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𝐯𝐢𝐢𝐢. a través de nuevos ojos expectantes

𝗺𝗼𝗻𝘀𝘁𝗲𝗿 𝗶𝗻 𝗺𝗲 | 𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝟖.
"i saw new eyes were watching me,
the creature lunged and i prayed
my mind be good to me"


La oscura atmósfera del pasillo se intensificó en cada respiración, colándose a tu nariz un revoltijo repugnante de polvo y humedad. Un frío asfixiante le quitó el calor a tu cuerpo, con Pennywise aún frente a ti. Su sonrisa torcida mostrando una hilera de dientes afilados que parecían brillar en la penumbra del lugar. El payaso había adoptado una postura casual, inclinando la cabeza hacia un lado mientras hablaba con esa voz chirriante y burlona que perforaba el silencio.

Su presencia era abrumadora, pues cada mínimo movimiento suyo espesaba el ambiente. Aquel poder sobrenatural transformaba el espacio, reduciéndolo progresivamente en cada crujir de sus zapatos. Sus ojos amarillos brillaban con una crueldad juguetona mientras te observaba con atención, como a una presa que ya había sido atrapada.

¿Sabes por qué vine a verte hoy, cariño? Porque tenía ganas de una probada... de tu dulce sonrisa— Pennywise habla con una voz ronroneante, casi tierna. Se relamió los labios exageradamente, su lengua serpenteando por el borde de su boca, mientras daba un paso más hacia ti. Hasta el mismo suelo parecía temblar bajo sus pasos.

El miedo había paralizado cada fibra en tu cuerpo, que no te respondía del todo. Intentaste moverte, arrastrándote hacia atrás torpemente, raspando las manos en el piso, mientras el dolor de las heridas se mezclaba con la adrenalina. Las cortadas ardían, pero ni siquiera eso te distrajo del terror absoluto que sentías.

¡Basta! Ya... no te acerques más— Exclamas, tratando sonar firme debajo del temblor en tu garganta. Las palabras eran apenas murmullos que se perdían en la oscuridad. Pennywise detuvo su avance un segundo, su sonrisa se ensanchó aún más, si eso era posible, y soltó una carcajada estridente que resonó por el corredor.

¿No te acerques? ¡Oh, pero yo solo quiero jugar!— El payaso se queja en lo que parece ser un berrinche patético, con movimientos exagerados que hacen tintinear los cascabeles de su traje. —No eres más que una niña asustada... ¿Qué esperas hacer? ¿Huir? Ni siquiera puedes ponerte de pie.

Trataste de retroceder más rápido, sintiendo cómo el sudor frío cubría tu espalda. El miedo te embargaba, pero había algo más, algo hirviendo bajo la superficie: una pequeña chispa de desafío, de resistencia.

¡Deja de acercarte! No... no te acerques más, o... o te arrepentirás— Luchas con fuerza para sonar convincente. Pero era ridículo, ¿qué harías contra la enorme bestia frente a ti?

Sus luceros irradiaron malicia, ante tus palabras que le resultaban encantadoramente absurdas. El olor de la podredumbre y la sangre flotaba en el aire.

¿Arrepentirme? Oh, cariño ¡Tú eres la que debería arrepentirse por pensar que puedes luchar contra mi!— El matiz de sarcasmo se cuela en su voz. —No te apures, no voy a comerte. Al menos, no hoy— El mueve su enorme mano enguantada, en un gesto para minimizar lo macabro de su amenaza.

El payaso volvió a reír, un sonido grotesco y perturbador. Levantó una mano, como si fuera a acariciarte el rostro, con un último esfuerzo de valentía, apartas la cabeza con brusquedad. —¡Deja de llamarme así! Y no me toques— Dices, casi con un gruñido de coraje, recalcando cada palabra, si acaso eso lo hacía entender.

Él relame sus labios de nuevo, disfrutando cada segundo del sufrimiento. —Qué linda te ves cuando tienes miedo... Pero pronto... muy pronto... ese miedo será aún más delicioso.

Ni siquiera entiendo lo que dices ¿qué demonios quieres? ¿Quién eres realmente?— Lo encaras, intentando controlar la respiración y mantener la calma, pero tu piel se estremecía con cada palabra que salía de los labios del payaso.

El payaso inclina su rostro, pretendiendo acercarlo lo suficiente para estar a centímetros del tuyo, y te susurra en un tono casi amistoso, como si fueras su mejor confidente. —Soy todo lo que temes. Todo lo que tus peores pesadillas podrían imaginar.

