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Capítulo 39

Sanación

La tarea más difícil ha sido y será abandonar la cama dejando a mi mujer desnuda en ella. Admiro su imagen semicubierta con las sábanas y sonrío. Estoy convencido de que el que creo la palabra perfección se inspiró en la imagen de algún ser amado.

Si algo había perfecto a mis ojos es Christine O'hurn.

Abandono sus brazos sin muchas ganas y avanzo a la ducha. Aproveché la renuencia de la tía de Magda en salir de la habitación para darme un respiro. A sus ojos seguía siendo un maltratador, un estigma que sería difícil arrancar de las mentes de las personas.

El que no conoce la historia al detalle, suele lanzar acusaciones sin bases. Ella es una, tampoco mi importa su opinión o el de los demás. Si mi vida girara en torno a lo que otros piensen de mí, hace mucho tiempo hubiera recurrido al suicidio.

Mi estrés era otro, lo producía el que las autoridades no han logrado capturar a Meltem. Magda no ha podido declarar y lo poco que se sabe es por las declaraciones de sus vecinos en el piso.

Meltem, presentaba a Magda como hija, su hija, con una condición de autismo. Por esa razón le impedía salir o hablar con sus vecinos y las veces que escapó, dio origen a una disputa que acabó en golpes. No era raro para los vecinos las discusiones, estaban acostumbrados a ella.

Las veces que quisieron mediar por la chica, ambas mujeres se ofendieron por la intervención. Fue el motivo por el que aquel día hicieron caso omiso. El grado de manipulación de Meltem hacia Magda, era alto y peligroso.

¿Por qué sus padres nunca se enteraron? El malnacido solía llamarme y estar al pendiente de mis notas, a ella nunca le prestó atención ¿Qué hay de su madre?

—¿Vas a salir o te quedarás a descansar? —la voz de Christine se ahoga con el ruido del agua, correr y la apago para poder responder.

—Vine a recordarte que tienes un esposo.

—¿Qué te hace pensar que lo olvidé?

—No he dicho lo contrario.

El silencio que sigue a mi respuesta me resulta extraño y al salir de la ducha la encuentro en la puerta, aun desnuda y en actitud desafiante. Sonríe pícara al notar que me acerco a ella y huye cuando estoy a pocos centímetros.

—¿Inseguro, Damián Klein? —se mofa pavoneando su trasero desnudo rumbo a la habitación —He vivido para este momento.

—La próxima vez que se me ocurra algo parecido, iré a un bar o me masturbaré —en respuesta sonríe fuerte, una risa que eriza, achina mi piel y tensa partes de mi anatomía.

—¿Qué tal pasó la noche Magda? ¿Has llamado?

Recibí en el móvil el informe del hospital de cómo pasó la noche. De llamar tendría que ocupar a esa mujer y de momento la deseaba lejos.

—El riesgo de una complicación ha desaparecido —respondo abriendo el closet —aún no puede hablar.

Su recuperación será lenta, pero está en las mejores manos. Lo que sea que la motive a seguir en este mundo, lo celebro y lo aplaudo. Me uno a ese esfuerzo de ella y lo tomaré como mi estandarte.

El día que desee salir de mi vida, lo hará sana y como una mujer libre en todos los aspectos. Sigo sin poder saber que me motiva a hacerlo, es posible que jamás lo sepa. Y dudo que alguna vez importe saberlo.

—Me lo dijo Marck, también que eso complica la captura de esa mujer.

Las autoridades insisten en que ella puede saber los sitios en que puede estar oculta y los nombres que usaría para hacerlo. En el apartamento no encontraron nada sobre Meltem, todo lo hallado era de Magda.

La mujer había planeado todo para que así pareciera o ese lugar nunca fue su hogar. Existen incógnitas que solo Magda puede disipar, ya existirá tiempo para ello. Por el momento, mi interés de todos es que se recupere y empiece el proceso psicológico.

Al salir de la ducha, no hay rastros de mi esposa. Pero, empiezo a escuchar las risas de ella, mezcladas con unas masculinas. Estas últimas no son reconocidas, por lo que acelero el proceso en vestirme. Las seis de la mañana no es una hora prudente para una visita y no solemos hablar con los obreros. Tomo la camisa dispuesto a averiguar con quién habla mi esposa y la puerta se abre en ese instante.

El hombre de cabello rubio ondulado, grandes ojos grises y sonrisa amplia que yace en la entrada me hace detener. Ver a Paul, siempre resulta agradable, sobre todo en estas fechas tan complicadas.

—¿Estás sorprendido o enojado? —cuestiona sin moverse —sigo sin poder distinguir tus emociones.

—Me alegro de que estés aquí, pero no esperaba verte. Ayer me hablaste de visitar a un paciente al que darías de alta...—le invito a entrar y lo hace con cautela.

