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8. Giro de Eventos

https://youtu.be/EH5kdlkOsvk

Conforme ataba cabos en su cabeza, el tacón de su zapato se hundía más y más a fondo en el acelerador. No tenía sentido... Lo último que supo de Daniel fue que iría a hablar con Jesse. ¿Qué demonios había ocurrido?

Ojalá no le hubiese cortado la llamada a Torrance de esa manera dada la prisa por acudir con Daniel, y así al menos tendría una pista.

Charis apretó los labios en cuanto la siniestra figura cuadrada del Saint John emergió en la oscuridad, reavivando los escalofríos de siempre, como una corriente helada por su espalda.

No entró al aparcamiento; dejó su auto en la acera, y avanzó hacia el hospital dando tumbos a causa de la debilidad de sus rodillas. Fue allí que la primera pista de lo que estaba ocurriendo saltó ante sus ojos: El Toyota Tercel verde de Daniel estaba allí, aparcado diagonalmente en doble fila. Tenía una gran abolladura en la parte frontal derecha, y la pintura estaba malograda, repleta de virutas a punto de desprenderse.

Algo se estrujó en el pecho de Charis y las piernas le temblaron más violentamente. Se hubiese esperado cualquier tipo de accidente de parte de Daniel, pero jamás un accidente automovilístico; no considerando lo cuidadoso —y por demás, lento— que era para conducir.

Empezó a dar zancadas rumbo a la entrada. Por el camino, uno de sus pies perdió el balance sobre el tacón y su tobillo se torció dolorosamente hacia un costado, pero sus emociones frenéticas no le permitieron sentir nada. Recuperó el equilibrio después de trastabillar, y siguió andando hasta tocar la puerta con la punta de los dedos para luego arrojarla fuera de su camino con todas sus fuerzas.


https://youtu.be/NZyPy2inax4

Después de cinco largos años de prueba y error aprendiendo a interpretar incluso las expresiones más sutiles de su rostro, Daniel ya no precisaba de mirar a los ojos de Jesse para poder leer incluso sus silencios.

Y lo que este silencio en particular le indicó, fue que estaba a punto de cometer un grave error.

Sacudió la cabeza, feliz de ser capaz de comprenderlo antes de desbaratar todo lo que habían construido hasta ahora.

—No es nada importante —zanjó, y se libró con ello casi de inmediato de la pesada carga en su pecho. Después se puso de pie pesadamente, y se encaminó a la puerta—. Sólo quería disculparme por eso. Que tengas buenas noches, Jess, nos vemos mañana.

Se dio la vuelta y se encaminó a la salida. No obstante, la voz de Jesse lo detuvo con la mano sobre la perilla de la puerta.

—Ocho... de marzo.

Daniel se petrificó. Y tras una pausa, giró paulatinamente la cabeza sobre su hombro. Jesse estaba de pie a sus espaldas, arrebujando nerviosamente las mangas de su ropa entre sí.

Tragó saliva e inhaló un aliento antes de hablar:

—Mi cumpleaños... es el ocho de marzo.

El silencio se prolongó por un tiempo todavía más largo. Daniel lo escrutó sin saber cómo reaccionar. Tuvo muchas preguntas, pero una en concreto gritaba más alto que todas:

—El otro día... ¿Tú-...?

—No fue mi intención. —Jesse movió la cabeza, todavía gacha—. Charis vino a hablar conmigo. Y yo... fui rudo con ella otra vez. La seguí para disculparme y-... Lo siento. Escuché dos cosas ese día... que no debería haber oído.

Ante su sinceridad, Daniel halló por su parte el valor suficiente para abrirse por completo. Se aproximó a su amigo y apenas tenerle al alcance, extendió ambas manos y las asentó sobre sus finos hombros. Soltó un suspiro, moviendo la cabeza en una negativa culposa.

—No, soy yo quien lo siente, Jess. Por haber estado evitándote desde ese día. —Jesse le retiró la vista y la dirigió al suelo entre ellos—. He sido injusto contigo... ¿verdad?

—No... Dan, yo-... No es-... Tú no-... —Jesse apretó los labios y soltó un resuello por la nariz. Daniel sabía cuán difícil le resultaba aludir a cualquier cosa relativa a sentimientos, por lo que solo sus evidentes esfuerzos le hicieron saber que no era indiferente a la situación y eso le bastó. Aun así, él continuó intentándolo—. Tenías motivos, para-... Yo no he sido-... Sé-... Sé que a veces puedo ser-... Pero-... Pero no es porque-...

Daniel rompió la tensión con una risa no intencionada.

—Está bien, no vayas a hacer cortocircuito. —Retiró las manos de sus hombros y le puso una sobre la cabeza, acariciándole el pelo.

Jesse vació el pecho en un respiro que fue de todo, menos de alivio.

—Lo que Charis te dijo que me preguntaras... ¿No vas a-...? Es decir... ¿No quieres-...?

—No hace falta. Charis se equivocaba. Y aún si tú no me considerases un amigo... —Torció una sonrisa triste y se encogió de hombros—. Me basta con que tú lo seas para mí.

El paso que retrocedió para alejarse y ponerse en marcha al fin, Jesse lo avanzó en una zancada precipitada en su búsqueda y asió su manga:

—¡Tú... también-...! —Ante la sorpresa de Daniel, volvió a retroceder y se debatió nerviosamente en su lugar—. Daniel, tú eres... el único amigo que tengo.

Aquello no hizo sino provocar que la sonrisa que contenía hasta ese momento se le escapase a Daniel en la forma de una suave carcajada.

—No tienes muchas opciones, ¿verdad?

—N-... No, no es eso lo que intentaba decir. ¡Qui-quise decir que-...!

Daniel le rodeó los hombros con un brazo y lo condujo de regreso al sofá:

—Solo estoy jugando —rio, y lo guio al sofá, en donde lo impelió a sentarse. Aunque sabía que Jesse rara vez captaba la diferencia entre una broma y algo dicho en serio, siempre era divertido verle sulfurarse cuando malinterpretaba las primeras.—. No tenías que decírmelo. No tenías que probar nada.

