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I. Monstruo.

"¿Alguna vez te preguntaste de dónde vienen los monstruos?

¿Son un constructo ficcional solo habitable en el imaginario o una creación tangible que habita un plano real?

Sea cual sea su procedencia, real o fantástica, lo cierto es que una vez creados, los monstruos suelen engendran más monstruos y no es fácil salvar lo que el mal crea... pues ese fruto no viene del amor, nace del odio."

………………………………………………………

Presente

—¡Por favor Sam, te ruego que no lo hagas!—repitió la víctima, con voz trémula, entrecortada.

Sus pupilas estaban dilatadas a causa del temor. Sus ojos escrutaban aquel desconocido espacio donde yacía en cautiverio, con sus extremidades superiores firmemente amarradas a un palenque de hierro carcomido por el óxido y carente de ropa que cubriera su cuerpo.

El aire, de lo que parecía ser, un viejo establo abandonado, estaba viciado por la podredumbre de los fardos; cargado por el hedor rancio de los comederos en desuso y los restos del estiércol de los animales ausentes, totalmente endurecido, añejo por el paso del tiempo, mismo pináculo que se erguía formidable en sus costados.

Un cúmulo de amarga bilis ascendió por su garganta, a causa de los nauseabundos olores, la mezcla de severas emociones que agitaban su, ya revuelto, estómago y aquel recalcitrante dolor de cabeza, que presionaba con su palpito sus sienes, y le fue imposible retener el vómito.

Cuando descargó el contenido completamente, volvió a enfocarse.
Su pecho ascendía y descendía en esporádicas convulsiones violentas.

El silencio de su victimario era lo que le generaba mayores ansias.

Elevó sus ojos al cielo, probablemente rememorando alguna plegaria, si las supiese.

La única fuente de luminiscencia se filtraba desde los agujeros del techo, donde los rayos del febo crepuscular teñían de un matiz anaranjado ciertos sectores de la habitación, y dejaban totalmente envueltos en sombras otros.

De las podridas vigas colgaban, cual desgastados cortinados de vaporosa seda, telares de arañas de considerable tamaño, que flameaban como espectros a causa de la fresca brisa noctámbula que empezaba a levantarse.

Pronto, cuando la noche cayera, una gélides mordaz haría su presencia. Las temperaturas descendían mucho en esa zona, pero realmente el frío no era el peor de sus males. De quien era su secuestrador debía preocuparse.

Aquella persona, que había permanecido muda hasta el momento, solo observando, meditando, asechaba desde el lado opuesto de la estancia, y acariciaba eventualmente con sus largos dedos, cubiertos por negros guantes de cuero, a tono con su atuendo, la silueta acerada de su arma.

Aún en la penumbra el brillo del metálico centellaba, como una sonrisa mortal, afilada, que se burlaba de su indefenso oponente.

Finalmente, decidió concederle a su víctima unas palabras, aunque no fueron precisamente de piedad, como aquella esperaba.

—¿Por qué?—respondió Sam y su voz aguda, reverberó en el espacio como un cantico, y se deslizó por la atmósfera hasta alcanzar los oídos de su víctima—. ¿Crees que mereces piedad acaso? —cuestionó, pero no aguardó respuesta—. Alguien como tú no merece más que sufrimiento...Eres basura, un deshecho...Menos que eso, no eres NADA.

Fue su sentencia y en ese momento un recuerdo no muy lejano, se materializó.

Flashback.

—¡No eres NADA! ¿comprendes?—gritó él, visiblemente ofuscado, con aquella máscara de rabia cubriendo su rostro; afiebrado, enrojecido por la furia que lo poseía.

Su pestilente aliento, que destilaba alcohol flotó en el aire hacia las fosas nasales de ella, las cuales sangraban, a causa de los golpes y pudo sentir como aquel le quemaba por dentro.

Acto seguido, la sujetó de su delgado brazo, rodeando su pequeña circunferencia con sus gruesos dedos, que ya comenzaban a imprimirse, como morados sellos, en su piel nívea.

Ella sollozaba desconsoladamente. Era consciente de que su calvario diario recién comenzaba.

—Parece que no te ha quedado claro que no tienes derecho a salir sin mi permiso. Eres de mi entera propiedad ¿te has olvidado TONTA?—reiteró lo que tantas otras veces había dicho, mientras afirmaba su otra mano, en torno al brazo contrario y la sacudía, golpeando su cuerpo, contra el mueble de cocina, provocando que algunos de los elementos culinarios dispuestos sobre este, rodaran por el suelo, a causa del impacto.

—Yo...yo ya lo sé—titubeó la menuda mujer. La imponente silueta del contrario, la cubría casi por entero—No se me olvida...Pero tú dormías y debía salir para comprar los víveres de la cena.-se justificó, en un hilo de voz—. Sé cuánto te gusta comer a horario y cuanto te disgusta que te despierten.

Y eran ciertas ambas afirmaciones. Si las incumplía también descargaba sus frustraciones de alcohólico perdedor y misógino contra ella, acusándola de su ineptitud.