—Y querías saber quién era el afortunado, según recuerdo —sonríe por lo que escucha al tiempo que se ubica en el sillón mientras me visto —hablaste de que nadie podría ser dado de alta en mi profesión.

En el primer piso sigue escuchándose la algarabía de mi mujer con alguien más. Me calma saber que se trata del único hijo de mi terapeuta y amigo. Igor no aprovecharía la oportunidad de salir de Zúrich, menos si es a América. Un país, en el que asegura divertirse con la diversidad de personas y ambiente festivo.

—Estás aquí y no en el psiquiátrico. No estaba errado después de todo—mi comentario lo hace reír, pero no dice nada. —Gracias por venir.

—Es placentero verte —su voz sale suave y baja —¿Cómo te sientes?

Me tomo el tiempo en digerir esa pregunta y en buscar una respuesta adecuada. No es una pregunta que sueles responder de forma común. No, si el que pregunta es Paul. La respuesta debe abarcar, todo lo que he visto y presenciado a lo largo de estos días. Tienen como única protagonista a Magda Klein

—A ti no puedo mentirte —giro a enfrentarle y afirma—desde que ingresé a ese hostal y vi el estado en el que estaba, no tengo paz.

—¿Puedes ser más específico?

Le doy el último tirón al cinturón y busco un sitio en la cama frente a él. Siempre la vi como una traba a mi felicidad, Magda era el motivo por el que no era feliz y ocultaba algo. En ninguna de mis teorías ella era una víctima, un pensamiento que me acompañó hasta último minuto.

—Me mintió en la prueba de ADN —su silencio me permite ampliar mis emociones y su atención, ser sincero —ella sabía que no llevaba mi apellido, aun así, reclamaba.

Cierro los ojos y recuerdo la imagen de ella con la taza de té en las manos, el sobre en otra. Las pesadillas que me producían la casa de sus padres me impedían dormir y ella me ofreció esa bebida para que lograra hacerlo.

—Pensó que era hija de mi padre y su madre.

—Buscaba una razón a los asaltos de su padre—me recuerda Paul y afirmo.

—Supo a través de ese examen que no éramos primos, ni siquiera llevábamos la misma sangre.

Fue en lo primero que supuse al descubrir la verdad, ella era producto de una infidelidad. Los cuestionamientos se ampliaron, ella se veía tan afectada en esa banca...

—Si era capaz de verse como víctima en ese instante ¿De qué más no sería capaz?

El odio que me producía su cercanía aumentó, al entender que lo hizo para dañar. No había lugar para otra teoría que no fuera a una Magda queriendo venganza.

—Las palabras de su tía contribuyeron un poco. —confieso y Paul suspira. —En la estación me dijeron que su esposa recibió un cheque.

La seguí convencido que la iba a enfrentar y me diría la verdad. Mi verdad, en ese punto no había dudas de que tenía la razón. Estaba equivocado, encontrarla en ese estado me dio la primera pista. Las demás me las fue dando la investigación policial.

—El laboratorio entregó al investigador la prueba de ADN real y mostró en cámaras a la persona que llevó las muestras.

—¿El real?

La imagen de las cámaras mostraba a una Meltem recogiendo el sobre en la recepción. En la salida y a metros del auto, lo lee, saca un segundo sobre de su bolsa. Compara uno y otros unos segundos, instantes después se deshace del original rompiéndolo en pedazos.

—¿Te sentiste culpable?

—Como no tienes idea. Nunca le di el beneficio de la duda.

—¿Miedo?

—Si ella moría, en parte era mi culpa.

—¿Decepcionado?

—Conmigo, por no ver la realidad —guardo silencio antes de seguir. —Hice parte de los miles de personas que ignoraron su dolor.

Sus padres nunca se preocuparon con ella, entiendo que Damián no lo hiciera ¿Qué hay de su madre? Era menor de edad cuando se fue a estudiar ¿Por qué nunca fue a verla? Estaba tan cegada por el amor de ese infeliz, que destruyó a lo mejor que tenía. Su hija.

¿Y yo? Tuve la oportunidad de ver en ella, partes de mi lamento y lo ignoré. Me cegó el deseo de venganza y la imagen que me proyectaba de ser hija de quien me dañó.

—¿Qué te motiva a ayudarle? —la voz de Paul me saca de mis demonios.

—Remordimiento, culpa, enojo, rabia, todo en uno —enumero —lo desconozco. Deseo verla bien, es todo.

—¿Recuerdas lo que arrojó ese examen psicológico antes de iniciar conmigo?

—"Está fuera del rango normal de comportamiento sensible e impavit. Carece de emociones, con poca empatía y le cuesta socializar." —por más que lo he intentado ha sido imposible retirar de mi cabeza aquel dictamen.

Se incorpora, avanza hacia mí y retira de mis manos la corbata que empieza a anudar en mi cuello.

