☁ I See You | KaiSoo
➝Lugar: Recámara principal
➝Autora: sr_nalgotas
➝Palabras: 8745
I SEE YOU.
Kyungsoo tenía un único deber, un algo que haría que pasara con éxito la prueba de valor en la que se había visto implicado de pronto.
Era simple. Claro. Casi una broma de mal gusto.
Sólo no debía dejar de mirar al muñeco de enfrente, ubicado justo en la otra punta de la habitación.
Prueba de valor.
Kyungsoo se preguntó cómo es que había acabado accediendo a ir a ese lugar.
— Te toca la recámara principal, 'Soo.
"Prueba de valor", le decían ellos, mas, para el pequeño ojón, aquello era una estupidez suprema. Y es que estar metidos como delincuentes en una casa abandonada y supuestamente embrujada para cumplir retos y hacer tonterías probando la valentía de los que menos la tenían era de todo menos normal e inteligente. ¿Y todo para qué? Por orgullo, ni más ni menos. O idiotez. Y estaba cien por ciento seguro de que él estaba en lo segundo.
Si le preguntaran, diría que a él le obligaron ir allí. Y sabría que estaría mintiendo descaradamente, pero decir que había decidido ir a ese horrible sitio sólo por estar un segundo más cerca del chico que le gustaba tampoco era muy digno que digamos. Y él también buscaba defender su orgullo, gracias.
Aquella casa, la mirase por donde la mirase, parecía una enorme mansión de antaño. El lugar en sí había sido clausurado y rejado de manera bastante meticulosa, pero aquello, al parecer, no había durado demasiado bloqueando el camino de la gente con una curiosidad algo... extravagante (por no decir estúpida). Al principio, Kyungsoo pensó que no lograrían entrar y terminarían marchándose, y eso había servido para tranquilizarlo durante un grandioso total de diez segundos. Luego había visto el hueco en la reja y sus latidos habían comenzado a acelerarse de los nervios. Había escuchado historias de esa casa, de la cantidad de muertes y desapariciones que habían ocurrido allí, de los fantasmas y demonios que podrían encontrarse si se atrevían a entrar. Y él nunca había creído en eso, claro que no. Pero estar allí, parado en medio de una especie de sala gigante llena de polvo, muebles cubiertos por mantas blancas y telarañas por donde se caminara, sin ninguna luz que los alumbrara y con el frío a flor de piel mientras hablaban de separarse y quedarse encerrados cada uno en una habitación distinta durante todo un día, mirando a un muñeco feo que, extrañamente, había sido colocado en medio de cada cuarto, y luego de haber oído todo lo que se decía de aquel lugar, no le hacía mucha gracia que digamos. Podía ser que él no se creyera todas esas cosas del más allá y monstruos bajo la cama, pero había visto demasiadas películas de terror como para crear una especie de paranoia en su cabeza. Ni siquiera se iba a poder dormir. Ni siquiera sabía si había alguna cama en la que pudiese dormir, si es que pasaba. Ni siquiera quería estar ahí, para empezar. Sólo quería estar con el chico que le gustaba por un segundo más. ¿Por qué era tan difícil de entender? ¿Por qué debía pasar por eso? Lo pensara cuanto lo pensase, el chico, definitivamente, y luego de haber subido las escaleras él solo y acabar parado frente a la puerta de la famosa "recámara principal" de la que tanto le habían hablado, se había auto-nombrado un jodido idiota.
Que la puerta rechinara como mil demonios apenas la hubo abierto tampoco lo ayudaba demasiado.
Cuando levantó la vista del suelo para ver dentro del cuarto, tragó saliva. Aquello era más de lo mismo: muebles polvorientos cubiertos por mantas blancas, lámparas rotas, penumbra entre verdosa y negra que daba escalofríos, paredes rasgadas y sucias, techo casi hecho añicos y una cama, de un tamaño considerable, ubicada justo en el centro de todo. Y Kyungsoo se quedó quieto por un segundo. Porque allí, justo en el mueble frente a la cama, se encontraba el muñeco que tanto contaban los otros: una especie de creación voodoo macabra de algo que no podía explicar ni comparar con nada más, que ni siquiera tenía pelo, nariz, o una forma humana decente. Tenía la boca cosida de manera descuidada, bruta, como si lo hubieran hecho con furia contenida. Y le cubría, básicamente, la mitad de la cara, llegando hasta el lugar donde deberían estar las orejas –que no tenía, cabe destacar. Los ojos eran una especie de botones negros casi brillosos y penetrantes, intimidantes desde donde lo estaba viendo el chico, y uno colgaba del rostro de la cosa mediante un hilo hasta llegar a una de sus diminutas piernas. Miraba el centro de la cama de pleno, como si tuviese vida propia y eso fuese lo único que estuviese interesado en hacer, y al chico le dio hasta pavor sentarse allí a verlo fijamente.
Iba a salir. Se iba a ir. Iba a abandonar a todos e iba a mandar todo a la mismísima mierda.
Y lo habría hecho de no ser porque alguien lo había empujado desde atrás y lo había encerrado antes de que pudiera hacer nada.
— Eh. ¡Eh! —gritó mientras golpeaba la puerta, sintiendo la desesperación de repente correr por todo su cuerpo—. ¡Abran la puerta! ¡Quiero irme de aquí!
— No hasta terminar la prueba.
Y eso había sido todo.
Cuando el ojón había oído los pasos alejarse, sin importar qué tanto golpeara la puerta y gritara, y luego de haber visto cómo deslizaban una hoja con algo escrito bajo el pedazo viejo de madera, se dio cuenta de que ya no había nada más que hacer; que iba a pasar la noche allí, lo quisiera él así o no. Y quiso arrodillarse en un rincón y sollozar en silencio porque aquello no le gustaba para nada, porque ya le estaba dando miedo sin siquiera empezar.
No había que ser demasiado inteligente para saber que iba a fallar.
"¿Qué haré? ¿Qué es lo que voy a...?"
Sintiéndose al borde de las lágrimas –porque, al parecer, le tenía una especie de miedo raro al encierro y jamás se había dado cuenta hasta el momento– todo lo que atinó a hacer fue tomar el papel del suelo y mirar lo que había escrito en él. La letra era casi ilegible, temblorosa, fea, y se le dificultó un poco leerlo.
Ojalá jamás hubiera podido entender lo que decía allí.
No debes quitarle la vista al muñeco jamás. Durante veinticuatro horas. Una vez que entras, él sabe que estás allí y querrá jugar contigo.
