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CAPITULO 1


( ACTO UNO; CAPÍTULO UNO )
Manhattan, Nueva York


Rhyfedd creció en el department0 que había compartido con su madre antes de su partida. Ella tenía diecisiete años cuando pasó ese hecho doloroso. Por lo qué los siguientes años, ella se independizó y maduro demasiado rápido.

Hoy salía temprano del trabajo al ser domingo; Rhyd trabaja como mesera en un restaurante de pequeña fama a dos cuadras de Central Park. Ella le había prometido algo a su ídola de cabellos rubios, que mantendría un perfil bajo, sería una igual a los demás. Eso lo deseaba más que nadie; pero tal vez le era imposible. Al igual que su abuela le enseñó el poder que tiene el aparentar algo que no eres.

Sus tenis negros salpicaban agua a cada paso que daba, por los charcos que había en el camino. Aunque algo la incomodaba a su espalda, sentía que alguien la mirada. Se detuvo y volteó su mirada hacia atrás encontrándose a nadie; negó para sí misma y siguió la vereda. Había ocasiones en las que pensaba si necesitaba ir a un manicomio.

Aun así, durante el camino sentía esa mirada en su espalda constantemente. De último momento la sintió más pesada; se echó a correr sin dudarlo, eso le dictaba su cociente y también la voz de su abuela.

Si sientes qué hay peligro y no sabes qué hacer aún con tu magia, solo has una cosa, corre.

La peli-negra conocía todos los atajos para ir a su departamento; metiéndose a los callejones y entre los edificios. Sin temor de usar sus poderes, a cada que abría su mano al frente, aparecía un tipo escalón y continuó apareciendo cada que subía; llegó a los techos y seguía corriendo.

El cansancio se hacía presente, decidiendo de último momento teletransportarse a su pequeño hogar. Cayó arriba del sofá café oscuro, amortiguándole la caída; suspiro aliviada de no haber caído de bruces al suelo como hace dos semanas la sucedió cuando practicaba sus poderes.

¿Quién será su acosador? No tenía ni la menor idea. Y la verdad no quería descubrirlo.

Suspiro pesadamente, y se quitó su mochila aún acostada. Sus cabellos negros se alborotaron por la corrida, y su corazón latía a mil; sus dedos percibían un cosquilleo debido al uso de la magia. Nunca la usaba de esta manera. Tan acelerada y sin prever lo que pasaría al usarla.

Se sentó, y pasaba ambas manos por su pálida cara. Era de mediodía, por ende, se le hizo más fácil la huida de su secuestrador. Al final había elegido no salir de su apartamento el resto del día; poniéndose manos a la obra. Recogió todo el apartamento, lavó ropa en el piso de lavandería al final del edificio y luego a doblarla y guardarla.

Barrió, trapeó y aspiró los distintos tipos de piso de su hogar, reacomodó el mueble de la televisión de la sala y se sentó en el gran sillón cuando acabó todo. Volteando al reloj que colgaba de su pared beige, indicando que eran las seis y cuarto; todavía era temprano. Lanzó un quejido y se levantó, agarrando un suéter negro y las llaves del tazón de madera, haría las compras de una vez.

Que aburrido se había tornado su día. Y decidió, que haberse quedado en esa persecución fue más divertido que recoger toda su casa.

*****

Su espalda dolía a los mil demonios, nunca había cargado con tantas bolsas de despensa. Las dejo caer todas sobre la mesa que es su comedor en la amplia cocina de su departamento. Ya era de noche, y las estrellas aparecían en el fondo negro del cielo; Rhyd abrió la ventana de la cocina observando el cielo estrellado, a ella le hubiera encantado estudiar astronomía, lástima que su economía no se lo permitió. De hecho, solo logro hacer dos años de su carrera de Letras Hispánicas, dejándola a medias, el hecho de la soledad fue la que le afectó más que nada.

Se encogió de hombros y le doy unos escalofríos repentinos en su cuerpo por el aire fresco que choco contra ella; luego se dispuso a acomodar toda la despensa en la alacena y el refrigerador, ya sea a donde pertenezcan. De su teléfono puso la playlist de canciones, reproduciéndose Everybody loves me de OneRepublic, su segunda banda favorita.

Iba guardando cada cosa al ritmo de la canción, y así iban reproduciéndose otra tras otra. Cuando acabo, junto todas las bolsas de plástico para meterlas en la bolsa madre, como le bautizo la chica pelinegra. En eso sintió una ráfaga inusual de viento, y ella frunció el ceño al termino de guardar las bolsas.

Giro sus talones, quedándose petrificada ya que al otro lado de la mesa había un hombre alto, con un traje que gritaba a los cuatro vientos Halloween, quitando de lado eso; el hombre misterioso era grandiosamente atractivo, esos ojos azules que resaltaban por el color verde su extraña vestimenta y el cabello negro como el suyo, así como la piel pálida de él. Y esos cuernitos de oro, Rhyfedd se quería reír por ese detalle.

— Hola Rhyfedd Dwyer — le sonríe malignamente el hombre

Su mente entró en shock y otros escalofríos recorrieron su cuerpo, cuando dijo su nombre. ¿Cómo diablos se lo sabe? y ¿Cómo pudo pronunciarlo bien a la primera vez? Lo único que proceso su mente fue la segunda pregunta. Luego la sacudió rápidamente, quitando cualquier pensamiento incoherente.

— ¿Quién eres? — pregunta con fuerza, y los dientes chirriando.

Este hace un sonido con su boca, como un chasquido — ¿Así tratas a tus invitados? — cuestiona con un tono burlón.

— Solo a los que son invitados por si mismos — replica la chica astutamente.

El hombre hace un gesto como si le doliese el corazón, y la chica inclino un poco su cabeza; expectante a lo que él haría, su próximo movimiento. Luego él se ríe, de esas risas como si de un pequeño travieso se tratase.

— Eres importante, ¿lo sabías? — le dice el peli negro — Con tu poder ya hubieras conquistado el mundo —

A Rhydd le salió una sonrisa sarcástica, incrédula a lo que sus oídos escuchaban. ¿Ella conquistar el mundo? ¡Ja! En sus peores sueños.

— Creo que estás hablando con la persona equivocada — declara la chica con un tono aburrido — Las personas de esa clase se encuentran en la torre Stark. Si gustas, yo te llevo personalmente — le dice burlonamente mientras con dos de sus dedos hacía que un bate se alzara por detrás del tipo.

— No, no, no — canturrea el hombre — Tú eres lo que estoy buscando — y hace aparecer un báculo.

La chica abre los ojos sorprendidos por la acción, acto seguido hace golpear el bate contra el hombre, pero este desaparece y sucesivamente apareciendo a su lado, tomándola del brazo y teletransportándolos. Al llegar al lugar, la de cabellos negros, lo gira y cae de espaldas al suelo, y las plantas van creciendo velozmente alrededor de los brazos del hechicero.

Se retira los cabellos de los labios, y sacudía su ropa, dispuesta a irse a su hogar de nuevo, pero algo la golpea en la cabeza, cayendo desvanecida a la tierra y la oscuridad la abrazaba.

Maldita sea la hora en la que ese hombre la encontró de casi siete mil millones de habitantes en la tierra. Y también a la bruja que maldijo a las mujeres Dwyer.


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