𝐱. desde el primer momento
𝗺𝗼𝗻𝘀𝘁𝗲𝗿 𝗶𝗻 𝗺𝗲 | 𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝟏𝟎.
"He's on my mind, and i've been in the dark since the day we met. I'll unravel this,
it's a pity but i never learn"
La negrura de la madrugada avanzaba pesadamente, ralentizando el arrastre de cada segundo en una serenidad engañosa, volviéndose opresiva. Luchaste para conseguir la pizca de calma suficiente para conciliar el sueño, bajo el escondite entre las sábanas de tu cama. Desde el escape en la sala, en cada parpadeo podías sentirlo, observándote desde la penumbra.
Creíste escuchar su risa reverberando desde las entrañas de la casa, como si aquel sonido estuviese rebotando de pared a pared. Para colmo, el silencio solo amplificaba los ruidos más insignificantes del lugar, como si cada sonido nocturno conspirara para mantenerte despierta.
El persistente dolor azotando tu cabeza aumentó tu inquietud. Te acomodaste dando vueltas una vez más, queriendo forzarte a dormir. Pero justo cuando alcanzaste aflojar escasamente la tensión de tu cuerpo, un sonido sacudió hasta el fondo todos tus sentidos.
Toc, toc, toc. Golpeteos inconfundibles casi imperceptibles, mas no provenían exactamente del sótano. Cada músculo existente o posible que componía tu cuerpo se tensó, de nuevo, al compás del mismo ritmo pausado y burlón. En el fondo sabías quién era, sabías lo que significaba.
Toc, toc. Volvieron, repitiéndose con mayor intensidad. Soltaste las sábanas, fruncidas bajo tu agarre apretado, llevando tus manos temblorosas sobre tu boca para contener el aliento. Abriste lentamente los ojos, enfocándolos en el lugar de origen.
—Por favor, que no esté aquí. Que no sea él— Cada milímetro de tu piel se erizó debido a tus súplicas. Esperando que los toques se detuvieran, que fuera solo un mal sueño que terminaría si permanecías inmóvil.
Entonces, una voz cantarina, cayendo en ese específico tinte infantil, habla contra el lado opuesto de la puerta. Tarareando tu nombre.
—Abre la puerta. Vine a darte las buenas noches...— Su voz era un canto oscuro cada palabra impregnada de una diversión retorcida. Intensificando el retumbar de tus latidos contra tus oídos, clavándote las uñas en las palmas para contener los impulsos traicioneros de gritar. Él estaba ahí.
—Vamos, ven a jugar conmigo, sólo un momento. Prometo no morder... mucho— Soltó una risa aguda y desquiciada, resonando en cada rincón de la habitación. Haciéndote girar en la cama, ignorando su sugerencia.
Sin embargo, para tu terrible fortuna, él no estaba dispuesto a abandonar el lugar. Padeciste su presencia oscura, que llenaba de energía retorcida el ambiente. Jugando contigo, saboreando el terror palpitante de tu ser.
—Dios, por favor. Que se largue. Que no logre entrar— Apretaste los ojos, negando rotundamente con la cabeza. Rezando para que esos golpes desvanecieran en la calma de la madrugada.
—Puedo esperarte toda la noche, tengo todo el tiempo del mundo— Dijo en un tono más bajo que el anterior, como un susurro que parecía deslizarse por la rendija de la puerta, reptando hasta tus oídos.
Toc, toc. El son volviéndose más perseverante. Su existencia se filtraba en la habitación. Sabías que él esperaba impaciente que cedieras el control pero, en su competencia de terquedad, no lo harías. Aunque no hubiera escape.
El corazón te palpitaba velozmente, queriendo explotar en el proceso. Apenas eras capaz de formular otra súplica desesperada. —No entres, no entres.
Contrario a tus plegarias, escuchaste el sonido metálico de la cerradura girando. Impulsivamente, al ritmo frenético de tu corazón, saliste de entre la enredadera de sábanas. Moviendo tus piernas, pesadas como el plomo, despacio acercándote a la puerta temblorosa por su lucha para abrirla.
Aún con los nervios a flor de piel, reuniste el valor, empujando contra la entrada dando el esfuerzo máximo que pudiste para evitar que ingresara al cuarto. Con la ansiedad maximizándose por el irritable pulso en tus oídos, al tocar el pomo con tus dedos temblorosos, sentiste el cerrojo asegurado bajo tu palma.
