7. La casa en el claro
—Mi nombre es Jesse Torrance; aunque... ya saben eso. No sabía mi signo zodiacal. Al parecer... es Piscis. —Echó un vistazo a Charis, quién sonrió autocomplaciente—. Mi edad... prefiero no decirla. La gente... no me cree cuando lo hago. Nací algo lejos de Sansnom.
—Enigmático —dijo Beth.
—Lo siento. Es que-...
—Está bien, cariño, ¡no es un interrogatorio! Dinos solo aquello que te sientas cómodo contando.
—Beth tiene razón; no tienes que ahondar en nada si no quieres —intervino Charis.
Supo solo por su expresión, aún sutil, que Jesse se lo agradecía. Beth asintió con una sonrisa. Sin embargo, no omitió el gesto de Daniel. Lucía decepcionado, pero también suspicaz. Charis adivinó que no solo se debía a que no hace mucho hubiese resultado impensable para ella intervenir en favor de Jesse, sino que además Daniel la conocía bien; y sabía que era la primera en excavar en las preguntas sin respuestas.
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Jesse asintió. Aflojó los hombros paulatinamente.
—De acuerdo... —Se aclaró la garganta y prosiguió—. Vine a vivir Sansnom hace ocho años, y empecé a trabajar en el hospital Saint John como conserje. Limpiaba la morgue y me encargaba de la limpieza terminal de las habitaciones con aislamientos.
—No sabía eso —dijo Charis, genuinamente interesada—. ¿Cómo fue que pasaste de conserje a auxiliar?
—Como pasaba tanto tiempo en la morgue, empecé a interesarme por lo que hacía el médico forense. Hacía preguntas, y a veces lo asistía en procedimientos. El auxiliar de morgue de ese entonces faltaba al trabajo con frecuencia, de manera que yo era la siguiente persona disponible. Aprendí mucho en ese tiempo, y finalmente fue el mismo forense quien le habló de mí al director Garner. Ambos me convencieron de tomar un curso por internet. Entre tanto continué ayudando al forense y practicando todo lo que podía. Para cuando acabé y obtuve una licencia, el auxiliar anterior se había ido y me asignaron a su puesto. Luego conocí a Daniel. Después a Charis. Y luego a Beth.
Al acabar de hablar, Jesse apuró un trago largo de su vaso. El efecto del alcohol comenzaba a notarse en el leve cambio de color en lo alto de su rostro.
Beth rellenó al acto su vaso vacío con más alcohol.
—¡Impresionante! ¡Sigue, por favor! —pidió.
—No hay... mucho más que contar. Gracias... —Necesitó de otro largo trago para poder continuar—. Veamos... mi música favorita son el rock y la música clásica. No tengo realmente un hobbie, pero... me gustan las películas, supongo. En especial... las de Tim Burton.
—¡Uh, de los míos! —exclamó Beth— ¿Algo más?
—Es todo.
Charis presionó los labios. El que Jesse omitiese detalles como su habilidad para el piano, o cualquier cosa relativa a su familia de algún modo le hizo creer que era especial por saberlo, pero a la vez no podía evitar sentirse mal por Daniel, quien lucía ensimismado desde la intervención de ella, por completo ajeno a la historia de Jesse. No tenía que oírla; desde luego que él ya la conocía. Y parecía ser precisamente aquello lo que añadía sal a la herida... El no oír nada nuevo salir de su boca.
Aquello solo incrementó la culpa de Charis. Mas ¿qué podía hacer ella? No era su lugar revelar detalles de la vida de nadie; en especial de alguien tan poco proclive a revelarlos él mismo.
—¿Alguna relación significativa? —preguntó Beth.
Daniel salió de su enajenación y levantó las cejas. Charis también prestó atención, tan atenta a su reacción como a su respuesta. Hubiese deseado que Beth no pusiera a Jesse en el compromiso de responder una pregunta así; pero lo cierto es que ella también tenía curiosidad.
Jesse se mordió los labios un instante. El color en su rostro de pronto parecía más intenso.
—... Yo nunca-... En realidad no-... —Conforme sus intentos de responder se tornaban más ininteligibles, mientras que el volumen de su voz disminuía, iba metiendo más y más la cabeza entre los hombros.
Beth dejó caer la mandíbula:
—¡Quieres decir-...! ¡¿Nunca?! —Él movió tentativamente los dedos alrededor de su vaso, aunque no llegó a levantarlo. En cambio lo estrujó entre sus dos manos cuando negó—. ¡¿Y por qué no?! Eres dulce, inteligente, apuesto... —listó Beth, sin conseguir sino abochornarlo más—... No te creeré si dices que nunca nadie se ha interesado en ti.
La expresión avergonzada de su rostro se torció en una mueca y Jesse encogió los hombros. Lucía como si quisiera sepultarse entre ellos hasta desaparecer:
—No; bueno... ¿Quién sabe? Pero más bien... soy yo. Es decir-... Ese tipo de cosas, yo no-... No son para mí.
Beth se reservó una sonrisa, divertida por su titubeo nervioso. Charis se preparó para disgregar otra vez la conversación si aquella insistía más de la cuenta, pero Beth acabó desistiendo.
—Entiendo. ¿Y algún sueño en la vida?
Jesse cambió su bochorno por reflexión. Se tornó silencioso unos instantes, absorbido por lo que parecía ser su reflejo en el trago de su vaso. De pronto no parecía consciente de que tenía sobre sí tres miradas curiosas.
—No hay nada que desee tanto —contestó, pero su seguridad decreció tras pensarlo un poco—. Excepto...
—¿Excepto? —lo acució Beth.
Jesse soltó un suave aliento por la nariz.
—Yo solo quiero... vivir una vida pacífica.
Después del juego y de charlar por algunas horas, el grupo finalmente se dividió en las habitaciones de la planta superior para dormir, cerca de las dos de la mañana.
Una vez más, igual que casi todas las noches el último tiempo, Charis encontró que le resultaba más difícil conciliar el sueño. La cama era inesperadamente cómoda y el silencio era absoluto, salvo algún grillo o pájaro nocturno afuera, pero no podía permanecer en una sola posición el tiempo necesario para dormirse.
Pensó en Daniel, y en lo difícil que resultaba guardar de él todas las cosas que ahora sabía de Jesse Torrance. ¿Era justo mantenerlo al margen de esa manera?
Por otro lado, no dejaba de darle vueltas a la respuesta de Jesse a la última pregunta de Beth. Vivir una vida pacífica debía sonar como un deseo inofensivo para Daniel y Beth; pero para ella, después de todas las cosas que le había confesado esa tarde, como el hecho de que existía una parte de la misma que deliberadamente había dejado atrás y que prefería mantener de ese modo, el hecho de que su deseo más ferviente fuera el de llevar una existencia tranquila parecía implicar que todo lo anterior hasta ese punto no fuera precisamente pacífico.
Optó por levantarse y quedarse algún tiempo en pie hasta que le diera sueño. Revisó su móvil para ver la hora y vio que tenía varios mensajes de texto. No se molestó en leerlos y volvió a dejarlo a un lado. Eran las tres y cuarto de la mañana. Beth dormía profundamente como era costumbre; con el pelo ciruela enmarañado en el rostro y el maquillaje embarrado en los párpados.
—¿Quién se va a arrugar primero a este paso? —musitó Charis, sacando los pies de la cama. Después buscó a tientas con ellos sus zapatos, se calzó y salió de la habitación.
Sumida en la penumbra, la casa lucía todavía más grande. A pesar de que estaba por completo amueblada, no había allí ninguna pista sobre las personas que la habían ocupado alguna vez. No había cuadros, pinturas, fotografías..., no tenía rostros o nombres con los que armarse un retrato.
Al pasar cerca de la habitación que ocupaban Daniel y Jesse, Charis notó que la puerta estaba abierta y la movió con cuidado para echar un vistazo dentro. En una de las camas, bajo las mantas distinguió una silueta grande que roncaba alto; sin embargo en la otra no había nadie.
Y entonces, tuvo una ligera corazonada. Bajó las escaleras con cuidado, procurando no mirar a los alrededores en tinieblas para no acobardarse, y fue directo hasta la habitación que había prevalecido cerrada desde su llegada a ese sitio.