—No es lo que pretendía. Solo... quería que lo supieras —Daniel alargó la sonrisa y asintió—. Y.... si hay alguna otra cosa que quieras saber...

—Está bien. Si alguna vez quieres hablar o necesitas a alguien a quien decirle lo que te esté inquietando, no importa qué sea, sabes que me tienes aquí. Siempre, Jess. Puedes confiar en mí siempre.

Le pareció captar cierto esbozo de sonrisa en sus finos labios pálidos cuando aquel le hurtó el rostro.

—Y tú... también.

—Lo sé. ¿Amigos?

Jesse no respondió. En su lugar solo hubo de asentir. Daniel notó parpadear la luz del reproductor de DVD junto al viejo televisor. Tomó el control remoto del respaldo del sofá y lo encendió.

—¿Qué estabas mirando?

No necesitó de una respuesta. En la pantalla apareció la imagen de una película animada para niños que reconoció: «Pesadilla antes de Navidad».

—¿Otra vez? —inquirió con una ceja en alto y una mueca divertida.

Jesse bajó el rostro, avergonzado.

—Lo sé, es estúpido... —aceptó.

Daniel se rio. Volvió a ocupar sitio en el sofá y se hizo con su móvil.

—Ponla desde el comienzo. ¿Pedimos pizza?

—Pero... ¿mañana no trabajas?

—Yo pregunté primero. ¿Pepperoni?

—Daniel...

—Pepperoni será. Que sea doble pepperoni. Y queso extra.


https://youtu.be/CBS38PmH9Ds

Sin siquiera molestarse en detenerse en el escritorio de la rubia hostil, Charis pasó directamente al sector de emergencias, en donde se imaginó que hallaría respuestas, y preguntó en el mesón. Una secretaria de sonrisa amable y un afro corto la recibió con una actitud muy diferente.

Su identificación decía «Talisha».

Apenas pronunciar el nombre del paciente al que buscaba, la sonrisa amable de la mujer se torció nerviosa y esta le señaló otro camino completamente diferente, el que Charis siguió sin casi fijarse en sus alrededores. Sus emociones estaban disparadas en miles de otras direcciones, distintas a lo que usualmente sentía entre las paredes del Saint John; y aún así, todas acabadas en el miedo.


Daniel emitió un abrupto jadeo, al tiempo en que una gruesa película de sudor cubrió su frente.

Se contenía para no gritar; era evidente en el modo en que las venas protuberaban bajo la piel de su cuello enrojecido y tenso y la forma en que temblaban sus brazos alrededor de su propio cuerpo.

—¡¿Dan-...?!

Aquel volvió a doblarse sobre sí mismo, pero esta vez no pudo mermar el grito ahogado que huyó de su garganta, y que deformó su expresión en un espantoso rictus. Su tez trigueña había palidecido hasta adoptar un alarmante tono cetrino.

—¡Dan...!

Jesse no pudo sostener más su peso. Como último recurso tiró de su brazo y lo empujó en el sofá, en donde le ayudó a recostarse.

Notó que Daniel palpaba nerviosamente el costado de su abdomen, como buscando algo. A medida que lo hacía, su rostro se distorsionaba más y más consternado.

—Jess —le dijo de pronto—. Por favor... llama a una ambulancia.


Fue solo al llegar al sitio indicado, y que la visión familiar ante sus ojos le despertase recuerdos enterrados muy profundo en su memoria, que el terror la invadió por fin, enfriando sus miembros y poniéndola a temblar mientras recorría el lugar con la mirada.

Reconoció la forma alargada de la estancia, con dos filas de asientos, de un lado y del otro; las paredes de un azul pálido resquebrajado sobre un amarillo más antiguo; el color que tenía cuando ella las vio por primera y última vez; el piso gris moteado, y la puerta doble de cristales esmerilados con un cartel de acceso restringido, y una señal en lo alto:

«Quirófano».

Allí en la oscura antesala, había una sola persona. Estaba encogido en un asiento con el rostro escondido entre los brazos, y los dedos largos y blancos, perdidos en el espeso cabello negro de sus sientes.

Charis reprimió todos aquellos sentimientos en lo más hondo de su ser y se centró en lo importante.

Salvó la distancia que los separaba en cinco largos trancos, lista para abalanzarse sobre él, demandando explicaciones.

—¡¿Jesse?! —Aquel levantó débilmente la cabeza, y en cuanto la tuvo en frente, se puso de pie de manera tambaleante—. ¡¿En dónde está Daniel?!

—En cirugía.

—¡¿Qué fue lo que sucedió?! ¡El auto de Daniel está...!

—Fu-... Fue mi culpa... Yo no debí conducir, ¡pero él-...!

—Oh, por dios... — Charis sintió la sangre huir de su rostro. Las piernas temblaron bajo su cuerpo y creyó que se caería. De pronto, todo encajó—. Lo vas a lamentar —articuló entre los dientes, y le ensartó una mirada fiera de ojos vidriosos.

Sin oír respuesta, salvó la última zancada que los separaba, clavó los dedos en torno a sus hombros y le dio una sacudida.

—¡¡Si algo le pasa a Daniel, haré que lo lamentes el resto de tu vida!! —Su voz se distorsionó en las últimas sílabas, obra del temblor del miedo y la rabia—. No tienes una idea de cuánto te odio...


Hospital Saint John, ¿en qué podemos ayudarlo?

Del otro lado de la línea, reconoció la voz de la secretaria de emergencias

—Ta-Talisha. Habla Jesse. Necesito una ambulancia —farfulló—. A la dirección de-...

¿Torrance? —Esta pareció desconcertada al reconocerlo—. Lo siento, no hay ambulancias disponibles ahora. Hubo un accidente a las afueras de la ciudad. Lo mismo de siempre... «El cruce de la muerte».

Jesse se petrificó, recorrido por un intenso estremecimiento. Llevaba años sin oír ese nombre...

Algunos kilómetros a las afueras de Sansnom, una peligrosa intersección en medio de la carretera que se bifurcaba en tres direcciones completamente opuestas llevaba ese nombre por un motivo.

Y él lo sabía bien.