"No va a entrar, no va a entrar". El pensamiento es precedido por un crujido espeluznante, como si arrastrara sus garras filosas por la superficie de madera. La cual vibró con fuerza pareciendo ceder.
Él vuelve a decir tu nombre, gustoso de pronunciar cada sílaba que lo compone.
—Vamos, pequeña cobarde... abre la puerta— Murmura con un dejo de impaciencia peligrosa.
De repente, los golpes, arañazos y movimientos bruscos de la puerta se detuvieron. Ante ello, retrocediste un par de pasos pequeños con la visión fija en el cerrojo. ¿Se había rendido? Restregaste con exasperación tu rostro y exhalaste un suspiro de alivio.
Sin embargo, ese mínimo lapso de calma no bastó para hacerte regresar a tu escondite. En un parpadeo, una gran mano áspera y fuerte se cerró alrededor de tu cuello; alzándote unos centímetros del suelo.
Reaccionaste con ojos horrorizados al encontrarte con el mismo diablo en persona. Pennywise, abriéndose paso en las tinieblas de la noche, resaltando con su esplendor terrorífico aún en la oscuridad. Decorando su blanquecino y agrietado rostro con su torcida sonrisa carmesí. Inclinó su enorme cabeza para observarte con una expresión de macabra fascinación. Reprimiste un grito al notar la emoción de sus ojos ambarinos, derrochando una mezcla de diversión y deseo.
Clavaste las uñas sobre los volantes pomposos de su traje sucio, intentando librarte del agarre. Incitando al payaso para apretarlo más, acercándote a centímetros de su cara, tal vez para que apreciaras mejor el brillo de regocijo retorcido en su mirada.
Odiaste la forma en que su sonrisa torcida se ensanchaba progresivamente al verte luchar, pataleando en el aire y forcejeando entre tus débiles manos alrededor de su brazo.
—¿Pensaste que podías esconderte de mí?— El payaso se mofa del pánico que brilla chispeando en tus ojos, gustoso de ver el temblor de tus bonitos labios rosados cuando intentabas gritar. —Oh...— Él suspira, su aliento repugnante brota de su boca chocando fríamente y de lleno contra tu piel. —Pero mírate. Cuánto ansiaba ver esa dulce carita asustada.
Cada palabra emergía con una dulzura enfermiza, repercutiendo en las cuatro paredes de la habitación como un eco distorsionado.
—¡Suéltame, maldito monstruo!— Gritaste, forzando dolorosamente tu garganta presionada por sus largos dedos escurridizos.
Él procede apretando un poco más. Agitándote violentamente de un lado a otro, como si únicamente fueras un juguete nuevo que encontró por casualidad. Mostrándose entusiasmado con su característica sonrisa arrogante.
—¿Por qué tan ruda, querida?— Pennywise pregunta, sacando provecho de su voz espeluznante. Fingiendo una mueca que parodia la contorsión de frustración en tu semblante. Manteniéndote suspendida sobre una altura aún más elevada. —Eres una pequeña niña maleducada. Pensé que querrías compañía y así es como me recibes.
Trataste de golpearlo, pateando la parte superior de sus piernas, incluso su torso duro e impenetrable como una estatua de piedra. Pero cada movimiento era insignificante ante su fuerza inhumana. No siendo suficientemente desalentador para ti, pues no pretendías rendirte.
Le clavaste tus ojos, repletos de rabia —¡S-suéltame!— Está ocasión, el grito fue más débil que el anterior. Pues perdías oxígeno en cada instante posterior a su risa, impregnada en satisfacción venenosa.
Tu visión del mundo alrededor se hacía borrosa, y cuando creías que estabas a punto de desvanecerte, el payaso aflojó su agarre mortal. Finalmente, con un movimiento brusco, te lanza sin piedad de regreso a la cama. Tu entera presencia cayó en un impacto doloroso, rebotando en el colchón mientras buscabas recuperar el aliento, tosiendo frenéticamente.
—¡Ups! Creo que me excedí— Dijo, mirándote al costado de la cama con una sonrisa tan ancha que arrugaba la punta de su nariz. Demostrando, sin remordimientos, su satisfacción sádica. —Pero supuse que estarías más cómoda ahí.
Llevaste los dedos palpando suavemente por tu cuello, tratando de aliviar el ardor y presión persistente en el, como si las garras del payaso bailarín estuvieran marcadas en tu piel. Apenas estabilizando la respiración, cuando las punzadas agudas de tu cabeza volvían al ataque, con un zumbido insistente que te convencía que en cualquier momento estallaría.