Dudó unos instantes en la puerta, pero finalmente giró el pomo con cuidado, y esta cedió.
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Si de día la habitación tenía un aspecto abandonado y melancólico, teñida ahora de los colores de la noche lucía lúgubre. Las siluetas bajo los lienzos de lona eran apenas visibles en la oscuridad; y se levantaban entre las tinieblas como figuras espectrales. Charis evitó fijarse demasiado en ellas cuando movió los ojos por la estancia. Y tal y como había sospechado, sentado frente al gran y viejo piano del fondo igual que esa tarde, le encontró.
Parcialmente tragado por la oscuridad, su rostro blanco simulaba el de un fantasma. Su silueta en la negrura era visible solo gracias a la luz azulina proveniente desde afuera, la cual perfilaba con un resplandor pálido los ángulos afilados del perfil de su rostro en dirección de la ventana. Una de sus manos se movía tentativamente sobre el teclado, rozando las teclas sin llegar a presionar ninguna.
Charis se adentró pisando con cuidado, temiendo hacer ruido e irrumpir en la quietud del lugar. El trayecto le pareció interminable.
—¿No puedes dormir?
La voz de Jesse la paralizó momentáneamente sobre sus pasos, poco antes de llegar a él. No parecía sorprendido de su presencia allí —posiblemente se hubiese percatado de ella desde el momento en que había abierto la puerta—; aun así, su pregunta fue genuina. Charis salvó el último trecho de camino hasta detenerse a sus espaldas y lo contempló:
—¿Tú tampoco? Bueno, no me sorprende; Dan ronca como un oso —intentó bromear, pero la expresión de él se mantuvo hermética. Tenía el rostro desnudo y sus lentes reposaban sobre el atril sin partituras del piano—. ¿Puedo sentarme?
Jesse se movió sobre la banca sin decir nada, y Charis la rodeó para sentarse en el extremo opuesto.
Imitándolo, recorrió las teclas con sus dedos sin presionarlas. Las cubría una ligera película de polvo muy fino donde sus yemas dejaron impresiones.
—Espero que Beth no te haya incomodado demasiado con tantas preguntas —dijo Charis, en el intento de conversar un poco.
—Descuida...
Él mantuvo la vista en la ventana, en la dirección opuesta a ella. Charis trasladó la suya a su mano todavía moviéndose sobre las teclas. Se fijó en que sus dedos no se desplazaban al azar. Parecía que tocaba algo. Quizá había una melodía en su cabeza cuyas notas conocía sin tener necesidad de oírlas. Charis deseo poder escucharla.
—No te lo dije esta tarde, pero tocas muy hermoso —dijo Charis—. Tendrás que darme lecciones de piano algún día.
El apartó solo entonces la vista de la ventana. No sonreía como ella, pero su voz fue suave cuando consintió:
—Algún día...
Charis se entretuvo por otro largo rato mirando su mano en el intento de adivinar la canción que simulaba tocar, sin resultados, y en cambio acabó por distraerse en sus dedos. Siempre creyó que eran muy largos, mas por primera vez le parecieron bonitos. Antes no tenía suficiente información como para conjeturarlo, pero en efecto tenía las manos de un pianista.
Trasladó la vista al perfil de su rostro ahora fijo en las teclas y lo recorrió con disimulo. En realidad, Jesse era más que solo apuesto, y cada vez tenía menos problemas para admitirlo. Pensó que Beth tenía razón. A ella también le costaba creer que nadie en el pasado se hubiera fijado en él. ¿Quizá solo era demasiado modesto para admitirlo, o incluso para notarlo él mismo de haber sido el caso?
Sintió lástima de cualquier chica en el pasado quien se hubiese acercado a él con el fin de expresar su afecto; solo para estrellarse contra una coraza helada e indiferente.
Charis se limpió el polvo de los dedos frotándolos entre sí, y puso las manos sobre su regazo.
—Lo que le dijiste a Beth esta noche... ¿es cierto? —titubeó—. Sobre... relacionarte con alguien de ese modo.
Él asintió a la brevedad, borrando todo rastro de duda, y Charis sufrió emociones contradictorias. Por un lado, saberlo le reconfortó. Libró su cabeza de la frustración de intentar imaginarlo sin conseguirlo; pues le era sencillamente imposible concebirlo en esa luz con otra persona. Por el otro, se sintió egoísta por ello, y experimentó una profunda tristeza al ponerse en su situación.
De manera que no solo estaba alejado de su familia, los únicos familiares quienes parecía que le importaban habían fallecido, e incluso su mejor amigo tenía un acceso limitado en su vida, sino que no había experimentado nunca la complicidad y el consuelo de una pareja romántica.
O sea que había pasado todos esos años desprovisto por completo del calor y la protección de otra persona.
—¿No te resulta... solitario?
—No estoy solo —contestó él, con simpleza—. Está... Daniel.
Charis sufrió una especie de estocada. No hacía mucho, ella había dicho exactamente lo mismo a Beth; con una diferencia: a la hora de responder, él ni siquiera pareció considerar otra cosa, y ella no pudo evitar sentirse dolida y menospreciada.
—Déjame replantear la preguntar —dijo, con la tensión creciente en su tono—: ¿te sientes solitario?
Jesse lo reflexionó por algunos segundos. Algo en su gesto cambió, lo que le indicó que no era del todo sincero al momento de responder:
—... Algunas veces, supongo.
Charis bufó, perdiendo la paciencia.
—Tu expresión me está diciendo algo completamente-...
—Todo el tiempo —cortó él de golpe, antes de dejarle acabar. Y después bajó la cabeza, como si estuviera avergonzado de admitirlo.
Charis calló. Agradecía su honestidad, pero no hizo que resultase menos duro confirmarlo.
—Así está mejor...
Se quedó anclada a ese pensamiento al parecer por el tiempo suficiente para permitirle notarlo. Percibió sobre sí la mirada de Jesse, y le sorprendió observándola con cierto punto de culpa.
—No te sientas mal por mí. Estoy acostumbrado.
Pero contrario al propósito de sus palabras, el nudo en su garganta, el cual no notó en qué momento había empezado a formarse, se apretó hasta casi estrangularla.
—Hace frío. Deberías ir a dormir —dijo Jesse.
—Y tú también.
—Ve. Yo no-...
—De ninguna manera; no voy a dejarte. —Aquel levantó la vista de las teclas del piano y la observó confuso—. No puedo irme y dejarte aquí. —Su tono se suavizó, y lo siguiente que dijo se oyó casi como un ruego—. Jess, no te quedes aquí solo. Vamos los dos a dormir, ¿sí?
Aquel le sostuvo la mirada por otro lapso. Al cabo del cual, exhaló suavemente, acarició por última vez las teclas de su piano —como si se despidiese—, y dio una cabeceada.
Cuando se levantó y pasó por su lado en dirección a la puerta, Charis lo detuvo atenazando su antebrazo. Sintió la frialdad de su piel incluso a través de las mangas largas de su ropa, atravesando la delgada tela como estocadas. ¿Cuánto tiempo llevaba allí en el frío?
—Solo para que lo sepas... Daniel no es el único al que tienes. También... me tienes a mí.
Los ojos ambarinos, opacados ahora por el velo azul de la noche, se abrieron al oírla, y ella retiró los suyos.
—Me estoy congelando aquí... Vamos —lo acució.
Tras dejar la puerta meticulosamente cerrada, y después de un silencioso trayecto hasta la segunda planta, se detuvieron frente a frente en la cima de las escaleras antes de separarse.
—Gracias por esto —dijo Charis—. Pudiste traer únicamente a Daniel; pero pensaste incluso en mí.
Lo percibió titubear antes de responder. Finalmente, él distendió una tenue sonrisa, casi oculta por la penumbra.
—No es nada. Buenas noches.
—Hasta mañana.
No obstante, al separarse, Charis captó un último vistazo de su rostro por el rabillo del ojo antes de que él se diera la vuelta. Aún en la oscuridad le pareció captar algo muy bien oculto en su gesto, que la dejó intranquila todo el resto del camino a su cuarto: Jesse Torrance no era bueno sonriendo; eso era algo que ya sabía. Pero Charis descubrió otra cosa esa noche: Era aún peor fingiendo sonrisas.
