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7. Visita al Pasado

https://youtu.be/6n22QdaVias

Transitar cada mañana por el estacionamiento, cuando abandonaba el edificio y luego recorrerlo por las tardes bajo la luz menguante del día nunca se había sentido tan solitario para Charis.

Estaba acostumbrada a ver a Daniel. Y aun cuando no se topaban allí, sabía que tenía a su mejor amigo justo en frente, o al alcance de un mensaje de texto durante las tardes perezosas en el banco. Pero sin sus conversaciones por el móvil, reenviándose imágenes graciosas, compartiendo música y detalles del día, terminó por descubrir cuán larga era en realidad su jornada.

Desde aquella tarde en el hospital, no tuvieron la ocasión de hablar otra vez. Charis lo divisó un par de veces en el aparcamiento, y en cada ocasión pudo ver la expectación en los ojos de Daniel, deseoso por hablar, pero ella declinó cada vez esa invitación muda. Por orgullo.

Y con el pasar de los días se percató de que en realidad no era con Daniel con quien estaba molesta, sino consigo misma.

No acudió al Saint John para su ecotomografía, sino a una clínica nueva que le recomendó Jennifer Swanson; su colega. Allí la hicieron pasar a una sala oscura y recostarse en una camilla, en donde un doctor casi tan joven como Daniel le puso un gel frío en la zona cervical y le deslizó un dispositivo por el cuello. Por el rabillo del ojo, Charis miró en la pantalla intentando descifrar qué significaban los dibujos proyectados allí, pero no tenían sentido para ella.

Sus dolores no habían hecho sino agudizarse desde su pelea con Mason y posterior discusión con Daniel, pero además tenía serios problemas para dormir y los medicamentos no ayudaban demasiado. Todo en conjunto no hizo sino convertir aquella en una de las semanas más duras desde su llegada a Sansnom.

Una tarde, su soledad le hizo buscar el oído de alguien con quien no había tenido ocasión de hablar en un largo tiempo, desde que abandonara L.A..

No tuvo que buscar el número; estaba en su registro de llamadas recientes, justo debajo de Daniel y Marla; los únicos otros dos, y Charis se replanteó lo sola que estaba en realidad. Todo debido a su hábito de aplazar a las personas en su vida para priorizar cosas que pensaba que eran más importantes. Cosas que persiguió por años sin llegar a conseguirlas, por lo cual nada valió la pena al final. Y Daniel no fue la excepción.

¿Desde qué posición podía juzgar el concepto de amistad de otros cuando su propia definición estaba tan distorsionada?

Al cortar por completo su comunicación tras mudarse a California, en esencia lo sacó de su vida. Solo para regresar años más tarde esperando un favor. Y ahora estaba haciendo lo mismo con otra persona igual de querida.

Reflexionar en ello terminó de infundirle el valor que necesitaba para intentar remediarlo. Marcó el número y aguardó, nerviosa. Al cabo de un rato, la voz aguda y melodiosa sonó al otro lado de la línea:

¡Vaya, vaya! ¡Mira quién se acordó de mí!

—Beth —masculló Charis, en un aliento—. ¿Cómo estás?...

Los minutos se convertían fácilmente en horas en compañía de Beth. Ella tenía ese don; el de hacer volar el tiempo. Charis no se había percatado de cuanto la extrañaba sino hasta después de casi dos horas al teléfono con ella, durante las cuales rio tanto como lloró.

Después de saludar a su amiga y contarle sobre su nueva vida en Sansnom, su distanciamiento quedó perdonado, y Charis se desmoronó por completo en cuanto Beth mencionó que su voz sonaba diferente. Esta la conocía al punto de intuir que algo malo pasaba incluso por su forma de redactar un mensaje de texto; de manera que acabó por contarle todo lo ocurrido, incluidas sus reflexiones sobre lo sola que estaba, y cómo lo había descubierto solo tras distanciarse de su único amigo en la ciudad.

—Soy un desastre... —La noche la sorprendió ovillada en su cama en penumbras, con la luz del móvil y la voz de Beth como su única compañía—. Por si fuera poco todavía no he reunido el valor de hablar con mi padre luego de dos meses aquí. Dije que lo haría...

Del otro lado, Beth calló. Charis supo que era uno de aquellos momentos que su amiga se tomaba para reflexionar y darle así la respuesta más certera:

—¿No lo extrañas?

—No tanto como debería... ¿Eso me hace una mala persona?

Te hace una persona normal con un mal padre. Pero no te sientas así; el mío me abandonó cuando tenía doce años. Verás, es lo que hacen los malos padres. Pero, ¿es realmente la única razón por la que no lo has visitado?

Charis tuvo que considerarlo. Era algo que no se había cuestionado hasta ese momento. Pero la respuesta era evidente... Como una mancha en el techo, o como el óxido en una cacerola vieja, saltaba a la vista, pero había preferido ignorarla porque era más fácil que solucionarlo.

—Temo... a lo que pueda decirme. Regresar a Sansnom luego de marcharme en esos términos con él... Le estaría dando la razón. Mason la tenía también; no tengo derecho de aparecerme de esta forma en la vida de nadie.

Beth emitió un chasquido con la lengua.

—No tiene razón; solo es un imbécil. Tarde es mejor que nunca. Y en cuanto a tu padre... Probablemente te lo restriegue en la cara. Pero ¿y qué? El que haya pasado lo que te dijo que iba a pasar no invalida las cosas que sí conseguiste. No volviste a vivir con él, ¿o sí? tienes una vida propia ahora y eso fue lo que saliste a buscar.

Charis sonrió por reflejo. No sabía que aquellas eran las palabras exactas que necesitaba oír hasta que las escuchó.

