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Capítulo 20

Buscando aliados

David Rogers, contaba con todo lo que requería para ayudar a Damián. Ha cosechado éxito y prestigio como abogado. Es respetado por sus colegas, fiscales y jueces. Uno de los mejores en su campo y lo mejor de todo.

No les temía a mis padres.

Esto último sirvió de peso para querer buscarle. La amistad que hubo por mucho tiempo entre ambas familias me sirvió de puente para ir a su casa. En la empresa llamaría la atención, alguien podía llamar a mis padres y decirle.

Fui recibida por Amelia Rogers. Su nerviosismo fue evidente al percibir mi llanto en mis esfuerzos por explicarle lo que me hacía desear buscar a su esposo. Me pidió ingresar y calmarme. Su esposo estaba en juicio y solía apagar los móviles.

Ella temía que mi problema era por piques ilegales y no la saqué del error. Durante la espera por su esposo me llenó de consejos. Era joven, con un futuro prometedor y unos padres que me amaban como a nadie. Yo podía perder la vida en una de esas carreras y mi madre no soportaría tanto dolor. Lo más curioso de todo es que hoy, con Damián en riesgo de ir a prisión, lo entiendo.

—¿Seguro que no deseas que llame a Ivanna?

—No. —respondo segura —tampoco debe saber que estuve aquí.

—No me gusta ocultarles las cosas a tus padres —me riñe —no deseo malentendido entre nosotros.

Entendiendo su molestia, no obstante, Damián tiene razón. Decir sobre nuestra boda, lejos de solucionar el problema, aumentaría. Mis padres se unirían a su lista de explicaciones y le quitaría tiempo.

—Deseo ser yo quien se lo diga —es la mejor excusa que se me viene a la mente por el momento.

La duda cruza su mente, pero acaba afirmando.

Después de lo sucedido con su hija, nuestras familias se alejaron. La grieta dejada fue difícil de cerrar, la amistad con Sergey no volvió a ser la misma, ni con ellos o sus hijos. Logramos pasar la página y perdonar, la experiencia nos dice que lo mejor es mantenernos a distancia.

Amelia y Rogers, son los padres de la chica que años atrás señaló a Marck de haberla violado. Por culpa de esa falsa acusación, mi hermano estuvo en prisión en donde fue atacado por ser agresor sexual de una menor de edad.

Salió libre de cargos, pero con problemas para socializar. Gracias a Mauren y quiénes le amamos logró superarlo. Marck nunca ha tocado el tema de lo sucedido en prisión, tampoco habla de los Rogers a quienes evita y trata de no coincidir con ellos.

Amelia toma el celular por quinta vez y verifica si hay algún cambio avanzando una ventana. Abre las cortinas mientras yo intento contactar a Damián. Desvía las llamadas y no ha leído mis mensajes.

—Acaba de llegar —habla avanzando en mi dirección —te llevaré al estudio.

Es lo mejor, si llega a saber todo lo que escondo se lo dirá a mis padres. De momento no me interesa decirles que estoy casada, mi mayor preocupación es sacarlo de prisión.

—Por aquí.

Me dejo llevar hasta el estudio de la casa y me pide esperar a su esposo. Ella querrá hablar con él antes de ingresar, pedirá llamar a mis padres o no intervenir. Es arriesgado buscarlo a ellos, papá puede verlo como una provocación.

Es el mejor en su campo, con una experiencia en la corte que servirá de ayuda en caso de que Damián tenga mala suerte y llegue a ella. Anhelo que no sea necesario y las autoridades hallen al verdadero culpable. Si es que lo hay.

Durante la espera, una empleada ingresa de manera silenciosa con un té. Me brinda una sonrisa tranquilizadora y sale dejándome sola. Aprovecho la espera admirando las fotos que adornan las paredes y encimera.

Las imágenes de Amelia y David desde su adolescencia me entretienen. Amelia la acompaña un hombre mayor, cuya imagen me resulta conocida, pero al que lo logro ubicar.

Las tomas de David pasan de adolescente en una playa de Miami con su hermana y padres, a Moscú ya de adulto, sin compañía y sin la sonrisa. Alguna vez escuché que sus padres murieron cuando eran jóvenes y solo tenía una hermana. Explicaría por qué no hay fotos de sus padres, salvo en un par de imágenes bastante borrosas.

Avanzo en silencio dejando la taza de té a un lado y disfruto de la vista. Siempre me ha gustado la forma en que las fotos perpetúan momentos, pasándolos a la inmortalidad.

Una imagen de Amelia adolescente abrazada a una rubia me hace reír. Es mi madre a quien finge besar. Ambas pueden tener unos quince años, en una calle de Moscú rodeada de nieve. Su cabeza cubierta por una boina negra en mi madre, roja en Amelia, mejillas sonrojadas y la muestra de una época feliz causa nostalgia. La amistad de ambas familias fue por la amistad entre ellas y la de ellas por sus padres.

