9. Marioneta
https://youtu.be/z0oZ40vJ1v0
El viento silbó en algún lugar del techo de la mansión De Larivière como si el silencio gimiese de dolor.
Charis permaneció aprisionada entre la baranda de galería y Daniel, quien hacía esfuerzos sobrehumanos por sostenerle la mirada, con el rostro arrebolado y el ceño tembloroso tras su confesión.
—Te amo, Charis... —dijo en un jadeo, y dio un par de pasos en pos de ella—. Yo... te he amado desde siempre.
Si hubiese podido traspasar la baranda con su cuerpo, estaba segura de que hubiese caído, y entonces desearía que los arbustos en el zócalo del balcón se la tragasen como a Alicia en busca de un conejillo blanco, hacia un sitio nuevo y diferente, lejos de allí.
En lugar de eso afianzó los dedos a la piedra y tensó los labios en una línea rígida, contemplando a Daniel.
Este se acercó con cautela.
—No necesito oír que sientes lo mismo. Sé que no lo haces —reconoció—. Pero también sé... que puedes llegar a hacerlo. Con el tiempo. Si solo me dieras la oportunidad de mostrarte... cuán feliz te puedo hacer.
Ella exhaló discretamente. Lo sabía. No necesitaba que Daniel se lo probase. Y era aquello lo que le resultaba más doloroso.
Antes de darse cuenta lo tuvo en frente, afianzando sus hombros con delicadeza, y aun así era perceptible en el tremor de sus manos una desesperación tortuosa.
—Él nunca podrá quererte como mereces que lo hagan. Nunca te dará lo que necesitas.
Aquello remplazó su aflicción rápidamente por una feroz suspicacia. Clavó su mirada en la de Daniel y lo indagó con ella. Omitió preguntarle a quién se refería; era obvio.
—¿Y qué es lo que necesito? —inquirió en cambio.
—Sabes exactamente de lo que hablo... —Daniel habló tan cerca de su oído que pudo sentir su aliento raspando su piel. Acarició su mejilla con los nudillos y ella se estremeció con la mandíbula apretada—. Él no será nunca un amante tierno. Tampoco un esposo atento. Menos aún... un padre. Porque ese no es él; no está en su naturaleza. Y tú no perteneces a su mundo. A este mundo frío, marcado por la muerte y tan lleno de sombras. Apagarían tu luz rápidamente... Mereces una vida hermosa. Un futuro brillante y feliz. Una familia que-...
Charis situó una mano contra su pecho y lo alejó:
—Una gran familia feliz es tu sueño; no el mío.
El rostro de él se congeló y luego se torció con decepción.
—¿Qué deseas entonces? ¿Esta vida llena de incertidumbre? —Abrió los brazos a los costados de su cuerpo—. Un día te hará sentir como una princesa de cuentos, como hace unos instantes, cuando danzaban juntos, y al día siguiente te tratará con frialdad sin explicación alguna. Un momento estará a tu lado, haciéndote creer que eres lo más importante en su vida, y después habrá desaparecido. Y tú lo dejarás todo por ir en su búsqueda cada vez.
—Eso no lo sabes...
—Lo sé; porque lo he visto. Dime, ¡¿es eso lo que quieres?!
De sostenerlo a una distancia segura, Charis pasó a empujarlo para alejarlo de sí y lo contempló con furia:
—Para empezar, no necesito nada de lo que él, tú, ni nadie tenga para darme. En cuanto a lo que deseo para mi propia vida... no presumas de saberlo tú mejor que yo, porque ni siquiera yo lo sé. —Se encogió de hombros con honestidad—. Lo averiguaré algún día, supongo... Y cuando lo sepa, yo misma lo buscaré para mí; y te aseguro que lo conseguiré. Después seré yo quien decida con quien compartirlo.
Él pestañeó lentamente, sin dejar de contemplarla. Parecía profundamente herido, pero ella no dio pie atrás.
—Te adoro, Daniel. Con mi vida —dijo sincera—. Pero no del modo en que esperas que lo haga.
Daniel lo reflexionó en un silencio adolorido. Después dio una cabeceada y se dio un cuarto de vuelta, listo para marcharse. Se detuvo por un instante antes de terminar de voltear.
—Mañana regreso a Sansnom —le reveló de pronto—. Solo quería que lo supieras. Eres libre de hacer como plazcas.
Charis asintió. No creyó que tuviera el derecho de sentirse herida por su decisión tan abrupta, sin considerarla. Quizá fuera lo mejor.
—No te pediré que te quedes por mí...
—No esperaba que lo hicieras. Y lo lamento... Como dije... te amo, Charis. —Oírle decirlo otra vez le provocó una aguda punzada en el pecho—. Pero no me quedaré a ver cómo resulta esto para ti. Porque no terminará bien... y yo no resistiré verlo sabiendo que no pude cambiar el resultado. —Antes de marcharse, se detuvo una última vez, dándole la espalda—. No te quedes... aquí afuera en el frío por mucho tiempo.
Después de que Daniel se fue, ella se apartó hacia un extremo alejado de la baranda, en donde la luz no alcanzaba, y miró hacia el jardín donde ya no quedaba rastro de una boda; solo el césped solitario.
Se apoyó allí intentando asimilarlo todo.
Daniel no tenía que probarle nada... De algún modo siempre había sabido que podría ser feliz a su lado, porque ya lo era. O al menos, solía serlo antes de que todo se torciera. ¿Cuándo había sido la última vez que se sintió cómoda y a salvo junto a él? Cuando no existía esa incomodidad latente en el aire; la tensión de palabras sin decirse y de pensamientos intrigantes.
Pero, aún si pudiesen volver a esos días, el solo intentar imaginarlo como algo más la hacía sentir atrapada en una mentira frágil, con el potencial de destruir lo único que quedaba en su vida que era una certeza: la amistad de Daniel. Pero, de otro modo, ¿podría continuar con esa amistad después de su confesión? ¿Qué diferencia hacía, cuando ella lo había sabido desde un inicio?
Se sintió egoísta de haber llegado hasta allí fingiendo ignorarlo por completo. Si hubiese sido honesta en cuanto distinguió las primeras señales quizá hubiese podido frenar a tiempo el curso de las cosas cuando aún era posible enmendarlas. Una vez más, por huir a los problemas en vez de afrontarlos, los había dejado avanzar hasta ese punto de no retorno.
El frío la hizo temblar, pero era demasiado pronto para entrar. No se veía capaz de afrontar a las personas, la música y a las caras amigables otra vez con sus decaídos ánimos. Hubiese querido salir huyendo de allí, pero no podía hacer un desaire como ese a Sam.
Volvió a escuchar movimiento detrás de ella, pero no había oído la puerta, por lo que la sorpresa la sobresaltó por un momento antes de empezar a sentirse irritada.
—Iré enseguida. Sólo déjame tomar algo de aire, ¿puedo?
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No obtuvo una respuesta, y se viró bruscamente esperando ver a Daniel. En cambio se encontró con una figura mucho más menuda en la oscuridad, observándola con ojos grandes y confusos.
—Jess...
De su cabello cuidadosamente peinado no quedaba nada sino el remolino caótico que era de costumbre. La corbata había desaparecido y tenía los primeros tres botones de la camisa desechos.
—¿En dónde está tu pajarita?
Jesse desvió la mirada, avergonzado.
—La perdí.
—¿Cómo pierdes algo que va en tu cue-...? Ahhh... —movió la cabeza, inclinada hacia el balcón.
—¿Qué... haces tú aquí afuera? —inquirió él con inocencia.
—Podría preguntarte lo mismo.
—Me escapé.
—¿De otra pretendienta? —bromeó Charis con tristeza y se volvió a la baranda—. ¿Qué tenía de malo la chica que estaba con tu abuelo? Era guapa. —Jesse se encogió de hombros—. Oh, por favor. Lo era. Quizá necesites nuevos lentes.
—N-no-... Sí-... digo-... ¿Supongo?... Era bonita, pero... no la conozco en absoluto.
—Podrías conocerla. Cualquier hombre normal querría.
Poco después, escuchó a Jesse acercarse y detenerse junto a ella. Echó los brazos cruzados sobre la baranda de piedra.
—No soy normal. Pensé que ya lo habíamos establecido.
Charis no se atrevió a mirarlo. No pudo hacer otra cosa que sonreír para intentar cubrir su humor oscuro.
—¿Siguen sin interesarte las mujeres? —Su silencio dio más lugar a dudas que si hubiese dado una respuesta, aún si fuera negativa. No se halló lista para oírla y cambió rápidamente el tema; sin embargo hizo una pregunta todavía peor—. Jesse... ¿te ves siendo padre algún día?
Pese a lo extraño de su pregunta, él lo pensó un momento y respondió sin cuestionarlo:
—No lo creo... No creo que sería un buen padre. Ni siquiera... creo que fuera un buen esposo.
Le ofuscó oír salir de su boca las mismas palabras de Daniel. Pero Jesse tenía una peor idea de sí mismo que cualquier otra persona... Y estaba, al mismo tiempo, igual de equivocado que todos los demás.