—B-bastardo— Logras decir, con un tono rasposo que se rompía por el enojo y miedo enterrados en tu pecho. Antes de poder hablar de nuevo, toses un poco a duras penas librando el picor en tu garganta. —¿Por qué... por qué no puedes dejarme en paz?
Pennywise ladea la cabeza, analizándote con una expresión de falsa confusión. Luego, su boca vuelve a curvarse, como si la sola idea de liberarte de su presencia fuera motivo de burla.
—¿Dejarte en paz?— Repitió, fingiendo una inocencia que resultaba casi cómica. —Pero si eres tú la que no deja de pensar en mí... ¿o acaso no es así?
Aprietas los dientes, evitando demostrar cómo el temor aceleraba todo tu interior. No querías que él notara su efecto sobre ti, que supiera lo profundo que había calado en tu mente y lo imposible que te resultaba apartarlo de tus pensamientos.
—Yo no... no tengo elección— Le espetaste con rudeza. —Tú apareces en todos lados, me persigues como una sombra.
Intentaste incorporarte lejos de su descomunal cuerpo, pero tus extremidades estaban tan débiles que eran incapaces de obedecerte. Una capa de sudor frío brotaba en toda tu figura al estar presa bajo sus orbes perversos.
Con el porte de un depredador acercándose cautelosamente, Pennywise dio un paso, deslizándose como si no estuviera atado a este mundo.
—Ah, pero preciosa... debes saber que las sombras solo acechan a quienes no pueden dejar de verlas— Contestó, avanzando deliberadamente lento, disfrutando cada momento de su propio juego macabro. —Y me temo que tú... te estás ahogando en ellas. En este misterio, preguntándote cosas que aún no tienes el valor de enfrentar.
Interrumpiste el escalofriante contacto visual, apartando la vista. Acción que no detuvo el peligroso avance del payaso.
Alzaste una ceja. —Eso suena ridículo— Dices con un dejo de recelo, levantando la cabeza para enfrentarlo, para ocultarle el miedo de tu mirada. —No quiero ni tengo que enfrentar nada— Murmuraste, demostrando una determinación que apenas sonaba convincente.
Pennywise soltó un bufido, tomando la declaración como un chiste privado, solo para él.
—¿Estás segura?— Cuestiona, ladeando la cabeza. Siguiendo tus movimientos como un gato ágil ante un ratón que intenta huir. —Porque parece que, en el fondo, una parte de ti busca hacerlo... esa misma parte que disfruta este pequeño juego más de lo que admites. Lo puedo sentir, a través de tu odio... sabroso y tentador.
Procuraste controlarte, respirando entrecortadamente con los pensamientos agolpándote. Buscando la manera de convencerte que todo era una simple tontería.
—Estás loco— Escupes con la voz llena de rabia contenida. —¿Qué acaso no me escuchaste? No estoy interesada en tus estúpidos juegos ni en tus secretos— Soltaste, esforzándote por hacer que tu voz sonara firme. —No quiero saber nada de ti, o lo que insinúas. No me importa.
Pero era obvio hasta para ti. Guiándote por la manera en que te examinaba atentamente con sus ojos ambarinos, sabías que podía ver más allá de tus palabras. Que había descifrado el trasfondo oculto en tu mente. Ese resplandor maligno de sus iris era una amenaza de muerte perforando tu espíritu.
No obstante, Pennywise se carcajea, una risa grave que concluye transformándose en una cacofonía sorda que retumbaba en tus oídos. Avanzó, acercándose al borde de la cama con una lentitud que parecía calculada para intensificar el pánico en tu pecho.
—Oh, ¿en serio no te importa?— Pennywise repitió, alargando las palabras como si fueran una broma privada que solo él comprendía.
Su silueta se cierne sobre ti, alargando su sombra hasta envolverte en ella, provocando una densidad aplastante en el aire. Los cascabeles de su traje tintinearon cuando el payaso se inclinó, con un brazo a cada lado de tu cuerpo, te enjauló sin darte una oportunidad para moverte. En cada intento inútil de zafarte, pateando o echándote hacia atrás, solo conseguías deleitarlo más. Como si tu temor fuera lo único que necesitara para existir.
Trataste, con cada fibra de tu ser, resistirte a la presión que el payaso ejercía para aplastarte sobre la suave superficie debajo de ambos. Quisiste empujarlo, pero él sujetó tu muñeca con facilidad, manteniéndote inmóvil.
