𝐯. silenciar cada llamada
𝗺𝗼𝗻𝘀𝘁𝗲𝗿 𝗶𝗻 𝗺𝗲 | 𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝟓.
"twisted rope defies all I know, it holds my reason. I would like silence every call"
El delicado resplandor de la mañana se filtró por la ventana, contemplaste las escasas gotas de lluvia deslizándose contra el cristal; mientras te hundías en el sofá de la sala abrazando una almohada. De fondo, el televisor proyectaba el noticiero local.
Las memorias del día anterior aún yacían en tu exhausta mente, reproduciéndose en un bucle interminable desconectándote del presente. Otra noche de insomnio y pesadillas había cobrado factura en la apariencia de tu rostro, con prominentes ojeras decorando tu mirada, opaca y distraída.
La luz cálida de la pantalla ilumina la habitación a medida que las imágenes pasan sin que realmente las proceses. Apenas captas el balbuceo del periodista, que informa las recientes desapariciones en el pueblo, pero los detalles parecen resbalar en tu pensamiento. A pesar de no querer prestar atención, no puedes evitar que algo dentro de ti se conecte con esas historias.
Todo comenzó a sentirse diferente desde hace semanas. Primero fueron los extraños rumores sobre chicos que no habían regresado a casa. Luego, los carteles de "Desaparecido" que parecían multiplicarse en las calles. Ahora, esas tragedias parecían seguirte desde cierto día particular, tocando a la puerta de tu propia realidad.
"... las autoridades continúan investigando la desaparición de la adolescente de 19 años, vista por última vez saliendo de la biblioteca pública..." El noticiero emite el rostro de la mencionada en pantalla, una joven de cabellera clara y mirada seria. La acompaña su nombre y la fecha en que fue vista por última vez.
La sensación de déjà vu se instala en tu pecho. Frunces el ceño, sintiendo una punzada de ansiedad, cuando rebuscas en los recuerdos neblinosos la familiaridad que hay en el rostro de la chica. Pero lo único que tu imaginación refleja son un par de fascinantes y profundos ojos verdes, adentrándose en tu alma.
El noticiero continúa reproduciendo imágenes simultáneamente: el cartel de la chica, un informe sobre la tormenta improvista que azotó al pueblo la noche anterior, un derrumbe de un edificio abandonado. Todo mezclándose en tu mente como piezas sueltas de un rompecabezas que no logras armar.
De pronto, algo comienza a cambiar. Los sonidos del programa, la voz del presentador se tornan en ruidos bajos, apenas audibles. Apagados. Con extrañeza buscas el control remoto para ver si lo habías presionado sin querer. Pero el volumen estaba al máximo.
A tu alrededor, la casa se siente extrañamente vacía, como si el aire estuviera cargado con una energía diferente. Miras la pantalla otra vez, y las imágenes empiezan a distorsionarse, a tambalearse como si el televisor tuviera una interferencia. La foto de la chica desaparecida se queda congelada en la pantalla por un momento más largo del que debería, la sonrisa forzada en su rostro parece cambiar lentamente. Los bordes de su cara se difuminan, y el color de sus ojos se oscurece, transformándose en un negro profundo.
Tu respiración pesa contra tu pecho, que sube y baja con rapidez buscando inhalar lo suficiente para evitar esa horrible sensación de ahogamiento por los nervios. Parpadeas, pensando que tal vez es solo otra sucia treta de tu imaginación, pero el cambio sigue ahí.
La imagen comienza a vibrar. Las palabras en el cartel se deforman, desaparecen y aparecen de nuevo solo para ser reemplazadas por palabras que no logras entender. Letras que no forman ningún idioma que puedas reconocer. Lo que antes era una imagen clara se convierte en una mancha borrosa, oscura y grotesca.
Simulas una estatua, viendo petrificada lo que ocurre frente a ti. —¿Qué está pasando?— Susurras, sin apartar la vista. Con la sensación de ardor en tus ojos por no poder ni siquiera pestañear involuntariamente. —No de nuevo— Murmuras, formando sin planear una silenciosa petición a la aparente nada para que se detuviese.