—Solo comida congelada en el autoservicio —se lamentó Beth—. ¡Pero por suerte había latas de atún! —añadió, agitando dos de las latas en alto—. Y fideos instantáneos. También encontramos verduras congeladas y tomate enlatado. Estoy segura de que puedo hacer algo decente.
—No sabía que te gustara la cocina —comentó Daniel, apoyado sobre el mesón en lo que Beth separaba ingredientes.
—En cambio yo he escuchado maravillas de su comida, doctor; Charis solo habla de eso —dijo ella, echando un vistazo en dirección a la susodicha, sobre cuyo rostro se asentó un ligero rubor.
Daniel levantó la vista, con una sonrisa afectuosa.
—¿Ah, sí?
—Sin embargo, está ante una oponente digna —declamó Beth—. Mañana será tu turno de cocinar, y ya decidirá el jurado quien de los dos lo hace mejor.
—Acepto el desafío; aunque no sé si pueda competir con fideos con atún.
—Es porque no has probado mis fideos con atún.
Charis se frotó los ojos, ajena a ellos. Tenía los párpados inflamados y las escleras enrojecidas. Lucía friolenta y no había parado de bostezar desde el desayuno.
—Ay, amor... Mírate. ¿Qué le pasa a tu cara? —le preguntó Beth.
La aludida levantó una mirada malhumorada:
—¿Qué le pasa a la tuya?
Beth dio un boqueo y se llevó una mano al pecho:
—Cuánta violencia. Solo era una pregunta; no hay razón para lastimar mis sentimientos.
Charis se frotó los ojos con un suspiro:
—Lo siento... No dormí muy bien. Solo necesito una ducha caliente y volveré a ser una persona.
—Encenderé el calentador para ti —le dijo Daniel, situándose detrás de ella y frotando sus hombros de arriba abajo, impeliéndola a levantarse de su lugar frente a la mesa—. Tienes tiempo antes de comer.
—¡Ve, preciosa! —le dijo Beth—. Para cuando vuelvas, fresca y repuesta, ya estará la comida lista.
Aquella obedeció y salió de allí para ir en busca de toallas. Anduvo encorvada, casi arrastrando los pies.
—Ven, Jess —dijo Beth—, tú ayúdame.
De tener la vista puesta en el ventanal abierto hacia el exterior, desde donde se colaban una brisa fresca y la luz del medio día al interior de la cocina, Jesse giró la cabeza de golpe al verse aludido, e intercambiaron con Daniel un gesto de alarma.
—¡Mala idea! —exclamó Daniel—. Es una bonita casa; sería una lástima incendiarla.
—Lo que pasa es que tiene miedo a que le destronemos, doctor Deming.
—Dan, el agua caliente por favor —lo apremió Charis, de vuelta con ropa y toallas, camino al baño.
—En seguida —respondió aquel, y se encaminó hacia la puerta de la cocina hacia el exterior. El calentador se ubicaba afuera, bajo un cobertizo—. Última advertencia, Beth, no dejes que Jess se acerque a los fogones —se burló antes de salir.
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Acosado por la mirada interrogatoria de ella, Jesse encogió los hombros con apocamiento.
—Él... probablemente tenga razón.
—No tienes que acercarte a los fogones, puedes asistirme abriendo latas y cortando los tomates.
Jesse llevó la vista al salón para asegurarse de que Charis ya no estaba allí. No tuvo más opción sino revelarle a Beth el verdadero motivo.
—A Charis... no le agrada que yo toque su comida.
Beth se detuvo de golpe sobre su apresurado recorrido de un lado a otro reuniendo utensilios y lo observó con pasmo, hasta cierto punto de indignación.
—¡¿Y por qué diablos no?! —bramó.
Era la primera vez que oía a la dulce y cantarina Beth levantar la voz de ese modo y Jesse se alzó de hombros, convencido de haber cometido un error:
—Supongo... que por mi trabajo.
—¡Pero qué tontería! —exclamó ella, exasperada y movió la cabeza— ¡Ay, Charis! ¡Tan quisquillosa como siempre; no tiene remedio! —Se aproximó a él en un trote, y estrujó sin miedo sus manos en la suyas—. No le hagas caso, por favor. A mí me da igual; no has manipulado ningún cadáver en las últimas veinticuatro horas. Al menos no que yo sepa —añadió con una risa, dándole un ligero codazo—. Y aún si lo has hecho, confío en que te hayas lavado las manos. ¡Vamos!
Con las instrucciones de Beth, la cocina parecía fácil. Pero por otro lado, el platillo no tenía demasiada ciencia. Casi toda su dieta se había sustentado por años en comida enlatada, lista para calentar, o fideos instantáneos. Nunca se le hubiese ocurrido combinar ambos en tantas formas como ella listó mientras él cortaba tomates hasta convertirlos en puré.
—Basta con tirar el agua de los fideos, omitir el saborizante, añadir una lata de atún, salsa de tomate, verduras congeladas, ¡et voilà! Incluso puedes omitir la salsa de tomate y tienes otro platillo. O incluso añadir mayonesa. —Sin percatarse se había quedado quieto y escuchando atentamente—. O puedes dejar el agua de los fideos y añadir el saborizante y las verduras congeladas para un consomé. Quítale los fideos, añádele crema, tritura todo y tienes una deliciosa sopa espesa de verduras... ¡O incluso puedes sustituir el atún por huevos o salchichas en cualquiera de las primeras recetas, y ya tienes todo un nuevo menú! Con un poco de creatividad no tienes cómo aburrirte.
Jesse asintió, tomando notas mentales de cada una de las ideas de Beth. No sonaba tan difícil.
—No se me hubiera ocurrido ninguna de esas cosas.
—¿En verdad no sabes cocinar nada en absoluto? —cuestionó ella, conforme revolvía las verduras en la sartén con algo de agua para descongelarlas.
—Cada vez que lo he intentado, acaba en desastre.
—Solo tienes que seguir las instrucciones en el paquete. Por ejemplo, ¿cómo cocinarías la pasta?
—Su-... supongo que poniéndola en agua.
—De acuerdo, pero ¿cuánta agua?
—Uh...
—El secreto es que la pasta sea capaz de nadar libremente sin tocar el fondo. Primero espera a que hierva. Tampoco olvides la sal. Añádela poco a poco y prueba el agua hasta que no esté insípida ni demasiado salada. ¡Y no solo la dejes allí! La cocina es un arte, mi amor. Ningún pintor deja el lienzo y la pintura solas y espera que se pinte un cuadro. Debes revolverla de vez en cuando o se pegará. —Conforme listaba los pasos, iba añadiendo los fideos al agua hirviendo en otra cacerola—. También es importante no cubrirla, y que el agua no genere demasiada espuma y se rebalse. Por lo general bastan diez minutos, pero depende del tipo de pasta; claro que-...
—Es... demasiado —la cortó Jesse, empezando a marearse.
Beth suspiró con una sonrisa paciente y los ojos de una madre cariñosa. Charis ya hubiese perdido los estribos. Lo hacía siempre, cuando trataba con él; aunque el último tiempo cada vez con menos frecuencia...
—Bueno, estoy segura de que lo aprenderías si pusieras tu mente en ello. Entre tanto, ¡ya te di un par de recetas fáciles! Nunca puedes fallar con los fideos instantáneos.
—Subestimas mi talento para arruinarlo todo.
—¡Oh, vamos! No seas tan duro contigo mismo. Y escuches a Daniel. Pura fanfarronería. —Agitó una mano de uñas largas y rojas en el aire—. Si cocina bien es porque aprendió a hacerlo. Y si tú aprendiste algo tan complicado como tu trabajo, cocinar será pan comido.
Jesse soltó una suave risa por la nariz. Era fácil alrededor de Beth. Todo resultaba más sencillo con ella.
—¿Cómo lo aprendiste tú?
—Mi mamá. Ella... en verdad cocina delicioso. —De súbito, la expresión siempre alegre de Beth se tornó cavilante y melancólica, aun cuando mantuvo la sonrisa—. Lo siento, es solo... A veces extraño vivir con ella. Comer de lo que cocinaba todos los días, verla a cada hora... Es el precio de la independencia, ¿qué se puede hacer?