Intentaste escapar de la abrumadora incomodidad creciente entre ambos (o al menos de tu parte), desviando la mirada. Pero Pennywise no te lo permitió, alcanzando tu rostro con su mano enguantada, presionando tus mejillas con firmeza obligándote a mirarlo fijamente.
—No, no, no... ¡No me toques!— Reclamaste ante sus ojos penetrantes, con el temor y adrenalina trabándose en tus pulmones, impidiéndote respirar con normalidad. Te estremeciste bajo su control férreo, con la piel helándose donde él te sujetaba.
Él continuó observándote con fascinación, una expresión entre el gozo y la sed de miedo.
—Mírame, niña ingenua y tonta— Ordenó, en un tono entremezclado de amenaza y deleite. —Tus palabras podrán decir una cosa, pero tus ojos... ah sí, tus lindos ojos me cuentan una historia mucho más interesante— Dijo en apenas un susurro gélido.
Apretaste tus labios. Sentías como si él estuviera escarbando en lo más profundo de tu mente, arrancando la verdad con manos invisibles. Aquella verdad que tu no te atrevías a admitir ni siquiera a ti misma: que cada señal, cada aparición y cada extraño suceso despertaban una curiosidad insaciable. A pesar de todo, había algo en tus adentros que deseaba desentrañar ese misterio, aunque significara enfrentarse, probablemente, a lo inimaginable.
—Estas equivocándote conmigo— Dices con amargura. Lanzándole una mirada de absoluto desprecio. Sin imaginarte lo mucho que le atraía esa forma que guardabas únicamente para verlo, solo a él. La manera en que el odio venenoso se asomaban en tus ojos, a través de tus bonitas pestañas rizadas. Causándole, para tu desgracia, el efecto contrario. —¿No lo ves? Todo lo que quiero es que te largues, que pares de acosarme.
Pennywise se rió suavemente, liberando un sonido gutural acorde a su figura monstruosa, casi bestial.
—Mientes— Murmuró él, saboreando la palabra. —Eres patéticamente buena ocultándolo... pero tu curiosidad brilla como una pequeña llama en la oscuridad, y créeme, puedo verla. La he visto desde el primer momento.
La rabia se revolvía en tu estómago, por sus palabras que calaban hondo, como un cuchillo afilado despojándote de tus propias mentiras. De ese deseo por conocer y descifrar a fondo los secretos, los mensajes ocultos en esta pesadilla vivida.
—¿Por qué...?— La pregunta se te escapa de los labios, tomándote desprevenida. Tragas saliva, pasando el nudo de pánico apretado en tu tráquea. Dudando de si completar el cuestionamiento, de si seguir indagando. —¿Por qué a mí? ¿Por qué tenías que fijarte en mi?
Las pupilas del payaso se dilatan debido a tu pregunta. Su rostro estaba tan cerca que la oscuridad de sus ojos parecía un abismo dispuesto a tragarte.
—Porque eres divertida— Respondió, admitiéndolo con su tono cruel y juguetón. —Me entretienes. Cada paso, cada suspiro, cada latido... todo te delata. Eres tan fácil
de leer, como un libro abierto.
Estabas dispuesta a responderle, a retarlo, pero tus palabras se quedaron atrapadas cuando el payaso te sorprende con su próximo movimiento. Presionado suavemente, con la punta de su dedo índice, el centro de tus labios. En un gesto, casi delicado, para callarte.
La intensidad predadora con que se centraba en la mitad inferior de tu rostro, en específico tus labios, el cómo relamió los suyos y sorbió su asquerosa saliva en exceso. Te hizo imaginar lo peor. Era como si él estuviera a punto de... "No, no, no". Negaste en tus adentros. No querías ni siquiera terminar de imaginarlo.
—¡Ugh! Aléjate de mi, fenómeno— Exigiste, evidenciando la repulsión que despertaba en ti. Reuniste fuerzas para forcejear nuevo, a sabiendas de lo inútil que resultaba al final. Estabas harta de estar a su completa disposición, paralizada por su toque despiadado.
Sus ojos amarillentos te revelaron algo nuevo, más intenso y peligroso. Una mirada hambrienta, como si estudiara cada detalle de tu cara, registrando tu vulnerabilidad, tu humanidad.
—¿Por qué querría alejarme, cuando puedo verte retorcerte cada vez que me acerco? Más aún, cuando disfruto tanto de tu miedo... tan exquisito. Tan especial.
En tu contra, sus dedos estrujaron dolorosamente tu mandíbula, lo suficiente para hacerte sentir el peso de su control absoluto. Inmovilizándote con una facilidad espantosa.
