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Capítulo 21

Ayuda inesperada.

Semanas después

Christine continúa enfadada y sin querer hablarme. Este tiempo lejos de ella me ha permitido ver lo importante que es para mí. Proporcionándome fuerzas para soportar su lejanía, mantenerla lejos de este conflicto.

Una conversación con su hermano me dio la razón. El escándalo mediático en que se había vuelto la muerte de esos miserables era espantoso. A diario era común ver mi foto en las revistas amarillista con algún detalle de mi pasado. Un parricidio siempre daba para más.

Habían contactado a Paul y su hijo, de alguna forma que no entiendo se filtró el nombre de mi terapeuta. Tanto él como su Igor se han negado a declarar y me envían mensajes de apoyo a través de Rogers, quien por el momento ha aconsejado no visitar el país.

¿Por qué ella no podía verlo? Era lo mejor. La extrañaba tanto o más, pero confiaba en que la policía encontrara al responsable. Salvo los señalamientos de Magda y mi pasado. No había bases legales para mantenerme recluido.

No he logrado contactarla sin levantar sospechas y con la única persona que puedo hacerlo es mi abogado, pero hasta él tiene limitaciones. Rogers me pide ser paciente y darle tiempo, pero la conozco. Ella no se le pasará el enojo tan fácil.

—¡Arriba!

El hombre de la litera de arriba se sobresalta ante el sonido de las rejas. Se sienta a toda prisa y observa al oficial en la entrada, expectante. En todo el tiempo que llevo no he visto a alguien visitarle y él parece esperar que eso suceda.

Al igual que yo, es de pocas palabras. La mayor parte del tiempo está dormido o leyendo un libro. Intercambiamos frases de saludos o permisos. De vez en cuando el vocabulario se amplía cuando pide prestado algún libro.

Es el compañero perfecto y pienso, también lo soy para él.

—Klein, tienes visita. —anuncia y puede verse la decepción en mi compañero de arriba —sigues sin importarle a alguien Gómez.

Retira las esposas de su pretina y las muestra ante mí. El gesto de moverlas de un lado a otro se asemeja a lo que se hace con las mascotas cuando las llevas de paseo. Lo hace con un aire de despotismo y enojo.

—Espero que seas la rubia de ojos verdes—ignoro la provocación y sigo en silencio.

Evy me visitó, tras filtrarse la información de mi situación. A pesar de que insistí, no la quería en este lugar y les narré del peligro que corría. Jason Frederick se negó a obedecer o a mantenerse al margen.

Según él, le era imposible no ayudar. Evy era la madre de sus hijos, estos a su vez mis sobrinos. Y, si aquello no tenía peso, la prensa estaba hablando más de lo normal sobre los Klein.

En este momento todos sabían de qué fui dado por muerto a mis padres y el deceso de estos. Hasta mi pasado violento y la sospecha de problemas psiquiátricos estaban siendo ventilados en programas de cotilleos.

Como resultado, Evy ya sabe que somos hermanos y al igual que los demás sospecha que protejo a alguien. La intención de traerla fue para ver si lograba entrara en razón. Algo que no iba a suceder.

—Posees muchos amigos influyentes —su comentario me trae de vuelta. —deberías presentarle algunos a Gómez.

Permanezco con el silencio impuesto en estas semanas. Lo único que he hablado y lo que necesitan saber es que soy inocente, lo demás es su deber descubrirlo.

—Los Frederick, O'hurn —parlotea — y ahora tienes un abogado sacado del ejército celestial. —sin tener ni puta idea a que se refiere me dejo esposar y empiezo a salir de mi celda.

No puedo evitar tensarme al ver que soy llevado al mismo lugar en que recibí a Evy. Los Frederick habían logrado un permiso especial, en una zona privada. Si bien, su presencia me enojó, aquellos detalles hacían ver que era querida.

Dejó atrás los pabellones empezando a avanzar por el ala administrativa. Quien me acompaña aumenta la velocidad de sus pasos al llegar a esa área. El largo pasillo solitario parece sacado de una película, pero no me asusta. Damián me retiró el miedo, le llevó diez años lograrlo.

Cuento tres pasillos antes de detenernos frente a unas rejas. Donde dos guardias nos esperan. Intercambian palabras sobre quién soy, a donde me dirijo y el tiempo. Al final, le hacen firmar un documento y nos abren una puerta metálica.

Llegamos a un último pasillo más pequeño, pero igual de solitario. Cuento dos puertas, deteniéndonos en la segunda.

—Nos han pedido alejarte del ruido. —comenta el miserable acercando su rostro a mi oído —espero te gusten los juguetes que tiene preparado para lograr hables. Los mismos juegos que le hacías a tu hermana, pero más recargado

Al enfrentarlo queda mi rostro cerca al suyo. La sonrisa lasciva que me brinda podría incomodar a cualquiera. No a este hombre, que ha estado en el infierno y logró salir, aunque no ileso. Sostengo su mirada por largo tiempo hasta que acaba negando con una sonrisa en los labios.

