PRÓLOGO
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MONSTER; PRÓLOGO
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Verano del 2004
Era una mañana tranquila para hablar de Mullingar, la ciudad siempre estaba en constante bullicio y ajetreo pero ese día fue muy distinto para los demás. Carolina Dwyer estaba haciendo el desayuno favorito de su abuela, unos panqueques de mora azul con unos huevos revueltos. Su hija, Rhyfedd estaba en la pequeña biblioteca de la casa, repasando un hechizo que la abuela le enseñó. Y en su habitación, viendo la pantalla, estaba Michaela acostada.
La verdad, Rhyfedd adoraba esos días de paz natural en la ciudad porque su madre y abuela no se preocuparían por crear una barrera para controlar sus dichosos poderes. La azabache estaba de vacaciones, y ya estaría por entrar a la preparatoria, pero durante su descanso de la escuela, Michaela le enseñaba hechizos, pociones e historia básica sobre la familia Dwyer.
Rhyd sabía que su madre le ocultaba algo sobre su padre, pero nunca mencionaba nada y aunque le preguntaba a la abuela, está siempre le hacía de rodeos sin contestarle. Le llegas a desesperar, si, pero no la entendía que algún día le dirían todo. Solo esperaba a que fuera pronto.
Bajo cuando el olor de los panqueques llegó hasta la biblioteca, así como Michaela salió detrás de la joven. Las tres mujeres estaban sentadas en la pequeña mesa que tenían por comedor cuando el timbre resonó por toda la casa.
— ¿Quién será a esta horas? — cuestiona la señora más vieja.
Rhyd ya estaba haciendo el amago de levantarse cuando su madre deposita su pañuelo en la tabla, y le hacía un gesto para que se quedara sentada. Carolina se echa el caballo rubio hacia atrás mientras caminada, y abre la puerta siendo una cara de sorpresa lo que parece. Frente a ella estaba su ex-esposo, Justin; venía en un traje gris con corbata combinada, camisa blanca y zapatos negros. Su cabello negro bien peinado sin ningún pelo fuera de lugar.
Carolina no se lo creía, después de tantos años, ¿se atrevía aparecerse?
— ¿Qué haces aquí? — susurra la mujer, queriendo taparlo con la puerta.
— Venía de visita — es lo único que dice el hombre.
— ¿Dieciséis años tarde? — cuestiona con burla Carolina.
Y Justin podía apreciar lo que sus ojos transmitían. Decían dolor, traición y decepción; sinceramente, para él no cabía la idea de que engañó a su esposa, porque él era fiel, sigue siéndole fiel a pesar de la distancia y del tiempo sin estar juntos.
Sin embargo, detrás de Carolina, el menudo cuerpo de una joven, se divisaba por la pared.
— ¿Y esa joven? — pregunta después de qué pasó un momento escaneando a la joven.
Y ahí el corazón de la rubia se detiene, gira su cabeza para observar sobre su hombro a su hija, quien se apoyaba por la cornisa de la pared. Los observaba con cuidado, como siempre desde que era una niña que ya sabía hablar y caminar. Era como si estuvieras buscando respuesta de algo, y Carolina sabía muy bien de qué.
Se abre un poco, mostrando de cuerpo completo a Justin. Si bien nunca le hablo sobre él, le preocupada que dijera algo incorrecto frente a la niña de su vida.
— Rhyfedd, el es Justin, un viejo amigo de la preparatoria — presenta la mujer rubia a su hija — Justin, está es mi hija, Rhyfedd Dwyer —
El azabache quería llorar, porque la mujer a quien realmente amaba, tuvo una hija con él. Ante él había una señorita hecha y derecha, con un hermoso cabello negro ondulado, la piel aceitunada y ojos marrones, tenía los labios carnosos y le ofrecía una sonrisa sin mostrar los dientes. Ella era el vivo reflejo de Carolina pero con el color del cabello de él, mientras que su hija con Mikaela era el vivo reflejo de ella y también con el cabello de él.
