Capítulo 14
Mi príncipe azul
Christine
—¿Listo? —pregunta el oficial y afirmo extendiendo el móvil.
—Gracias —Recibe mi móvil y lo regresa al cajón.
No tiene por qué ayudarme. Si lo hace, obedece a la amistad que existe entre él y mi padre. Una amistad de la que me estoy aprovechando y no me importa. Tenemos derecho a una llamada, que hicimos, pero que no tuvimos la ayuda que requeríamos.
El primero en usarla fue Vincent y la usó para llamar a su novia. Le dijo que estaba en la estación, pero que no era necesario venir por él. Al colgar, fue claro en decirme que no llamaría a nuestros hermanos.
"—Tienen prohibido ayudarnos ¿Lo olvidaste?", me recordó.
No lo olvidé, solo imaginé que fue dicho en un acto de enojo. Al recibir la mía, decidí contactar a Alexandra.
"—¿Estás donde imagino?", fueron sus primeras palabras y al decirle que estaba en lo cierto fue enfática. "—Papá tiene razón, es hora de empezar a ser duros contigo, porque sé que eres el cerebro detrás de todas las locuras." Además, de asegurar que el castigo eran cuarenta y ocho horas. Sí, éramos valientes para arriesgar nuestra vida, que lo fuéramos para aceptar las consecuencias de nuestras acciones.
—No debería ayudarles, pero tengo hijos —responde en tono firme el hombre al verme.
Consciente de lo delicado de mi situación, guardo silencio cuando estira de nuevo las esposas pidiendo mis manos. Nuestro encarcelamiento fue por ser pillados en medio de piques ilegales. En esta ocasión Vincent no participaba, hace mucho tiempo dejó de hacerlo. Era yo quien me rehusaba a dejar esas prácticas.
—Su enojo ha durado en esta ocasión —susurra instalando de nuevo las esposas.
El metal en mi piel causa escozor en mi alma y la frialdad con que soy tratada mancilla de alguna manera mi humanidad. Es la segunda vez en una semana estoy en esta situación, en calidad de detenida. Las veces que he estado aquí se cuentan por decenas y en todas había logrado salir ilesa gracias a los contactos de mi padre.
Así fue hasta hace una semana.
Hace ocho días, Alexis llegó a nuestro rescate cuando papá se negó a hacerlo. Antes que él, lo hizo Alexandra, Marck, Mauren y mamá. Sin darnos cuenta, fuimos agotando aliados y quedando solos. En esta ocasión, mis hermanos decidieron no intervenir y dejar en manos en nuestros padres todo.
Veinticuatro horas llevábamos en la estación cuando solicité a uno de los oficiales hacer una llamada desde mi móvil. Tanto el mío como el de Vincent estaban en uno de los cajones de los uniformados. Aceptó luego de muchos ruegos y luego de prometer sería mensajes, no llamadas.
Existía una sola persona que podía ayudarnos, aunque eso involucraba tener que dar explicaciones.
—Es la última vez que me verá en este lugar. —sentencio luego de mucho silencio y tuerce sus labios en una mueca de disgusto.
—¿Cuántas veces se lo han prometido a sus padres?
Debí aclararle que la promesa se la hice a Vincent, que está sentando en la mugrienta cama y me observa a acercarse. En esta ocasión, como en muchas otras, fue mi idea ir a esa carrera.
—Muchas —confirma Vincent.
—Entonces, ¿Por qué debo creerte?
—No tiene que hacerlo —comento ingresando a la celda. —y no me ofende si no lo hace.
Vuelvo mi cuerpo hacia él y estiro mis manos para que retire las esposas. La manera en que retira las llaves de su cinturón y nos observa a ambos resulta divertida, pero por alguna razón no logra sacarme una sonrisa.
Porque has defraudado a tu padre.
—No le daré sermones de moral, que no piensan agradecer.
La retirada de las esposas se queda a medio terminar. El oficial nos mira a ambos con rostro cargado de decepción. Es la mirada que debe tener mi padre en estos momentos.
—Ya no tienen dieciséis —continúa —ha dejado de ser una travesura de niños.
Alza uno de sus dedos índices que mueve en círculos en el aire para señalar la estación.
—Y se ha convertido en un delito. —suspira al retomar su labor —no puedo imaginar como debe estar su madre. Si no los conmueve el miedo que debe estar sintiendo por saberlos encerrado, nada lo hará.
Tras finalizar la labor de liberarme y enviarme varias miradas disgustadas, se aleja de la celda. Me quedo en pie detallando a mi alrededor por largos minutos. Cierro los ojos y apoyo la cabeza en los barrotes.