Ve y habla con él, «Charichi». Las cosas no pueden ser peor que ahora. No por él, ni por probarle nada a Mason. Por tu propia paz.

—¿Y si no sale bien?

—Lo habrás intentado, y no cargarás con tu parte de esa responsabilidad. Aquí estaré para hablar, pase lo que pase.

Podía sentir todavía en la garganta el pujo de los sollozos, pero una enorme presión abandonó su pecho. También a Beth le debía una explicación luego de pasar casi dos meses incomunicadas:

—Gracias —masculló—. Y lo lamento por no hablarte hasta ahora. Yo he sido una-...

—No quiero oír una sola palabra. Una mudanza es un gran cambio; apenas te estás adaptando —la cortó ella—. Solo llámame más a menudo. Si no lo haces, te llamaré yo, ¡pero no te va a agradar lo que te diré!

Charis sonrió, y se sorbió la nariz.

—Estoy advertida.

Más te vale. Y no haría daño un mensaje de «buenos días, mi amor» de vez en cuando; eso me alegraría la mañana.

—Lo intentaré. —E hizo algo que no había hecho por varios días: reír.

Escuchó en respuesta la suave risa de Beth del otro lado.

Todo irá bien, confía en mí. Adiós, cariño. ¡Te quiero!

Charis no pudo responder. Nunca lo había hecho, aunque Beth se lo repetía todo el tiempo. Pero ella lo entendía, así como entendía todas sus otras fallas.

Se lo diría eventualmente... solo que no hoy.

https://youtu.be/meCuf3INK7M

Volver atrás en el tiempo no definía con exactitud el modo en que se sintió al recorrer nuevamente aquellas calles, pues su propia perspectiva de las mismas había cambiado demasiado. Las calzadas le parecieron más estrechas, las casas y árboles menos altos...; pensó que sería lo mismo que para un niño pequeño regresar a su resbalín favorito luego de un año y percatarse que de pronto ya no era tan alto ni resultaba tan emocionante deslizarse por allí.

No albergaba ninguna clase de expectativa, ni siquiera la posibilidad de desilusionarse, pues había estado evadiendo pensar en ello desde el principio. No obstante, sus nervios se acrecentaban con cada casa que dejaba atrás conforme conducía buscando la que alguna vez fue la suya.

Buscaba un patio minúsculo y terroso, con un árbol descuidado y una cerca demasiado alta para una casa tan pequeña. Su madre nunca fue adepta a las tareas hogareñas, y entre ellas estaba la de mantener apropiadamente un jardín; por lo que todo lo que recordaba de su infancia era un patio desarreglado lleno de hierbajos. Si bien las casas eran modestas, aquel no era un mal barrio; no tenían por qué conformarse. De niña solía envidiar aquellas casas que, aún pequeñas, otras madres se esmeraban por hermosear. No como la suya. Pero a decir verdad su madre nunca se había preocupado por hermosear ningún otro aspecto de su vida.

Para el momento en que la encontró, parte de las memorias que conservaba de la misma se partió al reconocerla y percatarse del primer cambio que esta había sufrido desde su partida: su viejo árbol ya no estaba.

Y descubrirlo fue para Charis lo mismo que enterarse del fallecimiento de un ser querido. En su lugar había un viejo automóvil que el diminuto patio no hubiese podido albergar cuando el árbol todavía estaba allí. Su padre jamás había tenido un auto, y Charis se preguntó si sabría manejarlo siquiera. Otra idea la asustó: que no fuera de él, sino de una persona nueva en su vida.

Aquello acrecentó todavía más sus nervios.

Al momento de detenerse frente a la casa, peinó los alrededores en busca de más cambios, pero no halló ninguno. Las paredes seguían estando carcomidas, al techo le seguían faltando un par de tejas del lado derecho, y le pareció que incluso la ventana del que fue alguna vez su cuarto conservaba aún el rastro de su palma de la última vez que batalló para cerrarla, minutos antes de irse, diez años atrás.

Charis bajó de su Chevy Spark y avanzó por el jardín frontal. Una vez ante la puerta, respiró para darse valor y tocó dos veces.

Luego dos veces más. Llegó a creer que no había nadie en casa...

Y entonces, la puerta se abrió, revelándole a una versión veinte años más vieja de su hermano Mason. Alto, corpulento, penetrantes ojos grises..., ellos siempre se habían parecido demasiado; incluso en carácter; razón por la que probablemente ya no se hablaban. La única diferencia era la espesa barba de color cobre —ahora salpicada de canas grises—; única característica que no había heredado su hijo del medio, y el hecho de que el hombre frente a ella había remplazado todo su cabello pelirrojo por una calva.

La expresión de aquel se desencajó al verla. Charis le dio tiempo, casi antelando el momento en que sus rasgos volvieron poco a poco a su lugar para adoptar aquella expresión desinteresada tan característica suya.

—No me dijiste que venías.

Preston Cooper se apartó de la puerta dejándola abierta y le dio la espalda para ir a acomodarse nuevamente al sofá que había ocupado desde que Charis era una niña. El televisor estaba encendido y con el volumen tan alto como lo había estado siempre. Su padre parecía ignorarla, pero se le escapaban miradas inquisitivas en su dirección, como si todavía intentase reconocerla.

Charis permaneció por algunos segundos clavada en la entrada. No esperaba una bienvenida cálida de parte de su padre, pero al menos el peor escenario imaginado tampoco se había vuelto realidad. Aquel en donde su padre le erigía un índice acusador frente al rostro y le gritaba: «¡Ajá!».

https://youtu.be/UUrQHSLMI8U

Se abrió paso dentro con cautela. Olía a encierro y a cerveza. Charis recordó que había olido así siempre, pero nunca imaginó que el olor fuera tan penetrante. O quizás de niña no lo notaba porque estaba acostumbrada a él. Con las persianas echadas, el interior estaba oscuro al punto en que el resplandor del televisor resultaba molesto.

