9. En salud y enfermedad
https://youtu.be/UUrQHSLMI8U
Charis hizo un respingo, sorprendida por el tacto frío de Jesse sobre su piel caliente por la inflamación de los golpes cuando le hizo girar el rostro y examinó su mejilla magullada; y después se encogió de manera refleja en cuanto le apartó el cabello de la cara y descubrió el punto en su frente en donde, después de golpearse contra el borde de la encimera, había sentido algo caliente y pegajoso correr por su ceja, hasta quedarse dormida sobre el piso.
Preguntó tranquilamente si tenía un botiquín, y ella dijo que sí; Daniel le había aprovisionado uno. Le indicó en dónde estaba con una voz grave y áspera, erosionada por el llanto, y él fue y regresó con la caja blanca en manos. Le limpió el rostro con un apósito humedecido en solución salina. En otros tiempos Charis jamás le hubiese permitido tocar su cara con las manos desnudas, pero aún si las cosas no hubiesen cambiado tanto los últimos meses, hubiera estado demasiado abrumada para notarlo. Las suyas aún temblaban sin control, y su pecho se estremecía con la fuerza de los sollozos que procuraba contener, a pesar de que las lágrimas no habían cesado de transcurrir por sus mejillas. Él trató con delicadeza las zonas lastimadas, pero incluso todo el cuidado del mundo no evitó que ella gimiera cuando limpió lo que ahora sabía, gracias al dolor lacerante que experimentó, que era una herida abierta en su frente.
Jesse envolvió algunos cubos de hielo con otro apósito y le indicó presionarlo contra su mejilla en lo que se ocupaba del corte. Charis obedeció. El frío que transmitió la compresa a la magulladura en su pómulo le trajo cierto alivio. Aunque lo mismo podría haber usado la palma congelada de su mano, y hubiese sido igual de efectivo, pues le pareció que las tenía particularmente frías esa mañana.
No fue capaz de mirarlo ni por un segundo, y su silencio empezaba a inquietarla. ¿Temía hablar por miedo a que su voz delatase lo que veía en su rostro? ¿Qué tan mal la había dejado Mason? Ella misma no quería mirarse; no solo porque no estaba segura de poder manejarlo, sino porque ver sus propias heridas sería prueba ineludible de que lo ocurrido la noche anterior era real; algo de lo que aún no quería convencerse.
Las imágenes afanaban en sus pensamientos, pero ella les negaba la entrada. Mas una de ellas logró escabullirse en sus recuerdos. La expresión en el rostro furibundo de Mason, justo antes de la golpiza.
Tembló violentamente, ahogando un resuello y se cerró la chaqueta de Jesse sobre el pecho. Él se paralizó un momento. Después terminó rápidamente lo que estaba haciendo, fijando un apósito limpio a su frente con cinta porosa, y recogió todo el material sucio.
—Te haré... algo caliente de beber.
Cuando se levantó de su lugar y le dio la espalda para ir a la cocina, Charis lo siguió con la mirada. No había hecho ni una sola pregunta al respecto desde que la halló desplomada en el suelo.
Obra del frío y el terror aún latente, sus piernas estaban tan débiles que, aún luego de que él la ayudara a ponerse en pie, no fue capaz de caminar. Sin embargo, sus escasas energías tampoco alcanzaron para protestar en cuanto, haciendo uso de aquella fuerza que Charis siempre olvidaba que tenía, la alzó del piso en los brazos, y la cargó hasta el sofá, en donde la cubrió con su propia chaqueta.
Él insistió en llamar a una ambulancia, pero ella se negó rotundamente. A partir de ese momento no se habían dicho una palabra más de la necesaria.
Aquel regresó con una taza que le extendió con cuidado. Charis la tomó de forma refleja, y se la acercó a los labios para darle un sorbo. Un gusto dulce y agradable colmó su lengua. Era leche tibia, endulzada con miel; la que la abuela de Daniel le había regalado y que no había abierto hasta ahora. La leche caliente y el picor de la miel escocieron en su garganta irritada, pero reconfortaron su estómago vacío, paliando otra parte de su frío.
Jesse se sentó a su lado en silencio y le acomodó la chaqueta sobre los hombros. Todavía incapaz de mirarlo, Charis desvió los ojos a sus pálidas manos en su regazo y vio que las tenía vueltas en puños tan firmes que le temblaban, provocando que las líneas violáceas de sus venas resaltasen de modo dramático. Solo entonces se percató de que podía oírle respirar con claridad —algo muy extraño en él—, y que lo hacía de forma comedida.
Fue solo allí que se atrevió a mirarlo, esperando encontrarlo enfadado. Pero el rostro de Jesse estaba tan inexpresivo como siempre, aún sin sus lentes, los cuales se había quitado y dejado sobre la mesa de café. No obstante, bastó con examinarlo con algo más de detenimiento para percatarse de que apretaba la mandíbula, y que sus labios estaban sellados en una línea tensa. Aquel tenía la vista puesta en algún punto lejano, sin reparar aún en la suya.
Charis bajó la taza hasta la mesa de café.
—No oigo... que estés regañándome.
—No lo haré...
—Me lo advertiste.
—Lo hice —siseó él—. Sabía que esto podía ocurrir, y aun así yo-... Yo no debí-...
La culpa distorsionó sus palabras y Charis volvió a levantar la mirada. ¿Por eso estaba molesto? Tras un momento, Jesse sacudió la cabeza con fuerza.
—Charis —susurró—... ¿qué fue lo que sucedió?
Ella aspiró una bocanada. Tuvo que tomarse unos instantes antes de pronunciar palabra. No quería revivirlo; reproducirlo en su cabeza conforme lo relataba, pero entendió que lo necesitaba. Que era necesario para convencerse.
Dejó la taza en la mesa y abrió los labios; pero sin importar cuanto luchó por mantener la calma, sus ojos volvieron a nublarse y su orgullo se hizo añicos cuando abatió el rostro sobre uno de los hombros de Jesse, en donde desahogó todo lo que había estado conteniendo en la forma del llanto de una niña pequeña, derribada de su bicicleta.
No esperaba ninguna clase de consuelo de su parte; no creyó que lo mereciera. Solo quería sentirlo cerca porque, de la manera más insospechada, había aprendido a sentirse segura alrededor suyo, por lo cual se sorprendió al momento en que sintió su mano sobre su cabeza, y más cuando, tras una vacilación, él le rodeó los hombros y la atrajo contra su pecho, acunándola allí.
No supo cuánto tiempo estuvo llorando en sus brazos. Para cuando su llanto se cohibió, dejando nada más que resuellos dificultosos, Jesse no se había movido de su sitio y no había dejado de sostenerla. Y fue solo luego de sentir que ya no tenía nada más que sacarse del pecho, que halló las fuerzas necesarias para hablar:
—Llamé a Marla y me lo contó todo. Mason la golpeó. En frente de los niños... Le rompió un brazo. Ella se encerró con los niños en el baño y llamó a la policía. Él huyó. No tenía a dónde ir, así que vino a pedirme que le dejara quedarse conmigo. Como yo no estaba, se metió por la fuerza. Vino... horas después de que te fuiste... Estaba ebrio... Peleamos, y le dije que se fuera o... que yo también llamaría a la policía...
