𝐢𝐢𝐢. el rostro que te acecha
𝗺𝗼𝗻𝘀𝘁𝗲𝗿 𝗶𝗻 𝗺𝗲 | 𝐂𝐀𝐏𝐈́𝐓𝐔𝐋𝐎 𝟑.
"a haunting face, somewhere across the
sea of time, will come to me"
Cada palpitar de tu corazón se volvía un tormento al intentar calmar los montones de pensamientos que iban y venían, causando un desastre en tu mente. Te palpaste el pecho discretamente, como si la emoción que tenías contenida fuera a desvanecer.
La duda y ansiedad por saber qué sucedería te carcomía. No querías admitir que, en lo profundo, querías explorar más allá del entusiasmo que estabas experimentando desde que saliste de la cafetería.
Pero existían más dudas que debían ser resueltas, tampoco ibas a permitir que lo sucedido esta mañana muriera en el rincón más olvidado de tus recuerdos. No abandonaste el hecho de que cierto trozo de papel, últimamente, tuviera cierto control sobre ti. Te estaba esperando, encima del desorden de papeles en el escritorio.
El viento cálido del verano se coló entre las hojas de los árboles y las hizo temblar en su raíz, tal como tu valentía desde que te topaste con ese papel viejo. Desde ese preciso instante algo había cambiado.
Mantuviste tu mirada vagando en la delicada combinación de colores en el cielo, justo cuando los últimos rayos del día caían sobre el pueblo. Lamentabas que dicha belleza sólo indicara peligro en cada callejón estrecho o cualquier esquina normal del vecindario.
A tu lado, Joe estaba desinteresada del entorno, continuaba relatándote algo y captabas su emoción creciente burbujeando en cada risita que dejaba escapar entre su plática. No tenías muy en claro los detalles, solo sabías que hablaba de un muchacho apuesto que se la pasaba inmerso en sus libros.
—Tal vez mañana lo encontremos metido en la biblioteca— dijo ella, presionando sus labios para evitar sonreír. Casi te sorprendiste cuando agitó tu brazo, intentando convencerte de acompañarla.
—¡Ay no! Quieres que sienta vergüenza ajena— dices, arrugando levemente tu nariz para expresar estar falsamente asqueada— Además, a ti ni siquiera te gusta ir a la biblioteca— añadiste, al final reíste para provocarle más enojo. Esperaste su replica para terminar de burlarte, pero ella permaneció en silencio.
Los árboles y arbustos, que bordeaban al vecindario, no podían esconder el bullicio que crecía en el centro de la calle. La multitud de personas que rodeaban el camino hablaban discretamente entre ellos, como si pasaran un secreto o rumor. Había brillantes luces bicolor que iluminaban el sitio, el rojo y azul evidentemente provenía de la patrulla policial estacionada a un lado de la acera.
Tomaste la mano temblorosa de Joe, y avanzaste decidida a descubrir de donde nacía ese espectáculo. Intentaste rodear al puñado de gente, encontraste un hueco estrecho entre ellos y buscaste con tu mirada indiscreta algo interesante. Jolene tuvo más suerte en encontrar lo que tú no, apenas pudo susurrar tu nombre para señalarte algo en el suelo.
Muy cerca de la alcantarilla viste lo que parecía ser una extremidad humana, mutilada, repleta de sangre y tierra. Abriste ampliamente tus ojos, el morbo había jugado contigo cruelmente. Cubriste tu boca con una mano, amortiguando un gemido asustado y las náuseas que subían por tu esófago. Escuchaste detrás de ti el sonido de unas violentas arcadas, sabías que era Jolene vomitando.
Estuviste a punto de darte la vuelta para ayudarla, pero antes viste algo más. Había algo flotando muy cerca de un brumoso arbusto, en el lado opuesto de la calle. Era un globo rojo. Su color vibrante te recordó al espantoso charco de sangre sobre el pavimento.