Definitivamente no quieres saber qué sucederá si dejas de verlo.
Comienza oficialmente la prueba de valor. Suerte.
— Quiero llorar... —musitó apenas audible, mientras ocultaba el rostro entre sus manos y lanzaba el papel lejos. Él no creía en todas esas cosas, pero estar allí era algo nuevo, siniestro, daba miedo, y te hacía creer que todo era real.
Por eso, cuando recordó que la prueba había comenzado y que se suponía que no debía quitarle los ojos de encima al muñeco de la habitación, levantó la cabeza, tan rápido que casi había parecido que hubiera sido accionada por un resorte. Y ahogó un grito con todas sus fuerzas.
Porque el muñeco lo estaba mirando de pronto.
No tenía ojos, eso era cierto. Si bien había botones en su lugar, aquello no servía para mirar nada. Y, sin embargo, se sintió observado, intimidado, vigilado. Esa cosa, que no debería de tener vida propia, ahora se encontraba mirándolo en una posición en la cual, juraba, no había estado antes.
Do Kyungsoo no creía en cosas del más allá, en demonios y todo lo que conllevaba, pero no supo cómo explicar aquello.
Todo lo que sabía era que quería largarse de allí. Ahora. Ya.
La habitación era fría, silenciosa, oscura, y no ayudaba para nada con la labor. Era una situación tan siniestra, tan de película, que hasta le daba escalofríos. No quería creer en todo lo que veía en la televisión, pero, siendo sinceros, jamás se imaginó estar en un lugar así; jamás creyó que le pasaría aquello a él. Es como si todo eso lo hubiese estado esperando todo este tiempo, aguardando a que hiciera el tonto, por lo menos, una vez y así acabara parando allí.
Las malas amistades, quería creer.
Dando pasos dudosos y tentativos, y sin dejar de mirar con horror al muñeco, recorrió paulatinamente la habitación. Los muebles y estantes tenían tanto polvo y telarañas que daba asco, incluso se había formado una extraña capa de moho en alguno de los rincones de éstos. La cama matrimonial no tenía sábanas, almohadas –a excepción de una en el centro– ni demasiada estabilidad. Una de las patas estaba medio rota, como si la hubiesen querido arrancar con los dientes, y Kyungsoo se preguntó cómo demonios hacía ésta para sostenerse tan bien estando en semejante estado. Cómo es que estaba en la casa, para empezar, y no en el basurero, donde debería.
Salvo aquello, no había nada más.
Volvió a echarle un vistazo al muñeco, reteniendo el aire. Éste ahora se encontraba con una pierna flexionada y la cabeza inclinada, con la sonrisa aún más grande y descosida que antes. Su pequeña cabeza apuntaba hacia su dirección, mirándolo, vigilándolo, y el chico no supo por qué le había comenzado a latir con fuerza el corazón. Pensar en que tendría que ver a esa cosa durante veinticuatro horas no le hacía ninguna gracia, y darse cuenta de que las historias sobre él eran ciertas y en verdad se encontraba embrujado sólo lo hacían querer orinarse encima o hacerse un ovillo en un rincón. Ciertamente, según las personas a las que les gustan las películas de terror, el encontrarte en una situación como aquella no era lo peor que te podía pasar, pero el ojón tuvo ganas de hasta pararse frente a uno de ellos y escupirle en el rostro una cantidad considerable de baba. Porque no tenían idea de lo que era aquello. Ninguno sabía nada. Porque verlo era muy fácil –sabían, en el fondo, que no les iba a pasar jamás– pero vivirlo era una cosa totalmente diferente. Porque en ninguna película te mostraban la realidad. Porque en las películas no te mostraban nunca lo que era estar consciente de que no había escapatoria, no había salida alguna, y que lo único que te quedaba era resignarte a estar allí, sin saber lo que podría llegar a pasarte, pero haciéndote a la idea de las altas probabilidades de muerte y de las pocas de vida. Porque en las películas te hacían creer que podías sobrevivir. Porque en las películas tenías opciones, pero en la vida real no. Porque en la vida real, tu destino, en una situación como aquella, no dependía de ti sino de alguien más. Y no es como si le importara lo que te pasara a ti.
Porque, en la vida real, les gustaba jugar con tu mente, sin importar el daño.
Y en las películas podían decirte mucho, sí, pero no siempre iba a ser verdad. De hecho, la mayoría de las cosas eran tan inciertas que hasta indignaba. Encontrar salidas por todos lados (o hacerlas por sí mismo), matar cosas que, se supone, no se pueden matar, tener habilidades que eran casi profesionales, ya sea para armar trampas, abrir puertas sin una llave, hacer alguna poción química... Esas cosas no le suceden a la gente normal. Esas cosas, lamentablemente, no las sabe la gente normal, real. No tendrían por qué, de hecho. Una persona normal no tendría por qué saber abrir una puerta con un clip o algo por el estilo porque para eso tiene las llaves, una persona normal no tendría por qué saber hacer trampas para monstruos porque se supone que eso no existe. Una persona normal no tendría por qué saber cómo matar a algo o a alguien porque se supone que están protegidos por gente calificada.
Una persona normal no tendría por qué resignarse a morir, si se supone que tiene derecho a vivir.
Por eso a Kyungsoo nunca le gustaron las películas de terror, especialmente. Porque tenían más mentiras de las que podría digerir alguna vez. Porque eran tan surrealistas, tan estúpidas, que no soportaba verlas. Porque te hacen creer que puedes hacer lo imposible, que puedes obtener conocimientos mágicamente hasta del trasero, y vas a terminar sobreviviendo, cuando, en realidad, lo único que puedes hacer en la vida real –y que es más o menos mágico– es orar para poder salir con vida. No ileso, no sin un rasguño, pero al menos con vida. Eso y esperar. Un rescate, una esperanza, la muerte misma. Esperar a lo que sea, pero esperar. Nada más que eso.
Kyungsoo no tenía conocimientos sobre química. No sabía nada de supervivencia. No tenía súper fuerza como para romper una pared o tirar la puerta de una patada. No era tan inteligente como para pensar en una estrategia salvavidas. No tenía compañeros. Ni siquiera tenía comida o agua, y tampoco tenía agallas. No tenía opciones, posibilidades, y ya casi estaba perdiendo las esperanzas sin siquiera haber comenzado.
Estaba solo. Tenía miedo. Y sólo una opción que no le garantizaba la vida.
