Capítulo 37
La muerte..
La renuencia de Magda en aceptar que ha estado siendo manipulada, me enojó. Increíble su insistencia en que esa relación malsana llegase a ser amor. Magda se alejó de todos, incluso de Evy a quien no le respondía mensajes o llamadas.
En un intento de hacerla salir, reduje su mesada a la mitad, cancelé tarjetas y esperé. Contaba con la esperanza que la escasez de dinero la hiciera salir de su escondite.
No resultó. Y, entendí que había que tomar medidas extremas. Que su tía se convirtiera en mi sombra y siguiera a todos lados, no era de ayuda. La mujer insistía en señalarme como causante de todas las desgracias.
Ha llegado a proponerme, me quedara con el dinero y le cediera el control de su sobrina. Ella se iba a asegurar que sanara y prometía, nuestros caminos jamás se cruzarían.
No pude aceptarlo, no sé si por terquedad o me motivaba algo más. En mi interior había las ganas de que cuando Magda Klein se fuera de mi vida, lo haría como una mujer sana o por lo menos libre de rehacer su vida de la mejor manera posible.
Antes que nada, era necesario conocer un poco más sobre la mujer a quien me enfrento. Acudí de nuevo a Angelo Vryzas y sus contactos en Estambul.
De esa forma supe el nombre de la desventurada, su edad, estado civil y las personas a su cargo. De momento, había una fotografía de hace diez años, un tanto inútil. Si ha estado huyendo de la justicia, ha debido cambiar su aspecto y nombre. Ha demostrado ser inteligente al cruzar Europa y vivir en suelo estadunidense sin ser pillada o parecer sospechosa.
Su nombre era Meltem Aydin Kara, de 61 años, de profesión psiquiatra, título que le fue arrebatado por conductas inmorales. La miserable contaba con un hogar sólido, madre de dos hijos antes de tocar a Magda. Lo que me reventó es que uno de sus dos hijos contaba con la misma edad de Magda.
Eso no hizo más que afianzar la decisión de acudir a las autoridades y buscar una forma de anular ese matrimonio. Congelé cuentas y tarjetas. Si Magda deseaba dinero debía darme la cara. Una decisión que a Evy no le gusta y me lo hace saber a través de varios mensajes. En algún momento debo darle la cara, pero hoy no será.
Este es el día en que derribaré los muros de Meltem y le haré pagar por la osadía. Ingreso a la estación en búsqueda de un rostro conocido. Siendo un lugar en el que he visitado más de seis veces a alguien, debo conocer.
Y al hallarlo, avanzo hacia él, que observa mi llegada con interés.
Lo recuerdo como quien me visitó en la cárcel y me comentó sobre la demanda impuesta por Magda por maltrato. El mismo que acusó a Gadien Doyle de abuso de poder, cuando le exigió salir de la celda. Dudaba de que encontraría apoyo, la imagen que debe tener sobre este servidor no es buena.
—Oficial Hills —le saludo estrechando la mano que me ha brindado al llegar a él. —¿Me recuerda?
—Doctor Klein, ¿Cómo olvidarlo? —me muestra una sonrisa carente de humor y su rostro se dirige a los demás —Es el hijo adoptivo de los Klein. —soy observado por todos con curiosidad y un poco de sospecha —hermano de Magda Klein ¿Me equivoco?
—No se equivoca—afirma en silencio y suelta su mano que cruza en su pecho.
—¿Qué lo trae por aquí?
Dentro del grupo, reconozco al oficial que lo acompañaba el día en que me tomaron la declaración sobre lo sucedido en la cabaña. Su compañero lo llamó Khalid, el que me acusó de planear la muerte Silke y su esposo con complicidad con Eliú Cass.
—¿Podemos hablar en privado? —sugiero ante la mirada del hombre.
Sostiene en sus labios un mondadientes y sonríe enarcando una ceja. Susurra algo a sus compañeros que no alcanzo a escuchar o no tengo el interés. El comentario del oficial finaliza en una carcajada conjunta.
—¿Confesará un crimen? Si no es un crimen, no es necesario, privacidad —dice cuando la risa en todos disminuye —Soy el oficial...
—Khalid, lo recuerdo —le interrumpo y su mirada deja de ser divertida.
Sus ojos adquieren un brillo diferente al que no le presto mayor atención y vuelvo la vista al oficial Hills. En aquella ocasión se mostró interesado en hacer justicia por Magda, aunque en esa oportunidad el señalado era yo.