Pateaste de nuevo su estómago, pero él permaneció sobre ti. Con su cuerpo imponente bloqueando toda escapatoria, sin ceder ni un centímetro. Tomaste una bocanada de aire, sintiendo el pesar de tus músculos cada vez más cansados por tu afán de alejarlo de ti.
—Entonces acaba con esto de una vez— Lo desafiaste, a pesar de la sensación horrorosa que seguía atenazando tu pecho. —Si tanto disfrutas mis miedos, entonces termina de una vez y acaba conmigo.
Escuchas otra carcajada, profunda y burlona, que resonó en tu mente como el eco de una pesadilla interminable. Pennywise estaba encantado por tu reacción, por la insensatez con la que hablabas sin medir el peso de tus propias palabras.
—¿Terminar?— Pennywise chasqueó la lengua. —Si terminara contigo ahora, ¿dónde estaría la diversión?— Él pregunta, con su voz rebosante de un entusiasmo retorcido. —No, querida— Susurró. —No se acaba aquí, no hasta que yo lo diga.
—Si es así, ¿a qué viniste en realidad, eh? ¿Por qué tuviste que aparecerte en mis sueños... en mi vida?— Insistes, hablando cada vez más bajo. Tal vez la respuesta que obtendrías era algo que, como él había dicho, no querías enfrentar.
Pennywise sonrió, revelando su dentadura frontal, prominente y astillada. Liberando una risa suave, como si estuviera escuchando una pregunta infantil.
—¿Todavía no lo entiendes?— Dijo, alargando esa última "s", siseando venenosamente. —Eres mía, preciosa. Como cada persona de este horrible y aburrido pueblo— Expresó resaltando aún más su tonalidad silbante y llena de desprecio.
—Me perteneces, aquí— Colocó su mano helada sobre tu pecho, justo donde sentía tu corazón latiendo con fuerza. —Y aquí— Luego llevo sus dedos para rozar tu sien. —Me has dejado entrar, y ahora no puedes deshacerte de mí.
Reuniste la poca compostura que te quedaba, lanzándole una mirada de absoluto desprecio. Para después tomar otro respiro, rasposo en la parte posterior de tu garganta. Todo por satisfacer esa necesidad de invalidar sus macabras declaraciones.
—No eres real. Eres una maldita pesadilla, algo que terminará desapareciendo tarde o temprano— Dijiste, con una firmeza que no sentías. Era más un grito desesperado, una súplica para convencerte a ti misma.
El payaso rió de nuevo, el sonido fue profundo tal como si proviniera de lo más oscuro de su ser. Inclinó su cabeza, acercándose hasta que sus labios casi rozaron tu oído.
—¿Una pesadilla? Quizá. Pero soy la única pesadilla de la que no puedes despertar.
Un escalofrío electrizante recorrió tu columna, poniendo tus vellos en punta. La frustración hirviendo en tus venas al sentir como sonreía contra tu oreja.
Mientras más cerca, más disfrutaba ese sabroso aroma que tu presencia entera emanaba. Conteniéndose de enterrar sus filosos dientes en tu deliciosa piel, y tomar solo ese bocado que tanto anhelaba.
—Esa terquedad— Comenzó Pennywise, en un susurro cargado de burla. —Esa necesidad de aferrarte a la ignorancia... no te llevará a ninguna parte. No puedes ignorar las señales para siempre. Todo lo que has visto, lo que has sentido te persigue, y seguirá haciéndolo.
—Déjame ir, maldito— Escupiste con enojo, retorciéndote debajo de él.
—¡Pero que chica tan fuerte!— El payaso exclama sarcásticamente, disfrutando de la lucha en tus ojos. —Dime, ¿qué pasa si no quiero?— Él pregunta, hambriento. —Me gusta verte así, luchando contra algo que ya sabes que es inevitable.
Sabías el festín que el payaso se estaba dando, disfrutando cada segundo de este momento. Más no le darías el beneficio y satisfacción de verte quebrándote.
—¡Tú eres el que no entiende! Ya te lo dije, no me importa nada de lo que insinúas— Aclaras por segunda ocasión, cada palabra más débil que la anterior.
El rostro de Pennywise se torció en una expresión que simulaba ternura, aunque viniendo de él, en realidad era distorsionada y perturbadora.