El corazón te latía descontrolado. De repente, las heridas en las palmas de tus manos comenzaron a arder intensamente, como si un fuego invisible las recorriera. Un dolor tan agudo que te obligaba a retorcerte, pero te mantuviste firme, mordiéndote el labio inferior para no soltar un gemido de dolor.

Pennywise lo nota, riendo de forma estruendosa. Su eco rebotando en las paredes del estrecho pasillo. —¿Duele? Eso es solo el principio... Nada, ni nadie podrá evitar lo que viene. Pero no te preocupes...— Tu nombre se resbala de su boca hambrienta, tal como la saliva que goteaba hasta su barbilla. Era como si estuviera apunto de degustar su comida favorita. —Al final, todos flotan.

No te tengo miedo... no te creas tan importante— Repites apretando la mandíbula, como un lema para conservar fuerza.

El payaso finge estar herido. —Oh, ¡qué cruel! Yo solo quiero hacerte reír... ¿No es eso lo que los amigos hacen?

Mientras sus palabras presionan con dolor en tu cabeza, escuchas un par de voces a lo lejos. Los hermanos Bender. La familiaridad de los sonidos te devuelven levemente a la lucidez. El pánico comenzaba a disiparse, pero el dolor en tus manos seguía presente, como si las heridas se estuvieran profundizando.

Ah, qué lástima. Parece que el show tiene que terminar por hoy— Sus ojos brillaron de emoción. —Pero no olvides, querida, no hay escape para ti. Nos veremos nuevamente... y muy pronto.

El payaso se acerca como si quisiera compartir un secreto, susurra en tu oído. —No me extrañes demasiado.

Intentaste mantener la compostura, mirándolo con una mezcla de miedo y desafío. Estuviste apunto de replicar en su contra, pero en un parpadeo, Pennywise desvaneció entre las sombras, dejándote sola. Todo pareció aligerarse, aunque el eco de su espantosa risa aún rondaba en el aire.

Pudiste levantarte apoyándote contra la estantería un momento. Miraste tus manos, aún sintiendo el dolor ardiente. Lo más desconcertante fue que el jarrón que supuestamente había caído y roto seguía intacto. Ni una sola grieta, como si nada hubiera sucedido. Tus heridas, sin embargo, eran reales.

Al escuchar la voz de Jolene acercándose, exhalaste lentamente tratando de calmar tu respiración acelerada. Observaste el lugar donde Pennywise había estado. Te sentiste confundida, vulnerable, pero al mismo había algo en lo profundo obligándote a seguir adelante, a no dejarte quebrar por el miedo.

Finalmente encontraste los rostros de los hermanos Bender en el lado opuesto del pasillo. Aparentemente tranquila, cuando la sangre seguía entintando tus palmas.

Por fin, te estábamos buscando. Estaba empezando a pensar que te habías perdido aquí— Dice Joe con alivio. —¿Estás bien? Pareces haber visto un fantasma.

Asientes forzando una sonrisa, sin hacer mención al encuentro con el payaso. —Sí, estoy bien... Solo me distraje con un libro.

Theo, por otra parte, notó las manchas escarlata que intentaste ocultar. Frunció el ceño preocupado. —¡Te lastimaste! ¿Qué te pasó?

Escondiste las heridas, disimulando poniéndolas tras tu espalda, como si quisieras restarle importancia. —No es nada, me lastimé con... algo, pero ya me voy a encargar de ello.

Aunque tus palabras parecían tranquilas, en el interior sabías que aquello que acababa de suceder no era "nada". Había sido un encuentro con algo mucho más oscuro de lo que estabas preparada para enfrentar.

La salida del lugar es pesada, como si un velo invisible de opresión te siguiera. No puedes evitar mirar hacia atrás, con aquella advertencia vibrando incesantemente. Caminaste en silencio por unas cuantas calles en compañía de los Bender. El silencio se vuelve incómodo hasta que Joe finalmente decide romperlo.

Creo que ya es hora de llevar a Theo a casa. Ya ha sido suficiente por hoy, ¿no crees?— Dice, mirando a su hermano pequeño, que camina unos pasos delante de ambas, distraído con cualquier cosa que ve en las vitrinas.

Sí, supongo que tienes razón— Hablas aún con la mirada desconectada del presente.