—Lo lamento —me excuso y lo siento suspirar —no volverá a ocurrir.
—¿A quién llamaste?
—Damián...
—¿Sabes lo que pasará cuando mi padre lo sepa? —afirmo sin despegar la mirada de la entrada. —¿Lo amas verdad?
—Tanto que algunas veces duele —acepto —se incrementa cuando mi padre lo señala de delincuente por culpa de ese hombre.
Al no poder decir la verdad sobre su pasado, le hemos prometido no intervenir. Todos estos años he vivido con el tormento que pude hacer la diferencia. Yo solo debía insinuarle al abuelo Alexis y él hubiera realizado pesquisas y dado con la verdad. Pero, decidí callar, al igual que lo hago ahora.
—"No es tu guerra, Christine, es mía. Si en verdad me amas, me dejarás hacerlo y guardarás silencio." —recuerdo sus palabras cargadas de odio —me siento impotente. —sollozo y recibo su abrazo fuerte.
—Estás ahí para él, no lo ves, pero eso tiene más valor que cualquier gesto —me calma —en cuanto a mi padre, acabará por aceptarlo cuando la verdad se sepa.
—Ni siquiera quiere verlo, Vincent —le recuerdo —ha negado todos mis intentos por hacer que se acerque. Para él solo importa la amistad con mi padrino Jason. Nada más.
—Debes admitir que su alegado tiene fundamento —controla mis impulsos por alejarme de él, apretándome contra su cuerpo con fuerza —Damián es hijo del hombre que boicoteó a Jr.
Le negó la posibilidad de tener más hijos de Susan, está siendo señalado de fraudes por parte de muchas parejas. Sin mencionar que afronta una demanda contra uno de los socios Frederick por incumplimiento de contrato y mala praxis.
—Entiendo que no se puede señalar a un hijo por los errores de su padre. Sería como acusar a mamá por los delitos del abuelo —continúa —pero, recuerda que Damián estudió lo mismo que esa bestia y trabaja con él. Es lo que papá está viendo en estos momentos.
—Se me están agotando las excusas, Vincent —apoyo la cabeza en su pecho y lo siento sonreír —Damián no es tonto, acabará por descubrirlo.
—Imaginas que se alejará cuando lo sepa —se mofa —como si no conociéramos lo terco que puede llegar a ser. —ambos reímos —eso solo aumentará las ganas de ver a mi padre y de ninguna manera lo ahuyentará.
Guardamos silencio cuando el protagonista de nuestra plática hace presencia en la estación. Sus ojos pasan revista por todo el lugar, varios oficiales le hacen preguntas que él ignora. Una vez nota nuestra presencia, enarca una ceja e ingresa una mano en el bolsillo de su pantalón.
Es allí cuando decide prestar atención al oficial que se ha acercado y nos señala. Lo que sea le dice el hombre, le hace hablar, le vemos intercambiar palabras y hasta reír. Ambos, nos vemos el Damián que conocemos es Antisocial.
Como lo leen, no es asocial, mi príncipe azul tiene todas las cualidades para ser señalado de eso y mucho más.
—Papá va a enojarse, cuando le digan que fue quien nos sacó. —insiste Vincent.
—Tenemos veinticuatro horas para ser felices antes que lo haga —susurro viéndolo a los ojos —tiene pensado venir mañana por nosotros.
—¿Cómo lo sabes? —me encojo de hombros indiferentes.
—Cuarenta y ocho horas de castigo —repito las palabras de mi hermana viéndolo a él acercarse —lo dijo Sasha. Nos pidió ser valientes.
—Nos quedan veinticuatro horas de castigo —repite esbozando en sus labios una sonrisa —paso por ti mañana a las siete.
—Seis —corrijo y afirma chocando nuestras manos.
—Lo que sea que estén tramando, ¡olvídenlo! —nos advierte y ambos reímos —es la primera y última vez que te quiero en una estación.
—Lo prometo. —hablo alzando mis manos y Vincent rueda los ojos.
—No voy a repetirlo, Christine. Más te vale que lo entiendas —vuelvo a afirmar con solemnidad y su mirada viaja a mi hermano —¿No estás muy grande para dejarte llevar?
—¿Qué te hace pensar que no es al revés?
—Para infortunio de ambos, los conozco —nos señala —sé de lo que son capaces uno por el otro. —mira al oficial indicándole abrir las rejas y este obedece—le agradezco la comprensión y le aseguro que no volverá a ocurrir.