—Mientes. Otra vez— Él musita, su voz cayendo en algo semejante a la intimidad. —Oh, claro que te importa. Puedes fingir todo lo que quieras, pero yo sé lo que estás sintiendo, aquí mismo— Apretó la mano que aún tenía sobre tu pecho, donde el corazón de te palpitaba frenético.
Desviaste la mirada a un punto inexacto en el techo, incapaz de soportar más la intensidad del momento. —He sido descuidada— Admitiste, apenas logrando el murmullo. —Pero eso no cambia nada. No quiero saberlo... no quiero saber la verdad.
—Ah, pero la verdad no se detendrá solo porque cierres los ojos, ¿verdad?— Dijo, a través de un tono siniestramente dulce. —Hasta esta noche ni siquiera te habías cuestionado la fotografía. Ese pedazo de papel tan... peculiar. ¿Por qué lo guardaste, eh? ¿Qué es lo que sientes al ver a ese hombre, tan parecido a Robert?
La mención del nombre de Robert Gray hizo que un dolor agudo cruzara sin piedad tu corazón, incluso expulsando el aire de tus pulmones. Habías intentado no pensar en él, en lo que esa conexión podía significar, pero Pennywise lo había traído a la superficie, a flote, de nuevo.
—No tiene nada que ver con él— Contestaste por simple impulso, sin rastro de algo que validará tu objeción.
—Oh, pobre niñita tonta... — Canturreó Pennywise, como si se tratase de consolar a un niño pequeño. —¿Qué pasa si te digo que él también es parte de todo esto? Que su rostro está grabado en la historia de Derry mucho más profundo de lo que imaginas.
Frunces el ceño, al tiempo que tu mente batallaba por terminar de procesar lo que el payaso bailarín decía. Avivando tus ansias por negarlo, gritarle que estaba mintiendo. Sin embargo, algo en la certeza con la que hablaba, sembró, por fin, la duda en tus pensamientos.
—Estas mintiendo— Fue tu única respuesta, saliendo como una muestra clara de incredulidad.
El payaso negó dramáticamente, mientras te regalaba otra risa, corta y seca. —No, querida. Yo no tengo que mentir. Solo tengo que esperar. Hasta que te entregues a mi y sucumbas por completo ante las señales, a las alertas, aunque no quieras aceptarlas.
Antes de advertirlo, las frías manos de Pennywise volvieron nuevamente a enrollarse en tu cuello. Sus dedos apretando cruelmente alrededor de tu garganta, cortando camino al poco oxígeno que lograbas conseguir. La cabeza comenzaba a darte vueltas, y tu visión se nubló con puntos negros danzando frente a tus ojos, como si estuvieras al borde del desmayo.
—Sí, justo así. Sigue luchando, sigue forcejeando...— La voz de Pennywise se transformó en un susurro gutural que reverberaba en tu cabeza, vibrando dentro de tu cráneo. —Me fascina verte completamente débil y vulnerable.
—Suéltame...— Articulaste como un sonido roto, a duras penas un hilo de sonido que escapó de tus labios. Un último impulso de resistencia te hizo mover las manos, clavando las uñas en las muñecas que te sujetaban. No importaba cuán desesperado fuera el intento, tenías que liberarte.
De pronto, lagrimas calientes borbotearon de tus ojos, sumándose a la neblina que enturbiaba tu campo de visión. La figura del payaso comenzó a desdibujarse en manchas de color pálido contra la penumbra de la habitación.
Cerraste los ojos con la última onza de fuerza presente en tu sistema, deseando despertar, rogando por escapar de aquella prisión de miedo mortal. Incluso llegando a considerar severamente que esta era tu muerte inminente, ejecutada a manos del payaso bailarín.
Fue entonces cuando algo cambió.
Algo capaz de alterar la atmósfera con el soplo de un aroma familiar, alarmando de inmediato tu psique. Enseguida, notaste una fuerza distinta tirando de ti, el agarre helado y opresivo en tu cuello se aflojó. Trataste desesperadamente de inhalar, sintiendo tu mente flotar entre la consciencia y el abismo.
Abriste los ojos, batallando por descifrar aquello oculto en la negrura del cuarto, lo que se fusionaba en un caos amorfo. Esperando encontrar la mueca burlona de Pennywise, por el contrario, lo que vislumbraste te hizo detener en seco.
El cambio abrupto paralizó tus sentidos. Parpadeaste rápidamente, intentando enfocar la imagen desconcertante. La sorpresa golpeó directamente con un vuelco en tu corazón. Presenciando como la figura macabra del payaso bailarín era reemplazada por una sombra más oscura y firme. Tú visión dilatándose para apreciar mejor las facciones que tenías de frente, pues ya no eran las del monstruo que te atormentaba, sino las de alguien conocido.