—¿Por qué piensas eso?
—Llevo demasiado equipaje emocional conmigo.
—Todos lo hacemos. No seas modesto; si lo quisieras... serías un gran padre. Y un gran esposo.
Aunque afuera el tiempo parecía haberse detenido, dentro la fiesta continuaba imperturbable como si nada. La gente reía, bailaba y bebía sin preocuparse, sin reparar en dos caras ausentes. Al menos Charis estaba segura de que nadie la buscaba a ella. Pero imaginaba que todos querrían saber en dónde se había metido el codiciado nieto soltero de Monsieur De Larivière. ¿Quién sería la afortunada en entrar en esa familia? O la desafortunada.
El frío ya comenzaba a resultar difícil de ignorar; pero era más fácil hacerlo que a las miradas acusadoras y a los murmullos.
—¿Quieres volver adentro? —preguntó Charis.
—La verdad no.
—Yo tampoco....
Sintió sobre sí la mirada de Jesse:
—¿De qué escapas tú?
—De todo. Quizá... de la realidad.
Su mano larga apareció ante ella y Charis la contempló antes de decidirse a tomarla, sin saber qué significaba, buscando una pista en los ojos de Jesse:
—En ese caso... ven conmigo —le dijo él.
—¿A dónde?
—Tengo el sitio perfecto para eso.
***
https://youtu.be/9JvIY6NT4_8
Un cuarto polvoriento era la última cosa que Charis imaginó cuando Jesse prometió llevarla a un sitio especial. Había visto tanto esplendor en aquella casa solo las últimas horas que no imaginaba nada que desentonase. En cambio se encontró dando vueltas por una habitación enorme que lucía como si hubiese sido abandonada hacía años. Sin embargo, el lugar parecía apacible y ya no podía escucharse la música proveniente del salón.
—Solía venir aquí cuando me escapaba de Monsieur. De... mi realidad. Aquí nadie me buscaba.
—No imagino por qué —ironizó ella.
Notó que estaba repleto de cosas cubiertas por lonas, armarios cerrados y cajas selladas
—¿Qué son todas estas cosas?
No imaginaba que alguien con tanto dinero tuviera ninguna clase de interés en conservar cosas viejas pudiendo tan solo renovarlas. Cada semana, si quisiera.
La cama doble con dosel que vio al fondo del cuarto le indicó que se trataba de un dormitorio. Era la única parte del cuarto que parecía estar viva. Las colchas estaban un poco arrebujadas, como si alguien hubiese dormido en ellas recientemente, y era, junto con un viejo estéreo, las únicas que no estaban cubiertas por una lona.
Jesse se mordió los finos labios antes de responder.
—Este era el cuarto de mi madre. No se ha movido nada. Bueno, quizá yo haya movido un par de cosas —dijo, estirando torpemente las colchas de la cama—. Pero casi todo sigue igual. El estéreo todavía funciona. Y... hay algo aquí que creo... que te gustará.
Jesse tomó un par de CDs de encima del estéreo y los revisó uno a uno. Charis destapó con cuidado un cuadro junto al mismo.
Reconoció enseguida a la hermosa mujer del retrato; con el cabello atado a un lado y el delgado cuerpo ceñido por un vestido lustroso de mangas aglobadas. Era una pintura. El rojo de su vestido, el mismo de sus labios, resaltaba el blanco de su piel y el negro de su cabello. La princesa Blancanieves en persona.
—Eres idéntico a ella.
—La gente... suele decirlo —masculló él, pero no parecía en absoluto halagado con ello. Charis advirtió cierto disgusto en su tono.
Contempló la pintura por algunos instantes más. A pesar de su belleza intimidante, su rostro era amable y maternal, ya fuera que hubiese sido pintada antes o después de convertirse en madre.
—Me hubiese gustado conocerla...
Jesse sonrió por una comisura, sin mirarla y sus ojos se suavizaron cuando suspiró.
—Se hubiesen llevado bien. O... quizás no. Nunca te lo he dicho, creo... pero a veces me recuerdas un poco a ella.
—¡¿De verdad?!
—Tu temperamento es ligeramente mejor que el suyo.
Charis recordó las palabras de Sam. «Una Fierecilla».
Después, Jesse colocó un CD en el estéreo. Una hermosa melodía de piano inundó la habitación. Charis se viró, maravillada.
—Qué canción tan bella. Nunca la había escuchado, ¿quién es el autor?
—Mi mamá. Es una de las canciones que ella misma compuso y que grabó.
—Es maravillosa...
Jesse fue a sentarse sobre la cama y la invitó a ocupar el sitio junto a él. Pero él se levantó poco después, casi de un salto:
—¿Quieres algo de beber?
Charis enarcó las cejas:
—¿Escondes licor aquí, Torrance.
—A veces... Luk y yo tomamos un trago en este sitio. Es el único que sabe en dónde me escondo. —Fue hasta el sitio detrás del estéreo y de allí sacó algo que trajo con él de regreso frente a Charis—. No sé si te guste... Quizá demasiado dulce.
Jesse le mostró una botella de un lustroso marrón chocolate.
—Creme de cacao. —Charis disimuló una sonrisa.
https://youtu.be/_ZDDGwFXYE4
Él asintió avergonzado. Debajo de la cama sacó una caja elegante de seis copas. Faltaban dos, y él sacó otras nuevas y las limpió con el pañuelo del bolsillo del pecho de su traje para quitarles el polvo.
Después las llenó a la mitad y le entregó una a Charis.
Ella la recibió con cuidado. Antes de darle el primer sorbo olfateó el intenso olor a chocolate, el cual bastó para hacerla sentir embriagada. Después probó el licor y el sobrecogedor sabor a cacao inundó su lengua junto con el calor del alcohol.
—Es dulce... Pero está sabroso. Sabe un poco a café y caramelo. ¿Así que bebes esto con Luk?
—Él prefiere su petaca de whiskey.
—El que me sorprende eres tú. De todas las cosas, la bebida como mecanismo de defensa...
Jesse le dio un trago a su copa:
—No estoy orgulloso de ello. Mi madre lo estaría aún menos —dijo con los ojos en el cuadro—. Pero ella... ya no está, así que...
Charis omitió seguir infiriendo en eso y le dio otro trago a su copa, a la vez que él vació la mitad de la misma. Al final agrió ligeramente el gesto y removió el licor restante en círculos.
—¿Por qué lo escondes, tu abuelo no aprueba que bebas?
—No es que le importe; más bien... él preferiría que tomara otra cosa.
—Pero no te gusta el vino.
—Lo odio... A menos que sea vino de postre.
—Recuerdo la primera vez que te serví vino, en la casa de Daniel. Fue como si te estuviese ofreciendo una rata muerta.
Jesse escondió una sonrisa en el borde de su copa y le dio un trago, Charis se rio abiertamente. Parecía tan lejano ahora...
—Debía parecerte muy raro. Bueno... más todavía.
—Un poco. Pero más que eso... pensé que eras terriblemente tímido. Nunca tuviste demasiado trato con otras personas... ¿verdad?
Él negó:
—Antes de irme de aquí, nunca interactué con nadie más, salvo con mi familia, los trabajadores de mi abuelo y mis maestros. Nunca asistí a un colegio, ni nada parecido. No sabía cómo tratar con las personas. En especial... con las mujeres.
—¿Nunca hablaste con una chica? Además de Sam, Madame y tu madre.
Él negó y terminó su copa.
—Jamás. Eran como... criaturas extrañas para mí.
Charis se inclinó sobre sus propias rodillas para mirarlo.
—¿Qué pensaste de mí, cuando me conociste?
—Que eras la más extraña de todas.
—Oh, vamos... ¿En serio?
Jesse negó divertido:
—Pensé que no eras nada como Daniel te había descrito. Eso fue al principio. No sabía qué esperar... no te vi venir, la verdad. Daniel solo dijo que quería que conociera a alguien. Me habló un poco de ti... y luego chocamos por ese pasillo.
Charis sonrió al recordarlo y terminó su propia copa.
Estuvieron algún tiempo en silencio, solo apreciando la música. Charis observó los alrededores. Todo en penumbras, inundado de un ambiente gélido, suelos y superficies polvorientas...
Quizá ese sitio sí era del estilo de Jesse después de todo.
—Jess, de todos los lugares... ¿por qué una morgue? —Aunque no lo pensó demasiado a la hora de preguntárselo, sintió que era algo que había querido saber hacía mucho.
Jesse se apoyó sobre sus rodillas y jugueteó con la copa vacía.
—No es que lo haya decidido. La oportunidad de trabajar en la morgue del Saint John solo se presentó, y la tomé.