— Es un gusto conocerlo — exclama la chica — Nunca había tenido la oportunidad de conocer a alguien que conociera a mamá de joven aparte de mi abuela —
— Ajá y ahora te irás a desayunar — responde Carolina con una sonrisa a la joven — Anda que a la abuela no le gusta comer sola —
Con un bufido, se va, dándole la espalda a la pareja. Y Justin solo seguido con la mirada a la que es su hija hasta que desapareció, tenía millones de cosas que explicarle a la rubia, tantas cosas que confesarle pero no pudo no abrir la boca cuando sintió una marca en su mejilla izquierda.
Carolina por enojo le dio la bofetada que él ni se dio cuenta cuando agarró la fuerza para hacerlo.
— Jamás — le señala con un dudo — te acerques a esta casa o lo siguiente que será en lugar de una bofetada, será tu muerte — y ella lo podría asegurar.
Rendido, el pelinegro asiente y baja el escalón aún así darle la espalda a la casa. Con temor, alza la vista y observa a la mujer; sin duda maduro en todos los sentidos, y es que su traición y la de su prima, le afectó tanto, que lo hizo, se encerró y mantenía a su hija de la misma manera.
— Lo siento — dice después de tragar saliva pesadamente y da la media vuelta.
Ahora sin mirar atrás, porque nunca regresaría a Irlanda.
Carolina se recargó en la pared a su lado derecho, y algunas lágrimas empezaban a caer. Verlo ahí, si corazón se detuvo y comenzó a acelerarse tan rápido, juraba que perdería la cordura si seguía ahí sin decir nada de importancia hasta que Rhyd llegó, la salvo de su colapso mental igual que siempre y le abrió los ojos, no dejaría que estuviera ahí cuando su hija y su abuela estaban desayunando adentro. Pasó su manos debajo de sus ojos, queriendo borrar cualquier indicio de lágrimas y respiro hondamente.
Que haya aparecido no cambiará nada de su vida presente, nada. Así que vio por una última vez donde su ex-esposo camino y sin más, giró sobre sus talones y cerró la puerta detrás de ella, dirigiéndose a la mesa donde sus única familia la esperaba.
Desde ahí, Rhyfedd tuvo más dudas sobre el paradero de su padre.
Miro a su madre con cautela todo el día, sin que ella sospechara mucho y acudió a sus clases con la bisabuela Michaela. Estaba leyendo un hechizo y tratando de hacerlo pero seguía fallando en ello, y la señora con algunas canas platinadas se dio cuenta.
— Déjalo ir — le dijo cuando vio a la niña fallar por sexta vez — Él no es importante en tu vida —
Y la azabache sabía que tenía razón, no sabía porque sujetaba tan fuerte la memoria de aquel hombre si nunca volverá, y entonces lo dejo ir como le dijo Micha, logrando hacer la magia y ambas sonrieron.
En la noche, Rhyfedd ya estaba en la cama, leyendo los últimos capítulos de Orgullo y Prejuicio cuando su puerta fue abierta. La cabeza rubia de su madre se asomaba, y está le ofrecía una sonrisa cálida y sincera.
Carolina entró, repitiendo todo lo que le diría a su hija después de hablar con Michaela sobre el incidente con la aparición de Justin. Ella pensó que no tendría repercusiones con la azabache, pero estaba más que equivocada.
— Aurora — le llama, y ella deja el libro en la mesita mientras su madre se acercaba — Se qué tal vez creías que aquel hombre puede... —
— Eso ya está olvidado — interrumpe Rhyd sonriéndole — Ya no discutiré más sobre el tema de mi padre, ahora solo quiero descansar —
La rubia quedó sorprendida por ello, Rhyfedd era una persona muy aferrada a su pasado, y tendía a hacer rabietas, casi siempre acompañadas de vengadas, por eso el campo de protección que hicieron las dos mujeres mayores alrededor de la casa. Carolina junto sus manos y las dejó caer en sus regazo.
— Está bien, creo en ti — y con eso, sale de la habitación.
Oh, qué Rhyfedd podría ser buena actriz cuando se lo proponía.
Dirán que este prólogo no tiene nada que ver con la historia en sí. Pero todo está conectado. Recuerden.
GLORY DIVINITIES BETWEEN US
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