Capítulo 16
La venganza perfecta
Con todo listo para viajar gracias a Christine y Vincent, me restaba solo esperar la hora. Durante esa espera, no quise pisar el hogar de los Klein. Me negaba a seguir fingiendo ser lo que no era, que había olvidado o convivir con el causante de mi desgracia.
En la clínica no había opciones, ni excusas para no asistir. Sin embargo, intentaba que mis obligaciones no excedan el límite de las seis horas. Evitando en la medida de lo posible coincidir con el anciano.
A Silke podía soportarla, a él no.
Para justificar mi ausencia, le comenté a Rupert me iría de vacaciones, sin dar detalles, y él asumió que no lo haría solo, sino con Christine. No lo saqué del error, me convenía que se pensara así sería.
Una mentira que acabó siendo de utilidad, el anciano estaba emocionado con la idea de que el noviazgo entre Christine y yo, se formalizara. Aquello era la solución a todos sus problemas.
Lo dejé pensar que así sería.
Ya tendría tiempo de ajustar cuentas, era cuestión de esperar el momento perfecto. Buscando el éxito, he tenido que guardar silencio. Faltaba poco para liberarme de ambos, no lo echaría a perder por una rabieta. Ese pensamiento me permitió soportar estos días.
Mi vuelo sería esta noche y no pretendía ir a la clínica o despedirme. Regresaría en una semana, no existía razón para hacerlo. Rupert, tiró por tierra mis planes al requerir mi presencia.
Detengo el auto en el estacionamiento y salgo del interior contemplando la lujosa edificación. Saco de mi bolsillo el anillo de compromiso que compré a Christine. A mi regreso le pediré matrimonio, lo regreso a mí bolsillo y regreso la mirada al logo de la clínica.
La próxima vez que esté aquí, será como hijo de Konrad y Amelia Klein. El alivio que me produce ese pensamiento me da la fuerza que necesito para retomar la marcha. A pasos decididos avanzo a los ascensores rumbo al laboratorio. No recuerdo haber dejado un pendiente y no veo el motivo por el cual Rupert me necesite. Aún así, lo mejor es despejar dudas.
El ascensor abre sus puertas antes de llamarlo y quién sale del interior es Angélica. Mejillas mojadas, hombros caídos y sosteniendo con fuerza un sobre gris.
—Buenos días, Damián —saluda limpiando una lágrima de su mejilla con delicadeza —¿No deberías estar de luna de miel?
Guardo silencio examinando sus intentos por lucir indiferente, fracasando en cada gesto. No es lo que se dice mi mejor amiga, ser hija del socio de Damián, la hizo coincidir conmigo en un par de reuniones de niños y luego de adolescente. Así fue, hasta que fui enviado lejos del seno familiar. En todos esos encuentros, la recuerdo como alguien alegre que rara vez perdía el control. De mujer, aquel comportamiento aumentó. Siendo este uno de sus más grandes atributos.
—Silke me dijo que debía perder toda esperanza contigo —continúa —Nunca tuve oportunidad, ¿verdad?
—No esperes que te crea, que estás así por mi noviazgo —le aclaro e infla mejillas. —no eres el tipo de mujer de llorar, por un hombre. A no ser que sea tu padre.
Mueve su cabeza en silencio mientras limpia sus mejillas con un pañuelo que saca de su bolsa. No exagero al decir que no es una mujer de lágrimas fáciles. Si ha de llorar, sería por su familia. Nada más.
—Mi padre aconsejó, lo mejor es que mi hermano y yo vivamos una temporada en Berlín —confiesa apretando con fuerza el pañuelo. —nuestro vuelo sale en unas horas. Vine a despedirme de él.
—¿Por qué?
Sonríe mostrando un hoyuelo en su mejilla, acusándome de vivir en las nubes. Continúa en medio de bromas falsas que imagina mi novia rusa tiene que ver.
—En la clínica no se habla de otra cosa que no sean las demandas que afrontan—habla y nos señala —tus padres y el mío. —me recuerda.