—¿Qué haces aquí? ¿Quieres dinero? —fue lo primero que le dijo su padre en cuanto ella cerró la puerta a sus espaldas.

Charis resolvió que lo mejor era dejar atrás de una vez la parte mala. La parte a la que temía:

—No vine a pedirte dinero. Yo... regresé a Sansnom.

—¿Ah, sí? —Preston fijó de nuevo la vista en el televisor, en un anuncio de pasta dental que parecía más interesante que cualquier cosa que ella pudiera contarle.

—Regresé hace un par de meses.

—¿Lo sabe Noah?

Charis Negó. ¿Su padre francamente esperaba otra cosa? Nunca habían sido cercanos los unos con los otros; en especial con Noah, que era mucho mayor que ella y que Mason. No imaginó que su regreso fueran noticias tan grandiosas como para que su padre determinase hablar con Noah después de un largo tiempo, de manera que intuyó que ellos realmente nunca se habían alejado. Al menos... no tanto como se habían alejado todos los demás.

—¿Cómo has estado? —quiso saber ella, sentándose en el pequeño sofá aledaño. Se sintió ajena allí, aunque solía ocuparlo de niña, cuando sus pies colgaban fuera del asiento.

—Bien. —Pasaban ahora un anuncio sobre seguros para automóviles.

—Eso me recuerda... vi el auto afuera. Es bonito.

—No sé para qué lo compré; no lo uso nunca.

—También me compré uno. Un Chevy Spark.

—Son feos; parecen huevos. No me digas que es blanco.

Ella cerró los labios de golpe. El insulto hacia su adorado coche le dolió más de lo que le hubiese dolido un insulto a su propia persona.

—Vi... que cortaste el árbol —disgregó.

—Necesitaba sitio para el auto.

Charis suspiró. Su padre no había cambiado en nada. Era imposible tener una conversación tendida o siquiera agradable con él. Aun así, después de tanto tiempo de no verse, había esperado que tuviera más preguntas.

Al cabo de un largo rato en silencio, suspiró dolida.

—Papá... estoy aquí. ¿No tienes nada que decirme?

—¿Como qué?

—¿«Cómo qué»? Estuve fuera por años. Aparezco de pronto en tu puerta y todo lo que te preocupa es si he venido a pedirte dinero.

—¿Por qué otra razón estarías aquí? —Se acomodó en su asiento con un resuello—. Tú lo has dicho, no supe de ti por años; lo mismo podrías haber estado muerta y no me hubiera enterado.

—¿No pensaste que quizás podrías haberme llamado?

—¿Para qué? Hace catorce años que dejé de oír de Mason, y llevo el mismo tiempo sin saber nada de tu madre o de Carson; ni siquiera sé cómo luce ahora mi hijo más pequeño. Los llamé en su momento. ¿Los ves por algún lado? —Charis se mordió los labios, y se arredró en el sofá, con las manos empuñadas sobre sus piernas—. ¿Crees que esto es nuevo para mí? Era cosa de tiempo para que desaparecieras tú también. ¿Hubiera servido de algo llamarte después del modo en que te fuiste?

—Hubieras podido saber de tu hija —masculló—. Cómo le estaba yendo...

—A juzgar porque estás aquí, ya me lo puedo imaginar. Aunque tardaste más de lo que había pensado; te doy crédito por eso.

Charis suspiró gravemente. Allí estaba, el «te lo dije». El temido «fracasaste y ahora estás aquí». Intentó pensar en las palabras de Beth.

—¿Qué hay de Noah? —volvió a disgregar, sabiendo que no tenía caso rebatir—. Sigues en contacto con él, adivino.

—Me trae de comer lo que hace su esposa tres veces a la semana, o a veces almuerzo con ellos. Solía venir con Jeremy, pero se fue a la universidad el año pasado. A Timothy ya no le agrada venir; ya está en sus cosas de adolescente. Pero está bien, supongo, disfruté de ellos cuando eran pequeños. Desearía decir lo mismo de mis otros nietos.

Entendió con eso que su padre sabía sobre los hijos de Mason.

—¿Y el resto del tiempo? ¿Qué... comes? —Se sintió mal de hacer la pregunta, solo después de que esta salió de sus labios, cuando reflexionó en lo que implicaba. ¿Qué tan horrible debía ser un hijo para presentarse diez años después y preguntarle a su padre qué había comido durante todo ese tiempo?

—Noah me trae suficiente para recalentar el resto de los días.

—Me alegro —exhaló Charis.

—Sí, verás... es lo que hace un buen hijo.

Toda culpa se evaporó al acto con esa recriminación. No pudo seguir mordiéndose la lengua.

—Es lo que haría cualquier hijo por un buen padre; y eso es lo que fuiste para él. Ojalá yo pudiera decir lo mismo.

—Touchè... —concedió, aún el terco Preston Cooper.

En realidad, Noah había sido el único de entre sus cuatro hijos que tuvo la suerte de crecer cuando sus padres todavía se llevaban bien. Para cuando los problemas iniciaron, él ya estaba por irse a la universidad. Fueron ella y Mason quienes resintieron todo ese doloroso declive, hasta que a la edad de diecisiete años Mason se fue de la casa luego de una pelea con su padre, y aquello acabó de despedazar el matrimonio de sus padres cuando Carson, su hermano más pequeño, tenía cuatro años. Poco después, su madre los abandonó y se fue de Sansnom cuando Charis tenía dieciséis. Ella no quiso acompañarla... No quería dejar atrás su vida allí. Tampoco quería dejar solo a su padre, ni alejarse de Daniel. Meses después, él se fue para estudiar sin pensar en ella...