—¿Ahora es mi culpa que desobedecieras mis reglas? —se quejó él, elevando la voz una octava. Su poblado entrecejo ensombrecía sus ojos café oscuros, casi negros, confiriéndole un aspecto aún más siniestro. Algunas gotas de saliva salpicaban contra su rostro, causándole más repulsión de la que ya sentía—. ¡Tú debes hacer compras que rindan MUJER INUTIL. Así no tendrías necesidad de salir todos los días! —vociferó.

Ella pensó que podría hacerlas y ahorrarse un viaje diario hacia el mercado, si el muy tacaño no le mezquinara el dinero. Pero aquel metálico era otra otra más de sus pertenencias, como la casa, los muebles, la ropa, como "ella." Al menos era lo que él le hacía creer.

A ella le hubiera gustado tener lo propio, pero él no la dejaba salir tampoco a trabajar, porque eso generaría independencia, autonomía y ambas palabras eran un claro sinónimo de libertad. Y a él no le convenía concederle tal ventaja, si quería mantener el yugo.

Mientras los pensamientos de ella volaban, él hizo un silencio súbito y sus ojos chispearon como calderos negros, al asomo de un "nuevo descubrimiento"

—¿Acaso te estás viendo con alguien? ¿Es eso? —la sacudió con más violencia. Su cabeza impactó contra el duro material del mobiliario. Ella cerró los ojos, decorados con aureolas malvas, mientras maldecía en su interior por haber entregado sus mejores años a un desgraciado abusador como el que tenía delante—. ¿Me estas engañando MALDITA ZORRA? ¡Responde!

Volvió a sacudirla y como si fuera poco movió sus manos hasta su cuello y comenzó a presionarlo, preso de furia, ciego por las ideas que se le habían arraigado en su cabeza enferma como el peor de los flagelos.

Ella sintió miedo, como siempre, como cada vez que la golpeaba al punto de dejarla desfigurada, o casi al borde de la muerte, pero ahora era un temor diferente, temía que él no la matara, que no acabara con su mísera existencia de una vez y aletargara su sufrimiento. Estaba harta de todo eso y sus fuerzas, su deseo de continuar con vida se habían evaporado.

Cerró sus ojos y rogó en su fuero interno que aquella pesadilla pronto terminara, que ese monstruo devorara lo último que quedaba latente de su esencia, pero consiguió lo contrario. La falta de respuesta, su estado de autismo aparente, generó que él aminorara la fuerza que imprimía en su delicada garganta, ante la posibilidad de que realmente la estuviera matando.

Porque aquel monstruoso ser se alimentaba de su miedo, de su pena y su tormento, pero si ella dejaba de existir también se acabaría su fuente de sustento.

—Está bien, guarda silencio si quieres. Tal vez solo intentes provocarme para que pierda contigo los estribos, como siempre.-sentenció, acercando su boca a su oído, dominando sus ansias—. A veces llego a pensar que te gusta que te castigue, que lo disfrutas—
continuó diciendo, descendiendo la tónica de su voz y alargando una de sus manos para acariciar con su dorso áspero, el pómulo saliente de ella, pasando luego por un mechón de su cabello rubio revuelto, aquel que ondulaba sobre su rostro, descorriéndolo.

Bajo esa faz desfigurada por la brutalidad de los golpes, había belleza, pero apagada y mustia.

Ella sintió un leve estremecimiento, seguido por un nudo en el centro de su vientre revuelto, al sentir su contacto, en forma de "caricias". Sus malsanas muestras de afecto eran peores.

—Así que te daré gusto, una vez más, pero de una forma diferente—siguió y llevó la otra mano, hacia su falda, oculta tras el envejecido delantal de cocina, levantándola de apoco, y accediendo por sus piernas hasta su trasero —. Te voy a demostrar que tú me perteneces de todas las formas posibles, y que nadie más puede poseerte como yo lo hago— buscó su mejilla esta vez, pasando sus labios por esta, acariciando su boca, para luego deslizar su lengua viperina por el lateral de su rostro, lamiendo, mientras apretaba uno de sus glúteos con fuerza.

Ese gesto anunciaba el nuevo plan que aquel cretino estaba madurando. La iba a violar. Abusaría de ella de la peor forma, y de TODAS las formas, para dejar en claro su "dominio" absoluto, su marca irrefutable, sobre su cuerpo.

¡Qué ignorancia y que deficiente era su pensamiento!

Cómo si pudiera someter su alma, poseer su espíritu a través de su materia. Jamás lo tendría. Tal vez en el pasado, cuando apenas se estaban conociendo, cuando la semilla del amor florecía en ella, y el velo del enamoramiento le cubría los ojos, suavizando los defectos de él y acrecentando las escasas virtudes, le había entregado su corazón, pero luego de que él lo pisoteara como basura, lo redujera a migajas, ya no volvería a entregarle más nada.

De hecho, ni siquiera su cuerpo quería darle...Estaba cansada de ser traspuesta a una cosa, de ser despojada de su condición de ser humano.