Jolene lanza una mirada inquisitiva, sus ojos llenos de curiosidad y preocupación. —¿Quieres que te acompañemos a tu casa también? No me importa, en serio. No te ves del todo bien.

Sacudes la cabeza rápidamente. No querías enfrentar más cuestionamientos. —No, está bien. Aún tengo que hacer algunas cosas. No tardo mucho, en serio.

Ella te observa con cierta desconfianza, pero no insiste más. —Bueno... pero ten cuidado, ¿sí? Las cosas están raras últimamente— Cambia su atención a Theo quien se despide de ti. —Nos vemos pronto. Si necesitas algo, llámame.


_____________


La penumbra atacaba tus pensamientos, logrando atraparte sumida a través de ellos. Lo ocurrido seguía presente, como una nube oscura en tu mente. Un encuentro tan vivido, tan aterrador, que te preguntabas si realmente lo habías visto o si, tal vez, tu salud mental comenzaba a deteriorarse. ¿Acaso todo era producto de la retorcida imaginación? ¿Era posible que estuvieras perdiendo la razón? El dolor en las manos, causado por las cortadas, era un duro anclaje al mundo alrededor, ajeno a tu situación. Al menos, esas heridas eran reales, o al menos eso creías.

Tras la tortura y aflicción del incontrolable ardor, decidiste que lo mejor sería tratar esas heridas cuanto antes. Caminaste en silencio, hasta la farmacia, a escasas par de cuadras de ti. Haciendo un descomunal esfuerzo para distraerte de las imágenes del payaso, sus palabras burlonas, y sus diabólicos ojos, que según tus sospechas más ansiosas y delirantes, aún te seguían expectantes a través de cada cloaca por la que pasarás.

Al llegar, empujaste la puerta de reluciente cristal y la campanilla en la entrada te recibió. La luz en la farmacia era blanca y fría, un contraste con la calidez del día afuera. Caminaste entre los pasillos, buscando lo que necesitabas: gasas, antiséptico, o tal vez vendas. Mientras revisabas los estantes, divagaste de nuevo entre la caótica ola de pensamientos, cuestionando lo que habías visto. Con la mirada perdida entre los productos, escuchaste una voz baja, probablemente proveniente del mostrador.

La voz grave y monótona de Norbert Keene, el farmacéutico, se mezclaba con la de una mujer que no reconociste de inmediato. Te acercaste un poco más, lo suficiente para oír mejor sin llamar demasiado la atención. La mujer hablaba con una evidente preocupación y tristeza.

Verá usted, solo necesito saber si la vió por casualidad. Antes de que desapareciera o incluso ahora. ¿La vio? ¿Notó algo extraño?— Dijo la voz femenina, temblorosa, casi desesperada.

El señor Keene, un hombre de rostro inexpresivo y movimientos lentos, negó con la cabeza. —No, señora Donovan. No la he visto en un buen tiempo. Lo lamento mucho.

La mujer, la señora Donovan, suspiró, y por un momento el silencio se hizo palpable en la farmacia, roto solo por el sonido del ligero roce de tus movimientos sobre los productos que sostenías. Saliste de tu escondite para dirigirte al mostrador, y pagar los productos. No pudiste evitar sentirte afectada por la conversación. Otra vez, la sonrisa vacía de Emilie se iluminaba en tu neblinosa mente.

Colocaste las cosas en la barra del mostrador, gozaste el frío contra tu piel lastimada. Norbert Keene seguía hablando con la señora Donovan, quien hacía evidente su dolor, apretaba un pañuelo con fuerza entre sus dedos.

Mientras esperabas apareció Gretta Keene, la hija del farmacéutico, detrás del mostrador. La adolescente, con su habitual expresión despectiva, parecía estar aburrida de escuchar la conversación.

Llevan como media hora hablando de lo mismo— Ella menciona por lo bajo, con un tono malhumorado.

No comprendiste al instante si te lo decía a ti, y algo incomoda le lanzaste una mirada curiosa. —¿Quién es ella?

Gretta rodó los ojos, como si fuera obvio. Para ser justos, lo era, pero viste la oportunidad de conseguir el contexto extra. —Es la madre de Emilie... la chica que desapareció hace unos días.

Sentiste la necesidad de continuar preguntando, pero antes de que pudieras hacerlo, Gretta continuó hablando, aunque esta vez su tono era más bajo, como si no quisiera que su padre o la madre de Emilie la escucharan. —A lo mejor ni está perdida. Seguro se fugó con algún tipo. Ya sabes cómo son algunas chicas. Desaparecen y todo el mundo se vuelve loco buscándolas, pero tal vez... solo se fueron porque quisieron— Habló, más suave pero el resentimiento era visible a través de su diálogo.

