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8. Regreso

https://youtu.be/UUrQHSLMI8U

En el denso silencio dentro de la cabina del vehículo, el ruido del motor no era más que un zumbido lejano.

Charis conducía. Se negó a que lo hiciera Daniel, arguyendo que no estaba en las mejores condiciones, y él no objetó nada. Aquel no despegaba la vista de su teléfono móvil, como en espera de alguna llamada, pero con expresión pavorosa, como si al mismo tiempo le atemorizase recibirla. No fue sino hasta después de casi una hora de viaje en absoluto silencio que pareció percatarse, desde que dejaran la casa a toda prisa para regresar a Sansnom, de que existía en el mundo a su alrededor.

Echó un vistazo sobre su hombro al asiento trasero, en donde Jesse y Beth viajaban callados, y luego a Charis, quien le devolvió una mirada afligida por el rabillo del ojo.

—No saben cuánto lo lamento —murmuró.

Ella movió la cabeza:

—En absoluto, Daniel. No es como si hubieses querido esto.

—¿Hay algo que podamos hacer? —preguntó Beth, emergiendo por entre los asientos frontales.

—No se preocupen, una vez allá sólo tengo que buscar un vuelo.

—Bueno, yo estaré contigo, vaquero —le dijo ella, y le puso una mano sobre el hombro. Daniel le dedicó una sonrisa agradecida a medio camino de una mueca triste.

Tenían todavía algo de tiempo hasta el aeropuerto, pero Charis tenía el pie tan hondo en el acelerador, que ese tiempo probablemente se viera drásticamente reducido.

—Más lento, Charichi —le reprochó Beth—. Que nos matemos a mitad del camino tampoco ayudará a nadie.

Charis suspiró, pero no disminuyó la velocidad. No lo hizo sino hasta que oyó a Beth exclamar:

—¡Oye! ¡¿Estás bien?!

Daniel alejó momentáneamente la atención de su móvil y Charis miró por el espejo retrovisor al sitio junto a Beth, en donde el cuarto pasajero viajaba tan silencioso que casi olvidaba que iba en el auto con ellos.

El rostro de Jesse lucía casi translúcido a fuerza de su palidez y tenía los hombros hincados en el asiento, como si el respaldo estuviera a punto de engullirle.

Solo entonces ella disminuyó la velocidad.

—No... Charis, está bien —protestó él—. Es... una emergencia.

—Beth tiene razón. Podemos ir más lento —dijo Daniel—. Erika... estará bien. Esto ya ha ocurrido antes.

Aunque intentaba sonar templado, Charis percibió que intentaba convencerse de ello con todas sus fuerzas.

Aceleró solo un poco más.

Aunque hicieron una hora menos de viaje, a Charis le parecieron las cuatro horas más largas que había conducido nunca. Para el momento en que llegaron al aeropuerto de Sansnom, a las afueras de la ciudad, eran las nueve de la noche, y Daniel ya había conseguido un vuelo por internet en una hora más, mientras que el que consiguió Beth era en dos horas.

Y con ambos cargados con su equipaje, entraron los cuatro en el recinto en el mismo silencio sepulcral que los había acompañado durante las horas de viaje.

—En serio lamento esto —se disculpó Daniel, por reiterada vez.

Charis sacudió la cabeza, disgustada:

—¿Quieres parar ya con eso? No es tu culpa, Dan. Tu familia te necesita.

Aquel no dijo nada. Parecía estar teniendo serias dificultades a la hora de manejar todas las emociones que se arremolinaban en su interior. Charis deseó por un momento parecerse a Beth... Tener el valor de abrazarlo y así transmitirle de manera más efectiva su afecto y su apoyo. En cambio no pudo más que darle una fría palmada en el hombro a su amigo de toda la vida.

—¿Qué fue lo que pasó exactamente? —pudo preguntar al fin.

No había tenido ocasión de hacerlo desde que abandonaron la parcela. Daniel había sido poco claro; todo lo que les dijo fue que su hermana había sido internada de emergencias en el hospital.

Él respiró hondo, como infundiéndose valor:

—Empezó como un resfriado. Pero les dijo a mis padres que se sentía bien y se negó a ir al hospital. Y esta tarde se agravó. Sufrió un ataque de apnea y tuvieron que llamar a una ambulancia. —Daniel exhaló, sacudiendo con fuerza la cabeza—. Resultó ser una neumonía, y derivó en un edema pulmonar agudo. Hubo que practicarle una toracocentesis de emergencia.

Charis dio cabeceadas intentando seguir el ritmo de su explicación, pero se perdía entre los términos técnicos, e incluso al final de su relato, no tenía una idea clara de lo ocurrido.

—¿Quieres decir que está en cirugía?

—Lo más probable es que esté bajo cuidados intensivos ahora, con un drenaje. Eso... si todo salió bien en la cirugía. Papá no me ha dado ninguna noticia.

—Deben estar ocupados con todo, no pienses en lo peor —lo riñó Charis—. ¿Dices que ya había pasado antes?

Daniel asintió. Abrió los labios, pero no fue capaz de hablar. En su lugar dejó salir un resuello exhausto.

—Las personas con tetraplejia... son propensas a las enfermedades respiratorias —intervino Jesse, y Daniel solo tuvo que corroborar sus palabras con un asentimiento.

Charis apretó los labios. Si bien no comprendía muchos términos médicos, bastó ver la expresión en el rostro de Daniel, en su tristeza e impotencia, cuan seria era la situación.

Aquel requirió de otro tiempo para reunir la calma necesaria para continuar su explicación:

—Ha tenido dos antes de esto. Pero nunca se agravó así. Mis padres temen... —En ese punto, todos los músculos faciales le temblaron y parecieron sumirse sobre sus huesos, dándole a su cara un aspecto mortecino—. Temen que su condición pueda estar deteriorando lentamente su salud.

Beth se mordió con fuerza el labio inferior color cereza. Después negó y se acercó para rodear los hombros de Daniel:

—Tú mismo lo has dicho, no quiso escuchar sus síntomas. Ella solo tendrá que tener más cuidado en adelante. En unas horas estarás con ella y verás que estará bien.

Minutos más tarde, a la hora estipulada, Daniel hubo de dirigirse a la puerta de embarque de su vuelo. El grupo lo acompañó todo el camino hasta que no tuvieran más opción sino la de quedarse atrás. Poco antes de llegar a la puerta, se detuvieron allí para despedirse.

—Regresaré en cuanto Erika esté en casa otra vez, y me haya asegurado de que estará bien.

Charis asintió, un poco más tranquila con el cambio positivo en sus expectativas:

—Tómate tu tiempo, Dan. Dale mis saludos a tu familia.

—Lo haré. Supongo... que te dejo mi auto.

—Lo cuidaré como si fuera mío.

Hubo una pausa. Charis dudó, tambaleándose sobre los talones, sobre qué hacer a continuación. Echó un vistazo a Beth por el rabillo del ojo y esta le dirigió un gesto sutil para animarla. Y entonces, armada de valor, salió de su sitio y fue a encontrar a Daniel con los brazos débilmente extendidos al frente.

Él la estrechó sin dudarlo contra sí, y Charis percibió gracias a la fuerza de sus brazos a su alrededor, y al modo en que su cuerpo languideció contra ella, que era aquello lo que había necesitado desde el comienzo; lo que en verdad le hacía falta en ese momento difícil.