Sintió la presión de su miembro erecto sobre su intimidad vulnerada, y esta vez abrió sus ojos para contemplarlo, aunque él no la estaba mirando, porque estaba distraído, ocupado, desvistiéndola. Pero aquella mirada despierta y fija, era una forma implícita de desafío.

En tanto, un grito silencioso, acallado por años, se forjaba en su garganta, un monosílabo que buscaba ser clamado con ímpetu, mientras su mano buscaba con desespero, entre los objetos de cocina dispersos en el mueble, algo suficientemente contundente para ser descargado sobre el cráneo de aquel mal nacido hijo del patriarcado.

Finalmente lo halló. Tomó la sartén de acero por el mango y afianzó sus dedos en ella, como si fuera una extensión de su mano. La fue elevando y a pesar de su peso, el subidón de adrenalina, ganado con el repentino coraje, le otorgó la fuerza necesaria para hacerlo con la suficiente rapidez y determinación.

Entonces, a un microsegundo del impacto, sus ojos se encontraron, ambos eufóricos, por motivos diversos, ambos dominados, iluminados, por la pasión de una locura diferente.

—¡NOOOO!

Fin del flashback.

Los ecos de aquel grito se difuminaban en la memoria, como la evocación de aquel recuerdo.

Las cosas habían cambiado demasiado desde ese momento hasta ahora.

El victimario se acercó a su víctima cada vez más temblorosa, a paso lento, sigiloso. Se oyeron lamentos impregnando el espacio.

¡Ah aquel sentimiento llegaba a ser verdaderamente placentero, bien administrado! Pensó.

En pos del último rayo solar que bailoteaba a unos centímetros de su maniatado mártir, el verdugo se detuvo, para que aquel tuviera plena vista de su figura, que se erguía triunfal ante sus ojos.

Elevó el cuchillo de cocina, cuya hoja no relampagueó, sino que se empapó de la oscuridad reinante en rededor y la enterró en su pierna derecha, sin piedad.

—¡No por favor! ¡Detente te lo imploro! —suplicó entre gritos y llantos la víctima.

Las lágrimas estaban abriendo surcos en sus pálidas mejillas, cubiertas de sangre reseca, mientras su agresor enterraba más afondo el puñal en su carne y la sangre nueva y fresca, fluía a borbotones.

Pero a pesar de los ruegos, la tortura no se detuvo. Luego de salir de forma abrupta de su cuerpo, aquella hoja escarlata se hundió con la misma intensidad en la pierna izquierda.

Estaba disfrutando a sobremanera esa penetración, como disfrutaría las próximas.

Segundos más tarde, la secuencia volvía a repetirse pero esta vez más acentuada y en otras zonas del cuerpo. Los gritos se elevaron, poblando el cuarto, escapándose por las fisuras del mismo, hasta el exterior, pues el dolor se había magnificado y la sangre teñía aquel lienzo blanco y desnudo, manchándolo con su matiz borgoña en distintas partes.

Pero por más que aquellos fueran desgarradores, potentes, estruendosos, nadie iba a escucharlos.

Aquella propiedad agreste, que había pertenecido a su fallecida familia en el pasado, estaba ubicada en medio de un campo reseco, consumido y convertido en un páramo desolado. Ni siquiera las ratas le brindarían auxilio en ese paraje tan poco hospitalario. Por eso se le ocurrió llevar a su víctima ahí, para acabarla por completo, sin que nadie pudiese impedirlo.

Y aunque le había costado trasladar su cuerpo hasta allí, lo había logrado. Era perfectamente capaz de eso y mucho más.

—Por favor Sam...te lo estoy rogando. Yo te amo...nunca quise hacerte ningún mal. Solo actúe sin pensar... Te lo juro—siguió la víctima, en un intento desesperado, de apelar a su buena voluntad. Cosa que claramente era una pérdida de tiempo y dignidad.

Aquel monstruo no tenía escrúpulos. Los había perdido, o se los habían arrebatado.

—¿Me amas?—el verdugo soltó una única carcajada, una risa desganada, fingida—. Debiste demostrarlo mejor, pues tu falta de tacto me arrastró a este punto. Eres la única persona culpable de mi comportamiento. Me has provocado lo suficiente para despertar en mi al verdadero monstruo...—rio y esta vez lo hizo con ganas, con autenticidad, mostrándole a las sombras sus dientes perlados, mientras le desenterraba el cuchillo del brazo izquierdo y aproximaba la hoja hacia su pelvis —. Y ahora... ahora vas a ser un testigo de primera mano de lo que los monstruos hacen.

Sin más preámbulos, y pese a los gritos atronadores de su víctima Samanta tomó el diminuta virilidad de su esposo, el hombre que la había convertido en aquello que era, en un ser carente de emociones positivas, de empatía hacia su prójimo cercano, aquel que supuestamente debía guardarla, protegerla, y amarla hasta que la muerte los separe, pero que había hecho todo lo contrario, y así sin el más mínimo ápice de culpa o remordimiento, deslizó la hoja cerrada del cuchillo por su carne, y cercenó el segundo órgano inútil, aparte de su cerebro, de su cuerpo.

FIN.

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