Por mucho tiempo se preguntó si había cometido un error.

A partir de allí también su relación con su padre, que ya de por sí no era buena, acabó por romperse también, y ella se fue dos años después a Los Ángeles.

Así fue como su familia se desmoronó por completo. A veces todavía se cuestionaba quién tenía la culpa; pero nadie la tenía realmente. Los problemas habían comenzado como una bola de nieve y el matrimonio de sus padres había acabado como acaban las bolas de nieve al final de su trayecto. Hecho polvo.

Y de todo ello, tal como de la nieve en el verano, no quedaba nada.

—¿A qué has venido entonces, si no es para pedirme dinero? —inquirió su padre tras una larga pausa—. No imagino que a visitar.

—Por increíble que parezca... sí. Quería visitarte, papá. Quería saber de ti.

Preston dio una cabeceada. Tenía implícito en las facciones el «es un poco tarde para eso»; pero no llegó a decirlo.

—¿Volverás... a California ahora?

Estuvo a punto de negar, pero después lo pensó mejor:

—Todavía no lo decido. ¿No quieres saber cómo me fue allá? ¿Qué hice todo este tiempo?

La mueca de su padre fue respuesta suficiente. No le interesaba saberlo. Pero aquello no le eximió de hacer indagaciones.

—No imagino que te hayas casado.

Charis sintió que no tenía el derecho de ofenderse cuando aquello era cierto, pero lo hizo de todos modos.

—¿Tan ridículo suena eso?

No obstante, la respuesta no fue la que se esperaba.

—Si tienes un poco de cerebro, confío en que tu madre y yo te hayamos dado buenas razones para no hacerlo.

Charis cruzó las piernas, un poco menos tensa. Por hostil que fuera la conversación, al menos estaban conversando. Y eso era más de lo que podía decir de los últimos diez años. De los últimos veinte años, probablemente. De toda la vida, incluso...

—Pues Noah se casó y le va bastante bien.

—Noah es lo único que hicimos bien tu madre y yo durante nuestro matrimonio de mierda.

Se sintió como una puñalada directo al pecho.

—Vaya —dijo en un murmullo roto—. Gracias, papá...

—¿Crees que me enorgullezco de eso? ¿O tu madre? Nos encargamos de joder a tres niños. Tengo un hijo de dieciocho años que probablemente le diga papá a otro sujeto. Otro que lleva años sin mirarme a la cara; la última vez que lo vi estaba borracho hablándole a un poste a plena luz del día. Sentí vergüenza de acercarme. Sé que tiene tres hijos, pero nunca he visto a ninguno. Y ahora esto. —Charis apretó los labios. Se imaginó que por «esto» se refería a ella—. Sorpresa. Mi hija, mi única chica, me abandonó también y ahora me odia.

Charis sintió en los ojos el escozor de las lágrimas, y el pujo en su garganta congestionó su voz:

—Por Dios, papá, no te odio...

—A fin de cuentas, ¿hace alguna diferencia? Desde luego que no la hizo en todo este tiempo.

Charis se abstuvo de decir nada más. Siempre había creído que la razón de que ella y su padre no se llevaban bien era porque eran demasiado diferentes, pero ahora veía claramente que se trataba de lo contrario. Eran demasiado similares. Como él y Mason. Como ella y Mason.

Quizá su madre había tenido razón en irse...

Resolvió que quedarse allí era perder el tiempo esperando por algo que no llegaría. Una disculpa que no se pronunciaría, un abrazo que nunca se darían, una sonrisa que no vería. Aun así, se quedó por algunos segundos, esperando que algo cambiara. Pero no lo hizo.

Tomó su bolso y se puso otra vez en pie. Caminó a la puerta sin decir nada, pero se detuvo allí, y le dio a su padre otro minuto.

Muchas cosas se pueden hacer en un minuto. Diez segundos bastan para levantarse de un sofá y darle a una hija un abrazo. Diez segundos bastan para que una hija abandone su orgullo, camine de vuelta hasta donde está su padre y le bese la frente. Pero nada ocurrió.

Su padre no se movió del sofá, y ella no se movió de la puerta.

—Adiós, papá —fue todo lo que dijo ella al despedirse para salir finalmente por ella, bastante segura de que nunca más volvería a cruzarla.

Él no le dijo nada, y ella agradeció que reafirmase con eso su determinación.

https://youtu.be/buwfFvVUGpg

—Como si fuera una extraña —le dijo a Beth al teléfono—. Ni un abrazo... Nada, Beth.

En respuesta obtuvo una pausa, en lo que imaginó que su amiga buscaba las palabras adecuadas.

Dale tiempo, amor. Inténtalo de nuevo otro día.

—¿Para qué? Será lo mismo.

No puedes obviar el tiempo que pasó, Charichi; es normal que haya dañado su relación, pero no se ha roto, o de lo contrario ni siquiera hubiera querido verte. Uno de los dos debe dejar el orgullo de lado.

—Y por supuesto que tengo que ser yo...

Si realmente quieres arreglar las cosas con su padre, sí. Es posible que haya estado tan desconcertado como tú cuando te vio aparecer.

—No lo sé, Beth... Ya no tengo fuerzas de resistir otra puerta en mi cara. Quizá... no debí regresar aquí. Estoy tan sola ahora mismo...

Cariño, no, no lo estás. Me tienes a mí; aunque no esté allí contigo, ¡no digas eso! Y ¿qué hay de Daniel?

—No he tenido ocasión de hablar con él.

Pero... ¿no viven en el mismo edificio?

—No es tan fácil como ir hasta su apartamento y golpear su puerta.

Casi pudo imaginar la expresión de Beth, del otro lado, al decir aquello.

No te diré lo que pienso, porque apuesto a que lo adivinas.

