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Capítulo 13

Enigma

No he tenido noticias de Christine en diez días, ni ella ni su hermano. Sus móviles se van directo a buzón y en el hospital aseguran no han ido a laboral en el mismo tiempo que llevo de no verlos o saber de ellos. Lo primero hago al sentarme detrás del escritorio fue releer la carta enviada por Jean Pierre. Normalmente, me bastaba una caminata para reunir el coraje y afrontar cualquier inconveniente. Una dosis de ejercicio físico limpiaba el camino a mis ideas.

Diez kilómetros de trote y un agotamiento no surtieron efecto. La lectura de la carta suele sacarme una sonrisa que hoy necesito.

No dejo de pensar en sus negativas y excusas cuando le hablaba de visitar a su padre. Insiste en mi deseo de hacer las cosas bien, es decir, hablarle de mis buenas intensiones con su hija. Ella siempre tenía una excusa y negativa a mis intentos. Ahora, se pierde por diez días y divago entre ir o no a su casa a preguntar.

Despliego la nota y releo la misiva recordando el instante en que lo vi ingresar al consultorio. La última vez que lo vi, había dejado atrás la imagen de chico destruido y mal vestido.

Su padre resultó ser un ingeniero, con grandes virtudes en su labor y poca suerte. Por fortuna, cambió cuando llegó a trabajar con los Zimmerman. Tanto él como su esposa, lograron ganarse la confianza de Paul y hoy día todo es distinto.

Jean Pierre fue pasado a una buena escuela, en donde ha adquirido buenas notas. La esposa de su padre (o tío) tuvo una niña, Hillary, a quien llama hermanita y promete cuidar con su vida. Me narra que le lee cuentos, solo los míos, que asegura ella, al igual que él, adora.

Agradece por los ejemplares que recibe, cada que hay un nuevo libro y promete pagarlos todos cuando empiece a trabajar.

—Siento celos Damián, de la mujer que te saca esa sonrisa. —habla una voz que reconozco y suspiro doblando la carta del pequeño.

—No te escuché tocar, Angélica.

—No lo hice —responde avanzando hacia mí con coquetería.

¡Para por favor! Intenta decirle mi mirada aburrida, pero que no entiende o no quiere. Desde el evento he tenido especial cuidado en no coincidir con ella, mientras su padre ha tenido la inteligencia de no hablarme o reclamarme.

Se sienta en la silla frente a mí y cruza sus piernas de forma delicada. Es suficientemente madura e inteligente para no exhibir su cuerpo con ese gesto y se lo agradezco.

—He estado esperando una llamada de tu parte para pedir disculpas y coincidir en otro sitio. —prosigue.

—Qué curioso, yo me he esforzado en no hacerlo —alejo la silla del escritorio viéndola apretar sus labios, divertida —hablo de coincidir.

—Sé a qué te refieres —me interrumpe.

—Me alivia y evitas un sermón que no deseas escuchar. —explico incorporándome —sobre lo maravillosa e inteligente que eres y lo poca cosa que me considero para ti.

—Es un alivio que seas sincero —responde mordaz —o grosero.

—Se requiere un poco de ambas, para coexistir con algunas personas. —le muestro la cafetera y afirma sin hacer comentarios —no deberías seguir los consejos de Silke... ¿Azúcar? —señalo.

—No.

— No ha logrado ser feliz con el viejo, ¿Qué te puede enseñar sobre matrimonio? —sigo al avanzar hacia ella dejando la taza en sus manos.—Debes buscar apoyo en personas como tus padres, que tienen un buen matrimonio.

—Eres extraño —confiesa dándole un sorbo a su bebida —no le llamas papá o mamá.

—No me nace.

—¿Tiene que ver con la niñez? —abro las manos indiferente —papá dice que es el pago por alejarte tan pequeño de su lado y a otro país. Eso se vio como si no te querían cerca o fueras un paquete molesto. —Sonríe apenada —perdón por mi sinceridad.

Angélica era la segunda hija de Rupert, socio del anciano. A diferencia de nosotros, se llevaba bien con sus dos hijos y se desvivía por ellos. Contaba con el veinte por ciento de las acciones, una cifra que compartía con Silke. Y, según recuerdo, esa coincidencia fue motivo de una disputa entre ambos.

—Puede ser—regreso a mi lugar observando su comportamiento —no has venido a hablar de mí o del porqué me he negado a llamarte—sonríe al verse acorralada y apoyo mis manos en el escritorio —no eres de ese tipo de mujeres.

—¿Te refieres a?

—Que busca respuestas que ya conoce —respondo en calma —¿Qué te trae por aquí?

—Tu madre piensa que vine a intentar ligarte —se remueve en su silla incómoda y afirmo —es indispensable que lo siga pensando.

—Me encargaré que así sea.

—Es sobre papá —suspira —Mi hermano y yo estamos preocupadas por él.

—¿A qué le temes? —pregunto inclinando mi cuerpo y tomando un bolígrafo —¿Una amante?

—Damián —me advierte —sé que sabes lo que es. —suspira —mi padre te entregó unos documentos.

—¿Hablaste con él? —afirma nerviosa y resoplo al no entender — ¿Cuál es tu temor?

—Que le entregues a tu padre...

—No lo he hecho en todos estos meses ¿Por qué ahora? —interrogo —en todo caso, el viejo insistió en firmar todo lo ilegal y prometió hacerse culpable.