—¿Todo bien, cariño? Te ves pálida— Pregunta tu madre desde la cocina. Su suave voz llega a ti, fisurando el pequeño trance en el que te habías sumido. Pones tu atención sobre ella, moviéndose con la calma habitual, ajena al torbellino de emociones que llevas por dentro.
Muerdes tu labio inferior sabiendo que necesitas hablar. Abordas en silencio la búsqueda de palabras correctas, luchando por ordenar los eventos. ¿Cómo podrías explicar lo inexplicable?
Juegas con la felpa del cojín entre tus manos, nerviosa de levantar la mirada. Respiras hondo. —Mamá, anoche... pasó algo raro en mi habitación.
Su madre se gira ligeramente, levantando una ceja mientras continúa ordenando la despensa.
—¿Raro? ¿Cómo raro?
Levantas la vista, encontrándote con la mirada tranquila de tu madre. De pronto te sientes pequeña, vulnerable. Necesitas decirlo.
Te esfuerzas por mantenerte firme. —Anoche, cuando la luz se fue por la tormenta, había algo en mi cuarto— Frenas un instante para respirar. —Había sombras, mamá. Y un dibujo que no recuerdo haber hecho... era extraño. Casi amenazante.
En un principio suelta una pequeña risa, pensando que es solo una broma o una exageración. Pero al observarte con mayor atención cambia su expresión, con una mezcla de preocupación y confusión.
Esperas con ansias que, al menos esta vez, ella te comprendiera. Que te escuchara. Pero la respuesta llega de manera predecible, como una manta fría sobre sus palabras. —Bueno, con la tormenta y la falta de luz, es fácil ver cosas que no están ahí— Tiras una mirada de agobio. —Seguro estabas cansada.
La frustración surca tu pecho. Aquella pizca de esperanza muere lentamente cuando comienzas a pensar que probablemente no te creerá. No esperabas que lo entendiera del todo, pero al menos esperabas un poco más de seriedad. Los recuerdos y la vaga excusa de mamá solo te aíslan más de la calma.
—No, mamá, esto fue diferente. No fue solo la oscuridad— Insistes irritada. —¡No fue mi imaginación! Lo vi, lo sentí. Y ahora esto... — Exclamas, girando la cabeza en dirección al televisor. —¿No te das cuenta?—. Señalas la pantalla esperando desvendar su escepticismo.
En su lugar, ella suelta un suspiro. Mueve la cabeza con incredulidad y antes de que pueda decir algo, la voz del periodista captura de nuevo tu atención. "...otro joven desaparecido fue reportado hoy en la zona norte de Derry, sumándose a la creciente lista de desapariciones sin explicación..."
Un nuevo escalofrío acaricia todo tu cuerpo, te clavas a la pantalla mirando como todo vuelve a distorsionarse como si la señal fallara continuamente. El rostro del periodista se contorsiona de una manera antinatural, su sonrisa demasiado amplia, sus ojos vacíos, con cicatrices que surcan su rostro desde sus cejas hasta las comisuras de su boca.
En un fugaz movimiento, ella arrebata el control remoto de tu cercanía. —Deberías dejar de ver esas cosas, te ponen nerviosa— Dice ella sin notar nada fuera de lo habitual.
Cuando está apunto de cambiar el canal murmuras, embobada hacia el aparato. —Mamá ¿no lo ves?
La luz del televisor se oscurece paulatinamente, mientras aparece de nuevo la foto de la chica desaparecida. Esta vez, sus ojos son dos pozos negros, y su sonrisa se extiende más allá de lo humanamente posible.
Tu madre no se percata de que tiemblas, como un pequeño ser, frágil y asustadizo. —De verdad, cariño, necesitas descansar. Todo esto te está afectando. No es sano.
Algo irascible se desata y eres incapaz de contenerte. —¡No lo entiendes! Algo está mal, algo está pasando— Dices gritando con evidente enojo.