—Pero... viven en la misma ciudad, ¿no?
—Supongo —ella se alzó de hombros—. Aunque no es tan fácil como quisiera. Mi padrastro y yo no nos llevamos demasiado bien.
Al cabo de unos instantes sacudió la cabeza, y su acostumbrada jovialidad retornó a sus rasgos, aunque ligeramente atenuada.
—En fin, heredé la sazón de mamá; aunque claro, cada quién adquiere su propio estilo después de un tiempo —zanjó, y la expresión nostálgica de su rostro se borró al fin por completo—. ¿Y bien, cómo te va por allí? —se acercó a su lado y espió su progreso por encima de su hombro sano, reposando su simpático mentón redondo sobre él. Incluso un gesto como aquel resultó natural e inofensivo—. ¡Vaya! ¡Eres bueno con los cuchillos! ¿Cómo puedes serlo y no cocinar?
—Los uso a menudo en mi trabajo, cuando corto-... —La tensión por lo que había estado a punto de decir no tardó en manifestarse y su hombro se volvió de piedra bajo el mentón de Beth—. Cuando corto... «c-cosas».
Pero su reacción fue muy diferente a la que hubiese sido la de Charis. Beth solo hizo una «o» con los labios color ciruela y se rio, permitiéndole relajarse.
Una vez estuvieron listas las verduras, Beth las drenó y combinó con el tomate y el atún, y sazonó todo con sal, pimienta y orégano. Después añadió en la misma cacerola los fideos listos y empezó a revolver hasta que se fundieron con el jugo de la salsa, adquiriendo un apetitoso color rojo. Emanaba todo en conjunto un aroma tentador.
—Y el toque final. —Abrió con los dientes un pequeño envoltorio de azúcar para café que sacó de la alacena, donde habían guardado los víveres el día anterior y lo espolvoreó en la salsa—. ¡Está listo! —anunció al momento de apagar el fogón—. Mi absolutamente deliciosa pasta con salsa de atún y verduras. ¡Pruébala y dime qué tal!
Jesse titubeó en cuanto Beth le ofreció la cuchara de madera saturada en salsa. Y al momento de probarla para complacerla, colmó su boca un golpe intenso de sabores, pese a la simplicidad del platillo y los ingredientes.
—Vaya... —masculló asombrado.
—¿«Vaya bueno», o «vaya malo»?
—Bueno. M-muy bueno...
—¡Excelente!
Jesse se hizo con la cuchara para lavarla, pero Beth lo detuvo y volvió a quitársela.
—¡Hey, espera! No desperdiciemos nada —dijo, al momento de llevársela a la boca para lamer el resto.
Jesse la contempló perplejo, aunque para ella no pareció gran cosa. En definitiva, Beth era muy distinta de Charis...
Podía entender por qué a pesar de cuan diferentes eran, eran buenas amigas. Para alguien tan impetuosa y tan propensa a alterarse o entrar en desesperación, Beth debía resultar en un respiro. Eran el complemento perfecto.
—Charis aún no termina de ducharse, y no hay rastro de Daniel —suspiró Beth—. En fin, vamos a tapar esto hasta que se les ocurra aparecer.
Alargó la mano para alcanzar la tapa de la cacerola, la cual reposaba junto a la misma, demasiado cerca del fogón encendido hasta hacía muy poco. Al mismo tiempo, Jesse alargó la suya para detenerla, demasiado tarde.
Al instante de cerrar los dedos en torno al asa de metal de la tapa, Beth exclamó un grito y la dejó caer con un sonido escandaloso sobre las rejillas de la estufa, agitando los dedos en el aire, en el afán de calmar el ardor de la quemadura.
Jesse reaccionó al acto, abriendo la llave del fregadero con una mano y atrapando en la otra la de Beth, para luego tirar de ella y colocársela bajo el chorro fresco del agua. Fue casi instintivo.
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Súbitamente, la imagen cambió a su alrededor. Percibió un aroma distinto en el aire, y por fuera del ventanal cerrado, ya no vio el día, sino el cielo nocturno.
Sin embargo, la situación era la misma; o al menos terriblemente similar. La frialdad del agua entre sus dedos, y la mano femenina en la suya, solo que muy distinta. Más delgada; uñas cortas, mordidas hasta un punto doloroso, marcas rojas más notorias por el metal caliente. Un anillo dorado en su dedo anular.
«—Estás distraída, Ophelie...»
«—No estoy distraída... ¡Son estas malditas ollas!»
—Ya... estoy mejor. —La voz de Beth lo devolvió de golpe al presente—. Gracias.
En cuanto trasladó la vista de las manos de ambos al rostro de ella, esta lo contemplaba con curiosidad.
Jesse permaneció contemplándola enajenado por algunos segundos más antes de percatarse de su excesiva cercanía y de la posición protectora que había asumido inconscientemente detrás de ella, casi envolviendo su cuerpo con el suyo, mientras que sostenía aún bajo el chorro del agua la mano cálida de Beth, que se enfriaba de a poco.
Se apartó con un paso precipitado atrás, soltándola de golpe. Pero Beth no parecía molesta en lo absoluto. Sonreía del mismo modo dulce de siempre.
—¿Te... encuentras bien? —musitó él, casi en un jadeo.
—Gracias a ti. ¡Esa fue una reacción rápida!
Jesse alcanzó un paño de cocina del mesón y lo usó para secar la mano húmeda de ella, con pequeños golpes cuidadosos en la zona afectada.
Ella se lo permitió sin dejar de contemplarlo. Podía sentir su mirada intensa sobre sí.
—P-primeros auxilios básicos. N-no es... nada impresionante.
—Hago uso del derecho de impresionarme aun así —sonrió Beth, y le dedicó un guiño al tiempo en que se inclinaba hacia él con complicidad. Luego, su forma de observarlo cambió. Parecía genuina—. Eres muy dulce, Jess. No creo que lo oigas a menudo... pero es la verdad.
—Eso huele bien.
La voz de Charis a espaldas de ambos les hizo levantar la vista casi al mismo tiempo.
Aquella se hallaba bajo el umbral de la puerta con ropa recién cambiada y una toalla sobre la cabeza, bajo la que asomaban algunos mechones de pelo rojo compactos de agua.
La inflamación de sus párpados había disminuido ligeramente, y la irritación se había desvanecido del todo, pero su rostro parecía incluso más pálido y decaído que antes de tomar su ducha.
Trasladó de uno en uno sus ojos grisáceos, deteniéndose en Beth por un tiempo más largo, delatando aún a través de su expresión hermética algo muy parecido al reproche, antes de llevar la vista a las manos de ambos todavía unidas. Beth se soltó de él de forma repentina, llevándose el paño de cocina para acabar de secarse.
—Tuve un pequeño accidente con un utensilio de cocina, pero la comida ya está lista, sin víctimas fatales.
—¿Estás bien? —preguntó Charis, y se acercó para tomar su mano en la suya y evaluarla.
—Solo una pequeña quemadura. Jesse me ayudó.
Charis apenas la miraba. Parecía ausente mientras sostenía los dedos de su amiga entre los suyos. Por su parte, desde que la conocía, era la primera vez que Beth lucía incómoda.
—¿Y... Daniel? —preguntó a Charis.
—Le oí afuera por la ventana del baño. Hablaba con alguien por teléfono.
En ese momento, el susodicho entró en la estancia con la vista en la pantalla de su móvil. Tenía un aspecto intranquilo en el rostro.
Parpadeaba allí todavía la información de contacto de la llamada entrante. Jesse entornó los ojos intentando leer, pero se apagó antes de que pudiera hacerlo.
—¿Era... el oficial Jiménez? —preguntó a Daniel.
—No; era mi padre. Erika pescó un resfriado. No parece ser nada serio... pero les he pedido que me informen cualquier cambio. En fin, les conté que me estoy tomando unas pequeñas vacaciones en el campo y se alegraron. Envían saludos. —Aspiró el aire con una profunda inhalación que pareció despertarle una disposición un poco más alegre—. Mmm... ¡Huele delicioso!