—¿Y... qué pasó entonces?
Charis se apartó y se limpió las lágrimas con el talón de la mano:
—¿Tú qué crees que pasó? Enfureció. Me golpeó en el rostro, y... —Su entereza volvió a flaquear y abatió el rostro entre sus palmas, en donde sollozó un poco más, casi sin fuerzas—. Nunca debí abrir la puerta... Tenías razón, Jess, debí denunciarlo... Fui tan estúpida... Tan estúpida...
El silencio se asentó otra vez entre ellos, un silencio tenso y zumbante. La taza apareció de nuevo en su campo de visión y Charis la aceptó. Le dio otro sorbo a la leche, y su dulzor se tornó salino en sus labios humedecidos de lágrimas amargas.
Jesse no hizo más preguntas. Se limitó a hacerle compañía en silencio y a reconfortarla con una mano vacilante sobre su espalda. Se levantó en cierto punto, y cuando regresó le extendió un rollo de papel. Charis utilizó un jirón para secarse los ojos y la cara, y sonarse la nariz.
Con el pecho libre de emociones y el rostro un poco más fresco, su cabeza comenzaba a trabajar con algo más de claridad.
—¿Por qué estás tú aquí?
—Estaba preocupado por ti... Así que vine.
Su respuesta fue simple, pero amenazó con colmar otra vez sus ojos de lágrimas.
—Incluso después de que te eché... —Meneó la cabeza—. Ya te lo he dicho, Torrance, no eres mi ángel guardián...
—Si lo fuera, haría un pésimo trabajo —adujo él, con pesadumbre—. Nunca debí... dejarte sola.
Charis movió la cabeza. Pese a todo, agradeció el sentimiento. Su claridad casi regresaba del todo. Mas con ella regresaban las disyuntivas.
—No sé qué hacer.
—Denúncialo. —Su respuesta fue rauda.
—No puedo...
—Charis... ¿por qué diablos no?
—¿Desde cuando tienes ese lenguaje? —Suspiró con gravedad—. Antes no quería meter a mi propio hermano en problemas. Ahora no quiero porque... no tengo la menor idea de dónde pueda estar. ¿Cuánto le tomará a la policía hallarlo? ¿Lo harán antes de que se entere de lo que hice y venga por mí otra vez?
—No lo hará; no es tan estúpido.
—Lo es. Y ya me dio una golpiza, Jesse. ¡No quiero ni pensar en lo que me hará si se entera de que lo denuncié!
Charis se abrazó a sí misma por reflejo. Todavía podía sentir en carne viva el dolor de los puntapiés de Mason en las costillas y en la cadera. Al fin y al cabo, esa clase de escoria era su hermano. Un hombre capaz de romper el brazo a su esposa y de patear a su hermana en el suelo...
—Tienes familia en la ciudad, ¿no es así? ¿Hay alguien con quién puedas quedarte un tiempo? Alguien... con quien estés segura.
—Mi situación familiar no es mucho mejor que la tuya; ya oíste la historia. Mi hermano mayor y yo no nos hablamos hace años. Y está mi padre, pero... ¿qué haría un hombre cojo y viejo contra Mason? Ya en el pasado han estado a punto de matarse antes de que él se fuera de casa. Sin Daniel aquí... no tengo a nadie.
—No digas eso —disintió él, a la brevedad—. ¿Recuerdas... lo que me dijiste la otra noche? —Hizo una pausa. Charis no podía recordarlo; su cabeza aún estaba nubosa—. No solo... tienes a Daniel. También... me tienes a mí. —Concluyó, casi con determinación—. Prepara una bolsa con tus cosas; iremos a mi apartamento.
Charis levantó el rostro.
—¿A tu apartamento?
—No es mucho... pero es un techo, un baño y agua caliente... En cuanto a mí, yo estoy fuera todo el día. No te molestaré en lo absoluto.
—Jess...
—Si te niegas yo... me quedaré y haré guardia en tu puerta. Dormiré en la alfombrilla si es necesario.
Charis torció una sonrisa sin ápice de diversión.
—No seas tonto. Mide lo mismo que Daniel. Debe pesar el doble que tú. ¿Qué vas a hacer contra él? Nos hará puré a ambos.
—Puede hacerme puré a mí mientras tú corres.
—No me hagas reír —gruñó ella, sin poder evitar carcajearse suavemente, entre lágrimas—. No quiero reír en este momento... —Tuvo que reconsiderarlo. Realmente no tenía otra alternativa—. De acuerdo...
https://youtu.be/buwfFvVUGpg
Jesse se limitó a aguardar en el pequeño salón en lo que ella abría y cerraba cajones en su habitación.
Miró en los alrededores y sintió un estremecimiento cuando se fijó en la posición torcida de algunos muebles y en algunas cosas tiradas en el piso. Pero su perplejidad se volvió en horror en cuanto vislumbró, junto a la encimera de la cocina, un delgado rastro de color marrón rojizo. Se imprimió en su cabeza la imagen vívida de Charis, ovillada en el suelo con la frente sangrante, llorando en soledad hasta dormirse, sin que nadie pudiese oírla o socorrerla.
Había comenzado a apretar los puños otra vez sin percatarse. Si tan solo supiera en donde estaba aquel bastardo ahora... Si le tuviera en frente...
Charis estuvo de pronto a su lado, observando quizás en su cabeza la misma escena que él, pero como protagonista.
—¿Podemos irnos? —musitó con la vista clavada en el piso. Tenía en la mano la misma bolsa blanca que se había llevado de viaje.
Jesse se la quitó y se la echó al hombro, e invitó a Charis a salir junto con él.
—Sí...
Charis no había estado nunca en el apartamento de Jesse. No se hubiese esperado lo limpio y ordenado que estaba el lugar para ser el piso de un hombre que vivía solo. Incluso olía como si lo hubiesen limpiado muy recientemente.
Por lo demás, era frío y oscuro; casi lúgubre. Y aquello no le sorprendió en lo absoluto. Las persianas cerradas no permitían el paso de ninguna luz, más que la que se filtraba a duras penas en la forma de un suave resplandor azulino.
—Cuánto lo siento... En verdad no querría molestarte de nuevo.
—Siempre te quejas de que pido muchas disculpas —murmuró él. Cuando Charis le dirigió la vista, Jesse meneó la cabeza con un esbozo de sonrisa—. Tienes razón, es un poco molesto.
Charis dibujó una sonrisa exhausta.