—Vincent y tú se parecen a ella —escucho a David detrás de mí —En ti esa similitud es casi un clon. Eres igual de traviesa, difícil de manejar e impredecible.

Toma la foto al llegar a mi lado y la observa por largo tiempo antes de hablar. Sonríe diciéndome que es el principal motivo por el cual papá me protege y mamá, cubre mis faltas.

—¿Sabías que de no casarme con Amelia mi esposa sería tu madre? Serias mi hija —afirmo y sonríe — por mucho tiempo ambas creyeron que se amaban.

—Mamá lo dice seguido, papá odia escucharlo —confieso.

—Lo mismo hace Amelia —suspira regresando la imagen a su lugar —¿En qué puedo ayudarte, cariño? —toma mi mano y me lleva a la zona de los sillones—cuéntale tus penas a tu tío David y estas serán sanadas.

—Ojalá tuvieras ese poder —limpia mi mejilla con el dorso de su mano haciéndome un guiño. —es imposible que tengas, pero sería de ayuda.

— No hay nada imposible, algunas cosas resultan más complicadas. El esfuerzo las hace valiosas. Estás en la casa de los deseos, aquí todo es posible. —susurra sonriente.

—He llegado al sitio correcto —afirma ayudándome a sentar, instantes después lo hace a mi lado —lo que voy a decirte no puedes usarlo como defensa...

—Yo decidiré eso. —interrumpe —¿En qué líos estás metida?

—Yo no ... Mi pareja —enarca una ceja interrogante y cruza sus brazos.

—¿Hombre? —afirmo y sonríe. —siempre esperé de ti algo distinto.

—No lo culpo —tuerce sus labios y ese gesto le resta años.

Debajo de ese rostro mayor se esconde un hombre atractivo. Amelia no debió tenerla fácil con él y las mujeres que muy seguramente le revoloteaban.

—Pero, sigue —me pide sin dejar de reír. —¿Qué hizo tu pareja?

—Nos casamos a escondidas en Berlín, mi padre lo odia —empiezo a decir y su ceja se alza con cada confesión —seguro ha escuchado hablar de su padre...

—¿Cómo se llama?

—Damián Klein —lo piensa un poco y afirma.

—Acaba de morir, él y su esposa...

—Alguien lo acusa como el causante —le interrumpo —pero no lo hizo. —me apresuro a decir —antes de lanzar juicios te pido que me escuches.

—No sería abogado si no lo hiciera, cielo —me calma —dime ¿Por qué lo consideran culpable y por qué aseguras es inocente?

****

Durante la charla efectuó un par de llamadas, envío y recibió mensajes. Me aseguró, buscaba datos sobre la situación de Damián. Al respecto, solo sé que estaba rindiendo declaración y no había acusación formal en su contra.

—Ha guardado silencio en toda la declaración y eso no le ayuda. —suspira y cruza sus brazos a la altura de su pecho. —imagino que te protege.

No me ha dicho si tomará el caso, pero confío en que sea así. He sido con él todo lo honesta posible, hice gala de mi buena memoria al narrar todo lo que recuerdo de sus supuestos padres. Hasta donde la promesa hecha me lo permite.

—Hay cosas que solo él puede decirle —confieso —hice una promesa de callar.

—Lo que hacen complica todo ¿Eres consciente de ello?

Sigo con la mirada baja y me obliga a verle tomando el mentón. El acto de limpiar mi llanto regresa, esta vez con preocupación.

—Aunque diga que estaba conmigo, eso no lo hace inocente.

—Tengo el presentimiento que aquello que ocultas es importante —cuestiona y bajo el rostro —Ese hombre es afortunado de tenerte, espero que sea merecedor de tu lealtad.

—¡Lo es! —respondo con vehemencia alzando el mentón, lo que le saca una sonrisa.

—Debe existir una razón de peso por la cual su hermana lo señale como culpable de asesinato...

—¿Magda?

—¿Hay otra? —pregunta con duda y niego —llegó a la estación, entregó una declaración que dejó la duda suficiente para encarcelarle.

—Pero, estaba conmigo. —insisto.

Las autoridades han tejido diversas teorías, una de ellas y la que tiene más fuerza es que pagó a alguien para asesinar a sus padres. Tiene un historial complicado.

—De niño tuvo un dictamen psiquiátrico —me explica soltando el aire —de adolescente, presentó problemas de ira y socialización. Fue acusado de maltratar a su hermana y enviado al extranjero.

Su hermana ha dado una extensa declaración sobre su maltrato y niñez a su lado. Nombró a su prima como testigo de aquella época. Cada palabra que dice aumenta el escozor en mi piel y las ganas de gritar.