—¡Desde luego que sí! —se fanfarroneó Beth—. Ya llevo la cacerola a la mesa. Entre tanto pongan los platos para que nos sentemos cuanto antes.
El grupo se dispersó cada uno en una dirección distinta en busca de platos y cubiertos. Jesse permaneció fijo en su sitio por algunos instantes, sin saber en qué dirección ir. Sabía a la perfección en donde encontrar cada cosa, pero la imagen a su alrededor, la de todos moviéndose de aquí para allá en busca de utensilios trajo a su memoria otro recuerdo parecido al primero.
Se preguntó por un momento si había sido una buena idea regresar a esa casa en primer lugar; o si todo lo que habría conseguido al final de ese viaje habría sido reabrir viejas heridas.
Después de comer, y tras de prepararse por indicación de Jesse para una pequeña salida al aire libre, se montaron en el vehículo y anduvieron un par de kilómetros por un nuevo camino que Jesse les indicó, más profundo entre los árboles, con rumbo a otro destino sorpresa que él optó por reservarse hasta que llegaran.
—No es nada especial —dijo Jesse a Beth cuando ella volvió a preguntar, inclinada entre los asientos delanteros—. Pero es un bonito lugar. Al menos... según lo recuerdo.
—Hm... tan misterioso como siempre. Pero hasta ahora todas las sorpresas han sido agradables al menos, así que voy a confiar en ti.
—Lo que es yo, ya estoy un poco cansada de las sorpresas —comentó Charis, desde su sitio junto a una de las ventanas del asiento trasero, sin apartar la vista de allí.
Durante todo el trayecto se había dedicado a mirar en silencio por la ventanilla hacia el exterior, al flujo incesante de árboles a través del margen del cristal, y al camino de tierra y grava bajo las llantas, distraída en su sonido.
Buscó la mirada de Jesse en el espejo retrovisor, pero este se la retiró apenas pudo interceptarla.
—¿Seguro que no puedes decirnos de qué se trata?
Transcurrió un espacio de casi un minuto antes de obtener una respuesta. Jesse no se la dio sino hasta echar un vistazo por los alrededores y luego asomar la cabeza por la ventanilla abierta para mirar al frente:
—No hace falta. Ya... hemos llegado.
El paisaje monótono de árboles se abrió al frente revelando un gran lago de aguas claras y calmas, hendido en medio de un prado, en donde la espesura de los árboles altos era remplazada por arbustos, y donde un grueso manto de hierba tapizada de flores silvestres blancas y amarillas cubría por completo el suelo.
—¡Guau! —exclamó Beth.
Charis se irguió en su lugar y se inclinó entre los asientos delanteros junto a ella para poder echar un mejor vistazo al frente. Contuvo un aliento.
—¡Mira, Charichi! ¡Qué sitio más hermoso!
—Es... muy bello, en verdad —tuvo que admitir.
Apenas Daniel estacionó el auto, Charis abrió se bajó, seguida de Beth, que la siguió dando saltitos.
—¡Es un muelle! —señaló, alargando una mano por encima de su hombro, sin dejar de brincar.
Detrás bajaron Jesse y Daniel. El primero avanzó hasta detenerse junto al lago, mientras que Daniel fue a reunirse con ellas.
—Bonito, ¿no? —dijo mirando alrededor con las manos en la cintura.
—¡Es precioso! ¿Se puede nadar aquí? —preguntó Beth a Jesse, acercándose al muelle.
—Supongo.
—¡Vengamos mañana mejor preparados para nadar!
—Ni siquiera empacamos bañador —le dijo Charis.
—Habla por ti, yo sí lo empaqué.
—¡¿Para qué?!
—Para esto, obviamente. Lo llevo conmigo aunque vaya a la nieve. Me lo llevaría a una misión a Marte.
—En Marte no hay agua —objetó Charis, cuando Beth se separó de ella para ir a tocar el lago.
—Y tú lo sabes porque obviamente has estado allá.
Beth apareció de pronto detrás de ella y metió una mano por su ropa, presionando su palma helada y húmeda contra la piel de su espalda.
Charis se contorsionó para evitarla con un grito:
—¡Maldita sea, Beth! ¡Está fría!
—También está mojada. Qué extraño, ¿verdad?
—¡¿Qué demonios, Elizabeth?! ¡¿Tienes doce años?!
Aún luego de que ella se alejase riendo como si los tuviera, Charis continuó temblando con la impresión aún latente de sus manos congeladas contra su piel. Sintió la blusa húmeda pegada al cuerpo y tiró de ella, dándole sacudidas en el intento de secarla.
—Lo que es ahora —intervino Daniel—, no veo por qué no podamos pasar una linda tarde con esta vista espectacular.
—¡Secundo eso! —chilló Beth, y volvió corriendo al auto—. Traje mi limonada especial que sobró anoche, y todos los snacks.
https://youtu.be/NZyPy2inax4
Charis se quedó atrás junto a Daniel en lo que ella iba y volvía del auto, mientras que Jesse permanecía de pie en el muelle, ajeno a todo. Charis lo contempló, preguntándose en qué pensaba.
—¿En verdad tienes frío? —le preguntó Daniel de súbito, rodeándole la espalda con un brazo y frotándole los hombros— ¿Quieres mi chaqueta?
—Me quedará enorme —se negó Charis—. Descuida, no tengo tanto frío. ¡No lo tenía, al menos! —gritó, echando una mirada asesina en dirección de Beth, y esta respondió soplándole un beso—. Se comporta como una cría. Me da vergüenza llevarla a cualquier lado.
Daniel se rio animado.
—Para nada; me agrada mucho.
Charis echó otro vistazo en dirección al auto. Beth había desaparecido de allí, y estaba ahora de pie junto a Jesse, hablando y riendo sobre algo mientras buscaba dentro de una gran bolsa. Sacó de allí una barra de chocolate que abrió y después le ofreció. Él la aceptó con una ligera sonrisa; quien sabía si a causa del chocolate mismo, o gracias al efecto que Beth causaba en todos.
—Incluso a Torrance parece agradarle...
—Me alegra. Es algo inusual en él; le tomó años relajarse tanto conmigo. Aunque claro, le costó algo menos contigo.
—Y le bastó con una semana con Beth.
—Ella parece la clase de persona con la que resulta fácil bajar la guardia.
Charis dio un cuarto de vuelta para mirarlo.
—¿Así que dices que yo no soy como esa clase de personas?
Los ojos de Daniel se movieron nerviosos de regreso a ella, pero no hizo nada por contradecirla. Charis asintió, dolida.
—Ya veo...
—¡No te lo tomes a mal! Eres más impetuosa y eso no tiene nada de malo —la reconfortó Daniel—. Al contrario. De hecho, a veces siento algo de envidia.
—¿De qué, exactamente?
Daniel se reservó un gesto extraño. Pareció como si escondiese algo tras los labios, súbitamente tensos en una línea apretada. Aquel retornó la vista a su mejor amigo.
—Últimamente siento que Jesse confiara más en ti. Es decir... te contó cosas respecto a él en solo un par de meses que a mí no me ha confiado en años. Incluso... a veces parece que supieras otras que yo ignoro completamente.
Charis se petrificó, inerme ante esa suposición.
—Estás equivocado, Daniel —disintió, aunque en el fondo la culpa empezaba a carcomerla de nuevo—. En todo caso, si así fuera, no es que yo le haya dejado opción, precisamente.
Daniel la contempló por el rabillo del ojo en silencio, invitándola a continuar. Charis suspiró con gravedad y puso los ojos en blanco.
—Si me ha contado cualquier detalle que a ti no, no pienses que sea porque confía más en mí. Es porque yo soy mucho más entrometida que tú. Pero eso ya lo sabes.
Daniel torció una sonrisa. Por un momento, pareció aliviado y conforme con ello.
—Lo sé.
Charis fingió ofenderse, y dejó caer la mandíbula.
—Así que primero soy odiosa y ahora entrometida.
—Creo que la palabra que yo usé fue «impetuosa». Y lo segundo lo has dicho tú.
Ella movió la cabeza con una sonrisa, y volvió la vista al frente, algo más relajada.