—... ¡Jesse! —apremió Talisha. Parecía llevar algún rato haciéndole preguntas que no había oído— ¡¿Qué sucede, cuál es tu emergencia?!

Él sacudió la cabeza y cortó la llamada sin decirle nada. ¿Qué caso tenía? Como último recurso revisó los contactos del móvil de Daniel y ubicó el de la única persona que creyó que podía ayudarlos en esas circunstancias.

Pero tras marcar la llamada, esperanzado, la línea sonó y sonó sin que nadie contestara. Los quejidos de Daniel comenzaban a tornarse más audibles.

—Vamos... ¡Vamos...! —siseó Jesse contra el auricular.

Tuvo que rendirse sin ningún fruto.

Cuando desistió y volvió su atención a Daniel lo encontró pálido, a excepción de lo alto de su rostro, sobre la frente y las mejillas, donde un alarmante rubor encendía su piel. Le palpó la cara y lo encontró ardiendo a un punto en que le quemó la palma, y con un escarceo pegajoso en la piel.

Jesse se asustó y retiró la mano. No era un doctor, como Daniel, pero ese síntoma sólo podía significar una cosa: que no tenían tiempo que perder.

Sin darle más explicaciones se pasó el brazo de su amigo por sobre el hombro y lo obligó a levantarse del sofá:

—Andando.

—... ¡¿A... dónde vamos?!

—Te llevo al hospital.

No le dio tiempo a Daniel de responder. Tiró de él apenas tenerlo en pie y lo condujo fuera del piso y por el pasillo.

Salvaron las escaleras tan rápido como pudieron, haciendo pausas cada vez que Daniel debía detenerse para recobrar el aliento afianzado a su propio cuerpo, resoplando y gimiendo de dolor.

Apenas llegar abajo, Jesse le solicitó las llaves del auto y Daniel se las extendió con una vacilación.

—¡Espera... ¿puedes... conducir?!

Jesse inhaló un aliento antes de responder. Hubiese querido poder mentir para dar a su amigo seguridad, pero hubo de ser honesto.

—No lo he hecho en muchos años.

—Pero... ¡Jess...! ¡Podríamos matarnos si no...!

—Maldición, Dan... ¡¿Tienes una mejor opción?!

—¡Tal vez un Uber...!

—Jamás llegan a esta parte de la ciudad. Vas a tener que confiar en mí.

Jesse lo ayudó a meterse dentro del vehículo y terció con manos temblorosas el cinturón sobre su pecho. Después cerró de un portazo.

Cuando rodeó el automóvil y se sentó frente al volante, la imagen del salpicadero se tornó borrosa frente a sus ojos. Tuvo que sacudir la cabeza y respirar hondo un par de veces. Cuando consiguió asirse de la poca calma de la que pudo echar mano, hendió rápidamente la llave en la ranura al costado del volante, antes de tener tiempo de arrepentirse, y le dio la vuelta.

En seguida, el motor se encendió, y Jesse bajó la vista hacia los pedales. Nuevamente, la visión de los mismos fue difusa antes de estabilizarse.

—Recuérdame cual es cual.

Vio la duda en la expresión de Daniel antes de resolverse a responder.

—Izquierda, embrague; centro, freno; derecha, acelerador.

—Lo tengo.

Antes de que pudiera poner el vehículo en marcha, la mano de Daniel asió su antebrazo. Cuando volteó para mirarlo, la expresión en su rostro sudoroso y torcido de dolor era de plena fe.

—Jess. Confío en ti.

La seguridad ciega de Daniel le transmitió el coraje que necesitaba, y se aferró a ella con todas sus fuerzas.

Resuelto a actuar, quitó el freno manual, y su palma se movió con un incontrolable trémulo sobre la palanca de cambio cuando puso la primera marcha.

El auto dio un brusco tumbo al soltar de golpe el embrague, y Jesse pisó el freno justo antes de chocar con el coche aparcado justo en frente. Al mirar a su lado para asegurarse de que Daniel se encontraba bien, el rostro de aquel se había quedado fijo en un grito que no llegó a salir de su boca.

—¡Lento, Jess...!

Apenas lo oyó. Sus manos temblaban frenéticamente en torno al volante y había hincado tan hondo las uñas en la espuma, que dejaría marcas permanentes.

Hizo un segundo intento. Esta vez, con más delicadeza. Puso la marcha en reversa y empezó a maniobrar para darse el espacio suficiente para poder salir. Una de las ruedas traseras se subió sobre la acera y el auto se escoró de golpe a un lado. Y al bajar dio otro tumbo que hizo a ambos dar un rebote al frente.

—¡Jesucristo...! —silabeó Daniel, con los dedos todavía crispados contra el lado izquierdo de su abdomen.

Finalmente, mirando por el espejo retrovisor, Jesse giró el volante para salir del aparcamiento y consiguió alejarse de la acera sin chocar con ningún vehículo. Las náuseas volvieron a atacarlo en cuanto el auto empezó a moverse por la calzada, pero las aplacó. Puso la segunda marcha y luego la tercera, hasta alcanzar los sesenta kilómetros por hora; momento en que sus tripas empezaron a torcerse de un modo doloroso.

Pero no podía permitirse dudar. La situación de Daniel podía agravarse en cuestión de minutos; su vida estaba en riesgo.

Más allá de los tirones al frenar y acelerar, y un par de curvas demasiado abiertas debido a su poca experiencia al volante, avanzaron sin ningún inconveniente todo el primer trecho, sorteando pasos de peatones, señales, semáforos, gente y animales. No obstante, los mayores obstáculos vinieron en cuanto llegaron a una zona más céntrica de la ciudad, y tuvieron que enfrentar además a otros conductores y al ajetreado flujo de gente yendo y viniendo.

Jesse notó que ahora todo su cuerpo temblaba, y que lo hacía cada vez de manera más incontrolable.

—Jess... —lo llamó Daniel—. Tranquilo. Estoy a tu lado. —Hacía esfuerzos evidentes por hablar de forma calmada, por encima de los jadeos propios que luchaban por huir de su garganta.