—¿Y le crees? —niega — la realidad es que es tu padre y puedo entender si lo haces...

—Cometió un delito Angélica —le interrumpo —no soy ese tipo de hombres. —ambos guardamos silencio, yo no dejo de temer en el silencio de Christine.

—¿Qué me recomiendas? —aprieta con fuerza la taza y me quedo observando por varios minutos ese gesto —¿Necesitamos los servicios de otro abogado?

—La demanda es contra mi padre, no el tuyo —Le recuerdo y afirma —a horas de nacer, sacó a los niños del hospital y viajó con ellos, haciéndole entrega a su padre como si de una mercancía sin valor.

—Grotesco. —admite y afirmo. —y a ti te pone en la difícil tarea de negociar. Un acto que no tiene justificación.

—No voy a hacer tal cosa. Aceptaré la culpa y todo lo que ellos ofrezcan. —suelto el aire y miro a través de la ventana.

—Papá, siente miedo por tu padre, dice que en estos meses ha visto su carácter aumentar. Es violento y está perdiendo el norte —niega —no fue claro en esto último y guardó silencio al pedirle explicación.

Nada le sale bien, desde que Magda se fugó y Evy salió de casa, su tan amado control se esfumó. Él debe saber que su fin se acerca y eso ocasiona sus brotes de violencia.

—Revisa los documentos que tu padre ha firmado. —sugiero. —y vigila los que estén por hacer —ella afirma en silencio y deja la taza sobre el escritorio—la demanda de los Frederick no es el único error de Damián.

Al igual que en otras ocasiones, hará todo lo posible por culpar a terceros, quién mejor que su socio o esposa para ocupar esos puestos. Rupert no firma algo sin la debida aceptación de su esposa, abogada de profesión. Aunque, podría ser que algo se le escapó a ambos o que el viejo le hiciera firmar adrede.

Si bien, eso le quita el sello de culpabilidad en cualquier falla, sigue siendo socio de la firma y como tal deberá afrontar las culpas, pero en conjunto no individual. Me agradece el consejo y el café, saliendo de la oficina media hora después luego de una amena platica entre amigos.

Lo único que podía ofrecerle.

Saco el móvil de mi bolsillo y le marco a Christine por enésima vez, con el mismo resultado. Decido llamar a Evy, le ha sido imposible hablar con alguien en la mansión, pero asegura no se rinde. El teléfono suena varias veces y nadie respondo y maldigo mi mala suerte.

—¿Dónde carajos estás? Se supone que no puedes estar en la calle. —reclamo observando el móvil.

La puerta se abre con violencia y quien ingresa es Silke. Su rostro está pálido y su respiración agitada. Cierra la puerta con cuidado y pasa seguro permaneciendo de espaldas al hablar.

—Está dentro —habla apoyando su rostro en la puerta—Evy logró una entrevista. —explica tras girar y enfrentarme.

—¿Cómo...?

—Están llamando a sus referencias —me interrumpe y mis hombros caen por la sorpresa —acaban de llamarme —asiento en silencio sin saber si esto es una buena o mala noticia —debes llamar a tus contactos. —señala el móvil en mis manos y niego.

— Son de confianza —respondo absorto en mis pensamientos.

—He intentado buscar los motivos que te llevan a ayudarle —su comentario me hace alejar la mirada de mi móvil y verla—recuerdo que se llevaban mal, ella cuidaba que no dañaras a tu hermana.

—¿Es lo que crees que sucedió mamá? —pregunto y guarda silencio —¿Te creíste esa historia?

—¿No es verdad? —recrimina.

—No en el contexto que lo hicieron ver —replico —¿Has espiado a mi padre alguna vez en las madrugadas? —le señalo —deberías. —mi dedo índice izquierdo apunta a ella varias veces sin dejar de reír. —nuestra vida sería distinta si el amor no te hubiera cegado.

—¿Por qué ayudas a Evy? —pregunta con voz dura —algo oscuro hay en todo esto y, tu hermana tiene que ver.—suspira y sus manos tiemblan — Detestas que lograra superar tus ataques, tu violencia y monstruosidad. —sigue cada vez más exaltada —¿Por qué ayudas a Evy? —lanza la pregunta en tono fuerte.

Reclino mi cuerpo en la silla y cruzo mis brazos observando su rostro pálido en espera de respuesta. ¿Qué desea escuchar? Pienso ocultando una sonrisa de satisfacción por su rostro preocupado.

—Me ganaré su confianza —inicio y la sorpresa de mi confesión da paso al enojo —le sacaré el sitio en donde se oculta mi hermana y se lo daré a mi padre —sonrío —seremos una familia, como en los viejos tiempos —chasqueo la lengua— ¿No te gusta la idea?

Mi sonrisa incrementa su miedo. Ella lo desconoce, pero lo mejor que podría suceder es que ese sea mi objetivo. Sale de mi oficina dando un portazo y niego divertido por la escena que acabo de presenciar.

Tres mensajes llegan a mi móvil y lo tomo entre mis manos. Uno es de Paul indicando que han llamado a las referencias y están contactando la veracidad del currículo. Los otros dos son de Christine enviándome una dirección y pidiendo pasar a recogerla.

—¿Qué carajos haces en una estación?

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