Capítulo 9
Mi amor
Cerca del final de la mitad del día, Vincent seguía sin aparecer. La incompetente mujer aprovechó un break en la reunión para informarme que no logró contactar a quienes requería.
—¿No hallaste a nadie a quien solicitar datos?
—El doctor Vincent estaba en consulta y su hermano no fue posible contactarlo —acomoda sus lentes y se aclara la garganta —me dijeron que, por cuestiones de seguridad, esa información no la daban a una desconocida.
—¿Qué tan difícil era dejar mi número? —insisto —no te pedía la combinación de la caja fuerte o la clave bancaria. Solo un jodido número donde contactarlos. —reclamo levantando la voz.
Silke, el anciano, Rupert y los abogados cesan sus labores y nos ven intrigados. Un acto tan sencillo como dejar un recado, ambos son profesionales, entregan cientos de tarjetas profesionales a diario. ¿Cómo me dice que no pudo conseguir un número?
—La señorita Christine está despierta —señala —ella puede entregarnos todos esos datos que necesita.
—¿Cómo sabes su nombre? No recuerdo habértelo dicho.
Elimino distancia inclinando el cuerpo hacía ella y retrocede con rapidez. Sigo mi avance hasta que choca con la pared y acaba encogiéndose al verse acorralada.
—Te hice una pregunta.
No responde, en cambio, mira por encima de mis hombros. El reflejo de sus lentes muestra quien ve y el motivo por el cual no me responde.
—¡Salgamos! —le ordeno.
Paso por el lado de Silke que ha contemplado la escena con curiosidad, su esposo ha fingido no escuchar, pero ha fracasado. En maldita mala hora la traje a este sitio, pude regresarme y dejarla en el apartamento.
Pero, no, yo quería tenerla cerca.
Me detengo en mitad del pasillo y giro hacía ella que acaba chocando conmigo. Acomoda sus lentes y da un paso atrás nerviosa.
—Te escucho.
—Tenga usted cuenta antes de juzgarme que es su padre —habla en un hilo de voz y entorno los ojos—Me solicitó averiguar todo de ella. —suspira —ya sabe, quién es, de donde la conocía y lo importante que era.
Saca el móvil y me lo muestra los mensajes compartidos. Espero que su curiosidad sea por mí y no por Christine, de ser lo segundo, me olvidaría de ensuciar mis manos asesinándolo.
—Aquí no dice los motivos por los cuales sabes su nombre. —le aclaro devolviéndole el móvil.
—Ella salió y preguntó por usted—mira hacia la oficina y luego a mí—me dijo su nombre, yo el mío, es una chica linda y muy amable.
—Sé que hay algo más… ¡Suéltalo! —salta ante mi voz impaciente.
—Se presentó como su novia, preguntó por un sitio donde comer cerca. Su padre estaba cerca, intentó saludarla—duda un instante y enarco la ceja —me dio la impresión de que le cae mal.
Me brinda un gesto tipo “No la juzgo.” El anciano no se molestó por el comportamiento e incluso le resultó divertido.
Puedo imaginar su alivio al saber que no tiene un hijo gay. Puede soportar un hijo asocial o con problemas psiquiátricos, pero no a uno que le gusten los de su mismo de sexo.
—Dijo que era muy parecida a usted y me ordenó hacerme cargo de su alimentación a sus costas.
—Y ¿Qué hiciste mujer? Dime que fuiste coherente y no seguiste esa orden…
—Lo hice, pero a su nombre señor. —se encoge de hombros esperando mi reacción.
—¿Algo más? — niega—te prohíbo, en adelante, divulgar información privada. Ni a tu jefe, ni a su esposa…
—Pero señor …
—Lo tienes prohibido —recalco molesto —en adelante, yo me encargaré de mis asuntos.
El movimiento en la puerta de la oficina me aleja de ella. Christine saluda de lejos y sonríe ingresando ambas manos en su remera.
—¿Por qué te presentaste como mi novia? — reclamo.
—Nunca terminamos. —me muestra el reloj —es lo que somos.
—No estoy bromeando.
—¿Me prestas tu móvil? El mío se descargó.
He sido ignorado y seguirá haciéndolo hasta que acepte estoy fingiendo. Es su forma de castigarme. Aunque, tenga razón, nosotros nunca dimos por terminado el noviazgo. Lo dejamos en pausa, ella prometió enviarme mensaje a diario o escribirme. Yo, que mientras estuviera lejos sanaría y volvería como un hombre sano, digno de ella.