Para su desconcierto, le costó separarse de él. No se habían despedido desde que eran adolescentes, y después de eso no se vieron por casi diez años. Y cuando finalmente pudo soltarlo, sospechó por el modo en que los brazos de él opusieron una suave resistencia antes de dejarla ir, que él tampoco quería hacerlo.

Sintió tras los ojos el pujo de sus lágrimas, y la sal picarle en las orillas. Se llevó un mechón tras la oreja.

—Adiós, Dan... Cuídate.

—Y tú... Nos vemos.

—¡Fue un placer conocerte, doctor Deming! —le dijo Beth, al momento de arrojarse con fuerza a abrazarlo para despedirse, en la misma forma efusiva que era su costumbre—. Volveré a Sansnom a visitar en cuanto pueda.

—Cuento con eso, señorita Elizabeth —le dijo Daniel—. Ha sido un placer igualmente, Beth.

Jesse le hizo un gesto con la cabeza en dirección a la puerta para invitarlo a caminar juntos el último trecho.

—Te acompaño —le dijo, y enfilaron juntos, dejando atrás ambas mujeres, agitando las manos en alto.

Se detuvieron justo frente a la puerta hacia el control de seguridad, donde algunos pasajeros ya depositaban su equipaje en la correa y pasaban bajo el escáner y por el detector de metales de los guardias.

Jesse se despidió solo allí:

—Espero que todo esté bien. De verdad...

Daniel posó su mano en su hombro sano y le dio una suave palmada:

—Sí... Yo también lo espero. Adiós, Jess.

—Dan —lo detuvo él, afianzando su mano antes de que lo soltara—... gracias por todo. Por... venir conmigo.

La expresión de Daniel se suavizó con su dulzura acostumbrada cuando le acarició el pelo, como a un niño.

—No me lo agradezcas. Cuídate, ¿de acuerdo? Come bien, duerme bien, no trabajes demasiado, y ten cuidado camino al hospital y de regreso. No hagas enojar a Connell. No estaré allí para sacarte de una cava mortuoria.

Jesse torció una suave sonrisa.

—Lo intentaré.

Antes de separarse de él, Daniel se detuvo por última vez.

—¿Podría pedirte... que cuides de Charis?

—Sí. Por supuesto.

Daniel introdujo las manos en su bolsillo y se hizo con un llavero pequeño, distinto al que usaba para su auto. Se lo entregó de forma discreta.

—Las llaves del edificio. Gracias, Jess. Nos vemos.

—Adiós, Dan...

Aquel cruzó la puerta y dejó su bolso sobre la cincha transportadora. Después cruzó el escáner, recuperándola del otro lado, y echo a andar arrojando un par de vistazos inquietos atrás durante todo el camino hasta que, con un gesto de su mano y una sonrisa triste, desapareció por otra puerta, hasta su respectiva terminal de salida.

Jesse regresó con las chicas y Beth salió de al lado de ambos para adelantarse a ellos y sonreír con tristeza.

—Bueno, ustedes pónganse en marcha.

—Pero... aún no tienes que abordar tú —le dijo Charis.

—Ya lo sé, pero ya es tarde, y es mejor que no conduzcan de madrugada. Además, deben estar cansados. ¡No se preocupen por mí! Escribiré un poco de poesía, a ver si me inspiro, y oiré música hasta que sea hora de mi vuelo.

https://youtu.be/buwfFvVUGpg

Charis apretó los labios. Hizo lo posible por no mostrar cuánto le dolía en verdad despedirse de sus dos mejores amigos en el mismo día, pero no podía mentirle a Beth. El rostro de ella se crispó de remordimiento, aunque procuró sonreír, y le extendió suavemente los brazos:

—Volveré, preciosa mía, ¡no me voy del país! ¡Y te llamaré a diario si hace falta! Estarás bien, lo sé. Eres muy fuerte. Puedes con todo, mi amor.

—Sí... —musitó ella, temerosa de que al decir cualquier cosa más larga que una sílaba se notase el temblor de su barbilla.

Avanzó para aceptar el abrazo de Beth y aquella la estrujó con fuerza, meciéndola entre sus brazos como una madre a su bebé.

—Te quiero, mi Charis... Te quiero tanto.

Ella abrió los labios para responder, pero, por más que hubiese querido contestarle, nada salió de ellos. Y se odio por ello.

Beth no se lo reprochó. Le besó la sien antes de separarse y después, dio otro abrazo más breve pero igual de apretado a Jesse.

—Fue un placer conocerte a ti también, Jess. No olvides lo que te enseñé de cocina y lo que te dije. Eres un chico increíble. ¡Espero que nos veamos pronto!

Y en el momento en que su delgado brazo la rodeó en respuesta, Charis apartó la mirada casi por reflejo.

—Igualmente. Adiós... Beth.

Esta avanzó hasta el control de seguridad en un gracioso trote infantil. Y antes de cruzar la puerta viró hacia ellos y agitó el brazo, despidiéndose por última vez.

—¡Adiós, tórtolos!

Charis dejó caer la mandíbula. Para ese momento, Beth ya había cruzado la puerta y avanzaba hacia el escáner dando saltitos, bastante orgullosa de sí misma.

—Me las va a pagar.

—... ¿«Tórtolos»?

—Vamos —le dijo Charis y lo instó a caminar, tirando de su brazo—. Vamos a casa.

https://youtu.be/KdWAhWC2rX4

Durante los primeros minutos del último trayecto del camino Charis no dejó de pensar en Daniel y en el modo tan abrupto y triste en que aquellas vacaciones, probablemente las primeras que tomaba en un largo tiempo, habían acabado para él.

No podía borrar de su cabeza el recuerdo de su rostro cuando hablaba por su móvil, y su expresión en el aeropuerto, desvaída de toda la felicidad de su viaje.

Aún si habían vivido muchos años separados, Daniel adoraba a su hermana. Si algo le ocurría a Erika, estaría devastado. Y ella no soportaba ni siquiera pensar en aquella posibilidad.

Sacudió la cabeza. Y en cuanto su atención regresó al presente, a la cabina del vehículo, y echó un vistazo al asiento del copiloto, encontró a Jesse mirando afligido por la ventanilla, otra vez hundido contra el respaldo.

En el momento en que él captó su atención sobre sí, pasó de lucir preocupado a parecer inusitadamente tenso.

—¿Quieres oír algo de música?

Jesse lo consideró. Aquello pareció relajarlo. Y de paso a ella también.

—Música... estaría bien.

El resto del camino fue igual de silencioso desde el letrero de bienvenida en la entrada de Sansnom, hasta el barrio más limítrofe de la misma, donde se ubicaba el edificio de Jesse. Charis solo había estado una vez en esa parte de la ciudad, pero recordaba bien como llegar.

Empezó a sentirse ansiosa e inquieta en cuanto el automóvil comenzó a traquetear producto del pésimo estado de las vías, y advirtió sin falla a los mismos grupos de gente artificiosa por los alrededores.

Había hecho lo posible por entender sus motivos, pero bastó con verse rodeada otra vez de la miseria que impregnaba ese barrio decadente para volver a cuestionarse cómo era posible, por mucho que la casa de campo tuviera un valor simbólico tan fuerte para él, que Jesse no considerase venderla y mudarse a un mejor lugar.