—Necesito información —empiezo a decir dirigiéndome a Hills —Me gustaría que fuera tomada con discreción...
—No me diga, ¿Su hermana está implicada? —se mofa el tal Khalid y suelto el aire fastidiado.
—Sigo sin saber en donde está...
—Acaba de irse doctor —me interrumpe el oficial bajo la risa de sus compañeros y lo enfrento —lo acusó de congelar sus cuentas y querer dejarla en calle.
—Antes de eso de abusar de ella y la muerte de sus padres —le recuerdo a todos —¿En qué acabó?
—Sigue siendo sospechoso doctor —el oficial Hills abre las manos en señal de calma —lo lamento, pero es una verdad que no vamos a cubrir. Alguien ayudó a Eliú Cass a ingresar a la casa ese día.
—Y usted contaba con tres datos importantes—le sigue otro oficial —un motivo para desaparecerlo, las claves del ingreso y era el heredero.
—¿Les dijo que se casó? —insisto en tener una conversación con la única persona que puede ayudarme. —o que huyó de Estambul ¿Los motivos de su escapada?
El oficial Hills, no se ve interesado en ayudarme, asegurando que conoce los detalles. Sus compañeros van un poco más allá y sostienen, lo que deseo es tenerla cerca para evitar que vuelva a tener el control de la fortuna de sus padres.
—Hace veinte minutos acabamos de tener una conversación con su hermana —escucho a uno de ellos decir —no se fue muy feliz.
—Los pleitos por herencias no son de nuestra jurisdicción —Habla Hills —le diré lo mismo que a ella... lo mejor es sentarse a negociar.
—Cincuenta, cincuenta —susurra Khalid —En su caso es un veinticinco, tiene que darle la mitad a su cómplice...
—Se casó Meltem Aydin, una mujer que abusó de ella a los quince, la que le triplica en edad—retiro de mi saco la única foto que tengo y se las muestro a cada uno antes de seguir—¿Por qué a nadie le importa?
La sonrisa en los labios de todos muere, el oficial Khalid intenta retirarme la imagen y se lo impido empuñándola en mis manos con fuerza. El silencio que sigue es tenso, se muestran sorprendidos intercambiando miradas entre sí.
—¿Conoce a esa mujer en persona?
Saco la imagen de mi puño y la observo por largo tiempo. No necesito hacerlo, en la vida he visto a esa mujer.
—No. —respondo pasándole la foto —quisimos saber sobre su estadía en Turquía y dimos con eso.
—¿Qué hay de su madre? —pregunta Khalid — ¿Conoció a Meltem?
—Estuvo en la boda —les digo a todos —¿Qué sucede?
—Será mejor hablar esto en privado —los demás afirman a Hills.
Se hacen a un lado y señalan una oficina, me dirijo a ella en silencio deteniéndome solo cuando estoy en mitad del pequeño espacio. Cuando la puerta se cierra, solo dos de los cinco oficiales me han seguido. Uno de ellos sostiene en una de sus manos la fotografía que le he entregado.
—¿Reconocería la firma de la su madre?
Pregunta el oficial Hills, y descubro por su rostro gris que no es momento de aclarar que nunca fue mi madre, ni se comportó como una. Afirmo y abre un cajón al tiempo que me pregunta que si Magda también la reconocería.
—Sí.
—¿Está seguro de ello? —habla el tal Khalid.
—Falsifiqué la firma de ambos en la escuela —les confieso —ninguno de los dos acudió a mis últimos años, jamás se dieron cuenta de que fui promovido o que contaba con una beca.
—Eso solo nos dice que usted puede reconocerla, no que ella lo haría.
—Hizo lo mismo con un par de notas malas —respondo viendo la hoja que mueve en su mano de forma distraída —no necesito decirles por qué lo hizo o que le sucedería de enseñarla.
Recibo la hoja y al ver su contenido busco un sitio en el que apoyarme. Es la copia de un cheque, con una suma considerable, firmada por Silke. La fecha del documento parece burlarse de mí y el nombre a quien fue dirigida también.
—Le acabo de mostrar esa imagen a su hermana y negó que fuera la firma de su madre o conocer a la persona a quien fue dirigida el cheque—niego a Hills, ante la imposibilidad de que mis palabras salgan.