Ninguno de los dos cumplió y está bien. Yo nunca podré ser el hombre que ella esperaba que fuera. Mi sanación es cada día difícil y por momentos imposibles.
Admiro su rostro de perfil haciendo un mohín cuando nadie le contesta. Hace varios intentos a números distintos con el mismo resultado.
—En dos horas esto acabará. Si no tiene algo importante, le llevaré a donde lo desee.
No hay respuestas, sus dedos se mueven en el teclado varias veces. Solloza susurrando “papá, contesta”. Se muestra desesperada cada que la llamada no le sale, sus manos y barbilla tiemblan en un acto de impotencia. Evito la última cubriendo su mano entre las mías y se queda viéndolas sin decir nada.
—Lo que sea que le hayas hecho al vikingo, la señora Ivanna hará que te perdone. —le calmo y mira nuestras manos tomadas —eres su princesa.
—Le defraudé.
—No debe ser peor que alejarse por diez años y volver fingiendo que no te conozco —admito y me muestra una sonrisa —Eres inolvidable —controla las ganas de llorar apretando sus labios —mi conflicto es que no soy quién prometí volver, ni el Damián que recuerdas.
—Yo también fallé —suspira —confieso que odio esta versión de ti y sé que en algún lugar está el chico de quien me enamoré —apoya su mano libre encima de las nuestras.
—¿Qué pasa si no está allí? ¿Qué harías al saber que el viejo lo destruyó por completo?
—No es posible que eso sucediera —afirma acariciando mi mano —él me prometió no dejarse vencer.
Ninguno de los dos dice nada, permaneciendo tomado de las manos. Es como si el tiempo hubiera vuelto, ella volvió a ser la chica traviesa de muchas risas. La que lograba alejarme de la realidad y me instaba a soñar despierto.
—Aléjate del anciano —le digo llevando nuestras manos a los labios y besándolas—hablaremos en cuanto salga de esto.
La mejor forma que tengo de fallarle es haciendo una mejor versión de esta que está viendo. Me muevo solo cuando ha cerrado la puerta con seguro y al volver sobre mis pies choco de frente con él.
—Se dice que los matrimonios son perfectos cuando las dos almas son afines —empieza a decir —Viéndolos a los dos, entiendo el término.
—No los quiero cerca —le advierto —Christine no es el tipo de chicas que te gustaría dañar.
—Mi deseo es demostrar que podemos llevarnos bien. Eres mi hijo. Me gustaría verte feliz, conocer a tu novia, a mis nietos…
Empuño las manos con fuerza por tanto tiempo que dejo de sentir los dedos. Nunca lo tendrá, porque no deseo llevar este circo tan lejos.
—Mi felicidad fue asesinada hace años. —respondo al fin —agonizó en tus brazos. —apoyo la mano en su hombro apretando más de lo normal y lo siento tenso —Murió con cada golpe y ataque que realizaste.
Sus hombros se relajan ante mis últimas palabras. Su comportamiento lo señala como alguien que no siente culpa. Se muestra orgulloso de todo sus logros. Apostaría mi vida a que la muerte de mis padres y destrucción de su familia lo tiene como el mejor de ellos.
—¿Seguimos? — pregunta Rupert al verme ingresar y afirmo.
—Cuando lo deseen. —de nuevo en mi lugar, hay un folio nuevo que tomo entre mis manos.
El tema a tratar el día de hoy son las demandas que empezaron a llegar luego del daño en el laboratorio. Muchos de los afectados se mostraron renuentes a conciliar. Hombres y mujeres que confiaron sus embriones a Damián Klein. Pero que les falló y no ha querido aceptar el nivel de culpa.
—En sus puestos hallarán los detalles de las demandas. —empieza a decir uno de los abogados —me he tomado la molestia de adjuntarles datos de aquellos que han tenido tratos anteriores con la clínica, más adelante sabrán el motivo.
—Son ocho, pero pueden aumentar. Es una la que está contaminando las demás. —dice el anciano.
Son escasas las veces que poseo la oportunidad de tener tan preciado material. He intentado acceder a los detalles de los perjudicados y me he encontrado con un muro de protección.
Me retraigo en la lectura perdiendo el hilo de la reunión. Cuento ocho en total, parejas que perdieron la posibilidad de tener hijos. Congelaron sus embriones por diversos motivos. No era la edad indicada, un tratamiento, por capricho, etc.