—¡Fue una víctima! En aquel tiempo nadie investigó.

—¿Su hermana miente?

—¡Sí!

—¿Por qué no se defiende y ha guardado silencio? —insiste —no es solo por ti.

—Ese hombre hizo tanto daño a muchos y ¿Solo Damián es sospechoso? —me quejo.

—El único con la clave de ingreso a la mansión. —me recuerda levantándose del sillón —tiene un motivo, mucho odio e inteligencia —abre sus brazos cuando lo veo enfadada —es lo que dicen las autoridades, no yo.

—No lo hizo —lo defiendo —ese hombre no logró hacer de él lo que quería. Te lo puedo asegurar sobre piedras calientes y descalza.

Guarda silencio observando mi rostro por tanto tiempo que acabo bajando la mirada. Toma mis manos y apoya la libre sobre las nuestras mientras susurra.

—Hablaré con él.

La reacción que sigue es lanzarme a sus brazos y volver a llorar. Al abrazarme asegura será imparcial y no dejarse guiar por lo que le han dicho.

—No te prometo defenderle, primero hablo con él —se apresura a decir —¿Necesitas que te lleve a casa?

—Pediré un taxi.

Se ofrece a hacerlo él, recoge la taza de té que deja en mis manos. Insiste en que lo consuma mientras llama al servicio de taxi.

Pienso en mi próxima parada tomándome la bebida de un solo tajo. Hay pocas oportunidades de toparme con Gregory Frederick y hacer una cita con él es una tarea digna de una película. Gregory es el único que conceder el permiso de un escolta para Evy sin que nadie lo cuestione. Es tan autoritario, que querrá hacerlo a su manera y hacerme a un lado.

****

Tal como lo imaginé, no logré verle y la cita más cercana estaba para dentro de quince días. Recurrí a una llamada telefónica que, por fortuna, no ignoró.

La sorpresa no acabó ahí, no hizo preguntas sobre porque ayudaba a Damián, ni cuestionó que fuera uno de los amigos de Angelo a quienes buscaría. Lo que sí insistió o exigió, es que primero hablaría con él. Aceptaría el escolta para Evy y los niños. Sí, y solo sí, su hermano, acepte.

Y no estaba sujeto a discusión.

Aún no hablaba con Ángelo, confiaba en que uno de sus amigos podría ayudarnos. Jason siempre dice los Borch son expertos y diestros con las armas. Es lo que se necesita para ellos.

Damián lleva un mes bajo arresto, sigue negándose decir algo diferente a que es inocente. La agonía por no verle o saber de él como lo deseaba me estaba matando. Contraté a la persona que se haría cargo a la seguridad de su hermana.

David Rogers aceptó su defensa y la de los litigios que puedan presentarse de la demanda de la clínica. Aseguró que Damián le demostró, era inocente y aseguró poder ayudarle a salir en libertad.

He hecho todo lo que me ha pedido. Siendo la de no decirle al mundo que era su esposa y estaba conmigo el día de la muerte de sus supuestos padres, lo que me estaba destruyendo.

Eso y su negativa a que lo vea en prisión.

Aproveché que mis padres estaban de viaje para ir a visitarle y se ha negado a recibirme. Sucedió esta mañana, desde entonces no tengo paz. Cierro el último folio del paciente del día, apoyo mis codos en el escritorio cubriendo mi cabeza con mis manos.

El teléfono del escritorio empieza a sonar y alzo la vista viendo el objeto. No deseo hablar con nadie, ni ver a nadie. En este instante desearía que la tierra se abra y largarme por la grieta.

El sonido de un segundo intento me hace tomarlo, solo para que dejar de escuchar el molesto ruido. Me preparo para decirle a quien sea, no deseo ver a nadie. Mi corazón salta de emoción cuando la voz del otro lado susurra.

—Linda...

Es lo que necesito para el colapso. Alejo la bocina de mi rostro sosteniéndola entre mis manos con fuerza. Ambos estamos en una cárcel, la metáfora puede parecer absurda, pero así me siento.

—Lo siento, pero no puedo con esto —le digo cuando logro obtener voz. —¿Qué clase de persona consideras que soy?

—La mujer que amo y la madre de mis hijos —responde seguro —mi mujer por la que estoy dispuesto a dar la vida. La que no debe manchar su imagen visitando a un prisionero, ni arriesgarse —sigue —esto es tan difícil para ti, como para mí, pero juro que valdrá la pena.

—Ya no me importa lo que piense mi padre, ni escándalo, ni nada —sollozo —le diré a todos que eres mi esposo, que estabas conmigo. Si tengo que ingresar a esa casa y buscar los videos lo haré —prometo agitada.

—¿Mejor? —pregunta en una calma que me enoja y cuelgo la llamada.

—Vete al infierno Damián Klein...

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