Capítulo 2
—Si esto es una broma, Jeremiah, te juro por Dios que es una de muy mal gusto —mi voz suena más aguda que de costumbre, pero no puedo evitarlo.
Todo mi cuerpo zumba debido a la ansiedad que se ha apoderado de mí en un abrir y cerrar de ojos.
— ¿Tengo cara de estar bromeando? —La exasperación en su rostro y la sonrisa nerviosa que tira de las comisuras de sus labios, hace que mi estómago se revuelva con violencia.
Sé que no bromea. Jeremiah nunca sería capaz de jugar con algo así; sin embargo, no puedo dejar de negármelo a mí misma. Me siento aturdida y agarrotada. Mis músculos se sienten tensos y, de pronto, todo pierde enfoque.
—Harry se entregó a la policía —niego con la cabeza una y otra vez. Sé que mi autocontrol está a punto de irse al caño, pero no puedo hacer nada para mantener a raya la oleada de sentimientos que me invaden.
Jeremiah suspira con pesadez y hace un gesto de cabeza hacia el sillón que se encuentra justo detrás de mí.
—Será mejor que te sientes, Maya. Esto no va a ser nada agradable —dice, y aprieto mis manos en puños antes de obligarme a hacer lo que pide.
Mi amigo abre la boca para decir algo, pero es interrumpido por los pequeños quejidos de Hayley. Kim, quien observaba la escena desde una distancia prudente, murmura una disculpa y se encamina hacia su habitación.
— ¿Puedes decirme que está pasando? —Hablo, una vez que estamos solos. Sueno más irritada de lo que pretendo... Sueno más desesperada de lo que debería.
Mi amigo, sin embargo, se toma unos segundos antes de comenzar a hablar—: Hoy fui a casa de mi mamá, ¿recuerdas?... —Espera a que le regale un asentimiento—. Bien, pues... después de verla, fui a dar una vuelta por las viejas canchas de básquetbol en las que solía reunirme con mis amigos antes de mudarme. Estuve hablando con ellos y... bueno, una charla llevó a otra hasta que nos encontramos hablando de la muerte de Rodríguez —se detiene unos instantes. Sé que espera por mi reacción, pero me obligo a no mostrar nada más que una expresión en blanco, a pesar de que no puedo dejar de sentirme ansiosa hasta la mierda—. Uno de ellos comentó que era un alivio que la distribución de producto en el barrio se hubiese restablecido una vez más y..., bueno... otro de ellos, Rob, comentó que con Bestia al mando, todo era mejor.
Las palabras de Jeremiah caen como balde de agua helada cobre mis huesos. Se siente como si cientos de cuchillas diminutas se clavaran por todo mi cuerpo. Se siente como si todo el aire del mundo hubiese sido eliminado en un abrir y cerrar de ojos. Me cuesta respirar. Me cuesta mantener el aliento, y me cuesta detener el torrente de pensamientos que se arremolina en mi cabeza.
—No es cierto... —mi voz sale en un susurro ronco y tembloroso—. No es cierto. No puede ser cierto.
Jeremiah muerde su labio inferior y me mira con cautela.
—Le pregunté a Rob si se trataba del mismo Bestia al que yo conocía... —dice, tras un momento de silencio—. Y dijo que sí. Que hace unos meses tomó el mando del negocio en la zona y que, desde que él está a cargo, todo es mejor.
—Oh, mierda... —suelto, en un susurro entrecortado.
—No quiero especular, ni decir nada pero si las cosas son como sospecho, es posible que Harry nunca se haya entregado a la policía —sé que trata de sonar sereno, pero un destello de coraje se filtra en el tono de su voz—. Hablé con uno de mis maestros hace un rato y le pregunté acerca de la pena que tendría una persona en un caso como el de Harry, y dijo que a alguien en su situación le corresponderían cerca de cuarenta años de cárcel. Es imposible que haya salido libre así como así. Menos con apenas un año dentro de prisión.