—Pero... ¿por qué quedarte allí? Después de lo que ocurrió con tu familia; siendo algo tan reciente...
https://youtu.be/c9xy6HQH6VU
En ese punto, Jesse se tomó una pausa más larga que cualquiera de las anteriores. Charis estuvo a punto de retractarse de su pregunta, pero él se adelantó:
—No vi los cuerpos de mi familia después de que murieron —comenzó, sin rodeos—. No sé cómo lucían al momento de ser exhumados... de manera que, aun cuando veía los restos de cientos de personas desconocidas cada día, no podía pensar en ellos de ese modo; pues no guardaba ningún recuerdo similar.
»Me atrapé algunas veces intentando con todas mis fuerzas imaginarlos. Y entonces... me obsesioné con ello. Pensaba que si trabajaba allí el tiempo suficiente, eventualmente podría reconciliarme con la idea de la muerte; que podría resignarme y poner el punto final...
»Pero eso jamás ocurrió. A veces pienso... que es porque en el fondo prefería creer en una fantasía. Una en donde estuvieran viviendo lejos y felices, a salvo, como una familia normal... Quizá con una versión diferente de mí. Una... que no estuviese condenada. Es lo que hubiese deseado para ellos...
»Su muerte todavía parece algo irreal; como un sueño desagradable. Todo pasó tan rápido... que no había podido asimilarlo cuando terminó. Nunca hubo un cierre a ese capítulo de mi vida. No pude asistir a su sepelio; tampoco es como si hubiese tenido una tumba que visitar en Sansnom.
Charis reunió la entereza suficiente para hablar a través de su garganta constreñida por la amenaza de los sollozos.
—¿En dónde están sepultados?
—Aquí en Montreal. Mamá y Vivienne está en el panteón de mi familia. Mi papá... en una tumba ordinaria, en otro cementerio.
—¡¿Por qué?!
—Monsieur no consintió que ocupase lugar en el panteón familiar. Es... un poco triste si lo pienso. Lucharon tanto para mantenerse juntos, pese a todo... y al final Monsieur logró lo que quería y los separó para siempre.
—Es horrible... —Charis extendió su mano y tomó la suya, que descansaba sobre su pierna—. Lo siento. No debí preguntar algo así. En un momento como este...
—Descuida. Contarlo a alguien quizá me ayude a poner las cosas en perspectiva. Quizá... me anime a visitarlos finalmente.
—¿Aún no has ido? —Jesse negó— ¿Por qué?
—No sé qué vaya a pasar cuando lo haga. He estado por tanto tiempo huyendo de esa realidad... que es probable que hacerlo lo cambie todo. No quiero ir solo... Pero tampoco querría someter a ese suplicio a Sam o a Madame. Y Luk... Digamos que no es la persona a la que querrías al lado en un momento así. Es tan emocionalmente inepto como yo.
Charis le quitó la copa vacía y dejó ambas en el suelo. Después estrechó sus dos manos en la suyas con una resolución.
—Entonces vamos juntos. Cuando estés listo, házmelo saber, y yo iré contigo.
Él la contempló agradecido y asintió, con apenas un esbozo de sonrisa. Sus ojos se quedaron prendados en los suyos por otro instante.
—Charis... dijiste una vez que querías estudiar.
—Supongo que te dije eso. No esperaba que lo recordaras.
—Hazlo —dijo él de pronto.
—Ja. Ojalá fuera tan fácil...
—No estoy diciendo que lo sea.
La seriedad en su expresión le hizo considerarlo.
—¿Qué estudiaría, en cualquier caso? No soy buena en nada. Colecciono cactus porque se me muere cualquier otra planta.
—¿Hay algo que te gustaría hacer? Aunque no sea una carrera. Cualquier cosa en el mundo.
Ella lo meditó, y Jesse le dio todo el tiempo del mundo para ello, aguardando atento. Puesta a considerar entre sus opciones todas las cosas que le gustaban; no solo aquellas de las que podía hacer una carrera exitosa, muchas nuevas posibilidades se abrían ante ella. Le agradaba cuidar de las personas, y con sus sobrinos había acabado por descubrir que tenía un gran amor por los niños. Entonces se dio cuenta de que había algo en concreto que desearía tener el poder de hacer:
—Después de todo lo que pasó en Sansnom, supongo que querría tener alguna forma de ayudar a niños como mis sobrinos, y a mujeres como a Marla. Salvarlos de gente como mi hermano. Darles consuelo y otra oportunidad.
La expresión de Jesse se iluminó con una idea.
—¿Qué tal el trabajo social?
Charis abrió los ojos, indagándolo con ellos.
—Nunca se me hubiese ocurrido. —Y tenía todo el sentido del mundo. Era una carrera como cualquier otra—. ¿Crees que podría?
—Sé que lo harías —asintió él, con toda seguridad—. De hecho, pienso que sería el trabajo perfecto para ti.
—¿Por qué?
https://youtu.be/g3rM12Ts_FI
Jesse sonrió más abiertamente. No se atrevió a mirarla, pero no dejó de sujetar sus manos y centró la mirada en ellas mientras se explicaba.
—Eres... compasiva, generosa, buena... Tienes un gran sentido protector y no toleras las injusticias. Sé que lo harías fabuloso.
Charis sonrió halagada. Percibió un ligero rocío en sus pestañas cuando parpadeó.
—Tienes una mucho mejor imagen de mí que yo misma...
—Lo digo en serio. —Esta vez, Jesse levantó la vista a ella sin ninguna duda—. Aun cuando precisas de ayuda, deseas salvar primero a todos a tu alrededor. Cuidas de los demás por sobre ti misma; incluso de aquellos para con quienes no tienes ningún tipo de responsabilidad. Es lo que hiciste conmigo. Aun cuando no te agradaba... no podías evitar preocuparte por mí. Creo... que esa es tu vocación.
El nudo en su garganta apenas le permitió hablar.
—Nunca... nadie me había dicho eso.
—Nadie necesita decírtelo.
Charis sonrió, intentando luchar contra el pujo de las lágrimas y la embargó una extraña emoción. Se sintió al principio de un camino nuevo y excitante, lleno de posibilidades.
—Trabajadora social. Tienes razón... No puedo creerlo, ¡de pronto tengo un futuro! —se alegró, riendo como una niña emocionada con su descubrimiento.
—Prométeme que lo harás.
—Al menos... lo intentaré.
—Con eso basta.
Otra canción cesó de sonar y una nueva comenzó.
—¿Esta también pertenece a tu madre?
—Sí.
—Sam me dijo que elegiste aprender piano cuando Monsieur te dio a elegir. ¿Siempre te gustó?
Jesse soltó una suave risa:
—¿Te soy honesto? La verdad... es que odiaba tocar el piano. Elegí aprenderlo porque era la única manera en que podía pasar tiempo ininterrumpido con mi madre.
—La querías mucho...
—La amaba... más que a nada en la vida.
Oír eso le asentó a Charis un suave calor en el pecho. Era probablemente lo más genuino y vulnerable que había sido jamás ante ella.
—Gracias por confiarme todo esto —sollozó suavemente.
—Gracias a ti. Por... venir hasta aquí. Aunque no lo pareciera... me hizo muy feliz verte otra vez. Desearía... que hubiera una forma de pagarles lo que han hecho.
Ella se dio cuenta de que tenía todavía sus manos en las suya. Estaban frías, como siempre, y se las abrigó, envolviendo sus dedos:
—Hay una.
—¿Cuál?
Charis se mordió los labios y se infundió valor:
—Jesse, regresa con nosotros a Sansnom.
Entre la penumbra, distinguió en sus labios un gesto de sorpresa, seguido por una sonrisa débil:
—Nada me gustaría más...
—No; ni hablar, no voy a caer otra vez con esa. La última vez te pregunté si volverías a irte. Me dijiste «jamás querría hacerlo». Y más tarde me di cuenta de lo estúpida que fui al quedarme tranquila con eso. Desde luego... jamás hubieses querido hacerlo. Pero eso no significaba que no lo harías.
Él le hurtó la vista, avergonzado:
—... Astuta.
—¿Sorprendido? He aprendido a leerte como a un libro abierto, Torrance. No hay forma en que puedas engañarme ahora. Así que más te vale darme una respuesta clara, o la sacaré de ti.
—¿Te contentarías tú con un... «lo intentaré»?
—No —se apresuró ella—. Pero... supongo que es mejor que nada. Por ahora.
Él exhaló exhausto, meneando la cabeza. Charis escrutó su rostro y le vio pasar de la derrota, a una irresolución extraña.
—Ahora tú... responde a una pregunta —pidió, apenas en susurros.
—Sorpréndeme.
—En caso contrario... —Jesse cortó de golpe su frase y se humedeció discretamente los labios—... ¿Q-qué... dirías si-...? Es decir... si yo-...
Charis tragó saliva. Su pecho fue más rápido que su cabeza a la hora de conjeturar cuales serían sus palabras, y se agitó con un palpitar frenético, lo bastante ruidoso para no permitirle pensar en nada, dejándola sin otra cosa que una expectación ciega:
—... ¿Sí? —lo apresuró ella, en un jadeo casi inaudible.
Él se mordió los labios con un ligero temblor, y Charis percibió su mano estrujar con más fuerza la suya. Algo aleteó en el fondo de su pecho, cosquilleando en su estómago.