—En fin —suspiró Charis—. No pienses mal de Torrance. Él confía en ti, Dan. Y te estima muchísimo; más de lo que piensas. Solo... es terrible expresándolo.
Charis no lo estaba mirando, pero tras algún instante, percibió sobre sí la insistencia de sus ojos en ella. Sin embargo, cuando le dirigió los suyos Daniel desvió la vista y la clavó en el suelo.
—A fin de cuentas... supongo que todos tenemos dificultades con ello.
Ella pestañeó, sin comprender. Daniel le envolvió los hombros con un brazo y la impelió a caminar, en dirección de Beth y Jesse.
—Vamos con ellos.
Para cuando llegaron, Beth estaba agachada otra vez junto a la bolsa, escarbando en ella.
—¿Qué tanto buscas allí? —preguntó Charis.
Vio al interior de la bolsa una botella de bebida rosada y burbujeante, vasos plásticos, y paquetes de papas fritas, frituras de queso, y dulces moviéndose de aquí para allá conforme ella excavaba hasta casi llegar al fondo.
—Resulta que hay otra cosa que cargo siempre conmigo, junto con mi traje de baño... ¡Aquí está!
Charis reconoció la caja cuando Beth la levantó en el aire como un trofeo, y supo en seguida lo que contenía.
Constituía en el pasado tanto un alivio de sus noches aburridas cuando vivían juntas Los Ángeles, como una pequeña distracción para los días sin movimientos en el club: un juego de naipes.
—Pero qué recuerdos —sonrió Charis—. Ha pasado mucho tiempo.
Beth se hizo con la caja y entregó la bolsa a Daniel al pasar marchando por su lado en dirección al muelle:
—¿Llevarías esto por mí, galán? —Por el camino les hizo una seña para que la siguieran—. ¡Espero quesean buenos, muchachos! Porque están ante la reina del Rummy.
—La reina del ron, más bien —corrigió Charis.
Daniel cargó la bolsa y caminó junto a ella, seguidos de Charis y de Jesse un poco más atrás.
—Hace mucho que no juego, pero creo que recuerdo cómo hacerlo —dijo Daniel—. ¿Apostaremos algo?
—¡Prendas! —decidió Beth.
—¡De ninguna manera! —objetó Charis.
—Si eres aburrida sólo dilo... Bien, entonces el ganador dará un reto al perdedor, ¿eso estaría mejor?
—Todavía no me fío. Acabaremos todos saltando desnudos en el lago.
—Me halaga que ya estés resignada a que voy a ganar —dijo Beth, conforme revolvía los naipes en su mano.
Charis avanzó hasta quitárselos y reanudó la tarea ella misma, asegurándose de mezclar bien las cartas.
—Sin trampa. Y eso ya lo veremos.
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—¡Reina invicta del Rummy! —celebró Beth, agitando sus naipes en la mano, conforme los demás extendían sus propias manos de cartas sobre la superficie de madera del muelle tras su derrota.
—Esto es una porquería —se quejó Charis—. ¡No recordaba que fuera tan mala jugando!
—No te sientas mal. Considera un honor perder ante la reina.
—Autoproclamada. Eso normalmente acaba en decapitación.
El muelle era bastante amplio, por lo que aún ubicados en torno a un amplio círculo, había espacio suficiente para los bocadillos y las bebidas, además de las cartas.
A espaldas de ellos, junto al muelle, sonaba la música proveniente desde el estéreo del auto de Daniel, a través de las puertas que habían dejado abiertas para poder oír.
—Ahora haz los honores y cuenta los puntos para ver quien perdió.
—¿Para qué? —gruñó Charis— Es claro que perdí yo. Mira esta mierda de mano.
—No me mires a mí. Tú insististe en repartir.
—Para que no hicieras trampa.
—¿Y qué tal te resultó eso? Ni siquiera necesité hacerlo para patearte el trasero —rio Beth—. Acepta tu derrota dignamente, y más vale que apures esa bebida, porque estoy pensando en un reto jugoso para ti.
—No te des tantos aires. Te ganaré en la otra ronda.
—No faltes el respeto a la reina. No hagas que reconsidere mandarte a saltar desnuda en el lago.
Charis gruñó por lo bajo y le dio un trago a su vaso.
—Se me ocurre algo —dijo Beth—. ¿Quién de nuestros dos caballeros obtuvo el penúltimo lugar?
—Creo... que fui yo —musitó Jesse.
—Bien, estoy teniendo problemas en decidir un castigo, así que nombro a Dan mi real consejero para que me ayude a dictar una sentencia para los dos ajusticiados.
Charis sintió un vacío en el estómago. Conociendo a Elizabeth, no les retaría a hacer nada humillante, pero sí lo suficientemente vergonzoso como para entretenerla. No alcanzaba a determinar qué era peor, si afrontar sola un castigo, o tener que llevarlo a cabo junto con Torrance, sea lo que fuera que a Beth se le ocurriese.
De algún modo, lo segundo parecía peor.
—¡No lo metas en esto! Yo soy la perdedora. Además, Jess está lesionado.
Para su sorpresa, el aludido dio un par de cabeceadas en acuerdo. Era la primera vez que estaban de acuerdo en algo. Daniel torció una sonrisa maquiavélica.
—Me gusta la idea. Acepto el cargo —dijo a Beth.
—¡Excelente!
Ella abandonó de un salto su lugar para ir a situarse junto a Daniel, y una vez a su lado se inclinó lo suficiente en su dirección como para poder hablar con él al nivel de cuchicheos, para no ser oídos.
En lo que ellos deliberaban, Charis respiró hondo para armarse de valor y paciencia. Cuando le dirigió la mirada a Jesse, este dio un repullo con aspecto tenso.
¿De qué forma podría terminar eso para ambos?
Tras un instante, Beth y Daniel intercambiaron un gesto de mutuo acuerdo y Beth se puso de pie, aclarándose la garganta de forma ceremoniosa
—Esta corte ha determinado la sentencia. Por el poder conferido a mí, por mí, condeno a los ajusticiados, Charis Cooper y Jesse Torrance, a efectuar en honor de la reina y de su real consejero... ¡un baile! —exclamó, extendiendo los brazos con teatralidad.
Charis pestañeó. Echó otro vistazo hacia Jesse, quien contemplaba a Beth tan desconcertado como ella.
—... ¿Huh?
—¡Claro que no, no somos tus bufones!
—Es eso, o ejecución por inmersión.
—¿Es decir...?
—Saltar al lago.
Sin más opción que aceptar, y en lo que Beth conectaba su teléfono móvil al modo bluetooth de la estéreo del auto de Daniel, Charis y Jesse aguardaron de pie en el muelle, uno frente al otro.
—¡Rápido! —la acució Charis—. Nada de salsa, ni mambo, ni cumbia... No sé bailar nada de eso. Y nada mayor a tres minutos.
Daniel se limitaba a beber y a comer, en espera del espectáculo. Charis lo fulminó con una mirada.
—Eres cómplice de esto —le dijo, y trasladó su atención a Jesse, quien se hallaba convertido en estatua desde que habían tomado posición para llevar a cabo el reto—. ¿Seguro que quieres hacerlo?
—No me... importa —musitó él, pero su expresión lo contradecía.
—¡Encontré algo!
—Bien, ponlo ya —la apremió Charis, y se aprontó en su sitio, a la vez que Jesse titubeaba en el suyo.
Beth oprimió la pantalla de su móvil. Y cuando Charis avanzó para posicionarse, comenzó a sonar a todo volumen una canción lenta en percusión y saxofón: «Careless Whisper». Al momento de oírla, Charis retrocedió rodando los ojos con un respiro exasperado. Daniel empezó a desternillarse.
—¡Beth! —chilló Charis.
—¡De acuerdo, de acuerdo! —se rio aquella— Solo era una prueba de sonido. Aquí viene la definitiva.
Charis aguardó, cada vez más nerviosa. Considerando la clase de canciones que Beth tenía en su repertorio de música lenta, sabía que no tenía caso esperar nada muy diferente a eso.
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Pero otra canción muy diferente comenzó a sonar. Era más suave y agradable que la primera; pero igualmente... una canción lenta.