—¿R-Robert?— Balbuceaste, tu voz quebrada e insegura queriendo entender si esto era parte del sueño, si tu mente podría ser capaz de jugarte otra mala pasada. ¿Acaso estabas alucinando?
La presencia de Pennywise se había esfumado sin rastro alguno, dejando a Robert Gray en su lugar. Mirándote con esos ojos verdes y penetrantes, brillando con un matiz que no podías descifrar.
—Tranquila, estoy aquí— Dijo Robert, su voz baja y aterciopelada, pero cargada del eco de algo más profundo.
Sus manos se deslizaron lentamente hacia tus hombros, acariciando con gentileza cada área que tocara. Un contacto cálido que contradecía la frialdad que habías presentado momentos antes.
—No... no entiendo...— Buscaste abrumada respuestas en su rostro casi imperturbable. Las palabras atorándose en tu garganta. —Tú... ¿cómo es que?
—Shhh...— Interrumpió Robert, calmándote con un tono suave e hipnótico. Inclinándose hacia ti en un gesto extraño, a medio camino entre el consuelo y el control. —No tienes que entenderlo ahora. Solo mírame.
Sus largos dedos elegantes recorrieron la línea de tu mandíbula con aquella delicadeza capaz de desarmar a cualquiera. La angustia inicial se convirtió en una mezcla extraña de miedo y fascinación, ardiendo en tus entrañas.
—Esto... esto no está bien— Murmuraste, aún con tu debilitado espíritu de resistencia. La desconfianza, muy profundo en tus adentros, te decía que te apartaras de la abrumadora cercanía de Gray.
Robert no respondió. En cambio, su mirada descendió hasta tus labios, y él tiempo pareció detenerse al compás de sus bonitos pestañeos lentos. Todo lo que podías sentir era la fricción de su cuerpo contra el tuyo, el calor que emanaba de él, totalmente opuesta a la presencia helada de Pennywise.
Luego, al borde de poder procesarlo, sus labios rozaron la comisura de los tuyos, de manera ligera por poco exquisita. Regalándote un beso limitado apenas perceptible, como una caricia. Tan fugaz que creíste haberlo imaginado. Pero el rastro de su contacto ardió como un fuego lento, dejando una sensación de anhelo que se extendió por todo tu cuerpo.
Robert se alejó escasos centímetros, algunos mechones de su cabello cayeron en tu rostro provocándote un cosquilleo involuntario. —No— Él admitió, con una sonrisa ladeada decorando su cautivador semblante. —Pero eso no cambia el hecho de que lo deseas. Me deseas.
Abriste la boca para replicar, indignada ante su actitud. Sin embargo, cuando ibas a moverte para quitarlo de encima, todo se disolvió. El cansancio te invadió de golpe, cediendo finalmente al agotamiento. La figura de Robert se desvaneció en un parpadeo, como si nunca hubiera estado ahí. Lo último que viste de él fue su expresión, una mezcla de afecto y algo mucho más oscuro, algo que casi parecía añoranza.
La oscuridad te engulló de nuevo, como si estuvieras siendo arrastrada por una corriente invisible.
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Un brusco estirón de la realidad te hace despertar de golpe, con el pecho subiendo y bajando de forma irregular. Soltando un jadeo ahogado que llenó el aire frío de la sala. Abriste los ojos con dificultad, sintiendo como si tus párpados pesaran toneladas, y de inmediato notaste algo extraño: no estabas en tu habitación, sino en el sofá de la sala. Parpadeaste, totalmente desorientada, el sonido del televisor encendido combatiendo el silencio con murmullos bajos de una infomercial cualquiera.
Lo primero que percibiste fue el ardor que persistía alrededor de tu maltratado cuello. Una sensación abrasadora que se extendía desde tu garganta hasta el pecho, como si aún sintieras los dedos helados de Pennywise apretando tu tráquea. Intentaste respirar hondo, pero el aire te raspó los pulmones, haciéndote toser mientras guiaste una mano al cuello, buscando algún rastro físico de lo que había ocurrido.
"No puede ser... fue un sueño". Te dijiste a ti misma, apretando los ojos con fuerza, tratando de convencerte. Pero la presión en tu pecho, la sensación de asfixia, y el latido frenético de su corazón decían lo contrario. Era como si tu cuerpo no hubiera olvidado la pesadilla, como si el terror vivido se hubiera incrustado en ti, dejando una marca invisible.
