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Capítulo 6



Miro el reloj de mi teléfono por tercera vez en menos de cinco minutos, y la frustración y la impaciencia pinchan en mi estómago. Me siento irritada y malhumorada. Lo único que quiero hacer en este momento, es llegar a casa, tomar una ducha y dormir hasta mañana; sin embargo me encuentro aquí, en la mesa de un restaurante donde los platillos cuestan más que los zapatos que llevo puestos, esperando al abogado que va a encargarse de hacer que Leandro pague por todo lo que ha hecho.

La mesera que me ha sido asignada ha venido ya tres veces a preguntarme si estoy lista para ordenar, pero le he respondido que espero a alguien todas y cada una de esas veces. La última vez que se acercó, lucía molesta. No sé qué voy a hacer si el abogado me deja plantada y tengo que dejar el lugar sin haber pedido ni siquiera una bebida.

A decir verdad, ni siquiera traigo dinero suficiente para pedir una bebida. Aún faltan un par de días para que reciba mi pago quincenal, así que debo sobrevivir a base de comida chatarra y dulces para evitar desmayarme.


Mi día ha ido terrible. Tenía la esperanza de acabar con esto lo más pronto posible, pero es evidente que no podrá ser así.

No he podido dejar de pensar en lo ocurrido con Harry, ni en todo lo que me dijo. Me siento herida, humillada; y al mismo tiempo, duele.

Debería estar resuelta y dispuesta a dejar ir mi historia con Harry, pero no es así. Tengo que dejar de obsesionarme. Lo que tuve con él se terminó hace mucho tiempo. Fue demoledor, destructivo, insano...

Ha sido la cosa más maravillosa que ha podido pasarme y, al mismo tiempo, ha sido la tortura más grande de todas. Estar con Harry es como avanzar a tientas en un bosque oscuro: a veces, excitante, misterioso y maravilloso; otras, aterrador, peligroso e incierto. Es como jugar a la ruleta rusa y esperar a que, cuando dispares, la bala no te alcance y acabe contigo.

Al final, la bala me azotó de lleno. Al final, mi mundo se hizo añicos y no pude hacer nada para evitarlo.


Muerdo el interior de mi mejilla con aire distraído, mientras barro la extensión de terreno con la mirada. De pronto, mi vista se detiene en la puerta principal, pero lo único que soy capaz de ver, es a un hombre joven enfundado en un traje color negro. Habla con el hombre en la recepción y no puedo evitar mirarlo un poco más de lo debido.

Su vista viaja hacia la mesa donde me encuentro y, entonces, comienza a avanzar en dirección a la zona donde me encuentro. Mis ojos se posan en la ventana una vez más y un suspiro cansado brota de mis labios.

"Si ese abogado no llega en cinco minutos más, voy a marcharme. He esperado suficiente." Pienso y miro el reloj una vez más.


— ¿Maya Bassi? —La mención de mi nombre me saca de mi ensimismamiento de golpe y vuelco mi atención hacia el sonido ronco de la voz.

El chico del traje se ha detenido frente a la mesa, y me mira con una mezcla de vergüenza y diversión.

Mi boca se abre para decir algo, pero la cierro de nuevo y me aclaro la garganta antes de intentarlo de nuevo—: Soy yo.

El tipo extiende su mano en mi dirección y me regala una sonrisa cordial.

—Douglas Schneider —dice, y estrecha mis dedos entre los suyos—. Soy el abogado de la señorita Tamara Daniels, la mujer de su padre. Lamento la demora. El tráfico es infernal a esta hora de la tarde.

—No hay problema —digo, pero no puedo dejar de sentirme un tanto confundida.


Cuando recibí la llamada de su secretaria, imaginé que me reuniría con un hombre de edad avanzada, no con alguien a quien no le calculo más de treinta años. Ahora que se encuentra cerca, puedo notar que el color de su traje en realidad es azul marino y que lleva una camisa color azul claro y no blanca, como pensé al principio.