De repente, el televisor emite un chirrido agudo, y la imagen se apaga de golpe. La sala queda en silencio, rota solo por el latir lejano de tu corazón.
—¡Ves! Estás tan nerviosa que ahora te asustas de todo— Rompe el ensordecedor silencio, expresando ella su propia molestia.
Respiras velozmente, mirando el aparato apagado, esperando que algo más suceda. No hay movimiento ni sonido, no hay nada en respuesta. Solo queda el eco de tus propios pensamientos y la fría indiferencia de mamá, que se da la vuelta y regresa a sus quehaceres.
—Olvídalo. Sabía que no lo entenderías— Susurras, más para ti misma que para ella, pues con la distancia era imposible que te escuchara. Te levantas y apresuras tu paso hacia la escalera, con un sentimiento abrumador de aislamiento, soledad.
Titubeas antes de abrir la puerta de tu cuarto. Desde el marco de la puerta observas cada rincón, cada detalle pequeño, todo tal y como lo dejaste la noche anterior. Das un paso diminuto, indecisa de entrar. Pero un suave soplo de valentía te empuja para enfrentar la habitación.
Lanzas una mirada de recelo a lo que hay justo a tus pies. Recoges el dibujo malogrado y extraño, con duda de si tocarlo es buena idea. Después lo llevas al escritorio, encontrando tu cuaderno olvidado tras un desorden de papeles.
Tomás el cuaderno, abierto en las páginas donde el chico de la fotografía te observa entre más rayones indefinidos, similares a los del boceto extraño en tu mano.
"No fue una pesadilla". Te confortas en voz baja. Aún hay un eco sobrenatural rondando el ambiente, que crece cada vez que examinas los detalles grabados sobre simples trozos de papel. Separas la fotografía y el dibujo de la pila de hojas, las guardas en el cuaderno como si fueran pieza clave de algo que no logras comprender. Al menos aún no.
Pronto algo se enciende en la oscuridad brumosa de tu mente. El chispazo de una idea te anima y tomas la iniciativa de buscar ayuda en un sitio distinto. Buscas en el armario tu impermeable para la lluvia, y te preparas para salir.
_____________
La inquietud entintaba todo espacio en blanco de tu interior. Avanzabas ansiosa, captando una inusual tranquilidad en las calles vacías del vecindario. El cielo amenazaba con descargar otra tormenta, con nubes pesadas que lo cubrían todo, pero de momento, solo te acompañaba el silbido del viento frío.
Caminaste con prisa, decidida a encontrar una mísera pizca de alivio en la presencia de Joe. Pero al llegar a su hogar una realidad distinta golpeó de inmediato: todas las luces estaban apagadas y cortinas cerradas. Te acercaste al porche con extrañeza, tocando el timbre varias veces y llamando su nombre.
Nada. Ni un ruido desde adentro, ni siquiera un movimiento detrás de las cortinas. Entrecierras los ojos intentando ver algo en la penumbra de la casa, pero estaba completamente vacía, o al menos, así lo parecía. La quietud dominaba el interior.
El desconcierto abunda en tu expresión. Reconsideras la decisión que tomaste, pensando que debiste llamarla previamente. Diste media vuelta, frustrada. Cuando algo captura tu atención. Un cartel en el poste de luz más cercano, reconoces la imagen, era el mismo que había visto antes en la televisión.
Te aproximas lentamente, hasta que alcanzas a leer la inscripción impresa en la hoja: "Emilie Donovan" era el nombre de la joven, escrito en mayúsculas. La vocecita chillona de Joe llega a ti desde un aislado recuerdo, puedes verla tirando una chispa de desdén hacia la chica, que en realidad era su vecina. La misma muchacha bonita, de ojos llorosos, que iba del brazo de Robert, en aquella escena horrorosa que habías bloqueado por tu propio bienestar.