Pero ni aún su voz arrulladora tuvo su efecto acostumbrado en él. Empezaba a ver borroso. Clavó las yemas en el volante hasta que le dolieron y su respiración se aceleró al punto de estertores. El camino se sacudió al frente, en cuanto el auto comenzó a trazar zigzags, obra de su visión inestabilizada.

—¡Jesse!

De pronto, todo a su alrededor se emborronó, y una visión difusa se apoderó de toda la imagen ante sus ojos. Vio una autopista oscura, y destellos intermitentes de luz a sus costados, los cuales se perdían en las esquinas de su campo visual con silbidos roncos.

La anticipación de lo que sabía que venía ahora paralizó su pie en el acelerador. El resplandor brillante al frente fue tan intenso como lo recordaba. Le cegó por un momento y le obligó a apartar la vista hacia el espejo retrovisor.

Y el rostro femenino aterrorizado que apareció allí le hizo jadear violentamente y soltar de golpe el volante en cuanto escuchó su grito.

Por encima del mismo, oyó lejana la maldición que gritó Daniel, y las ruedas del Toyota chirriar contra el pavimento, a coro con las de otro vehículo.

Y luego vino el golpe. Sabía cuándo venía; conocía la sensación demasiado bien a estas alturas. Nunca conseguía despertar antes del golpe...


https://youtu.be/buwfFvVUGpg

Se paseó sin descanso por el pasillo, ignorando el dolor pulsante de su tobillo lesionado. En un extremo de la fila de asientos, Jesse permaneció encogido en la misma silla en la cual le había encontrado, con el rostro todavía oculto entre las manos.

Se mecía ligeramente, sin dejar de mover frenéticamente una de las piernas, dando rápidos golpes sobre el piso con el talón.

Charis evitaba mirarlo a toda costa. Temía que si lo hacía por demasiado tiempo, la rabia ganaría sobre su sentido común y obedecería a sus deseos de estrangularlo.

No había más personas que ellos dos en la antesala del pabellón de operaciones. ¿Qué había pasado con el paciente que trasladaba la ambulancia? No lo había visto pasar por allí. Al parecer, Daniel había sido el único con heridas lo bastante graves como para requerir cirugía.

Buscó su móvil para mirar la hora, pero se percató de que otra vez no lo llevaba con ella. Ni siquiera recordaba haberlo dejado en algún lugar. Quizás en alguna parte de su apartamento, o de su casa, después de lanzarlo tras recibir la llamada de Jesse para salir corriendo al hospital. Tuvo que ver la hora en el reloj de la pared. Las 23:30 de la noche. Ya habían transcurrido más de una hora y aún no tenían noticias sobre Daniel.

¿Cuánto más tardarían? ¿Qué tan graves eran sus heridas, para demorar tanto?

El dolor del tobillo empezaba a irradiarse a su pantorrilla, y Charis halló que no podría estar de pie por mucho tiempo más, así que se aproximó a la hilera de asientos. Pasó por el lado de Jesse sin mirarlo, y él tampoco la miró cuando fue a sentarse al extremo contrario, en la silla más alejada a él.

Las fuerzas que le quedaban no le alcanzaron para sostener erguida su propia espalda, por lo que hubo de permanecer inclinada sobre sus rodillas por largo rato, con el rostro entre las manos.

Quiso que el tiempo pasara más rápido, pero la incertidumbre producía en ella el efecto contrario y cada minuto se le hacía más insoportablemente largo.

Al punto en que, azuzada por el irritante sonido de los reiterativos golpes de talón de la única otra persona en ese espacio con ella, le hizo perder los estribos rápidamente.

—¿Por qué no te vas a casa? —espetó. Le sorprendió lo congestionada y frágil que sonó su propia voz—. ¿No has hecho suficiente ya?

Jesse permaneció inmóvil. Charis imaginó que no la había oído, o bien la ignoraba; pero intuyó que podría tratarse de otra cosa en cuanto, luego de un instante, él levantó la cabeza y negó brevemente, con la vista puesta al frente, en el vacío del pasillo.

De súbito, él se levantó de modo abrupto, y cuando ella lo siguió con la vista, reparó en una silueta aproximándose del otro lado de los cristales esmerilados de la puerta doble hacia el pabellón de cirugía.

Alarmada, se levantó también y acudió junto con él en un trote que envió calambres por toda su pierna. La puerta se abrió entonces, revelando a un hombre vestido con un uniforme de color verde oscuro y equipo de protección de cirugía.

El aspecto de aquel le provocó escalofríos a Charis.

—Torrance —le dijo el médico, al reconocerlo, quitándose la máscara, y luego trasladó su mirada a Charis—. ¿Familiar suya?

—Su amiga —afirmó ella.

Tras una cabeceada, el doctor metió las manos tras su espalda e hizo una pausa antes de explicarse. Su gesto era tan insondable que no delataba ni buenas ni malas noticias. Charis sintió que se ahogaba con su propia respiración frenética, en espera de lo que aquel tendría para decir.


https://youtu.be/-LQE1aJAyYQ

Por largo rato solo pudo escuchar el agudo pitido en sus oídos, ahogando cualquier otro sonido. El corazón le ametrallaba el pecho con violencia.

El pitar de sus oídos comenzó a disiparse de a poco, y creyó oír la voz distorsionada de Daniel:

—... ¡Jess! ¡Jess! ¡¿Estás bien?! ¡Jesse...!

Al abrir los ojos, esperaba ver al frente un escenario que ya estaba borroso en su cabeza. Siempre despertaba antes de volver a verlo en sus sueños.

En cambio, lo que vio fue una señal de tránsito.

Y justo frente a él, sobre el volante, la mano temblorosa de Daniel firmemente asida en torno al mismo, mientras que con la otra sostenía el freno de emergencia.

Los gritos de otra persona, por debajo del zumbido de sus propios pensamientos, aún revueltos por el impacto, terminaron de devolverle la lucidez.

Giró la cabeza hacia la ventanilla y encontró, perpendicular a ellos, detenida en lo que parecía ser el momento justo antes de impactarlos, una camioneta. No tenía conductor, solo a un niño en la parte de atrás. Estaba intacta; no así el coche de Daniel. Una de las esquinas del capó estaba apelmazada contra el hierro de la señal de tránsito que habían golpeado. A su lado, un hombre de mediana edad gritaba algo, furioso.

