Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

8. Felices por siempre

https://youtu.be/zaAAkGzfDsc

Enfundada en su vestido de novia y un peinado alto, ornado de florecillas blancas, con algunos flecos enmarcando su rostro, y otro sobre su frente; un velo ribeteado de pedrería que llegaba al suelo, y guantes de seda envolviendo sus brazos, Mademoiselle De Larivière lucía como una princesa de cuentos. Se observaba a sí misma al espejo dando vueltas y admirando cada ángulo como si no reconociera su propio reflejo.

Charis le ordenó el velo a las espaldas y le acomodó la sobrefalda, igual de fascinada que ella, o quizá incluso más:

—Te ves absolutamente hermosa.

—¿Crees que a Roel le guste? No me ha visto aun usándolo.

—¿Bromeas? Si no llora al verte, me opondré cuando hagan la pregunta.

—Oh, por favor no lo hagas. Pagué mucho por este vestido —le dijo Sam, con gesto preocupado, y las dos rieron al unísono.

La habitación en que Sam se preparaba parecía la habitación de una niña. Abundaban en la tapicería, el empapelado de las paredes, las alfombras, e incluso la mobiliaria los rosas pasteles, lilas, cremas y blancos. Charis distinguió un estante repleto de animales de peluche, y en una esquina una casa de muñecas, y aquello confirmó sus sospechas.

—¿Esta solía ser tu habitación?

—Así es —sonrió Sam, y echó un vistazo alrededor con nostalgia. Al ver la casa de muñecas dio un suave jadeo emocionado y la invitó a acercarse con un gesto de su mano—. Mi hermana y yo solíamos jugar con ella todo el tiempo. Aunque Ophelie ya era mayor...

La casita era más bien una mansión. Con ventanas de cristal real, puertas que se abrían, y dotada de al menos una docena de habitaciones con muebles de madera finamente diseñados, adornados de detalles minuciosos, era el sueño hecho realidad de cualquier niña.

Charis se agachó y miró dentro, admirada por cada nueva habitación, sin dejar de encontrar detalles en cada rincón, desde la vajilla del comedor, hecha de porcelana real y con cubiertos diminutos, hasta los armarios repletos de ropita minúscula.

—Es increíble... No sabía que las había de este tamaño.

—Fue hecha a encargo. Los muebles fueron tallados y pintados a mano. ¡Incluso tiene luz! —Dijo Sam, y presionó un botón con el cual encendió luces cálidas por todas las habitaciones de la casita.

Charis curioseó un poco más. Por un momento se encontró deseando volver a ser una niña, y disponer de todo el tiempo del mundo para jugar allí por horas. Kim estaría encantada; probablemente jamás había tenido nada similar... Y Charis tampoco.

Mientras espiaba por las habitaciones ante la mirada paciente y dulce de Sam, creyó ver algo bajo la cama de una de ellas e introdujo la mano para sacar lo que había allí. Se encontró con una muñeca. Esta estaba desnuda, tenía el cabello negro cortado a ras de la cabeza y el rostro estropeado con tinta. La contempló confusa en su mano solo por un instante antes de que Sam la recuperase y emitiera un boqueo al sostenerla en la suya.

Oh dieu... lo había olvidado por completo.

Sam fue a limpiarle el rostro con el pulgar, pero Charis se la arrebató antes de que lo intentara.

—¡Espera! No vayas a ensuciar tus guantes. —Y reanudó la tarea, pero la tinta ya se había secado hacía mucho— ¡¿Qué le pasó a la pobre?!

Sin éxito en su labor, desistió y contempló la muñeca en su mano, intentando ordenar con lástima su cabello desastrosamente cortado.

—Yo le hice eso —admitió Sam, terriblemente apenada—. Lo hice... cuando Ophelie se escapó con Andrew.

Sin soltar a la muñeca, Charis levantó el rostro, asombrada. El de Sam estaba desolado por la tristeza y la culpa. Recuperó la muñeca de su mano lánguida con suavidad y acarició su cabeza repetidamente, como si intentase consolarla de su lamentable condición; despojada de toda belleza, maltratada y olvidada por años.

—Ophelie vino a mi habitación a despedirse de mí por la noche y me contó lo que planeaba. Le supliqué que me llevara con ella... pero se negó. Dijo que no podía llevarme a donde iba; y que mamá me necesitaría cuando ella no estuviera. Y después se fue. Me dejó... como si no fuera nada para ella. Me sentí tan herida y enojada... Así que tomé su muñeca y-... bueno. —Sam exhaló un hondo respiro—. Nunca volví a jugar con la casita. No imagino lo que debes pensar de mí...

Charis ayudó a Sam a ponerse de pie. Le quitó la muñeca de la mano y la dejó con cuidado en la casa, sobre una de las camas. Podía imaginarse fácilmente a la pequeña Samuelle llorando con el corazón roto tras el abandono de su hermana, solitaria en la oscuridad de esa casa enorme, descargando todo su dolor en el objeto más próximo.

—Eras solo una niña —la reconfortó—. Y reaccionaste del modo en que una niña lo haría. No debió ser fácil sentir que tu hermana te dejaba atrás.

https://youtu.be/bZnhaBlJSZs

Los ojos de Sam se colmaron de rocío.

—Yo la adoraba... Era mi mejor amiga; la única. Era mi todo... —Las lágrimas que se afianzaban a sus ojos parecían a punto de sucumbir—. De haber sabido lo que sucedería, hubiese atesorado esta muñeca por siempre. Cómo desearía... que estuviese aquí para acompañarme en este día. Mi Ophelie...

—Estoy segura de que estaría muy feliz por ti. Y también sé que no querría que estuvieses triste por ella en este día tan maravilloso.

Charis le limpió las lágrimas con el pulgar, atrapándolas justo en las esquinas de sus ojos. Sam se sorbió la nariz y asintió.

—Ahora basta de lágrimas. Arruinarás tu maquillaje, y te ves tan hermosa... ¡Este es tu día; sonríe, futura esposa!

—Sí, lo es. —La hermosa princesa de cuentos se rio y pestañeó varias veces para refrescar sus ojos—. En unas horas ya no seré «Mademoiselle»; seré «Madame De Larivière-Siderno».

Charis hizo una pausa para contemplarla apenas terminó de asimilar las palabras de Sam. Pestañeó confusa:

—Pero... ¿el apellido de Roel... no era Duboi?

Sam se quedó rígida, con la vista clavada en la de Charis. Después de una pausa, dejó salir un suspiro y meneó la cabeza, llevando los ojos al suelo y una mano enguantada a su frente.

—Cierto... qué estúpida soy. —Después alzó la vista y torció una mueca triste—. Siderno... era el apellido de mi primer esposo.

Charis sintió estrujarse su pecho. Después de ver la situación de Sam y la de Jesse, podía decir sin lugar a dudas que alguien podía estar rodeado de esplendor y cosas hermosas, y aun así ser infeliz. Que ninguna clase de riqueza podía evitar las memorias amargas.

Tomándola por los hombros, la condujo frente al espejo:

—Olvídate de él. Está en el pasado.

—El pasado... —repitió Sam, y torció una suave sonrisa—. Sí.

