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La Mansión

Han pasado ya cinco minutos. ¿O quizás han sido diez? Ya no lo sé. Perdí la noción del tiempo en cuanto entré a esta habitación.

Doy pasos cortos, apresurados, inquietos, a lo largo de toda la estancia. Esa maldita pero suave melodía de piano se sigue escuchando en eco por toda la mansión. «Tic, tac, tic...» el gran reloj de pared acompaña a la extraña melodía de una forma tétrica. Acaban de dar las doce. Se acaba el tiempo, pienso. Me encerré aquí tras presenciar el cuerpo de Emma yacido en el suelo, lleno de sangre y acuchillado. No me consigo sacar la inquietante imagen de la cabeza.

«Toc, toc», escucho al otro lado. Alguien traquetea suavemente la puerta con sus nudillos.

Me acerco a ella y pego el oído. Ningún sonido que provenga del exterior. Habrán sido imaginaciones mías.

—¿Qué haces? —susurra una voz ronca en mi nuca, haciéndome estremecer.

Me giro de golpe y observo en silencio la habitación vacía. No hay nadie. Definitivamente me he vuelto loco.

—Tic, tac, tic, tac. ¿Oyes eso? Es de nuevo la melodía —farfulla otra voz entre las sombras.

—¿Hola? —pregunto temerario.

—No queda tiempo —dice de nuevo la voz ronca.

Aquella situación se había vuelto demasiado inquietante. No lo aguantaba más. Las extrañas voces, la melodía, el reloj... ¡El puto reloj!

Agarré el extintor que había colgado en la pared y le asenté un golpe seco. Se había callado de una maldita vez.

—¿Qué haces? —repite la misma voz una vez más—. ¿Estás loco?

Se acabó. Prefería morir asesinado que permanecer allí un solo segundo más. Abrí la puerta de un jalón y salí de nuevo al hall de la mansión. Estaba vacío. Muerto. ¿Dónde se habrían metido todos? Estarían escondidos como yo, supongo.

Y allí estaba, al fondo del pasillo, el cuerpo inerte de Emma. Me acerqué a él. Seguía tal y como antes. «Lo siento», susurré mientras extirpaba el cuchillo de su pecho.

Subí y bajé escaleras, abrí y cerré puertas, pero ni rastro de nadie. ¿Dónde estarían todos? La ligera melodía de piano seguía sonando en bucle, como un mosquito en mi oído. Era una situación curiosa. Al fin y al cabo, era yo quien tenía el cuchillo. Cualquiera diría que yo era el asesino. ¡Ja! Pamplinas.

—¿Robert? —Me giré inmediatamente— ¿Eres tú? Dios mío, te estaba buscando. No entiendo nada de lo que está pasando. De repente aparece Emma asesinada y...

—No pasa nada —dije lentamente—, no te preocupes. Hay un asesino en la casa, no deberíamos levantar mucho la voz. ¿Dónde están los demás?

Kristen me dedicó una mirada desoladora, entristecida, sin ilusión. Era como si la felicidad hubiese dejado de existir en el mundo. Estaba completamente vacía.

—No lo sé, no lo sé, yo... no lo sé —repitió agachando la cabeza—. Estaba ahí encerrada —dijo señalando a un pequeño armario—, cuando él llegó.

—¿Quién? ¿Quién llegó?

Kristen no respondió. Simplemente se desvaneció, como si fuera un fantasma. Me acerqué con cautela al armario y lo abrí. El cuerpo de Kristen yacía en el suelo, asesinada. Igual que Emma.

Un ruido ensordecedor se escuchó a mis espaldas. Giré bruscamente sobre mí mismo y lo vi. Desde el cuarto piso caía una gruesa cuerda que sostenía la cabeza de Adam, mientras que, su cuerpo, descansaba tendido en el suelo. Se había ahorcado. No pude contener el vómito y corrí hacia el cuarto de baño, donde me encerré, una vez más. Apoyé mis brazos sobre el lavabo y lo vi, justo enfrente de mí. ¡Allí estaba el asesino!

Tiré el cuchillo lo más rápido que pude y con toda la fuerza posible, rebotando este en el cristal y haciéndolo añicos. El golpe fue tan fuerte que varios trozos de cristal se incrustaron en mi estómago y comencé a desangrarme. Desde los escasos pedazos del espejo, que aún seguían adheridos a la pared, me observaba con una sonrisa siniestra.

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