—Hace algo de frío aquí —comentó, desplazándose por el apartamento, intentando acostumbrarse a la idea de quedarse allí hasta el regreso de Daniel—. Supongo que dormiré en el sofá.
Jesse pasó de largo junto a ella; directo a lo que parecía ser el cuarto y dejó su bolsa encima de la cama.
—No vas a dormir en el sofá.
Charis entro detrás de él y miró alrededor. El cuarto era lo bastante amplio para albergar una cama doble, una mesa de noche, un armario y una cajonera.
Estaba todo tan impoluto como la sala, salvo por la cama. Parecía que alguien había dormido encima sin meterse bajo las mantas.
—¿Dices... dormir en tu cama? —cuestionó ella. Al no ver en su rostro ningún afán de contradecirla, se movió, incómoda—. No... ¡claro que no! Mira, agradezco el gesto, pero... ¡dormir juntos sería...!
Jesse dio un brusco retroceso, y sacudió las manos al frente:
—... ¡N-no! No, no, no. ¡No, no es eso lo que...! —Se pellizcó el puente de la nariz, por debajo de los lentes y exhaló—. Me refería a que... tú puedes usar la cama. La... habitación, de hecho. Yo puedo quedarme en la oficina de Daniel, hasta que él llegue. Nadie más va a usarla, así que...
Charis sacudió la cabeza al entenderlo.
—No. No puedo dormir en tu cama mientras tú te congelas en una incómoda camilla. Tenía un límite para abusar de tu amabilidad y con esto me estoy pasando.
—No es nada. He dormido muchas veces en el hospital.
—La respuesta es no. Ya acepté quedarme contigo. Incluso podríamos haber llegado a un acuerdo en cuanto a lo de ocupar la habitación, pero no puedo apropiarme de todo tu apartamento.
—Lo necesitas más que yo.
—Jess...
En el afán de disuadirlo, Charis creyó dar con la forma más efectiva. En el pasado ya lo había manipulado así, un par de veces.
—No quiero estar sola aquí. —No era del todo una mentira—. Además de noche y en este sitio desconocido...
Tras jugar su carta de damisela en apuros, la expresión de Jesse cambió al instante. Adivinó que lo había logrado.
—Yo dormiré en el sofá —resolvió, y Charis respiró triunfante.
—Perfecto.
—¿Está bien... si te dejo sola un par de horas? Tengo... algo que hacer en el hospital.
Charis enarcó una ceja.
—¿Qué cosa? No irás a trabajar, ¿o sí? Se supone que no entras hasta el lunes.
—Es solo... Hay algo que necesito averiguar. También... quiero asegurarme de que Daniel ya informó lo sucedido. Si no, hablaré con el director para contarle todo.
—Seguro. Ve —suspiró ella y avanzó hasta su equipaje para hacerse con una muda de ropa—. Entre tanto... ¿podría usar la ducha?
—No tienes que preguntarme.
—En verdad... eres demasiado amable conmigo. De nuevo no tenías nada que ver en este problema, y aun así-...
La puerta de la habitación se cerró a sus espaldas sin permitirle siquiera terminar de hilar la frase, y de pronto estaba sola en el apartamento.
Charis suspiró, con un meneo de la cabeza. Al final del día, aún después de todo ese tiempo... Jesse seguía siendo Jesse.
Tras meterse en la ducha, el agua caliente y el jabón escocieron sobre sus parches de piel magullada, pero el calor sirvió para destensar sus músculos. Al salir fue otra vez al cuarto. Estaba tan cansada que todo cuanto deseaba era dormir un poco. Se tendió boca abajo sobre el edredón y suspiró. Le sorprendió lo mullida y suave de la almohada; aunque tenía sentido dado el poco uso que adivinaba que tenía. Sin embargo, percibió en la tela el mismo aroma que tenía el cabello de Jesse, y sentirlo le transmitió una curiosa seguridad.
Allí estaba a salvo. Lejos de cualquier peligro.
Su hermano no la hallaría allí jamás. Acomodó sobre la almohada el lado contrario a la zona lastimada de su rostro, y, sin poder luchar más contra su cansancio, sus ojos se cerraron por sí solos casi al instante.
Tuvo frío; pero ni eso consiguió despertarla. Estaba demasiado exhausta y adolorida para moverse, así que permaneció hecha un ovillo tembloroso, abrazada a sí misma en el intento de calentarse. Creyó conseguirlo en cierto punto, pues dejó de sentir los brazos helados y de temblar, y pudo dormir más profundamente.
Un ruido repentino la despertó, y al erguirse de golpe, algo resbaló por sus hombros. Charis lo aferró por reflejo. No pudo ver qué era en la oscuridad, pero palpó lo que parecía ser una manta gruesa, hecha de algún material suave y mullido, como lana.
No recordaba haber visto nada similar sobre la cama de Jesse al acostarse a dormir, así que dudaba haberse cubierto con ello sin percatarse.
El estruendo venido desde algún lugar del apartamento le dio su respuesta.
—¿Jesse?
La puerta de la habitación se abrió como una mueca en la oscuridad, dejando entrar algo de luz al cuarto en penumbras desde la sala. El rostro pálido de Jesse apareció allí. Estaba sin gafas otra vez.
https://youtu.be/W2ZlTNiLloU
—Lo siento. ¿Te he despertado?
—Descuida.
Charis sacó los pies de la cama y se bajó de ella. Jesse fue rumbo a la cocina y ella lo siguió de cerca, llevándose la manta sobre los hombros.
—¿Acabas de llegar? —miró por la ventana y el cielo estaba negro.
—Hace un par de horas.
Charis asintió. ¿Cuántas había dormido?
—¿Cómo te fue en el hospital?
—Daniel ya llamó y les explicó todo. —Conforme hablaba, Jesse puso agua a calentar en la estufa.
—¿Hablaste con él? ¿Cómo está Erika?
—Lo llamé desde el hospital. Su hermana está estable. Sigue en observación y todavía está recibiendo terapia de oxígeno, pero ya le han retirado el drenaje y no ha vuelto a decaer.
—Qué bueno... —Charis fue a sentarse a la minúscula mesa que había en la pequeña cocina y se acomodó allí, enrollada en la manta mientras Jesse abría y cerraba gavetas, guardando cosas que iba sacando de una bolsa.
Distinguió azúcar, café y cocoa instantánea.
—¿Daniel... preguntó por mí?
Notó que Jesse se detenía en lo que hacía, pero no volteó a mirarla.
—Sí.
Algo se constriñó en su interior. No tenía cómo llamarle y explicárselo ella misma, si Jesse lo había puesto al tanto. No imaginaba lo preocupado que debía estar.
—¿Le has hablado sobre... esto?
Aquel negó.
—No lo he hecho. No era mi lugar.
—¿Qué le has dicho entonces?
—Solo que se averió tu teléfono.
Aquello la dejó un poco más tranquila. Charis se recostó contra el respaldo de la silla y suspiró.