Un golpeteo hizo virar a ambas en dirección a la puerta. Sacha apareció allí y abrió los labios para decir algo, pero su mirada siempre distante se trabó en Sam, y enmudeció en el momento en que sus pupilas viajaron para admirarla de pies a cabeza. Hizo entonces algo que Charis no le había visto hacer hasta ese momento: sonrió. Después se aclaró la garganta y retomó lo que parecía haber estado a punto de decir, moviéndose de la puerta para dar paso a un visitante, a quien anunció con propiedad:

—Madame Bellange-De-Larivière

El sonido que hizo Sam fue un jadeo ahogado a medio camino del gritito de una niña emocionada. Se llevó las manos frente al rostro y se petrificó en su lugar con los ojos muy abiertos.

En ese momento, penetró en la habitación la hermosa dama mayor que había llegado antes en rescate de Charis poco antes para arrancarla de las garras crueles de Monsieur: Marion; la benevolente reina del castillo. Esta llevó a su vez una mano a sus labios para contener un respiro al ver a su hija:

—Mi dulce niña —jadeó, con los ojos en lágrimas—. Estás absolutamente angelical.

Y en el momento en que extendió los brazos, Sam pasó frente a Charis como una cometa, con el velo flotando detrás como la cola de la misma y sosteniendo en alto la falda de su vestido para no tropezar. Al final de su camino se arrojó a los brazos de su madre como hiciera una infanta, echándole los suyos alrededor del cuello .

—¡Mamá! —chilló con un sollozo estremecedor.

Sacha no se marchó. Contemplaba la escena con una conmoción evidente en los duros rasgos, y Charis hizo lo mismo.

Por largo rato, la mujer meció dulcemente a su hija entre sus brazos de un lado a otro, susurrándole palabras dulces, y acariciando sus hombros espásmicos de llanto con un cariño maternal el cual Charis o bien ya no recordaba... o no había experimentado nunca.


***

https://youtu.be/meCuf3INK7M

Después de que el estilista que había contratado Sam para mantenerla impecable durante todo el día retocó su cabello y su maquillaje tras el emotivo encuentro con su madre, Charis las dejó a solas para que pudieran hablar, a la vez que para terminar de arreglarse.

Su propio cabello y maquillaje habían sido arreglados por el mismo estilista de Sam. Ella solía usar tonos suaves para maquillarse, pero debía admitir que el smokey suave de sus párpados y sus pestañas claras pintadas de negro daba a sus ojos de bebé un aspecto más seductor, mientras que sus labios delgados lucían más voluptuosos con ese encendido carmín.

Por último, mientras que el peinado de Sam era alto y voluminoso, Charis eligió algo mucho menos llamativo con un peinado bajo, tomado a la nuca y enrollado en un moño suelto, con algunos mechones rizados en ondas suaves en torno a su rostro, los cuales le pareció que aminoraban el tamaño de su frente amplia.

Una vez en su cuarto, se enfundó con cuidado en el vestido que Sam le había regalado. La tela era tan delicada que temió rasgarlo al subirlo por sus muslos. Decidió no usar sujetador. ¿Para qué, en todo caso? Su pecho era tan escaso que no merecía la pena arruinar la hermosa línea del vestido con marcas de ropa interior.

Sam había insistido en que comprara zapatos, pero Charis se negó. Con el largo de su vestido nadie se fijaría en sus pies, y eligió de entre su propio equipaje unos de poco tacón, teniendo en cuenta que debía bailar algo que apenas había practicado una sola vez. Se colocó aretes, también prestados por Sam, se perfumó y retocó los últimos detalles, acomodando algunos mechones de su cabello.

Se miró en el espejo y por un momento no se reconoció. El vestido, de un intenso azul marino, era un modelo ajustado en la parte de arriba y en las caderas, con una suave caída hasta el suelo en varios pliegues de tela ligera, con una capa de transparencia encima, constelada de pedrería diminuta. Mientras que al frente era sobrio y simple, con cuello tipo «bateau» y algunos detalles de pedrería en el pecho, el escote en la espalda caía justo en el ángulo de sus hombros, precipitándose hasta su cintura, unido por más transparencia como la de la sobrefalda. Acentuaba tal y como recordaba sus escasas curvas, y el color oscuro y frío contrastaba con el rojo vibrante de su cabello y labios.

Charis pensó que era la primera vez en su vida que lucía tan bien; y probablemente sería la última, así que procuró tomarse varias fotografías con las que pudiera recordarlo y se regodeó de su aspecto por otro minuto más frente al espejo. Finalmente preparada, salió de la habitación.

Allí la esperaba Luk, y ella sonrió aliviada al verlo.

—Mademoiselle —dijo este, y le dedicó una leve genuflexión.

—Pensé que Anton vendría por mí.

Jeune Monsieur pensó que le tranquilizaría más ver un rostro amigable y apuesto, antes que la cara de pepinillo en vinagre de Anton.

Charis se rio y tomó su brazo cuando él selo ofreció.

—Y no se equivocaba.

—Luce encantadora; si me permite decirlo.

—Eres muy amable —le dijo ella, mientras era guiada por el pasillo rumbo a las escaleras—. ¿Y qué hay Daniel? —preguntó en el momento en que pasaron junto a su puerta sin detenerse.

—Ya está abajo, con Jeune Monsieur..

—¿Eso significa...?

—«Joven señor».

—Vaya... —musitó ella. Sonaba importante.

https://youtu.be/buwfFvVUGpg

El recuerdo de ambos frente al piano cruzó su cabeza como un relámpago y Charis sacudió el rostro. Había estado apartando por horas ese pensamiento de su mente; negándose a creer que las cosas hubiesen pasado —o hubiesen estado a punto de pasar...— tal y como ella creía recordarlas; al punto que casi se sentía como un sueño o un producto de su imaginación.

Llegaron finalmente al inicio de las escaleras, al pie de las cuales, Jesse y Daniel esperaban juntos por ella.

Le causó tanta sorpresa verlos como verse a sí misma al espejo; pero por partida doble. Eran como el día y la noche. Daniel con un traje gris claro, resplandeciente, camisa blanca impoluta y corbata azul, impecablemente peinado, esgrimía su sonrisa radiante, aquella capaz de iluminar un cuarto entero. Y a su lado Jesse, reservado y taciturno, enfundado en un tuxedo negro con camisa a juego, corbata plateada, y con el cabello —que parecía haber ganado la batalla contra cualquier intento de peinarlo— ligeramente acomodado hacia atrás, incapaz de contener los mechones más testarudos, que se escapaban por un costado de su rostro y caían sobre uno de sus ojos.

Al descender los peldaños Charis se afianzó del brazo de Luk mientras levantaba una esquina de su vestido con la otra mano, rogando por no tropezar con la tela y rodar patéticamente frente a sus amigos.

—Anunciando a Charis Irene Cooper —declamó Luk en tono bromista, pero que la hizo sentir como una dama importante.

Sus dos amigos alzaron al mismo tiempo la vista hacia la cima de las escaleras y Charis les sonrió avergonzada. La boca de Daniel cayó abierta y juró verle contener el aliento por un instante. Arrebolada por su dramática reacción, llevó la vista a Jesse, pero se detuvo en él por un instante tan corto que no pudo apreciar qué expresión tenía, antes de que la memoria del último momento que habían compartido juntos la obligase a apartar los ojos a sus pies.

Cuando llegó abajo con ellos y se soltó de Luk, tomó por inercia la mano que Daniel le extendió para invitarla a acercarse. El argumento de antes parecía haber quedado en el olvido; o al menos no había atisbo del cual en la forma en que Daniel la contemplaba.

Tuvo problemas para hilar una frase:

—¡Estás-...! ¡Te ves-...! —Soltó un sonoro resoplido, meneando la cabeza e hizo un gesto con la mano en su dirección—. ¡Guau!