Pronto, el alboroto agobiante de las sirenas de policía y las voces a tu alrededor se detuvieron. Desconocías si los presentes se habían percatado de lo mismo que tú. A pesar de lo abrumador que fuera el silencio, tus oídos rescataron el sonido de risas dulces, como si pertenecieran a niños, era raro porque no habías visto a ninguno en las cercanías. También, muy al fondo de sus carcajadas, los acompañaba una sinfonía que se asimilaba a una canción de cuna, pero muy perturbadora.
—¿Joe escuchas lo mismo que yo?— preguntaste torpemente, porque era obvio que ella seguía concentrada soltando todo el contenido de su estómago. De cualquier manera no bajaste la guardia, seguiste la dirección impredecible del globo. Duró así unos pocos segundos hasta que esté estalló en un instante. Parpadeaste rápido para ver el sitio donde deberían haber caído los restos del globo.
—Qué mierda... —soltaste en voz baja, muy desconcertada por lo que te habías encontrado. Allí había una chica con los ojos y mejillas enrojecidas, sollozó repetidas veces y enterró su cara en el pecho del muchacho a su lado. Tan solo con fijarte en él te estremeciste. El rubio solo le dió unas palmadas en la espalda a la pobre chica, luego solo acomodó el cabello, después buscó algo en el lugar.
No querías admitir tu deseo de que se fijara en ti, negaste con la cabeza pero no bajaste la mirada, continuaste observándolo. Sentiste la vergüenza floreciendo en tu pecho cuando sí terminó mirándote.
"No me mires, deja de mirarme" te repetías en tu mente sin cesar, obviamente él no lo hizo, en cambio, captaste como sus gruesos labios se movían ligeramente para regalarte una sonrisa, no dejaste pasar el movimiento flojo de su mano, te estaba saludando.
—Joe, ya vámonos— Giraste sobre tus talones, tu amiga todavía parecía algo afectada cuando asintió, se aproximó a ti para apoyarse contigo y caminar más rápido.
Al joven le ofendió que no le ofrecieras una probada de tu bonita sonrisa, o mínimo respondieras a su saludo. Se aseguraría de que esto no terminara aquí.
_____________
Tomaste tu camino a casa no mucho después de asegurarte del bienestar de Joe. Los rayos anaranjados del sol ya te habían abandonado, ahora tendrías que volver a tu hogar a través de la profunda oscuridad de la noche. Mientras apurabas a tu cuerpo, el ruidoso desastre en tu cabeza volvió a tomar forma para atormentarte.
Las luces de los faros en la calle titilaban de vez en cuando, eso hacía que los nervios te hicieran temblar de horror cuando la oscuridad se tragaba todo ese rastro de luz. Tuviste que abrazarte para poder reconfortarte y parar de temblar. Querías llegar de una vez por todas.
"Quién me manda a ser tan metiche cuando no debo" pensaste, porque seguías recapitulando la espantosa escena en la calle Jackson. Si hubieras ignorado a tu curiosidad, a lo mejor no tendrías que pasar por esto.
A lo mejor nunca te enterarías de lo que era ese bulto, e ignorarías la mancha al rojo vivo en el suelo y el globo del mismo color que se paseaba por allí, tal como el que sostenía la figura al fondo de la calle.
El miedo se presionó en tu garganta y te dejó sin habla de nuevo. En tu perspectiva la sombra de aquel "hombre" era descomunal, tenía dos destellos amarillos que se asemejaban a unos ojos que no te dejarían huir de él. Retrocediste tres pasos y tú espalda se topó con algo o alguien.
—¡Oh, discúlpeme señorita!— dijo una voz masculina, el dueño de esta se apresuró por no asustarte con su presencia repentina. Parpadeaste para apreciar mejor su rostro —Ya se nos hará costumbre encontrarnos así— agregó él, dándote una risa amigable.
—No entiendo, ¿lo conozco?— cuestionaste actuando confundida, sabías perfectamente de quien se trataba, o bueno, más o menos. En cualquier otro momento huirías del extraño, pero ahora querías algo de seguridad y librarte del terror que te estaba sofocando hasta perder el control.