No es un hombre muy alto, sin embargo, luce imponente debido a la anchura de sus hombros; lleva el cabello recortado y la mandíbula perfectamente afeitada. No es un hombre que catalogaría como "guapo", pero tampoco es uno feo. Conozco a un par de chicas que se habrían vuelto locas por él en un instante; simplemente, no es el tipo de chico en el que suelo fijarme.

"Tampoco es como si quisieras fijarte en él..." Susurra la insidiosa voz en mi cabeza.


— ¿Ya ordenó algo, señorita Bassi? —El tono amable y jovial que utiliza, me saca de mis cavilaciones.

—No —digo, mientras que él inspecciona el menú que la mesera ha puesto sobre la mesa—. En realidad llevo prisa. Me encantaría salir de esto de una vez por todas.

Su rostro se alza y no me pasa desapercibida la forma en la que barre su vista en mí. No ha creído una mierda de lo que he dicho. Él sabe que no puedo permitirme el lujo de comer en un lugar como este, y quiero golpearlo. Quiero espetarle que, efectivamente, soy de ese tipo de personas que no es capaz de pagar una comida en un restaurante como este; sin embargo, me limito a sostenerle la mirada.

—Puede pedir lo que se le antoje —dice, y hace un gesto de cabeza hacia el menú que descansa frente a mí—. Va por mi cuenta.

La humillación quema en mi torrente sanguíneo y siento cómo el rubor sube por mi cuello hasta mis mejillas. El calor de la vergüenza es insoportable, pero me las arreglo para esbozar una sonrisa irritada. Mis puños, sin embargo, están apretados sobre mis rodillas; en un débil intento por mantener el coraje a raya.

"¿Quién demonios cree que es?"


—Soy perfectamente capaz de pagar mi propia comida —miento, con toda la naturalidad que puedo imprimir—. Llevo prisa. Ya se lo dije.

El hombre frente a mí entorna la mirada y casi puedo jurar que he visto un atisbo de sonrisa en las comisuras de sus labios, pero no me atrevo a apostar. De pronto, luce como un chico y ahora no puedo calcularle más de veinticinco. La expresión infantil en su rostro, me hace difícil discernir su edad real.

— Bien. Se hará como usted diga —dice, tras un largo momento. Es todo negocios ahora—. El motivo por el cual me he tomado el atrevimiento de contactarla, es porque me encantaría saber si está dispuesta a declarar en contra de su padre en el juicio que se llevará a cabo de su contra dentro de una semana.


Mi estómago se revuelve con la mera expectativa de imaginarme sentada frente a un tribunal y un juez, diciéndole a un puñado de desconocidos lo que Leandro me hacía antes de que Harry sacara de ese infierno.


Un puñado de recuerdos abrumadores me azota con brutalidad casi de inmediato. Mis palmas se sienten sudorosas y una extraña opresión se instala en mi pecho. Hace mucho tiempo que dejé de tener miedo de Leandro; sin embargo, aún me cuesta mucho trabajo hablar acerca de eso con personas que no conozco.

Me tomó casi seis meses atreverme a contarle al psiquiatra acerca de los abusos y los golpes. No sé si sería capaz de hablarlo en un tribunal. Aquella vez en la que los detectives fueron a mi casa estaba enojada y frustrada, es por eso hablé de ello con esa naturalidad.

No me da miedo acusar a Leandro de los horrores que me hizo; es, simplemente, que no creo que nadie sea capaz de comprenderlo. No puedes saber que es lo que se siente si no lo vives en carne propia...


La gente cree que entiende cuán terrible es que alguien te violente de ese modo, pero la verdad es que no tienen ni idea. A diario pasan casos en los noticieros de chicas que fueron golpeadas y abusadas sexualmente, y todo el mundo piensa: "¡Oh, Dios!, ¡qué horrible!", pero nadie comprende la magnitud del daño que algo así puede hacerte, en realidad.

No sólo te obligan a hacer algo en contra de tu voluntad. Te quitan el derecho a decidir con quién compartir algo tan íntimo; te arrebatan de tajo el amor propio, la autoestima, las esperanzas... Te sientes inservible, desvalorizada, sucia...