No vio caso en preguntárselo otra vez; sabía que no obtendría otra respuesta muy diferente. Pero, por otro lado, empezó a tener más dudas. ¿Qué tan cercano era Jesse con aquellas personas en realidad? ¿Se trataría en verdad de parientes sanguíneos? ¿Era posible que los problemas con su abuelo lo hubiesen llevado a huir de casa y que esas personas a quién llamaba «parientes» no fueran sino quienes se habían ocupado de él hasta ese momento? ¿Y qué había pasado con ellos exactamente? Jesse tampoco había sido claro al respecto. Pero nunca lo era... ¿Qué más daba?

Aparcó frente al edificio que recordaba perfectamente y echó un vistazo por los alrededores antes de decidir apagar el motor; solo para al final optar por no hacerlo. Quería irse de allí lo más pronto posible.

—Bien, Torrance, te dejé a salvo en casa, así que procura mantenerte así, ¿de acuerdo?

—Lo haré...

—Gracias por las vacaciones —dijo, con algo más de deferencia—. Aunque hayan terminado de este modo... me divertí.

—D-descuida... G-Gracias a ti. P-por aceptar venir. Me refiero... con Dan. Y... conmigo —terminó al volumen de un susurro.

—Vaya, eso te costó lo tuyo. —Intentó reír, pero lo hizo con pocos ánimos—. Por nada, Jess.

Abrió la cajuela para que él pudiese recobrar su bolsa, y después esperó hasta a que cruzara la calle y entrara en el edificio. No obstante, a medio camino, Jesse volvió sobre sus pasos y se asomó por su ventanilla.

Charis la abrió para permitirle hablar.

—¿Podría anotar un número en tu teléfono?

Charis frunció el entrecejo. Alcanzó su móvil de su bolsillo y se lo extendió.

Jesse lo tomó y creó un nuevo contacto.

—Agéndalo.

—¿Qué es?

—El número de teléfono del edificio. No tengo mi móvil, pero... puedes llamarme a este si necesitas... cualquier cosa. Lo que sea.

Charis enarcó una ceja conforme lo guardaba.

—¿Qué, Daniel te pidió que me cuidaras o algo así? —ironizó ella, y supo por su gesto que había acertado—. Ah, vamos... ¡No es necesario que...!

—Por favor —interrumpió él.

Charis suspiró derrotada.

—De acuerdo... ¿Pregunto por «Jesse Torrance»? ¿O acaso tienes alguna otra identidad de la que deba estar al-...?

—«Jesse Torrance» está bien.

—Excelente.

Aquel se despidió por segunda vez y cruzó aprisa la calle. Charis lo siguió con la mirada hasta que entró en el edificio y solo entonces pudo quedarse tranquila.

Arrancó el auto, dio la vuelta en el mismo sitio de la última vez y se puso en marcha para regresar a casa al fin, en la más absoluta soledad.

https://youtu.be/6n22QdaVias

Eran casi las una de la mañana cuando llegó a su complejo de departamentos, y el portón ya estaba cerrado, así que tuvo que bajarse para abrir. Lo hizo con cuidado para no despertar a los vecinos. Le entristeció ver la ventana del piso desocupado de Daniel en el edificio frente al suyo y evitó mirarlo todo el tiempo mientras metía el auto, lo aparcaba en su sitio de siempre y se bajaba en silencio.

Por último recuperó de la cajuela la última bolsa, la suya, y emprendió el camino hasta su propio apartamento.

Sentía las nalgas adormecidas por las horas a la carretera, los pies acalorados y sudorosos dentro de sus deportivas y el pelo grasoso. Todo lo que quería era darse una ducha y acostarse a dormir.

Sería triste entrar y no ver a Beth en el sofá, pintándose las uñas, asaltando su nevera, o dormida en su cama. Y los días a partir de allí serían todavía más solitarios sin su música, sin su tarareo y sus canciones inventadas, sin el ruido de los videos que miraba en su móvil, su risa estridente y sin su ávida charla. En especial con la ausencia de Daniel.

Se percató solo entonces de que aquella era en realidad la primera vez que estaría por su cuenta por completo. Alguna vez había creído estarlo, cuando se fue a Los Ángeles, pero allí tuvo a Beth. Y cuando regresó a Sansnom, aun cuando tenía un piso propio, Daniel siempre estuvo allí.

Le pareció absurdo que aunque ya hacía muchos años que había salido en busca de su propia independencia, nunca había estado realmente sola, e intentó convencerse de que aquella era su oportunidad para valérselas por sí misma por primera vez en su vida. Y eso la atemorizó.

Transitó distraída en ello todo el camino. No obstante, al momento de meter la llave en la cerradura de su puerta, no pasó por alto el extraño chasquido que emitió en cuanto la giró, el cual acalló todos sus pensamientos, acaparando su atención por completo.

Llevada por un presentimiento, Charis empujó la puerta sin terminar de girar la llave, y esta se abrió ante ella sin oponer la menor resistencia.

Supo gracias a ello que la cerradura había sido forzada.

—Tiene que ser una maldita, puta broma... —musitó.

Sufrió un vacío en el estómago al entenderlo, pero no lo dudó un instante antes de entrar, encendiendo la luz. Y la imagen que se encontró la retuvo en la puerta, paralizada y sin aliento.

Había latas de cerveza por el piso y envases vacíos de comida sobre su mesa de café. Por lo demás, todo el sitio lucía sucio, y olía a comida rancia y a sudor.

Todo estaba tan fuera de lugar que por un momento creyó haber entrado al apartamento equivocado y retrocedió, esperando ver al verdadero dueño aparecer.

Pero era el suyo; las cortinas color violeta pálido eran las mismas; el sofá color crema, aún manchado, era el que había comprado de segunda mano apenas llegar a Sansnom; el espejo en forma de corazón, su alfombra de felpa, su mesa de café... Todo el mobiliario le era familiar. Con una diferencia: faltaba el televisor.

Presa de un impulso corrió a la ventana para revisar el estado de sus cactus y fue lo único que halló en orden, sin rastro de haber sido perturbado por el intruso. Fue un alivio muy fugaz en la amalgama de emociones que volvieron para atacarla poco después con mayor fuerza conforme asimilaba lo ocurrido.

Al avanzar sintió un crujido como de vidrio roto bajo sus zapatos, y al mirar se encontró con los restos de una botella destrozada regados por el piso. Tuvo que arrimarse hacia la pared para evadirlos, pero aún después de salvar el obstáculo, siguió sintiendo el desagradable rechinido de los fragmentos que se habían quedado clavados a la suela de su calzado.

Lo primero que pensó fue en ladrones, pero ¿por qué entraría un ladrón y se pondría lo bastante cómodo allí para pedir comida y beber cerveza?

Otra idea mucho más nefasta la atacó, paralizándola en su lugar. ¿Y si quienquiera que hubiese irrumpido en su apartamento lo hubiera hecho para quedarse a vivir allí durante esos días? En ese caso, podría volver en cualquier momento. Y si lo hacía, la hallaría allí,

El terror de esa conclusión la hizo retroceder sobre sus pasos sin un destino fijo en mente, y acabar metiéndose en el baño, en donde puso el seguro.

¿Cómo era posible que alguien se las hubiese arreglado para meterse a su apartamento y nadie entre los vecinos se hubiese dado cuenta de ello?

Se sentó sobre la tapa del retrete intentando pensar, pero no podía llegar a ninguna explicación lógica.

Determinó que no importaba. Ya estaba hecho. Lo más urgente era su situación actual, y buscó aprisa el móvil para marcar a la policía. Pero en cuanto entró a la aplicación de llamadas, su dedo se detuvo congelado sobre la pantalla iluminada sin llegar a tocarla.