—Uh... Ch-Charis... ¿qué me dirías si-...? ¿... si yo-...? Es decir... ¿S-si te dijera que-...?
La puerta se abrió de golpe, rasgando la penumbra con un resplandor afilado de luz que cegó a ambos momentáneamente. Luk apareció en la entrada con aspecto agitado. Los observó un momento de uno en uno. Charis soltó la mano de Jesse de golpe y arrebujó entre ellas la falda de su regazo.
Todo el aire que contenía se le escapó en un brusco resuello de sorpresa. Luk entró a paso precipitado y fue directo a ellos:
—Jesse. Monsieur te está buscando como un loco. Tienes que volver. Ahora mismo —apuntilló.
Jesse suspiró con los ojos puestos en el suelo. Antes de cerrar la botella le dio un largo trago ante el pasmo de los otros dos presentes y luego la cerró con una mueca.
—Por supuesto... Vamos.
https://youtu.be/lWdxoboaCt8
—Está furioso —añadió su guardaespaldas al momento de aproximarse a ellos para quitarle la botella, probablemente temiendo al igual que Charis a otro lingotazo—... Deja eso. Vas a necesitar tus cinco sentidos intactos.
—Muy tarde. ¿Qué fue lo que hice ahora?
Luk atenazó uno de sus brazos y lo levantó de la cama, guiándolo con él hacia la puerta. Charis se levantó y fue detrás de ellos.
—Insultarlo en frente de todos, es lo que hiciste —dijo Luk a Jesse—. La chica a la que despreciaste era la hija de Jean Siegfried, el propietario de la principal inmobiliaria de Ontario; dueño de un terreno de mil doscientos acres, y en donde Monsieur planeaba abrir una nueva sucursal para la marca. Su mujer está furiosa... Le oí decir que Monsieur le mintió diciendo que su nieto estaba soltero.
Charis boqueó. De manera que el choque con la mujer no había sido accidental. Ella se había acercado con el único propósito de desmentir las patrañas de Monsieur, y había conseguido sacarle una respuesta.
—Esa perra... —musitó Charis, ganándose un vistazo alarmado de ambos varones.
No fue capaz de decírselos. Se sentía increíblemente culpable ahora. Por no haber podido dominar sus sentimientos, probablemente había metido a Jesse en graves problemas con su abuelo.
Jesse omitió su comentario y se dirigió de vuelta a Luk.
—¿Y eso qué tiene que ver con ella o con su hija? ¿Qué tienen que ver ellas conmigo?
—No lo empeores —siseó Luk entre los dientes y le dio una sacudida a su brazo—. Conoces bien las implicancias de esta metida de pata. Por si fuera poco faltaste al brindis. Mademoiselle no se veía nada complacida. Te imaginarás su disgusto cuando te mencionó en su discurso y todas las cabezas viraron hacia una silla vacía.
Jesse se arredró, terriblemente avergonzado:
—¿Ya... hizo el brindis?
—Vamos, Jess —lo acució Charis. No tenía idea de las consecuencias, pero sonaba lo bastante grave. Por otro lado, se sintió mal por Sam—. Es mejor si no lo enojamos más.
Antes de seguir a Luk afuera, Jesse sostuvo la muñeca de Charis y tiró suavemente de ella. Reteniéndola en el umbral de la puerta:
—Charis, espera.
—... ¿Qué pasa?
Nuevamente pareció como si estuviese a punto de decirle algo, pero al final selló los labios y meneó la cabeza:
—Después. En... otro momento.
***
De regreso en la fiesta, no tuvieron que buscar a Monsieur. Este los halló apenas pusieron un pie en el salón y desde su lugar los fulminó con la mirada.
Jesse tomó un respiro y se dirigió a Charis, sin mirarla, sosteniendo los ojos en su abuelo, como una presa al depredador al acecho, al que no desea perder de vista ni por un segundo.
—Regresa junto a Daniel; yo lidiaré con esto.
—No. También tengo parte de la culpa. Yo responderé ante tu abuelo.
—No. Charis, no-...
—Jesse —los interrumpió Sam, salida de la nada. ¿En qué momento había llegado junto a ellos?—. ¡¿En dónde estabas?! —Sin siquiera permitirle responder, Sam empezó a suplicar—. No importa... Hablaremos después. Por ahora no le contradigas, te lo ruego... Yo no estoy molesta; ¡de verdad! Solo pídele disculpas sinceras y haz lo que te diga. Por favor, Jesse... De otra manera-...
—No hay necesidad de eso, Samuelle —la voz grave y áspera de Monsieur restalló detrás de ellos. Sus ojos como canicas viejas de vidrio se clavaron en su nieto—. Jesse, hablaremos en mi estudio. Haz el favor de seguirme. Los demás, regresen a la fiesta. No llamemos innecesariamente la atención.
—Un momento —intervino Charis—. ¿Qué es tan grave que no pueda decirlo aquí?
Los ojos como puñales de Monsieur se ensartaron en ella:
—No te he dirigido la palabra, muchacha. Este asunto concierne a la familia. No intervengas en lo que no te incumbe.
—Yo fui quien sacó a su nieto de la fiesta, así que al parecer sí me incumbe.
Sin hacerle caso, la mano gris y rígida como la de una gárgola de Monsieur se afianzó al brazo de su nieto con tal fuerza que le hizo dar un jadeo.
—A mi estudio. Ahora.
—Monsieur. Los invitados están mirando... —le advirtió Jesse entre dientes.
Madame apareció entre ambos y se plantó frente a su esposo, mas no pudo librar al nieto de ambos de su garra despiadada.
—Guillaume, basta. Es la boda de tu hija, por todos los cielos... No causes una escena.
—Maman —articuló Sam, parecía a punto de echarse a llorar.
Roel la reconfortó rodeándole la espalda con un brazo y acunándola contra su pecho. Casi al instante, Daniel apareció detrás de Charis e hizo el intento de alejarla del lugar, situando una mano sobre su hombro, pero ella se resistió.
—Monsieur, hablaremos después de la fiesta —le dijo Jesse a su abuelo—. Te lo pido. No arruinemos esta noche para Sam...
—Debiste pensar en eso antes. El que te escabulleses de la ceremonia fue lo bastante irrespetuoso. Pero largarte del salón en medio de la fiesta, a la vista de todos, faltar al brindis y regresar en este estado... —Monsieur enganchó una de las solapas de su camisa y le dio un tirón poco amable—. Por si fuera poco, acompañado de esta mujer, cuando todos creen que está casada... ¿Sabes lo que está diciendo la gente? Lo que dicen de ti y de ella; de mí... Eres una desgracia. ¿Cómo te atreves a avergonzarme de esta manera?
—¿Pero qué está diciendo? —jadeó Charis. Sentía las venas palpitar alrededor de su cabeza a punto de estallar. Dio un paso al frente, metiéndose entre él y Jesse—. ¡¿Se está escuchando?!
—He dicho que cierres la boca, muchacha.
—¿Por qué usted lo diga? Míreme. En primer lugar, señor, el que todos piensen que soy casada corre por su cuenta. Debió pensarlo mejor antes de esparcir ese rumor estúpido, o por lo menos ponerme al tanto de lo que planeaba, para poder decirle personalmente que no pensaba tomar parte de su fraude y que se fuera al demonio. En segundo lugar, más le vale quitarle a Jesse las manos de encima, o yo lo obligaré a hacerlo.
El rostro cetrino de Monsieur adquirió un tono carmesí. Respiraba a través de las fosas nasales dilatadas como un toro enojado. No obstante, nunca perdió el temple ni necesitó gritar para ser amenazante.
—Pensé que reflexionarías después de nuestra plática de esta mañana. Pero ya veo que necesitarás que te lo explique de otro modo...
Charis se estremeció. Lo primero en lo que pensó fue en Marla y sus sobrinos y se arredró atemorizada.
Jesse se soltó inesperadamente del agarre de su abuelo con un tirón y se clavó frente a ella, refugiándola a sus espaldas de la ira de Monsieur.
—Suficiente —siseó, empinado hacia Guillaume—. Hablaremos en tu estudio. Haré lo que me digas. Pero no permitiré... que vuelvas a amenazar a Charis.
En el salón se habían apagado las risas hasta convertirse en murmullos discretos y luego en un silencio sepulcral. Era claro que ya a ninguno de los dos le importaba causar una escena en medio de la fiesta. El único sonido eran los sollozos humillados de Sam, amortiguados en el pecho de Roel.
Monsieur se inclinó hacia su nieto con igual desafío. Lo miraba con sus hendidos ojos grises, encendidos y centelleando de furia.