Charis dejó caer la falda y acomodó la tela con su mano:

—¿Les gusta? Sam lo pagó. Le debo un riñón o algo parecido.

—Yo le daré el mío. O ambos —dijo Daniel, y sin soltar su mano la compelió a dar una vuelta. Ella rio abochornada—. Te ves... Te ves preciosa.

Charis se dio el valor de mirar a Jesse a los ojos, pero este le apartó enseguida los suyos. Además de la expresión avergonzada en su mirada, el resto de su rostro no delataba ninguna emoción. Todo lo que hizo fue asentir en acuerdo con Daniel, sin añadir nada más, con un esbozo apenas perceptible de sonrisa cortés en los labios. Ella procuró no sentirse decepcionada. Si en algún lugar de su ser se había esperado algún cumplido de su parte, claramente ambicionaba demasiado.

Por su parte, de cerca pudo apreciar mejor los detalles de su atuendo; como el brillo distintivo de la plata en los botones de sus mangas, o las solapas de su traje, ribeteadas de seda lustrosa. Notó también que su camisa no era negra, sino algún punto de grafito. En definitiva, no era algo que él hubiese elegido... pero el buen gusto de Monsieur era indiscutible. El tuxedo parecía haber hecho a medida, y el entallado alrededor de su finísima cintura acentuaba sus hombros. Se veía muy distinto así. Lucía más maduro. Incluso parecía más alto.

Por un instante fugaz, él abrió los labios y la miró a los ojos por primera vez en todo ese tiempo. Charis prestó atención, lista para oír lo que sea que fuera a decir, pero se vieron interrumpidos por Luk:

—Vamos —les urgió este—. Tenemos que tomar lugar. Anton espera afuera. Él les mostrará a ambos sus asientos.

—¡Esperen! —protestó Charis—. Jess, ¿no te sentarás con nosotros?

—Sam intentó arreglarlo, pero... Monsieur no lo permitió. Los veré en la recepción. O puede... que un poco antes.


***

https://youtu.be/W2ZlTNiLloU

Debajo del toldo, todo estaba esplendorosamente decorado. Arreglos florales de peonias blancas y amarillas por todas partes; arcos de tela drapeada en tonos dorados y champagne, decorando el largo de todas las paredes interiores del toldo y lámparas de papel distribuidas estratégicamente en el techo para iluminar el camino de alfombrilla de flores blancas en el piso que iba desde la entrada del toldo al altar al frente, a cada lado del cual se habían dispuesto varias corridas de asientos forrados en tela, adornados a juego con los colores temáticos de la boda. Al frente, el altar se componía de un gran dosel abierto de tela translúcida en tonos dorados, cayendo ligera en torno a una tarima revestida de tela, por cuyos peldaños escalaba la alfombrilla de flores del suelo. Debajo del arco del dosel había un hombre de aspecto afable, elegantemente vestido. Parecía ser quien oficiaría la boda, pero no lucía como ninguna clase de autoridad religiosa.

Charis y Daniel fueron guiados a una fila en el medio de los asientos, más aproximada al final del toldo. No lo bastante adelante para estar cerca de la familia, mas no lo suficientemente atrás para que resultase insultante. Anton los condujo y dejó en sus lugares. Lo primero que notó Charis fue que había una silla vacía junto a ella, justo al lado del toldo. Se preguntó si era el asiento en que Sam había pretendido ubicar a Jesse antes de que Monsieur se entrometiera y suspiró con tristeza al verlo vacío. Después, Anton se separó de ellos para ir a ocupar sitio de pie en uno de los extremos del espacio. Charis lo siguió con la mirada y distinguió allí a Luk y a Janvier. Del otro lado había otros hombres a quienes no reconoció, pero que llevaban el mismo atuendo de seguridad. Negro, camisa blanca sin corbata, y lentes oscuros.

Alcanzó a divisar a Jesse al frente, junto a Madame, quien le ajustaba a su nieto la pajarita del cuello y hacía después intentos inútiles por retirarle el pelo del rostro, solo para rendirse al final.

—¿Esa es...? —masculló Daniel. Desde luego, él no había tenido ocasión de conocerla todavía.

—Es la abuela de Jess.

—Qué dama más distinguida. ¿Cuándo la conociste?

—Esta mañana, en el despacho de Monsieur. Ella fue un encanto. No es nada como él.

Daniel pareció dudar:

—Charis... ¿qué fue lo que pasó? ¿Qué te dijo Monsieur?

—No hablemos de eso ahora, ¿de acuerdo? —negó ella con una mueca—. No es un buen momento.

—¿Cuándo será un buen momento?

—No a mitad de la boda de alguien.

Monsieur no estaba por ningún lado, pero eso era obvio. Debía ser él quien encaminase a Sam al altar. Charis echó un vistazo a los invitados. Damas y caballeros; ningún niño. Los hombres, elegantemente trajeados; las mujeres, usando vestidos exquisitos. Desde luego, ninguna cara conocida. Se preguntó si Jesse los conocería a todos o si estaba tan perdido allí y se sentía tan ajeno como ellos.

Daniel estaba equivocado. Aquel no era su mundo.

https://youtu.be/D-Bzncatggg

Finalmente, ante una señal del oficiante de la boda, el coro de murmullos, saludos y risas se acalló, y una música suave inundó el interior del toldo. Todos se pusieron en pie para aguardar. Charis y Daniel hicieron lo propio y esperaron en su respectivo lugar, con la vista puesta en la entrada.

Poco después, enfundado en un tuxedo blanco resplandeciente, con chaleco y pajarita en el mismo tono discreto de dorado, afeitado al ras y con el espeso cabello oscuro peinado con tanto gel como de costumbre, entró Roel, seguido de un séquito de sus padrinos de boda, cada uno emparejado a una de las madrinas, todas ataviadas de champagne, y usando un corsage de flores en la muñeca, en amarillos y blancos. Una vez todos estuvieron al frente en sus lugares, dos pequeñas niñas con canastos, vestidas de blanco y usando coronas de flores, entraron arrojando pétalos amarillos a su paso.

Entonces la música cambió y comenzó a sonar la tan esperada y tradicional marcha nupcial, en una versión suave, reconfortante, efectuada en piano por los músicos en el extremo frontal, y los espectadores se prepararon, pues esta indicaba el paso de la novia.

De un lado de la entrada del toldo emergió Monsieur, y del otro, la hermosa Samuelle, quien con una sonrisa tímida, casi cohibida, se colgó del brazo de su padre cuando este se lo ofreció, sin apenas mirarla, y ambos caminaron juntos por el corredor de flores al son de la música, ante la vista deslumbrada de todos los presentes.

—Sam se ve bellísima —comentó Daniel.

Charis asintió con una sonrisa, igual de impactada aunque ya la había visto con el vestido puesto. Por supuesto que se veía bellísima, pensó. Sam era bellísima. Esta les dedicó una sonrisa tan pronto como pasó cerca de ellos y Charis se la devolvió con complicidad.

Al final del camino, Monsieur le retiró el velo del rostro, la besó una vez en cada mejilla, y entregó su mano al novio para después ir a sentarse junto a Madame, quien se ubicaba en medio de él y de Jesse. Después, con otra señal del oficiante, todos ocuparon su respectivo asiento y la ceremonia dio inicio al concluir la música.

El discurso del oficiante fue largo, y lo peor de todo, completamente enunciado en idioma franco. Daniel parecía igual de perdido, aunque estaba prestando más atención.