Primero la pelea de Daniel con Mason en el aparcamiento. Luego la ventana rota... ¿La perdonaría la señora Morrison si un carro policial irrumpiese en el complejo departamental en medio de la madrugada?

No... Ya sería el tercer «strike». Seguramente cumpliría la promesa de su ultimátum y si era generosa le daría una semana para largarse de allí.

Primero tenía que averiguar qué estaba ocurriendo, pero no se atrevía a salir. ¿Y si la persona estaba todavía allí? ¿Quizá durmiendo en su cama? ¿O en su cocina, sin que la hubiese notado? Aquello la sacudió de pies a cabeza.

Hurgó de nuevo en su lista de contactos y se detuvo sobre el número de Daniel, en donde dudó nuevamente. Probablemente él ya estuviera montado en el avión camino a ver a Erika.

Solo le quedaba una opción.

No le extrañaría que Charis quisiera asegurarse de que el número era el correcto, aún si se lo había dado él mismo sin que se lo pidiera. Lo que sí fue una sorpresa fue recibir la llamada cerca de las dos de la mañana.

Jesse estaba despierto, mirando una película en el cable después de tomar una ducha; pero era evidente que el casero no, y que el sonido del teléfono en el recibidor lo había alarmado lo suficiente para hacerle levantarse en bata y calzoncillos, e irritado lo bastante como para que considerase transferirle la llamada con el único objeto de ir hasta su apartamento a reclamarle. Quizá albergara la esperanza de encontrarle durmiendo y así vengarse despertándolo mediante aporrear su puerta hasta casi tirarla abajo, pues el verlo en pie solo pareció irritarlo más.

—¡¡Más te vale que le des tu propio número de teléfono a tu novia, Torrance!! —le gritó, luego de anunciarle que tenía una llamada—. ¡La línea del edificio no es tuya, y no soy tu maldita secretaria!

—Mi móvil se rompió. Conseguiré uno nuevo. Lo siento... —se disculpó él, al momento de pasar junto al casero y adelantarse para bajar aprisa las escaleras.

Podía no ser nada; algo que Charis hubiese olvidado decirle al despedirse... Aun así apresuró sus pasos escaleras abajo y llegó junto al teléfono en cosa de segundos.

—¿Charis? —habló al instante de situarse el auricular junto al oído.

—¡Jess! —La voz de ella fue un grito mudo lleno de aflicción—. Lo siento, no sabía a quién más llamar... Estoy muy asustada. Creo... que alguien se metió en mi apartamento cuando no estábamos.

—... ¿Qué dices? —El casero pasó a sus espaldas refunfuñando algo y Jesse lo ignoró, pegándose más el teléfono al oído—. ¿Estás segura? ¿Por qué piensas eso?

—Cuando llegué la puerta estaba forzada. Se llevaron el televisor, y no sé si se robaron algo más. Había un gran desastre, pero no como en un robo. Parece... que alguien ha estado viviendo aquí, o... ¡no lo sé! ¡No entiendo!

—... Pero... ¿llamaste a la policía?

No. La casera ya me dio un ultimátum por culpa de Mason. Si resulta no ser nada y la policía aparece, podrían echarme de aquí. ¡No puedo perder el apartamento!

La voz de ella continuaba siendo gritos amortiguados, como si temiera alertar a alguien por los alrededores.

Aquello le dio un presentimiento espeluznante:

—Primero dime en dónde estás ahora.

Encerrada en el baño. —Corroboró con ello sus suposiciones—. No quiero salir; temo que sigan aquí o que vayan a regresar.

Antes de colgar, Jesse ya estaba rodeando el mesón de la recepción, con dirección a la salida del edificio. Ni siquiera se le pasó por la cabeza ir por su chaqueta.

—Quédate dónde estás. Espérame; voy enseguida.

—De acuerdo...

—No salgas por ningún motivo. —Dejó el teléfono descolgado sobre el mesón, y cuando cruzó la puerta, escuchó al casero llamándolo con gritos furibundos.

Cuando llegó al edificio, después de abrir con la llave de Daniel, la costumbre casi le hizo dirigirse al primer bloque de apartamentos, en el cual se ubicaba el piso de él, pero con un traspiés cambió al último momento la dirección de sus pasos y se dirigió al segundo bloque. Como era natural, no había nadie por los alrededores.

Subió aprisa las escaleras, con el corazón martilleándole con furia las paredes del pecho. El viaje que hacía normalmente en cosa de cuarenta minutos a pie lo había hecho en diez en autobús y cinco corriendo desde la parada más próxima.

Se recriminó el no haber buscado antes un remplazo para su móvil, apenas perder el anterior, pues no volvió a saber nada más de Charis durante aquellos minutos, luego de abandonar su edificio para acudir a su llamado.

Al llegar a la puerta del piso la encontró entreabierta y se detuvo allí en plena carrera con un tumbo. Abrió con cuidado, y le golpeó enseguida la nariz el aire asentado dentro, húmedo y cargado de una pesada peste a cerveza y tabaco. Dio un repullo casi por reflejo. El aroma de Charis se había evaporado por completo del lugar. El sitio olía ahora exageradamente a hombre y sintió náuseas.

Se adentró con cuidado, evadiendo el vidrio roto en el piso y los envases vacíos de comida. La puerta del baño estaba cerrada tal y como esperaba encontrarla, pero antes de detenerse allí revisó primero en la cocina y después en la habitación. Al no encontrar a nadie más dentro del apartamento, volvió sobre sus pasos, y dado que la cerradura estaba forzada, puso en cambio el pasador en lo alto de la puerta por si alguien venía.

https://youtu.be/VEtEcsx1qJA

Solo entonces se aproximó al baño. Golpeó dos veces y se acercó para oír. Sin obtener respuesta, recurrió a llamar suavemente:

—Charis.

... ¡¿Jesse?!

—Soy yo. Puedes salir, es seguro.

La puerta se abrió con una cautela casi temerosa, y la mitad del rostro femenino palidecido asomó del otro lado lentamente hasta revelarse por completo, con ojos grandes como los de un cervatillo en alerta.

—¡Jess...! —farfulló ella al momento de arrojarse fuera y echarse sobre su pecho, respirando como si hubiese estado por largo tiempo conteniendo el aliento.

Él se paralizó por un momento. Después se limitó a sostenerla, sin saber de qué manera reconfortarla.

—Tranquila... ¿Te encuentras bien?

Percibió su cabeza moverse contra su mejilla en un asentimiento y luego oyó su respiración empezando a regularse.

Al momento de separarse de él, lo hizo con movimientos erráticos y Jesse notó que el rostro de ella había recuperado algo de color, especialmente alrededor de las mejillas. Charis se acomodó el pelo detrás de la oreja, observándolo apenada por entre las pestañas.

—Lo siento por hacerte venir. Si Daniel hubiese estado aquí...

—Descuida. Lamento la demora.

—No. Viniste muy rápido. —Su rostro se torció en una mueca amarga—. No lo entiendo... ¡¿Cómo es que nadie se dio cuenta?!

Jesse apretó los labios. Tampoco él se lo explicaba.

—Antes que todo veamos si se llevaron algo más.

—¿Seguro que no hay nadie?

—Estoy seguro.

Charis asintió. Llevó sus pasos en dirección de la habitación, pero se detuvo sobre ellos y echó un vistazo a Jesse por sobre su hombro. No dijo nada, pero había una súplica muda en su expresión. Jesse se adelantó y caminó delante de ella. Se detuvo junto al umbral, encendió la luz y luego la animó a entrar con una seña.