Esta vez el uniformado no se molesta en ocultar la burla. Alega que ha escuchado esa frase de todos los O'hurn, está habituado a que no la cumplan y a vernos por lo menos una vez al mes en la estación.
—Bien sea por apuestas o piques —describe y me señala —su novia es la que más problemas nos produce.
—No volverá a ocurrir —promete con la vista fija en mí.
—¿Cómo se supone que logrará lo que nadie ha podido?
—Cambiaré un vicio por otro —responde enarcando una ceja. —la mantendré ocupada en las noches.
Una broma que el oficial y mi hermano entienden a la primera, pero que a mí me cuesta hacerlo. Lo hago tiempo después cuando voy rumbo a su apartamento y al ver su rostro para reclamarme decido guardar silencio.
No se ve muy feliz.
Al llegar al sótano de su edificio, apaga el auto, retira la llave y suelta un suspiro. Apoya ambas manos en el volante y mira al frente. Sus cejas oscuras están juntas, su mandíbula tensa y su cuerpo envía señales que deberían alarmarme. No siento miedo, él jamás dañaría a nadie. Debajo de ese rostro tosco y peligroso, se esconde un niño herido que busca respuestas.
—¿Por qué? —pregunta rompiendo el silencio —¿Cómo llegaste a ese punto?
—Tú lo describiste bien, es mi vicio. Muchos se drogan, fuman o inyecta. Ese es el nuestro — confieso —No tiene justificación y señalar a uno u otra situación es irresponsable.
Todo empezó cuando Marck fue a prisión y toda la prensa lo señaló como violador. Nunca fuimos consciente de lo que éramos hasta ese suceso. La presión de la prensa, los señalamientos y las acusaciones eran constantes. Dejamos de ser anónimos y nos ubicaron en el mapa.
Todos nuestros pasos eran siempre vigilados. Nuestra cercanía con los Frederick no hizo más que complicarlo todo. Mamá y papá estaban devastados, Alexandra regresó de Moscú y Alexis se tomó un tiempo para estar en familia.
—Nos resquebrajó, como familia y personas—recuerdo con tristeza —muchos se alejaron de nosotros, amigos y compañeros de escuela. A nadie le gustaba estar con nosotros porque siempre había alguien tomando fotos o acosando. A Andrés, nuestro vecino, por el contrario, le gustaba el grado de popularidad que nuestra compañía generaba.
—No lo recuerdo. —comenta luego de pensarlo mucho.
—Se mudó días después que de tu partida —suelto el aire controlando los impulsos de salir huyendo —nos invitó una noche, ese día él iba a participar. Nos aceptaron sin problemas, nadie nos señaló por el escándalo o nos reconoció como Ivannov. Éramos invisibles y uno más del montón, eso nos gustó.
Lo chistoso de todo es que Andrés dejó de asistir a esos sitios cuando sus padres lo pillaron y le ordenaron no hacerlo. No ocurrió lo mismo con nosotros, consideramos haber encontrado el lugar perfecto. Con el tiempo logramos tener cierto grado de importancia, ganamos diez carreras seguidas y esos nos hizo populares.
—¿Sabes qué envidiaba de ustedes? —me pregunta de repente y gira todo su cuerpo llamando mi atención —no era el lujo, que deslumbraba. Ni la barbacoa, las mejores hasta hoy —sonrío y él sigue serio —eran sus padres y como los amaban.
—Te advertí que no quería excusarme...
—Carezco de moral para juzgarte. —me interrumpe —por años también me boicoteé. No contaba con nadie, ni padres, amigos o familia, la muerte era lo mejor para mí.
Asegura conocer el sentimiento de buscar escapes a la realidad. Lo que no comprende es que si teníamos una familia que nos amaba, no nos acercamos a ellos. Hasta él, que no tenía a nadie, encontró ayuda.
—Nos haces sentir como chicos caprichosos y con deseos de atención.
—Es lo que son Christine. —acusa. —son caprichosos, desconocen límites, porque nunca se lo han impuesto. Un hermano gemelo dispuesto a todo para hacerla feliz y su hermana que no parece importarle el daño que le haces a tus padres. Si eso no es egoísmo, entonces he vivido en la ignorancia todos estos años.
Es la crudeza de su verdad lo que duele. Sale del auto, segundos después me ayuda a mí a hacerlo y juntos subimos a su apartamento. Me dejó en la habitación de huéspedes y salió cerrando la puerta sin hacer comentarios.
Minutos después, regresó con ropa que dejó en la mesa y volvió a largarse. Me quedé sentada en la cama con la mirada perdida y pensando en todo lo que me dijo. Acabé por aceptar que sus palabras estaban cargadas de verdad y me fui a la ducha.