—Por cierto —Jesse hurgó en los bolsillos de su chaqueta y cuando sacó la mano, sostenía un teléfono móvil de modelo antiguo—. Tomé esto prestado del hospital. De la caja de objetos perdidos. Le he puesto mi tarjeta SIM, así que... si necesitas llamar a Daniel o a alguien más, puedes usarlo.
Charis lo recibió con cuidado y consideró la idea.
—Es mejor si no lo preocupamos por ahora. Ya tiene bastante...
—¿Tienes hambre? —preguntó Jesse.
Su estómago respondió a la mención de la comida mucho antes de que lo hiciera ella misma, estremeciéndose con un doloroso calambre. No había comido en todo el día.
—Sí, ¡mucha! —tuvo que admitir—. ¿Qué cenaremos?
—Tengo sopa, y... —Dejó su frase inconclusa, y Charis enarcó las cejas en espera del resto de sus opciones. Entonces, Jesse bajó la vista—. Sopa es... todo lo que tengo.
Charis echó un vistazo a la bolsa:
—¿No acabas de volver del supermercado?
Jesse introdujo la mano y sacó dos envases de fideos instantáneos.
—Estaba cerrado. Pasé a una tienda por aquí cerca, y no tenían muchas cosas.
¿Cerrado? ¿En dónde se había pasado todo el día antes de eso? ¿Ella en verdad había dormido tanto? Asintió, con un pequeño suspiro.
—Sopa está bien.
El agua comenzó a hervir en lo que Jesse sacaba el último artículo de la bolsa. Una barra grande de chocolate que le extendió a Charis, antes de apagar la estufa y verter el agua en los fideos instantáneos.
—Puedes comer eso entre tanto.
—¿No tenían comida decente pero sí chocolate? ¿Ni siquiera congelados?
—No tengo microondas.
—¿Y el horno de la estufa?
—No funciona. La conseguí de segunda mano.
Charis fue hasta las alacenas y las revisó una a una. Pero estaban casi completamente vacías, no había más que un par de latas de atún, de sopa, pan y una caja de cereal con sabor a chocolate. Por último abrió la nevera, pero todo lo que encontró allí fue leche chocolatada, jugo, una botella de kétchup, y un frasco grande de Nutella.
—No tienes absolutamente nada para cocinar.
—No sé... cocinar.
—¡Algo debes saber hacer! —Él negó lentamente. Charis levantó las cejas—. Vives solo. ¿Qué es lo que comes entonces, si no cocinas?
A modo de respuesta, Jesse levantó de la encimera el vaso de fideos instantáneos y lo movió frente a su rostro.
—¿Estás diciéndome que comes eso todos los días?
—Cuando estoy en casa. El resto del tiempo, cuando coincido con Daniel, almorzamos en la cafetería del hospital.
—¿Y el resto de las veces?
—Compro chocolates, café, o... soda, o-...
—¿Eso es todo? —espetó ella— ¿Vives de dulces, fideos y café?
Él no contestó, pero no tuvo que hacerlo. La culpa en su expresión cuando le hurtó la vista le dijo todo cuanto necesitaba saber.
Charis dio una cabeceada conforme lo asimilaba, y volvió sobre sus pasos para dejarse caer otra vez en la silla.
—Esto está mal... Está realmente mal —exhaló exasperada—. Jesse, tú no te alimentas; como mucho sobrevives. Con dulces y café. Por eso eres tan delgado y tan pálido. Por eso estás siempre ojeroso y frío... Por eso te desmayas todo el tiempo, ¡te estás enfermando!
—Empiezas a hablar como Daniel...
—¿Y alguna vez se te ha ocurrido que te dice todo esto porque le preocupas y no porque quiera fastidiarte?
—Sé que se preocupa, pero no hace falta que lo haga. Ni tú tampoco.
Charis apretó los labios. No quería sacar conclusiones apresuradas, pero otra idea empezaba a rondar su cabeza. No obstante, no sabía lo suficiente de desórdenes alimenticios como para dar un diagnóstico.
—¿Hay... alguna otra razón por la que decidas alimentarte tan mal? Sea lo que sea... lo entenderé. No te juzgaría por ello.
Él lo pensó un momento.
—No la hay.
—Puedes decírmelo.
—En verdad no la hay. Vivo solo, no sé cocinar, tengo mucho trabajo... Y no puedo darme el lujo de costear tres comidas al día, incluso en la cafetería del hospital. No gano tanto, Charis.
Pese a que lo último que hubiese querido era volver a tocar un tema que sabía que era sensible, Charis no vio otra salida.
—Tienes esa casa abandonada que no usas. ¿En verdad es absolutamente tan importante que no puedas venderla?
Jesse hizo una pausa larga. Le quitó la vista y asintió. Volvía a lucir melancólico y culpable; como un niño reprendido.
Charis echó la cabeza hacia atrás con un bufido. No llegaría a ninguna parte por mucho que tratase. Cuando quiso darse cuenta Jesse le miraba con una expresión extraña que reconoció como culpa.
—¿Estás... molesta conmigo otra vez?
—Estoy molesta conmigo.
—¿Por qué? —Ladeó el rostro, sin entender.
—Porque no puedo hacer nada por ti.
—No te he pedido que hagas nada.
Ella meneó el rostro. Empezaba a sentirse mal de haber pasado tanto tiempo dando dinero a Mason para que se emborrachase mientras Jesse contaba monedas para sobrevivir. Pero no podía ayudarlo; ya estaba ayudando a su cuñada y sus sobrinos. Además, dudaba que él fuera la clase de persona que aceptaría caridad.
Saber todo lo anterior había disipado su apetito.
—No puedes sobrevivir a base de chocolate.
—Está bien. Me gusta el chocolate.
Charis no pudo hacer otra cosa sino suspirar inerme.
—En verdad... eres como un niño a veces. —«Un niño solitario y perdido...» añadió en su fuero interno.
Él levantó la tapa de los vasos de sopa instantánea.
—Listo. ¿Res o pollo?
—El que sea está bien. —Aguardó sin mirarlo, todavía absorbida por su conversación anterior. Tras un instante largo, volvió a levantar la vista y Jesse aún dudaba con ambos vasos en las manos. Ella rodó los ojos—. Pollo.
Jesse se la extendió, aliviado, y ella la recibió con cuidado, deleitándose con el calor que el recipiente transmitió a sus manos heladas. Él se sentó en la silla frente a ella con su propio vaso, pero se limitó a revolverlo distraídamente, con la vista fija en algún punto de la mesa, sin probarlo. Charis paró de inmediato de sorber sus propios fideos.
—¿Qué esperas? —le dijo con la boca llena y señaló el vaso con un gesto—. Come.
—No tengo mucho apetito.
Ella entornó los ojos.
—¿Has comido algo en todo el día?
—N-no, pero-...
Charis dejó con un golpe el vaso sobre la mesa.