Ella pasó por su lado con pasos falseados de piernas temblorosas y se internó en la habitación.

Echó un vistazo hacia su cama y su nariz hizo un respingo lleno de repugnancia.

—Han estado usando mi cama —había una rabia latente en su voz, más allá del miedo.

Recorrió el cuarto en busca de más objetos perdidos. Revisó primero un joyero encima de su cómoda.

—Faltan mis joyas —musitó, cerrando la caja con brusquedad—... Todas. Los aretes que me dio Beth en navidad. Y el collar que me regaló mi madre cuando tenía trece. El último regalo que me hizo antes de irse... —Parte de la estabilidad en su voz se resquebrajó.

Fue hasta su cama y buscó debajo de su colchón. Primero metió el brazo hasta la mitad, y luego hasta el hombro. Al recuperar su mano vacía se dejó caer sobre sus rodillas junto a la cama con un pesado suspiro.

—La caja con mis ahorros. Todos mis ahorros, desde que llegué a Sansnom... Todo se ha ido.

—¿Cómo era la caja?

—De metal. Rosa, con fresas blancas.

Jesse avistó sobre la mesa de noche junto a la cama un recipiente con esa descripción exacta y se la señaló.

Charis viró rápidamente, y al notarla la recuperó de un zarpazo. Estaba vacía.

Crispó los dedos en torno a la caja y ciñó los labios sobre los dientes antes de lanzarla lejos con rabia. Esta rebotó contra la pared con un estruendo metálico.

—Malditos... —masculló.

Para el momento en que se levantó y volvió a su lado, todo lo que hizo Jesse fue suspirar casi al mismo tiempo que ella.

—No solo me robaron —siseó ella—. Estuvieron viviendo aquí como si fuera su casa.

Jesse abrió los labios en el apuro de decir algo para reconfortarla, aun sin saber qué podría decir que no lo empeorara...; pero enmudeció antes siquiera de tomar un aliento para hablar, obra de una corazonada con lo último que dijo Charis.

Ella pareció advertir el cambio en su expresión, y la suya se petrificó, expectante.

—¿Qué? —lo urgió, tirando de su brazo—. ¡Dímelo! ¿En qué piensas?

—La razón por la que nadie sospechó nada... —Adivinó que aventurar sus suposiciones era arriesgado, pero callarse no era una opción; no solo porque Charis no se contentaría con un «olvídalo», sino porque conforme más lo pensaba, más sentido tenía. Sin embargo, cambió sus palabras al último momento para dejarle a ella adivinar la última parte—. ¿No será que... pensaban que quienquiera que estuvo quedándose aquí... te conocía?

Ella ladeó el rostro, mirándolo con los ojos en rendijas y Jesse se mordió los labios, empezando a arrepentirse desde ya por lo que había dicho.

La acusación implícita en esa aseveración era demasiado evidente; especialmente para alguien con una perspicacia tan aguda como la de Charis. Si no lo había adivinado hasta ese momento por su propia cuenta, se debía muy probablemente a su juicio nublado por la confusión, el miedo y la rabia.

Y como lo suponía, no le tomó demasiado tiempo a ella llegar a la misma conclusión.

—Mason.

Él apretó los labios un momento antes de hablar.

—¿Crees... que sea posible?

Charis apretó los párpados con fuerza, exhalando con pesadez.

—No solo creo que lo sea; no creo que haya podido ser ninguna otra persona aparte de él... Voy a llamar a Marla. Y a preguntarle qué sucedió.

Buscó su móvil en su bolsillo, pero antes de que pudiera marcar, Jesse atrapó su mano para detenerla.

Las suyas estaban tan frías que apenas le molestó.

—Espera.

—¿Ahora qué?

—Creo... que aún deberías llamar a la policía.

Tal y como esperaba que lo hiciera, el rostro de Charis se torció en una mueca incrédula.

—Si en verdad fue Mason... no puedo hacer eso.

Jesse ladeó el rostro, entornando los ojos.

—¿Por qué?

—Lo llevarían a la cárcel.

—... ¿Y?

—¿«Y»?, que es mi hermano, Jesse. No voy a enviar a mi propio hermano a la cárcel.

—Charis... estás loca. —No hubiese podido frenar sus palabras ni aunque hubiese tenido tiempo de pensar en ellas antes de que escapasen de su boca de esa manera.

Charis pasó de estar incrédula a lucir furiosa.

—... ¿Perdóname?

Si hubiese sido más sabio se hubiese disculpado y retractado, pero fue incapaz de hacerlo. Tuvo que hacer grandes esfuerzos para no desesperarse:

—El hecho... de que seas su hermana no parece que haya podido detenerlo a él cuando entró a robarte. O cuando intentó golpearte, o fue hasta tu trabajo y provocó que te echaran. O... cuando te arrojó a la cabeza una jodida piedra... ¡Estás demente!

La mandíbula de Charis cayó abierta con un jadeo.

—¿Cómo te atreves a hablarme así?... ¡¿Quién te crees que eres?!

—N-no... Charis... —Jesse retrocedió, con los labios apretados—. Lo siento; no quise... ¡Pero es que-...!

—¿Y qué tal si no fue él? Si llamo a la policía y acuso a mi hermano de allanar mi apartamento y de robarme, y resulta que no ha sido él...

—Entonces no le pasará nada.

—¡Me odiaría, Jesse, por un demonio! Si hay una pequeña posibilidad de que pueda perdonarme en el futuro y me deje ver a mis sobrinos otra vez, ¡aniquilaría con esto cualquier esperanza! ¡No lo entiendes!

—¿Y si fue él?

—Siendo así, entonces lo arreglaré con él.

Jesse abrió los labios para replicar, y pero se dio cuenta de que si lo hacía, acabaría por levantar la voz. Primero procuró respirar hondo y tomarse algunos segundos para recuperar su temple.

—Charis... Daniel no está aquí. Si las cosas se salen de control y él-...

—¿Y qué? ¿Crees que Mason me haría algo? —La pregunta parecía retórica, pero Charis se apresuró a responder, antes de que él lo hiciera—. Es mi hermano. No me lanzó esa roca a la cabeza. Sí, fue un bastardo, y me destrozó el vidrio, pero estaba ebrio; no hubiese querido pegarme estando sobrio. Y cuando fue a mi trabajo... Me dijo que me mantuviera alejada de su familia y lo primero que hice fue ir hasta su casa. ¡Claro que tenía motivos para estar enfadado.

—No los tenía. No deberías estar justificándolo.

—Y no tendría por qué estar dándote explicaciones a ti.

—No te las estoy pidiendo. Lo único que digo es-...

Charis levantó una mano en alto, y él se calló al instante. Hacerlo requirió de toda su voluntad.

—Mira, Torrance, no estoy para juicios ahora; no lo necesito. No quiero hablar de esto... Solo quiero descansar. Ahora... probablemente sea mejor que te vayas.

Se hizo un silencio denso entre ambos.

—Tú... me llamaste.

—¡Lo sé!, y me equivoqué. Te agradezco por haber venido, pero... a partir de ahora yo puedo manejarlo. Esto solo concierne a mi familia.

Pasó de sentirse progresivamente molesto a estar preocupado. Se debatió, preguntándose si era lo correcto obedecerla, aunque todo en su interior le gritaba que no.

Pero sabía que no podía ganar contra Charis.