Nadie debería dejar pasar la gravedad de estos actos. Nadie debería ver como algo "normal" el ver ese tipo de notas en los periódicos. Ser violentada de esa forma, no es algo que debería ocurrir. No debería ser algo normal.


—Yo... —mi voz es un hilo. De pronto, me siento débil y vulnerable. Niego con la cabeza, dispuesta a decirle que no tengo el coraje suficiente de pararme en un estrado y declarar en contra de Leandro.

—Señorita Bassi, comprendo lo difícil que debe ser para usted pero, si declara, podría hacer que la condena de Leandro fuese más larga —me interrumpe él, antes de que sea capaz de formular mi negativa—. Es un hecho que va a pisar la cárcel. Lo único que estamos buscando en estos momentos, es demostrar que es un peligro para la sociedad y encerrarlo más tiempo.

Mis ojos se clavan en los suyos y sé que puede ver el pánico en mi mirada, ya que me regala una sonrisa tranquilizadora.

—Pasó hace tanto tiempo...

Él asiente y dice—: Aún así, podemos que hacer que pague por lo que le hizo, Maya. Nunca es tarde para que un hombre como él pague por todo el daño que causó.

Desvío la vista hacia la ventana que da hacia la calle y aprieto los puños con tanta fuerza, que mis uñas se entierran en la carne de mis palmas.


Abro mi boca para decir algo, pero la cierro de inmediato. Mis ojos se cierran con fuerza y tomo una inspiración profunda.

— ¿Puede garantizarme que de verdad irá a la cárcel, señor Schneider? —Mi voz suena temblorosa y aterrorizada, pero me obligo a mirarlo a los ojos.

—Tiene mi palabra, Maya —me regala una sonrisa, y no me pasa desapercibido el atisbo de arrogancia que veo en ella—. Voy a refundir a ese hombre en la cárcel.

Un suspiro entrecortado brota de mis labios, y poso mi vista en la mesa sólo porque no soy capaz de sostenerle la mirada al hombre frente a mí.


—Sé que esto no es fácil —El abogado habla con suavidad—, pero prometo que haré que valga la pena, ¿de acuerdo?

Apenas puedo asentir con la cabeza.

—Bien. Ahora, si me lo permite y está dispuesta, me encantaría saber qué es lo que ese hombre le hacía —dice; y yo, sin mirarlo a los ojos, comienzo a hablar.



~*~



El bonito automóvil del abogado aparca afuera del edificio donde vivo. No puedo evitar sentirme avergonzada hasta la médula. El hombre, después de haberme hecho revivir los acontecimientos más tortuosos de mi vida, se ofreció a traerme a casa.

Perdí la cuenta de cuántas veces me negué a aceptar que me trajese pero, de cualquier modo no me dejó poner un pie fuera del restaurante en el estado en el que estaba. No lloré. No derramé ni una sola lágrima a pesar de que quería hacerlo; sin embargo, estaba visiblemente alterada.

Aún no he podido dejar de temblar. Aún no puedo arrancar del todo la sombra de los recuerdos que he evocado esta tarde.


— ¿Se encuentra mejor? —La voz amable del abogado, llega a mis oídos, y me saca de mis cavilaciones.

Mi respuesta es un asentimiento duro y rápido.

—Sí —digo, en voz baja y ronca—. Gracias por traerme. No era necesario, pero lo agradezco.

—No iba a dejar que se marchara así de alterada, Maya —dice, y me obligo a mirarlo.

Una sonrisa suave se dibuja en sus labios y me obligo a corresponder su gesto.

—Es usted muy amable, señor Schneider —digo, porque en verdad lo creo—. De verdad, muchas gracias.

—Deje de hablarme por mi apellido —sonríe, con diversión—. El señor Schneider es mi padre. Llámeme Douglas.

El rubor calienta mi rostro y ni siquiera sé por qué. Debe ser el brillo acogedor de su mirada. Quizás es sólo el hecho de que hacía mucho tiempo que no pasaba el rato con un chico que no fuese Jeremiah.