Y no es como si pudiese tomar otro camino. Él ya no podía decidir por sí mismo; su vida ya no dependía de él, sino de otro. De algo más. Y él, siendo el cobarde que era, no podía hacer más que obedecer.
Miró fijamente al muñeco y parpadeó una vez. El muñeco se movió.
Parpadeó una segunda vez. El muñeco volvió a moverse.
No tenía idea de lo que iba a pasar si dejaba de verlo, siquiera, una vez. No tenía idea de lo que iba a pasarle a él si apartaba la vista lo suficiente. Pero no quería averiguarlo. Jamás se resignaría a morir sin intentar sobrevivir. Haría todo lo que estuviera a su alcance, aunque eso implicara orinarse del miedo. Así que respiró hondo, profundo, tomando una bocanada de aire gigante. Buscando tranquilizarse, buscando respirar con normalidad. Y exhaló. Lentamente.
Se sentó en la cama, sin saber qué más hacer, y, con todo el pesar del mundo, tratando de armarse de un valor que creía no tener jamás, miró al muñeco sin pestañear y casi sin respirar.
Y esperó.
Primeras doce horas.
Kyungsoo sentía la molestia en los ojos.
Un ardor insoportable que resecaba sus cuencas y le hacía querer cerrarlas y tallárselas hasta que no dolieran más. Sabía que no era lo mejor que podía hacer para un caso como aquel, pero era lo único que se le ocurría luego de haber estado casi diez minutos sin apartar la vista del frente. Sonaba patético que no pudiera aguantar un poco más en la misma posición, sí, pero tampoco es como si quisiera hacerlo, en primer lugar. Porque lo que veía no hacía más que perturbarlo y comerle la mente de a poco, imaginándose situaciones que, si no estuviera en aquel lugar ahora mismo, sabía que no sucederían jamás. No a él, por lo menos.
Si no estuviera en aquel lugar.
Pero resultaba ser que sí lo estaba.
Saber que habían pasado apenas diez minutos de las veinticuatro horas que debía estar ahí encerrado no hizo más que empeorar las cosas y ponerlo histérico sólo un poquito más. Atrás habían quedado sus ganas de estar con el chico que le gustaba; todo lo que quería (en aquel momento, por lo menos) era salir de ahí y no volver nunca más.
Eso, claro, si lo hacía vivo.
Pensar en que podría morir en aquel sitio, frente al muñeco diabólico –o en manos de éste– lo hacía querer largarse a llorar. Porque no estaba listo. Y muchos podían decirle cobarde o burlarse de él las veces que quisieran, pero él se estaba muriendo de miedo. Estaba sumamente aterrado, y pensar en la muerte no era lo más indicado ni servía de nada. Jamás estaría preparado para morir. Jamás se resignaría a morir.
"Si pudiera", había pensado de pronto, tratando de mantener la vista al frente, "haría de todo para sobrevivir. Si fuera menos cobarde, cumpliría todo esto fácilmente y saldría de aquí en un santiamén".
Pero no era el caso.
Ni siquiera había pasado la primera hora –o los primeros veinte minutos– y ya se sentía agobiado; claustrofóbico, incluso. Todavía no se había resignado del todo a quedarse atrapado allí (tenía algo de esperanza, aunque bastante mínima) pero tampoco es como si pudiera darle la espalda al maldito muñeco voodoo endemoniado para buscar alguna escapatoria. Caminar de espaldas hasta la puerta, sin quitarle la vista de encima, parecía hasta fácil de sólo pensarlo, pero lo complicado sería abrir aquella única salida que tenía. El cuarto ni siquiera tenía una miserable ventana (como si se hubieran esmerado en cubrirlas de cemento y así bloquear toda vía de escape) y el ducto de ventilación, aparte de estar demasiado alto para él, estaba cubierto hasta el fondo de telarañas y polvo, además de que le haría quitar sin opción la mirada de esa cosa –algo que, le había quedado bastante claro, no podía hacer. Gritar no le serviría de nada porque los otros no irían a su rescate ni, aunque les rogase –ya deberían estar encerrados en sus respectivas partes de la casa, teniendo en cuenta la cantidad de tiempo que pasó– y ya casi no le quedaba batería en el móvil.
No iba a servirle de mucho, de todas formas, porque allí no había ni una pizca de señal, aparentemente.
No tenía ningún medio de comunicación como para poder llamar a la policía y ni siquiera había un reloj en la pared por el cual poder mirar la hora, si su celular se le terminaba apagando. Su estómago había comenzado a gruñir de repente y no había manera de calmar su hambre, y había comenzado a sentir frío. Mucho frío.
Pensar en todas esas cosas no hacían más que ponerlo de malas.
Ponerlo de malas y hacerle caer en cuenta una vez más de la situación en la que estaba y de lo real que era.
Habían pasado veinte minutos.
Su estómago volvió a gruñir.
"Si tan sólo hubiera tomado ese sándwich que mamá me preparó...", se lamentó internamente, entrecerrando los ojos de pronto. Sentía que le quemaban; las lágrimas habían comenzado a caerle por las mejillas.
Quería cerrarlos. Quería cerrar los ojos.
Sin soportarlo un segundo más, y mordiéndose el labio inferior con fuerza, terminó por rendirse y apretar sus cuencas con ambas manos. Sentía dolor y alivio a la vez. No podía dejar de frotarse los ojos.
"Rápido, rápido..."
Al sentirse satisfecho, bajó las manos y volvió a levantar la vista hacia el frente con rapidez. Sabía las consecuencias de su acto. Sabía que no iba a ser algo bueno desde el primer momento en que se había decidido a cerrarlos, pero ahora ya no importaba. No importaba porque era algo que ya estaba hecho. En el escaso tiempo en el que estuvo con el rostro oculto entre sus manos, intentó prepararse mentalmente para lo que sucedería, para lo que vería cuando abriera de nuevo los ojos.
Jamás se hubiera preparado lo suficiente para ver eso que tenía en frente, sin embargo.
Reteniendo la respiración por unos segundos, el chico repasó con miedo lo que estaba mirando. El muñeco no sólo se encontraba parado sobre sus dos pies de felpa y trapo viejo, mirándolo con aquella sonrisa asquerosa que tanto lo caracterizaba, sino que su rostro entero se había deformado bestialmente, todo éste descosido y aplastado como si buscara tener forma humana, botones aún más brillantes y boca tan abierta como para ocupar la mitad de su cabeza. Teniendo en cuenta que había comenzado a despedir olor terrible a azufre, su cuerpo pareciera como si hubiese aumentado apenas un poco –casi imperceptiblemente– de tamaño.