Es casi difícil que no reconociera la firma de su madre y aunque eso pudiera suceder, mintió en no reconocer a la persona a la que fue dirigida el cheque. La fecha, un día antes de ser encontrada sin vida y el nombre a quien fue emitido el cheque...
Meltem Aydin Kara.
—¿Por qué tanto dinero? —susurro pasando los dedos por las letras inconfundibles de Silke —¿Para qué se alejará?
—Es posible —susurra Hills. —o silenciarla.
—¿Quién quería tres dólares cuando podría ser dueña de una fortuna? —alzo la mirada en espera de una respuesta que llega a través del oficial Khalid.
—Ella lo desconocía...
—Eliú fue uno de los testigos en el testamento del viejo Damián —le interrumpo —tras la muerte del general fue el único amigo. Le pidió buscar a Magda, lo escuché discutir con él por teléfono en muchas ocasiones. Si alguien sabía que no era heredera, era él.
El viejo era homofóbico, tanto que cuando las parejas que buscaban tener hijos eran del mismo sexo, el que estaba al frente era Silke o Rupert. Fue el primero en indignarse cuando Susan confesó su orientación y que iba a casarse.
—El dinero podría ser para Eliú —divago —era el tipo de persona que jugaría a los dos bandos y buscaría dinero extra.
Fue lo que hizo con mis padres y al final, acabó con ellos por no tener más dinero que Damián. Si la fortuna de mis padres hubiera sido más grande, otra sería la historia.
—Doctor Klein, al parecer usted no lo entiende ... Su hermana puede estar en peligro.
—Le debemos una disculpa...
****
Sentía el cuerpo y mis pies pesados al salir de la estación. Deambulé sin rumbo fijo, no era una buena compañía para nadie. No entendía los motivos por los cuales lo hallado me afectaba. Ella se veía tan afectaba tras la muerte de sus padres y en buscar justicia.
La niña que conocí no sería capaz de dañar a su madre. La adulta, si lo es. Fácil de influenciar, con una idea errónea del amor y una relación malsana. Cuando supo mi regreso y mi cercanía con Silke, no dudó en llamarme y amenazarme. Estaba convencido, que su regreso apresurado fue por eso. Mi presencia y cercanía con Silke, era una amenaza.
Es posible que fuera una amenaza, pero no por lo que inicialmente suponía. Regresó por lo mismo que yo. En búsqueda de respuestas y venganza. Su madre era culpable en gran medida de su desgracia, su padre su maltratador y yo, ¿Cómo fue que me llamó helena?
El cuchillo que afilaron para causarle daño y que aún lo hace.
Disminuyo la velocidad cuando empiezan los terrenos Frederick y al notar que un taxi viene en sentido contrario. La lentitud con la que maneja me causa intriga, pero la disipo cuando pasa por mi lado, el taxista va al teléfono. Mis ojos se detienen el pasajero y descubro es Magda.
Aliviado por tener un auto que no reconoce, decido seguirla. Me urge respuesta y de momento, solo ella puede darlas. Los oficiales aconsejaron, no hacer de héroe y decir el paradero en cuanto lo supiera.
Existía la posibilidad de que estuviera siendo engañada, lo dudaba.
Evy estaba equivocada, Magda no quería hacer las paces, lo que deseaba era que yo pagara. Asesinar a sus padres, pudo ser una idea de su pareja, pero que hizo eco en ella. Sus padres pagaban por su maltrato e indiferencia.
Conmigo en la cárcel, sitio en que siempre aseguró debía estar. Ella y su pareja disfrutarían felices y libre de todo el dinero. El taxi disminuye la velocidad al adentrarse una zona comercial de estrato medio.
La observo salir del taxi e ingresar a un hostal de letrero percudido y paredes agrietadas. El sentimiento de culpa me invade al haberla llevado a vivir a ese extremo, pero recuerdo todo lo que he sufrido gracias a ella y a su pareja.
—¿Puedo dejar el auto aquí? —le pregunto a un hombre sentado detrás de una caseta repleta de revistas y prensa.
—¡Seguro! —responde jovial apoyando una mano en su gorra y sonriendo —siempre que pague el parking.
No esperaba menos de un sitio así.
Retiro de la billetera un billete de diez dólares y se lo entrego, pero no parece convencido. Mira el resto de dinero que ha quedado expuesto y ruedo los ojos sacando uno de cincuenta.
—Se lo daré con una condición —decido negociar con él.
—Usted dirá. —dice, pero hay algo de reserva en esas dos palabras.