Pagaron muy bien para preservarlos y les fallaron. Tres de ellos tienen el mismo donante anónimo y me resulta peligroso la manera en que lograron acceder a esos detalles.
—De todas hay una que podemos negociar —comento a los presentes —Dafne Vargas —leo el nombre y Rupert afirma.
La mujer se hizo una inseminación que fue todo un éxito. Desafortunadamente, tres años después, el pequeño murió al caer por descuido a la piscina de su hogar.
—Una estúpida que se cree hombre, pero que quiso dar a luz como mujer —escupe el viejo de mal humor y todos guardan silencio incómodo.
Menos yo. Soy de los que me es difícil callar cuando algo me molesta o ralla el absurdo.
—Lo mejor es que no participes, ni hagas declaración. —aconsejo—con esas ideas, perderás cualquier negociación por sencilla que parezca. Expones a la clínica a un veto que no deseas —sigo —te recuerdo que un porcentaje de tu éxito es gracias a esas parejas.
—Damián tiene razón —habla Silke por primera vez. —Por tus opiniones estamos en este momento en problemas.
—¿Por mi opinión? —replica indignado —Ella no acepta que es imposible traer a la vida a su hijo muerto por más que use el mismo donante. Y ¿Soy yo el del error?
—Lo que haga con su vida no viene al caso, ni es relevante en esta sala —les calma Rupert —me interesa saber dónde conseguiremos lo que exige.
La mujer se acercó a la clínica, para un segundo embarazado. Pagó el doble para que fuera la misma muestra. Por desgracia, fue una de las que se dañó en el primer ataque.
—No aceptó la cancelación del contrato, ni la multa que estamos dispuestos a pagar—escucho a Silke —ella insiste en que sea el mismo donante. Por más que le he asegurado los clones no son de esa forma, no lo entiende.
—Tú puedes ayudarnos…
—Le sacaré un tiempo —reviso una vez más los documentos —Por el momento, recomiendo investigar cómo hizo para encontrar a las parejas con el misma donante.
—Nos estamos encargando. —responde uno de los abogados.
—No me refiero a ese tipo de ayuda —me aclara Rupert.
Rupert y los demás sonríen, menos Silke y Damián. Cierro el folio y exijo una explicación. La respuesta me deja con la curiosidad de buscar detalles.
—Buscaba a hombres sanos, con coeficiente intelectual por encima del estándar normal. —describe. —de preferencia, alemán. Hizo parte de los donantes anónimos que tu padre captó en Berlín —finaliza.
A su socio le divierte la incomodidad del viejo. Si supiera lo mismo que yo, dejaría de ser una broma entre amigos.
—Desde los cinco hasta los doce, pasé por cuatro escuelas —les digo a todos que esperan mi respuesta y alejo el folio —estuve condicionado en tres de las cuatro en donde cursé la preparatoria. Y a punto de ganarme una orden de restricción a los doce —finalizo.
—¿Quién lo diría? —sonríe uno de ellos —todo un diablillo.
—El término correcto en esa época era un monstruo —sonrío levantándome de la silla y fingiendo mi mejor sonrisa —pero el tuyo se escucha mejor.
—No eres el hombre indicado, entonces —niego aún con la sonrisa en los labios.
—Me temo que ese donante está muerto para la señorita Dafne. Ahora, si me disculpan, tengo algo importante que hacer.
Salgo de la oficina sintiendo la mirada del anciano sobre mí. Al salir suelto todo el aire que, sin darme cuenta he estado controlando.
Damián Klein, se robó a un niño, lo hizo pasar como suyo y lo maltrató por más de una década. Asesinó a su hermano, a su esposa y tomó como trofeo a su hija.
Hasta el día de hoy no lo consideraba tan estúpido como para usar los embriones de mis padres. Aun así, ha dado muestras de ser todo eso y más.
En síntesis, existe una enorme posibilidad de tener hermanos distribuidos por allí. Con ese pensamiento llegó hasta la oficina, pero no hay rastros de Christine. Solo una nota que dejó en mitad del escritorio y que me hace reír al leerla.
“El carruaje se convirtió en calabaza y los corceles en lagartijas. Tengo que abandonar territorio enemigo y te invito a cruzar el fuerte O’hurn Ivannov. Te aseguro, es más divertido que este. Te quiere, Christine.
PD. Nos vemos el domingo, tú sabes donde.”
Finaliza el mensaje con su número de teléfono y al digitarlo me encuentro con la sorpresa que ya está guardado. Con el nombre.
Mi amor.
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