—Lo sé... te oí poner los ojos en blanco. Pero tampoco es como que él haya hecho esfuerzos por buscarme. ¿También debo ser yo la que deje el orgullo de lado? ¿Tengo que hacerlo cada vez que me pelee con alguien? Comienzo a creer que nadie tiene motivos para hacer algo por conservarme en su vida.

O quizás seas tú la que no está haciendo el esfuerzo por otros, Charichi.

A veces la honestidad brutal de Beth era lo último que quería oír. Y aunque aquello fuera precisamente lo que necesitaba muchas veces, no tenía fuerzas en ese preciso momento para lidiar con verdades duras. Se tomó un momento para relajarse y se despidió de su amiga procurando que no se notara en su tono lo tensa que estaba.

—Gracias por escucharme otra vez... Adiós Beth.

Cuídate, amor. Te quiero...

Charis no respondió y cortó la llamada.

Determinó que no se estaba haciendo ningún bien quedándose deprimida en casa, así que, sin otra cosa que hacer en su día libre, se armó de su bolígrafo rosa, de su libreta estampada de corderos y se puso a hacer una lista de compras para ir al supermercado a reabastecer su despensa, y de paso matar la mañana.

Deambular por los supermercados siempre le traía calma. Se distraía mirando los precios, las ofertas y curioseando artículos que nunca compraba. Quizás le sirviera esta vez para poner las cosas en perspectiva.

Mientras conducía camino al supermercado, reflexionó en las palabras de Beth. Por mucho que le pesara, estas solo corroboraban lo que ella misma ya creía. Durante su tiempo viviendo en Los Ángeles, ella no había hecho el menor esfuerzo por mantener la comunicación Daniel. No lo había hecho sino hasta el momento de necesitarlo. Y lo mismo con Beth. No era de sorprender que su padre creyera eso apenas verla otra vez.

Resolvió que la situación no podía continuar así. Fuera como fuera, iba a tener que ver a Daniel todos los días en el edificio, a menos que se mudara. Encontraría eventualmente la ocasión de hablar con él. Y la aprovecharía para arreglar las cosas.

https://youtu.be/W2ZlTNiLloU

Cuando llegó al supermercado, era tan temprano que no le costó encontrar un sitio en donde aparcar. Antes de bajar se miró al espejo y no le gustó demasiado lo que vio. Estaba pálida; sus mejillas estaban rojas, como solían ponerse con cada emoción fuerte, y tenía los ojos un poco hinchados. Se hizo con su estuche de maquillaje y se aplicó solo el suficiente para dejar de lucir como si hubiese llorado en múltiples ocasiones durante toda esa semana; lo cual era precisamente lo que había hecho.

De pronto, en lo que se ponía polvo en las mejillas, algo captó su atención por el rabillo de su ojo. Una figura familiar.

Él no era la clase de persona que resaltaría en una multitud, pero había tan poca gente por los alrededores que no le fue difícil reconocerlo. Flaco; pálido; pelo negro alborotado... Jesse Torrance.

Salía del supermercado con una sola bolsa en una mano.

La primera reacción de Charis fue soltar un sonoro bufido. Sin importar a dónde fuera, parecía que estaban destinados a encontrarse...

Pero le bastó pensarlo un poco mejor para darse cuenta de que estaba siendo irracional. No tenía sentido tomarse aquel encuentro como una ofensa personal cuando no lo era en absoluto. Al fin y al cabo, sin importar lo excéntrico que fuera, en el fondo seguía siendo una persona como cualquier otra, quién tenía que salir de su casa eventualmente. Por ejemplo, a hacer compras.

Al menos agradeció haber llegado al supermercado cuando él ya se iba, y se quedó esperando en su auto para no tener que topárselo. No obstante, aquel se detuvo en las puertas del supermercado, como si algo lo hubiese clavado allí. Charis exhaló, empezando a impacientarse. ¿Por qué diablos no se largaba? 

Solo entonces, se fijó en que aquel tenía la vista puesta en algún lugar a la distancia, hacia otro extremo del supermercado. Y fue allí, al seguir la dirección de su mirada, que divisó a una mujer de edad muy avanzada, pequeña y delgada, batallando para sacar su última bolsa del carro de compras.

Había un guardia de seguridad parado justo junto a la puerta. ¿Por qué no la estaba ayudando?

Charis movió la cabeza y recuperó la llave de su auto de la hendidura con un bufido, dispuesta a acudir a ayudarle aunque tuviera que toparse con Torrance. Pero, justo cuando se disponía a bajar, se paralizó con un pie ya fuera del auto, en cuanto captó por el rabillo del ojo la delgada silueta de aquel ir en la misma dirección de la anciana, y se detuvo con la mano sobre la manija de la puerta de su auto sin llegar a bajar, esperando verle pasar de largo.

Sin embargo, sus suposiciones se vieron echadas por tierra en el momento en que se detuvo junto a la mujer y recuperó la bolsa del carro por ella.

Charis creyó que se la daría y que se iría finalmente de allí.

Pero no esperaba que Jesse Torrance le tendiese a la anciana su delgadísimo brazo, del que esta se colgó, y acompañase a caminar, llevando por ella todas sus bolsas en el otro.

La escoltó por todo el aparcamiento hasta la parada de autobuses. Y una vez allí, se quedó con ella charlando de algo hasta que pasó el primero. Jesse subió al autobús con la anciana y Charis comprendió finalmente por qué la estaba ayudando. Probablemente la conocía. Misterio resuelto.

No obstante, abandonó esa idea en cuanto, poco después de subir Jesse se bajó del autobús de un salto cargando solo la bolsa que le pertenecía, y el vehículo cerró las puertas para marcharse. Solo entonces se marchó, andando en la dirección opuesta.