—¿Y quién me va a amedrentar por ello? ¿Tú? ¿Tienes voz o voto respecto a lo que yo tengo permitido hacer o decir en mi propia casa? En especial después de todo lo que has hecho. —De pronto eran uno contra el otro, a escasos centímetros entre sí. Monsieur cerró todavía más la distancia y siseó—: Has exterminado toda mi paciencia... Anton te escoltará a mi estudio y habrás de esperarme allí. En cuanto a tus distinguidos invitados —se dirigió a Daniel y a Charis—. Serán escoltados ahora mismo por Janvier hasta la casa de mi hija Samuelle para tomar sus cosas y después conducidos al aeropuerto, en donde tomarán el primer vuelo disponible de regreso al lugar de donde vinieron. Los espero fuera del país antes del mediodía de mañana.
Dicho esto, Monsieur se dio la vuelta para alejarse, dejando atrás una quietud mortal. Madame se acercó a su nieto para verificar su estado, pero Jesse se alejó antes de que pudiera posar sus frágiles manos sobre sus hombros y fue detrás de su abuelo:
—No puedes solo... decidir eso por tu cuenta —replicó sobre su atropellada marcha.
—Anton —ordenó Monsieur, y Jesse se soltó de su agarre en cuanto este consiguió asirlo para llevárselo de allí. Un nuevo intento acabó con Luk en medio de ambos, enfrentados los dos guardias del joven y el anciano De Larivière.
Jesse caminó otra vez detrás de Monsieur.
Charis hizo por seguirlo pero, Janvier se cruzó en su camino, bloqueando parte de su vista.
—¡Monsieur! —le gritó Jesse, al momento de darle alcance, y en cuanto lo tuvo lo suficientemente cerca, fue él quien atenazó la muñeca del hombre mayor y tiró de él para detenerlo—. No tienes... derecho a hacer esto.
—Jesse, te lo advierto... —masculló aquel, entre los dientes.
—Entiéndelo de una maldita vez... las personas no son... ¡¡tus putas marionetas!!
Charis logró escabullirse en ese preciso momento por un costado de Janvier, pero no con el tiempo suficiente.
Monsieur viró sobre los talones con tal rapidez que nadie vio el momento en que levantó el brazo. Solo se oyó el siseo de su extremidad desdibujada rasgando el aire, y al final del trayecto, el golpe seco y sordo que emitió el extremo de plata de su bastón al impactar de lleno el costado del rostro de su nieto.
El silencio se quebró en un coro de gritos contenidos a lo largo y ancho de toda la sala. Sam chilló en voz alta, Madame ahogó un gemido de espanto contra su palma, y Charis por su parte se quedó muda y fría, igual que Daniel.
La fuerza del golpe arrojó a Jesse dos pasos a la izquierda con el rostro vuelto en la dirección del golpe, el pelo sobre los ojos y una mano temblorosa levitando sobre su mejilla, sin llegar a tocarla.
Guillaume se había quedado petrificado en su posición con el bastón en alto mientras que Jesse recuperaba su posición con un tambaleo, sin volver el rostro otra vez en su dirección sino hasta después de un eterno minuto.
Dos gotas de sangre brillante cayeron sobre el piso, y otra más se escurrió en la forma de una fina cascada por entre los dedos de su mano contra su pómulo sin llegar a caer.
La expresión en el rostro de Monsieur era un rictus confuso; con los ojos desorbitados y los labios entreabiertos en una mueca, como si no diera él mismo crédito a lo que acababa de hacer.
No dijo ni una palabra. Y tampoco lo hizo Jesse antes de dar una sigilosa media vuelta y empezar a caminar en dirección a la salida más cercana, con la vista gacha, sin pestañear y sin mirar a nadie, como si de un muerto viviente se tratase. Cuando pasó por al lado de sus amigos, Charis lo llamó por lo bajo y avanzó intentando contenerlo, pero ella misma se vio detenida por Daniel, quien por segunda vez cada vez que Jesse los había necesitado a ambos, la frenó:
—Charis. No.
—¡Jesse! —Con ojos empañados lo observó cruzar el salón sin detenerse y luego desaparecer por la puerta con Luk detrás de él. Su ira se vio volcada entonces en el hombre quien permanecía convertido en piedra al final de la dirección contraria—. ¡Eres una maldita bestia! —vociferó, y se zafó de Daniel como debió haberlo hecho la primera vez en Sansnom, cuando la policía se llevó al amigo de ambos, dispuesta a alcanzarlo esta vez.
https://youtu.be/E1kbG1Y4rhQ
Por el camino, vio a Sam llorando desconsolada en los brazos de Madame, quien fulminaba con la mirada a su esposo, ante un desconcertado Roel y una audiencia completa de personas murmurando.
Agradeció haber usado zapatos bajos, pues tuvo una ventaja a la hora de correr detrás de Jesse. Sin embargo, apenas salió del salón hacia el pasillo, no tuvo tiempo de buscarlo en la penumbra cuando una mano se enroscó en su brazo y tiró de ella con la fuerza suficiente para hacerla tropezar y caer como un muñeco de aserrín contra un cuerpo robusto.
Charis supo que era Anton en cuanto Luk y Janvier pasaron corriendo junto a ella, pero Jesse ya no estaba por ninguna parte y los dos guardaespaldas de Monsieur fueron en direcciones diferentes de la casa. Por su parte se debatió en la presa de Anton, cuya fuerza desmedida empezaba a imprimir un dolor excruciante a su brazo.
—¡Me estás lastimando! —farfulló, y luego gritó al sentir cerrarse su agarre.
En ese instante se vio arrojada violentamente a un lado en cuanto otra figura alta se estrelló contra su captor, obligándole a soltarla y se desplomó contra otro cuerpo alto, en donde dos brazos la envolvieron con más amabilidad y la alejaron del lugar.
Distinguió entre los mechones alborotados de su cabello en su rostro a Daniel y a Anton enredados entre sí, lanzando golpes y luchando hasta desplomarse en el piso. La multitud de invitados se hallaba agolpada en la puerta atestiguándolo todo.
Se fijó en que la persona sujetándola era Roel, y vio aparecer a Sam y a Madame por la puerta, entre la multitud; a Sam sin el velo y a Madame estrujando una mano contra su pecho agitado.
No le fue difícil a Anton someter a Daniel y apresarlo contra el suelo, torciéndole un brazo tras la espalda hasta hacerlo jadear.
—No... ¡No...! ¡Basta, déjalo! —le gritó Charis, mientras Daniel luchaba por liberarse, sin éxito alguno.
Anton no le dejó ir sino hasta la aparición de Monsieur, quien se abrió paso con igual dificultad entre la muchedumbre para salir. Solo entonces, Daniel fue liberado y Roel soltó a Charis para ir en cambio con él y sujetarlo, impidiendo que volviera a lanzarse contra el guardia de Monsieur. Charis pasó de sus brazos a los de Madame.
Sam estrujaba ambas manos contra su abdomen y observaba aterrorizada todo el conflicto desarrollarse con el rostro empapado en lágrimas teñidas de negro. Toda la felicidad del día más importante de su vida se hallaba rota.
Janvier regresó en ese momento y dijo algo a Monsieur que Charis no entendió. Una vez consiguió calmarlo y aplacar a Anton, Roel regresó junto a Daniel y Charis se aproximó para cerciorarse de que se encontraba bien. Sangraba por una de las fosas nasales, tenía la camisa desgarrada en el pecho y una manga rasgada en la costura del hombro. Anton no tenía un solo rasguño.
—Estoy bien... —le dijo Daniel, y se limpió la nariz con la manga de su ropa, salpicando su traje gris.
Madame tradujo en murmullos para ellos lo que Janvier decía a Monsieur, al tiempo en que extendía a Daniel su propio pañuelo y situaba una mano tras su hombro:
—Jesse no aparece. No está por ningún lado...
—Debe estar en algún lugar de la casa, por favor, ¿querrían mantener la calma y dejar de acosar al chico? —sugirió Roel y fue a reunirse con Sam, a quien estrechó en un abrazo confortador—. Vayamos adentro y hagamos algo respecto a los invitados. Aparecerá cuando esté listo. Monsieur, con su permiso —pidió a Guillaume, quien todavía no parecía despertar de su pasmo. Este reaccionó solo para dar un leve asentimiento con la cabeza.
—Sí... sí —concordó—. Vamos-... vamos adentro.
Madame lo alcanzó y le dijo algo más en voz baja, a lo cual ambos se taladraron con una mirada. La gente empezó a disiparse poco a poco en cuanto los anfitriones se acercaron. Monsieur lucía como un muerto en vida, por lo que Marion fue quien dio todas las explicaciones y se deshizo en disculpas. Seguidamente, Roel rodeó los hombros de Sam, y Janvier y Anton siguieron a su amo como dos perros obedientes. De pronto, el corredor fuera del salón se había quedado en absoluto silencio, tan solo provisto de dos almas restantes.
Charis exhaló un resoplido y fue en la dirección contraria, reanudando su primera intención. Daniel la retuvo y ella se sacudió con fuerza, jurando que golpearía con todas sus fuerzas a la próxima persona que le impidiera caminar.
https://youtu.be/NSPE2ZcSS1A
—¡No me toques, Daniel, por un demonio!