Miraste a tu alrededor, adaptándote a la pálida luz del amanecer que se filtró a través de las cortinas en la ventana. Todo parecía normal, pero había algo inquietante. La confusión era abrumadora, pues los recuerdos de la pesadilla se amontonaban como un torrente imparable.
¿Cómo habías terminado en la sala? La última vez que habías sido consciente de ti misma, estabas en tu habitación, escuchando los golpes en la puerta.
"Esto no puede estar pasando". Hablaste en voz baja, llevándote una mano ahora a la frente, limpiando la fina capa de sudor frío pegándose en tu piel.
Aquella preocupante sensación de haber sido tocada, de haber sido observada, no te abandonó. Tal como el beso... ¿había sido real? Te pasaste los dedos por los labios, como si aún pudieras sentir el toque.
Enfocaste tu mirada perdida al notar algo rozando tu brazo. Allí, sobre el cojín del sillón, estaban tu cuaderno y la fotografía. Justo como los habías dejado antes de caer presa del pánico la noche anterior.
La visión de esa imagen te provocó un nudo en el estómago. Dudaste por un instante antes de extender la mano para tomarla. Necesitabas confirmar que seguía siendo la misma fotografía, que no había cambiado o revelado algo nuevo. Acercaste la mano, justo antes de alcanzarla un ruido desde el pasillo te hizo sobresaltar.
—¿Otra vez te quedaste dormida en el sofá?— Preguntó tu madre con tono distraído mientras revisaba su bolso y sacaba las llaves de casa. La voz hizo que te girarás de golpe en dirección a ella.
Pensaste rápidamente cómo responder su pregunta. Sabías que no tenías ninguna excusa válida, ni siquiera para ti misma. ¿Cómo podías explicar que no recordabas haber bajado a la sala?
—Eh... sí, supongo que estaba cansada y me quedé dormida aquí— Dijiste con voz entrecortada, intentando sonar convincente, aunque el peso de la confusión seguía oprimiéndote.
Para tu tranquilidad, mamá no pareció darle mucha importancia mientras ajustaba su ropa. —Bueno, trata de no hacerlo tan seguido. No es cómodo, y amaneciste con mala cara. ¿Dormiste bien?— Preguntó, aunque más por costumbre que por preocupación. No esperaba una respuesta.
Te limitaste a negar con la cabeza, sin querer adentrarte en los detalles.
—Voy tarde al trabajo. Asegúrate de recibir la correspondencia hoy. Sabes que el cartero llega siempre a la misma hora, y no quiero que se acumule el correo— Tu madre te lanzó una mirada fugaz antes de encaminarse hacia la puerta principal. —Y por favor, haz algo con esas ojeras, pareces un zombi.
—Sí, sí, está bien. Lo haré— Respondiste en automático, pues tu atención no estaba exactamente con ella sino con ambos objetos a tu lado.
Cuando la puerta principal se cerró, dejando tras de sí un silencio extraño, te permitiste soltar el aire que estabas conteniendo. Volteaste de nuevo a la fotografía, la palabra "Flotar" aún resonando en tu mente. ¿Qué carajo quería decir Pennywise con eso?
Tomaste el cuaderno con ambas manos, buscando consuelo en algo familiar, algo que no pareciera tan fuera de control como el resto de tu vida. Lo abriste con cuidado, hojeando lentamente las páginas.
Lastimosamente, cuando llegaste al primer dibujo el nudo de tu estómago se apretó aún más. Un trazo bermellón, agresivo y desordenado cubría casi por completo la ilustración.
Pasaste la siguiente página. Otro boceto, igualmente arruinado. Y el siguiente. Y el siguiente. Cada boceto que habías creado con tanto detalle y dedicación ahora estaba cubierto con aquellos rayones violentos, idénticos a los de la fotografía.
La tinta escarlata parecía casi fresca, como si alguien lo hubiera hecho durante la noche. Podías percibir el olor metálico, como si hubiera sangre impregnada en el papel. Cerraste el cuaderno de golpe, la frustración escalando rápidamente en forma de indignación.
—¡Tiene que ser una puta broma!— Exclamaste, por poco sin poder contener un pequeño grito de furia. Tus pensamientos viajaron inmediatamente a Pennywise, el maldito payaso, y al extraño mensaje que había plasmado en la foto.
Para rematar el chiste final, un sonido corta violentamente la calma del sitio: un golpe seco y repetitivo. Toc, toc, toc.
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