Cuando bajo del auto, Douglas baja la ventanilla eléctrica de su auto y se inclina para mirarme.

—Gracias por tomarse el tiempo de atenderme, Maya —dice—. La mantendré al tanto de todo. Espero tener la fecha exacta del juicio a más tardar el miércoles de la próxima semana. Le llamaré cuando tenga todo concretado.

—Esperaré noticias, entonces —respondo y doy un paso hacia atrás.

Él se despide con un asentimiento y enciende el auto antes de echarse a andar por la calle vacía.

Yo me quedo ahí, en la banqueta, mientras observo cómo vira en una esquina y desaparece de mi vista. Sólo entonces, me atrevo a entrar al edificio.


Al entrar al apartamento, me encuentro de frente con Kim, quien luce como si no hubiese dormido en años. Las pronunciadas bolsas debajo de sus ojos sólo son acentuadas por la delgadez insana de su cuerpo, y su cabello enmarañado y ropa sucia, no hacen mucho por mejorar su aspecto.

Hayley consume su energía de formas que ni siquiera ella misma es capaz de comprender, y el trabajo en el Original's Joe es bastante agotador. No puedo ni imaginar cuán cansada debe sentirse en estos momentos.


Una sonrisa se dibuja en mis labios al ver cómo Hayley, quien apenas sostiene su cabeza y su pequeño cuerpo, se estira lejos de los brazos de su madre para mirarme.

Me acerco a mi amiga y tomo a la bebé entre mis brazos mientras susurro palabras dulces sólo para ella. Entonces, miro a Kim y le guiño un ojo antes de decir—: Ve a dormir un rato. Lo necesitas. Yo me encargo de Hayley y de la cena.

—No quiero abusar —dice, pero luce esperanzada.

—Ve —le sonrío—. De verdad lo necesitas. Luces como mierda.

Ella me muestra el dedo medio de su mano derecha y no puedo evitar reír.

—Tú tampoco luces como una jodida modelo, si me lo preguntas —masculla, a manera de broma, mientras se encamina hacia su habitación.

Yo niego con la cabeza y poso mi atención en la pequeña, quien ha comenzado a jugar con las hebras sueltas de mi cabello.


Mis zapatos abandonan mis pies mientras trato de apartar los mechones de sus manos, ya que ha comenzado a tirar de ellos.

De pronto, un golpeteo resuena en la puerta principal.

Me las arreglo para cambiar a Hayley de posición para así recargar su peso en mi cadera, y me encamino hacia la entrada para abrir la puerta.

La pequeña en mis brazos hace un ruido agudo mientras sonríe como si le hubiese contado el chiste más mono de la vida, y no puedo evitar reír mientras le abro a quien sea que ha llamado.

Echo un vistazo fugaz a la entrada, de forma distraída, y toda mi sangre se agolpa a mis pies en cuestión de segundos...

Mi atención vuelve al umbral a toda velocidad, y mi cuerpo entero se estremece en el instante en el que me topo de frente con la figura imponente de Harry Styles.


Su mirada penetrante se posa en mí y luego en Hayley, y una tormenta de emociones se apodera de su rostro. De pronto, luce como si hubiese sido golpeado con fuerza en el estómago.

Una parte de mí se permite fantasear un poco e imaginar, sólo por un segundo, lo que habría sido de nosotros si hubiésemos podido continuar. ¿Seguiríamos juntos?... No lo creo. Él apenas me toleraba. Era cuestión de tiempo para que nuestra historia terminase.

— ¿Qué haces aquí? —Suelto, sin poder evitarlo, en un susurro inestable—, ¿cómo, en el infierno, supiste cuál es el departamento en el que vivo?

De pronto, su expresión cambia. Vuelve a ser esa inescrutable y dura de hace unos instantes.

—El tipo que te trajo tiene un auto bonito—dice, sin responder a mi pregunta—. ¿Es tu novio?

¿Qué? —La indignación tiñe mi voz.

Una sonrisa lobuna y burlona se desliza por sus labios, pero el gesto no toca sus ojos.