—Estoy al tanto—comento indiferente ganándome una mirada de desdén —Lo que afrontaría tu padre es delicado, pero no al extremo que tengas que huir. Es Damián y Silke quienes tienen problemas.
—Es más delicado de lo que supones. —insiste. —Silke ha intentado mantenerte al margen, pero no es como lo ves.
Al igual que todo lo que gira en torno a ellos, no me interesa. Tengo una meta y hacia ella me dirijo, cualquier cosa que me distraiga de ella carece de importancia.
—No he tenido tiempo de hablar con ella —me excuso y tuerce los labios, molesta —llevo varios días sin ir a casa.
Asiente en silencio y guarda el sobre en su bolsa. Me dice que es una carta que le envía Silke a una hermana. Lo primero que se me viene a la mente es que, con tanta tecnología, utilice un método tan antiguo. Tantos años con su esposo dañaron su excelentísimo cerebro.
Es una pena.
—Está en la azotea —su voz me trae de vuelta a la realidad — si te interesa saberlo, no está bien. — No espera una respuesta, tampoco sabría qué decirle.
El ascensor vuelve abrir sus puertas e ingreso en solitario. Al cerrarse, mi mirada viaja en el tres, piso en el que se encuentra el laboratorio, luego al último. Ella no merece un consuelo.
No obstante, no lo hago por ella, sino por mí. Y el placer morboso que me genera, se encuentre sufriendo, aunque no tanto como lo deseo.
Presiono el último botón de la línea de números y regreso a las paredes del ascensor. Permanezco en la misma posición sin mover un músculo hasta que la caja metálica me lleva al sitio que pedí.
Doy un paso al interior del solitario pasillo. Frente al ascensor, unas escaleras metálicas angostas y en forma de caracol me reciben. Al final de ellas, yace una puerta que suele estar cerrada con tres candados. El día de hoy no es así, la luz del sol se cuela por ella, iluminando los peldaños.
El cielo Azul despejado ofrece su mejor vista a través de esa puerta. Apoyo una mano en las barandas dando el primer paso en mi ascenso. Por un momento, bastante fugaz, tengo la sensación de ir saliendo de las tinieblas y yendo al cielo. Es la imagen que me envía los escalones iluminados y el firmamento justo encima de mí.
El último paso me lleva a la azotea del edificio. Al fondo, de frente a mí y sentada en un muro viendo la ciudad, Silke Klein parece llorar sosteniendo algo negro entre sus manos. Mira por encima del hombro y al verme acercar regresa la vista a los rascacielos de New York.
—Era la ciudad en que todos los sueños se cumplían —me dice una vez estoy cerca —Damián me prometió que así sería.
—Está aquí —señaló mi corazón —y aquí —mi dedo viaja a mi cabeza, viéndola sollozar. —cualquier sitio es perfecto para realizarlo, si lo visualizas en ambos.
—Ahora lo sé. Demasiado tarde, por cierto.
Me cuido guardando espacios al sentarme, con sus sollozos tenues como fondo. Es una mujer joven en comparación con su esposo. En varias ocasiones le he insinuado el divorcio, evadiendo siempre mi comentario.
—¿Por qué no divorciarte? Es un buen plan.
—Tiene documentos que me comprometen —confiesa lanzadome una mirada fugaz. —lo intenté en tu cumpleaños número tres cuando Konrad llegó a este país.
— Eliú me habló sobre esa visita.
—Se lo habrá dicho Damián —comenta —En aquel tiempo, estaba en el ejército y el general aún activo. —guarda silencio por largo tiempo.
Jamás hubo entre los dos un lazo fuerte, no tengo recuerdos de ella siendo cariñosa o amable. Las veces que he tenido que ser amistoso, me ha costado.
—Seguí tu consejo.
Alza sus manos y me muestra lo que sostiene con tanta fuerza. Tres cintas de videos antiguas que podrían contener cualquier cosa, si la leyenda en el revés no fuera mi nombre.