El rostro sonriente de Emilie poseía ojos vacíos. Todo parecía más perturbador ahora que lo veías de cerca, como si la sonrisa estuviera mal colocada, forzada. El viento hizo que el papel se agitara un poco, al igual que tú bajo la conocida y abrumadora sensación de que alguien volvía a observarte. Volteaste a tu alrededor, intentando tranquilizarte, pero las calles seguían vacías, y el silencio era casi opresivo.
Fue entonces cuando lo escuchaste. Un sonido bajo, casi un susurro, proveniente de alguna parte cercana. El sonido te congeló en su lugar. No era un ruido cualquiera, sino una voz, una voz que susurraba tu nombre con un tono arrastrado, burlón.
"Aquí... ven aquí". Decía la voz desconocida. Al instante que tu corazón latía violentamente. Giraste despacio la cabeza, parando en dirección a la alcantarilla, solo a metros de tu ubicación. Un hueco oscuro apenas visible con la luz tenue del día, el susurro parecía provenir directamente de allí.
"Aquí abajo, te estaba esperando". El miedo se atasca momentáneamente en un nudo en tu estómago. ¿Era posible que alguien te llamara desde la alcantarilla? Trataste racionalizar la situación, cada fibra de tu ser gritaba que algo estaba mal. Querías correr, alejarte, pero tus pies parecían pegados al suelo.
De pronto, la voz se hizo más clara, más insistente, y una risa suave y siniestra resonó desde la oscuridad. "No tengas miedo... todos flotan aquí abajo".
Retrocedes un paso, con la respiración entrecortada. Viste la cloaca, y por un segundo, te pareció ver unos ojos brillantes acechándote desde las sombras. Ojos que parecían divertidos, hambrientos.
Aquello no era una vil broma. Era real. Una presencia maligna quería guiarte desde las profundidades, bajo una fachada juguetona. La risa se intensificó, como si la criatura que te vigilaba disfrutara de tu terror.
"No huyas, acércate... sabes que quieres". Das la vuelta y corres, en completo pánico. Sin atreverte a mirar atrás. La risa resonaba en tus oídos distorsionándose, siguiendo cada uno de tus pasos. Casi podías sentir esa mirada en tu nuca mientras huías.
Cada paso resonaba en las calles solitarias, al tiempo que el viento cortaba tu rostro con frialdad. Lo que más te atemorizaba era aquella risa que aún retumbaba hasta el confín más profundo de tu mente, la burla de aquella cosa en la alcantarilla. Por un momento creíste no ser capaz de oír nada más.
Sin pensarlo mucho giraste por la esquina, con el pesar de tus piernas agotadas, ahora temblando no solo por cansancio. Igual que tus manos cuando las apoyaste sobre tus rodillas. Intentando entender lo ocurrido. La mente jugaba malas pasadas, ¿de verdad alguien te había llamado desde la alcantarilla? ¿O todo era producto de tu imaginación?
Una voz familiar rompe el silencio. —¿Estás bien?— Levantas la cabeza bruscamente, Robert estaba ahí, parado a unos metros de distancia, bajo la tenue luz de un farol. Su figura alta y oscura parecía absorber la luz a su alrededor, pero lo que más te impactó fueron sus ojos, esos ojos verdes que te miraban con una intensidad que, por un momento, hicieron que olvidaras el horror que acababas de vivir.
Entre jadeos, pronuncias palabra casi sin aliento. —Robert, yo... no te había visto— Incorporas tu cuerpo, que se alerta cuando él se acerca lentamente.
—Corrías como si el mismísimo diablo te estuviera persiguiendo— Su tono era suave, casi burlón, pero no del todo insensible. Se plantaba en su mirada una mezcla de curiosidad y preocupación, aunque también algo más.
Robert da un paso más cerca, echando un vistazo fijo a lo que había a través de tu sentir. —¿Qué ocurrió? Estás temblando.
Abres la boca para responder, sin saber en realidad por dónde empezar. ¿Cómo explicarías lo que acababas de ver, de escuchar? ¿Creería en tu juicio, o se reiría como lo hizo tu madre?