Notaste que, posiblemente, la rubia hablaba desde la envidia o el desdén hacia la chica desaparecida. El comentario te resultó insensible, pero no sabías cómo responder sin atraer algún tipo de problema contra la menor. Sabías que era problemática. Las palabras de Gretta flotaron en el aire por unos segundos, hasta que su padre  volvió al mostrador y comenzó a pasar los productos por la caja registradora.

¿Le ha ido bien en el día, señorita? Siempre es un placer verla por aquí— El señor Keene se dirige a ti con una sonrisa incómoda y forzada.

Esa forma perturbadora de escanearte que él tenía siempre te hacía sentir incómoda. No era la primera vez que notabas esa mirada, lo habías hecho al menos hacía años cuando comenzaste a pasar por la adolescencia. Trataste de apartar esos pensamientos y centrarte en el objetivo: salir de allí cuanto antes.

Le ofreciste una sonrisa, tan forzada como la suya. —Sí, gracias. Solo vine por unas cosas.

El farmacéutico asintió aún con esa sonrisa extraña en el rostro. Gretta rueda los ojos, visiblemente fastidiada por la atención especial que su padre parecía darte. —Bueno, cualquier cosa que necesites... ya sabes dónde encontrarnos.

Con un movimientos rápido, te apresuraste a recoger tu compra y sales de la farmacia, Respirando aliviada cuando el aire fresco y el choque del bullicio del exterior te envuelve de nuevo.

Apunto de dar un paso para marcharte sentiste una mano suave pero firme en tu brazo. Te detuviste y giraste, encontrándote con la madre de Emilie. Notaste sorprendida el parecido entre ella y su joven hija. Su rostro estaba marcado por la preocupación, las ojeras debajo de sus ojos revelaban noches de insomnio y su voz sonaba cansada, como si ya hubiera preguntado lo mismo a demasiadas personas.

Disculpa, ¿eres la amiga de mi vecina, Jolene Bender, verdad? La chica que siempre la acompaña a veces— La mujer pelirroja pregunta. —Soy Florence Donovan, la madre de Emilie.

Sentiste un nudo duro formándose en tu estómago. Asentiste lentamente, inquieta ante la intensidad en que te miraba. No tenías relación cercana con su hija, pero por lo visto, la madre de la chica te había visto alguna vez o te había reconocido.

¿Tú... por casualidad no la has visto, verdad? A Emilie, digo. Si sabes algo, cualquier cosa... por favor, lo que sea puede ayudarme a encontrarla. Estoy desesperada— Viste como en sus ojos aún se alojaba una pizca diminuta de esperanza.

Rememoraste el último vistazo que habías tenido de esa chica: en los brazos de Robert Gray, poco antes de desaparecer. Un recuerdo fugaz que pasó por tu mente, acompañado de un golpe en el pecho. Había algo extraño en la situación, algo que no lograba encajar del todo, pero por alguna razón, una fuerza desconocida te obligaba a quedarte en silencio. —No, lo siento señora Donovan... no la he visto— Sientes un tirón brusco en la garganta, como si otra persona hablara por ti.

Las palabras salieron antes de que pudieras detenerlas. Tan pronto como lo dijiste, una sensación amarga invade, llena tu estómago como si hubieras cometido una traición, no solo hacia la madre de Emilie, sino hacia ti misma.

Pero si llego a saber algo, se lo haré saber de inmediato— Tratas de componer el tropiezo en la plática. Compensas la tensión del momento con una leve sonrisa apenada.

La mujer frente a ti te mira por un momento, asintiendo lentamente, con el dolor aún reflejado en sus ojos. —Gracias... de todos modos— Su voz se quiebra al terminar la oración.

Apretaste los labios, advirtiendo estar atrapada entre dos realidades. Por un lado, no querías juzgar a Robert; había algo en él que te mantenía cautiva, una conexión que no lograbas entender completamente. Pero, por otro lado, sentías una profunda culpa por haber negado información a una madre desesperada, como si estuvieras encubriendo algo oscuro.