—Ya estamos con esto otra vez... ¡Cómete esos fideos, Torrance, o te juro que voy a tomar mis mierdas y me largaré a un hostal! —dijo, señalando la puerta—. Al menos allá comeré sola porque no tendré otra opción.
Sus ojos ámbar se abrieron grandes y la observaron con pasmo unos instantes, para luego levantar el vaso de la mesa y darle un sorbo.
—Así está mejor —le dijo Charis—. Ahora termínatelo. O ya verás.
Después de comer, Charis se ofreció a lavar lo que habían ensuciado, pero eran solo dos cubiertos, y Jesse no se lo permitió, así que fue a sentarse al sofá, todavía enrollada en la manta.
Aún después de dormir toda la tarde y de comer algo caliente, estaba exhausta, y lo ocurrido con Mason no parecía sino una pesadilla lejana. Se llevó por acto reflejo los dedos a la frente y palpó la gasa sobre su ceja. El relieve del corte inflamado bajo el parche le ayudó a corroborar que todo había sido real, y una sensación pesada y amarga se le asentó en el pecho, junto con unas casi incontenibles ganas de llorar otra vez.
Se sintió débil y cobarde. Culpable...
Se dijo toda su vida que si llegaba el día en que un hombre la agrediese, se defendería. Pero el terror la había paralizado, y no recordaba que hubiese podido siquiera intentar evadir los golpes de Mason; mucho menos devolverlos. Pensar de nuevo en ello trajo a su cabeza memorias frescas y cada vez más vívidas.
Revivió el golpe en su mejilla. No lo vio venir, solo a Mason tomar el impulso, antes de salir despedida. Vio la encimera por corto tiempo, luego sintió el golpe de su frente, y después vio el techo. Luego vinieron las patadas. Una contra la cadera, y la otra entre las costillas.
https://youtu.be/VEtEcsx1qJA
Las lágrimas se agolparon de nuevo en sus ojos. Esta vez, lágrimas de rabia y de frustración.
Apareció entonces frente a su rostro una taza humeante. Charis la recibió con cierta vacilación y observó el contenido. Se le deslizó por la nariz un aroma dulce y delicioso que le abrió otra vez el apetito.
Levantó la vista, pero Jesse se desvaneció de allí antes de que pudiera darle las gracias. Rodeó el sofá y vino a sentarse del otro lado, con su propia taza.
—¿Chocolate caliente? —ella exhaló una suave risa—. ¿Es la única otra cosa que comes, además de sopa de fideos? —Sorbió su chocolate—. Mañana iremos de compras. Tengo algo de mi último sueldo.
—No tienes por qué gastar tu dinero.
—No te lo estoy preguntando. —Vio que Jesse torcía una mueca—. ¿Qué sucede?
—No creo... que sea seguro que salgas todavía.
Charis exhaló.
—Mason no me encontrará. Y aún si lo hace, no me hará nada. No es listo; pero es demasiado cobarde para actuar en público. La última vez no le fue bien.
—Deberíamos... ir mañana a hacer esa denuncia.
El primer instinto de Charis fue negarse; pero en cambio se encontró considerándolo. Ahora estaba segura de lo que tenía que hacer. Mason no solo podía volver por ella; sino que sin un lugar a dónde ir, podría regresar con Marla. Y allí estaban sus sobrinos. No quiso pensar en lo que haría de encontrarse orillado como la rata que era.
—De acuerdo... —Se infundo valor con un respiro. Ya no podía seguir posponiéndolo. Mason necesitaba un alto—. Lo haré.
Al momento de hacer la denuncia y llenar el reporte, se enfrentó a toda clase de preguntas incómodas y engorrosas. Las contestó todas con honestidad, incluso aquellas que la hicieron sentir acusada y cuestionada, y que le llevaron a dudar de su propia versión de los hechos.
Tomaron fotografías de sus heridas, y tuvo que rememorar todo el ataque, para relatarlo una y otra vez...
Cuando salió de la estación, agotada de responder interrogatorios, humillada, y sin fuerzas de nada más, Jesse aguardaba afuera por ella. Charis esperó más preguntas, pero todo lo que él hizo fue invitarla con un gesto.
—¿Vamos?
—Sí...
Aun cuando era imposible que, en su condición de fugitivo, Mason rondara cerca de la estación de policía, miró nerviosa por los alrededores mientras caminaban. Notó que no era la única. Jesse miraba también, como si esperase ver algo o a alguien. Se sintió culpable de involucrarlo en sus problemas familiares. No hubiese querido que nadie más se viese envuelto, sabiendo que corrían peligro, pero Masón había pasado de ser una preocupación menor con la que podía lidiar; solo una molestia que quitaba tiempo y dinero, a transformarse en una verdadera amenaza.
Sentía que su hermano había muerto, y que no conocía a este sujeto para nada. Estrujó la copia de la orden de alejamiento que llevaba en la mano.
La calle estaba desierta salvo ellos y un hombre en harapos paseándose por el parque frente a la estación. Este no les echó más que un vistazo en cuanto los vio bajar la escalinata y sacó un teléfono móvil moderno de su bolsillo para hacer o bien atender una llamada. ¿De dónde sacaría un vagabundo un teléfono móvil? Entre tanto, ella todavía no conseguía otro... Era la clase de cosas en las que necesitaba pensar para distraerse.
—Jess. —Aquel se detuvo sobre sus pasos y ella frenó junto a él—. Si Mason se entera de esto... él me va a matar.
Verbalizar lo que había estado pensando toda la mañana le estrujó el estómago en un calambre doloroso. ¿De qué manera había pasado a ser aquel un miedo tan real? Jesse guardó silencio un momento.
—No lo hará.
—Sí lo hará... No sabes lo impulsivo que puede ser.
Escuchó en su memoria el chasquido de una pistola. El disparo, y el grito de su padre. Sacudió la cabeza.
—No me refiero a eso.
Sintió sobre sí su mirada y se la devolvió. Le sorprendió hallar en su expresión la determinación de alguien muy distinto al muchacho tímido que conocía.
—Charis. Yo no le voy a dejar hacerte nada.
La seguridad en su voz la puso perpleja. Al cabo de un momento se rio con amargura.
—¿Intentarás impedirlo? ¿Y que te mate a ti? No eres precisamente... —Se percató de sus propias palabras antes de terminar su frase y movió la cabeza—. Lo siento. Solo intentas hacerme sentir mejor, y yo...
—No, tienes razón. No soy alto, ni fuerte-...
—Jess, no quise-...
—Pero... sin importar qué, no voy a permitir que tu hermano te haga daño. Estás segura, Charis. Yo... me aseguraré de eso como sea.
El pujo de las lágrimas en sus ojos, y el nudo de su garganta amenazaron con romper su voz. No pudo ni siquiera agradecérselo, pero lo hacía en el fondo.