Era algo monstruoso de ver.
"Si todo eso pasó con sólo haber cerrado los ojos por un segundo", pensó Kyungsoo, tragando saliva de manera dura, "no quiero ni pensar en lo que sucedería si me quedo dormido".
Lo que lo llevaba a concluir que aquella noche, y si quería continuar con vida, definitivamente no iba a dormir ni de broma.
No creía estar preparado para enfrentarlo, pero iba a hacer el intento. Y lo iba a intentar con todas sus fuerzas.
–
Por muy extraño que sonara, las primeras seis horas habían sido relativamente fáciles.
El muñeco se iba moviendo paulatinamente, sí, e iba aumentando de tamaño y aplastándose a medida que Kyungsoo parpadeaba o se frotaba los ojos con insistencia, pero el pequeño ya se había acostumbrado –un poco; casi nada, pero lo suficiente– a verlo cambiar de esa manera. No había visto algo demasiado raro todavía (quitando el hecho de que había un muñeco embrujado y con vida propia frente a él) por lo que el miedo que había tenido al principio había comenzado a disminuir. Ahora podía pensar con claridad, al menos, y tenía menos ganas de hacerse un ovillo, orinarse o llorar. Eso, sin embargo, no quería decir que ya no tuviese miedo. No quería decir que no lo asustaba a ratos. No quería decir que lo disfrutaba o que le parecía mínimamente fácil. No quería decir nada, salvo que ya se había ido resignado cada vez más y más a estar en esa situación sin tener esperanzas a que alguien lo rescate o le brinde algún tipo de apoyo o ayuda.
Su estómago había estado sonando como si se tratara de un animal rugiendo dentro suyo y el ojón se lamentaba cada vez que sucedía porque si tan sólo hubiera tomado aquel sándwich. Estaba molesto consigo mismo por no haber comido nada antes de ir a ese lugar. Estaba molesto consigo mismo por no haberle hecho caso a su madre cuando le había dicho que se abrigara, que se llevara un poco de comida, que llevara agua, o, por lo menos, el enchufe para cargar su móvil –que se encontraba agonizando con un precioso diez por ciento de batería, por cierto. Estaba molesto consigo mismo por no haberle dado, siquiera, un beso en la mejilla de despedida cuando ella se lo había pedido. Estaba molesto consigo mismo por haber ido a ese lugar casi a escondidas, con un grupo al que ni siquiera podía llamar amigos, persiguiendo a un idiota que ni siquiera era capaz de lanzarle una maldita mirada de odio.
Sentía que estar allí había sido por su culpa. Y quizás así lo fuera.
Se frotó los ojos de nuevo y el muñeco volvió a moverse. Ahora se encontraba parado completamente sobre sus dos pequeñas piernas, y su cabeza, que antes había estado colgando de un lado, ahora estaba fija sobre su cuerpo. Tenía un tamaño más considerable y el olor que despedía era casi nauseabundo, pero el ojón creía poder soportar aquello. Le habían dado ganas de vomitar las primeras dos horas completas al distinguirlo por primera vez, pero, con el transcurso de las horas, ya sentía que se había acostumbrado. O era eso o su olfato se había descompuesto definitivamente y jamás podría volver a oler nada en toda su vida. Aunque tampoco lo veía tan malo. Era mucho mejor que estar muerto, después de todo.
Su optimismo, se había dado cuenta, se había hecho bastante raro.
¿Podía algo como el optimismo adaptarse a la situación? Su mente y todo lo que pensaba se habían vuelto algo un tanto retorcido para ser él. En un intento de hacerle sentir mejor, su cerebro pareciera estar dispuesto a tomar cualquier cosa para lograrlo, sea esto bueno o no. Como el hecho de que acostumbrarse a oler azufre durante veinticuatro horas fuera mejor que estar muerto. Era un pensamiento pesimista, sí. Pero, si se comparaba el uno con el otro, claramente se distinguía una diferencia. Y podía ninguna opción ser buena, pero por lo menos había una que era menos mala que lo hacía sentir mejor por estar viviendo esa en vez de la otra. Todo era mejor que la muerte, según él, y tenía que poder soportarlo. Porque se suponía que estaba teniendo suerte, ¿no?
Su vejiga había comenzado a molestarle.
— Necesito un baño ya —soltó mientras se mordía el labio inferior y apretaba sus piernas en un intento de retener los líquidos. Él, ciertamente, no era conocido por tener una vejiga de hierro. Más bien, era más lo contrario. Y ahora mismo sentía que se orinaría encima y esta vez sería de verdad. No era tan sucio como para arriesgarse a hacer en un rincón de la habitación –jamás en su vida iba a poder olvidarlo, además– ni tan raro como para bajarse los pantalones y hacer del uno frente a un muñeco endemoniado. Si existía un fetiche que implicaba aquello, por alguna remota razón, entonces él no lo tenía en absoluto. Salir de la habitación era algo que, por obvias razones, no podía hacer y no había ventana o algo que pudiera usar como, uh... recipiente.
¿Se hacía en los pantalones? No. Era algo incluso más asqueroso que hacerlo en un rincón con alguien mirándole. ¿En uno de los muebles? El olor se camuflaría con el azufre, según su lógica y la de cualquier ser humano con un poco de neuronas.
"Pero podrían tener gérmenes o algo podría subirse a mi entrepierna"
¿Se aguantaba? Podría, pero no por mucho. Sin embargo, era lo único que se le ocurría hacer, por el momento. No le apetecía para nada quitar las mantas blancas de los muebles y levantar todo aquel polvo, moho y telarañas a la misma vez. No es como si pudiera ver demasiado, de todas formas, ya que estaba bastante oscuro allí, por lo que prefería no arriesgarse a tocar algo que, quizás más tarde, lamentaría. En situaciones como aquella, agradecía no haber tomado algo de líquido antes porque, estaba seguro, no hubiese aguantado ni un segundo, de haber sido así.
El chico parpadeó al sentir picazón en los ojos. El muñeco dio un paso.