—¿Te gusta este lugar? —pregunta al empujar mi cuerpo dentro de la habitación.

Una mesa metálica, dos sillas y una ventana de cristal es todo lo que hay. No soy liberado de las esposas, pero tampoco esposado a la mesa, lo que me brinda ciertas libertades.

—Ponte cómodo —señala una de las sillas saliendo de forma silenciosa, mi soledad no tarda mucho. Soy acompañado por quien parece un detective.

—Damián Klein—saluda el detective —¿Le molesta si no le llamo doctor?

—Sigo siéndolo, con o sin mención.

Quien puede hacerlo son las demandas heredadas por Silke y Damián. Pero, no es algo que el hombre desee escuchar, ni yo explicar. En vaqueros desgastados, remera negra y una americana en cuero del mismo color, me observa con intriga. El oficial no hace parte de todos los que, hasta el día de hoy, me han entrevistado.

—Tiene razón —se sienta frente a mí y estira su mano —Soy el oficial, Hills. —se presenta al sentarse.

—Ya sabe quién soy —respondo aburrido —evitemos las formalidades. —mi comentario le hace reír, pero acaba por afirmar.

—Acabo de tener una interesante plática con su hermana. Relató muchas cosas. Algunas lo involucran.

El oficial lanza en el escritorio varios documentos. Su cercanía me permite leer partes de su contenido. Magda ha sacado toda su artillería.

—Lo imagino.

—¿Es todo lo que dirá?

No será creído nada de lo que diga o haga, y, por el contrario, lo pondrán en duda.

Estoy aquí por lo que le hice, la muerte de sus padres no tiene nada que ver. Ella considera que este es mi sitio, por lo que insiste en que le hice. Soy consciente que merezco un castigo, pero no el único culpable.

El oficial se lleva los documentos a su lugar, pero no los lee. Sus dedos pasan las hojas de la declaración a toda prisa sin detenerse en ningún sitio en particular.

—¿Desea que lo lea por usted?

—No.

—¿Le molestaría que lo haga?

—Sé lo que dice.

—¿Lo recuerda?

El cruce de palabras llega hasta allí por dos cosas. La principal es que mi recuerdo no es el mismo de ella y lo segundo, alguien ingresa. El oficial luce incómodo cuando se incorpora y le da el paso al visitante.

Un hombre que jamás había visto se sienta en el sitio que ha dejado el oficial. Le entrega los documentos dejados en el escritorio y lo reemplaza por su maletín.

—Me gustaría hablar con el señor Klein —ordena — en privado. —aclara.

Guardo silencio viendo la lucha interna del oficial por obedecer o no y le doy un vistazo al desconocido. Rubio, en traje elegante, ademanes delicados y comportamiento... ¿Superior?

—¿Tiene problemas con mi pedido? —pregunta enarcando una ceja que el oficial corresponde de igual manera.

—Me temo que ustedes han sobrepasado el uso del poder...

—Lo dice quién apresó a un inocente basándose en una acusación y cero pruebas —le interrumpe regresando la mirada en mi dirección —Gadien Doyle y lamento conocerlo en estas circunstancias.

Se presenta como abogado, casado con una hermana de Jason Frederick. En lo que dura su presentación, el oficial dura un par de minutos en pie, tiempo en el cual el hombre parece ignorarlo. Al final, acaba por largarse dando un portazo, lo que le saca al escocés una sonrisa.

—Considero que no necesito de otro abogado. Soy inocente.

—Me lo han dicho —comenta abriendo el maletín —Mi presencia no es solo para ofrecer mi ayuda. Aunque, debo admitir mi llegada, tuvo que ver con ella.

Estaba en el país por el bautizo de los gemelos, ceremonia que tuvo que aplazarse, debido a lo sucedido. Intrigado por lo que dice, inclino mi cuerpo hacia él que nota mi sorpresa.

—¿De qué está hablando? —cuestiono.

—Su hermana tuvo un accidente.

Me encantaría que se refiriera a Magda, pero me ha dicho que es familia de los Frederick y eso lo pone al tanto de mi situación. Lo que sale de sus labios me hace empuñar las manos y levantarme.

Alguien se había llevado a Evy de la mansión, su desaparición tardo lo suficiente para alarmar a todos. Fue encontrada por un taxista luego de verla arrojarse de un auto en un semáforo.

—La reconoció por la prensa y llevó al hospital en que había leído, era de la familia en la que trabajaba —comenta sacando unos documentos —imaginé que deseaba saber su estado.

—¿Cuándo fue?

—El día que vino a visitarle.