Charis lo siguió otra vez con la mirada hasta que se perdió por un lateral del supermercado.

Todavía no había soltado la manija de la puerta de su auto, en lo que procesaba lo que había visto. ¿Se habría confundido de persona?

Desde luego que no. Aquel no podía haber sido otro que el chico de los muertos; «el muchacho rudo, esquivo y maleducado»..., la última persona sobre la faz de la tierra de la que se hubiese esperado un gesto como el de esa mañana.

Un gesto tan dulce...

https://youtu.be/NZyPy2inax4

Los días en el hospital prevalecieron igual de concurridos.

Para Daniel, su distanciamiento con Charis pasaba a veces a ocupar un lugar secundario entre sus preocupaciones. No así la notoria ausencia de Jesse, a cuya presencia estaba demasiado acostumbrado en el hospital como para no echarlo en falta, incluso en los días más agitados. Más bien tarde se dio cuenta de que, de manera subconsciente, las palabras de Charis habían tenido un drástico efecto en su forma de tratarlo. Lo que era peor, era evidente que lo había notado más tarde que Jesse... y eso fue tiempo suficiente para que él se alejara por su propia cuenta.

Daniel sabía cuan perspicaz era ante la hostilidad de otros. Sabía que, a la menor sospecha de no ser bienvenido en un lugar, tomaría las medidas más drásticas. Pero el hecho que considerara que a su lado no era bienvenido, o peor, que él mismo le había dado esa impresión, le entristecía a la vez que confirmaba las inquietudes que Charis le había dejado. ¿Y si la brecha que se había abierto entre ambos realmente no le importaba tanto como a él?

Con el pasar de los días había pasado de ser su mejor amigo a lo que seguramente había sido para todos antes siquiera de que él lo conociera. Una breve sombra; una silueta escurridiza por los pasillos oscuros, con cuya mirada a veces se encontraba antes de que se la hurtase, como hacía con todos... Mas no con él.

Charis apareció allí una mañana fría, poco después de que Jesse terminó su turno y se marchó.

Daniel pasó por el mesón para ver quién era su siguiente paciente, y se sorprendió de verla en la sala de espera.

—Lo busca una tal «Cooper» —le comunicó Diane secamente, sin siquiera mirarlo.

Daniel se lo agradeció, y en cuanto se giró hacia Charis y ella lo advirtió de vuelta, le sonrió con cautela, y lo saludó con la mano.

—Diane, ¿tengo más pacientes?

—Nadie más por hoy.

Daniel asintió y le hizo una seña a Charis.

—Por favor, no me agendes ninguna otra cita.

En cuanto Charis se acercó, Daniel se alejó lo suficiente del mesón para mantener la privacidad de su charla de Diane, aunque no omitió los ojos como dardos que ella levantó en su dirección.

—Buenos días —saludó él, con la amabilidad que usaría para dirigirse a cualquier paciente, no la sonrisa que solía reservar para ella.

—Buenos días —respondió Charis, y le mostró una carpeta—. Me hice las pruebas que me sugeriste. ¿Tengo que agendar una cita? —Su expresión decayó un poco al decir lo siguiente—. ¿Preferirías... que las vea otro doctor?

Daniel suspiró. Podría haberle dado cualquier respuesta que obviara el tema, y seguir igual que hasta ese momento, pero no soportaba seguir alejado de ella. Ya había cometido ese error con Jesse y no sabía hasta qué punto sería posible enmendarlo.

—Charis —se humedeció los labios secos—... ¿sigues molesta conmigo?

La expresión de ella se torció llena de tristeza:

—No lo estoy, Daniel... —Fue casi un sollozo—. Pensaba que tú lo estabas.

—Claro que no. No lo estuve nunca.

Charis se mordió los labios y se acomodó el pelo tras la oreja.

—Tenías razones para estarlo...

Daniel soltó un suave respiro por la nariz. Hablar de eso en medio de la sala de espera se le antojo poco personal, así que le hizo una seña para invitarla a caminar con él.

—Vamos a mi oficina. Revisaré tus resultados.

Con el tiempo, Charis había aprendido a sobrellevar un poco mejor las emociones que ese lugar le despertaban, y cada vez se sentía menos tensa al transitarlo. No obstante, aun cuando quería creer que estaba empezando a hacer progresos, la traicionaban los nervios, y se encontraba mirando otra vez por los alrededores, en busca de las imágenes que la paranoia generaba para ella. Sin embargo, en la oficina de Daniel se sentía relativamente a salvo; aunque ese nudo en su estómago nunca se aflojaba del todo.

—Todo indica una pequeña contractura —le dijo Daniel, mirando la radiografía sobre una pantalla luminosa a la vez que contrastaba lo que observaba con el informe adjunto, que tenía en la otra mano—. Debería sanar por sí misma, pero te indicaré ejercicios y te daré algo para el dolor. Si no mejora con eso, podríamos intentar con sesiones de fisioterapia.

Charis asintió a cada una de sus indicaciones.

—Tendré que mirarlo luego. ¿Por qué se ocasionó?

—Posiciones mantenidas, mala postura... La tensión y el estrés también son factores importantes de riesgo.

Ella exhaló. Tensión y estrés. Dos cosas que cimentaban una gran parte de su vida... Daniel le dio de vuelta la prueba de imagenología y se sentó tras su escritorio.

—¿Cuándo fue que empezaste a sentir dolor?

—Desde antes de mudarme aquí, pero no lo había tomado en cuenta hasta que empezó a agudizarse.

Daniel dio una cabeceada conforme anotaba algo en una receta:

—Mantendrás los analgésicos dos veces al día; tres si el dolor es intenso. Y un antiespasmódico muscular. Pueden causarte algo de somnolencia así que ni se te ocurra tomarlos en el día; no olvides que conduces un auto. Tampoco vayas a mezclarlo con alcohol.