El dolor que estruja mi pecho es insoportable. La sensación de hundimiento es intensa y abrumadora, y las paredes del apartamento se sienten cada vez más estrechas.
—Él dijo que se entregaría... —sueno patética, pero no puedo aceptarlo. No puedo siquiera pensar en la posibilidad de que quizás, ni siquiera pisó una delegación.
Todo este tiempo creí que se había ido para hacer lo que él creía correcto. Creí que había tomado la decisión de alejarse porque quería salir de una vez por todas de ese mundo de mierda. De cierto modo, saber eso aminoraba la sensación de pérdida que había dejado con su partida.
Jeremiah se limita a mirarme con tristeza y siento cómo los muros que he construido a mi alrededor se tambalean. Un nudo comienza a formarse en mi garganta, quiero golpearme por ser tan débil. Quiero golpearme por ser tan ingenua. ¿Cómo pude siquiera pensar en que Harry se entregaría?, ¿cómo fui así de estúpida?...
Una risa amarga brota de mis labios y siento cómo mis ojos se llenan de lágrimas. La ira y la decepción se apoderan de mi cuerpo a una velocidad impresionante.
—Maya... —Jeremiah se acuclilla delante de mí y coloca sus manos sobre las mías—. Lo siento mucho.
Niego con la cabeza y cierro los ojos, en un intento desesperado por mantener el huracán de emociones que me golpea. Inhalo profundamente y dejo escapar el aire en un suspiro tembloroso.
—No pasa nada... —mi voz suena ronca a mis oídos—. Ya no importa.
Sé que no me cree. La expresión preocupada en su rostro me hace saber que es consciente de que estoy a punto de caerme a pedazos. Entonces, sus dedos cálidos aprietan los míos antes de que una de sus manos ahueque mi mejilla derecha.
— Sabes que estoy contigo, ¿cierto? —Dice, y la suavidad de su tono me sobrecoge. Asiento, porque si digo algo, voy a echarme a llorar, y una sonrisa torcida se dibuja en sus labios antes de que añada—: Si ese idiota te dejó sólo para hacerse cargo del negocio de Rodríguez, voy a hacerlo pagar. Nadie hace llorar a mi mejor amiga. Ni siquiera un gánster líder de una banda de narcotraficantes. Ni siquiera si es capaz de pegarme un tiro entre las cejas después de haber hecho que me orine en los pantalones.
Una risa corta me abandona, sólo porque Jeremiah es la única persona capaz de hacerme reír cuando lo único que deseo es echarme a llorar.
Estoy a punto de decir algo respecto a su broma, cuando el sonido de la puerta hace que ambos miremos hacia la entrada.
Mi ceño se frunce en confusión, sólo porque nadie viene a visitarnos a excepción de Liam los fines de semana; sin embargo, me pongo de pie y avanzo para atender.
Un par de hombres aparecen en mi campo de visión en el momento en el que abro y la alarma se enciende dentro de mí.
— ¿Si? —Sueno serena, pero cautelosa.
—Buenas tardes, buscamos a Maya Bassi.
—Soy yo —hablo, con cautela.
—Soy el detective Paul Newman y él es mi compañero Charles Ferguson. ¿Nos permite unos minutos? —Ambos muestran sus placas hacia mí sólo para demostrar que lo que dicen es cierto.
Una oleada de angustia se apodera de mí a una velocidad alarmante. De pronto, todo aquello contra lo que he luchado parece regresar y golpearme con violencia. Cientos de escenarios fatalistas llenan mi cabeza en un abrir y cerrar de ojos, y lo único que puedo hacer es asentir con lentitud.
¿Qué si saben sobre lo que le ocurrió a Rodríguez en realidad?, ¿qué si saben que Harry estaba relacionado con él y con Tyler?, ¿qué si saben acerca del apartamento y del dinero que dejó a mi nombre?, ¿qué si creen que soy su cómplice?...