—Aguarda —la llamó Daniel, extendiendo hacia ella la única mano libre, mientras aplacaba con la otra el sangrado de su nariz—. Charis, Roel tiene razón. Dejémoslo tranquilo.
Ya era tarde para ir tras él. Ella perdió finalmente los estribos.
—¡¿Cómo pudo hacerlo?! ¡Lo humilló en frente de todas esas personas! ¡Golpearlo con un bastón hasta hacerlo sangrar como si fuera un perro desobediente!
Daniel se quedó mudo. Después vino a encontrarla, con expresión contrita. Incluso después de todo, parecía afectado por su amigo.
—Lo sé... Lo sé, Charis, pero-...
El repentino ruido de un agudo rechinar de llantas contra pavimento y luego sobre gravilla los hizo quedarse fríos en su sitio, y a toda la familia De Larivière estática en medio del salón, en mitad de su marcha de regreso a su mesa. El sonido provenía desde afuera.
Poco después, Luk apareció en el lugar, jadeando:
—¡¡Monsieur!!
—Corbin —dijo el aludido, volviendo sobre sus pasos—. ¿Qué sucede? ¿Qué ha sido eso?
Sin responder, aquel se lanzó hacia la puerta de entrada de la casa y la abrió de par en par.
Allí se dirigieron todas las miradas, y la última visión que tuvieron fue la de un flamante Lamborghini color grafito que pasó como una flecha, traqueteando sobre la gravilla con un ensordecedor bramido de motores y cuyo reluciente negro se perdió en cosa de segundos en la penumbra nocturna, a la sombra de los pinos que bordeaban el camino, al enfilar con dirección a la entrada de la finca.
—No puede ser... —susurró Daniel. Charis boqueó, igual de perpleja.
En ese momento, se escuchó una voz susurrante proveniente de un radio, ahogada tras el siseo por la interferencia. Provenía de un micrófono adherido al uniforme de Anton. Tanto Luk como Janvier tenían dispositivos similares, bien ocultos en el cuello del traje.
Anton dijo algo en francés. Las mujeres de la familia se tornaron pálidas. Al mismo tiempo, las facciones de Monsieur perdieron la fuerza y se desencajaron con incredulidad.
—Solicita que se abra el portón frontal para dejarle pasar —tradujo Sam— De otro modo... —Un buche de saliva bajó por su garganta.
—De otro modo, dice que estrellará el auto —terminó Roel.
Monsieur les clavó una mirada llena de resquemor. Dijo lo siguiente de manera que todos pudieran entenderle:
—Digan a mi irascible nieto... que estoy esperando a que lo haga.
https://youtu.be/tjkQ4i3CoAk
Charis exhaló. Estaba segura de que se repetiría la misma circunstancia de la cena. Jesse podía ser muchas cosas, pero nunca alguien violento. No llevaría a término una amenaza de ese calibre, y por un momento agradeció que su carácter sumiso le retuviese a salvo dentro de las áreas de la mansión.
Y todos debieron creer lo mismo. En especial Monsieur, pues los ánimos se relajaron. Pero pronto descubrieron que habían cantado victoria demasiado pronto, en cuanto un horrendo coro de chirrido de ruedas y rugir de motor, seguido de un estampido estremecedor y el graznido de metal apelmazado se abrieron paso a la distancia en medio de la penumbra, produciendo ecos en el vacío de la noche.
Charis se llevó una mano al rostro y boqueó con terror.
Todo el color se drenó de las facciones de Monsieur en cuanto su guardia volvió a transmitirle lo que escuchaba por la radio. Sam no pudo traducirlo. Estaba lánguida y temblorosa; al igual que Madame.
Roel lo hizo en su lugar:
—Lo ha hecho. —Incluso el rostro moreno de él parecía haber palidecido varios tonos—. Ha tirado la reja abajo con el Lambo.
Monsieur no respondió. Ni siquiera los miró. Pasó de largo dirigiendo su gélida mirada al piso y fue en dirección de las escaleras a la segunda planta sin siquiera detenerse a mirar a los invitados.
Antes de subir el primer peldaño, le dijo algo a Janvier, a lo cual este asintió. Luego, derrotado, como Charis adivinaba que no lo había estado jamás, se retiró. Y ella hubiese podido encontrar en ello una enorme satisfacción, de no ser porque ahora Jesse se internaba en la oscuridad de la noche, conduciendo un vehículo hecho pedazos probablemente afectado por el alcohol y actuando por puro impulso, ahora que, luego de años de silencios dóciles, había estallado por fin.
***
https://youtu.be/buwfFvVUGpg
La celebración terminó mucho antes de lo esperado y hasta el último invitado se retiró en un incómodo y tenso silencio, deseando todos por igual a Sam un feliz matrimonio, y a Monsieur el regreso sano y a salvo de su nieto fugitivo.
Así, el enorme salón quedó vacío, y reunidos más tarde en otro salón de estar, todos vestidos aún con ropa de gala , esperaban por noticias, mientras que Monsieur, Madame y sus guardias personales se hallaban dados a la tarea de reunir pistas y dirigir la búsqueda.
Charis permaneció cerca de la ventana, mirando hacia el vacío de la noche. Daniel se acercó con cuidado y le posó una mano sobre la espalda. Aquello fue como echar leña sobre una fogata, y ella se tensó bajo su toque y se apartó.
—Hubiese podido detenerlo, Daniel —se lamentó ella, mirándolo a los ojos a través del reflejo de ambos en el cristal y después se dio la vuelta para encararlo—. Tú hubieses podido detenerlo.
Roel se encontraba detrás de una llorosa Sam, masajeando sus hombros, mientras que Jemima se hallaba a su lado acariciando su mano en la suya. La joven asistenta tenía en el rostro una expresión mortecina. Parecía más ausente que la propia Sam mientras intentaba brindarle un consuelo vacío.
—Es mejor, así, querida —dijo Roel desde su lugar—. Nunca debes pararte en el camino de un hombre con el orgullo herido. Solo hubieses logrado que se sintiera más humillado.
Daniel concordó con una suave cabeceada.
—Y ahora lleva horas sin dar señas. Si algo le sucede, ¿qué tan tranquila se quedará su consciencia gremial masculina?
Sam y Jemima estrujaron las manos de la otra con un estremecimiento.
El salón, al igual que todo el resto de la casa, tenía un cierto estilo gótico inglés, ornado de detalles minuciosos y tonos oscuros; con una vibra casi siniestra. Las paredes estaban revestidas en la mitad inferior por paneles de madera oscura cuidadosamente tallados y forradas en la mitad superior por brocado color azure con detallados patrones geométricos, brindando un aspecto lujoso, mas aportando al mismo tiempo un aura lúgubre a la estancia. Había varias lámparas por la habitación, todas ornadas de intricados diseños a juego con los tapices de los sillones. Algunas situadas en mesillas auxiliares y otras montadas en la pared. Proveían a la estancia de una luz tenue, y ayudaban a asentar un tono algo más cálido a la fría y oscura atmósfera, sin llegar a disipar del todo la melancolía de los ánimos.
Madame apareció repentinamente en el salón, y todos los presentes levantaron la mirada. Le seguía un hombre en sus cincuenta, delgado y alto, vestido con un elegante uniforme de servicio, y el cabello cano en los costados y oscuro arriba, cuidadosamente peinado hacia atrás. Jemima se apartó de Sam e hizo un ceremonioso saludo a la señora de la casa, inclinando el rostro.
—¡¿Alguna noticia?! —preguntó Sam, esperanzada.
Marion negó con la cabeza:
—Aún nada. Tu padre ya ha empezado a mover a sus hombres. —Fue directamente hasta su hija y la impelió a levantarse, tomando sus manos temblorosas en las suyas, rugosas y ornadas de anillos—. Será mejor que te cambies a algo cómodo si pretendes quedarte aquí esperando, querida. La noche será larga.
—Opino igual, mi amor —le dijo Roel y la guio fuera del salón, hacia las habitaciones en la segunda planta.
—Ve con ellos y ayuda a mi hija a quitarse el vestido —dijo Madame a Jemima, y esta se retiró detrás de Sam con una cortesía hacia los presentes.
Madame se quedó atrás y se dejó caer en el mismo sillón que antes ocupara su hija, llevándose dos delicados dedos a la frente con un suspiro. El hombre que caminaba antes detrás de ella se inclinó para ofrecerle algo a lo que ella negó con una cabeceada y después se quedó cerca de la pared más próxima.
Daniel observó a la novia triste alejarse con lástima:
—Pobre Sam. Su día de boda arruinado por completo...
—Con todo respeto, Madame —dijo Charis— su marido es francamente-...
—Lo sé, querida —interrumpió ella con tristeza—. He vivido con él por cincuenta años.
—¿En dónde está él ahora? —preguntó Daniel.
—Se está encargando. A su... propio modo.
Hizo una mueca de disgusto al decir aquello que Charis no pasó por alto.
—O sea que no piensa salir a buscarlo.
