CAPITULO 3
( ACTO UNO; CAPÍTULO TRES)
En algún lugar del planeta
Rhyd seguía pegada a ese maldito catre. Seguía sin saber dónde estaba, y eso le frustraba demasiado, porque para ella vivir en la ignorancia o no saciar tu curiosidad es como un pecado para ti mismo. El tal Loki solo venia de vez en cuando para asomar su nariz y molestarla, había ocasiones que le daba algo de comer, aunque no le sacaba del hechizo. Y los dolores en su pecho seguían, pero ahora cada vez más fuerte, molestándole ese sufrir.
La que pretendía ser azabache se encontraba dormida porque es lo único que puede hacer cuando de repente, siente una presión en su cintura y muñecas, como si las correas las estuvieran ajustando. Luego ya no había nada. Rhyd alzó sus brazos, por fin levantándolos y sintiendo movimiento.
Se sienta en el catre, meciendo sus pies de arriba hacia abajo. Exaspera, extrañaba tanto tener alguna clase de movimiento aparte del de su cuello. Pone sus pies descalzos al suelo frío de la cabaña en la que ha estado viviendo en quien sabe cuántos días; para Rhyd, sentir algo fresco ya es la misma gloria.
Se puso de pie, y lo primero que hizo es ir a la puerta para salir, si es que se le permitía al espacio exterior. Lo primero que noto al salir de la habitación es que el resto de la pequeña cabaña era igual, madera oscura y helada, por lo que deducía que estarían en un lugar entre las montañas. Llego a la cocina y por fortuna encontró un paquete de jamón y pan, no había mayonesa, pero así se hizo el sándwich porque estaba muy hambrienta.
Con el sándwich en la mano, siguió recorriendo la cabaña sin dignarse a escapar; no era tonta, sí, sus hipótesis eran correctas, no quería morir congelada allá afuera. Ya estaba terminando su modo turista cuando de repente observo una puerta llamativa, tenía grabados en una clase de dorado y la cerradura también era de ese color. Por obviedad, Rhyd se dirigió ahí, la abrió con lentitud, temiendo por lo que podía encontrar ahí.
La habitación parecía tener vida al lucir todo dorado, había una pared repleta de libros y en otra lucía un sillón que parecía sumamente cómodo con tan solo verlo. Pero lo que capto su atención fue el escritorio hecho de madera clara, se chupo el último dedo por el sabor del jamón que tenía, yendo al mueble. Arriba de este, abierto, se encontraba una libreta con escritos en una caligrafía perfecta y de envidia.
La azabache la tomo entre sus manos, pasando la paginas a la primera, queriendo leer todo; y lo primero que leyó es su nombre, frunció el ceño al ver eso. Siguió leyendo, llenando sus ojos con teorías acerca de la desaparición de Freya, y la relación que tenía con la maldición a la familia Dwyer. O la magia que adquirió la familia se parecían a los de la diosa. Asimismo, mencionaba sobre un poder que compartían dos seres que habían sido esperados al nacer. Todo esto parecía tener un hilo para el dios del engaño, y eso lo llevo hasta Rhyfedd.
La chica dejo la libreta en el escritorio, no creyendo las locuras de Loki. Porque vamos, todo parecía una locura. Simplemente lo que le paso a su familia fue que una vieja chiflada con la magia que los maldijo porque estaba demente, fin. Ellos no son los recipientes de una diosa nórdica, griega o dios sepa que mitología quiera ser.
— ¿Quién te dijo que podías meter tu nariz aquí? — dijo la voz que en estos momentos la morocha no deseaba escuchar.
Rhyd traga duro, gira sobre sus talones por fin viéndolo de frente a frente. Él seguía vistiendo ese traje raro pero que la irlandesa se iba acostumbrando.
— Liberarme fue tu primer error — declara la chica mientras se encoge de hombros — Más aparte que curiosidad es mi segundo nombre —
El hombre se ríe mientras negaba a la vez, sin duda esta mujer es peculiar hasta para él mismo.
— ¿Por qué no escapaste? — presuntamente directamente el azabache.
A Rhyd le seguía sorprendiendo que este hombre no eche tantos rodeos como los que ella ha conocido, aunque inmediatamente recuerda que ni siquiera es de este planeta literalmente. La chica camina y se sienta en el cómodo sillón blanco qué hay en la habitación, poco le importaba mancharlo debido a sus vestiduras sucias y rasgadas.
Su cabello ondulado cayó por delante de sus hombros y sus ojos veían toda la habitación menos a donde estaba él.
— No quiero morir — dice la mujer mientras en uno de sus dedos sujetaba un rulo para jugar — No quise abrir la puerta principal a temor de que esta tuviese un encantamiento, además se siente un clima helado por lo que digo que estamos en un país donde siempre hay nieve y frío, y yo no quiero morir de hipotermia por una estupidez mía de querer salvarme — declara la chica observado su rulo con una sonrisa satisfecha.
Loki la miraba firmemente, había creído que está midgardiana era tonta e incrédula pero realmente es lo contrario, es demasiado astuta para su gusto y con instinto de supervivencia parecido al suyo.
— No sabía que los mortales fuesen tan inteligentes — exclama con un poco de sarcasmo no queriendo mostrar su asombro a la midgardiana.
— ¿Mis hipótesis son correctas? — cuestiona la azabache alzando una ceja y por fin se dignó verlo directo a los ojos.
— Si — se rinde el dios — Según su patético mapa estamos en un pueblo entre las montañas de Rusia, demasiado al norte —
Rhyfedd hace un chasquido con la lengua y se levanta del sillón.
— La suerte que tengo — dice la chica y posa una mano sobre su hombro izquierdo — Ahora iré a dormir, y ver si consigo algo de ropa en esta casa. Hasta luego cuernitos — y se retira de la habitación porque a la hora que entro el asgardiano dejo la puerta abierta.
En definitiva, el dios no comprendía a esta mortal. No le tenía miedo, no escapó, no lo atacó más bien le cuestionó, le dijo la verdad y hasta se atrevió a poner una mano sobre su hombro. Este suspira sonoramente, que extrañas y confusas son las mujeres de cualquier mundo.
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