Una de sus grandes manos se posó en su pecho con aire ofendido. —Me sorprende que pregunte eso— dijo, escuchaste el tono dramático con el que hablaba. —Pero bueno, de todas formas me presentaré— él se acercó unos pasos, tú contuviste el aliento y levantaste tu cabeza para alcanzar a verlo mejor, era muy imponente frente a ti, tan cerca de ti.
—Mi nombre es Robert, Robert Gray— dijo, inclinándose aún más hacia ti, contuviste la respiración, no sabias porque sentías que tus nervios te ahogaban. Inspeccionó tu expresión tímida, le gustó el sutil aroma a cereza de tus labios y como su tono rosado se combinaba con tu enrojecimiento —¿Y usted?
Casi no escuchaste su pregunta porqué estabas cautivada por cómo sus encantadores ojos verdes te seguían. Pero deja de confiarte —Y yo soy... alguien que no debería estar hablando con usted.
Giraste de nuevo, aún con punzadas de miedo en el pecho, temiendo encontrar de nuevo a la sombra monstruosa al final de la calle.
—Por lo menos permítame acompañarla— habló Robert, percibiste su presencia aproximándose a ti.
—No hace falta— replicaste tú. Notaste sus cejas frunciéndose, tal vez frustrado de tú rechazo. —Pero es muy amable de su parte proponerlo— agregaste intentando componer el pequeño silencio incómodo.
Sin previo aviso escuchaste un estallido, tal como el que habías captado una hora antes. Te sorprendiste a pesar de la lejanía de dicho sonido.
—Insisto, puedo acompañarla. Es peligroso que vaya sola a estas horas de la noche —dijo él, después de notar el brinco que dio tu cuerpo involuntariamente. Contuvo una sonrisa orgullosa cuando aceptaste a regañadientes su propuesta. No era la reacción que esperaba de ti pero era un avance.
Caminaron lado a lado unos minutos, en completo silencio. Te estremecía el frío del viento tal como cuando notabas que el muchacho te miraba en pequeños lapsos. Pronto divisaste tu casa y Robert no dejó escapar el brillo en tus ojos.
—Muchísimas gracias por acompañarme— dijiste, sonriendo aliviada. Él no respondió al instante, te analizaba con atención. Querías impedirle a tu corazón acelerarse por asimilar de nuevo a quien tenías en frente.
Ya casi tenías una mano puesta sobre el picaporte de la puerta, tan ansiosa que no supiste qué fuerza te empujó para regresar y acortar la distancia entre ambos. El rubio continuó callado, miró hacia abajo cuando llegaste con él.
El viento volvió a hacer de las suyas y despeinó el cabello de ambos, contuviste tu impulso por acomodar tus mechones rebeldes cuando lo viste levantando su mano en tu dirección, quizá para hacerlo él, pensaste. Rápidamente uniste tu mano con la suya, intentando que se asimilara a un gesto de despedida.
—Lo veré después, señor Gray— aún sostenías su mano, era inevitable percibir el calor que crecía entre ambas. No te convenció del todo la sonrisa que te dió después de soltarlo. Caminaste de nuevo hacia la entrada de tu casa, a medio camino tus pasos tropezaron un poco, haciéndote detener. Lo buscaste de nuevo —La próxima me aseguraré de no chocarlo otra vez.
Su sonrisa se ensanchó al oírte reír muy bajo, haciendo que su mirada, antes tensa, brillara sutilmente bajo la fea iluminación del lugar —Por favor, asegúrate de hacerlo.
Odiaste el calor que otra vez se esparcía por todo tu rostro —Buenas noches, señor Gray.
—Buenas noches— se despidió antes de que entrarás a tu residencia. El tinte juguetón de su voz casi caía en lo coqueto, rogaste al cielo para que eliminara toda la agitación en tus sentidos y rogaste una segunda vez, pero ahora para que él no se percatase de ello. Muy tarde.
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