Una vez junto al auto, se quedó con la mano en la manija sin llegar a abrir en cuanto se percató de que Jesse había frenado sobre sus pasos y se había paralizado en el amago de abrir su propia puerta.
Charis siguió la dirección de su mirada fija. En la acera, junto a ellos, se había estacionado el oficial Jiménez. Este bajó de su auto y encendió un cigarrillo.
—Torrance —saludó—. ¿Te has animado a hacer esa denuncia?
—Estoy acompañando a mi amiga. Nada más.
Aquel dio una calada distraída a su cigarrillo, pero Charis percibió que no le quitaba a Jesse la mirada, por mucho que fingiera abocarse a fumar. Por el rabillo del ojo, ella hizo lo mismo.
Jesse tenía los hombros rígidos y le sostenía la vista.
—Una pena —dijo Jiménez—. Pensaba que lo que te dije resonaría aunque fuera un poco en esa cabeza tuya. Una pena, en verdad...
—Que tenga un buen día, oficial.
El tono golpeado de su voz la desconcertó. Nunca le había oído dirigirse a nadie con tanto desdén. Jiménez reaccionó acorde. Los labios se le volvieron en una línea apretada bajo el bigote, y Charis vio que exhalaba lentamente el humo del cigarro por la nariz.
Al momento de subir ambos al auto, Jesse cerró de un portazo y ella dio un brinco sobre el asiento.
—Ciérrala más duro, creo que quedó abierta —le reprochó.
Él exhaló. Para el momento en que viró para mirarla, tenía en el rostro su expresión apenada e incómoda de siempre:
—Lo siento.
Charis lo escudriñó. Esperaba algún tipo de explicación, pero, como era costumbre, esperaba demasiado...
—¿De manera que nunca declaraste en contra de ese sujeto?
—¿Para qué? Todos vieron lo que pasó.
—¿Y no es un poco hipócrita de tu parte hacerme venir hasta aquí a hacer lo que tú no hiciste?
Se preparó para sostener su argumento y defenderlo, pero Jesse simplemente bajó la vista:
—Probablemente lo sea... Ya no se puede hacer nada.
—Podrías bajar del auto, entrar allí y dar tu declaración, ya que estamos. Ese sujeto saldrá eventualmente de prisión, ¿y qué crees que hará? Vendrá directamente por ti.
Una mueca se dibujó en los labios de Jesse. Una mueca muy parecida a una sonrisa, pero tan amarga que le transmitió un escalofrío. Abrió los labios, pero volvió a sellarlos sin decir nada.
—Vamos a casa.
—¿Qué estuviste a punto de decir?
—Nada, Charis; vamos a casa.
Seguir interrogándolo era inútil. Ella lo sabía. Lo había aprendido de sobra en el transcurso de esos meses. Sin más que decir para cambiar la situación, y demasiado cansada para intentar ordeñar tan siquiera un solo pensamiento de esa cabeza tan llena de secretos, encendió el motor, metió la primera marcha y echó a andar el automóvil.
Jesse se negó terminantemente a que ella le acompañase al supermercado. Por otro lado, Charis lo obligó a aceptar su dinero y le escribió una larga lista de compras, alegando que si no lo gastaba, iría ella misma al supermercado. No se sentía mal de chantajearlo si era la única manera de orillarlo a aceptar retribución por dejarle quedarse con él. Él se llevó el teléfono como precaución al menos, dejándole su número, y le indicó llamarlo desde el teléfono del edificio si necesitaba cualquier cosa. A Charis no le molestó quedarse sola, tanto como el hecho de verse prisionera de ese lugar hasta que todo se resolviese con Mason.
Odiaba ese sentimiento; el de ver sus acciones condicionadas por alguien.
Una visita al baño, atacada por fuertes calambres estomacales que no supo si debidas a los golpes recientes o a sus nervios destrozados, le dio una respuesta contundente, a la vez que terminó por añadir otra inconveniencia a su larga lista de disgustos de esos últimos días, cuando descubrió la mancha de color rojo en su ropa interior.
Recordó solo allí que no había empacado toallas sanitarias. Habían ocurrido tantas cosas que aquello era lo última en su cabeza.
—Maldición... ¡Justo ahora!
Tuvo que arreglárselas con papel higiénico en lo que pensaba cómo resolverlo. Podría salir a comprar, pero no tenía llaves del apartamento, y aunque dudaba que Mason supiera su paradero, no dudaba de su mala suerte.
Determinó que solo le quedaba una opción.
Cuando se presentó en el mesón de la recepción, quien parecía ser el casero; un hombre anciano y de expresión malhumorada, apenas levantó la vista para verla.
—¿Qué quiere?
—¿Podría usar el teléfono?
—¿Qué cree que es esto, un centro de llamado? Usted no vive aquí; no la he visto en mi vida.
—Me estoy quedando con un amigo. Jesse Torrance.
El segundo vistazo que le echó el casero fue apreciativo.
—¡¿Usted?! —Charis se encogió avergonzada con la forma en que él la examinó—. De manera que usted es la novia. Va a ser que el chico tiene lo suyo...
—... ¿Novia? —Charis sacudió la cabeza. No tenía sentido argumentar—. Como sea... ¿puedo usar el teléfono?
—No. Aunque viviera aquí, ya le he dicho a ese muchacho que esta no es su línea particular. Y está atrasado en la renta, como siempre.
—Por favor. —masculló Charis—... Es una emergencia.
—No veo que nadie esté sangrando.
«¡Yo estoy sangrando!» dijo ella en su fuero interno, pero no había forma en que pudiese decirle aquello.
Se quedó frente al mesón de pie sin saber qué hacer. Finalmente, el casero pareció compadecerse de ella, pues le extendió el teléfono con un resuello.
—Última vez.
En lo que aguardaba en la línea, se debatió en qué diría a Jesse. De todas las personas... Si para ella iba a ser terriblemente difícil, no imaginó lo incómodo que resultaría para alguien como él. ¿Por qué la vida insistía en complicársele a cada segundo? La tomó desprevenida el momento en que Jesse respondió. Pareció agitado.
—... ¡¿Charis?!
—¿Cómo sabías que era yo? —Con la tranquilidad de su tono, el suyo pareció relajarse. Habló al final de un largo respiro.
—¿Ocurre algo?
Ella suspiró.
—Escucha... esto es muy embarazoso, pero... necesito pedirte un favor.
—Dime.
—Acabo de... —Se apartó del mesón tanto como se lo permitió el largo del cable rizado del antiguo teléfono del edificio para no ser oída por el casero—. Necesito... toallas sanitarias. Para...
Hubo una pausa. Se lo imaginó paralizado y avergonzado en medio del supermercado. Por lo cual, la naturalidad de su tono la asombró.
—Seguro. ¿De cuáles?
—Con... alas. —Susurraba, con el rostro caliente. No fue capaz de darle una marca ni más descripciones.
—¿Algo más?
—Es todo...