Era algo tan irreal de ver que Kyungsoo todavía no había podido digerir del todo que algo como un muñeco embrujado existiera en verdad. Verlo dar un paso le había hecho dar un pequeño bote sobre su lugar del susto. Y es que, por muy acostumbrado que estuviera supuestamente, por muy valiente que se sintiera a ratos, aquella no se la había esperado. Nuevamente quiso levantarse de la cama, correr hacia la puerta y gritar que lo sacaran de allí mientras golpeaba con todas sus fuerzas, pero pudo contenerse. Si hubiese sido ese otro caso, el chico habría cerrado los ojos rápidamente y habría contado hasta cien, mil, un millón, lo que fuera, hasta que la pesadilla se esfumara de su vista, de su vida. Pero resultaba ser que no podía hacerlo. No podía cerrarlos. Resultaba ser que tenía que ver cada momento en el que pasaran cosas espeluznantes como esas porque, al parecer, aquella era la gracia del juego enfermizo al que estaban jugando. Mirar.
Kyungsoo sólo atinó a inhalar lo más profundo que pudo, buscando calmar su desenfrenado corazón, y luego exhaló sonoramente. Su vista se había vuelto a pegar a la figura del muñeco horrible que tenía casi en las narices y su mente se había desconectado del mundo entero para volver a concentrarse sólo en la cosa de delante.
A aquellas alturas, su estómago ya no tenía ninguna intención de sonar.
–
Sólo quedaban tres horas para completar las primeras doce.
Cuando había visto el reloj de su móvil –que había pasado de diez a cinco por ciento en tiempo récord– casi había dejado escapar un grito de felicidad. Y es que lo estaba logrando. Estaba pasando casi sin problemas esa maldita prueba de valor a la que le habían obligado a participar. Lo estaba logrando y sentía que podía tener alguna posibilidad de salir de allí con vida. Se sintió orgulloso de sí mismo.
¿Los otros lo estarán logrando también, como él?
El chico podía sonar egoísta, pero ni siquiera quería pensar en ellos. Como si les tuviera alguna especie de rencor raro por todo lo que tenía que estar pasando en contra de su voluntad. Por estar pasando hambre, frío, tener altas probabilidades de sufrir una infección urinaria y ocular –si es que eso existía– y estar muriéndose de maldito sueño. El miedo casi se le había ido del cuerpo, sí, y podía ser que la esperanza haya vuelto y se presentara latente en su mente, pero eso no quería decir que estuviese a gusto. No quería decir que estuviese feliz de estar allí, pasando la prueba y lográndolo. No quería decir que estaba remotamente feliz por volver a verlos, si es que lograba salir. Y no es como si les quisiera desear el mal o algo por el estilo, pero sí que tenía ganas de golpearlos uno por uno por ser tan idiotas y cabezotas. Le importaba un bledo golpear también al chico que le gustaba; él quería golpearlos a todos sólo para descargarse y, por qué no, sentir que todavía estaba vivo y hacerles saber mediante al dolor que ellos también lo estaban.
"En especial, golpearía a ese imbécil que me empujó y encerró aquí. Pobre de él si me lo encuentro nada más terminar la prueba".
Quizás sí era rencor.
Sin embargo, él sentía que estaba en todo su derecho.
Volvió a quitar la vista de enfrente y miró el reloj de su móvil. No faltaba nada para que se cumpliera otra hora más.
— Dia-blos.
Al levantar la mirada, Kyungsoo cubrió su boca con ambas manos en un intento de ahogar un grito. Porque al muñeco le había comenzado a crecer pelo. Pelo. De un color marrón, por lo que podía ver. O quizás rojo. En el fondo no importaba porque no era lo más espeluznante ni destacable del asunto, claro que no. Lo que había llamado su atención y lo había dejado a él como papel blanco del susto había sido otra cosa. Y una muy, muy horrorosa.
A la cosa le habían crecido pies y manos.
Eran diminutas como las de un recién nacido, sí, y quizás no era algo de lo que tendría que preocuparse demasiado, pero es que ¿un muñeco con pelo, manos y pies de humano? ¿cómo se le podía explicar eso a alguien? ¿cómo, siquiera, se enfrentaba aquello?
¿Qué se suponía que tenía que hacer? ¿Cómo se suponía que tenía que reaccionar?
Si alguien se lo preguntaba alguna vez, jamás podría contárselo. Porque ni él mismo entendía nada. Ni él mismo digería nada. Porque ya no podía pensar en nada que tuviera coherencia.
Le había entrado el miedo nuevamente. Y cómo no.
— ¿En qué diablos piensa convertirse? —murmuró atónito casi como un quejido y, como quien no quiere la cosa, siguió mirando a... lo que fuera que fuese aquello. Ya no se le podía catalogar como muñeco. No estaba ni cerca de ser un humano. Kyungsoo ya no sabía cómo referirse a esa cosa.
Quizás el término monstruo encajara a la perfección con la descripción.
Mirarlo se hacía cada vez más complicado, más imposible de realizar. Pero él no se iba a rendir. Él iba a irse de allí. Iba a irse y se iba a olvidar de todo lo que había pasado en esa habitación. Jamás le hablaría de aquello a nadie. Jamás lo recordaría. Jamás se permitiría, siquiera, soñar con ello. Jamás.
Las ganas de dormir se le habían ido de pronto. No habría podido pegar un ojo, de todas formas.
–
Quedaba una hora para que acabara la primera mitad del día.
Kyungsoo no había quitado la mirada del monstruo desde que lo había visto convertirse en algo tan surrealista que daba miedo. Y verlo con esa forma durante dos horas había sido el infierno en la tierra. Podía jurar hasta por su madre que aquella cosa lo había estado viendo. Era como si el juego fuera otro; como si, en vez de mirar él a la cosa, la cosa fuera quien lo estuviera mirando a él y lo hubiera hecho en todo aquel tiempo. Y, por muy extraño que sonase, al chico le daba más escalofríos pensar en que había sido vigilado todo el tiempo por esa bestia que el propio hecho de tener que sostenerle la mirada por un día. ¿Realmente estaban jugando con él de esa forma? ¿Les divertía estar jugando así con su mente?
A esas alturas, y si seguía pensándolo demasiado, estaba seguro de que no iba a tardar en volverse loco.
Aunque quizás estarlo fuera la respuesta que necesitara para lograr soportarlo.
Últimas doce horas.
Ya no tenía idea de qué hora era en aquel momento.