No podía oír lo que decía, así que Jesse abrió torpemente la ventanilla. Y comprendió al instante que había sido un grave error, cuando dos gruesas manos nudosas se metieron por allí, se cerraron en torno a su ropa y tiraron tan fuerte de él que le levantaron del asiento.

—¡Maldito lunático! ¡¿Tienes idea de lo que casi provocas?!

Jesse silabeó algo con los labios temblorosos sin poder articular una palabra, antes de sufrir otra sacudida de parte del hombre.

—¡¿Dónde diablos conseguiste licencia para conducir?! ¡¿La ganaste en un bingo, estúpido cuatro ojos?!

—Lo siento... M-mi amigo está-...

—¡Mi nieto de seis años va en el asiento trasero de la camioneta! ¡¿Qué hubieras hecho si hubieras causado un accidente, jodido alfeñique de mierda?!

—E-es una emergencia... ¡Da-Daniel...! —Lo distrajo el momento en que vio por el rabillo del ojo al mismo, haciendo maniobras para librarse del cinturón, con una mano ya lista en la manija de la puerta, presto para bajar y enfrentar hombre que continuaba zarandeándolo, pese a su delicado estado— ¡Dan, no-...! Señor... ne-necesito llegar co-con mi amigo al hospital, ¡n-no puedo-...!

—¡Me importa un demonio! ¡Idiotas como tú deberían estar en prisión! ¡Vas a quedarte aquí y a esperar que llame a la policía, o yo-...!

En el momento en que Daniel se libró del cinturón de seguridad con un quejido angustioso lleno de dolor, sus latidos se desbocaron y comenzó a jadear otra vez; mas, sus escalofríos fueron remplazados por extrañas oleadas de calor que subieron por su rostro e hicieron hervir la sangre en la cabeza. Sus manos se movieron a las del hombre frente a él, todavía crispadas en torno a su ropa, y las arrancó de sí de un tirón.

Entonces, antes de dar a Daniel la oportunidad de bajarse, arrancó de nuevo el vehículo en marcha atrás para alejarse de la señal de tránsito, y este empezó a moverse con los brazos del hombre todavía dentro de la cabina.

—¡¿Qué crees que estás haciendo, maldito loco de-...?!

—Váyase al carajo —le dijo Jesse, antes de cambiar a primera marcha y después aceleró hasta que las llantas chirriaron contra el pavimento de la calzada.

Dejó atrás una señal de tránsito inclinada, a un tumulto de gente, y a un hombre furioso agitando el puño y gritando blasfemias hasta que lo perdieron de vista.

A su lado, podía sentir la mirada de Daniel acuchillando su sien, sin decir una palabra. Creyó que sería capaz de continuar sin problemas, pero bastó con perder de vista el caos dejado atrás para que tuviera que frenar nuevamente y orillarse a un costado de la calzada, mareado, con la vista de nuevo borrosa y falta de aire, sintiendo que estaba a punto de desmayarse, antes de que Daniel lo hiciera.


https://youtu.be/cct69M2gmuo

—Él está fuera de riesgo ahora —declaro el médico, a lo cual Charis dejó escapar un pesado respiro.

Jesse no emitió ningún sonido, pero sus hombros, rígidos como los de una estatua, cayeron a sus costados como si volviese a ser de carne y hueso. Exhaló el aliento en un jadeo tan silencioso, que de no haber sido por ver sus labios entreabrirse y su pecho bajar hondamente, Charis no lo hubiese adivinado.

El médico les dio tiempo de asimilar la información y continuó:

—La rotura del apéndice derivó en una peritonitis. Se le fue practicada una apendicectomía abierta de emergencia. Está estable ahora, pero todavía es preferible que permanezca bajo observación. Por fortuna fue traído a tiempo, o hubiese sufrido una sepsis grave.

Charis lo escrutó, en busca de respuestas. ¿Qué tenía que ver una peritonitis con el accidente en el auto? Sus ojos volaron de nuevo al pálido rostro de Jesse, quien respondió con una suave cabeceada.

El médico se retiró después de decirles que pronto enviaría a alguien por ellos para que pudieran ver a Daniel, quien todavía estaba bajo los efectos de la anestesia.

Se quedaron ambos inmóviles en mitad de la sala, sin mirarse y sin hablar.

Charis viró para mirar a Jesse, lista para empezar a bombardearlo con preguntas, pero aquel abandonó su lado y volvió a su asiento, en donde se dejó caer exhausto, respirando casi a bocanadas.

Parte de sus deseos de confrontarlo se desvanecieron al verlo desplomado allí, hecho un ovillo tembloroso.

Por un momento fugaz le pareció tan frágil que abandonó toda disposición a enfrentarse con él; pero su urgencia por conocer la situación ganó. Charis lo siguió y de un tirón sobre el hombro lo obligó a levantar la cabeza para mirarla.

—Torrance, ¡¿qué demonios está pasando?! ¡¿Qué fue lo que ocurrió?!

La alarma en su rostro duró solo unos segundos antes de que se compusiera y procediese a explicarse.

—Ya llevaba un tiempo así; pero... no me hizo caso cuando le sugerí hacérselo mirar. No me explico cómo es que no pudo reconocer los síntomas —suspiró Jesse dándose la media vuelta y añadir—: es un doctor, demonios... Y resultó... ser apendicitis.

Ella pestañeó lentamente, sin entender.

—... ¿Qué?

El espacio de piel de su ceño entre los cristales de los lentes se tensó. Charis quiso interpretar enojo en sus facciones, pero más bien lucía confundido.

—Apendicitis —repitió él—. Es cuando...

—Ya sé lo que es una maldita apendicitis, Torrance, ¡¿qué tiene que ver eso con lo que le pasó al auto?!

—No había ambulancias disponibles, así que... —Jesse paró de hablar súbitamente y escrutó los nerviosos rasgos que torcían el gesto de Charis. Algo pareció encajar en su cabeza—. Oh.

Charis resopló exasperada.

—¡¿Qué quieres decir con «oh»?! ¡Maldición, Jesse, ¿quieres explicarte de una vez?!