En cuanto a ella, sin entender nada y más distraída en las decoraciones, el ambiente y la hermosa Sam, Charis comenzó a pensar en algo que nunca se había planteado antes.

¿Cómo sería su propia boda? ¿Qué colores elegiría? ¿Cómo sería su vestido? Vino a ella la imagen del hermoso vestido con corte de sirena que Sam le había enseñado días atrás. Se visualizó a sí misma en él. Pero entonces, vino la mayor interrogante... ¿quién estaría frente a ella en ese altar? Observó a Roel. Alto, fornido, apuesto... Un pensamiento intrusivo se inmiscuyó en sus ensoñaciones, y Victor Connell apareció del otro lado. Charis hizo una mueca y agitó ligeramente la cabeza. Ni aún si fuera el último espécimen masculino sobre la tierra...

Luego, apareció frente a ella una imagen más familiar y mucho más bienvenida. Le sorprendió un poco lo fácil que le resultó visualizar a Daniel del otro lado del altar, vestido de gris como lo estaba ahora, recitando votos frente a ella. La reconfortaron su sonrisa amable, sus ojos llenos de confianza, y sus manos tibias envolviendo las suyas. Intrigada por esa idea, miró a su lado, y este le devolvió la mirada, acompañada de una sonrisa dulce. Por primera vez en su vida, se encontró considerando esa posibilidad. Daniel; su mejor amigo, casi su familia cuando sentía que no tenía ninguna. ¿Podía verse viviendo eternamente con él?

La respuesta fue más sencilla de lo esperado: desde luego. El que estarían siempre juntos era la única cosa de la que estaba segura en su vida. Sin embargo... la idea de una boda era ya en sí misma descabellada para ella. Podría imaginarse cualquier cosa en ese escenario y llevar la fantasía tan lejos como quisiera. Sin embargo, ¿sería capaz de mirar más allá? Intentó visualizarlo. A Daniel recostado con ella al despunte de la mañana, sus labios en los suyos, sus brazos alrededor de su cuerpo... pero la imagen se tornaba borrosa. De alguna manera se sentía fuera de lugar. Incorrecto... El amor que albergaba por Daniel era de la clase más pura. Y esa sola imagen lo mancillaba por completo.

Al pensar en eso, fue como si algo encajase en su cabeza y de pronto todo tuviera sentido. Creyó estar a punto de llegar a algo. Sin embargo, antes de que pudiese verlo claro en su cabeza la distrajo el momento en que la tela del toldo se levantó junto a ella, arrancándola de sus imaginaciones, Charis dio un brinco, asustada, pero se contuvo de hacer cualquier ruido. La persona que emergió debajo fue la única persona que hubiese podido escabullirse por un espacio tan pequeño con facilidad, sin llamar la atención.

Charis lo contempló con las cejas en alto:

—¡¿Qué crees que haces?! —bisbiseó alargando una mano para tomar su brazo y ayudarle a levantarse, con el rostro cruzado por una sonrisa cómplice, como dos niños en una travesura.

Jesse le hizo una seña indicándole guardar silencio y se acomodó en la silla vacía junto a ella cuando Charis tiró de él. Tuvo que acercarse para hablarle sin que nadie los escuchase:

—¿Tu abuelo no se enfadará?

—Lo hará —suspiró él—... ¿Y qué? Al menos, si me duermo aquí no lo notará.

—Ya somos dos. No entiendo absolutamente nada...

Charis espió por el rabillo del ojo a Daniel. Este no hizo comentarios más allá de una sonrisa paciente y un movimiento de cabeza al percatarse, volviendo de inmediato la atención a la boda.

El discurso transcurrió hasta una pausa en la que el oficiante se dirigió primero a Roel, y le hizo una señal. Entonces, este tomó en sus manos las de Sam, y empezó a pronunciar algunas palabras, lo cual Charis asumió que eran sus votos. Desde luego. En francés. Suspiró decepcionada, al menos le hubiese gustado comprender esa parte.

Jesse se inclinó hacia ella, Charis supuso que intentaba decirle algo, y se aproximó por inercia, sin apartar los ojos de los novios.

—Antes de conocerte... no estaba seguro de nada.

https://youtu.be/mKePlv2AHnI

Ella viró confusa y se encontró con su rostro muy cerca, a la distancia suficiente para hablarle en susurros sin que nadie más los escuchase. Jesse miraba al frente. Y no fue hasta que Roel habló otra vez y él reanudó lo que le decía al oído, que Charis entendió que sólo estaba traduciendo para ella:

—Después de ese día, solo lo estuve de una cosa...

Por su parte, se inclinó más hacia él, para oír mejor, y puso la vista en la ceremonia.

—Que sin importar qué, quería pasar cada instante, de cada día, por todo el resto de mi tiempo en este mundo, junto a ti.

»De manera que, cada vez que no estuviera seguro de algo otra vez, pudiera mirarte a los ojos, ver tu sonrisa, oír tu voz, tocar tus manos... y así recordarme a mí mismo que, si pude hacer una elección tan afortunada como la de convertirte en mi compañera de por vida, no tengo nada a lo que volver a temer.

Charis sonrió, conmovida por las hermosas palabras. Eran simples, sin muchos adornos, pero significativas y genuinas. Jesse prosiguió en cuanto Roel lo hizo. Continuó con un pequeño relato del día en que él y Sam se conocieron, y otro del día en que se comprometieron. Sonaba como la historia de amor perfecta. Un caballero flechado por una hermosa dama a primera vista; un acercamiento fortuito; una sonrisa; una mirada... y la pronta realización de ambos de que habían sido hechos uno para el otro y debían estar juntos por siempre.

Sam sonreía enamorada, embelesada..., luchando contra las lágrimas mientras Roel acariciaba sus manos y recitaba su discurso. Su voz era grave, transmitía seguridad y confianza. No obstante, la voz cerca de su oído; aquella voz arrulladora, susurrante y suave, murmurando solo para ella... se robó por completo toda su atención de la escena. Se halló atrapada por ellas, cerrando los ojos para oírlas, dejando volar su imaginación.

De pronto estaba otra vez en un altar; pero no allí, sino lejos, en un lugar apartado de toda vista o testigo. No podía verlo; sólo lo sabía. Sentía el viento fresco sacudiendo el cabello de un lado de su rostro, y del otro la caricia de un aliento suave sobre su mejilla, susurrando palabras dulces en su oído, tan bajo como si fueran un secreto de todo el resto del mundo:

—Prometo en este día dichoso resguardarte y protegerte; cuidar con mi vida de tu vida; de tu sonrisa y de tu corazón; acompañar tu camino en el sol y brindar luz a tus noches oscuras; estar contigo durante tus tristezas... y nutrir tu felicidad.

»... Te amo... —Fue apenas un murmullo de voz trémula bajo un aliento. Charis sufrió un escalofrío y una bruma extraña nubló sus pensamientos, envolviéndolos en un velo través del que no podía ver, pero envuelta en el cual se sintió segura. Su pecho se impregnó de calor y cerró los ojos, dispuesta a quedarse por siempre inmersa en ese lugar misterioso. Pero entonces se vio forzada a despertar—: Samuelle Fayette De Larivière-Bellange. Y te tomo por esposa, a partir de este momento, y hasta el último de ellos.

Cuando la burbuja de sus pensamientos estalló y fue traída de un tirón despiadado a la realidad, la abrumadora tangibilidad de esta la dejó lánguida y víctima de una extraña tristeza que la acompañó durante todo el resto de la ceremonia.