—Él no es así... Nada en la vida le ha hecho correr jamás. Hará que regrese. Ya ha de haber bloqueado todas sus tarjetas y cuentas para este momento. Aunque quisiera hacerlo, Jesse no puede ir lejos.
—Lo subestima —musitó Charis, y deseó equivocarse.
—Sin ningún medio para arreglárselas está obligado a volver —replicó Madame—. Lo hará, tarde o temprano.
Daniel abatió la frente contra una de sus manos.
—Me temo, Madame... que él puede ser igual o más obstinado que su abuelo.
Marion levantó la vista, consternada. Charis llevó ambas manos a la parte de atrás de su cuello y tiró de él intentando destensarlo.
—O sea que no comerá y dormirá en las calles con tal de no regresar —sentenció—. Daniel, debemos salir a buscarlo. Tú y yo.
—¿A dónde? No conocemos la ciudad, no sabemos dónde puede haber ido.
—¡Podemos intentarlo! Con ayuda de Luk, quizá-...
—Quizá todo lo que necesita es un poco de tiempo a solas. —Daniel tomó el brazo de Charis y la apartó para poder hablar con ella a solas—. Lo que es nosotros... ya deberíamos marcharnos y arreglar nuestras cosas.
Charis pestañeó, incrédula:
—... ¿Qué?
—Ya oíste al señor De Larivière; nos espera lejos de aquí antes de mañana.
—¿Y crees que a mí me importa un demonio lo que diga ese hombre?
—Baja la voz. Estamos en su casa. Y su esposa está presente —siseó Daniel—. Quizá a ti no te importe; pero yo no quiero problemas, ni quiero darlos. Su familia ya tiene suficiente con todo esto.
—¿Y pretendes que nos vayamos tan tranquilos mientras Jesse sigue desaparecido?
—Volverá. No permanecerá enojado por demasiado tiempo. Es... Jesse.
—No —espetó Charis—. Ese no era él. Desde que ese hombre volvió a aparecer en su vida que ya no es nuestro Jesse. Él no grita. Él jamás hubiese dejado que la ira se apoderase de sus impulsos; no hubiese escapado con un automóvil y jamás amenazaría a nadie. No puedes culparme por no fiarme de su sano juicio mientras siga actuando como alguien completamente diferente por culpa de la presión a la que está siendo sometido.
—No creas que no concuerdo contigo. Pero el señor De Larivière ya nos ha dejado en claro que no somos bienvenidos aquí. Sugiero que nos vayamos antes de que regrese y vea que seguimos en su casa.
—Oh, por favor no escuchen a ese viejo necio. Esta también es mi casa —disintió Madame, aproximándose a ellos—. Para correr a alguien de aquí bajo mis narices tendrá que vérselas primero conmigo.
Charis le dedicó un gesto aliviado:
—Se lo agradecemos muchísimo. —Se dirigió entonces a Daniel—. Tú puedes irte si te da la gana, yo pienso quedarme hasta que aparezca y se resuelvan las cosas.
https://youtu.be/bZnhaBlJSZs
Sam entró en la habitación vestida con ropa cómoda y el rostro sin maquillar, acompañada de Roel y seguidos de la asistenta. Al volver a ocupar lugar en su sillón se deshizo de su elaborado peinado retirando las horquillas una a una, distraídamente, dejando caer mechones de cabello negro. Jemima se unió a la tarea y la continuó cuando Sam ya no tuvo fuerzas de seguir levantando los brazos.
Charis caminó hasta ella y se acuclilló junto al sillón, acariciando su mano.
El sonido del tono de llamada de un móvil rompió el silencio. Daniel se hizo con su teléfono y contempló la pantalla por un momento. Charis se tensó en su lugar, y asimismo lo hicieron Madame, Roel, Sam e incluso Jemima. No obstante, se decepcionaron al unísono en cuanto Daniel saludó a la persona del otro lado de la línea:
—Lydia... Hola, qué sorpresa. Sí, no te preocupes. No; no es un mal momento en absoluto.
Dicho aquello, Daniel echó un vistazo en dirección de Charis y ella meneó la cabeza con indignación evidente en sus labios apretados en una línea. Haciendo caso omiso de ella, Daniel salió de la sala hacia el corredor:
—Sí, sí. Habla, te escucho...
La sala quedó en silencio por un momento. Sam se sorbió la nariz con una sonrisa triste:
—Y pensar... que esta debería ser mi luna de miel...
—Tendremos una, cielo mío —le dijo Roel— Cuando todo esto haya pasado. Pronto nuestro muchacho estará de regreso.
—Mi pobre Jesse... deambulando solo por las calles... Mi padre ha de haber bloqueado todas mis tarjetas también. No va a permitir que vuelva a ayudarlo.
Charis se revolvió el pelo entre los dedos:
—Por dios, ¿qué quiere de él ese hombre?
https://youtu.be/wOBYtPThI8o
—Lo que yo no pude darle —dijo Madame, y fue a situarse frente a la ventana de brazos cruzados—. Un hijo varón quien pueda seguir sus pasos. Guillaume no se está volviendo más joven. Y está desesperado por ver en Jesse todo lo que él fue alguna vez, y lo que pierde conforme se vuelve más viejo y más débil. No parece querer darse cuenta de que son completamente diferentes.
—¿Y qué hay de Sam? —Charis transfirió a su mano un ligero apretón—. Ella es su hija. Le corresponde ese derecho con más razón.
Sam exhaló un soplido exhausto:
—Ojalá... esa fuera una opción. Todo esto hubiese podido evitarse. —Se hundió nuevamente en el sillón, con la frente entre sus palmas—. Todo lo ocurrido hasta ahora... hubiera podido evitarse.
Daniel regresó al salón. A su paso, volvió a guardar el móvil en su bolsillo.
—Lydia envía saludos —dijo a Charis, sin dirigirle la mirada sino hasta percibir la insistencia de la suya siguiéndole por toda la estancia; la cual pretendía ser hostil, pero que no llevaba impregnada otra cosa que una profunda decepción.
—Excelente, Daniel. No es un mal momento en absoluto.
Momentos después, Anton entró en la casa. Jemima y Charis se pusieron en pie al mismo tiempo, pero la expresión del hombre no era nada halagüeña. Venía arrastrando dos maletas y traía un par de bolsos colgados al hombro. Dejó todo en la estancia para Charis y Daniel: era el equipaje de ambos.
—Monsieur espera que continúen sintiéndose bienvenidos en su casa.
Daniel entornó los ojos. Charis recibió su bolso de mano y lo puso sobre su maleta:
—¿No había dicho Monsieur que nos quería fuera de su casa para mañana? Qué despliegue tan repentino de generosidad.
—Como dije, son órdenes de-...
—De mi marido; ya te oímos —cortó Madame—. Y esta es mi orden para ti. Toma ese equipaje y muévelo con cuidado a sus respectivas habitaciones. No vas a lanzar bolsas y maletas a los pies de mis huéspedes en medio de mi salón.
—Oui, Madame...
—Qué audacia... Todos ustedes me tienen harta. Ahora dime, ¿hay noticias sobre mi nieto?
—Le hemos perdido el rastro por completo, Madame.
—Entonces vuelve a salir en su búsqueda en tanto hayas hecho lo que te ordené, y en lo posible no vuelvas a mostrar la cara por aquí hasta que él te acompañe, más te vale que sano y salvo.
Una vez Anton salió de la estancia, Marion se viró hacia los presentes con la más cálida de sus sonrisas:
—Siéntanse por favor como en su casa. Son libres de usar las habitaciones antes designadas. Este es Alphonse, mi mayordomo. Alphonse, cariño —se dirigió al hombre de uniforme detrás de ella—. Ofrece a nuestros invitados algo de beber. Té, café... y por supuesto, chocolate caliente.
La noche fue larga y frustrante. Poco a poco, los presentes en el salón fueron retirándose a sus habitaciones; la primera, Madame. Seguida por Sam y Roel. Y finalmente, Daniel, quien se despidió brevemente de Charis antes de abandonar la sala:
—¿Estarás bien aquí por tu cuenta?
Ella solo asintió. Daniel repitió el gesto, resignado.
—Ten cerca tu teléfono móvil. —Charis levantó una ceja—. En caso de que él llegara a llamar.
—Lo haré —masculló Charis—. Buenas noches, Dan.
—Que descanses.
Finalmente se quedó sola en la estancia, y de pronto el salón parecía el doble de grande y la oscuridad parecía tragarse las paredes.
Alphonse ya se había retirado de allí con Madame y Jemima se había marchado en algún punto de la noche, por lo que, por primera vez desde el inicio de toda esa locura, pudo deshacerse de su máscara y mostrar sus verdaderos sentimientos. La preocupación anegó todos sus rasgos, torciéndolos con amargura, conforme luchaba por contener las lágrimas:
—¿Qué demonios estás haciendo, Torrance? —masculló—. ¿A dónde te has ido?