—Bien.

—Puedes probar con calor local sobre la zona. —Daniel alcanzó una hoja de una gaveta de su escritorio. Era una guía con ejercicios cervicales simples que constaban en rotaciones y estiramientos—. Procura hacerlos por la mañana al levantarte, o a lo largo del día. No te tomará más de cinco minutos.

Charis mantuvo todo el tiempo la vista en la receta sin mirarla realmente, y sin oír mucho de lo que Daniel le estaba diciendo.

—Charis... —Daniel dejó la hoja de ejercicios de lado, y ella le prestó atención solo entonces—. ¿Qué sucede?

—Nada; te estoy escuchando. —Pero luego, tras que aquel continuara silencioso en espera de que dijera algo más, añadió—. ¿Torrance... no está?

Daniel pareció desconcertado. Movió la cabeza con una sonrisa débil.

—No te preocupes por él. Ya terminó su turno; no regresará hasta la noche.

—Así que entonces era él...

Daniel levantó la vista:

—¿Huh?

—Es solo que me pareció verlo en el supermercado esta mañana.

—Ya veo...

Daniel se reclinó contra el respaldo de su silla. Parecía tenso, y su mirada viajaba por los alrededores, evitando la suya.

—¿Te dijo... algo sobre mí ese día? —quiso saber Charis.

—A decir verdad... no he hablado con él desde entonces —admitió él.

Ella frunció el ceño, extrañada.

—¿Desde entonces no han hablado? ¿Por qué?

—Han sido días ocupados.

Charis se mordió los labios al entenderlo. Sabía que esa no era la única razón; Daniel jamás descuidaría su relación con alguien por muy ocupado que estuviera. Él no era como ella...

—Es mi culpa —concluyó—... ¿Verdad?

Daniel movió la cabeza en negativa, pero su mirada afligida le contradijo.

—No lo es. No pienses demasiado en eso. La temporada es así; a veces solo-...

—No mientas, sé que es por mi culpa —habló ella por sobre él, de forma atropellada—. Por lo que te dije ese día.

Aquel respiró hondamente:

—Quién sabe... Quizá estabas en lo correcto.

Charis alzó la vista. Daniel ya no la miraba, pero otra vez sus ojos se estaban sincerando en lugar de sus palabras. Había otro problema.

—¿Por qué dices eso? ¿Acaso pasó algo más? ¿Discutieron?

—No es eso. Es solo... —Dejó la frase en el aire, sin terminar.

Charis se inclinó al frente sobre el escritorio para clavarle la vista. Sabía que aún si fuera su culpa, Daniel jamás se lo diría. Pero, como fuera, no podía permitirlo. Por mucho que detestara al chico, era alguien importante para Daniel. Lo último que deseaba era ser responsable del quiebre de esa relación, así como era responsable del quiebre de las suyas.

—No; yo estaba equivocada, Dan. Me dejé llevar, pero lo que dije no fue justo. No sé nada acerca de él; de ustedes... ¿Qué podría saber yo sobre su amistad? Deberías hablar con él. Hazlo pronto, antes de que sea tarde.

Daniel levantó dos ojos esperanzados. Pareció ser lo que más deseaba oír.

—¿En verdad lo piensas?

—No te lo estaría diciendo si no lo pensara. El hecho de que no me agrade no quiere decir que tú no puedas ser su amigo; creí que habíamos dejado eso muy claro.

—Es solo... que él tampoco ha hablado conmigo desde entonces.

Charis se humedeció los labios. Vio extrapolada la situación de Daniel y Jesse a la misma que habían atravesado ellos dos a su vez, o la suya con su padre. Fue ahí que comprendió otro aspecto en el que su amigo de la infancia no había cambiado. Él no era la clase de persona que buscara a otra; pero no tenía nada que ver con el orgullo, como era el caso de ella, sino más bien con su naturaleza introvertida y su temor por importunar a otros.

Y era la razón por la que no se había acercado a ella tampoco.

—Habla con él de todos modos, Dan. No sabrás cual es el problema y si tiene solución sino hasta que vayas tú y se lo preguntes.

Daniel alargó una suave sonrisa.

Charis pensó que era probablemente la última persona de quién se hubiese esperado ese consejo. Se sintió mal de usarlo como suyo cuando en realidad eran las palabras de Beth.

Al cabo de algunos instantes, Daniel dio una cabeceada, y se irguió en su lugar, asentando ambas manos sobre la mesa.

—Tienes razón... Sí, lo haré.

Charis sonrió aliviada. Tomó su bolso y su carpeta, en donde guardó la receta y la hoja de ejercicios, y se lo echó al hombro.

—De acuerdo, te lo dejo de tarea. Ahora... debes tener pacientes esperando. Gracias por todo, Dan, nos vemos.

—Aguarda. —Daniel se levantó con ella, y llevó una mano aprensiva a su hombro. Se paralizaron ambos. Charis no supo cuánto había extrañado su tacto cálido hasta recobrarlo y que consiguiera solo mediante ese gesto transmitir calor a ese frío en su pecho—. No hemos hablado hace mucho. ¿Tienes... tiempo para un café?

Charis sintió punzar las lágrimas en las esquinas de sus ojos. Sintió haber recuperado una parte perdida de sí misma.

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El camino se le hizo más corto que de costumbre. Probablemente porque se pasó todo el trayecto pensando en qué le diría a Jesse. Se preguntó si era lo correcto ir hasta allá solo para hablar con él, cuando cabía la posibilidad de que él ni siquiera quisiera verlo, después del modo en que había estado evadiéndolo, pero no pudo esperar hasta su siguiente turno. Charis tenía razón, tenía que abordar el problema cuanto antes.