Jason se fue por los niños, los de la caseta instalaban las cámaras, los Nielsen no se encontraban y algunos sectores de la mansión no tenían instaladas.

Leo el reporte médico con la sangre subiendo en mi cabeza. El tobillo fue lesionado de nuevo, costillas rotas, laceraciones y golpes. Un coágulo en la cabeza producto de la caída es por lo que no la han dado de alta.

—No recuerda el incidente —el hombre niega y regreso a la silla.

—Debe tener los motivos que le hagan guardar silencio —le siento decir. —espero lo sucedido a su hermana le haga entrar en razón.

—¿La ha visto?

—En un par de ocasiones.

—¿Cómo está?

—Furiosa, por no recordar —sonrío levantando la vista y me observa preocupado —la están cuidando bien.

—Entonces no tengo de que preocuparme.

—Se equivoca —suspira largo antes de seguir —Lo último que recuerda es el claxon del auto y la única cámara que daba en su dirección la muestran saliendo de la mansión. No puede verse a quien saluda—se detiene para ver mi reacción antes de seguir —¿Entiende?

—Conocía a su secuestrador —respondo al fin —Evy no saldría si no es alguien conocido.

Eso reduce la búsqueda en personas que ella conozca, pero también la familia. Si logró llegar a esa zona es porque era conocido y no era la primera vez que llegaba a la mansión. El enojo por saberla en peligro, no me permite concentrar y rechazo mis intentos por buscar.

—Estaré en la ciudad por un tiempo, le ayudaré en lo que pueda a su abogado —se ofrece—le pido reconsiderar el voto de silencio.

No tengo nada en que pensar.

****

¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que le escuché? Tanto que lo siento una eternidad. Cada día es una lucha no sucumbir a la tentación de ir a verle y que logro superarla recordando que no me quiere allí.

Me ha enviado mensajes con Rogers, pero al que no sé qué responder. Sin importar si estoy o no enojada, no podré verle o hacer algo por él, ¿Qué importa si estoy o no enojada?, al final no podré ser el apoyo o ayudarle a salir.

Mi restricción es hasta con su hermana que desconoce nuestro matrimonio y por mamá sé, fue raptada. Yo debería estar con ella, presentarle mi apoyo y decirle quién soy. Hasta en eso demanda no meter las narices. Por todo lo anterior, he decidido no hablarle, hasta que no entre en razón.

Suelto mis hombros y cierro los ojos cuando el último documento está registrado. Apago el equipo y me quedo en el consultorio sin saber qué camino tomar. He logrado salir una hora antes de lo esperado y no sé qué hacer con ese tiempo.

Mis movimientos son de derrota cuando tomo mi bolsa y las llaves del auto. Lo usual es que use los ascensores públicos y no los privados. El día de hoy no deseo hablar con nadie y con la certeza que a esta hora no suelen utilizarse, me dirijo a ellos.

Antes del regreso de Damián y del noviazgo de Vincent. Un día como hoy, buscaríamos algo que hacer. Un solo mensaje bastaría para ubicar al grupo que correría e inscribirnos. Él o yo, nunca los dos.

Han pasado casi un año y lo siento como si fueran diez. Tengo la sensación de haber envejecido dos décadas y mi humor cambió. Atrás quedaron las risas y bromas acostumbradas, las noches locas con mi hermano.

Cada que sugiero algo que hacer, él siempre tiene planes con Rebeca. Y no es que él no me incluya en los planes con su novia. Siempre insiste en que me una, no considero correcto mi presencia. Necesitan privacidad y conmigo no la tendría.

Sin ganas de llegar a casa y encerrarme en la habitación, deambulo por las calles sin rumbo fijo. Los recuerdos del día en que Vincent nos presentó me acompañan durante mi recorrido.

No pude despegar los ojos del chico de ojos color miel, cabellera negra, cejas fruncidas y labios rojos. Damián despedía un aire de rebeldía y odio que lograba el rechazo de todos. No de mí, que pude ver en sus gestos a un chico perdido.

Al que no le gustaba estar cerca de mí y eso me ofuscaba.

Por mucho tiempo rechazó mi presencia e insistía a Vincent que, si su hermana iba, él no. Hasta que le confesó lo impensable. Yo le atraía, pero mi enorme parecido con Vincent, lo hacía vacilar.

Damián dudaba que le gustaran las chicas y consideraba a mi hermano atractivo basándose en el rostro tan parecido al mío. En una forma de ayudarle, empezó a crear encuentros que nos fue uniendo más.

Supe lo que escondía y me dediqué a demostrarle que alguien podía amarlo, sin importar sus errores. Esos que no tenía idea que eran o lo delicado, me bastaba saber que requería mi ayuda y yo se la daba.