Al salir de la habitación, me topé con que estaba sola. Me dejó una nota excusándose y comida suficiente para un batallón. Estuve todo el día viendo televisión, autodestruyéndome con pensamientos negativos.
Al caer el sol, tomé la decisión de ir a casa y le envié un mensaje a mi hermano. Media hora más tarde anunciaba su llegada y ambos decidimos enfrentar la furia de Brock Vincent O'hurn.
*****
Papá estaba en el salón cuando entramos a la casa, leía la prensa que cerró al vernos en pie. Ambos lo observamos dejarla a un lado sin dejar de vernos e inclinar su cuerpo.
—¿Quién fue? —pregunta con voz calmada.
—Fue Rebeca...
—No. —le interrumpe a mi hermano y me mira —¿Quién fue Christine?
—¿Por qué lo preguntas?
—Déjanos solos —le ordena a mi hermano que no hace pie por irse. —Vincent, déjanos solos —insiste —después hablaremos tú y yo.
—No somos unos críos, papá —le responde y enarca una ceja en respuesta. —no habrá una próxima vez, ella...
—Dije... —suspira pasando las manos por el rostro —Déjanos solos Vincent.
Le veo un instante y noto que duda en obedecer, las palabras de Damián retumban en mi cabeza. Suelto la mano que con tanta insistencia sostiene y afirmo en silencio.
—No va a golpearme y si lo hace, gritaré fuerte —bromeo y sonríe dejando un beso en mi frente, le da una última mirada a nuestro padre y suspira.
—Lamento defraudarte —es todo cuanto dice antes de empezar a subir por las escaleras.
—¿Cómo saliste Christine? —repite la pregunta cuya respuesta ya conoce.
—¿Por qué insiste en que te diga algo que ya sabes?
—Quizás, deseo saber el grado de rebeldía de mi hija —sentencia —nunca he incidido en las decisiones amorosas de tus hermanos y no quiero iniciar ahora. —suspira —contigo es diferente, ese hombre es diferente —recalca —Damián Klein no es buena persona.
Le escucho decir que le encantaría pensar que su hijo no es igual, pero yo sé que es imposible. Trabaja en la clínica con su padre, y, por ende, es conocedor de todos los delitos que se hacen y enfrenta. Es una quimera suponer, es inocente y desconoce lo que sucede a su alrededor. No quiere eso para mí, porque ya lo vivió y sabe lo que duele.
—¿Crees que no protegerá a su padre? —continúa.
—Si te tomaras la molestia en dejarlo defenderse...
—¡No! —me interrumpe con violencia haciéndome saltar —no deseo a nadie que esté ligado con ese infeliz en esta casa.
—No voy a prometerte que no lo veré, porque te estaría mintiendo —hablo levantando la voz —no me hagas hacerlo, ni me pongas en una situación que deba... —guardo silencio de forma abrupta y suspiro.
No va a entenderlo, ni a dar su brazo a torcer. Todo enemigo de los Frederick, son los suyos, según él, existe una deuda con esa familia que nunca podrá pagar. Sin mencionar un lazo de amistad que ha logrado vencer las barreras del tiempo.
Papá nunca aceptará a Damián, no por voluntad. ¿Qué sucede si alguien lo obliga a tener que hacerlo? Le observo levantarse del sillón y verme sin decir nada. Si nos casamos, sin dudas, tendrá que aceptarlo.
Y al saber la verdad sobre su pasado, acabará amándolo tanto o más que yo.
—Si no fueras tan parecida a tu madre, diría que te has rendido —me señala —he lidiado por más de treinta años con Ivanna. Todo lo que a ti se te ocurre, ya lo he vivido con ella. Tú eres un déjà vu...
—¿Puedo irme? —suspira y afirma instalando ambas manos en su sien, presionándolas con fuerza. Me acerco a él, dejo un beso en su mejilla y me alejo —te amo papá.
—Debí mantenerme alejada de ella cuanto Fiorella me la presentó como su escolta —lo escucho despotricar y sonrío —estaba de vacaciones ¿Qué me importa si ese maldito ruso era extraño? —desvaría.
Me detengo en mitad de las escaleras al sentir los pasos de mi madre que al igual que yo a escuchados sus quejas. Todo acaba cuando le abraza y se sienta con él en el sillón.
—Es solo una etapa, ya se le pasará el encanto con ese chico —susurra —si le prohibimos verle, será peor. —alza el rostro y me hace un guiño divertido y sonrío al entender me está dando una mano o ambas.
Gracias, mamá...
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