Su móvil, y luego de haber estado agonizando durante un total increíble de tres horas con un diez por ciento de batería, se había terminado por apagar por completo en los últimos minutos. Las siguientes tres horas de la segunda mitad del día habían sido realmente difíciles para Kyungsoo. Porque antes, por lo menos, tenía la luz que emanaba su celular. Tenía un reloj en el cual poder llevar la cuenta de cuánto le faltaba. Al menos, antes no se sentía tan solo allí metido. Pero ahora no tenía nada. Y no le costó mucho perder la noción de la realidad, no le costó mucho sentirse perdido. En aquel momento, lo único que podía hacer era mirar sin parpadear a la cosa monstruosa que tenía enfrente mientras esperaba que, por algún casual de la vida, las horas pasaran como un suspiro y llegara el momento de dejar todo aquello atrás.
Había comenzado a sentir mucho sueño.
Mientras su estómago se había empeñado en joderle de nuevo la existencia exigiéndole comida inmediatamente, su cuerpo se había comenzado a sentir cansado, aletargado. Sus párpados pesaban como si tuvieran cemento encima y no podía dejar de bostezar por ningún medio. Y, de hecho, alguien debería de darle un premio cuando saliera porque lo estaba haciendo sin siquiera cerrar los malditos ojos. Su visión parecía estar fallándole a ratos, distorsionando la imagen que tenía delante o, simplemente, haciéndola borrosa, y Kyungsoo terminó por preguntarse qué demonios habían hecho con él porque jamás en su vida se había sentido tan cansado como en esa ocasión. Como si le hubieran dado alguna especie de sedante. Ya ni siquiera tenía las fuerzas suficientes para volver a levantarse a hacer del uno nuevamente –porque sí, había acabado haciendo en un rincón como un perro callejero, ya que no le había quedado de otra– y sentía que, en cualquier momento, iba a darse por vencido definitivamente.
Se palmeó el rostro tres veces con fuerza.
"No, no, no, no. Debo resistir"
Su corazón comenzó a latir con fuerza. ¿Y si fallaba? No sabía por qué, pero se sentía sumamente cansado. Y aquello era un problema porque él se había prometido aguantar, se había prometido salir de ahí. Se había prometido muchísimas cosas y no podía dejar que algo insignificante como el sueño que estaba sintiendo le hiciera incumplir todo aquello que se hubo propuesto. Incluso había prometido confesársele al chico que le gustaba, si lo lograba. Había prometo decirle a Kim Jongin cuánto quería estar con él. Y podía ser algo estúpido y patético, sí, pero, por lo menos, eso lo motivaba más que todo lo demás. Sería un paso gigante para él, algo muy importante, y ese momento era una muy buena razón para hacerlo. Daba igual si lo terminaba aceptando o rechazando porque al menos lo habría intentado; habría tenido las agallas de encararlo.
Quizás pudiese llevarse algo bueno de toda esa situación, al fin y al cabo.
Kyungsoo pasó la lengua por su paladar. Tenía sed. Mucha. Y hambre. Y podía no ser un vagabundo que se estuviera muriendo de hambre de por vida porque ya no le quedaba opción, pero juraba sentirse como uno. Pensar en su comida favorita lo estaba matando lentamente por dentro y acordarse el sándwich que le había preparado su madre y que había dejado por terco e idiota lo hacía sentir miserable. Intentó recordar el motivo que lo había empujado a ir a esa horrible casa, en primer lugar. No se le vino nada a la mente. Quizás porque se encontraba demasiado, demasiado cansado como para también tener que pensar en aquello. Sus ojos habían comenzado a quemar por enésima vez en el día por tenerlos tanto tiempo abiertos y sin haber parpadeado casi nada, y ni siquiera dudó cuando llevó ambas manos a su rostro y se frotó sus irritadas y rojizas cuencas. El muñeco ya había alcanzado proporciones inimaginables, llegando a tener casi su misma estatura. Le habían comenzado a crecer orejas y más cabello, y uno de sus botones –el que estaba pegado a su cara afelpada– había cambiado de forma a una especie de canica marrón brillante. O eso es lo que podía distinguir el chico entre tanta oscuridad, aunque ya no estaba seguro de en qué creer, a aquellas instancias. Las manos del monstruo ya se veían más humanas, a comparación de la primera vez que las había visto, y sus pies iban lento, pero también habían comenzado a tomar forma. Su rostro se deformaba cada vez más y más (como si estuviera intentando llegar a algo), y el chico, al principio, no lo quería creer, pero aquella cosa estaba tratando de formar una cara humana también. Mientras que la cosa tenía los ojos cada vez más abiertos y la sonrisa básicamente agigantada, Kyungsoo sentía que ya no daba para más, ni para seguir mirando al frente, ni para hablar solo, ni para hacer nada. Era como si algo le estuviera robando las fuerzas a pasos lentos.
Y el chico rio de forma estúpida y desganada porque aquello sería como hacer trampa.
De pronto, se había escuchado un pequeño golpecito que había resonado por toda la silenciosa habitación. Había sido algo casi imperceptible, casi como un sueño, y el pequeño habría pensado que se había tratado de eso mismo de no ser porque habían vuelto a golpear. La segunda vez se había escuchado más fuerte, más real, y, como si la esperanza y la vida se le hubiera regresado al cuerpo, y sin dejar de mirar a la bestialidad que tenía enfrente, caminó hacia el lugar donde había escuchado el sonido y había apoyado el oído sin pensárselo dos veces. Alguien de la otra habitación –y a saber cuál era– se había molestado en golpear la pared, como si hubiera buscado despertarle antes de quedarse dormido. Y Kyungsoo, al sentir la emoción correrle por sus venas, sonrió apenas y golpeó suavemente en respuesta. Quizás nadie le fuera a contestar nuevamente, quizás nadie fuera a golpear, haciéndole saber que no estaba solo, pero, por lo menos, el creer que sí había alguien del otro lado lo ayudaba a distraerse de todo lo que sucedía a su alrededor.
Sin embargo, contra todo lo que había estado pensado, habían vuelto a golpear.
¿Alguno de los chicos estará del otro lado? ¿Qué habitación será aquella? ¿Quién será el que está golpeando? El chico se había sentido tan intrigado que incluso se había visto tentado a apartar la vista del muñeco diabólico. Quien fuera que estuviera del otro lado, definitivamente buscaba ayudarlo. No había otra explicación para aquello. Y quiso hacer lo mismo también.