—De acuerdo.
Después de cortar la llamada, Charis permaneció absorta unos instantes. Eso había sido sorprendentemente fácil. Se lo agradeció al casero y regresó al apartamento de Jesse, algo menos avergonzada.
El dolor no tardó en aparecer, poco después.
Charis aguardó recostada en la cama a la llegada de su salvación, intentando no moverse demasiado. Empezaba a preguntarse cómo el muchacho que se ponía incómodo a la hora de hacer elegir a alguien entre sopa de pollo o de res podía tomarse un asunto tan inherentemente femenino con tanta naturalidad.
Tuvo una idea curiosa.
¿Se debía a su trabajo en el hospital... o había vivido alguna vez con una mujer con quién había llegado a tener ese grado de confianza en algún punto de su vida?
https://youtu.be/eWjtE6ZV0dA
Despertó con el sonido de alguien en la cocina sin saber en qué momento se había dormido de nuevo. El estómago le dolía de manera excruciante y rogó por no haberse manchado.
Igual que el día anterior, Jesse apareció en la puerta. Esta vez, venía por completo cargado de cosas. Una bolsa del supermercado en una mano, una taza en la otra, y un bulto bajo uno de los brazos.
—¡¿Qué es todo eso?!
Jesse puso la taza junto a ella, en la mesa de noche:
—Té de manzanilla. —Después metió la mano en la bolsa y le entregó el paquete de toallas. Se hizo después con el bulto bajo su brazo y se lo entregó también. Era una bolsa de agua caliente. Estaba llena cuando Charis la recibió y transmitió una agradable calidez a sus manos—. Oh. Y... esto.
Por último, abrió el cajón de la mesa de noche y sacó de allí una barra de chocolate que le dejó al lado. Charis observó sin palabras todas las cosas a su alrededor.
—... ¿Por qué-...? —no le salió decir nada más.
—Tengo analgésicos en la cocina. Por ahora... ¿necesitas algo más? —Ella movió la cabeza—. Estaré aquí afuera, guardando las compras. Y... lamento si el casero te dio problemas por lo del teléfono.
—Pensó... que era tu novia —masculló ella, aún con dificultades para hablar.
Jesse llevó las pupilas a una esquina de sus ojos con un suspiro. Otra vez sin gafas... ¿Nunca las usaba en casa?
—No se lo tengas en cuenta.
Charis dio un bufido.
—Aunque a decir verdad, esto sobrepasa por mucho el nivel «novio» —intentó bromear, abriendo la envoltura de la barra de chocolate—. Esto... es material de esposo.
Jesse abrió los ojos, mudo, y ella se avergonzó por lo dicho. Pensó en cómo retractarse.
—Quiero decir que... no tenías que hacer nada, salvo comprar... esto —echó un vistazo al paquete de toallas—. Gracias. Por todo.
Tras una pausa, él dibujó una sonrisa abochornada y exhaló un suave respiro.
—En... salud y enfermedad —susurró, antes de salir por la puerta y dejarla sola, completamente absorta por ese último comentario.
Después de cambiarse, beberse todo el té y permanecer recostada unos minutos con la bolsa de agua caliente cerca del vientre, Charis se sintió mejor y se vio capaz de levantarse otra vez. Acudió a la cocina para ver si podía ayudar en algo, y Jesse todavía guardaba las compras.
Lo contempló desde la puerta, absorbido por la tarea; su perfil afilado y el pelo alborotado sobre el rostro... ¿En qué momento había acabado necesitándolo tanto?
—No debiste hacerme comprar todo esto —se quejó él al notarla—. Gastaste mucho. Bastaba con-...
—Un «gracias» es suficiente. Y cállate ahora, Torrance, porque te ayudaré a guardar las latas, y no quieres enojarme cuando tengo el periodo y algo pesado en la mano.
Él movió la cabeza y se quedó en silencio.
Conforme guardaban todo, Charis no podía evitar echarle vistazos de vez en cuando.
Empezaba a notar un patrón en él. Según sabía, gracias a Daniel, había insistido desde el inicio porque fuera al hospital por el dolor que le había derivado en apendicitis, pero él tenía una pésima salud a la que jamás hacía caso. La había convencido de presionar cargos contra Mason, pero se había negado a hacer lo mismo contra la persona que lo había amenazado dos veces. Era como si se pasara la vida resolviendo los problemas de los demás, pero nunca pusiera atención a los propios. Como si no existieran. O como si no importasen.
Guardando cosas, se encontró con una gaveta que parecía trabada y batalló abriéndola. Estaba pesada y al conseguirlo, casi se le cayó sobre los pies.
https://youtu.be/zPndtvek_Jo
Al ver lo que había dentro, Charis tuvo que ahogar un jadeo. Contenía una cantidad insólita de chocolates, de todos los tipos y tamaños imaginable.
—Jess. ¿Qué demonios es esto?
—Es... chocolate. —Enarcó una ceja como si fuera la cosa más evidente del mundo.
—¿Serías tan amable de explicarme por qué tu despensa estaba completamente vacía, pero tienes una gaveta llena de dulces? ¿En esto te gastas todo el dinero?
Él se encogió de hombros.
—No... todo.
—Tienes un serio problema... ¡¿Cómo es posible que no tengas diabetes a estas alturas?!
—Puedes comer del que quieras.
—¡Ese no es el punto! —se quejó Charis. Sin embargo, antes de cerrar la gaveta, curioseó su contenido. Había algunos que ni siquiera sabía que existieran—. ¿En serio?... ¿Puedo comer del que sea?
—Adelante. Tengo mucho.
—Sí, ya me di cuenta de eso. —Con un resoplido sacó de la gaveta el que se le hizo más tentador, chocolate blanco, con relleno de galletas y crema, y abrió el envoltorio—. Eres un desastre, Jesse Torrance. —Gruñó, tras dar un mordisco, mientras masticaba—. Un completo desastre, y estás loco. ¿Sabes?
Al terminar de guardar todo, Charis echó otro vistazo a la gaveta que no había podido cerrar.
—Esa gaveta está demasiado llena. Podríamos... no sé. Desocuparla un poco, ¿no te parece?
—... ¿Desocuparla?
Charis seleccionó algunas barras de la gaveta, todas diferentes, y las alzó en el aire.
—Por ejemplo... tienes un DVD, ¿no? ¿Tienes... alguna película que podamos ver, mientras le damos de baja a un par de estas?
Jesse frenó de golpe en lo que estaba haciendo y se le dibujó una inesperada sonrisa en los labios. Probablemente la sonrisa más alegre que le había visto mostrar nunca. Charis se contagió de ella sin percatarse. La respuesta era evidente.
https://youtu.be/c9xy6HQH6VU
Personajes grotescos, paisajes grises y deprimentes, canciones infantiles... Todo constituía un espectáculo extraño. Pero no podía negarlo, la película era divertida.