Me dice que, desde que lo sugerí ha intentado hacerse a las llaves. Tuvo éxito cierto día en que dejó el juego de llaves en la casa y le pidió llevárselas a la clínica. Le hizo una copia y lo siguiente fue esperar algún viaje.
—Notará la ausencia de estas cintas. —le advierto y sonríe con tristeza.
— Dudo que se dé cuenta. —responde segura —Si su inteligencia fuera la mitad de su ego, sería millonario.
No tengo ni idea de que decirle que pueda mitigar su culpa. Es tan culpable como él, tuvo la solución a nuestros problemas y no tuvo el valor para hacerlo. Causó daño a la persona que aseguraba le importaba más que su propia vida. Su hija.
—La historia no fue contada como en realidad pasó. Ambos sufrieron, tú aún más. Sin embargo, has podido reponerte. Desde que las vi, he buscado como lo lograste y ella no. —continúa en medio de llanto.
Su respiración es pesada y por momentos le cuesta respirar. Guardo silencio en lo que sigue, ella necesita desahogarse y yo sigo teniendo problema con sentirme afín con su dolor.
—Tuve ayuda.
—Ella también.
—Y, acepté culpas —ella niega, yo sonrío —me perdoné.
—A ella le cuesta. Se niega a ver la verdad. —solloza fuerte.
Una verdad que ha aceptado porque vio esos videos. De otra forma seguiría acusándome sin piedad. Tal cual lo hace su hija, que se niega a frontal la verdad y culpa en toda esta historia. Fui victimario, no lo niego, pero también víctima.
—Konrad, despedía magnetismo. Irradiaba seguridad, encanto, elegancia. Acaparaba miradas a los lugares que asistían y nada le era difícil. —sonríe con nostalgia viendo sus manos que reposan en su regazo— me enamoré perdidamente, pero no fue correspondido. El corazón de Konrad tenía dueño, llegué tarde a su vida.
—¿Damián fue el premio de consolación? —sonríe sin humor, afirmando.
—Tienes razón —intenta sonreír, pero acaba en un sollozo.
Conoció a Damián dos años después que a mi padre, en un congreso. Muy parecido a su amor, aunque veinte años mayor y sin el mismo encanto. La conquistó con detalles, la llenó de elogios, la hizo su socia en la clínica y acabó enamorándose con locura. Lo amó más que a Konrad siendo eso lo que acabó por destruirla.
—Cinco años después, cuando Konrad era solo un recuerdo de juventud y la clínica tenía prestigio. Atravesó la clínica y llenó el recinto de magia.
Nunca imaginé que alguna vez conociera la historia de parte de uno de los protagonistas. Desconozco los motivos que la llevan a hacerlo, pero me siento agradecido que así sea. Hasta hoy, lo que sé es por terceros. Silke tiene el poder de eliminar mis últimas dudas.
—Me reconoció y llegó a recordar nuestra última conversación, como también los nombres de mis padres y la enfermedad de mamá.
Tenía una memoria prodigiosa y ese día hizo alarde de ella. Llegó con su esposa y requería los servicios de la clínica. No pudo negarle nada, la pareja era encantadora y él, un recuerdo de lo que pudo haber sido y no fue. Sin mencionar que era el hermano de su prometido.
—Soy consciente de que conoces la verdad y no voy a insultarte con excusas. —habla levantándose.
—Te ofrecieron asesinarme y te negaste. En cambio, me ofreciste una muerte lenta y dolorosa, día a tras día.
—Y no sabes cuanto lo siento...
Intenta acariciarme el rostro y alejo el cuerpo. No estoy acostumbrado a detalles lindos de parte de ella y es demasiado tarde para acostumbrarme.
La pena pasa por su rostro y de nuevo no hay compasión al verla. Ella, su esposo e hija no generan en mí, pensamientos de cariño. Es difícil entender las acciones de cada uno de ellos y nunca lo haré. Hace mucho lo tengo claro, por ello, he puesto, mi empeño, sudor y llanto en sanar, pero también en hacer justicia.