Cuando la señora Donovan se alejó, tú lo hiciste por tu parte en dirección contraria. Todo estaba profundamente mal, pero no podías darle un nombre ni una forma clara. Caminaste distraída, preguntándote si habías tomado la decisión correcta o si estabas cayendo lentamente en una red de mentiras y oscuridad de la que tal vez ya no podrías escapar.

Las ideas dispersas apenas te ayudaron para notar hacia dónde caminabas, con la mirada fija en el suelo, perdida en el dolor de las cortadas de las manos. Al girar la esquina, chocaste de frente con alguien. Tal impacto te hizo retroceder un paso. —¡Lo siento!— Exclamas de manera automática, apenas levantando la vista.

Cuando por fin chocas tu mirada con la de quien habías topado, tu corazón da un vuelco repentino. —Vaya, pero miren a quien vine a encontrar— Él habla, con una sonrisa tranquila adornándole el rostro. —Parece que esa costumbre de chocar al encontrarnos no morirá pronto— El rubio acomoda su cabello con su porte galante tan característico.

¿No debería sorprenderme de verte a estas alturas, verdad?— Preguntas, percibiendo la calma manifestándose, disipando ligeramente la culpa y confusión atascados en tu cabeza hacia minutos.

No, definitivamente no. Hay cosas que están destinadas a encontrarse, una y otra vez— Robert menciona, al tiempo que propina un débil golpecito en la punta de tu nariz con suavidad en su largo dedo índice. Inexplicablemente dicho ademán revive un recuerdo brumoso de cierto tipo, más bien, payaso, de movimientos dramáticos y el tintineo constante que lo acompañaba.

Niegas para desvanecerlo de tu mente, si es que eso funcionaba. —¿Ah si? Que lástima, estaba a punto de irme— Hablas con un tinte juguetón que demeritó el coqueteo de Gray. Levantaste una mano involuntariamente para despedirte y retomar tu camino a casa. Pero Robert captó las heridas, su rostro cambió, la expresión relajada dio paso a una leve preocupación mientras examinaba las cortadas más de cerca.

¿Qué te sucedió?— Él se adelanta para tomar suavemente tu mano entre la suya. Sus cejas se fruncen al ver la rojez de tu piel. —No puedes ignorar esto, necesitas tratarlo— Robert reprime lo que parece ser un semi regaño.

Bajas tu atención hacia las heridas, percatándote del mal aspecto que tenían. Aún con el dolor presente, le restaste importancia. Buscando evitar la mínima preocupación que pudiera surgir, añadidas al día extraño que ya habías tenido.

No es nada, en serio— Desvías la mirada y procuras soltarte de su delicado agarre. Él lo impide sutilmente dando una caricia a tu piel, provocando un cosquilleo en ti. —Además, estaba apunto de encargarme de ello en realidad— Añades, señalando la bolsa con los productos que habías adquirido para esa tarea específica.

Puedo ayudarte, si me dejas. Solo tardaremos unos minutos— Robert habla combinando la suavidad y firmeza de su voz con su mirada brillando por lo que creías era angustia auténtica. —Déjame ayudarte.

Titubeas bajo la calidez en su manera de mirarte, transmitiendo una súplica que le permitiera conseguir su objetivo. En medio de los intentos por procurar no mostrarte débil o vulnerable, él te desarma.

Finalmente, a regañadientes, aceptas su oferta con un pequeño asentimiento. —Está bien... supongo que no me vendría mal un poco de ayuda— Suspiras rendida al verlo animarse por cumplir su cometido. Ruedas los ojos para burlarte de su reacción.

Sin embargo, él demuestra su satisfacción de haberte convencido, a través de una brillante sonrisa. Cedes al gesto gentil con el que te guía por la calle Kansas, a un lugar más tranquilo, lejos del bullicio. Pronto encontraron un sitio vacío cerca de la biblioteca pública del pueblo. Casi al instante en que ambos se instalaron en el lugar, Robert tomó lentamente el antiséptico que le ofreciste para comenzar. A la par, observaste la delicadeza con que manejaba sus manos, como si temiera hacerte daño. El contraste entre su figura imponente y la suavidad con la que te estaba tratando, simplemente te descolocaba.

Al momento en que continúa limpiando tus heridas, se desata una conversación ligera. —¿Qué tal ha sido tu día?— Pregunta, manteniendo su tono casual, pero con esa intensidad característica en sus ojos. —Por lo que veo, sigues con la mente por las nubes. Voy a pensar que lo haces para chocar de nuevo con el tipo raro del pueblo— Menciona, en una combinación de diversión y seriedad, lo que provoca que entrecierres tus ojos juzgándolo, al tiempo que contienes una risa.