—Luce como el tipo de hombre con el que siempre te visualicé, ¿sabes? —Dice, con aire casual. Hay algo, sin embargo, que se siente erróneo en su manera de hablar—. ¿A qué se dedica?, apuesto a que es maestro o algo por el estilo. Tiene pinta de no saber cómo usar las manos para trabajar.


— ¿Qué estás haciendo aquí? —Escupo, y me deleito con la forma en la que se contorsiona su rostro en una mueca frustrada.

Él se encoje de hombros y dice—: ¿No puedo venir a saludar a una vieja amiga? —Trata de sonar casual, pero fracasa terriblemente.

—Tú mismo dijiste la otra noche que me querías fuera de tu vida; que te habías marchado porque ya no soportabas estar cerca de mí; ¿por qué me buscas, entonces?

—No te busco —refuta, y su ceño se frunce con indignación.

Mis cejas se alzan con incredulidad.

— ¿Ah, no?, ¿entonces qué haces aquí?


Su vista se posa en la pequeña en mis brazos y da un paso dentro del apartamento. Entonces, se inclina ligeramente para que su rostro quede a la altura de ella. Sigue sin responder a mis preguntas, y eso me irrita de sobremanera.

— ¿Es la hija de Liam? —El tono dulce y bajo que utiliza hace que mi pecho se contraiga con violencia—. Nunca mencionó que era así de bonita.

Sus palabras caen como balde de agua helada sobre mí y, cuando estira su mano para tocarla, la aparto con brusquedad. Su vista se alza y noto el atisbo confundido en su mirada. Por un momento, luce herido.

—No voy a hacerle nada —su voz suena ronca y molesta.

— ¿Has hablado con Liam? —Suelto, en un siseo furioso.


De pronto, su expresión cambia de la indignación al entendimiento. Todo su cuerpo se tensa en el instante en el que parece darse cuenta de lo que acaba de ocurrir.

— ¿De qué hablas? —Dice, y sé que trata de hacerse el loco con el tema, pero no voy a dejar que escape así de fácil.

—Dijiste "nunca mencionó que era así de bonita". Eso quiere decir que has hablado con él en los últimos meses —espero un segundo, pero él no dice ni una sola palabra, así que hablo de nuevo—: ¿Él sabía que habías vuelto?, ¿sabía que no te entregaste? —El coraje aumenta con cada palabra que digo, y el pánico en la mirada de Harry sólo confirma que mis conjeturas son correctas.

La traición, la decepción y el coraje se entremezclan en mi sistema y crean un monstruo de resentimiento, enojo y frustración. Creí que era mi amigo. Creí que me había mantenido lejos de las delegaciones por mi bien y no por el de Harry. Liam sólo estaba cubriéndolo para que yo no averiguara la verdad.


—Yo le pedí que no te lo dijera —Harry se apresura a explicar. De pronto, luce angustiado—. No es su culpa. Él...

—Vete de aquí —mi voz es un susurro tembloroso y débil.

—Maya, por favor, necesito hablar contigo sobre...

— ¡He dicho que te vayas! —Mi voz se alza lo suficiente para hacer llorar a Hayley. No quiero asustarla, pero es imposible estar tranquila en este momento. Todo mi cuerpo tiembla debido a la ira que me invade.

—Escúchame, por favor, Maya. Es importante que te diga que...

— ¡No quiero escucharte! —Mi voz se eleva un poco más—, ¡basta!, ¡olvídate de mí!, ¡déjame en paz de una maldita vez!, ¡ya has dicho todo lo que tenías que decir, ahora vete! —El reducido espacio en el que nos encontramos me asfixia y lo único que puedo hacer es empujarlo hacia la entrada con mi mano libre.

Hayley llora, Harry no deja de hablar, yo no dejo de pedirle que se vaya... El pequeño espacio es un caos y lo único que quiero es que toda esta horrible pesadilla termine. Estoy harta de esto. Harta de las mentiras, los engaños, las verdades a medias... Odio que Harry Styles siga en mí vida. Odio haber creído que Liam era mi amigo. Odio la insoportable idea de haber sido traicionada de este modo.