—Pensaste... que habíamos chocado.

Ella dejó salir un boqueo, con los ojos en blanco de exasperación.

—¡¿Qué esperabas?! ¡No me dijiste nada! ¡Solo llamaste y dijiste que estaban aquí! ¡Luego vi el auto abollado afuera, y cuando te pregunté qué había pasado, tú-...!

—No me... dejaste explicártelo.

Charis apretó los labios a la vez que los ojos, y respiró varias veces para calmarse. Tenía razón...

—¿Harías el favor de explicármelo ahora? Sin omitir detalles, si fueras tan gentil.

—N-no puedo-... Dan, n-no puedo seguir... —farfulló casi de manera ininteligible.

Se llevó las manos a los ojos por debajo del cristal de los lentes, empañados y sucios por el contacto de sus manos cubiertas de sudor. Apenas podía respirar y sus extremidades habían empezado a hormiguear, anticipando que pronto dejarían de responderle.

—¡Jess... estamos a medio camino!

—No puedo... —No se percató de cuán pesada se había vuelto su respiración, hasta que sintió la garganta seca y reparó en que lo estaba haciendo a través de la boca, en bocanadas frenéticas, en las que se escapaban trazas patéticamente audibles de su voz angustiosa—. No puedo, Dan; no puedo... No puedo...

—Queda poco... Jess. ¡E-estamos cerca!

Sintió sobre el hombro la mano cálida de Daniel. No se atrevió a mirarlo a los ojos. ¿Cómo podría, y mostrarle su miedo aún después de llevarlo hasta allí, solo para abandonar su misión a mitad de la trayectoria?

Daniel lo obligó a mirarlo, tirando de su hombro. Sus fuerzas estaban melladas, pero él estaba tan débil que no hizo falta de mucha para obligarlo a apartar las manos de su rostro. Y lo que halló en el suyo lo aterró.

Ojeroso y con los párpados tan pesados y débiles, que sus ojos eran dos orbes diminutos de un apagado verde oscuro en sus escleras enrojecidas y vidriosas, obra del esfuerzo y el dolor, sus facciones habían perdido todo color y estaban mortalmente drenadas.

—Por... favor... —Luchó por respirar entre estertores ahogados. Daniel colapsaría en cualquier momento.

Aquello lo devolvió de golpe a la realidad. ¿Cuánto tardaría en encontrar a alguien dispuesto a parar para ayudarlos? sería perder más tiempo. Tenía que recomponerse y recobrar la calma.

Jesse exhaló un último, sonoro respiro y volvió a asir el volante y a ubicar los pedales con los pies.

—De acuerdo. Vamos —masculló, más para sí mismo que para Daniel.

Puso nuevamente la primera marcha, y el automóvil reanudó la trayectoria.

https://youtu.be/zPndtvek_Jo

Habían pasado por lo menos tres horas desde la última vez que Charis sentía haber respirado con normalidad, hasta el momento en que acabó de escuchar el relato. Y hacerlo le resultó extraño; como si la sensación fuera nueva.

Se pasó la mano por la frente para retirarse el pelo del rostro y despejar así su cabeza acalorada. Aún estaba mareada cuando comenzó a procesar la gravedad de la situación verdadera, aunque en comparación, esta parecía una nimiedad sin importancia.

—Apendicitis... —Soltó un ronco bufido—. Maldición, Daniel... ¡Maldición!

Jesse permaneció en silencio en el mismo lugar, convertido otra vez en piedra. Cuando Charis levantó la mirada, este la eludió y se encogió de hombros, incómodo con sus ojos sobre él.

—De modo... que condujiste hasta aquí. —Charis movió la cabeza, frotándose el puente de la nariz—. Y chocaste. Pudieron matarse, Jesse; pudiste matarlos...

Aquel retrocedió de regreso hasta la misma silla y se dejó caer allí otra vez, inclinado hacia sus rodillas.

Charis fue a ocupar lugar junto a él. Fue allí que recordó las llamadas perdidas en su móvil. Tuvo que inclinarse también para poder mirarlo.

—¿Estabas... intentando llamarme?

—No contestaste.

Ella apretó los labios y se reclinó a su vez contra su propio respaldo. Debía empezar a ser más responsable con su teléfono móvil...

Por lo demás, se sintió un poco mal por la forma en que lo había tratado antes, cuando todo lo que había hecho había sido conducir hasta allí para auxiliar a Daniel.

—El doctor dijo que lo trajiste a tiempo. Supongo... que es lo que importa.

Aquello no trajo demasiado alivio a los rasgos de Jesse, pero al menos pareció menos tenso cerca de ella a partir de allí, y por todo el tiempo que hubieron de esperar hasta tener noticias nuevas.

Otra media hora les pasó por encima tan lenta como la anterior. Charis se entretuvo mirando los diseños de las baldosas del piso. Estuvo varias veces a punto de levantarse para ir a preguntar, cuando una enfermera apareció en el pasillo contrastando su uniforme claro con la penumbra como una difusa figura espectral.

Detrás de ella, dos auxiliares empujaban una camilla que les pasó por el lado sin detenerse. Charis contuvo un boqueo al percatarse de quién era el ocupante. Le costó reconocerlo al principio; sus rasgos estaban tan decaídos que lucía como alguien completamente diferente.

—¡Daniel! —chilló, intentando ir tras la camilla, pero la perdió en un ascensor cuando los auxiliares se metieron allí con él y la puerta se cerró entre ellos.

Tan solo la enfermera se quedó atrás. Charis vio que era la misma que le había dado indicaciones la primera vez que visitó el Saint John a su regreso. Lydia Lane. Casualmente, la única otra amiga de Daniel en el hospital.

Jesse se quedó atrás con ella.

—Lydia...

—Supuse que seguías aquí —saludó ella, y le puso una mano sobre el hombro—. Dan está siendo acomodado en su habitación ahora mismo —les informó a ambos—. Deberá permanecer hospitalizado esta noche, y posiblemente mañana también. Le estaremos administrando antibióticos para mantener la infección bajo control. Tendrá el alta en cuanto estemos seguros de que no hay ningún riesgo—. Pueden pasar a verlo si lo desean, pero necesita descansar, de modo que tendrá que ser una visita muy breve. Habitación doscientos doce, Jess, ya sabes cual es.