Y por lo que yo veo, te quedó tan bien el papel que hasta lo reconoces— Te burlas al recordar su conversación de la tarde anterior. —Aunque diría que lo de hoy no es un buen tipo de coincidencia— Señalas y refieres a las marcas rojas en tu piel. Te quejas un poco tras el contacto con el antiséptico.

Quizá— Robert se detiene para mirarte. —Pero también podrías verlo de otra forma. A veces los caminos se cruzan por una razón... ¿no crees?

Está vez, sostienes fijamente su mirada, para descifrar si hay un significado oculto detrás de sus palabras, pero no puedes evitar sentirte cómoda a su lado. Te confunde y atrae al mismo tiempo.

Supongo que sí— Respondes, en un tono más bajo, como si trataras de ocultar lo que realmente sientes.

Robert termina de vendar tus manos, apretando suavemente los vendajes para asegurarse de que estén bien ajustados. Luego, levanta la vista y conecta sus encantadores ojos verdes directamente ante los tuyos, su sonrisa apenas perceptible. —Me gustó haberte encontrado. Después de verte en el parque antes, temí arrepentirme de no haberme acercado.

La profundidad de su voz vibra cálidamente en cada latido fuerte de tu corazón. Antes de responder él procede. —Deberías cuidar más de ti. No siempre estaré cerca para curarte.

Te atreves a tomar su mano y suspiras ante la sensación. —Bueno, lo intentaré... aunque no prometo nada.

Alejas tu atención de su expresión, y la concentras en el pequeño accesorio, distinguiéndose sobre su pálida piel. Ahí estaba, rodeando su muñeca, la pulsera que le habías regalado. Desentonando completamente con el elegante atuendo oscuro de Robert, pero verlo llevarla consigo provocó una sonrisa sincera en tu rostro.

Él capta aquel cambio y frunce el ceño, preocupado de que pudiera haberte hecho daño al leve apretón entre el agarre. Arquea una de sus cejas y pregunta. —¿Te hice daño?

Niegas rápidamente, riendo un poco para tranquilizarlo. —No, no es eso. Solo... me hace gracia verte con esa pulsera. Te sienta bien, aunque no puedo decir que combine mucho con tu estilo.

Robert sigue la dirección que tu mirada señalaba, pareció quedarse pensativo un instante fugaz. Por un segundo, su expresión se suaviza, y su boca se curva en una sonrisa lenta, casi imperceptible. —¿Ah, sí? No suelo llevar cosas tan coloridas— Él sacude de forma juguetona la muñeca.

Pues parece que ahora sí— Codeas levemente su costado. —Te queda bien.

Tan pronto como lo halagas, percatas la chispa que ilumina el verdor en sus iris. Robert inclina ligeramente la cabeza, al compás de la acción sus rubios mechones revolotean dándole un toque desordenado a su peinado. Aquel ademán, nuevamente, provoca un golpeteo duró en tu pecho, recordando al monstruo expectante frente a ti en el diminuto pasillo en la tienda antigüedades ¿acaso no podrías jamás sacarlo de tus pensamientos?

Tal vez lo esté adoptando— Robert te empuja fuera del trance. —A veces, las pequeñas cosas tienen más valor de lo que parece.

Ambos permanecen en silencio, en tanto el calor florecía, manchando de un rosa sutil tus pómulos y el puente de tu nariz. Robert se burla, para tu alivio, quebrando la intimidad. —Solo espero que no me arruine el estilo.

Propinas un débil golpe sobre su frente, cosa que lo orilla a parpadear por inercia. Notas como sus pestañas cepillan sus pómulos en aquel mini segundo que permanece con los ojos cerrados. —No te preocupes, te lo compenso llevando el reloj.

Robert vuelve a dar un vistazo a tu vendaje. —Te lo dije, estamos conectados— Él te guiña un ojo y te regala una sonrisa cómplice.

Claro, sí tú lo dices— Bromeas rodando la vista de nuevo. Al menos por un mísero rato, no sientes la ansiedad y tensión constante sobre los hombros. Sueltas su mano lentamente, arrastrando tus dedos por los suyos.

