prólogo
Un cosquilleo incesante se ha adueñado de mi cuerpo a partir de la cuchilla filosa del patín raspando sobre el hielo antes liso de la pista, líneas yendo y viniendo de todas direcciones se dibujan en toda el área de suelo sobre el que me esfuerzo por mantener en pie a medida que la inquietud se agolpa en mi interior como mil mariposillas revoloteando en descontrol por dentro de mi piel.
¿Puedo ser más dramática? Cuando Hoseok ingresa en la pista de patinaje dominando con presteza las piezas mortales que sostienen sus musculosas y alargadas piernas y mientras mi corazón da un vuelco preocupante dentro en mi interior, decido que sí, dentro de mí siempre va a haber un espacio más para el drama.
En realidad no debe caber en mi cuerpo, aunque ¿Es correcto que el drama tenga tamaño? Suena tontísimo cuando lo pienso, pero parece ser más bien este que me rodea, o que, por limitado que mi cerebro pudiera sentirse dentro de mí cabeza de tamaño promedio, la magnitud de lo que este abarca excede los límites físicos, lo que provoca mi mera existencia carece tanto de fronteras que sería capaz de rodear la tierra como un manto de nubes grises bien cargadas de una lluvia de ideas desastrosas.
Mi cerebro alberga en su mayoría ideas desastrosas, el haber accedido a esta salida grupal el viernes pasado es una de ellas. Fue cuando Hyelin alzó la voz para hacer su propuesta en el local de comida chatarra. Quién sabe cuáles fueron las grandes buenas razones de la Yeri de ese entonces al aceptar, porque ahora no encuentro beneficio alguno a esta farsa, por más que Hoseok deslumbre a todo ser humano en la pista como siempre ha sido capaz de hacer. Tal vez la borrachera alegre que provoca en mí consumir grasas dañinas difuminó en mi cerebro toda desventaja que pudiera resultar de esta penosa reunión de amigos, y me insensibilizó acerca de los miedos que ahora me veo obligada a afrontar.
Tal vez Hoseok influyó, con su sonrisa deslumbrante y acorazonada de labios rojizos. “Yeri, ¿Saliendo con nosotros? Sería una grata sorpresa que accediera” si estaba desbordando su habitual sarcasmo cuando se trata de hablar de mí, ahora no puedo saberlo porque en ese instante mi interior se había sacudido por presenciar la manera en que sus labios se torcieron en la forma de mi nombre, como si las sílabas “Ye-ri” dichas por su boca supiesen a caramelo.
Las horas siguientes nadé en un mar de fantasías románticas infantiles que protagonicé junto a él porque era entretenido y aliviaba mi corazón pesado de sentimientos unilaterales.
Eso y los ojos resplandecientes de ilusión en mis padres cuando se los mencioné días después, tenía una esperanza pequeña de que se negaran. Tristemente no fue así, y mi padre se ofreció a comprarme todo lo necesario e innecesario para el plan de amigos que ya no me generó ilusión ayer comprando junto a él unos patines y setenta elementos de protección para el patinaje sobre hielo, aún menos esta mañana cuando salí del auto con ellos bien repartidos por todo mi cuerpo.
Ellos habían deseado criar una niña de casa, y les salió tan bien que a mis dieciocho años le tenía terror al exterior. Ahora buscan como sea posible sacarme a conocer un poco del mundo.
—Eh, Tronca.
Revoloteo mis pestañas, saliendo al fin de mis absurdísimos pensamientos para observar al portador de esa ofensiva voz.
Min Yoongi está de pie a unos metros de mí bien sostenido por un par patines incómodos a la vista. Sus brazos están cruzados mientras me observa con ofensiva desaprobación.
—¿Vienes a una pista de patinaje a estarte quieta?
Ligeramente fastidiada, a la vez que algo divertida, le muestro mi lengua y volteo, me empeño en huir con deslizamientos endebles por el borde de la pista, dónde los barandales me ayudan mantener penoso equilibrio sobre el hielo. Patético.
Una risa nasal se escucha cuando él me pasa por el lado con deslizamientos gráciles y bien ejecutados, burlando mis nulas capacidades. Hoseok después me pasa por el lado y trato de no lucir tan penosa como me siento en medio de toda la gente normal, él lo ignora por completo y yo me hundo en la vergüenza mientras miro con mala cara a mis manos cobardes aferradas al hierro.
La próxima que se me acerca sonríe un poco.
—Quizá si te sueltas de los barandales, puedas, no sé… patinar.
Es burlón pero comprendo que sólo me quiere brindar algo de ánimo antes de alejarse velozmente.
A continuación, en un arranque de valentía que probablemente nunca más experimentaré, me suelto de los barandales y agarro impulso con optimismo, deslizándome por el hielo con la adrenalina tapándome los oídos a la vista de una que otra persona a mi alrededor, con una sonrisa formándose temerosa en mis labios, parece que tengo el control y siento la emoción ascender a medida que avanzo, agarrando velocidad. Entonces cuando me acerco a un borde dónde será necesario dar la vuelta para continuar, pierdo el equilibrio patosamente, viendo el mundo torcerse ante mis ojos las veces en las que procuro volver al equilibrio inicial y luego aterrizo de espaldas con un estruendo sobre el suelo de la pista.
Me siento como la protagonista desdichada de una comedia deprimente o algo parecido cuando las náuseas me golpean y mi vista se oscurece, los sonidos comienzan a llegar amortiguados a mis oídos.
—¡Yeri! —una voz femenina.
Quiero atender al llamado y ponerme en pie para huir avergonzada, pero me quedo dormida inexplicablemente sobre el suelo de la pista. Percibiendo por último cómo una mano fuerte me toma del pie, arrastrando mi cuerpo aletargado por el suelo de hielo.
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