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Hubieron de subir las mismas escaleras que Charis ya conocía hasta la planta indicada para llegar al sector de hospitalización. Los pasillos estaban tan oscuros y fríos como todas las áreas de ese hospital. Estos habían cambiado ligeramente, pero se sintió igual de intimidada por ellos.

Procurando no mirar en otra dirección que no fuera al frente, apuró sus pasos, apenas acompasándose a los de Jesse, y llegaron así a la sala indicada por Lydia.

Se detuvieron los dos por fuera de la habitación al ver a su único ocupante. Tendido en la cama junto a la ventana, y con un gesto exhausto y somnoliento en el rostro, estaba Daniel, apenas despertando.

—Dan... —Jesse se desplazó hacia el quicio de la puerta, y ella se quedó orillada a un costado.

—Jess —sonrió él, con debilidad—... ¿Cómo estás?

Por primera y única vez desde que se habían conocido, Charis creyó captar por el rabillo del ojo sobre sus finos labios un tenue amago de sonrisa.

—Esta vez... no soy yo el que está en la camilla.

Después de eso se internó en la habitación, y fue directo hasta la cama, para acuclillarse junto a la misma, en donde se apoyó con ambos brazos cruzados. Daniel lo recibió con una sonrisa apenada.

—Lamento que tuvieras que hacer esto, sabiendo...

Jesse movió la cabeza antes de que pudiera terminar su frase.

—No te... preocupes por eso.

Charis entornó los ojos, preguntándose qué habría querido decir con ello. Los contempló de uno en uno sin entender, pero no hizo preguntas. Sentía haberse inmiscuido lo suficiente entre ellos como para aparecer de pronto, cuando al fin ya habían hecho las paces, y empezar a indagar en sus vidas o en las confidencias que compartían.

—¿Puedo traerte algo? —preguntó Jesse.

—Pizza, tal vez.

—Dan...

Aquel se rio de su pésima broma y después negó con la cabeza.

—No necesito nada. Gracias...

—¿Tu almohada está bien? ¿Quieres otra? ¿O... te acomodo el respaldo de la cama?

—Estoy genial, descuida.

—¿Ti-tienes frío? ¿Traigo otra manta para ti?

—¡Estoy bien, de verdad! Deberías ir a casa. Ya has hecho mucho por mí para un solo día.

Finalmente, Charis abandonó su sitio junto a la puerta y se adentró también en la sala.

—¿Paciente Daniel Deming? —lo saludo.

El rostro pálido de él se iluminó parcialmente al verla, lleno de sorpresa.

—¿Es usted mi sexy enfermera? —bromeó él.

—¿Acaso no puedo ser una sexy doctora? —replicó ella—. A partir de hoy tiene usted prohibida la pizza y el café.

Cruzó la estancia y fue directo hasta su cama en cuanto Jesse se levantó de su sitio y le cedió su lugar allí.

—Maldición, Dan... ¡me asustaste! ¡Creí que...! —Antes de continuar hablando, arrojó una mirada a Jesse y luego suspiró, volviendo la vista a él—. Supongo... que ya no importa. ¿Cómo estás?

—Con un órgano menos —bromeó él—. Pero estaré bien.

Charis movió la cabeza e hizo intentos por reír, pero estaba demasiado cansada incluso para eso.

La mirada de ambos se levantó hacia donde Jesse permanecía de pie, sin hablar, y este se movió nervioso allí.

—Veré... lo de tu baja médica. Se la llevaré a Sarah mañana.

En cuanto se fue, Daniel tendió trágicamente la cabeza en la almohada. Charis se acomodó en el sitio que antes ocupara Jesse.

—Te lo tienes merecido. A partir de hoy vas a cuidarte.

Daniel volvió su gesto en uno más dócil, y asintió:

—Solo es por un tiempo, luego podré volver a comer normalmente, igual que antes.

—Pero verás, «normalmente» e «igual que antes» no son sinónimos para ti, Daniel. ¿Qué fue la mierda que comiste esta vez antes de venir a parar al hospital?

—Pizza con pepperoni. Doble pepperoni. Y... queso extra —admitió.

—Qué bonito.

—Con una orden a un lado de viaje de emergencias al hospital, y sin apéndice.

—¿Esto te parece gracioso? ¿Tienes idea de lo preocupada que estaba? Cuando Torrance me llamó pensé que algo grave te había pasado. Luego vi el auto y creí que habían tenido un accidente.

—Fue solo una coincidencia. Una muy mala.

Charis respiró. Alcanzó la mano de Daniel, que reposaba en la cama, y la estrujó en la suya. Estaba mortalmente helada, y ella se la frotó entre sus palmas para entibiárselas. Daniel respondió estrechándoselas con remordimiento al percibir su agobio.

—¿Tienes dolor?

Daniel levantó el brazo izquierdo y le mostró una cánula conectada a su vena, que subía hasta una bolsa de suero con analgesia.

—Pasará.

—¿Quieres que llame a Nana, o a Pa?

—No, no. Por favor no se los digas. Se los contaré, eventualmente, cuando haya salido de aquí.

—Nana se va a sentir muy herida si se lo ocultas.

—No necesitan motivos para estar preocupados. Los hospitales en estas fechas están llenos de personas enfermas, y ellos ya son muy mayores; podrían pescar algo.

—Aun así, Daniel, son tu familia... Torrance me dijo que intentó llamarme cuando tuviste el ataque. Lo siento mucho... —Se llevó la mano de Daniel a la mejilla y él le acarició las sienes—. Fui a casa de mi cuñada y pasé la tarde con los niños. Dejé el móvil en mi apartamento, y cuando llegué me encontré con todas esas llamadas perdidas.

—No te culpes, no podrías saber que algo así podía pasar.

—Exacto; uno nunca sabe cuándo algo así puede pasar, por eso es que no debería estar incomunicada todo el tiempo. Prometo llevar siempre el móvil conmigo a partir de ahora.

—¿Lo llevas ahora?

Charis le dirigió una mirada avergonzada.