Procedes para guardar el resto del antiséptico en el bolso, donde también tenías tu cuaderno y demás materiales que habías utilizado en tu clase por la mañana. Al hacerlo, Robert, siempre observador, notó el movimiento y levantó una ceja con curiosidad. —¿Qué tienes ahí? ¿Me estás ocultando algo interesante?— El rubio se aproxima más a tu lado, interesado.

En un principio, no pudiste contener tu deleite ante su curiosidad, y tras unos segundos de vacilación decidiste mostrárselo. —Bueno... no es nada del otro mundo— Dices al sacar el cuaderno. —Solo algunos bocetos que he estado haciendo.

Robert se acerca intrigado, tomando el cuaderno cuando se lo ofreciste. Comenzó a pasar las páginas, observando con interés cada dibujo, desde paisajes hasta rostros, y algunos detalles minuciosos que demostraban el talento y paciencia empeñado en cada uno de ellos. Parecía realmente impresionado, aunque mantenía su característica calma.

Pero no previste que Robert llegara a una página que lo detuvo en seco. Era un boceto de él. Donde habías capturado perfectamente sus rasgos: la profundidad de su mirada, la elegancia de su postura, e incluso el aura de misterio que siempre lo rodeaba. Apenas captaste qué imagen apreciaba cuando dejó de hojear las páginas.

El semblante de Gray se colorea de diversión ante la rápida reacción de sorpresa que vino de ti. —No sabía que tenía el honor de ser tu musa.

Alcanzaste a hablar entre las risitas nerviosas que se colaron por tus labios. —Bueno... no es gran cosa. Solo estaba practicando. Tú... digamos que eres un buen sujeto para dibujar— Explicas, minimizando la importancia de la situación, al intentar tomar el cuaderno de sus manos.

Él en cambio, lo mantuvo fuera de tu alcance por un momento, observándolo con más atención. Pocos segundos después, con una expresión más seria, regresa a ti, aunque la diversión seguía matizando su tono. —Así que ¿me vigilabas para dibujarme o esto es de memoria?

Al borde de la incomodidad, producida por haber sido descubierta, llevas una mano a tu frente. Entre la vergüenza y diversión contestaste. —No, no es eso. A diferencia de lo que crees simplemente... me pareció interesante dibujarte.

La travesura decoraba los rasgos cincelados de su rostro, un tinte muy diferente al monótono con que siempre ocultaba sus verdaderas intenciones contigo. —Al menos, deberías haberme avisado que estabas capturando mi esencia para la posteridad.

Cuando Robert cerró el cuaderno con cuidado, como si fuera algo valioso, por fin lo devuelve a tu dirección, y lo regresas dentro de tu bolso. Al tiempo en que te pierdes de la transición en su semblante. El sarcasmo y la diversión se desvanecieron, dando lugar a una habitual mirada seria, pero esta vez una admiración genuina destellaba en él.

Eres muy buena en esto— Él confiesa. —No sabía que era tan digno de ser dibujado hasta que vi esto, me siento halagado. Y tú...— Robert se acerca progresivamente hasta que casi roza su muslo con el tuyo, chocando contra la calidez de tu piel. —Eres realmente buena. Tienes talento.

El silencio surca tus sentidos, atascando tu respiración en el pecho por la sinceridad en sus palabras. A pesar de aún ser aquel extraño con el que alguna (o varias) veces chocaste, justo ahora, Robert Gray no parecía alguien lejano o inalcanzable. —Gracias. Eso... significa mucho para mí— Hablas en tono bajo, uno más íntimo, como si fuera exclusivo y único para él. Pones una de tus manos, cubiertas por las vendas, en tu pierna, tan peligrosamente cerca de tocar la suya. —Y gracias por ayudarme con esto también— Dices, dando mención directa a tus manos que descansaban en tu regazo.

No tienes por qué agradecerme— Robert regresa arrastrando su voz en algo parecido a tu propio tono particular. Mientras discretamente recorre con su penetrante mirada el sitio donde estaban tus manos, y cuando lo descubres él completa su recorrido por toda tu figura de pies a cabeza.

El jugueteo entre sus miradas contemplativas aminoraba el peso del silencio, donde nacía tu vivaz curiosidad por adentrarte y animarte a descubrir más sobre él. Siendo el reluciente atardecer el único testigo entre ambos, pero la hora dorada del día marcaba incesantemente la advertencia y llegada del inicio del toque de queda. El tiempo se agotaba al momento en que la atmósfera que compartían se tornaba más íntima, llena de una conexión tácita que los envolvía.