—... ¿Estás segura?

—Lo estoy.

Jesse asintió. Si Charis no lo quería allí, ¿qué opción tenía? Decidió confiar en ella. Tendría que conocer mejor que él a su propio hermano... ¿no?

Sin más que pudiera hacer allí, asintió, viró sobre sus talones una media vuelta y se encaminó con algo de renuencia hasta la puerta para marcharse.

Por más que hubiese querido salir de allí sin despedirse ni decirle nada por puro orgullo, no pudo llevar sus pies más allá del umbral, en donde se detuvo de golpe unos segundos, para luego, con un hondo suspiro, virar sobre su hombro y mirarla por última vez.

—Si Mason regresa-...

—No llamaré a la policía.

—Entonces llámame a mí. —El tono de su voz pasó de sonar como una réplica ruda e impaciente, a parecerse a un ruego—. Hazlo, Charis. Por favor...

Después de que Jesse se fuera, Charis estuvo por largo tiempo se pie en la cocina, intentando determinar qué hacer a continuación. No quería moverse a ningún otro sitio de su departamento, todavía asqueada de tocar cualquier cosa o incluso de ocupar su propia cama o sentarse en su sofá.

Se revolvió el cabello, llevándolo hacia atrás por su frente, y exhaló un largo respiro agotado.

Se levantó, y lo primero que hizo fue ir hasta la cocina en busca de una bolsa de basura y guantes de limpieza. Necesitaba paz mental para hablar tranquilamente con Marla, y no la obtendría mientras el apartamento continuase lleno de basura, apestando a comida y a alcohol.

Regresó con bolsa en mano y se aseguró primero de recoger botellas, cajas de pizza, servilletas y todo lo que halló a su paso, apenas conteniendo las arcadas. Abrió las ventanas y las cortinas del lado del edificio que daba a la calle para dejar entrar aire en el lugar, y luego se ocupó de sacudir todas las superficies, dejando caer mugre, más papeles y más migajas al suelo, donde luego barrería todo.

Mientras trabajaba, no dejó de pensar en si Jesse podría tener razón. Y Daniel, antes que él. ¿Y si lo mejor era denunciar lo ocurrido a la policía?

Era claro que si Mason era el responsable, eso querría decir que ya no estaba viviendo con su esposa, e intentó pensar en la razón.

Mason no era la clase de persona que se iría de un lugar tras ser echado, por lo que comenzó a preguntarse si habría abandonado a su mujer, y aquello la urgió a dejar lo que estaba haciendo para llamar a Marla y preguntarle cómo estaban, y si necesitaban algo.

Sin embargo, una idea más nefasta asomó a sus pensamientos. Una que le hizo correr en busca de su móvil y buscar aprisa el número de su cuñada para llamarla.

—Vamos... contesta... —suplicó. El hueco en su estómago crecía con cada tonada sin obtener respuesta.

Finalmente, alguien respondió.

Oír la voz de Marla le trajo un alivio y una felicidad indescriptibles. Sin embargo, había algo extraño en ella.

—¡Charis! ¡¿Qué pasa?!

—Necesito saber una cosa. —Se frenó de hablar y sacudió la cabeza. Ni siquiera la urgencia de lo que quería preguntarle le pareció más importante que saber de ella y de sus sobrinos—. Antes que todo... ¡¿cómo estás?! ¡¿Cómo están los niños?!

Estamos bien, pero... primero, ¿por qué estás llamando? ¿Pasó... algo? —El tono de su pregunta fue cauteloso y tentativo. Charis tuvo con eso una parte de su respuesta.

En definitiva, algo había sucedido con Mason.

—Es lo que intento averiguar —contraatacó—. Dime qué pasó.

Primero asegúrame que todo está bien. Si Mason te está dando problemas-...

—Ni siquiera lo he visto. Salí de la ciudad, Marla; estuve de viaje con unos amigos. Pero cuando llegué, mi apartamento estaba hecho un maldito caos. Y yo... sospecho que haya sido él.

Marla exhaló un respiro que se oyó como un vendaval en el móvil.

—Así que ahí es donde se ha estado quedando... Te lo contaré todo, Charis. Pero primero necesito saber que estás a salvo. Y que... sin importar lo que te diga, no harás nada precipitado.

El vacío en su estómago se llenó de nervios hasta rebalsarse. Charis sospechó que estaba por oír una larga historia, pero no pudo sentarse ni ponerse cómoda. Sostuvo el auricular del móvil contra su oído, y permaneció de pie todo el tiempo que Marla ocupó en relatarle los hechos.

https://youtu.be/3y3ZoakWs7o

Para cuando su cuñada terminó de contarle todo, Charis no supo en qué momento sus piernas débiles le habían llevado a ocupar el posa-brazos del sofá en busca de algo en qué apoyarse para no caerse.

—No puede ser —jadeó sin voz, dando incesantes meneos con la cabeza, intentando convencerse de lo contrario—... Lo que me cuentas...

Ten cuidado, Charis. —Podía oír el esfuerzo en la voz de Marla por no llorar—. Si no tuvo ninguna consideración conmigo; la madre de sus hijos, la mujer que ha vivido con él por más de doce años...; no sé qué tanta vaya a tener contigo si lo haces enojar. Llama a la policía si aparece otra vez, te lo ruego. Y deja que ellos se encarguen; no lo enfrentes tú. Ya lo están buscando.

Charis apretó los labios, sin poder darle una respuesta.

—¿Cómo estás tú ahora?

Mi vecina me ha estado ayudando. Pero los niños todavía están asustados. Jordan no deja mi lado. Es difícil... Por mi brazo, y... Ya lo sabes.

—Lo lamento tanto... —Charis se llevó a la frente los dedos helados—. No puedo creer lo que Mason te hizo. Nunca creí...

No quise creerlo yo tampoco. Las sacudidas, los empujones... Nunca pensé que iría más allá de eso. Nunca lo hizo, hasta ahora. De haberlo sabido... Yo debí saberlo. Debí... —Finalmente, su voz se quebró.

Charis lo oyó sollozar por largo rato del otro lado de la línea, conteniendo apenas sus propias lágrimas de impotencia.

—Iré a verte —aseveró—. Pero primero voy a arreglar esto. El imbécil de mi hermano se las verá conmigo.

—¡No! —El grito de Marla fue una súplica desesperada—. No; por favor, Charis, vete de allí y llama a la policía. Te lo pido, haz lo que yo hice. Ni se te ocurra enfrentarlo, ¡no sabes lo que él podría-...!

No pudo escuchar el final de lo que Marla le estaba diciendo. No pudo oírlo porque una figura grande por su ventana, en la forma de una silueta del otro lado de la cortina nubló todo el resto de sus sentidos salvo su visión y la hizo erguirse de un salto junto al sofá, con el corazón latiéndole rápido y las piernas temblorosas.

—No te preocupes. Tengo que cortar —le dijo a su cuñada en voz baja—. Te llamaré luego.

Al momento de interrumpir la llamada, casi inmediatamente después, alguien empujó la puerta con fuerza, y el pasador vibró ante la resistencia.

Charis escuchó desde afuera una voz patosa que conocía:

—¿Pero qué demo-...?

Ella tragó saliva con dificultad. Ya tenía la otra versión de la historia. Y no creería nada de lo Mason tuviera para decir en su defensa; le creía a Marla. Sin embargo, decidió no hacerle caso. Si la policía se lo llevaba, se perdería la oportunidad de enfrentar a su hermano de una vez por todas. De gritarle todo lo que tenía en el pecho.