Durante una cifra indefinida de tiempo, lo único que se había escuchado como eco en esa habitación oscura habían sido los golpes en la pared. Kyungsoo sabía que, con todo aquello, como mínimo habían pasado dos horas y media incesantes, pero el no tener un reloj para poder verificarlo lo ponía considerablemente histérico. Ni siquiera tenía idea si era de noche o de día. Ni siquiera recordaba el día que era aquel, ni la fecha. Como si se tratara de un largo período de vacaciones. Él recordaba que, cada año en esas fechas, se divertía tanto y estaba tan a gusto que perdía totalmente la noción del tiempo. Y podía ser que no fueran vacaciones precisamente, pero el sentimiento de confusión y pérdida era totalmente el mismo. La única y pequeña diferencia es que allí no era como si se estuviera divirtiendo. En lo más mínimo.
De repente, todo quedó en silencio.
Kyungsoo, al sentir el repentino cambio, arrugó la nariz y dio un par de golpes tentativos, buscando llamar la atención de la otra persona. Pero no había pasado nada. Y tuvo que golpear otra vez, pero más fuerte porque no estaba entendiendo nada.
— Uh... ¿hola? —soltó con voz ronca mientras pegaba la oreja a la pared todavía más. Sabía que nadie iba a contestarle desde la otra parte –había soltado aquello por pura inercia, de todas formas– pero, por lo menos, habría esperado los golpes de vuelta. Pero nunca llegaron. Nunca llegaron.
¿Habría pasado algo? El chico no lo sabía con certeza, pero estaba casi seguro de que sí.
Intentó golpear varias veces más, probando suerte, esperando a que alguien le contestase del otro lado. Y tragó duro porque, tal vez, aquello significaba que había vuelto a estar solo. Tal vez la otra persona no había podido lograrlo y se había terminado por quedar dormida. Tal vez, incluso, aquella persona ya no existiera más, a esas alturas. Respiró profundamente antes de frotarse el rostro. Deseaba poder haber hecho mucho más por su compañero. Deseaba poder haberlo salvado como el otro lo había hecho con él.
Resignado a estar solo lo que quedaba de tiempo, se levantó de su lugar y se arrastró hasta la cama matrimonial, dejándose caer de lleno sobre ésta. Le había quitado la vista al muñeco por un momento. El chico, por un segundo, se había olvidado de cuál era el objetivo de aquel juego desde un principio. Así que, con desgano, volvió la vista al frente y ni siquiera se asustó cuando había visto a la cosa sentada a su lado en la punta de la cama, viéndolo desde arriba. El rostro que tenía se había ido pareciendo más al de un ser humano decente y ya casi le podía distinguir la nariz y la forma de los labios. Aunque todavía estaba deforme.
Por lo que pudo ver de reojo, el monstruo había comenzado a pasar de una tela marrón gastada a tener un color rosado, que iba desde los pies hasta las caderas, y que, a lo mejor con un poco más de tiempo, terminaba siendo piel de verdad, mientras que su cabello había terminado de crecer por completo, haciéndosele terriblemente familiar al ojón. Tuvo miedo de siquiera pensar en caer dormido porque no quería ni imaginar lo que eso podría hacerle –ahora que estaba a su lado, junto a él, mirándolo; aguardando– mientras descansaba por fin de todo aquello.
Y lo intentó. Lo intentó con todas las fuerzas que le quedaban.
Pero no había sido suficiente porque había terminado cayendo sin remedio.
–
Kyungsoo soñó.
Soñó con música, soñó con un baile. Soñó que estaba feliz y que lo estaba tanto que no podía dejar de bailar.
Soñó con Jongin, soñó con su sonrisa, soñó con que le estaba tendiendo la mano. Soñó que guiaba su cuerpo mientras danzaban al compás de la música, la cual no podía distinguir demasiado de cuál se trataba.
Soñó con un beso. Soñó que volaba. Soñó que le decían que sí.
Soñó que era libre y feliz por fin.
Luego todo se volvió oscuro.
El chico no supo qué diablos pasó; por qué se encontraba ahora solo en medio de una nada totalmente negra, fría y vacía. Y tuvo miedo porque, por más que quisiera correr, por más que quisiera gritar, había un algo que le impedía hacerlo. Ni siquiera podía oír sus pensamientos. Ni siquiera podía pensar.
De pronto, once cuerpos aparecieron tendidos en el suelo.
Kyungsoo los había reconocido enseguida. Se trataba de todo su grupo de amigos, que ahora, por algún extraño casual, se encontraban inconscientes junto a él. Estuvo tentado a hablarles, a sacudirlos, a decirles que despertaran con urgencia; que algo malo les pasaría si no lo hacían.
Hasta que se hubo dado cuenta de que él también se encontraba tendido junto a ellos.
No podía moverse, eso era cierto. Pero definitivamente no estaba inconsciente ni dormido. Él podía ver todo, incluso lo que no debería de poder. Y lo hacía tan claro que hasta le daba ira el no poder ni hablar, ni moverse para hacer algo al respecto.
Por eso, cuando había visto que un anciano huesudo y con olor insoportable a azufre había aparecido frente a uno de los cuerpos, sólo había podido apretar los puños y quedarse quieto. Muy quieto. Porque tenía un aspecto horrible, un olor insufrible y al chico le daba escalofríos el sólo verlo andar. Y lo peor de todo aquello era que su cabeza, que era lo único que parecía poder moverse con libertad absoluta, lo seguía por sí sola, sin su consentimiento. Como si algo lo estuviese forzando a ver.
Fue entonces cuando el sueño había pasado a ser pesadilla.
El anciano, que había estado parado frente a uno de sus amigos por un tiempo considerable, se había inclinado, había tomado del cuello al chico con una fuerza que no era ni medio normal, y había inhalado profundamente. Al principio, el chico no supo qué había sido aquello ni qué quería lograr con eso. Pero luego, cuando había visto que el cuerpo había comenzado a verse pálido y arrugado, y su amigo había pasado de verse joven a verse como un cuerpo marchito, como si estuviera muerto, todo él con la piel grisácea, cuerpo arrugado y sumamente delgado, ojos blancos y pelo sin color, cayéndosele a medida que el anciano lo iba agitando, Kyungsoo tuvo deseos de gritar. De gritar mucho. Mientras el viejo se acercaba cada vez más y más, y succionaba la vida de sus amigos sin piedad alguna, dejándolos secos, vacíos, sin nada.
Cuando el anciano había llegado a Kim Jongin, el pequeño quiso poder tirársele encima.