—Necesito saber el sitio exacto de alguien que se hospeda allí —señalo el hostal y sigue mi mano. —¿Puede ayudarme?
—Son tres pisos, solo el primero y segundo está ocupado —comenta divertido —cinco habitaciones en el primero, pero dudo que alguien de esa zona sea conocido de usted. —me mira con burla y me arrebata el billete de la mano. —eso nos deja el segundo piso, cuatro de los seis ocupantes trabajan en las calles...
—No busco a mujerzuelas—le gruño y sonríe.
—Lo imaginé. —señala un sitio en el segundo piso —Siempre supe que no era su madre...
Con esa última frase retumbando en mi cabeza cruzo la calle. El olor a orines, nicotina y hierva invaden el ambiente. Grupos de cinco o seis, aspirando, fumando o inyectándose sin reparo alguno, me sorprende.
Cada paso que doy es un lamento interno por haberla llevado a este extremo. Subo las escaleras con una mano apoyada en las barandas y el miedo en que mi pie quede atrapado en los escalones de madera crecer con cada ascenso.
De vez en cuando me detengo para ver el ambiente o darle paso a alguien. Hombres y mujeres, de vestimentas sucias, zapatos dañados y olores que en la vida había percibido en alguien todos a la vez. No me alivia llegar al segundo piso, el recuerdo que debo devolverme me lo impiden.
Intento coincidir el sitio señalado con lo que veo y me oriento lo mejor que puedo. Las puertas están semiabiertas, brindándome un poco de ayuda al pasar por ellas. Mujeres semidesnudas y hombres en las mismas condiciones me hacen negar.
He ido hasta el fondo del segundo piso y regresado, la idea de tocar cada puerta y preguntar no me gusta. Un lamento en la puerta del centro me detiene, la única puerta cerrada de las seis. Avanzo un par de pasos y apoyo los nudillos dispuesto a llamar.
—Ayuda...
El gemido sigue siendo débil, pero el llamado logra escucharse y tomo el picaporte, pero la puerta está con seguro. La débil voz del otro lado sigue pidiendo ayuda al escuchar mis intentos por entrar.
—Esta cerrada —le digo a la persona del otro lado —¿Puede usted moverse?
—¡Damián!
Mi alma cae al piso al reconocer en ese gemido lastimero a Magda. Me trasporta sin saberlo a una época que creí muerta y enterrada. Esa en las que algunas veces era la víctima, otra el victimario.
Llevado por la ira de aquellos recuerdos, empujo la puerta una y otra vez, escuchando sus ruegos, llamándome. Cuando logro abrirla, detengo mis pasos ante el choque de recuerdos que empañan mi mente, nublan mi vista y quiebran algo dentro de mí.
—No me dejes morir. —me ruega y mi pulso tiembla —no quiero morir, Damián...
Su voz es casi un lamento y me arrodillo a sus pies contemplando la herida en su vientre. Busca mis manos y se aferra a ellas con fuerza rogándome que la salve.
—Vas a estar bien —una promesa que no sé si sea cierta, pero a la que ella se aferra.
—Ella... ayudó a Eliú...
—Después nos haremos cargo a eso —le interrumpo limpiando su llanto —por ahora, nos ocuparemos que estés bien.
Busco en mi ropa el móvil y maldigo al descubrir lo he dejado en el auto. Retiro mi saco y cubriendo su ropa hecha trizas, desnudez y heridas.
—Lo siento... debí creerte... no quiero morir Damián...
Conozco el dolor, estar hundido, sentirte en la mierda, que no vales porque alguien te ha quitado ese poder. Por eso sé lo que siente ella en este instante al rogar por ayuda y pedir no morir.
Sé lo que es morir, una y mil veces en las manos de quien debió defenderme, guiarme. La tomo en brazos hablándole más pequeña y frágil que nunca. Pasa una mano por mi cuello y se aferra a uno de mis dedos con fuerza, sin dejar de pedir perdón.
Un par de puertas se han abierto, a quienes vi hace unos instantes en el interior se asoman al pasar con ella en brazos. Susurran entre ellos y la señalan con rastros de pesar. No logro escuchar lo que dicen, pero puedo imaginarlo. La gran mayoría dirá lo mismo que ese vendedor de revista, con una y otra frase de más.
Todos sabían, o sospechaban, que algo raro ocurría, pero nadie hizo nada por detenerlo. Lo mismo que hicieron conmigo y que repetí con Magda.
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