Se encaminó armada de valentía a la puerta y deslizó el pasador para abrirla.

Mason estaba de pie allí y la contempló por algunos instantes con gesto confuso, tambaleándose como un marino en tierra después de meses en alta mar, y apestando a licor fuerte.

—Así que has regresado —le dijo sin inmutarse—. ¿Dónde estuviste?

Charis apretó los labios. Tuvo que respirar hondo varias veces antes de hablar para mantenerse calmada.

—Te metiste a mi piso por la fuerza.

—Vine a pedirte hospedaje unos días, pero no estabas. Y pensé que no te importaría si-...

—Pensaste mal —lo cortó Charis, y aquel abrió los ojos, enrojecidos de beodez—. Y me robaste, Mason. Mis joyas; mis ahorros...

—Ah, sí... Las joyas. Imaginé que las querrías de vuelta, así que no las vendí. Están empeñadas. Te diré dónde, para que puedas recuperarla. El dinero... tendrás que darme un par de meses para...

En el instante en que Mason avanzó, Charis se interpuso entre él y la puerta, en mitad de su afán por entrar. Él la escrutó sin entender.

https://youtu.be/_4ao98Z21bU

—¿A dónde demonios crees que vas?

Mason tuvo las agallas para lucir desconcertado:

—¿Cuál es el problema? te dije que te pagaré.

Hizo falta a Charis reunir toda su entereza para no comenzar a gritar en la puerta de su apartamento y ocasionar con ello un escándalo que despertase a todo el edificio.

—Rompiste mi ventana. Enviaste a Daniel al hospital. Me hiciste perder mi trabajo. Te metiste por la fuerza en mi casa, me robaste y empeñaste mis cosas —listó, hablando entre sus dientes apretados. Su humor se iba alterando progresivamente—. ¿Sabes, Mason? Es posible que aún luego de todo eso, hubiera podido sentir pena por ti al saber que no tienes otro sitio al que ir, y te hubiese abierto las puertas de mi hogar para dejar que te quedaras al menos por esta noche. Porque esa es la clase de idiota que soy; y porque, en el fondo, eres mi hermano, y todavía sentía, hasta hoy, algo parecido al cariño por ti. —Él pestañeó lento—. Pero que hayas golpeado a Marla, Mason... En frente de los niños... Tus hijos. Que le hayas roto a tu esposa un brazo... —Toda la ira acumulada en su interior halló salida y cobró la forma de un empujón que Charis arremetió con todas sus fuerzas contra el pecho del hombre frente a ella, con lo cual le hizo retroceder trastabillando—. ¡¿Qué clase-...?! ¡¿Qué clase de animal eres?! ¡¿Cómo fuiste capaz?! ¡¿Y qué tan estúpida crees que soy como para pretender que nada ocurrió, y venir aquí creyendo que olvidaré lo que has hecho y te deje quedarte?!

Por primera vez, Mason abrió la boca. Dio un chasquido disgustado, sin mostrar el menor ápice de arrepentimiento, lo cual solo consiguió enfurecerla más.

—No me des mierda. ¡La perra se lo ganó! Y tú te lo estás ganando también.

Charis sintió toda la sangre de su cuerpo agolparse en lo alto de su rostro, al punto de hacer pulsar su cabeza. Pese a ello, se mantuvo en calma. No valía la pena perder su piso por él también.

—Vete de aquí, Mason. Ahora estás fuera de la vida de Marla, así que al menos ahora no tengo que ganar tu simpatía para ver a mis sobrinos. Lo que es a ti... no quiero volver a verte la puta cara nunca más.

Mason se paralizó frente a ella, con la mandíbula colgando de incredulidad y los ojos, inyectados en rojo, abiertos de par en par.

—¿No me has oído? —siseó Charis— ¡Lárgate!

Hubo un silencio. Como la calma que precede al azote de una ola. Entonces, algo pareció encenderse en Mason. Como un interruptor.

Aquel cuadró los hombros y dio un paso al frente, hablando grave y pausado.

—... ¿Y si no lo hago?

Charis no retrocedió. Conocía esa táctica para amedrentar a quienes creía débiles. No iba a caer con ella.

—Sé que te están buscando —le reveló—. No te entregaré; pero ese es el último favor que te haré si eres listo y te largas ahora. De otro modo, llamaré a la policía.

Afianzó con más fuerza el móvil en su mano, lista para cumplir con su amenaza.

No vio el momento en que un zarpazo de su hermano mayor le atenazó la muñeca, y un calambre electrizante subió por todo su brazo dada la fuerza con que se la estrujó. Su gruesa mano callosa viajó hasta cerrarse sobre la suya y consiguió con facilidad hacerse con su teléfono móvil. Y habiéndose apoderado de él, tomó un impulso y lo estrelló contra el piso entre ambos.

Ella cerró los dientes con el sonido crujiente que emitió la pantalla al partirse. Piezas destrozadas del aparato volaron en todas direcciones y ella lo observó en el suelo.

Charis pestañeó boquiabierta, incapaz de reaccionar. Entonces, una sombra cayó sobre ella.

—No, pequeña perra desgraciada. —La voz grave y gutural le disparó un escalofrío por la columna cuando Mason se inclinó para hablarle cerca del rostro con un golpe de aliento caliente y fétido—. No lo harás.

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Jesse se despertó de un sobresalto en la cabina de un vehículo, y miró alrededor, confuso. Vio la carretera oscura y luces por la ventana, que nacían en un extremo de la misma y pasaban rápidamente a perderse en el otro. Debajo de él podía sentir el movimiento del automóvil y el zumbido vibrante del motor. La cabina estaba oscura.

Miró a su lado, y Charis iba frente al volante conduciendo en silencio, con la vista puesta en la carretera, tan callada como lo estaba al abandonar el aeropuerto, dejando atrás a Dan y a Beth.

Jesse se incorporó en su asiento sin entender nada. ¿Se había quedado dormido en el camino desde el aeropuerto? ¿Todo lo ocurrido hasta ese momento no había sido sino un sueño?

Pero no quiso creerlo; algo estaba fuera de lugar. Miró de nuevo por su ventanilla, y se fijó en que los alrededores lucían extraños. Era un lugar completamente diferente, aunque debería ser el mismo.

En lo que hacía conjeturas e intentaba entender, escuchó una voz femenina a su lado. No era Charis, pero era familiar. Sonaba lejana y reverberante, más como un pensamiento en su cabeza. Venía desde el asiento trasero, y Jesse tuvo miedo de mirar.

—... no, por supuesto que no; él no sabía a dónde nos dirigíamos.

—Sam lo sabía.

—¡¡Sam jamás se lo diría!!

—Desde luego que creerías eso...

—La vista al frente, Andrew, ¡maldita sea!, ¡por última vez...!

Al oír ese nombre, viró rápidamente otra vez al asiento del conductor. Charis ya no estaba allí. En cambio había un hombre alto y delgado, con las manos crispadas en torno a la espuma del volante. No lo había visto hacía mucho tiempo. A ese rostro afilado, enmarcado de cabello castaño. Este no le devolvió la vista.

Jesse miró entonces por el espejo retrovisor, ahora convencido de a quién hallaría allí.

Ojos verdes melancólicos enmarcados de un grueso abanico de pestañas negras interceptaron los suyos y se entornaron con aspecto triste.