Los votos de Sam fueron similares; palabras poéticas, cuidadosamente elegidas, las cuales Roel escuchó con el pecho henchido de orgullo y una gran sonrisa blanca en los labios. Jesse las tradujo para ella, pero apenas sí les prestó atención. Su cabeza todavía estaba nubosa, intentando hallar significado a sus propias imaginaciones de antes.

Una vez Jesse dejó de traducir, se alejó de ella dejando atrás un vacío frío donde solía estar su rostro, el cual heló su mejilla.

En ese momento, en la entrada apareció Sacha, con Pompom en los brazos, y la depositó delicadamente en el suelo. Y con una señal de Sam, su adorada gata trotó ágilmente por el camino de pétalos, llevando sobre el lomo, sujeto con un arnés ornado de flores a juego, un cojín brocado de terciopelo como lecho de dos alianzas de matrimonio.

Como era de esperarse, la participación de Pompom suscitó pequeñas risas y un coro de sonidos enternecidos. La dama de honor recogió a la gata del piso y la alzó a la altura de los novios para ofrecer los anillos. La gata se quedó lánguida en sus brazos y Sam le acarició las mejillas con afecto y le besó la nariz rosada.

Después, ella y Roel intercambiaron sus anillos, y el oficiante de la boda concluyó por fin el discurso, concretando el enlace con la venía a los novios para besarse. Roel sostuvo con ternura el rostro de su amada Samuelle y la besó tiernamente en los labios acompañados de un elegante y discreto coro de aplausos de los espectadores ahora de pie.

Jesse se inclinó por última vez hacia Charis, y habló aprovechando el ruido:

—Tengo que volver con mi familia —le dijo al oído—. A dar mis felicitaciones a Sam. Los veré en la fiesta.

Y volvió a desaparecer bajo el toldo, tal y como había aparecido. Sin siquiera dejar rastro de su presencia.


***


Después de la ceremonia hubo una recepción en los jardines traseros, en donde se sirvieron aperitivos y tragos y donde los invitados tuvieron la ocasión de acercarse a felicitar a los novios en lo que se hacían los preparativos al interior de la mansión para recibir a la celebración que tendría lugar después.

En lo que los novios saludaban uno por uno a los invitados, Charis y Daniel se mantuvieron retirados a un extremo alejado, del otro lado de una mesa llena de bocadillos, esperando su turno. Allí se dedicaron a comentar sobre la decoración, la gente y la comida, mientras picaban botanas y bebían ponche helado de frutas.

Charis notó que mientras que Sam estaba rodeada de su sobrino y ambos padres, Roel estaba completamente solo. No parecía haber familia a su alrededor, y tampoco recordaba que nadie durante la ceremonia le diera la impresión de serlo, ni aún del lado que correspondía a la familia del novio entre los invitados, al otro lado del toldo. Se preguntó si su familia viviría lejos; pero en tal caso ¿acaso nadie había podido viajar a acompañarlo en ese día tan especial si eran adinerados?

Había otra posibilidad: que de hecho no la tuviera. Y eso explicaría que hubiese encontrado una familia junto a Sam, Pompom, Jemima e incluso Jesse; aún si eso implicaba emparentarse con el estricto y severo Monsieur.

https://youtu.be/m9mpxGQYDQQ

—Incluso el ponche combina con todo lo demás —comentó Daniel, moviendo al fondo de su vaso los cuadritos y rebanadas de melocotón, manzanas y uvas doradas nadando en espumante dulce.

Aquello la distrajo de sus pensamientos y Charis tomó un sorbo de su propia copa.

—Y ve a todas estas personas —le dijo Charis—. Parece una alfombra roja.

Otro grupo se acercó a la familia. Saludaron primero a los novios, y luego cada integrante pasó saludando a todo el resto de los miembros de la cual con besos y abrazos. Al momento de dirigirse a ellos se comportaban como si se estuviesen dirigiendo a miembros de la realeza, con una extraña ceremonia y respeto. En especial a la hora de dirigirse a Monsieur.

—Mira a Jesse —se rio Daniel. Charis lo contempló discretamente.

De pie junto al resto de su familia, con expresión tensa, recibiendo un beso en cada mejilla de cada hombre o mujer que pasaba por su lado, y teniendo que devolver abrazos, lucía absolutamente miserable. Al captar sus miradas sobre sí les arrojó otra, pidiendo auxilio.

Charis le dio a Daniel un suave golpe cuando este se rió.

—No te burles. Pobrecito —mas no pudo evitar contagiarse.

Finalmente, cuando ya no parecía que más familiares y amigos fueran a acercarse, Charis le dijo a Daniel que probablemente era su turno y ambos atravesaron el jardín para ofrecer sus buenos deseos.

Charis evitó todo el tiempo mirar a Monsieur, a sabiendas de lo que encontraría en su expresión si acaso sus miradas se interceptaban. Prefería saludarlo de una vez y luego fingir durante todo el resto de la velada, y ojalá el resto de su vida que ese hombre no existía.

—Sam, ¡felicitaciones! —le dijo a la nueva esposa al acercarse, y esta la recibió calurosamente en sus brazos, mientras que Daniel saludó a Roel con un apretón de manos y un corto abrazo.

—¡Ah, Charis, querida! No saben cuánto significa que hayan podido quedarse a la boda. —Después, los dos cambiaron lugares respectivamente—. Daniel, te presento a mi madre, Marion Bellange-De-Larivière.

Esta dio un paso adelante:

—Un gusto, doctor.

Le ofreció una mano que Daniel besó con cortesía.

—Encantado, Madame.

Después saludó a Charis con un abrazo y dos besos:

—Y ya he tenido el placer de conocer a esta dulce señorita.

—El placer es todo mío —dijo Charis, agradecida por su intervención de antes y recibiendo de buena gana la caricia de la mano delicada y rugosa de la mujer sobre su rostro.

—Y, por supuesto que ya conocen a Monsieur —prosiguió Sam.

Daniel fue el primero en estrechar su mano y le dedicó un respetuoso saludo. Charis se acercó como si nada hubiese sucedido y aceptó un beso suyo en cada mejilla con un escalofrío.

—Agradezco a ambos por su presencia —dijo aquel con frialdad, y la mirada ausente, como si no lo sintiera en lo absoluto.

—Tampoco necesito presentarles a mi querido sobrino —bromeó Sam, al momento en que ambos se situaron junto a Jesse, uno de cada lado—. Ya eres libre, cariño, no más besos —le dijo, riendo—. Por favor, coman, beban y diviértanse. La verdadera fiesta comenzará en una hora.

—Dispones de ese tiempo —secundó Monsieur, refiriéndose a su nieto. Había cierto tono de advertencia en su mirada. Jesse solo respondió con una cabeceada y la mirada en el suelo.

—Vamos —dijo a Charis y a Daniel, y les indicó caminar con él al separarse de su familia.

Una vez lo bastante lejos, se situaron junto a una mesa de botanas, aunque él no probó bocado alguno.

—¿Qué fue eso? —quiso saber Charis— ¿A qué se refería?

—Tengo que reunirme con ellos otra vez en la cena. Es todo.

—Así que ni siquiera te dejará comer con nosotros...

—Esto ya es amable de su parte.

—Entonces disfrutemos esta hora —los interrumpió Daniel, rellenando tres vasos de ponche—. ¿Cómo te fue por allá, Jess? Parecías algo abrumado —se burló, y Charis le dio un ligero codazo.

Jesse vació dos tercios de su copa de dos largos tragos, y volvió a rellenarla hasta el tope:

—Bueno... conocí a mucha gente nueva, y... hablé con todos ellos. —Empinó un largo trago de ponche—. Fue horrible.