Un mundo en donde cada celebración tenía un país, y donde el rey del país de Halloween, cansado de ser el «Rey calabaza», intentaba robarse la navidad suplantando a Santa Claus. Una suerte de Grinch más inquietante.
—¿Esta... es tu película favorita?
Jesse asintió sin apartar la vista de la pantalla. Charis no vio sentido en cuestionarlo. No hacía falta entender a Jesse. Bastaba con aceptar sus peculiaridades...
—Nunca la había visto. Ni siquiera cuando era niña...
—¿En serio? —preguntó él. La expresión inocente en su rostro la enterneció—. Cuando era un niño... yo la veía todo el tiempo.
Charis se estremeció sin comprender qué clase de adulto le pondría una película como esa a un niño pequeño. A ella le hubiese aterrado.
Él se llevó a la boca un cuadro de chocolate y ella mordió otro. Compartían una manta, y entre ellos había dos pilas; una de chocolate, y otra de envoltorios vacíos de los que ya se habían terminado. Estaba segura de nunca haber comido tanto en su vida, y sabía que lo lamentaría pronto.
Se concentró en la película. Al principio le había parecido una boba caricatura infantil, pero conforme avanzaba la trama, se vio cada vez más intrigada por lo que vendría a continuación. Se enamoró del personaje de la triste muñeca de trapo, aunque odió el hecho de que el esqueleto no se diera cuenta de sus sentimientos ni escuchase sus advertencias sino hasta el final, cuando ella tuvo razón todo el tiempo.
Al final de la película, cuando por fin quedaron juntos, sintió una curiosa melancolía. Le pareció una pareja tan trágica y hermosa a la vez... Dos seres extraños en un mundo extraño, destinados a estar juntos en ese lugar grotesco y decadente.
—Seré honesta; no es para nada lo que esperaba. Pero es una buena película —reconoció.
Mas no tuvo respuesta. Y al mirar a su lado, encontró a Jesse dormido en su lugar, acurrucado con la manta hasta el mentón. Un dejo de lástima estrujó su corazón.
—Siempre estás tan cansado... —susurró.
Tan cansado y ajeno. «Un ser extraño, en un mundo extraño». ¿Se parecía ella en algo a la muñeca rota de trapo?
—Recuéstate —le dijo ella, instándolo a tumbarse, y él obedeció, instado por sus manos, y se tendió sobre uno de sus costados.
Charis le tendió la manta encima. Recogió los envoltorios del piso, y con el control remoto apagó el televisor, dejando la sala en penumbras. Se llevó con ella la bolsa de agua todavía cálida.
—Buenas noches —se despidió de él, echándole un último vistazo.
Por toda respuesta, él respiró y se ovilló entre las mantas con el cabello agolpado sobre los ojos.
Se sentía mal de usar su cama mientras él dormía en el frío de la sala, pero sabía que se negaría a dejar que ella ocupara el sofá y bajo ningún concepto se hubiese atrevido a sugerir que durmiesen juntos. Ni siquiera había dormido jamás en la misma cama que Daniel, y era su mejor amigo de toda la vida...
El único pijama que había llevado consigo era el primero que había tomado de su cajón, de tirantes y tela muy delgada, y sintió frío. Pensó que a Jesse no le importaría si tomaba prestado algo suyo para dormir.
Entró al cuarto temblando y frotándose los brazos intentando calentarse, y fue directo a sus cajones. Evitó el primero, suponiendo que sería el de la ropa interior y se movió hacia el segundo. Encontró allí varias camisetas largas y buscó la que luciera más percudida para no arruinar alguna que usara diariamente, pero se encontró con que todas eran viejas, llenas de remiendas y parches, con las mangas deshilachadas y agujeros en los bajos. Movió la cabeza y hurgó más profundo, a ver qué era capaz de hallar.
Encontró al fondo del cajón una camiseta oscura y la desdobló frente a su rostro para comprobar que fuera lo bastante holgada y cómoda para poder dormir. Pero al hacerlo, algo salió volando de entre ella, y captó su atención por el rabillo del ojo.
Fue a dar al piso una figura rectangular que reconoció como una especie de papel o recibo, el cual se apresuró a recoger del suelo, temiendo que fuera importante. Pero entonces, al darle la vuelta, justo al tiempo de erguirse, un aliento se le atascó en mitad de la garganta.
Al principio le pareció que se trataba de la imagen de una muñeca, o un maniquí; pues la persona en lo que más tarde entendió que era una fotografía sencillamente no podía ser real.
https://youtu.be/iG3d1VvbPdY
Retratada en la foto había una joven mujer que no le devolvía la vista, sino que miraba con ensoñación hacia un costado, con los labios curvados en una suave sonrisa de labios rojos. La foto parecía muy antigua, pero ni siquiera las grietas, la superficie opaca de la lámina ni los bordes desgastados mellaban la hermosura insólita de la modelo en la imagen.
Nunca había visto belleza similar; ni siquiera en televisión. Llevaba el cabello largo, oscuro, suelto en suaves ondas en torno al rostro y usaba una camisa elegante entallada, con un escote que si bien no era voluptuoso, insinuaba la suave curvatura de un busto seductor, sobre el que colgaba un collar que identificó de inmediato.
Al final de una fina cadena que le rodeaba el fino cuello, pendía una flor de Lis. La misma que Jesse llevaba a todas partes.
Un movimiento por la esquina de su visión periférica la hizo emitir un jadeo y dar un cuarto de vuelta casi en un brinco. Jesse estaba en el umbral de la puerta, mirando fijamente la fotografía que ella sostenía en sus manos.
—Tomé... algo de tu ropa —murmuró ella, con la camiseta todavía colgando del brazo—. Pero esto voló, y-...
Jesse avanzó dos zancadas y tomó la foto de entre sus dedos.
Aun cuando fue tan suave como siempre, percibió una extraña brusquedad en su acción. Notó que sus manos temblaban ligeramente al sostener la fotografía en ellas.
—Lo siento, no quería-...
—Por favor... no vuelvas a hurgar entre mis cosas. —Su tono fue medido y tan cauteloso como siempre, pero Charis sintió un extraño vacío en el estómago.
Había otro sentimiento camuflado en su voz. El tremor de su barbilla al hablar, el ritmo acelerado de su respiración y sus esfuerzos por regularla...
Estaba enojado.
Y ella no pudo sino paralizarse en su lugar con las manos todavía en alto, en la posición en la que hasta hacían solo unos segundos sujetaba la fotografía que Jesse le había arrebatado. La de la mujer más hermosa que Charis había visto nunca, usando el mismo collar por el cual él se había puesto en un riesgo de muerte dos veces. No podía ser ninguna otra persona; debía tratarse de ella.
Quien le enseñó a tocar el piano. La propietaria de la casa en el campo. La primera dueña del collar que Jesse atesoraba más que a su propia vida...
Era ella. Era Ophelie.
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