—¡¿Qué esperan?! —Beth dio dos aplausos en el aire—. Tendrán que esforzarse, o la corte decidirá otra sentencia.
Charis emitió un chasquido con la lengua.
Viendo que Jesse continuaba paralizado en si sitio, ella avanzó hasta encontrarlo y levantó las manos, intentando averiguar cuál era el modo correcto de posicionarlas.
—Bien, ¿cómo era?...
Jesse apretó los labios un momento, y avanzó el último trecho con un suave suspiro.
—Así —le indicó.
Llevó su mano izquierda a la contraria de Charis, pero se detuvo antes de llegar tocarla con un afán tentativo, mediante el cual pareció esperar por su consentimiento. Finalmente, fue ella quien depositó su palma en la suya. El tacto extremadamente frío de su piel no falló en sorprenderla cuando Jesse cerró con cuidado los dedos alrededor de su mano, mas Charis no se alejó y por su parte cerró los suyos en torno a la de él.
Después, Jesse movió su mano libre hacia el cuerpo de ella, aunque se detuvo otra vez sin llegar a tocarla.
—Uh... ¿Está bien si yo-...?
—Sí... Seguro. Solo hazlo.
Antes incluso de que él tocase el costado de su cintura, Charis se encogió por reflejo para huir al frío de su piel. Sin embargo, la mano de él se posó de forma tan ligera que apenas podía sentir su tacto helado traspasando su blusa. Ella soltó un suave bufido, a partes iguales divertida y fastidiada por su excesivo cuidado.
—Puedes tocarme, Torrance. No te voy a morder.
—Ya lo sé; e-es que-...
—Cállate. Tú eres el varón; tú guía.
Él obedeció como un niño escarmentado. Y cuando dio el primer paso, Charis retrocedió otro con el mismo pie y se dejó llevar.
Comenzaron con un vaivén suave con pasos cuidadosos, sin demasiada parafernalia. Charis mantuvo los ojos puestos en los pies de ambos; tanto para no pisar los de su compañero, como para evitar los suyos y no ser pisada, pero le sorprendió darse cuenta de que al menos él no tenía dos pies izquierdos para el baile, como se hubiese esperado de alguien tan desgarbado.
Y cuando levantó la vista, el sorprenderle haciendo lo mismo le hizo algo de gracia.
—¡Así está mejor! —les dijo Beth desde su lugar, masticando chocolate mientras que Daniel rellenaba los vasos de ambos—. ¿Qué dices, real consejero? ¿Te complace su interpretación?
—Diría que no lo hacen nada mal —opinó aquel, con una ceja en alto y una mueca burlona en los labios.
—¡Una vuelta, vamos! —demandó Beth.
Tras una vacilación, Jesse guio la mano de Charis por encima de su cabeza, y ella dio un giro bajo su brazo, afianzada a las puntas de sus dedos helados. El paisaje a su alrededor dio vueltas con ella y se percató de que la tarde comenzaba a teñir el cielo de violeta y rojo, y que el lago devolvía reflejos con la misma tonalidad. Cuando volvió a la posición inicial y él volvió a situar su mano en su cintura, lo hizo más confiado y ella no rehuyó de nuevo.
—¡Ahora una inclinación!
Charis movió la cabeza con un resoplido, empezando a sulfurarse. Beth se las pagaría.
Alzó hacia Jesse un gesto interrogativo en espera de alguna clase de confirmación. Él asintió y movió su mano hasta situarla en su espalda baja, listo para sostener su peso.
—Espera. No puedes, por tu lesión.
—Está bien. Te tengo —le aseguró él, y cuando se inclinó en torno a ella, Charis se tendió de espaldas casi al mismo tiempo, confiada de su palabra.
Se sostuvo de su hombro procurando no tocar la zona des u lesión, y descendió hasta que pudo ver el cielo rojizo frente a sus ojos.
Pese a su inicial reticencia, al percibir la firmeza de sus manos, Charis tuvo la certeza de que Jesse no la dejaría caer, así que pudo relajarse y disfrutar de la extraña pero agradable experiencia de pender sobre el suelo, sintiéndose ligera; como si volara.
Dejó caer la cabeza hasta ver el lago en posición invertida, y la sensación de su cabello flotando en el aire con la brisa de la tarde le transmitió un cosquilleo fresco y agradable a su cuero cabelludo.
Se percató de que nunca había hecho nada similar, y la novedad hizo que se le escapase una risa emocionada.
Percibió de pronto bajo su espalda un ligero temblor proveniente del brazo de Jesse y determinó que aún era pronto para que lo forzase demasiado y que era momento de volver a su posición erguida. Así que, ayudada de su mano, se levantó entre risas.
Sin embargo, la sonrisa se desvaneció paulatinamente de sus labios en cuanto se encontró frente a frente con el rostro pálido de Jesse, tan cerca que podía sentir claramente su respiración tibia mezclándose con la suya en un solo halo.
Su primer reflejo fue el de retroceder. No obstante, los inusuales ojos de Jesse la retuvieron en su sitio por un momento algo más largo, durante el cual los contempló absorta. Se fijó en que el tono melado era más intenso alrededor del centro del iris, y que se oscurecían progresivamente hacia el exterior, enmarcados por un aro oscuro.
Nunca había estado tan cerca el tiempo suficiente como para notarlo... Recordó de pronto el reducido espacio que ahora había entre ellos, y retrocedió con un sobresalto, sintiendo acaloradas las mejillas.
—Eso... fue divertido —masculló, acomodándose otra vez el cabello, metiendo los mechones sueltos de regreso a su sitio detrás de sus orejas—. No lo haces nada mal, Torrance.
Él apretó los labios en algo parecido a una sonrisa.
Después de ese punto, la suave danza transcurrió más tranquila; sin más acrobacias ni maniobras. Charis se percató de que había pasado de sentirse humillada, a divertirse.
—Creo que nunca había bailado nada de este estilo.
Y fue solo luego de poner sus pensamientos en palabras que cayó en cuenta de otro hecho evidente y mucho más desconcertante, que le borró la sonrisa de los labios.
—Nunca había... bailado vals. Pero tú sí —resolvió al darse cuenta de que era precisamente eso lo que bailaban, y que él había estado guiándola todo el tiempo—, ¿no?
Jesse dio un tropiezo que puso un abrupto final a la danza. Casi al mismo tiempo, la canción cesó de sonar.
—¡Maravilloso! —exclamó Beth, entre aplausos.
A su lado, Daniel la acompañó con una versión menos efusiva, observando con una sonrisa leve.
Charis se distrajo lo suficiente en ellos como para no notar el momento exacto en que las manos de Jesse la soltaron. Y para cuando volvió la vista al frente, todo lo que alcanzó a ver fue una fugaz visión del perfil de su rostro tras su cabello alborotado cuando él se alejó sin decir nada, dejándola atrás con otra interrogante sin contestar; y la cual, con toda seguridad, tampoco conocería nunca una respuesta.
https://youtu.be/zIpgHbsf9kQ
Las visitas al lago se volvieron una rutina que se repitió los tres siguientes, y la semana parecía esfumarse con rapidez. Procuraban almorzar temprano, y después volvían al muelle con bocadillos y bebidas, y pasaban la tarde jugando juegos o charlando. Regresaban a casa antes de la puesta del sol, y allí continuaban jugando, bebiendo y hablando hasta la hora de dormir.
Beth se metió al lago cada día sin falta. Logró convencer a Daniel de acompañarla, mientras que Charis y Jesse permanecían en la orilla observándolos nadar sin hablar demasiado entre ellos.
Durante toda su estadía, el teléfono móvil de Charis no cesó de sonar y vibrar con mensajes y llamadas que procuraba ignorar, pero que empezaban a tonarse una molestia.
La tarde de su cuarto día allí, en lo que Beth disfrutaba de sus últimos minutos metida en el agua, mientras que Daniel se secaba sentado en la orilla del muelle, desde donde charlaba con ella, Charis abandonó su lugar junto a él para ir a sentarse junto a Jesse en la base del muelle con los pies colgando sobre el agua.
—Nos queda poco tiempo aquí y no has querido meterte a nadar ni un solo día —observó.