No parecía que bromease, pero Charis y Daniel rompieron a reír al mismo tiempo.


***

https://youtu.be/iG3d1VvbPdY

Poco después, con todo preparado y a la hora destinada, la fiesta fue movida al salón principal. Este era gigantesco; como el salón de baile de un palacio y estaba decorado por completo con la misma temática del resto de la boda, en cremas y champagne, con arreglos de peonias en cada rincón, silla o centro de mesa, arcos drapeados en cada inmensa ventana del lado del salón que daba a una terraza exterior, y lamparillas de cristal que bañaban el lugar de una luz cálida. Un hexágono de cortinas claras colgaba desde el centro del candelabro gigantesco del techo, extendiéndose hacia cada extremo del salón. A los costados del mismo, ya estaban acomodadas las mesas y puestos los platos y cubiertos dejando un gran espacio en medio del salón, destinado al baile. Tuvieron que separarse allí. Daniel y Charis fueron guiados a su mesa, y desde luego, Jesse ocupó lugar con su familia.

La cena consistía en una ensalada ligera de avocado relleno de queso mozzarella y tomates de cóctel sobre una cama de lechuga como entrada, un plato de fondo de puré de papas a las hierbas con filete tierno cubierto por una corteza de pimienta, bañado en salsa de vino, acompañado de verduras asadas, y de postre un mousse suave de chocolate blanco sobre un colchón de frutos del bosque, decorado con crema batida y salsa de frambuesas.

Al igual que la cena de bienvenida de Roel en casa de Sam, todo estaba delicioso, pero Charis se vio incapaz de disfrutarlo.

—Te ves muy hermosa —comentó Daniel a su lado.

—Gracias. Ya me... lo habías dicho.

—Las palabras no te hacen justicia.

—Exageras —adujo ella, distraída.

Su vista estaba puesta en la mesa de la familia, del lado opuesto del salón. Concretamente, en el miembro más callado de la cual, quien no hacía más que jugar con la comida en los platos —incluso con el postre, lo único que Charis había albergado esperanzas de que se comiera—, en completo silencio, ajeno a todo y a todos a su alrededor.

Escuchó a Daniel suspirar y volvió la mirada a él, sin embargo le encontró callado, sin apenas tocar su propio plato, lo cual la hizo preguntarse si acaso se había comido alguno de los anteriores.

https://youtu.be/x_jmifoC8Uo

Después de la cena, el personal de servicio recogió la mesa y estas volvieron a llenarse de más tragos y botanas. Sin embargo, el centro del salón permaneció despejado para dar lugar al primer baile de los novios. Charis reconoció la canción en cuanto empezó a sonar y Sam y Roel comenzaron su vals. Era una de las canciones que había recomendado Jesse, aunque no tuvo claro cuál.

Desde la ceremonia hasta ese momento, los novios parecían inmersos en un mundo perfecto, en el cual flotaban los dos solos, sin que nadie ni nada más existiera para ellos sino los ojos y los labios del otro.  En especial Sam, quien no parecía capaz de apartar la mirada ni por un instante de su esposo, mientras que daban vueltas por el salón, dedicándose sonrisas y aleteos de párpados, llenos de ensoñación. Aquel era solo el inicio de su "Felices por Siempre".

Parecían haberse saltado la tradición del baile de la novia con su padre, pues Monsieur permaneció en un extremo alejado, mirando a la distancia hacia el centro el salón.

Al final del baile, entre aplausos y jolgorio, empezó a sonar la siguiente pieza, y más parejas se acercaron a la pista.

Madame abandonó su lugar junto Monsieur, quien se hallaba ahora rodeado de personas igual de serias, y vino hasta Charis y Daniel, acompañada de su nieto.

Lucía como una emperatriz con su largo vestido de encaje negro sobre seda dorada, el cual dejaba a la vista sus finos hombros, y su pecho, sobre el que colgaba un grueso collar de oro y berilos amarillos.

—Confío en que hayan disfrutado la cena.

—Todo estuvo delicioso —dijo Daniel, y Charis lo secundó con una sonrisa, aunque apenas podía recordar el sabor de nada.

—Espero no les moleste que me mezcle con la juventud un momento. Los vejestorios asociados a mi esposo me exasperan. Son aburridos hasta la muerte... —Hizo un gesto trágico.

Charis y Daniel compartieron una risa. Madame era sin duda muy distinta de su esposo y de su silencioso nieto. Se parecía a Sam, lo cual explicaba que fuesen tan unidas.

—En absoluto, Madame —le dijo Daniel.

—Mira todas esas parejas... No recuerdo la última vez que di vueltas por una pista de baile.

—¿Monsieur no baila? —preguntó Charis.

—Hace mucho que ya no lo hace. Piensa que le desperfila o algo. —Eso respondía a su duda de antes.

Los tres jóvenes intercambiaron esta vez un gesto contrito.

—En ese caso —se adelantó Daniel—. ¿Querría acompañarme en la próxima pieza?

Madame sonrió halagada y sacudió su fina mano en un ademan elegante.

—Oh, no, no podría. Ya estoy vieja para esto —se negó al principio. Sin embargo, ante el hecho de que Daniel no desistió y sostuvo su mano firmemente dispuesta ante ella, Madame la tomó finalmente—. No obstante... ¿cómo puedo decirle que no a un hombre tan joven y apuesto?

Charis los observó desplazarse al centro del salón con una sonrisa, mientras que Jesse pasó a situarse a su lado y la acompañó.

—Hace mucho que no veía a Madame tan animada.

—Se llevará una decepción cuando descubra que Daniel no sabe bailar vals.

—Seguro que puede manejarlo.

Jesse alcanzó una copa de champagne de la bandeja que les ofreció uno de los caterers y le ofreció otra a ella, pero Charis la rechazó. No pasó por alto el modo en que él apuró la suya, igual como había hecho antes con el ponche de espumante y frutas, en el jardín.

—¿Seguro que es buena idea beber tanto sin haber comido nada? —comentó. Empezaba a notar solo entonces que Jesse lucía achispado. Reconoció en su modo de mirar un atisbo de la otra noche en casa de Sam; aunque no estaba ni de lejos aún en ese estado. No obstante, lo estaría pronto como continuara a ese ritmo.

Contemplaron juntos a las parejas en la pista de baile por largo rato en silencio. Aún con lo que parecían decenas de parejas danzando alrededor, el lugar continuaba pareciendo amplio; imposible de poder llenarse. Pero más allá del esplendor del salón, la comida, las bebidas y las mismas personas, todo lo cual era hermoso; había otro tipo de encanto en el ambiente; irresistible para cualquiera en su sano juicio. Desde la música en vivo, las luces y la danza, hasta los rostros y los modales de la gente.

—¿Alguna vez... extrañaste esto? —preguntó Charis, tentativamente.

—No. —La respuesta fue rauda—. No es para mí...

—¿Y una fría morgue lo es?

—Me gustaba mi fría morgue. La gente, los trajes elegantes, el protocolo social... Son una tortura. Además, no es así todo el tiempo. Cuando la casa no está llena de música y gente... es incluso más solitario y lúgubre que una morgue.

Pese a lo luctuoso de su respuesta, una pequeña chispa de esperanza se encendió en su interior. Corroboró por segunda vez que ella tenía razón. Él no pertenecía allí. Pertenecía con ellos, a su sencilla vida en Sansnom, lejos de toda esa parafernalia.