Sin embargo, justamente al medio de la tranquilidad, algo más llama tentativamente tu atención. En tu visión periférica, al borde de tu campo visual, una silueta apareció cerca del gran portón de la biblioteca. Una figura alta y grotesca, con una presencia que se sentía familiar e inquietante. Esa que al enfocar más supiste exactamente quién era.

Pennywise. Su sombra deformada por la distancia y la luz cambiante, estaba allí, observándote. La voz de Robert se difuminaba cuando tú interés se desviaba completamente hacia esa figura ominosa. Pennywise, en esa forma distorsionada, sostenía un brillante globo rojo y levantó su mano libre en un saludo casual, su sonrisa malévola visible incluso a la distancia. Fue solo un parpadeo, un segundo fugaz, pero lo suficiente para que tu piel se erizara.

Pestañeaste rápidamente, pero para cuando te volviste a fijar la sombra había desaparecido. Parecía como si Pennywise no hubiera estado ahí, como si todo hubiera sido una visión momentánea fruto de la imaginación... o quizás una advertencia.

Aún con el pulso acelerado, trataste de recobrar la compostura, pero no fuiste capaz de impedir que los pensamientos volvieran al payaso y al encuentro en la tienda de antigüedades. Esa sombra, ese saludo, no eran una coincidencia. Estaba observándote de nuevo, acechándote.

Robert advierte aquel cambio brusco en el brillo de tu mirada, como si una enorme sombra hubiera apuñalado el fondo de tu mente. Intuyó aquello extra que rondaba tus emociones. Con una calma suave y persuasiva, te atrae de nuevo al presente.

¿Por qué no nos vamos de aquí?— Él dice usando hábilmente su voz tranquilizadora, como si supiera al momento lo que necesitabas, sin mencionar directamente lo que acababas de ver. —Hay una vista increíble desde el puente cuando el sol empieza a ponerse. Podríamos caminar hacia allá.

Aún inquieta por la visión del payaso bailarín, contestas apresuradamente y sin pensarlo demasiado. —Sí, sí. Vayamos a otro lugar— Dices, ignorando por completo que debías llegar pronto a tu propia casa. Ambos se incorporan para emprender la caminata, con el atardecer proyectando tonos cálidos en las calles y las sombras de los edificios alargándose en el suelo.

Gray se posiciona a tu lado, reconfortante y como si te estuviera protegiendo sin necesidad de decirlo. Justo cuando estuvieron a punto de dejar detrás la biblioteca, una voz familiar interrumpió el ambiente. Una que estaba llamando tu nombre.

Escaneas tu alrededor, hasta que descubres de quién se trataba esta ocasión. Era mamá, llamándote desde el auto estacionado a un lado de la calle. La ventanilla bajada revelaba su rostro, con una expresión de alivio por haberte encontrado.

¡Sube! Vamos a casa— Ella dice, haciendo un gesto para que te acercaras. Observaste la hora en el reloj de Robert, es decir, en tu reloj, todo indicaba que mamá acababa de salir de su turno laboral.

Te detuviste, sintiendo una mezcla de sorpresa y molestia por la interrupción. No esperabas olvidar calcular tu hora de llegada, mucho menos el encuentro con tu madre. —Oh, eh...— Balbuceaste, mirando a Robert con una sonrisa tímida. —Es mi madre.

El rubio se muestra comprensivo, aunque sus ojos parecían esconder una pizca de decepción. —Parece que es momento de decir adiós por ahora— Dijo él, aunque su tono seguía siendo relajado. —Fue un placer pasar este rato contigo.

Asientes, apenada por tener que despedirse tan abruptamente. Diste un paso hacia tu madre, pero antes de alejarte, volviste hacia Robert. —Gracias por todo, por ayudarme... con esto— Agradeces de nueva cuenta, alzando ligeramente las manos vendadas.

Él esboza una sonrisa de complicidad. —Para lo que necesites, ya sabes dónde encontrarme.

Con una última mirada compartida, te diriges al auto sintiendo el peso de la despedida, aunque con la promesa tácita de que volverían a encontrarse. Subiste al coche, mientras tu madre, sin darse cuenta del significado del momento que había interrumpido, comenzó a hablar sobre su día.

En contraparte, sigues la figura de Robert a través del espejo retrovisor hasta que estás lo suficientemente lejos para que seas incapaz de distinguirlo. Llevando contigo, desde el comienzo del día, nuevos horrores, misterios y sombras que apenas empezabas a entender.






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