueve, levanta su cuerpo lo suficiente para quedar sentado y suelta un quejido. Sus ojos dorados están cubiertos de lágrimas.
—Lo siento —son sus últimas palabras antes de hacerse pedazos como el cristal. Los restos desaparecen poco a poco hasta no dejar rastros. Luego de eso Kápios suelta un suspiro y se tira de espaldas al suelo, completamente agotado. Ignora por completo el movimiento que hay en la casa, los padres de Adán llaman a los paramédicos y a la policía luego de ver las condiciones de la habitación. Pero aún más por la de su hijo.
Ambos adolescentes debieron pensar en alguna historia creíble para decir, si mencionan a Kaneís o a Kápios sin duda pensarán que están desvariando. Entonces Adán le confiesa a sus padres, una vez que ya está en una habitación y fuera de peligro, el haber intentado suicidarse reiteradas ocasiones por creer que Noa se había arrepentido de estar con él. La muchacha también agregó que lo había invitado a su casa esa noche y que se dejaron llevar, culpando por completo a sus hormonas. Aunque no pudieron explicar porqué el armario del pelirrojo estaba destrozado.
La familia Raga solo se demoró unos minutos en llegar al saber que Noa estaba en el hospital. Su madre la abrazó con fuerza al verla en la sala de espera y con solo uno que otro rasguño.
—Todo está bien —dice mientras se deja abrazar por su familia. Unas cuantas lágrimas comienzan a caer por sus mejillas, producto de la excesiva felicidad y alivio que la envuelven en ese momento.
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