—Poseías límites y eso era bueno —Me recuerda una vez acaba con su labor y alzo la vista para verle, encontrando que sonríe —es gratificante saber que te has convertido en lo que siempre debiste ser. Gracias por brindarme la oportunidad de ser parte de tu transformación....

—¿Qué intentas decir...?

—¿No lo ves? —cuestiona y niego incorporándome de la cama —el chico que conocí en ese ascensor, le hubiera importado si su hermana vivía o moría. El que veo ante mí es diferente.

Las palabras que sigue me cuestan aceptarlas y ocasiona risas en él. Soy el paciente que será dado de alta, en adelante nos unirá una amistad en caso de que desee seguirla.

—Puedo entender si deseas enterrar tu pasado y no desees nuestra amistad...

—¿Amistad? —le interrumpo —Pensé que eran mi familia...

—Eres como un hijo, Damián —me interrumpe —pero, algunas personas entierran su pasado y con él los años en terapia.

—No hago parte de ese tipo de personas —le aclaro tomando el saco y me observa calzármelo. —¿Cuentas con tiempo para ver a Magda?

—Es el segundo motivo por el que estoy aquí —sonríe —es difícil que se escape en el estado en que está.

Ambos reímos saliendo de la habitación, el buen humor nos acompaña al bajar por las escaleras y hasta llegar al comedor. Allí encontramos a un Igor, devorando su segundo desayuno y siendo observado con sorpresa por Christine.

—¿A dónde va a dar tanta comida? —reclama y señala su cuerpo delgado.

—Estoy en etapa de desarrollo, mis diecinueve años lo confirman —comenta en medio de masticadas —y no es fácil mantener sano este cerebro.

Todos reímos, mientras él sigue degustando su segundo plato. Quejándose de la pésima comida en clase media mientras le lanza a su padre, miradas de fingido enojo.

Christine se ofrece a llevarlos, luego de que recibiera una llamada de la clínica. Se requería la presencia de un familiar para firmar unos exámenes. Al parecer, su perfecta tía se había ido dejándola a cargo de un enfermero.

Insistió tanto para quedarse a su lado y a la menor oportunidad la deja sola. Encima a manos de un hombre y desconocido. No me sorprende, los Schultz demostraron de lo que eran capaces tras la muerte de Silke. Ninguno de ellos acudió a su funeral, ni se aseguraron de que Magda o él estuvieran bien.

****

—¿Podemos hablar en la habitación? —le pido al doctor cuando me pide firmar unos documentos.

—Está con el enfermero —me calma —serán solo un par de minutos. El doctor Marck ya los revisó, pero insistió en que usted los autorizara.

Leo los documentos por protocolo, no dudo en la capacidad del hombre, pero no está de más asegurarse que todo funcione como se debe. Una vez lo hago, firmo el documento y se lo extiendo.

—En las próximas cuatro horas no hay nada pendiente, el examen se le realizará a las once treinta —comenta leyendo la historia clínica mientras me acompaña a la habitación.

—Le agradezco —tomo el picaporte para entrar, pero recuerdo la visita de Paul —necesitaré privacidad, un psicólogo amigo, vendrá a hablar con ella.

—Poseen cuatro horas—responde sonriente — espero le sean fructíferas.

También a mí.

La hallo despierta, sus ojos marrones están puestos en la puerta. Los mueve de un lado a otro al verme y le sonrío avanzando a ella. El enfermero está de espaldas acomodando sus cosas en una cómoda.

—Yo me encargo en adelante —avanzo hacia Magda, tomando sus manos que aprieta con fuerza, mientras llora. —no imaginé que diría esto, pero también te extrañé —le sonrío acariciando su rostro y limpiando sus lágrimas —pronto serás llevada a piso y de allí a casa.

Ella no pierde de vista al enfermero y empieza a mover sus labios en un intento inútil de hablar. Afirmo en silencio y me incorporo para despedir al hombre.

—Su presencia le incomoda —empiezo a decir viéndola a ella, mover de arriba abajo sus ojos y busco al hombre detrás de mí antes de hablar —será mejor si espera en el pasillo...

Lo primero que noto es que no es hombre, aunque tiene toda la fisionomía de uno. La ausencia de nuez en su garganta, grandes senos, rostro delgado, fosas nasales estrechas, entre otras pequeñas diferencias.

La más importante de todas era su enorme parecido con Meltem Aydin. Mis ojos viajan al sitio en donde yace el botón de emergencia y escucho su risa.

—¿Buscas esto? —pregunta sosteniendo en sus manos partes del interruptor, lo mira, tuerce los labios y sonríe —viví para este instante, conocer al miserable que dañó a mi esposa. ¿Qué te parece si nos presentamos?—le pasa seguro a la puerta y señala la silla frente a Magda — Contamos con cuatro horas ¿Verdad, cariño?

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