***
Pretendía quedarse despierta toda la noche en espera de noticias, pero su cansancio ganó y determinó dormir aunque fuera unas horas para recuperar las fuerzas perdidas. Sin embargo, a pesar de que estuvo mucho más cómoda fuera del vestido de gala, y aun cuando quedaban solo unas horas de noche, Charis no pudo dormir ni siquiera por un par de minutos. Rodaba y daba vueltas por su cama, buscando una posición que le ayudase en la faena, pero sin éxito.
Y para cuando la mañana asomó por su ventana, había tomado una decisión.
Apareció en el salón muy temprano en la mañana, y aun así, Sam y Madame ya estaban en pie, reunidas allí, sentadas cada una en un sillón, y en medio de ambas una bandeja con té y bocadillos ligeros sobre una mesa auxiliar. Jemima portaba una bandeja con una tetera. No tenía puesto su uniforme, sino una delgadablusa azul bebé y una falda blanca hasta las rodillas. Se veía incluso más niñaasí. Una niña de diecinueve años. Llevaba el pelo del mismo modo que la noche anterior y tenía el aspecto de no haber dormido nada.
Charis sintió algo de lástima por ella. Mientras que Madame y Sam se tenían la una a la otra y ella a Daniel para afrontar la situación, Jemima estaba completamente sola en esa casa. ¿Acaso no estaba preocupada por ella su familia? El tiempo que llevaba allí, se percató de que nunca parecía ir a casa, incluso los fines de semana.
—Buenos días —saludó a los presentes y preguntó esperanzada—. ¿Alguna noticia?
—Nada todavía —se lamentó Madame.
—¿Alguien ya ha alertado a la policía de su desaparición?
Tanto Sam como Madame parecieron tensas ante la pregunta y se arrojaron una mirada consultora.
—Tenemos fe en que aparecerá sano y salvo, cariño. No nos precipitemos a suponer una desgracia.
Charis sacudió la cabeza. No podía rebatir a ello...
Daniel apareció allí, justo a tiempo para intervenir:
—Estoy de acuerdo en que aún es pronto —le dijo a ella, y después se dirigió a las demás mujeres—. No se preocupen; ha hecho esto antes. Desaparecer es su forma de lidiar con las cosas. No nos alarmemos antes de tiempo.
—¿Y cuándo será el tiempo de alarmarnos, Daniel? —replicó Charis—. ¿Cuántos días han de pasar para que podamos alarmarnos? Será tarde para ese entonces, probablemente.
—No estás ayudando —le dijo él, discretamente, ante la reacción afligida de Sam y Madame.
—Quedarnos aquí sin hacer nada es lo que no está ayudando. Si es lo que prefieres, adelante. De hecho, pienso que sería bueno que te quedes aquí con ellas. En cuanto a mí-...
—¿«En cuanto a ti» qué?
Charis lo retó con un gesto a observar atento:
—Sam, ¿podría pedir prestado tu auto?
—¿A dónde necesitas ir? Sacha puede llevarte.
Este dio un paso adelante y se aprestó a obedecer a las siguientes indicaciones de su señora.
—No, gracias, yo puedo conducir. Iré a buscarlo.
—No servirá de nada —se adelantó Daniel antes de darle tiempo a responder—. ¿No crees que los hombres de Monsieur ya estén recorriendo toda la ciudad buscándolo?
—Ellos no saben a dónde puede haber ido. No lo conocen.
—¿Y tú sí?
—Sí —sentenció ella.
Sam se dirigió a Sacha:
—Dale las llaves de mi auto.
Este acató al instante y fue a entregárselas, pero se vio impedido de manera inesperada por un nuevo visitante.
—Me temo que eso no va a ser posible —intervino Anton, apareciendo en la puerta—. Monsieur ha dado órdenes claras de que nadie que él no autorice ha de abandonar la casa.
Charis le disparó dagas con los ojos.
—¿Eso qué demonios se supone que significa? —Echó un vistazo hacia Daniel, y luego a Madame—. ¿O sea que somos prisioneros ahora?
—Nadie ha dicho eso, mademoiselle.
—Quiero hablar con Monsieur De Larivière.
—Está ocupado ahora, en la búsqueda de su nieto.
—Bien, entonces no le importará que hable con la policía. Estoy segura de que ellos pueden echarme una mano. Con el asunto de Jesse y con esta inconveniente situación.
Anton estuvo frente a ella en dos zancadas:
—Mademoiselle, no le recomiendo hacer nada precipitado.
Hizo el afán de tomar el teléfono móvil de la mano de Charis y ella la retiró con presteza.
—¿Cómo te atreves? ¿Entonces es eso? ¿Estamos secuestrados en esta casa? Ya me parecía sospechosamente hospitalario de parte de Monsieur enviar por nuestro equipaje para traerlo aquí.
—Charis, cariño... —se incumbió Sam, levantándose de su asiento para ir hasta ella, y tomándola por un codo, la condujo en dirección a la cocina—. Acompáñame; hablemos a solas.
—Mademoiselle... —Anton fue a detenerla, pero Sacha se metió en su camino con ojos incandescentes de ira y lo apartó de un empujón fiero, lejos de Sam. Anton pareció empequeñecer frente a él. Los dos deliberaron algo en su propio idioma, de lo cual Charis no comprendió absolutamente nada.
Sam parecía cada vez menos paciente:
—Silencio, por favor. No quiero que nadie se entrometa. Charis, linda —dijo dirigiéndose otra vez a ella—. Vamos por favor a la cocina. Daniel, tú también.
https://youtu.be/ZIWYkq4nyyw
Una vez en la cocina, en la privacidad que suponía un espacio nuevo sin hombres trajeados vigilando cada uno de sus movimientos, Charis se paseó frente a la encimera como una fiera enjaulada:
—Esto es inaudito... Sam, sabes cuánto te estimo. Y respeto mucho a Madame, pero no pienso aceptar que se nos retenga aquí como si fuésemos presos de guerra.
—Lo sé, cariño... Te garantizo que ni yo ni mamá estamos de acuerdo con este horrible trato.
—Ojalá eso sirviera de algo, ¡realmente lo desearía!
—Charis, calma...
—¡No, Daniel! ¡No me pidas que me calme! Las cosas se están volviendo cada vez más turbias. Me dije que no haría preguntas al respecto; le dije a Jesse que no necesitaba saber qué estaba ocurriendo aquí aunque lo he sospechado desde el comienzo, pero esto se está saliendo de control. ¡¿Serías tan amable, Sam, de ponerme al tanto de por qué estamos siendo retenidos?!
—Es mejor... entre menos sepas, chérie. Todo lo que necesitas saber es que Monsieur está haciendo todo lo posible por recuperar a Jesse sano y salvo. Y que en cuanto aparezca, podrán ir a donde quieran. Sospecho que piensa que si cualquiera de ustedes sale de este lugar, podrían ayudarle a ir más lejos.
—O quizá piensa que puede obligarlo a volver usándonos de carnada. En pocas palabras, somos sus rehenes.
El gesto de Sam se endureció, sin que perdiese la dulzura de su rostro encantador.
—Por favor, Charis, no llames a la policía. No es una orden, ni una amenaza. Te lo pido como amiga. De corazón; si acaso albergas en el tuyo un mínimo de afecto por mí. Si haces algo irreflexivo... toda mi familia se verá implicada; no solo Monsieur. También yo, Madame, Jemima... e incluso Jesse.
—Lo siento mucho, lo siento en verdad, pero no me dejan más alternativa, a no ser que me expliques todo.
Sam abrió los labios. Parecía derrotada.
En eso, el teléfono móvil vibró en su mano. Charis miró la pantalla. Era un número desconocido. Supo enseguida de quien podía tratarse, pero si los demás lo sabían, no solo le pondría en evidencia, sino que probablemente perdiera cualquier otra oportunidad de hablar con él.
Como si hubiese sido invocado allí, Anton se hizo presente en la cocina y fue directo hacia ella. Charis retrocedió empuñando su teléfono móvil, y Daniel se metió una vez más en el camino del robusto guardaespaldas, resguardándola de él.
—Si le pones una mano encima, yo-...
—Es mi hermano —dijo Charis a Anton—. ¿Puedo al menos responder una llamada de mi familia? Mi hermano es abogado; y no he hablado con él en todo el día. Si no contesto, tendrá razones para sospechar que algo está ocurriendo. Y yo tendré motivos mayores para contactarlo.
—Ponlo en altavoz —demandó Anton.
—No harás tal cosa, querida.
En ese momento, Madame apareció en la cocina y se plantó frente a él.
—Madame...
—Exacto. No olvides quien soy, y que también me debes respeto. No toleraré más avasallamientos de tu parte en mi propia casa.
—Monsieur ordenó que-...
—Y soy yo quien lleva cincuenta años casada con él; no tú. Atrévete a contradecirme y veremos qué tiene que decir mi esposo al respecto de tus insolencias.
Aquel apretó la mandíbula.
—Que sea breve —le dijo a Charis, y esta asintió.
Contestó la llamada con manos temblorosas:
—... ¿Hola?
Y la voz del otro lado, fue precisamente la que sabía que escucharía.
—No digas mi nombre.
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