—Había algo en la alcantarilla. Una voz... me llamaba— Tu voz se rompe. Él te observa en silencio por un largo segundo, luego su expresión cambia. No había burla en sus ojos esta vez, solo una extraña calma, desconcertante.
—Una voz, ¿eh?— Una minúscula risa se filtra entre sus palabras. —No deberías escuchar a lo que se esconde en las sombras, ya sabes. A veces, lo que oímos no es lo que creemos— Mantiene una suavidad en cada oración, resbala su esencia persuasivamente. —O tal vez eso ya forma parte de tu rutina.
Sin perderlo de vista, buscas en sus palabras alguna explicación racional, pero algo en su tono, en la forma en que lo dijo, te hizo sentir que Robert entendía más de lo que aparentaba. Quizás más de lo que tú misma comprendías.
—No fue mi imaginación, Robert. Estaba ahí, me llamó— Dices con apenas un fino hilo de voz. —Lo sentí tan real.
Él alzó una ceja, y su mano se extendió ligeramente hacia su rostro, apartando un mechón de cabello de su frente con un toque suave, pero cargado de esa característica energía estremecedora.
—No estoy diciendo que no fuera real. Solo que, en este pueblo, las cosas a veces no son lo que parecen— Entona su diálogo por lo bajo.
Levantas la vista, encontrando el camino hacia sus luceros verdes, tan hipnóticos, profundos, como si pudieran atravesar tu espíritu. En ese momento, el miedo que habías presentado hace apenas unos minutos comenzó a desvanecerse, reemplazado por algo diferente. Una sensación de seguridad. Aunque siempre quedara un fragmento de ansiedad enterrado en tu subconsciente.
Robert murmura con una leve sonrisa. —Pero no te preocupes. Mientras yo esté cerca, nada podrá hacerte daño— Extrañamente te probé una singular calma que te orilla a asentir en respuesta. No sabías cómo, pero las veces que lo necesitabas, Robert apareció. Aún cuando no lo conocías.
—¿Por qué siempre estás ahí?— Le susurras.
El hombre se inclina ligeramente hacia ti, aprovechándose de su prominente altura, invade tu espacio y habla, matizando su voz baja, casi seductora. —Quizás porque tú siempre me llamas, incluso sin darte cuenta.
Roba cualquier palabra de ti. Admites que es fascinante. Y, mientras lo admirabas, te diste cuenta de que aunque había huido del monstruo en la alcantarilla, no podías evitar sentirse atraída por la oscuridad que parecía envolver a Robert. Una oscuridad diferente, pero tenías la certeza de que era igualmente peligrosa.
Sin más que decir, el hombre se aparta un poco, aún con su atención en ti, como si esperara algo. —Vamos. Te acompañaré a casa.
Le echas un vistazo extra, sin saber si confiar plenamente en él, pero después de lo que había ocurrido, la idea de estar sola de nuevo te aterrorizaba más que cualquier cosa.
—Está bien— Apruebas levemente. —Gracias.
Mientras comenzaban a caminar juntos por las calles desiertas, la risa en tu cabeza se desvaneció por completo, reemplazada por un silencio inquietante. Aunque Robert caminaba a tu lado, con su presencia envolviéndote, no podías sacudir el efecto macabro del pueblo, que ahora te amenazaba personalmente.
_____________
El viento sopló empeñando su fuerza natural, arrastrando las primeras gotas de lluvia que cayeron frías contra tu piel. Sin embargo, Robert caminaba con total tranquilidad, como si el mal tiempo no le afectara en absoluto. Lo observaste de reojo, tratando de descifrar aquello que no terminaba de encajar en él, lo que una persona normal no esperaba poseer. ¿Quién era realmente? Y, sobre todo, ¿por qué florecía esa atracción hacia él? Aún cuando la intuición siempre te lanzaba una advertencia silenciosa.
La tensión de tus músculos exhaustos se disipaba en cada avance que daban. Caminar con él te proporcionaba una seguridad excepcionalmente rara. Pronto rondaron cerca de la esquina que conducía a tu hogar, pero él no dobló, sino que continuó recto.