Harry está fuera del apartamento y yo estoy a punto de cerrar la puerta frente a sus narices.

— ¡Tyler está en la ciudad, Maya!, ¡maldita sea, tienes que escucharme!

Mi mano se congela en el instante en el que sus palabras llegan a mis oídos y mi corazón se salta un latido. El terror me atenaza el estómago con tanta brutalidad, que apenas puedo respirar; mis manos tiemblan y cientos de recuerdos acerca de las horribles cosas que me hizo ese hombre llegan a mí y me golpean como si fuesen un tractor demoledor.

"No, no, no, no, no..."


¿Qué?...

—Según mi fuente, ha venido a ajustar cuentas conmigo y, en lo que a mí me concierne, tú eres una de esas cuentas que tanto desea saldar —la preocupación y la desesperación en su mirada, me hacen sentir más allá de lo aterrorizada—. Viene por mí, Maya. Por nosotros...


No puedo respirar. Mi pecho arde y duele, y quiero vomitar. Mi pulso late con tanta fuerza, que puedo sentirlo golpeando en mis sienes y detrás de mis orejas. El mundo a mi alrededor ha perdido enfoque y, de pronto, sé que debo dejar a Hayley en algún lugar porque no puedo dejar de temblar descontroladamente.

— ¡Maya! —La voz llega a mis oídos en la lejanía y alguien aparta a la bebé de mis brazos—. ¡Oh, jodido infierno!, ¡respira!

Trato de inhalar con fuerza, pero el malestar no se va. La opresión dentro de mi pecho es intensa y dolorosa. Esto ha pasado antes. Me he sentido así antes. Es un ataque de pánico...

Sé que necesito replegarme a mí misma y respirar profundo, justo como dijo el psiquiatra que hiciera, pero todo duele y zumba de manera incontrolable.


Hay voces y ruidos inconexos a mí alrededor. No sé cómo es que llegué al suelo. Tampoco sé en qué momento pegué mis rodillas a mi pecho y hundí la cabeza en el hueco entre mis piernas. Mis manos están sobre mi nuca y fuerzo a mis pulmones a jalar aire con brusquedad.

Alguien está frente a mí. Susurra cosas en un tono dulce y tranquilizador, y trata de llegar a mí. Trata de envolverme entre sus brazos pero me aparto. Me aparto porque sé que es él. Me aparto porque debo demostrarme a mí misma que no lo necesito. Nunca lo he necesitado.


— ¡Esto no está bien! —Dice una voz familiar, y creo que se trata de Kim—, ¡nunca han sido así de intensos!, ¡llama a una ambulancia!

— ¡No! —Jadeo, y me obligo a inhalar con más profundidad—, ¡N-No!

—Maya —es Harry quien habla. Suena aterrorizado—, por favor...

— ¡E-Estoy bien! —Suelto, en un resuello, pero mi pecho duele como nunca—, ¡estoy bien!, ¡estoy bien!


No sé cuánto tiempo pasa antes de que el aire empiece a llenar mis pulmones con lentitud, pero se siente como la gloria. El alivio en mi sistema es tan grande, que me abruma. Aún tiemblo. Aún me duele el pecho y la cabeza, pero puedo respirar. Le he ganado otra batalla al miedo y al pánico...

Mi vista se alza poco a poco y me topo de frente con el rostro de Harry. Está tan cerca de mí, que soy capaz de percibir el olor a crema para afeitar, desodorante y loción para hombre que emana su cuerpo. Está tan cerca, que soy capaz de ver el caleidoscopio de tonalidades verdes que hay en su mirada.

Las burdas cicatrices en el lado izquierdo de su cara lucen más escandalosas a esta distancia y su mandíbula apretada lo único que hace, es acentuarlas un poco más.


—Estoy bien —repito, mirándolo a los ojos, sólo porque quiero que le quede claro que no lo necesito.

Él traga duro y noto cómo la angustia se arraiga en su expresión.

—Me voy a encargar de que así siga siendo. No voy a dejar que ese bastardo se acerque a ti, Maya. Lo prometo.




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