—Claro. Pasen —murmuro, y me aparto de su camino. Ellos avanzan hasta la sala, donde mi mejor amigo se encuentra mirándome con genuino horror.
— ¿Te llamo luego? —Me dirijo a Jeremiah cuando hablo.
Él me mira como si me hubiese vuelto loca, y al mismo tiempo sé que sus sospechas asemejan las mías. Si estos hombres están aquí, es por Harry. No hay otra explicación. No puede haber otro motivo.
—Claro —dice, tras un largo momento. Luce preocupado, sin embargo—. No te olvides de hacerlo.
Le regalo una sonrisa tranquilizadora y él se despide de los hombres con un asentimiento de cabeza. Entonces, desaparece por la entrada principal.
Mi vista se posa en los dos hombres que han tomado asiento en uno de los pequeños sillones de la sala. Trato de mantener la compostura mientras me acomodo en el sofá individual que se encuentra justo frente a ellos y mantengo mi expresión serena mientras me estudian a detalle.
— ¿En qué puedo ayudarles? —Trato de sonar tranquila y despreocupada.
—Verá, señorita Bassi, estamos aquí debido a su padre.
Alivio, confusión y miedo se arremolinan en mi torrente sanguíneo. El viejo pánico y la aberración que solía sentir hacia Leandro Bassi hace eco en mi pecho, pero no dejo que eso me detenga de preguntar—: ¿Qué pasa con él?
Ambos hombres se miran durante una fracción de segundo, antes de que uno de ellos -Charles, creo que dijo que se llamaba- diga—: ¿No está enterada de la situación legal de su padre?
—No somos cercanos —sueno más tajante de lo que pretendo; sin embargo no puedo evitarlo. La sola idea de pensar en que se ha metido en más problemas de dinero y en que espera que lo saque de ellos, me causa repulsa—. ¿Qué ha ocurrido con él?
—El señor Leandro Bassi se encuentra detenido. Enfrenta un proceso legal por violación.
Todo mi cuerpo se tensa en ese instante.
— ¿Qué?...
—Su esposa, la señora Tamara Daniels, ha levantado una denuncia en su contra. La mujer sospecha que violentó sexualmente a su hija de doce años —continúa el detective y apenas puedo procesar sus palabras.
— ¿Su esposa? —Mi voz suena más aguda de lo usual—, ¿Tamara Daniels?, ¿de qué está hablando?
Ambos hombres se miran una vez más y me siento confundida y aturdida. Hasta donde yo estoy enterada, mis padres nunca se divorciaron. No tengo ni la más mínima idea de quién diablos es Tamara Daniels, ni cómo en el infierno fue a enredarse con un hombre como Leandro.
— ¿No conoce a la señora Daniels? —La incredulidad en la voz del detective que se hace llamar Paul no me pasa desapercibida.
—Hace más de un año y medio que no veo a Leandro —no puedo ocultar el temblor de mi voz—. Ni siquiera sabía que se había divorciado de mi mamá. Hasta donde yo sé, ellos jamás se separaron legalmente —sueno cada vez más alterada—; además, ¿quién en su sano juicio se casa con un alcohólico, por el amor de Dios? —El horror se arraiga en mis huesos mientras que los recuerdos del infierno que pasé con él me invaden y toman fuerza. No me cabe en la cabeza cómo es que alguien pudo haberse casado con un hombre como mi padre. A estas alturas, ni siquiera entiendo cómo es que mi mamá pudo enamorarse de él—, ¿es que esa mujer está loca?
—Señorita, tranquilícese...
— ¡No puedo creer que haya permitido que un hombre como él entrara en su casa! —Mi respiración es dificultosa. Estoy hiperventilando—, ¡no debió casarse con él!
Me pongo de pie y camino sin rumbo alguno. De pronto, todo me asfixia. El nudo en mi garganta es intenso y la niña asustada que hay dentro de mí, tiembla incontrolablemente.