—Mi casa queda por aquí—. Aclaras volteando a la dirección correcta.
Robert sonríe, decora su verdadera intención oculta bajo su encanto. No se detiene y señala hacia el horizonte. —Lo sé. Pero pensé que podíamos caminar un poco más. No todos los días hay una tormenta como esta— Alza su vista al cielo grisáceo. —Es... fascinante, ¿no crees?
La sorpresa surca tu rostro. Él no parecía tener prisa por despedirse, y había algo en su forma de hablar sobre la tormenta, que te intrigaba. A pesar de que estabas agotada y aún perturbada, la curiosidad y el magnetismo de Robert hicieron que decidieras seguirle el paso.
—No sé cómo lo haces— Atrapas su interés al segundo que escucha tu voz dudosa. —Pero está bien. Te acompaño.
Después de unos minutos de caminata, llegaron a un pequeño parque desierto, que no estabas segura de haber visitado alguna vez en todo el tiempo que tenías viviendo en el pueblo. Los árboles se mecían violentamente bajo el poder del viento, y el cielo oscuro parecía aún más amenazante con el eco de los truenos en la distancia. Robert se detuvo frente a un banco cubierto por las ramas bajas de un árbol y, sin decir nada, se sentó.
Con un gesto casi imperceptible, te indicó que te unieras. —Ven. La mejor parte está por comenzar.
Vacilas un instante, aún así procedes para sentarte a su lado, sin poder evitar sentir un ligero escalofrío, no por el frío, sino por la intensidad del momento. El sonido del aguacero rodeaba todo, y el aire estaba cargado de electricidad.
—¿Te gustan las tormentas?— Preguntas con afán de aligerar el ambiente.
Robert suaviza su sonrisa, pero su mirada mantenía ese misterio impenetrable. —Las tormentas son purificadoras. Tienen el poder de limpiar todo, de dejar las cosas al descubierto— Se detiene pensativo. —Después de una buena tormenta, siempre puedes ver las cosas más claras.
Analizas en silencio lo que realmente quería decir. Robert hablaba de manera casi poética, pero también había una especie de peligro latente en sus palabras.
—A veces me asustan— Mencionas dejando salir una risita, bromeando para disminuir lo vergonzoso en la confesión.
Él inclina la cabeza, observándote con interés.
—El miedo no es malo. Te mantiene alerta. Pero a veces también puede ser tu aliado.
El viento volvió a azotar con fuerza, y la lluvia comenzó a caer más intensamente, creando un ritmo hipnótico al golpear el suelo y las hojas de los árboles. Echas un vistazo al cielo contemplando cómo las nubes negras se arremolinaban, mientras los rayos iluminaban el horizonte. A tu costado, Robert parecía completamente absorto en la tormenta, como si fuera parte de ella.
—Mira cómo bailan las sombras en la tormenta. Algo hermoso, ¿no crees?— Señala entre un susurro que parecía más para sí mismo.
Examinas de nuevo la profundidad con la que hablaba. —Supongo que sí. Tiene algo de hermoso, aunque también me parezca aterradora.
El hombre gira hacia ti. —Exactamente. Belleza y terror. Dos caras de la misma moneda.
Lo miras y te percatas del destello que adorna su mirada, tan brillante y diferente como la conexión que crecía entre ambos. A pesar de los eventos sobrenaturales, aquí, bajo la tormenta con Robert, te sentías atrapada en un espacio fuera del tiempo, como si solo ustedes dos existieran en ese momento.
El silencio se alargó, roto solo por los truenos y el sonido de la lluvia. Mientras ambos contemplaban la tormenta, sientes punzadas de alerta que amenazan con explotar la burbuja que te mantenía presa con él. El peso intrusivo de tus pensamientos te empujaron a decir algo que habías estado evitando.
Deshacerse de aquel detalle, sobre la chica desaparecida, era imposible, y junto a él se volvió más complicado de ignorar. —Robert, quiero preguntarte algo— Dices con cautela, destrozando la paz del momento.