—A partir de mañana —añadió.

Daniel le dedicó una sonrisa indulgente y le acarició la mano con el pulgar.

—¿Cómo están tus sobrinos?

Charis borró todo disgusto de sus facciones y sonrió.

—Me gustaría que los conocieras. Son maravillosos, Dan... Dina es tímida, y todavía no habla demasiado conmigo, pero ayer se sentó a ver una película con nosotros. Jordan habla poco, pero es muy listo. Y Kim es un amor; es la niña más tierna... Y Marla es una mujer muy dulce. No entiendo cómo mi hermano puede ser tan frío con ella. Si no fuera por sus problemas con la bebida, quizá-... —Se calló, vencida.

—¿Y si fuera a rehabilitación?

—Sí, sería divertido sugerírselo, para que me prohíba la entrada en su casa y no pueda ver más a mis sobrinos —ironizó ella—. Ayer compré algunas cosas para ellos; estaban muy agradecidos. Puedo visitarlos frecuentemente, porque Mason nunca está en casa.

Daniel torció un gesto extraño. Charis sabía perfectamente lo que él estaba pensando: que no debería seguir alimentando a la familia de su hermano cuando él no se hacía cargo y era su deber. Pero decidió pasarlo por alto. No quería pelearse con Daniel, y menos con su amigo en ese estado.

—En fin... ¿A dónde ha ido Torrance?

No pudo evitar pensar en Jesse otra vez. No imaginaba cómo era haber pasado por esos momentos de horror conduciendo con Daniel al hospital.

Antes no podía entender en qué se basaba la amistad que Daniel aseguraba que los dos tenían, pero le había bastado con ver al frío auxiliar de morgue ovillado en un asiento, vuelto un atadijo de nervios para comprobar que de hecho tenía sentimientos, y convencerse de la forma en que se preocupaba por el amigo de ambos.

Quizá había muchos matices más de gris entre el blanco y el negro que saltaban a la vista.

El susodicho apareció poco después y se quedó con ellos por todo el tiempo que les permitieron quedarse.

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Como era usual en él, no habló demasiado en ningún momento, pero a Daniel parecía bastarle con tenerlo cerca, y Jesse parecía feliz solo de acompañarlo mientras él charlaba con Charis.

Así, la hora se pasó rápido, hasta que Lydia entró para anunciarles que habían hecho una excepción hasta tan tarde solo porque Daniel era doctor de ese hospital, pero que ya debían marcharse.

—Lo siento. Por chocar tu auto —dijo Jesse a Daniel, antes de irse.

Aquel le restó toda importancia al asunto agitando una mano.

—Ya le hacía falta una revisión con el mecánico. Me hiciste un favor.

—Que pases buenas noches —le dijo él, suavemente.

—¿Cuánto le darán el alta —preguntó Charis a Lydia.

—Depende de cómo responda a los antibióticos.

—Házmelo saber —dijo entonces a Daniel—. Para poder venir por ti. Ya te fallé una vez. Permíteme al menos compensarte con esto.

Daniel asintió con una sonrisa.

—Si tú lo dices.

Después de despedirse de Daniel, y de que Lydia se separase de ellos, ella y Jesse se deslizaron a solas por el silencioso pasillo en penumbras.

Charis lamentó no haberse cambiado el calzado para acudir con Daniel. Su tobillo todavía estaba adolorido por el tropiezo, pero encima de todo ahora también le dolían los pies obra de las horas que llevaba en pie usando tacones.

Al pasar junto al elevador, se detuvo de golpe. Extendió por reflejo el dedo para presionar el botón, y la puerta se abrió como una bienvenida.

—Daniel me dijo que el elevador solo se traba de subida —recordó.

Jesse se detuvo un poco más adelante, y asintió. Charis tuvo un espacio corto de tiempo para decidirse antes de que la puerta se cerrase y la hiciera desistir.

—O sea que... ¿es seguro bajar en él?

—Supongo.

—Bajemos por aquí entonces; me duelen los pies —pidió, metiéndose en la cabina. Una vez dentro, sostuvo la puerta abierta. No era que la idea de subir a un elevador después de lo ocurrido la última vez, y menos la de compartir un espacio tan pequeño con el asistente de morgue le entusiasmasen demasiado, pero meterse sola al elevador de ese hospital la espantaba más—. Entra rápido.

Jesse lo pensó un momento, a lo cual se encogió de hombros y entró con ella. Charis pulsó el botón de bajada, y la cabina comenzó un lento descenso.

Miró a Jesse a su lado, quien no había dicho una palabra desde que habían dejado la habitación de Daniel. Recordó que él le había dicho que caminaba a todas partes, pero también, que a veces dormía en el hospital porque vivía en un barrio peligroso. Pensó que llevarlo era lo menos que podía hacer en pago por lo que él había hecho por Daniel.

—¿Quieres... que te acerque a tu casa?

Jesse ni siquiera se detuvo a pensarlo. Movió la cabeza en negativa casi al acto. Charis rodó las pupilas. En otras circunstancias se hubiese sentido dolida por el rechazo, pero empezaba a acostumbrarse a esa forma de responder que a veces pasaba por hostilidad, pero que no era otra cosa que timidez.

Estuvo a punto de insistir cuando la interrumpió el sonido que hizo el elevador al empezar a detenerse, como chasquidos metálicos.

Luego, hubo un agudo rechinido, durante el cual la cabina empezó a dar tumbos. Charis se aferró fuertemente a una de las barandillas del ascensor.

—¡¿Qué está pasando?!

En ese momento, la cabina se detuvo por completo, y todo quedó de nuevo en absoluto silencio.

Suspiró, queriendo sentirse aliviada; pero la puerta no se abrió. Los dos permanecieron expectantes.

—¿Qué... ha sido eso? —preguntó a Jesse, y él movió la cabeza, igual de desconcertado que ella.

Y entonces, un estampido. Luego un sonido como el de un latigazo.

E inmediatamente después, la horrenda sensación de vacío y vértigo en cuanto la cabina del elevador dio un tirón hacia abajo, como si se hubiese descolgado, y empezó a precipitarse en una espantosa caída libre.

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