Oyó el llanto de una niña pequeña. Los ojos en el espejo retrovisor abandonaron los suyos, y oyó el suave arrullo de una voz femenina, cantando una canción que siempre estaría en su cabeza.

—Todo va a estar bien —musitó la voz de ella—. Todo va a-...

Y entonces, una luz. Un resplandor blanco y enceguecedor. Sus ojos se dilataron cuando volvió la vista al frente, al sitio desde el que provenía, y se le escapó un jadeo aterrorizado al reconocer la imagen.

Hubo un horrendo derrape. Llantas rechinando contra el pavimento. El alarido ensordecedor de muchas bocinas. Gritos femeninos e infantiles desde el asiento trasero y finalmente... un estampido escalofriante. El mismo de siempre. Metal aplastado; vidrio hecho pedazos, luego el viento azotándolo desde todas direcciones, y un golpe sobre concreto.

La imagen frente a sus ojos se desvaneció abruptamente y Jesse se irguió sobre uno de los codos, respirando de modo violento, con los ojos en lágrimas y la frente perlada de sudor frío. Alrededor estaba oscuro, pero reconoció el lugar como su habitación.

Ese sueño se había repetido muchas veces a lo largo de esos años, pero nunca tan vívido. ¿Por qué ahora, luego de tanto tiempo?

Respiró como mejor pudo, intentando recuperar su noción del espacio. Y cuando la bruma de su abrupto despertar se disipó y dio cabida a pensamientos algo más nítidos, comenzó a preguntarse si ese cambio significaba algo.

Si tenía que ver con Charis.

Buscó por inercia su móvil en su mesa de noche. Tardó algunos instantes en caer en cuenta de que ya no lo tenía. Ahora yacía inutilizable en el cajón, en espera de que consiguiera otro para recuperar lo único que era recuperable a esas alturas. La tarjeta SIM con su número.

Comenzaba a entrar algo de claridad por la ventana, indicándole que apenas amanecía.

Abrió el cajón y hurgó allí en busca de un viejo reloj que nunca se había puesto y el cual, milagrosamente todavía funcionaba. Eran casi las seis de la mañana.

Contuvo el impulso de levantarse de un salto cuando recordó que no entraría a trabajar sino hasta el lunes y volvió a tenderse de espaldas sobre su cama, con un respiro exhausto.

Y allí, mirando al techo, sumido en la más amarga incertidumbre que significaba un día por delante sin nada que hacer, se enfrentó precisamente a aquello por lo cual había estado a punto de declinar la oferta de Daniel de firmarle una licencia médica. Estaba solo en su apartamento sin nada que hacer, y sin nadie que disipase el insistente zumbido del silencio en su oído, y lo peor... encerrado. Prisionero sin lugar a donde ir.

Ya había dejado todo limpio la noche anterior, el viejo videoclub en donde rentaba películas cerraba los sábados, y no estaba Daniel para hacerle una visita.

Pensó en salir por la ciudad. Hacer un par de compras o sencillamente deambular por las calles, solo con la intención de ver gente y autos pasar, y el día desvanecerse hasta que le diera sueño otra vez... O quizá podría comer algo. Pero no tenía las fuerzas de hacer ninguna de esas cosas.

Por primera vez, no quería volver al trabajo. Y se preguntó qué pasaría el lunes cuando regresara.

¿Con qué clase de panorama se encontraría?

De momento pensó que podía estar tranquilo. Hank Beau ya estaba en prisión, pero ¿y la persona que actuaba detrás? ¿Y qué pasaría con Jiménez?

Creería que después de algunos días fuera el peligro ya habría pasado, tanto para él como para sus amigos, pero no podía estar seguro. No lo estaría sino hasta cerciorarse por su propia cuenta. Y determinó que haría justo eso.

No obstante, al momento de levantarse, con un destino ya en mente, recordó algo más.

—Charis...

Tras darse otra ducha solo para matar la mañana, se vistió aprisa, salió de su apartamento y pasó por el mesón de la recepción, en donde el casero leía el periódico y bebía café.

—Torrance —parecía de mejor humor que el día anterior—. ¿Cómo está tu novia?

—Es solo una amiga. ¿Ella... no ha vuelto a llamar?

—¿Por qué llamaría aquí? Creí haberte dejado en claro que esta no es tu recepción.

—Mi móvil no funciona.

—Suena como tu problema.

—Olvídelo...

Saliendo del edificio se encontró recorriendo el mismo camino del día anterior, rumbo a ver a Charis; si bien con algo de prisa, con bastante menos urgencia. Lo otro podía esperar.

La mañana estaba ligeramente nublada, perfecta para caminar, y muy tranquila. Sabía desde ya que ella no se tomaría demasiado bien una visita no anunciada, pero necesitaba cerciorarse de que todo estaba bien. Intentó convencerse de que exageraba. Que la encontraría muy probablemente todavía dormida en su apartamento. Se molestaría con él por golpear a la puerta y despertarla, y más todavía cuando le contara que el motivo era para asegurarse de que, en efecto, había podido manejar el asunto sola.

En cuanto llegó, siguió por algunos segundos con la mirada la ventana del apartamento vacío de Daniel, y pensó en llamarlo más tarde, para saber de él. Aunque claro, para eso primero necesitaba un teléfono, y se preguntó qué tan enojada estaría Charis si le pidiera usar el suyo después de aparecerse en su puerta sin anunciarse.

Estaba tan distraído que se encontró de frente con el apartamento antes de darse cuenta de en qué momento había llegado, y levantó en alto la mano para tocar.

No obstante, se petrificó con los nudillos en alto en cuanto notó el piso algo que antes, debido a sus cavilaciones, no había notado. Había partes de lo que parecía ser cristal roto junto a la puerta del apartamento de Charis, y restos de plástico de un violeta pálido que le pareció familiar, y que tuvo que recoger y analizar unos instantes para caer en cuenta que se trataba de una esquina de la cubierta del teléfono ella.

El estómago se le comprimió con una corazonada siniestra, y se apresuró a tocar la puerta.

—Charis —llamó, pero no hubo respuesta desde dentro—. ¿Charis? —Un poco más alto, con el mismo resultado.

Golpeó con algo más de fuerza. Y en cuanto lo hizo, la puerta cedió, abriéndose con un rechinido, y él se detuvo, desconcertado. Tras vacilar un instante, llevado por el mismo presentimiento de antes, hizo a un lado los modales y se adentró en el apartamento.

Todo estaba oscuro. Las cortinas estaban cerradas y no había ninguna luz encendida. La basura del piso había sido recogida, pero algo estaba fuera de lugar, aunque no alcanzaba a determinar qué.

—... ¿Charis? —llamó por tercera vez, conforme avanzaba para internarse, revisando en la cocina y después en el baño.

De pronto, escuchó un sonido parecido a una tos, y algo se movió cerca de sus piernas, sobresaltándolo. Una silueta oculta por las sombras, la cual reptaba por el suelo.

Jesse lo captó por una esquina de su visión periférica, y el repentino movimiento lo puso en alerta, petrificándolo sobre la marcha.

Entornó los ojos, intentando ver en la oscuridad, y en cuanto distinguió lo que era, toda la sangre se drenó de su rostro y de sus extremidades, dejándoselas débiles, y el estómago se le estrujó en un excruciante calambre.

Tendida en el piso,presa de una tos convulsa y una respiración difícil, se hallaba una silueta femenina, languidecida y temblorosa, oculto el rostro por una espesa mata de cabello enmarañado de color rojo.

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