—¿Qué hay de ti? —replicó él, pero Charis no pudo percibir ninguna intención maliciosa en su voz. Tampoco sonaba acusador; solo curioso.
—Odio el agua fría —admitió ella—. Es todo. ¿Cuál es tu excusa?
Jesse se reclinó ligeramente y estiró los brazos a los costados de su cuerpo, con lo cual elevó los hombros hasta casi esconder la cabeza entre ellos.
—No sé nadar.
Charis exclamó un boqueo.
—¡¿De verdad?! ¿Nunca aprendiste?
—Nunca tuve la oportunidad.
—¿Y qué pasaría si un día caes al agua?
—Me hundiría como una roca.
—Daniel podría enseñarte. O Beth; ella es una gran nadadora. Aún nos quedan un par de días, aquí. Quizá mañana-...
Jesse movió la cabeza en una firme negativa.
—Sería inútil... Créeme.
—Esto es ridículo; eres un Piscis. Un pez que no sabe nadar... —Charis movió la cabeza—. Tu abuelo es una persona interesante. Te enseñó a disparar, pero no a nadar.
—Ni siquiera estoy seguro de que él sepa hacerlo.
—¿No? —se extrañó ella— Pero... dijiste que pasaste mucho tiempo con él cuando eras un niño.
—Es... algo distinto.
—No comprendo.
—Es decir... pasar tiempo con él, y charlar... eran cosas diferentes. Muy diferentes. —Al decir aquello, Jesse perdió la mirada más allá del muelle. Incluso era posible que más allá del final del lago.
Charis guardó silencio en lo que lo reflexionaba. Aquello sí que podía entenderlo. Ella y su padre eran la prueba viviente de que se podía vivir mucho tiempo con alguien sin llegar jamás a conocerlo del todo.
Abrió los labios para reanudar su charla, cuando su teléfono móvil vibró quizá por veinteava vez en el día en su bolsillo. No tuvo que verlo para saber quién era.
—No otra vez...
Tuvo sobre sí la mirada interrogatoria de Jesse. Sabía que él no haría preguntas si ella no decía nada al respecto, pero por otro lado sintió que no haría daño descargarse un poco.
—Es Victor —admitió. Jesse se reservó un gesto—. No se lo digas a Dan, pero... desde lo que pasó en el hospital que no ha dejado de escribirme mensajes y llamarme. Pero jamás le respondo.
En aquel punto, el ceño de Jesse se frunció perceptiblemente, aunque procuró disimularlo.
—¿Por qué no bloqueas su número?
Charis suspiró y volvió a guardar su móvil.
—Porque tenía la esperanza de volver a hablar con él, eventualmente.
Por primera vez, Jesse no hizo nada por disimular el desagrado que cruzó sus facciones.
—¿Por qué me ves así? No es para reconciliarnos, ni nada. —Charis hizo un profundo respingo, y luego exhaló una bocanada—. Toda mi vida, cada vez que he dicho adiós a alguien, ha sido en los peores términos posibles. Mi madre, mi padre, mi cuñada y mis sobrinos, Mason... Incluso abandoné una vez a Daniel sin despedirme, y a Beth, para después no hablarle durante meses, cuando vine a Sansnom. Y ya no quiero hacer eso —admitió—. Por una vez... quería dar la cara y cerrar un ciclo sin rencores de por medio, o dejando cosas sin decir.
La mueca de Jesse pareció atenuarse.
—Ya veo...
—Pero creo que elegí a la peor persona posible para ahondar en esa filosofía... No sé cómo voy a sentarme frente a Victor llegado el momento, y a hablar las cosas de forma civilizada con él cuando todo lo que quiero ahora mismo es darle un puñetazo. No pasa una hora sin que reciba mensajes suyos. Los leía al principio; y todos eran excusas sobre lo que pasó. Al parecer yo lo malentendí todo —ironizó ella—; las cosas no pasaron como yo las recuerdo, y él es la víctima. Debo tener una horrible memoria.
Jesse cambió su expresión hasta que su gesto se tornó cavilante.
—Si no quieres que Dan lo sepa, ¿consentirías... en que sea yo quien hable con él?
Charis exhaló una risa:
—¿Para qué? Dudo que te haga más caso que a mí. ¿Y qué harías tú al respecto en cualquier caso?
—Verás... esta es una de esas ocasiones en las que resulta más útil saber disparar que nadar.
Charis se tornó seria. Algo parecido a una sonrisa le bailó en los labios, pero sin llegar a sus comisuras, pues el rostro de él permaneció serio e inalterado.
No fue sino luego de unos segundos, los que le parecieron una eternidad, que él relajó los rasgos. Se rio suavemente y le hurtó el rostro con un meneo de cabeza:
—Vamos... Solo bromeo.
Su pulso, momentáneamente acelerado, fue en descenso y Charis soltó el aire en un bufido aliviado.
—El punto de una broma es hacer reír a los demás, Torrance. Con esa expresión seria al insinuar que planeas matar a alguien, todo lo que consigues es asustar a la gente.
—Lo siento...
—No lo sientas —suspiró ella—. Voy a asumir que es parcialmente cierto. Te llamaré para que lo manejes si Victor acaba por fastidiarme.
—Y yo esperaré ese llamado.
Su tono fue menos serio en esta ocasión y ella pudo terminar de relajarse. Pero entonces, volvió a percibir su bolsillo vibrar.
—¡Maldita sea con este tipo! Parece que recibirás ese llamado muy pronto. ¡¿Ahora qué es lo que-...?!
No obstante, cuando rebuscó en el bolsillo de su abrigo en busca del móvil se percató que no era el suyo el que vibraba, sino uno de los tres que guardaba.
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—Es el de Daniel —masculló.
El aspecto en el rostro de Jesse cuando tuvo su mirada sobre ella la desconcertó. Todo afán bromista había desaparecido de su faz, y su vista fija estaba puesta ahora en la pantalla iluminada del móvil.
—... ¿Jiménez? —preguntó en un susurro.
—No... —El contacto estaba agendado como «papá»—. ¡Dan! —lo llamó Charis—. Tu padre está llamando.
Aquel se dio la vuelta sobre su lugar al final del muelle y se levantó casi de un salto.
—... ¿papá? —silabeó sin voz, apurando los pasos.
Tomó a las prisas su teléfono móvil de la mano de Charis y pasó de largo junto a ellos, saliendo del muelle para contestar.
Ambos lo siguieron con la mirada. Un extraño presentimiento estremeció el estómago de Charis. Supo que no era la única en cuanto llevó la vista a Jesse y le encontró con una expresión igual de seria.
Entonces, la voz de Daniel se elevó por encima de su volumen normal, y su rostro palideció hasta tornarse cetrino.
—¿Mamá?... Espera... ¡Tranquila! ¡¿Qué fue lo que...?! —Hubo una pausa. Demasiado larga. Aún desde su lugar, podían escuchar la voz agitada de una mujer, farfullando algo del otro lado de la línea de manera atropellada— ¡¿Erika?!
Charis se puso en pie con el corazón en un puño. Se tambaleó en su lugar sobre los talones, intentando determinar si debía acercarse.
Daniel había comenzado a dar vueltas mientras hablaba, deslizando con fuerza la mano libre por su cabeza una y otra vez como un desquiciado.
—¡Pero...! ¡¿Por qué nadie pensó en que...?! ¡No...! ¡Mamá, cálmate! —Tomó un profundo respiro—. Cálmate y... dile a papá que me llame. Estaré allá hoy mismo. Te quiero... Por favor, ten calma.
Daniel cortó la llamada. Sus rasgos perfilados por la luz de la pantalla de su móvil lucían funestos. Se tambaleó como si fuera a caerse, y esa fue la señal para que Charis se acercase en un trote, temiendo que se hundiera en el lago.
—¡Dan! ¡¿Qué ocurre?!
—¿Qué sucede? —oyó a Beth preguntar a Jesse, a la distancia.
Daniel selló los labios antes de hablar. Cuando viró hacia ella, Charis se estremeció. Había una niebla húmeda en sus ojos.
—Erika —bisbiseó con el mentón tembloroso—. Mi hermana.
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