—Ama y permite que te amen, forma un hogar, hijos. Un hogar sólido —enumera —recupera el tiempo perdido, tu verdadero origen. ¿Deseas una venganza? —me pregunta y sonríe —Esa es perfecta. Nada le dolerá más que verte feliz, cuando se empeñó tanto en destruirte.
Señala las cintas y promete a mi regreso tendré suficiente material para que pueda mitigar mi dolor. No logró sacarlo la noche anterior porque su esposo llegó antes de tiempo.
—Siempre te acusé de monstruo —comenta, viéndome fijamente — cuando eras el reflejo de lo que Damián y yo éramos. Fuiste un espejo en donde veía reflejado mis errores y nunca lo entendí hasta ayer.
—No voy a quitarte cargas al decirte que eras víctima —le aclaro —fuiste mi verdugo, me entregaste en sus manos y no hiciste pie por liberarme.
—Y estoy dispuesta a cagar con mi culpa —se retrae observando el horizonte frente a ambos mientras yo le doy un vistazo a las cintas. —lo que tengas que hacer, hazlo pronto.
Repite la última frase varias veces mientras se aleja. Me quedo allí hasta tener la certeza que no vamos a compartir el mismo aire. Luego de varios minutos decidí ir en búsqueda de Rupert.
***
El mensaje de Rupert no era para mí, sino para el anciano. No pregunté los detalles de la reunión privada y él no hizo pie por hablarlo. Salí de ese lugar en búsqueda de Christine, pero no di con ella o su hermano. Estuve deambulando por todos los sitios en que podían estar, sin éxito.
Me arriesgué llegando a su casa y allí me dieron la noticia que se había ido de viaje a Las Vegas con su hermano. No lo entendí, aunque con ellos todo era incomprensible. Estuve tentado en aplazar el viaje, ir por ella y pedirle explicaciones.
Esta vez había llegado demasiado lejos y se lo haría pagar. Lo mínimo que pudo hacer fue ponerme bajo alerta y no hacerme sentir como un maldito imbécil sin importancia. Ingreso al avión con el ego hecho pedazos y la certeza de ser un perdedor. Busco mi sitio y me instaló en ella consciente que será un viaje infernal.
Sin importar los resultados.
Instalo los audífonos y cierro los ojos cuando mi acompañante de vuelo llega. No deseo una jodida conversación, espero que lo entienda y sea tan o más asocial que yo. Mi ruego no es escuchado cuando siento unos toques en mi brazo y capto la fragancia femenina.
—Hace muchos años teníamos un sueño —la inconfundible voz de ella me hace abrir los ojos. —¿Lo recuerdas?
Mi voz se ha ido tomando de la mano de mi enojo. Ella ajusta su cinturón y hace lo propio con el mío cuando el capitán empieza a hablar. No soy consciente más que de su presencia y solo reaccionó cuando el avión empieza a despegar.
—El avión acaba de alzarse —murmuro y sonríe afirmando —tu padre va a matarme cuando lo sepa.
—Vincent y yo, encontramos una solución al odio de mi padre —habla y le veo interrogante.
—Esa mezcla, Vincent y tú, son casi la bomba atómica. —hace un puchero y se prende de mi brazo apoyando su rostro en él.
—¿Recuerdas nuestro sueño? Ir a Berlín, encontrar la verdad y casarnos...—me recuerda —teníamos quince años y era imposible.
—Voy a casarme contigo, pero con la bendición de tu padre...
—No va a aceptarlo.
—Lo hará cuando le diga la verdad.
—¿Después de cuánto tiempo? Yo no puedo soportar su histeria. Puede enviarme lejos ¿Te imaginas?
—Christine...
—De todas maneras, no puedes hacer nada. El vuelo ya partió, seré tu compañía —me hace un guiño, divertida —bueno, seremos —señala el asiento de al lado y al inclinar mi rostro frunzo las cejas al ver a su hermano. —alguien debe llevarme al altar.
Hay dos posibles salidas, castración u homicidio. El hombre tiene rasgos sádicos, usará los dos.
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