—Señorita Bassi —el detective Paul se levanta de su asiento y trata de acercarse a mí con ambas manos alzadas. Se comporta como si estuviese apuntándole con un arma—, tranquilícese. No teníamos idea de que usted y su padre no tuvieran una buena relación. Sólo queríamos saber el motivo por el cual él se rehúsa a llamarla para que declare en el estrado el día de su juicio.
Una risa histérica brota de mis labios y me abrazo a mí misma sólo porque es lo único que puedo hacer para contener las lágrimas que comienzan a agolparse en mis ojos.
—Ese hijo de puta no quiere que yo declare porque a mí me violó durante nueve meses —suelto, casi sin aliento. El coraje, la impotencia y el dolor se apoderan de mi sistema a una velocidad impresionante.
No puedo creer que lo haya hecho de nuevo. No puedo creer que se haya atrevido a arruinarle la vida a alguien más.
La culpabilidad quema y escuece en lo más profundo de mi pecho. No puedo evitar pensar que, si yo hubiese hablado antes; si yo hubiese denunciado, él estaría preso ahora mismo y no habría violado a nadie más. No habría hecho mierda la vida de otra persona.
— ¿Maya? —La voz de Kim es como un bálsamo para mis nervios alterados—, ¿qué ocurre?, ¿te encuentras bien?
No es necesario que me vuelque para mirarla para saber que avanza hacia mí a toda velocidad.
Ni siquiera pasan más de tres segundos, cuando aparece en mi campo de visión. Sus manos aferran mis hombros, y escudriña mi rostro con el ceño fruncido y expresión angustiada. Entonces, se gira para encarar a los hombres que han venido a perturbar la tranquilidad en la que se había sumido mi vida.
—Voy a tener que pedirles que se retiren. Sea lo que sea que han venido a tratar con Maya, deberá esperar.
Charles abre la boca para protestar, pero Paul, quien parece ser el líder, lo hace callar con una seña.
—Lamentamos mucho esto —dice, mirándonos a mi amiga y a mí de hito en hito. Entonces, se dirige a mí—: No ha sido nuestra intención venir a alterarla de esta manera, señorita Bassi.
La quemazón en mi garganta me impide formular cualquier oración, así que me limito a asentir con brusquedad. Las lágrimas nublan mis ojos, pero no voy a llorar. No voy a permitir que ni una sola de ellas se me escape. No por Leandro. No por Harry. Nunca más por ellos.
Kim encamina a los detectives hasta la entrada y, una vez cerrada la puerta, posa su atención en mí. La preocupación en sus facciones es casi tan grande como la angustia que atenaza mi pecho.
— ¿Qué ha pasado? —Pregunta—, ¿Quiénes eran esos hombres?
—Detectives —mi voz suena ronca a mis oídos.
— ¿Qué querían? —Luce confundida durante un segundo, pero casi de inmediato parece atar cabos en su cabeza—. Oh, mierda... ¿venían por lo que pasó con Harry y Rodríguez?, ¿encontraron algo?, ¿descubrieron que mentimos?
Mi corazón se estruja con violencia con la sola mención del nombre del chico al que amé, y de todo lo que pasó antes de que se marchara, pero me las arreglo para negar con la cabeza.
—Mi papá está detenido —sueno como si estuviese a punto de echarme a llorar y me odio por eso—. Ha violado a alguien más.
El rostro de Kim palidece de inmediato y un extraño peso se posa sobre mis hombros. Lo único que deseo en este momento, es que el día termine. Sólo deseo que todo esto sea una pesadilla. Un sueño horrible del cual puedo despertar en cualquier momento.
—Oh, Dios mío... —dice, en un susurro.
Mis puños se aprietan y muerdo la parte interna de mi mejilla hasta que duele. Sólo entonces, me atrevo a pronunciar—: Por cierto, Harry Styles es un mentiroso de mierda.
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