Con el tiempo, llegaron las confesiones, me enseñó sus marcas, lloramos juntos y curé sus heridas. Odié a su padre por dañarle, pero más a su madre por no ver lo obvio y detesté la manera que tenían de ofenderlo. Le llamaban Monstruo.

Damián fue el vil reflejo de la incompetencia de un psiquiatra que, llevado por su inexperiencia, lanzó un dictamen de forma irresponsable. Un hombre que trasladó el odio de su hermano a través de un niño inocente. El que la envidia lo cegó al ver en el pequeño, rastros del hombre que odió. Su hermano.

Por, sobre todo, siento que la mayor culpable de todo es la mujer que no supo amarse lo suficiente para decir. No más. Que no amaba a su hija, pues de hacerlo se hubiera alejado para protegerla.

Sin darme cuenta como transcurrieron las horas, estoy ante el jardín de la casa. Son casi las diez de la noche y todos mis hermanos están de visita. Intento recordar si se anunció una cena o algún evento especial. Al no hallar nada busco el móvil descubriéndolo sin baterías.

Ingreso a la casa arrastrando los pies y me detengo al verlos en el primer salón. Salvo Vincent y los niños, todos están allí. Sasha y Angelo, Marck y Mauren, Alexis sin Emma, pero no es novedad.

—Te estábamos esperando —habla mi padre levantándose.

Mamá no hace comentarios, es raro verla en silencio, peor aún con rostro triste. Dejo las cosas en un sillón y me quedó en pie sin reaccionar. Tengo la certeza que estoy en el banquillo de los acusados e imagino los motivos. Una mezcla de miedo y dicha me invaden al dar un paso al frente. Saldrá en libertad y es en todo lo que debes pensar.

—Cuando me dijo que serias su esposa, solo con mi consentimiento, le creí —empieza a decir papá —le di el voto de confianza que supuse necesitaba y hasta me enorgullecí de que hubieras escogido a un buen hombre.

—Papá...

—¡Silencio! —su voz es un rugido que me hace saltar. —Me mintió. Y tú se lo permitiste.

Mamá se incorpora y cuando considero que es para calmarle, lo hace para sostener la mano de mi padre. Ambos me ven con una mezcla de preocupación y enojo. No tengo ojos más que para ellos, nadie más en la sala me importa tanto como papá y mamá.

—Estás equivocado...

—¿Sí? —pregunta avanzando hacia mí con un documento en manos —¿Es mentira que te casaste? ¿Qué huiste con él? ¿Qué te dejaste llevar por sus tonterías?

—No, pero...

—Será mejor que guardes silencio —dice mi madre —¿Por qué Christine? —pregunta en medio de sollozos.

—¿Cómo puedes irte a dormir día a día sabiendo que es inocente? —la indignación de mi padre me hace bajar el rostro. ¿Quién le dijo que tenía paz? — sabes muy bien lo que se sufre. Por mí, por Marck —explica y mi vista se empaña —aun así, decidiste callar.

—Pero...

—No me importa tus excusas —alza la mano impidiéndome defenderme —ninguna podrá sustentar que un inocente esté en prisión y que tengas las pruebas para sacarlo. ¡Callaste!

—Voy a solucionarlo...

—¡Por supuesto que sí! —ordena —Te voy a acompañar a la estación y me voy a asegurar que digas todo... ¿Entendiste? —afirmo pasando saliva y viendo a mamá.

—¿Cómo te enteraste? —pregunto dando un paso atrás al notar su enojo escalar. —¿Cómo? —insisto viendo a los demás.

—Gaspar —responde Angelo —Eliú Cass le entregó copia del acta de boda.

¿Quién mierdas es Eliú Cass? No recuerdo a nadie con ese nombre. ¿Acaso Cass no era el apellido de esa oficial? Muerdo mis labios escuchando la reprimenda de mis padres. Les doy tiempo para desahogarse, pero cuando mi paciencia llega a su fin, decido defenderme.

—No nos dieron otra opción. Le amenazaste con que solo muerto dejarías que me casara con él—les recuerdo —ahora no puedes negarte. Estamos casados...

—No lo están —papá enarca una ceja, mamá sonríe y una mirada, todos los muestra con rostro indescifrable —no lo están —repite empuñando el acta de matrimonio.

—Hasta que nosotros no demos la bendición, así será —sigue mamá — tendrá que llegar a esta casa, pedir tu mano y...

—Rogar que deseemos aceptar —concluye papá.

Son pocas las veces en que ambos se ponen de acuerdo en algo sin platicarlo primero. Que en esta ocasión estemos Damián y yo de por medio, no es bueno.

—Hubo fiesta y no fui invitado. —cierro los ojos al escuchar la voz de mi hermano.

—Contigo también queríamos hablar. —reclama mamá.

Vincent no se nota preocupado al avanzar hasta donde estoy, llegando incluso a sonreírme y dejar un beso en mi frente. 

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