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Un día, no recuerdo exactamente la fecha, el señor Kim accedido a que unos científicos trabajaran en sus terrenos para experimentar con la tierra, su objetivo era volver los campos más fértiles para producir mejores alimentos, ahí fue donde lo conocí. Mi hermosa perdición.

Jeon Jungkook ,vestía elegantemente un traje negro sastre, perfectamente planchado, que combinaba con su cabello azabache, por encima de sus hombros colgaba una bata blanca que le llegaba por debajo de las rodillas y lucia unos zapatos de charol negros pulidos que brillaban más que mi cara llena de sudor o como algunos dicen por ahí, más que mi futuro.

Todos aquellos hombres que le acompañaron se veían guapos y elegantes, pero Jeon destacaba sobre ellos, su elegancia, su porte, su rostro y madurez. El hombre perfecto para un mortal como yo lo que hacía que los demás científicos se miraran insignificantes a su lado.

Tímidamente los salude y seguí con mi trabajo, que consistía en ordeñar a motita, así había llamado a mi vaca favorita propiedad del señor Kim. La vaca tan gorda como podía, pelirroja y con los ojos tan grandes como dos pozos profundos, para ella yo era solo era un humano, para mi ella era mi amiga quien escuchaba mis dramas y nunca me sermoneaba.

Pero eso no era importante, no, yo... capte a Jeon Jungkook mirándome por lo que no dude y le sonreí con ganas. Ahora que lo medito mi actitud parecía la de un colegial enamorado.

La voz de Jeon era suave y cálida, cuando hablaba te hechizaba y también sabía cantar muy bien; lo supe después de unos días, cuando mi jefe organizó una fogata en su campo y me invitó a quedarme para cenar las costillas que habían preparado, esa noche Jungkook cantó una canción en inglés mientras tocaba la guitarra. Entonces el hombre perfecto se hizo aún más perfecto. Después de dos semanas, di mi primer beso. Bueno él me lo dio a mí.

Se acercó a este ingenuo chico, diciéndome que yo era hermoso, más hermoso que las estrellas, que sabía que él me gustaba, que mis miradas hacia él me delataban pero lo más increíble fue su confesión, donde me aclaro que yo no le era indiferente. Entonces volvimos a besarnos con ganas, yo rodeé su cuello y él mi cintura apretando mi cuerpo con el suyo.

Esa vez ni siquiera me importó si la gorda de motita nos veía, ella no podía regañarme y yo era inmensamente feliz.

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