La canción finalizó entre aplausos, y los músicos se prepararon y preludiaron para comenzar la siguiente canción.

https://youtu.be/v0-uPOyE46o

De súbito, Jesse se tensó en su lugar y Charis lo examinó fijamente. ¿Le había pegado el alcohol por fin?

—Charis —dijo de pronto—... baila conmigo.

—... ¡¿Huh?!

—Baila conmigo, por favor...

—¿De... verdad?

Él no la observaba, miraba en cambio al frente, a algún sitio entre la muchedumbre. Sin darle tiempo a virar en la misma dirección, Jesse le extendió una mano y Charis dudó antes de tomarla. Mas cuando lo hizo, se vio prácticamente arrastrada por él a la pista.

Se detuvieron justo en el centro del salón. Charis recordaba bien los pasos, estaba segura de poder seguirlos. Era la situación lo que no dejaba en paz sus nervios y entorpeció sus movimientos a la hora de asumir posición. Su mano en la palma fría de él ya se sentía familiar, pero el tacto de la contraria sobre su espalda, apenas separada de su piel desnuda por la delgadísima tela de la transparencia del vestido no falló en darle escalofríos.

Alzó la vista a su compañero de baile. Pero la suya no estaba en ella, sino otra vez a la distancia. Charis siguió el camino de la misma y fue allí que lo comprendió todo. Desde su lugar, Monsieur disparaba dagas con la mirada a su nieto. A su lado había una pareja de mediana edad y con ellos una hermosa joven quien miraba decepcionada al piso.

—Ya entiendo... —musitó Charis, sintiéndose estúpida por haberse ilusionado.

Con un paso de él, la danza dio inicio y se movieron juntos por la pista al ritmo de la música. Aunque al principio se miraba instintivamente los pies, Charis se sorprendió a sí misma de lo fácil que le resultó acompasarse luego de un rato, al punto en que ya no necesitó hacerlo y pudo levantar el rostro sin miedo a tropezar. Tal y como le había dicho Jesse, sabiendo con qué pie iniciar y qué patrón seguir, el resto era intuitivo. Más que eso, aunado a la música y con la guía experta de su compañero, se sentía natural y fluido, como si hubiese sabido siempre cómo hacerlo, o como si sus pies tuviesen de nacimiento la memoria de los pasos y los siguieran de forma instintiva; sin manera en la que pudiera equivocarse; como el reflejo de respirar o pestañear.

No se dio cuenta de en qué momento había dejado de cuestionarse los motivos de Jesse y había empezado a disfrutar el momento.

Y cuando buscó de nuevo su rostro, Jesse había dejado de mirar alrededor para observarla solo a ella. Pero no pudo sentirse halagada; pues aquello solo podía indicar una cosa.

—¿Ya se ha ido?

Él parpadeó rápido, como si hubiese sido arrancado de un trance y entornó los ojos:

—... ¿Huh? ¿Quién?

—¿Crees que soy idiota? No te hagas el tonto conmigo, la única razón por la que me invitaste a bailar fue para que tu abuelo no te pusiera a bailar con la mujer que estaba con él.

Jesse guardó silencio, mordiéndose los labios.

—Lo sabía.

—Quizá... lo hice por eso. P-pero...

—No digas más.

Él se precipitó al frente en el afán urgente de convencerla:

—Charis, así fue al principio, pero-...

—No te acerques tanto a mí —le dijo ella, apartándolo—. Todos nos están observando. En especial Monsieur.

Una sonrisa artificiosa se dibujó en los labios de Jesse al oír eso, y su mirada adoptó un aire malévolo. Se inclinó hacia ella por un costado, atrayéndola más hacia sí y susurró en su oído con un tono poco propio de él; bajo, incitante:

—En ese caso... que disfrute del espectáculo.

Jesse apuró sin aviso el ritmo de los pasos a una velocidad que Charis tuvo dificultades en seguir al comienzo, sintiendo que se caería al menor descuido. Le pareció que estaban prácticamente volando. Apenas era consciente de sus pies tocando el piso y a su alrededor las siluetas eran borrosas. Podía sentir la velocidad de las vueltas en el ondeo agitado de su vestido y el cabello alrededor de su nuca, apenas resistiendo el peinado, mientras que una corriente fría se metía entre las hebras del cual con cada viraje.

Todo lo que pudo hacer fue abandonarse al consejo de Jesse cuando le había enseñado la primera vez a confiar en él y dejarse guiar, e hizo precisamente eso, permitiéndose llevar, e intentando al menos disfrutar el baile. No obstante, igual que como al principio, se adaptó rápidamente al nuevo ritmo y se encontró a sí misma divirtiéndose, embriagada por la adrenalina de las vueltas y de la música llevándolos de un lado a otro como una marea arremolinándose a punto de formar un maelstrom.

Ya no pensaba en nada más sino en las sensaciones, y estaba segura —o al menos eso eligió creer— de que Jesse estaba tan sumergido como ella en el momento; pues no volvió a apartar la vista de ella ni por un segundo.

Estaban inmersos en un mundo perfecto; como si no existiera nada ni nadie más alrededor.

La realización de aquello llegó para Charis en el mismo momento en que la música se detuvo y así mismo lo hicieron ellos, contemplándose el uno al otro casi sin aliento. Igual que momentos poco antes de la boda, Jesse abrió los labios en el intento de decir algo. Quizá lo que había estado a punto de decir entonces. O algo completamente diferente. Charis aguardó con el corazón latiéndole en el pecho cada vez más rápido, en vez de aminorar su velocidad.

Un gentil coro de aplausos los arrancó a ambos de aquel nuevo mundo apenas descubierto y se percataron de que los novios se hallaban ahora en torno a una mesa, listos para cortar el pastel apenas traído.

Charis boqueó impresionada al verlo. Parecía una escultura; cada uno de los siete pisos cubiertos de glaseado que imitaba mármol en tonos blancos y cremas, ornado de un espiral de flores de oro que escalaba por cada uno de ellos desde la base hasta la cima.

No se percató del momento en que Jesse desapareció de su lado. Solo encontró vacío el sitio ante ella donde antes se hallara de pie, y por más que lo buscó en la muchedumbre, no fue capaz de hallarlo.

Daniel salió de la nada y se allegó a ella para conducirla lejos de la pista, donde la gente comenzaba a abrirse para retirarse cada uno de regreso a sus asientos para que se sirviera el pastel.

—¿A dónde fue Jesse? —fue lo primero que preguntó Charis.

Daniel tensó las facciones y se encogió de hombros:

—¿Te dejó otra vez? —el hincapié que hizo dejó un regusto amargo en Charis y ella lo examinó ceñuda.

Al momento de abrir los labios para preguntarle a qué se refería, una mujer mayor se chocó con ella y le pidió disculpas. Charis fue a hacer lo propio y se percató de que la mujer era la misma que se hallaba antes junto a Monsieur y la hermosa muchacha, aunque esta no estaba por ninguna parte. Esta a su vez pareció reconocerla igualmente y se refirió a ella con gran familiaridad, aunque no habían cruzado palabra en toda la noche:

—¡Ah, por fin tenemos el honor! —dijo a quién parecía ser su esposo a su lado—. Son los amigos americanos del desaparecido joven De Larivière, ¿no es así? El doctor Deming, y su encantadora esposa.

Charis se quedó rígida y disparó una mirada expectante a Daniel, esperando porque él rectificase el error; pero Daniel sonrió avergonzado, sin parecer que fuera a decir nada.

Al final fue ella quien protestó, con toda amabilidad:

—Oh, no. No somos esposos.