Durante todo el trayecto le dolió el estómago, producto de los nervios.

El cielo todavía estaba claro cuando aparcó afuera. Y una vez estuvo frente a la puerta de su apartamento, Daniel no quiso entrar como acostumbraba hacerlo, aun cuando sabía que siempre dejaba la puerta abierta.

Después de tanto tiempo, se sentía un extraño bajo ese umbral. En cambio, golpeó y esperó.

La puerta tardó en abrirse, y cuando lo hizo, Jesse apareció del otro lado con expresión adormilada y el pelo alborotado en torno al rostro. Al verlo, cambio su expresión cansada por otra llena de sorpresa.

—Dan...

—Lo siento, ¿te he despertado?

—S-... N-no... A-adelante... —Se hizo a un lado y le dejó la vía libre.

Dentro estaba tan oscuro y helado, como de costumbre, y Jesse encendió la luz y apagó el televisor, el cual tenía con el volumen al mínimo. Daniel se quedó de pie en medio del apartamento sin saber qué decir.

—¿Ne-... necesitabas algo? —preguntó Jesse, tras una larga pausa.

A Daniel le pareció que hablaba con otra persona. Una persona desconocida... Quizá la persona que era antes de que se hubiesen convertido en amigos.

Temió haber arruinado en unas pocas semanas lo mucho que le había costado acercarse a él en varios años.

—No hemos hablado demasiado estos días —empezó, conforme rodeaba el sofá para ir a sentarse, Jesse lo siguió y cuando Daniel ocupó un extremo, Jesse se sentó en el contrario, sobre el brazo del sofá. Daniel exhaló y continuó hablando—. Es solo que-... Hay algunas cosas que-...

—No... tienes que explicarme nada.

Daniel calló e inspiró el aire antes de continuar. Aunque su propósito al ir allí hubiera sido sencillamente el de disculparse y enmendarlo todo, no podía dejar de pensar en las palabras de Charis.

Determinó que no perdía nada con intentarlo, y se dijo que, aún si no obtenía la respuesta que esperaba, se conformaría con ello y seguiría adelante con su reconciliación.

—Antes que todo, Jess... ¿podría hacerte una pregunta?

Lo vio estrujar levemente los puños sobre sus delgadas rodillas y humedecerse discretamente los labios, con la vista puesta en el suelo.

—Dime —susurró al fin, casi inaudiblemente.

Daniel se armó de valor con un respiro. No obstante, evadió su mirada al hablar, incapaz de verlo a los ojos después de caer en la terrible tentación de ponerlo a prueba. El estómago se le estrujó en un intenso calambre.

La tarde cayó con una inusual rapidez. Charis pasó directamente desde el hospital a visitar a Marla y a sus sobrinos. Su hermano Mason no estaba en casa, pero gracias a ello pudo pasar una tarde agradable con el resto de la familia. Y una vez de vuelta en su casa, salvó los peldaños de la escalera en largas zancadas para apresurarse a llegar pronto a su apartamento. Le dolían los pies producto de los tacones y estaba exhausta.

Se había pasado la tarde buscando entre sus cosas su teléfono móvil, sin tener la menor idea de donde podía haberlo dejado. Y ya que no estaba ni en su bolso, ni en los bolsillos de su ropa, ni en el auto, ni en ninguna parte en la oficina, el único sitio donde le quedaba buscar, era algún rincón de su apartamento, a la vez que rogar que no se le hubiera perdido en otro sitio.

De otro modo, seguramente se lo habría dejado en casa de Mason, y no le entusiasmaba regresar a buscarlo.

Metió las llaves en la cerradura y entró encendiendo la luz sin saber dónde buscar primero; aunque no lo necesitó, pues lo encontró justo frente a sus ojos en la mesa de mimbre junto al sofá y pudo respirar tranquila. Avanzó cerrando la puerta tras de sí, y se dejó caer en el sofá alcanzando el móvil. Al presionar el botón de encendido, la pantalla se iluminó y lo primero que saltó a su vista, fue la notificación de seis llamadas perdidas. Todas de Daniel. Se irguió en el sofá empezando a preguntarse qué requeriría de tanta insistencia.

En vez de llamar, tuvo la idea de salir en ese momento y cruzar el estacionamiento para ir a su piso a ver si se encontraba allí, pero no alcanzó ni siquiera a bajar las escaleras, pues por la baranda del balcón que daba al estacionamiento, se fijó en que no estaba su Toyota. Marcó entonces rápidamente el número de Daniel y espero. No contestaba. Cortó y volvió a llamar y esta vez sí tuvo respuesta, aunque se tardó.

Del otro lado de la línea solo escuchó un largo silencio y la respiración casi imperceptible de alguien:

—¿Hola? —preguntó, tensa— ¡¿Hola?! —insistió.

Charis —respondieron al fin.

No Daniel, sino una voz completamente diferente.

Incluso a través de un teléfono podía haberla reconocido si no hubiese sonado tan fatigada y lúgubre.

—... ¿Quién habla?

Ch-... Charis. Es... Jesse.

—... ¿Torrance? ¿Por qué tienes el móvil de Daniel?

Hubo un largo silencio.

Ella cerró con fuerza los dedos alrededor de la baranda del balcón. El estómago se le revolvió. No quería oírlo, pero si no se lo decía pronto, le estallaría el pecho con la fuerza frenética de sus latidos.

Ya tenía una ligera noción de lo que escucharía. Podía adivinarlo solo por su tono.

—¡¡Torrance-...!! —apremió.

Ven al hospital.

Allí estaba... A Charis le tembló el móvil en la mano:

—... ¿Por qué?

—Acaban... de ingresar de urgencias a Daniel.

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