El hombre te miró de reojo, sus ojos verdes captando cada centímetro de tu rostro. A pesar del ruido de la tormenta, parecía haber una calma casi peligrosa en su semblante. —Pregunta lo que quieras.
Un nudo se forma en tu garganta, aunque estabas asustada de la respuesta, en algún momento tenías que enfrentarlo. —Hace unos días, vi algo, más bien a alguien— Te distraes jugando con tus manos sobre tu regazo. —Era esa chica. Emilie. La del cartel de desaparecida. Estoy segura de que era ella.
Él no se inmutó, su expresión apenas cambió. Pero la intensidad cayó sobre ti como el agua fría de la lluvia.
—La vi contigo, Robert. Agarrada de tu brazo, la segunda vez que nos vimos. Eso no fue hace mucho— Continúas inquieta. —Y ahora está desaparecida.
Un crudo mutismo siguió ante tus palabras, únicamente oías el rugir de los truenos. Todo tomó un tinte denso. Robert no apartaba la mirada, pero la calma en sus ojos tenía un filo, una especie de amenaza velada que te hacía estremecer.
Él mantiene el contacto visual. —¿La viste conmigo, dices?— Sonríe a medias y tú asientes procesando si fue un error mencionarlo, pero sabías que al aceptar relacionarte con él habías ganado una especie de derecho para exigir una explicación.
—Sí, estoy segura de que eras tú. No podría olvidarlo.
Un suspiro lento de su parte sigue a tus palabras y aparta su mirada hacia el entorno que los rodea. La lluvia golpeaba con más fuerza ahora, y los relámpagos iluminaban el cielo con destellos cegadores.
Cuando menos lo esperas, Gray por fin se decide y habla. —Las personas siempre ven lo que quieren ver, ¿no crees? Derry es un lugar extraño, con muchos secretos. Muchos fantasmas.
Su respuesta era ambigua, evasiva. Pero la tranquilidad que su voz derrochaba te arrastraba a un juego oscuro. —Robert, ¿sabes qué pasó con ella?— Cuestionas desafiando al nudo de nervios en tu garganta.
La suave sonrisa en su rostro desaparece y sus ojos verdes, normalmente cálidos como un prado al atardecer, ahora parecían fríos, casi amenazantes.
—Hay cosas en este pueblo que es mejor no saber. Cosas que no puedes cambiar, incluso si quisieras— Plantea con firmeza. —Tal vez la chica solo... tomó sus propias decisiones.
—Pero ella desapareció; ¿cómo es que eso sería su decisión?— Reprochas casi al segundo, naciendo en tu tono un toque de seguridad que parecía no sucumbir a la fuerza magnética del hombre.
Entre movimientos rápidos, deslices imperceptibles, él se acerca a ti. Rozando el límite de tu espacio personal. Su cuerpo emana una calidez que combate la frialdad de tu piel mojada.
—A veces, las personas desaparecen porque el mundo ya no las necesita. Y otras veces, es porque el mundo necesita olvidar— Gray susurra a centímetros de ti.
Las palabras colgaban en el aire como un aviso discreto del peligro, pero su tono era seductor, envolvente. Sentiste una mezcla de temor y atracción, una confusión que te atrapaba en la presencia de Robert.
No sabías si debías insistir o simplemente dejar el tema, pero ahora comprendías que Robert Gray no era solo un extraño enigmático; había más en él de lo que estabas dispuesta a admitir. Antes de poder decir algo más, Robert sonrió una vez más, y su rostro se suaviza paulatinamente como si la amenaza hubiera desaparecido.
—No te preocupes por cosas que no puedes controlar. Esta tormenta es lo único que importa ahora. Disfrútala.— Concluye él, ahora más relajado.
No supiste qué más decir. La lluvia continuaba cayendo, como sus palabras, las desapariciones, los eventos que te perseguían; todo seguía retumbando como el mal clima que arrasaba ahora con el pueblo. Una tempestad que comenzaba a dilatarse frente a ti, cortejándote como su espectadora especial.
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