Sin poder hacer absolutamente nada más que ver cómo todo pasaba frente a sus narices, el viejo succionó la vida del chico moreno, dejándolo totalmente irreconocible a sus ojos. Y Kyungsoo quiso arrastrarse hasta su lado y abrazarlo, pero su maldito cuerpo no hacía ningún esfuerzo por moverse. Sólo pudo atinar a llorar. Dejar las lágrimas correr por sus mejillas mientras veía cómo el cuerpo del que había sido alguna vez el chico que más le había gustado en toda su vida era arrojado con brusquedad lejos de él, justo en la cima de la pila de cuerpos muertos como si fuera algo que ya no sirviera más.
El anciano lo miró de pronto y luego emprendió el camino hacia donde estaba.
Fue ahí cuando sus pensamientos comenzaron a lloverle de golpe.
"No. No venga hacia aquí. Yo no. No dejaré que me haga nada. No voy a permitir que me haga nada"
El hombre lo había tomado del cuello y lo había mirado fijamente. Luego abrió la boca, dejando escapar un olor a azufre de mil demonios, y se acercó a su rostro sin pensárselo dos veces. Kyungsoo quiso agitarse, quiso gritar, quiso apartarlo, pero nada le salía. Quiso poder dejar de llorar y mirarlo con odio, pero su cuerpo no respondía. Estaba perdido.
"No, no, no. Por favor. Tiene que ser un error. ¡Yo estoy vivo! ¡ESTOY VIVO!"
Todo había vuelto a ser negro.
Cuando el chico abrió los ojos, se dio cuenta de que se encontraba tirado en medio de ningún lugar, sin ropa, sin los cuerpos de sus amigos y sin el anciano queriendo succionar su vida. No entendía qué diablos estaba sucediendo, no sabía dónde demonios estaba, pero, cuando había puesto sus ojos al frente, lo había visto.
Kim Jongin estaba sentado delante suyo, sonriéndole.
El pequeño sintió su corazón bombear más rápido que nunca, e iba a abrir la boca para gritar de felicidad al ver que, por lo menos, él se había salvado. Pero cuando quiso hacerlo, todo intento había sido en vano.
Jongin sonrió grande y luego se rio.
De él.
Kyungsoo puso una expresión en blanco.
Aquel no era Kim Jongin.
— Veo que ya te diste cuenta.
Esa cosa... se había robado el cuerpo del moreno.
— Eres tan acosador que te diste cuenta a la primera, ¿no es así? —se mofó, cruzándose de brazos con simpleza—. Pero no importa. Ahora tienes a tu amado frente tuyo. ¿No era eso lo que querías? ¿No quieres besarle la cara?
El chico sintió hervir su sangre.
— Ni siquiera fuiste capaz de hacer algo por él. Tan acosador que has salido y no te habías dado cuenta nunca de que había sido él el de los golpes. ¿No te parece divertido? Por lo menos, se dio cuenta de tu presencia antes de morir.
Ahora Kyungsoo quería tirársele encima de la rabia y estaba a dos segundos de hacerlo.
Pero no pudo.
El moreno rio.
— Mírate. ¡Ni siquiera eres capaz de golpearme sólo por tener la cara de Kim Jongin! Eres tan patético —se limpió una lágrima luego de haberse reído en su rostro, y se inclinó frente a él hasta estar a centímetros suyo—. Pero me gustas. Me diviertes. Eres demasiado manipulable.
El aludido lo miró sin entender nada y quiso contestar, pero nuevamente no pudo.
— No te molestes en intentar contestar. Tienes un poco cosida la boca —dijo como si fuera algo normal y estiró su boca de oreja a oreja en una sonrisa escalofriante—. Estarás contento, supongo. Has logrado pasar la prueba de valor.
Kyungsoo se quedó quieto en su lugar.
— Pero ahora te propondré algo más divertido que eso —continuó el otro, sin prestarle demasiada atención—. Tus pesadillas hechas realidad. Una prueba de cordura.
–
La puerta había sido derribada, haciéndolo despertar de su ensoñación.
— ¡Hay alguien aquí!
Cuando se hubo dado cuenta, una gran cantidad de policías habían ingresado a la habitación en estampida con linternas y armas apuntando al frente. La luz le había pegado de golpe, cegándolo por un momento, y casi le dolió en el alma porque aún tenía los ojos sensibles.
Los policías inspeccionaron la habitación como si se tratara de una celda para recluso, buscando algo bajo la cama, dentro de los armarios, bajo las mantas blancas que cubrían los viejos muebles. Luego los había oído decir que lo sacaran de allí y el chico no pudo estar más feliz, más aliviado, pero, a su vez, más afligido. Y quiso preguntarles dónde estaban los demás, si los habían encontrado o si todavía no los habían buscado, pero sentía que no tenía fuerzas ni para hablar. El hambre se le había ido de repente, por muy extraño que sonara aquello, y el sueño se había esfumado junto a él. Como si no sintiera absolutamente nada. Y no le había gustado.
Cuando había visto a su cuerpo siendo transportado por fin, miró la escena extrañado.
Qué raro.
¿Cómo era que él podía verse a sí mismo, como si se tratara de otra persona?
Cuando quiso rascarse la cabeza en señal de confusión, no sintió nada. Cuando quiso moverse del lugar en donde estaba sentado, no pudo hacerlo. Cuando quiso abrir la boca para decir algo, nada en su rostro se había movido.
Más bien, no había dejado de sonreír en todo ese tiempo.
Sin saber qué diablos estaba pasando con él, recorrió con la vista la habitación que había sido abandonada por todo ser humano. Y, si bien ya no se parecía a la otra horrible en la que había estado anteriormente, su cuarto, no importaba cuánto lo mirara, también se le hacía extraño.
Hasta que vio lo que había escrito en el cuaderno frente suyo.
Y recordó. Y no sintió nada más que su sonrisa de oreja a oreja.
Aquello ya no era una prueba de valor, era una prueba de cordura.
...
La prueba de cordura empieza, Kyungsoo.
Puede que tengas otro tipo de visión, y puede que no te guste al principio, pero te acostumbrarás. Lo hiciste antes, ¿no es así? Será fácil para ti.
No te preocupes, el juego será el mismo. Tendrá la misma mecánica. Ya sabes, cuarto oscuro, encierro y veinticuatro horas de agonía lenta.
Lo único diferente es que ahora te tocará a ti estar del otro lado. Esa será tu ventaja y tu única buena noticia. Sólo asegúrate de no olvidar qué es real y qué no.
Prometo que ésta vez será divertido para ambos.
Y recuerda: nunca dejes de verlo. Él siempre tiene ganas de jugar.
☁
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