Los esposos se contemplaron el uno al otro con confusión. No como aquella que le sigue a un error honesto; sino más bien como la de quien ve una absoluta verdad refutada.

—¿No? —inquirió el hombre, quien ahora parecía indignado— Juraría que Monsieur dijo-...

Pero Charis no escuchó nada más. El zumbido en su oído, suscitado por el modo en que su cabeza comenzó a palpitar de rabia bloqueó cualquier otro sonido.

—Debió haber una equivocación —dijo Charis, y en un impulso, incapaz de seguir pretendiendo, se excusó rápidamente y se alejó de ellos.

Su escape sin destino fijo la llevó a toparse con la puerta de salida hacia la terraza y Charis se escabulló fuera para tomar aire.

https://youtu.be/cct69M2gmuo

Detrás de sí escuchó los pasos de Daniel a su siga.

—Espera —la llamó él—. ¿Por qué te fuiste así? ¿Qué sucede?

—Ese hombre... ¡¿cómo se atreve a mentir de manera tan desfachatada?! Es justo como dijo Sam...

—¿De qué hablas?

—Lo que dijo esa mujer, allá adentro.

Daniel exhaló un aliento, frotándose el pelo de la nuca.

—Debió ser un error; era una pareja mayor. Quizá-...

—No fue ningún error. Fue el abuelo de Jesse. Ha estado esparciendo rumores de que tú y yo estamos casados, para que la gente no lo malinterprete si lo ve hablando conmigo.

Daniel se quedó en silencio unos instantes, al cabo de los cuales solo suspiró:

—Bueno... debe tener sus razones.

—Desde luego que sí; la razón es que es un cerdo enfermo del control. ¡Está loco!

—¿Por qué estás tan enojada? No se puede hacer nada, probablemente ha convencido de eso a todo el mundo.

—¡Pero es mentira!

Daniel hizo una pausa. Tenía los labios sellados en una línea y en el rostro una expresión agraviada.

—¿Y qué si lo es? —musitó—. ¿Fingir que es cierto por una noche te resultaría tan espantoso?

—No se trata de eso, Daniel —cortó Charis, esgrimiendo un índice frente a su rostro—, ¡no intentes hacerlo sobre ti! Se trata de lo lejos que está dispuesto a llegar para tener control sobre él. Sam me lo advirtió... ¡y debí adivinarlo después de todo lo que me dijo en su despacho!

Charis se apartó para apoyarse en las barandas del balcón, mirando hacia el jardín.

Daniel se situó a su lado. Charis reparó en que la observaba fijamente.

—¿Me dirás por fin qué fue lo que te dijo Monsieur?

El rostro de ella se descompuso.

—Por favor... Te dije que no era el momento.

—Pero era el momento de gritar y sulfurarse hace unos instantes. Habla conmigo. Nadie nos extraña allá dentro. Ni siquiera notarán que no estamos.

Ella suspiró. Eso era cierto. Aun así, no tenía deseos de repetir las insinuaciones y los insultos de Monsieur, y menos a Daniel.

—Solo digamos que me confirmó algo que ya sabía —determinó, fijando una mirada resuelta en el césped—. No planea soltar a Jesse. Y nosotros no podemos dejarlo en sus manos tampoco.

—Charis... ¿y si fuera su decisión?

—¡No lo es!

—¿Y si lo fuera? ¿Lo aceptarías y volverías conmigo a Sansnom?

—No lo sé...

—No es como si pudieras quedarte aquí.

El tono retador de Daniel fue suficiente para despertar la misma actitud en ella. Le devolvió la vista con el mismo desafío:

—¿Y por qué no?

Los ojos de Daniel se agrandaron.

—¿Para qué, qué esperas conseguir aquí?

—Solo quisiera saber por qué piensas que no podría.

—Para empezar, ¿qué cambiarías con eso? ¿Querrías vivir encerrada en esta casa con él por siempre? Más bien, ¡¿crees que su familia te aceptará para empezar?! Y si no lo hicieran, por mucho que te quedases aquí, ¿qué harías tú sola? Sin sitio a donde ir, sin conocer el lugar, o siquiera el idioma, ¿crees que tienes oportunidad? ¡Aquí no tienes nada!

—¿Y qué tengo en Sansnom? Si tengo trabajo, es gracias a mi hermano. Si tengo donde vivir, es gracias a ti. Temporalmente, porque el piso tampoco es mío y ya tengo un par de strikes. Tampoco tengo nada allá.

Daniel se echó hacia atrás con expresión herida.

—Me tienes a mí —masculló—. Desearía... que eso fuera suficiente.

Charis bajó el rostro, ahora consciente de lo mal que había sonado eso:

—No es a lo que me refiero...

—Ni yo tampoco. No insinúo que no puedas hacer algo como esto. Al contrario... Eres tan testaruda que estoy seguro de que lo harías si te lo propones. Y eso es precisamente lo que me preocupa.

—No tienes que preocuparte por mí.

—Por una vez, Charis... ¡lo hago por mí! Te lo dije una vez, cuando estuviste a punto de regresar a L.A. ¡No soporto la idea de perderte otra vez!

—Basta de eso —jadeó Charis, empezando a exasperarte—. No puedes perder algo que no te pertenece. Eres mi mejor amigo, Daniel, pero no somos la misma persona. Tienes una vida propia, y yo tengo una vida propia. ¡No puedo depender de ti para cada paso que dé y tú no dependes de mí! Yo te daré siempre mi apoyo incondicional, sea lo que sea que decidas en tu camino, ¡¿por qué no puedes hacer lo mismo por mí?!

—¡¿Y qué es esto?! ¡¿No vine aquí por ti?!

Ella abrió los ojos al límite y lo observó incrédula:

—O sea que mentiste. Me dijiste que fue por Jesse.

—Solo para que nos despreciara y nos dejara el primer día, después de apenas mirarnos a la cara.

—Por dios, Daniel... ¡¿Cuándo cambiaste tanto?! Tú fuiste quien me convenció de ello para empezar. Antes te preocupabas por él, igual que por mí. ¡Solías ser como nuestro hermano mayor!

—Eso fue hasta que me harté... ¡Hasta que me di cuenta de que ya no puedo soportarlo! —Daniel hizo una pausa extraña, con los labios temblorosos y los puños apretados a su costado—. Ya no puedo soportar... que me veas solo como a uno más de tus hermanos. ¡Porque-...! ¡Porque no lo soy; no importa hasta qué punto te hayas convencido de ello! ¡No puedo serlo!

Charis sintió que toda la sangre de su cuerpo se helaba en sus venas y que sus miembros iban perdiendo la fuerza. Se tambaleó sobre los talones, débil y temblorosa, conforme asimilaba las implicancias de lo que Daniel pretendía decirle con ese preámbulo.

—... Dan... —intentó detenerlo.

—¿Es posible... que aún no te hayas dado cuenta?

—Dan, no-...

—O es que prefieres ignorarlo. Pero yo no. —Daniel movió la cabeza de un lado al otro y se precipitó hacia ella—. ¡Ya no puedo seguir ignorándolo!

Charis suplicó esta vez, casi sin fuerzas ya:

—Daniel, no hagas esto... Si lo haces, no hay vuelta atrás.

—No me importa —siseó él—. ¡Llegué a mi límite, Charis! ¡Ya no puedo seguir con esto! ¡No puedo soportar seguir mirándote a la cara cada día y fingir-...! Y fingir... que no estoy completamente enamorado de ti.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro