6. Prueba de Amistad
https://youtu.be/ZIWYkq4nyyw
El reducido aire al interior de la cava mortuoria estaba húmedo y helado, saturado de un hedor tan penetrante que, por primera vez en todo su tiempo trabajando allí, Jesse fue incapaz de respirar. Se cubrió la nariz y la boca con una mano, mientras que con la otra buscó a tientas en la oscuridad el fondo del compartimiento.
Afanó allí con fuerza para impulsarse fuera, pero la bandeja bajo su cuerpo se deslizó apenas un par de centímetros antes de detenerse del todo al chocar con la puerta del extremo contrario. Tuvo que retirar la mano de su rostro y empujar con ambas, y, sin poder aguantar más, respiró. Al mismo tiempo en que la agresiva fetidez se metió hasta el fondo de su nariz, descubrió un hecho desconcertante: Victor había cerrado desde afuera.
Jesse se rindió. Hizo acopio de toda su entereza para mantener la calma.
—... ¿Me dejas salir?
La voz de Victor le llegó amortiguada del otro lado de la pesada puerta de acero que los separaba:
—Eres valiente; lo admito. Pensé que estarías chillando como un cerdo a estas alturas —se burló—. Un pequeño... cerdito flaco.
Jesse sufrió un temblor involuntario. Los grados bajo cero requeridos para la correcta conservación de los cadáveres al interior de las cavas ya empezaba a pasarle factura.
La aplastante oscuridad no le permitía ver al anciano recién fenecido al que acababan de colocar en una de las bandejas contiguas; aunque, honestamente, eso no le hubiese importado tanto como el frío lacerante y el olor irrespirable.
—Victor —llamó, empezando a impacientarse—. Tengo cosas que hacer.
—¿Cuál es la prisa? —se rio él, del otro lado—. Jamás te burles de mí, Casper. Que esto te sirva de recordatorio. —Y golpeó la puerta dos veces.
Dentro, los golpes oyeron ensordecedores. Estaba demasiado aturdido producto del frío y la falta de oxígeno para hilar pensamientos, salvo por una cosa:
—M-... mi nombre... es Jesse.
—No me hagas enojar más; todavía no oigo que te disculpes. ¡Ya sé! Di: «mi nombre es Casper». O mejor, haz ruidos de cerdito. ¡O ambos! y te dejaré salir, lo prometo. —Se rio, como si fuera la mejor broma del mundo.
Jesse suspiró. Hubiera deseado no tener un marco tan amplio de referencia de lo que podía soportar antes de romperse, y que los intentos de Victor por amedrentarlo fueran suficientes. De ese modo, quizá hubiera accedido y ya estaría fuera de ese lugar. En cambio, no hizo otra cosa que aguardar en espera de que Connell se diera por vencido, preguntándose cuánto tiempo bastaría para contentarlo.
Victor azotó la puerta con más fuerza. Todo el interior de las cámaras de conservación vibró.
—¡Oh, vamos!: «Mi nombre es Casper, el cerdito», y luego un pequeño sonido —apremió—. O no saldrás de aquí hasta que alguien se dé cuenta de que no estás y vengan a buscarte. En momentos como estos desearías tener más amigos vivos, ¿huh?
—¿Jess? —La voz de Daniel lo sorprendió tanto como debió sobresaltar a Victor. Jesse lo supo por el silencio mortal que vino después—. Connell... ¿Qué rayos haces aquí? ¿En dónde está Jesse?
—¿Qué voy a saber yo? —dijo el aludido, con toda naturalidad.
Jesse guardó silencio. Si Daniel se daba cuenta, habría una confrontación entre ambos. Y lo último que deseaba era ocasionarle más problemas.
Esperó pacientemente, rogando porque se marchase pronto, dispuesto a complacer después la demanda de Victor si con eso evitaba una trifulca.
—¿Se puede saber entonces con quien hablabas?
—¿Con quién estaría hablando?, ¿con los muertos? —se burló Victor— Pasas demasiado tiempo con Torrance.
Jesse oyó rechinar la puerta de la cava como si algo se hubiese asentado contra ella. Imaginó que debía de ser Victor, en el afán de esconderla de la vista de Daniel.
Hubo un silencio largo durante el cual en verdad temió que se hubiesen ido los dos, dejándole allí encerrado. Producto del frío, ya empezaba a sentir las extremidades entumecidas. Pero entonces, oyó de nuevo la voz Daniel.
La tensión incrédula en su tono rayaba en una ira latente, impropia de él;
—Oh, no... No lo hiciste.
—¿Hacer qué? —La voz de Victor pretendía sonar bromista, pero llevaba un trémulo perceptible.
Jesse escuchó el eco de dos zancadas, y después un breve forcejeo por fuera de la puerta de la cava, acompañado de otro rechinido.
—¡No lo hiciste! —vociferó Daniel, por segunda vez.
La puerta rebotó como si lo que fuera que antes se hallara apoyado sobre ella saliera de golpe.
Escuchó después el sonido del seguro de la puerta de la cava, el rechinido de la manija, e inmediatamente después, el rostro lívido de Daniel apareció en el compartimiento abierto de la cámara mortuoria, con un halo de luz.
La bandeja traqueteó violentamente bajo su cuerpo en el momento en que él la deslizó fuera de un tirón y se precipitó al piso con un estrépito. Daniel lo atajó en el aire y lo sostuvo en pie, ayudándole a mantener el equilibrio sobre sus piernas rígidas de frío. Una vez fuera, entre temblores y la tos suscitada por la sonora bocanada de aire que respiró y que transcurrió fría por su garganta irritada, no pudo ver a Victor marcharse de allí, pero escuchó el eco de sus pasos cuando escapó de la morgue a toda prisa, aprovechando su distracción.
Daniel hizo por lanzarse a su siga, pero Jesse lo atajó:
—¡Dan-...! —Tuvo que colgarse de él con todo el peso de su cuerpo para poder retenerlo—. Dan, no. No vale la pena...
—¡¿En qué demonios piensa ese maldito imbécil?!
Jesse batalló para frenarlo en un nuevo intento de ir tras Victor; pero los brazos adormecidos le fallaron y tuvo que soltarlo. Perdió otra vez el equilibrio con el impulso y se fue al suelo de rodillas, en donde permaneció encogido y temblando de forma patética.
Daniel se detuvo de golpe bajo el quicio de la puerta. Y tras debatirse allí unos instantes, emitió un gruñido exasperado y volvió junto a él.
Ocupó el lugar de las manos de Jesse con la suyas y le frotó los brazos de arriba abajo en el intento de abrigarlo. Después, se quitó aprisa la bata blanca y se la puso sobre los hombros.
—No-... Dan, espera... Apesto.
La fetidez al interior de la cava mortuoria escocía tan profundo en lo alto de su nariz que no sabía si el olor se le había quedado grabado allí, o si ahora estaba impregnado en él.
No obstante, el agradable calor de la bata de Daniel fue bienvenido sobre sus brazos helados en cuanto aquel ignoró sus protestas y lo envolvió con ella, cerrándosela sobre el pecho. Aplacó con ello su castañeteo incontrolable de dientes.
—¡¿Cuánto tiempo te tuvo ahí dentro?! —Sin darle tiempo a responder, Daniel dejó salir un bufido enardecido—. Te juro que lo voy a matar... ¡Voy a matar a ese idiota apenas lo vea!
—Basta, Dan... No vas a matar a nadie.
—¿Y si no hubiera llegado? ¡¿Y si te hubiese dejado ahí?!
Jesse desvió la mirada al compartimiento abierto y a la bandeja en el piso. El que oliera así solo significaba que necesitaba urgentemente una limpieza a fondo. Y él necesitaría más tarde una ducha y un cambio de ropa.
Se apartó de Daniel, todavía con la bata sobre los hombros y conectó una manguera que colgaba enrollada en la pared al grifo de agua del «área sucia».
—No me hubiera dejado allí —zanjó, recuperando una caja de detergente de una de las gavetas—. ¿Para qué me buscabas?
Daniel tuvo que tomarse una larga pausa antes de hablar, en lo que Jesse adivinó que reunía paciencia y se calmaba.
—Vine a avisarte que el servicio funerario ya está aquí.
—¿Tan pronto? —suspiró Jesse.
No era su tarea informarle sobre aquello, pero imaginaba que Daniel aprovechaba esas pequeñas escapadas por la misma razón que él prefería estar allí durante los días ocupados: para tener un momento de calma. El cual Victor había arruinado por completo.
Todo por nada... y ahora tendría que despachar el cuerpo a sus seres queridos oliendo a depósito mortuorio.
—Subiré en un momento...
Mientras que Jesse se quedó a prepararlo todo para despachar el cuerpo a los servicios funerarios, Daniel pudo subir al fin de regreso con un solo propósito; a pesar de las negativas de Jesse, y después de jurarle que no haría nada al respecto.
No obstante, en lo que buscaba su objetivo por los alrededores, su teléfono móvil vibró en el bolsillo de su uniforme. Estuvo a punto de cortar, pero abandonó la idea y una parte de su ira se evaporó al ver el nombre titilando en la pantalla.
—Charis... ¡Ho-hola! —respondió.
—Hola, Dan, ¿estás ocupado?
—En realidad... —Daniel selló los labios y respiró hondo, con un pestañeo lento—. No. ¿Por qué? ¿Necesitabas algo?
—Esto es un poco embarazoso... pero quería agendar una cita contigo. Prefiero que me veas tú, antes que algún desconocido, en todo caso.
—¿Por qué? —Daniel se detuvo del todo, alarmado—. ¿Te pasó algo?
—No es nada grave. Los últimos días me ha dolido el cuello. También la cabeza, y siento rígidos los hombros. Esperaba que pudieras echarme un vistazo y decirme qué rayos tengo.
—No hace falta, puedo mirarte cuando sea.
—Claro que no. Pagaré una cita como cualquier otro paciente. ¡No acepto un no como respuesta!
Daniel se había quedado con los labios entreabiertos en el amago de negarse, pero finalmente los distendió en una sonrisa.
—Ya veremos. Tengo a mi último paciente a las cuatro —adoptó un tono más serio—. ¿Crees que puedas pasarte a esa hora?
—Seguro. Iba a casa de mi cuñada de todos modos, a visitar a los niños.
—¿Otra vez hablando mientras conduces?
—No me regañes; no eres mi padre.
—Ahora soy oficialmente tu doctor. Es mi deber velar por tu salud.
—Bien jugado —refunfuñó ella—. Adiós, doctor.
—Nos vemos luego...
Daniel se sorprendió a sí mismo sonriendo aún mucho después de que la llamada finalizara. Pero pese a que su mal humor se había disipado casi por completo, todavía tenía un asunto pendiente.
Sin embargo, al pasar frente al mesón de recepción, tuvo que detenerse otra vez en cuanto Diane lo interceptó.
—Doctor Deming, he estado llamando a su oficina, pero no respondía nadie. Su próximo paciente ya llegó —le incordió, de mal humor—. Señor Richard Steward, el doctor Deming lo recibirá ahora —anunció ella, sin dirigirle la mirada.
Daniel reconoció el nombre. Lo halló sentado en una de las primeras filas, con los resultados impresos de sus pruebas firmemente sujeta en sus manos temblorosas de dedos rugosos. El anciano le dedicó una sonrisa y Daniel suspiró.
No tuvo el corazón de hacer esperar a uno de sus pacientes más ancianos, después de que hubiera llegado allí con la lluvia.
Victor Connell tendría que esperar.
https://youtu.be/zIpgHbsf9kQ
—¿Tienes que irte tan pronto? No pudimos ver ninguna película.
Charis se inclinó para besar la frente de Kim. Todavía tenía a Jordan en los brazos, y este se rehusaba a dejar ir su cuello.
—Lo siento, cielo, tengo una cita con el doctor.
—¿Estás enferma?
—Solo me dará medicinas para mi cuello lastimado.
—Tu tía volverá a visitarnos otro día, cariño —la reconvino Marla, y se acercó para recibir a Jordan.
Este se asió más firmemente a su cuello, reagudizando un poco su dolor, pero Charis no pudo molestarse por ello.
—Jordan —le dijo su madre—. Vamos, amor...
Charis le besó la mejilla pegajosa y con aroma a yogurt de fresas.
—Si me dejas ir por hoy, la próxima vez me quedaré más tiempo, ¿de acuerdo?
Solo entonces, el pequeño niño aflojó sus brazos a su alrededor y la dejó ir con una sonrisa. Marla pareció apenada cuando lo recuperó y asentó el peso de su hijo sobre su cadera.
—Nunca quieren dejarte ir.
—Yo nunca querría irme —le dijo Charis, acariciando con una mano la cabeza de Jordan, y con la otra la de Kim—. Vendré otro día. ¿El sábado por la tarde te viene bien?
—Cuando tú quieras.
—¡Mamá, el regalo! —le dijo Kim.
Marla abrió los ojos y emitió un boqueo.
—¡Es cierto! Qué cabeza la mía, olvidarlo así. —Se internó de vuelta en la casa en una carrera. Y cuando regresó, lo hizo trayendo todavía en un brazo a Jordan, y en la mano libre una pequeña maceta que le extendió—. Toma. Esto es de parte mía y de los niños, por todo lo que has hecho por nosotros.
Charis lo recibió y lo contempló absorta. La planta sembrada en la tierra no medía más de cinco centímetros. Emergía desde la misma en la forma de una pequeña cúpula cubierta de espinas.
—¡Es para ti! —le dijo Kim— ¡Es un cactus!
—Es un cacutu —repitió Jordan, provocando la risa de las tres.
—... ¿Para mí? —murmuró Charis. Era tan pequeño que cabía en su palma, y de un verde brillante.
Marla le sonrió cálidamente:
—Dijiste que te gustaría empezar un jardín, pero que no tenías tiempo de cuidarlo. No tendrás que preocuparte mucho por él, solo regarlo un poco de vez en cuando. No pasa nada si te olvidas un día o dos.
Charis ensanchó una sonrisa. De pronto, esa diminuta planta en sus manos le pareció más hermosa que la rosa más roja del mundo.
—Sé que no es mucho, pero...
—No digas eso; no sabes cuánto significa. —Charis lo sostuvo firme entre sus manos y acarició las cabezas de Kim y Jordan, y por último el hombro de Marla—. Es precioso... ¡Muchas gracias a todos! Lo cuidaré muy bien.
Se despidió solo entonces de ellos. Echó un vistazo hacia el pequeño salón, en donde Dina miraba el televisor, ajena a ellos, e hizo un último intento, a sabiendas de que sería infructuoso, igual que todos los anteriores.
—¡Adiós, Dina! —agitó la mano, sin obtener respuesta.
Sin embargo, al cabo de un momento, la cabeza pelirroja de la niña giró en su dirección, y, por el instante más breve, esta levantó una palma en alto.
Aquello fue más de lo que Charis había logrado en semanas. Y ese único y simple gesto la llenó de una indescriptible dicha y humedeció sus ojos.
—¡Nos vemos! Ah, por cierto—recordó; mas, se apenó de preguntar. Marla era modesta y rara vez admitía que pasaban por precariedad. Y ella odiaba insistir, con riesgo a ofenderla—... ¿hay... algo que necesiten? ¿Todavía les queda algo de lo que le di a Mason?
Marla ladeó el rostro, confusa, y entornó los ojos:
—... ¿Le diste... dinero a Mason?
Charis sintió su rostro drenarse de golpe, y después hervir producto de la sangre que se le agolpó allí.
—¿Él no... te dijo nada?
—Ni siquiera lo he visto. No ha pasado por casa hace días.
Las venas de sus sienes palpitaron, y todavía más cuando apretó los dientes hasta sentir que se descalabraría la mandíbula.
Si Mason no había estado en casa desde que ella le había prestado dinero, solo podía haber un motivo...
—Hablaré con él...
Se despidió de Marla —no sin antes darle todo el dinero que llevaba con ella y hacerle prometer que lo escondería de Mason— y regresó a su auto.
Estaba tan enojada que sentía pulsar su cabeza y le dolían los dedos por el modo en que los afianzaba torno a la pequeña maceta con todas sus fuerzas, y tuvo que detenerse un momento y centrarse en respirar aire fresco antes de entrar en el automóvil, demasiado abrumada para conducir.
—Mason. Maldito infeliz... —siseó
En ese momento, como quién mienta al diablo, su hermano apareció por un costado de su Spark sin reconocerlo o a su dueña, dando tumbos y resbalones por el suelo húmedo, evidenciando su ebriedad.
Apenas advertirla, aquel se paralizó con la expresión desencajada. Charis fue directamente a encontrarlo:
—Quiero mi dinero —le encasquetó—. Quiero de vuelta lo que te presté.
—Me lo diste para los niños.
—Sí, y ahora veo en qué te lo has estado gastando. No puedo creerlo, Mason... ¡Me mentiste! ¡¿Te queda algo?! ¡¿O te lo has bebido todo?!
—No me jodas... A un lado —ladró él, haciendo el intento de escabullirse por uno de sus costados.
https://youtu.be/_4ao98Z21bU
Charis se plantó frente a él, cortándole el paso:
—¡Quiero mi dinero de vuelta, Mason, o yo-...!
—¡¿O qué?!
No se esperaba que aquel tuviera cara para confrontarla, pero menos se esperó el momento en que Mason le asentó ambas manos contra los hombros y la empujó con tanta fuerza que la arrojó contra su propio automóvil. Se hubiera desplomado al piso de no haber topado con el mismo, pero en el intento de no caer soltó la maceta y una parte de la misma se fracturó al caer al suelo. Charis sintió resquebrajarse una parte de sí misma al verla rota en el lodo.
Sin darle tiempo a reaccionar, Mason se fue sobre ella como una fiera enardecida, y Charis se paralizó estupefacta en cuanto este empezó a gritarle a escasos centímetros del rostro.
—¡¿Qué harás?! ¡¿Qué diablos te importa en qué me lo gasté?!
Si había conseguido domeñar su temperamento hasta ese momento, obra de la agresión y exacerbado por el golpe caliente y hediondo del alcohol en el aliento de su hermano sobre el rostro, Charis perdió por completo sus propios estribos, y lo apartó de ella de otro empujón que lo hizo trastabillar por el lodo.
—¡No te atrevas! —Charis sospechaba que estaba acostumbrado a hacer lo mismo con Marla, y que ella callara y bajase la cabeza. Era evidente por la forma en que esta se encogía de miedo cada vez que él pasaba demasiado cerca. Pero ella no era Marla, y claramente él no se esperaba una reacción diferente. Mason se contuvo en su lugar, con el rostro carmesí de ira y las mejillas temblorosas sobre su mandíbula apretada cuando ella avanzó para encararlo—. Te di una parte específicamente para Marla y para los niños. ¡Dime qué diablos hiciste con eso! ¡Me dijiste que lo necesitabas para tu familia!
—Exacto. ¡Mi familia! —apuntilló él.
Por la forma en que estrujaba los puños, y se tambaleaba en los talones, Charis imaginó que en cualquier momento arremetería otra vez contra ella, pero se mantuvo firme en su lugar sin dejarse intimidar.
—Es mi familia también. ¡Son mis sobrinos!
Aquel llevó los ojos hasta hacerlos desaparecer bajo sus párpados superiores.
—Y aquí estás, reclamando de vuelta el dinero que me prestaste para ellos. Se ve que los quieres mucho.
—¡Adoro a esos niños, Mason! ¡No vine a pedirte ni un maldito centavo de vuelta, vine a verlos! ¡Ni siquiera te estaría cobrando si estuviera segura de que gastaste el dinero en ellos!
Algo se encendió dentro de Mason, como un chispazo. Charis casi pudo escuchar el sonido de alguna clase de interruptor en su cabeza.
—Y como sigas rompiéndome las pelotas con esto, no los verás nunca más.
Ella se petrificó. Entendió que acababa de cometer un terrible error... Acababa de darle algo con lo que ahora podía chantajearla.
—... ¿Qué-...?
Mason se armó de una nueva seguridad. Si antes se contenía, era por miedo a perder a su gallina de los huevos de oro. Pero ahora tenía cómo revertir la situación:
—Podrás creer que tienes algún derecho sobre mis hijos porque le compras dulces al chico y te sientas a ver putas películas de Barbie con la niña, pero no eres nada para ellos. —Le escupió cada palabra a la cara—. No apareciste por diez años, y no lo harás ahora para dictar nuestra vida. ¡Continúa jodiendo conmigo y te puedes ir olvidando de mis hijos, porque no pondrás un pie en mi maldita casa otra vez! ¡¿Está claro?!
Charis se mordió los labios hasta hacerse daño. Los sintió retemblar entre sus dientes.
—No puedes hacer esto... —Su firmeza amenazó con romperse en la última sílaba.
—Mírame hacerlo.
Como una criminal ante una corte, Charis sintió que cualquier cosa que dijera a partir de ese punto podría usarse en su contra. Calló, derrotada.
Mason se aseguró de sostenerle la vista por un tiempo largo antes de darse la vuelta e irse renqueando beodo camino al edificio.
Una vez se alejó, hubo de respirar hondo varias veces para calmarse, aunque dentro de ella se desataba una tormenta más negra y lluviosa que la que empezaba a gestarse en el cielo de Sansnom. Hubiese querido ir tras de Mason, pero ahora sabía que cualquier paso mal dado pondría en jaque su posibilidad de permanecer en la vida de sus sobrinos.
El súbito recuerdo de su regalo roto en el suelo la arrancó de sus pensamientos. El pequeño cactus se había manchado de lodo y desprendido ligeramente, pero no estaba dañado. Charis lo recogió con cuidado, lo devolvió a su sitio y presionó con los dedos la tierra alrededor. La rotura de la maceta no era más que una grieta, así que se mantuvo en una pieza.
Después, Charis rodeó su auto y se metió en la cabina, dejando el cactus en el asiento del copiloto junto a su bolso.
Una vez allí, se llevó la palma a las cervicales adoloridas. No supo si por el empujón de Mason o por la tensión en sus hombros, pero el dolor empezaba a ser tan agudo que incluso levantar los brazos para sostener el volante resintió todos los músculos de su espalda, como si fuera una vieja marioneta viviente y alguien tirase dolorosamente de sus cuerdas hasta casi arrancárselas.
Un nudo en su garganta le hacía difícil respirar, pero no se permitió llorar, y menos por causa de Mason. En cambio apoyó la frente sobre la espuma de su volante, e inhaló hondo varias veces, con lo cual consiguió devolver los sentimientos hasta el fondo de su ser y reprimirlos allí.
https://youtu.be/buwfFvVUGpg
Condujo con extrema cautela por las calles húmedas.
La alerta de su móvil le indicó que tenía un mensaje, pero su atención estaba demasiado dispersa como para mirarlo sin temor a perder el control de su auto en el camino resbaladizo, así que lo dejó para después.
Una frente al hospital se estacionó en el primer lugar que encontró libre y vio que tenía un mensaje de Daniel avisándole que necesitaba hacer algo antes de verla, y que lo esperase.
Charis exhaló. No era que le molestara hacerlo, pero no quería estar sola en el aparcamiento del Saint John. Menos ahora, con los nervios ya destrozados, y cuando el clima lluvioso que tanto odiaba no ayudaba.
Prefirió esperar adentro, pues al menos en la sala de espera no estaría sola ni tendría que ver desde lejos la silueta escalofriante del hospital.
Antes, miró su reflejo en el espejo retrovisor para comprobar qué tan malo era su aspecto. Tenía los ojos hinchados y enrojecidos aunque no había derramado ni una sola lágrima. Lo solucionó colocándose los anteojos de sol, aunque no lo hubiera, se arregló un poco el pelo y después se bajó y fue directo hacia la entrada del hospital procurando mirar al suelo.
La media tarde parecía casi a punto de convertirse en noche gracia a los nubarrones negros que oscurecían el cielo; salvo porque ninguna farola se había encendido aún en las calles, y toda la ciudad estaba bañada en un gris enfermizo.
Poco antes de llegar a la puerta alcanzó a ver al otro lado del vidrio una cara conocida que apartó momentáneamente su cabeza de los problemas. Se trataba de Victor Connell. Aquel salió del edificio y se movió hacia un costado. Se apoyó contra el muro para descansar y sacó una cajetilla de cigarros de su bolsillo.
Charis intentó escabullirse. Tenía el peor aspecto posible para saludar a un conocido, pero él la advirtió antes de que pudiera hacerlo, y su rostro serio se volvió tornó amistoso al reconocerla.
La saludó con una mano, y ella respondió, forzando una sonrisa.
—Señorita Cooper. ¿Con lentes de sol en una tarde nublada?
Viéndose atrapada en una conversación, hubo de acercarse por cortesía.
—¿Fumando, doctor? ¿Y frente al hospital? —contraatacó, más a la defensiva de lo que hubiera querido.
Pero él no pareció tomárselo a pecho. Levantó ambas manos en alto, cual fuera un criminal atrapado, y dijo con el cigarrillo sin encender entre los labios:
—Me atrapó. —Después lo tomó entre sus dedos—: ¿Le importa?
Charis negó. Se le antojó un gesto caballeroso, a pesar de su ruda réplica.
—Para nada.
Antes de guardarse la cajetilla, aquel se la ofreció:
—Siendo así, ¿gusta acompañarme?
Ella lo consideró un momento. Nunca había podido adoptar el vicio de fumar; pero no le molestaba hacerlo. Pensó que en un momento como ese quizá incluso ayudaría a relajarle.
Tomó un cigarrillo y lo encendió en la llama azulina del encendedor que Victor acercó a sus labios. Sus manos olían agradablemente a gel de alcohol y ella aspiró discretamente.
—Gracias, «doc».
—Por favor, llámame Victor.
—En ese caso puedes llamarme Charis.
—Encantado de hacerlo.
Aún algo intimidada por la intensidad de su sonrisa galante, Charis le sostuvo la mirada. Al final, fue él el primero en apartarla, son una risa abochornada. Ella alargó la suya, complacida del efecto causado en él, y dio una calada.
—Así que... ¿qué te trae por aquí? ¿Vienes a ver a Daniel?
—Sí. Está ocupado ahora, así que lo estoy esperando.
—Ya veo.
Charis llevó la vista a las nubes y exhaló. El humo del cigarrillo pareció fundirse en el cielo nuboso.
Cuando le devolvió la mirada a Victor, lo sorprendió contemplándola de nuevo. Esta vez, él no apartó la suya.
—¿Pasa algo? —quiso saber ella.
Aquel llevó un vistazo nervioso a la puerta antes de hablar:
—Entrados en confianza... ¿te molestaría si te hago una pregunta?
Charis se tensó con suspicacia.
—Eso depende de qué se trate. —Intentó suavizar su tono receloso con una sonrisa tensa.
Victor pareció avergonzado de hablar. Charis pensó que esa expresión de niño atrapado le hacía lucir diferente. Menos intimidante. Más tierno...
—No es nada excesivamente personal. Es solo que... ustedes parecen muy cercanos. No quiero entrometerme, pero... me preguntaba si...
—Oh, no —lo interrumpió ella al entender por dónde iba la pregunta—. Daniel es mi mejor amigo desde que éramos niños. No hay absolutamente nada entre los dos.
Le pareció que la sonrisa de Victor se ensanchaba con cierto cariz triunfador.
—¿Y qué hay de Torrance? —El cambio de dirección en sus indagaciones la puso en alerta. También su tono. Era inquisitivo ahora—. ¿También son amigos hace mucho?
Charis exhaló el humo en un sonoro bufido.
—Torrance no es amigo mío.
—¿No? —Tuvo la sensación de que la sonrisa amable de Victor se torcía con otra emoción; aunque no supo decir cuál. Lucía divertido ahora—. Es que el chico parece la sombra de Deming. Siempre están juntos. Y como lo buscabas ese día...
Ella meneó la cabeza. Así como el cigarrillo entre sus dedos desaparecía calada tras calada, el solo pensamiento de aquel muchacho empezaba a consumir su buen humor.
—Daniel tiene una idea extraña en la cabeza respecto a eso... Pero yo no creo que lleguemos a entendernos nunca.
Victor asintió suavemente y le sonrió con deferencia:
—No te sientas mal por ello. A decir verdad, Deming parece ser el único que lo entiende.
Charis lo escrutó entornando los ojos. A pesar de que Jesse Torrance era la última cosa de la que querría hablar, tuvo el presentimiento de que Victor se estaba reservando algo.
—¿Puedo hacerte yo otra pregunta?
—Desde luego.
Tomó un aliento, preguntándose si era correcto hacer indagaciones con otras personas, pero pensó que no perdía nada con hacer a Victor las preguntas que sabía que Daniel jamás respondería de manera objetiva.
—Respecto a lo de Torrance... Bueno, he tratado de llevarme bien con el chico, pero es más complicado entre más lo intento. Y tengo la sensación... de que Daniel y yo tenemos opiniones muy distintas de él.
Victor permaneció callado. Viendo que ella no continuaba, se adelantó:
—¿Y cuál es la tuya?
Ella se tomó una pausa.
—A mí me parece un muchacho rudo, esquivo y maleducado. Pero... ¿quién sabe? Quizás necesito un punto de vista imparcial. Tu lo ves a diario., me imagino. ¿Cómo... es él?
https://youtu.be/jW-qKceHogE
Victor le sostuvo la vista un momento, y después perdió la mirada a lo lejos.
—Nadie sabe mucho de él en realidad. Dudo que Deming sepa la mitad; y eso que parece ser quien mejor lo conoce —explicó tranquilamente—. Jamás habla con nadie, jamás saluda, jamás sonríe... Nadie sabe siquiera su edad; porque se niega a hablar de ello, como si fuera este... gran secreto. —Charis sintió escalofríos. De manera que no era la única en notarlo...—. Siendo honestos... el chico me pone los pelos de punta a veces —resolvió él—. Lo digo como un hombre adulto que ha visto muchas cosas a lo largo de su carrera, y que no se impresiona fácilmente.
Charis se estremeció; ayudada por la ventisca helada que sopló entre ellos.
—¿Por... su trabajo?; ¿o... por alguna otra razón en particular?
Notó que aquel echaba un nuevo vistazo por los alrededores antes de continuar; y cuando lo hizo, su voz fue baja y medida, como si le estuviese confiando un secreto. Casi por reflejo, Charis se inclinó hacia él para oírlo. En ese punto, hablaban ambos al nivel de susurros.
—Es un tipo extraño; todos los creemos. Casi todos prefieren evitarlo, pero es como si le gustase de ese modo; pues nunca se acerca a nadie. Tiene una fascinación desmedida por su trabajo, y pareciera que jamás deja el hospital. Incluso cuando no está de turno, está metido en la morgue, haciendo quien sabe qué. Tampoco nadie sabe a dónde va o qué hace cuando no está aquí.
Charis dio cabeceadas paulatinas. Aunque no estaba del todo segura de que hubiese sido prudente escudriñar hasta ese punto, de pronto al menos se habían disipado todas sus dudas.
Si no era la única con esos miedos, significaba que Daniel era el único que tenía en buena opinión Jesse Torrance. Ella no era el problema.
—En resumen... yo diría que le patina un poco el coco —rio Victor, en un intento infructuoso de diluir la carga tensa del ambiente.
Charis no se esforzó siquiera en fingir una sonrisa. En otras circunstancias lo hubiera hecho, pero ahora estaba demasiado turbada. Victor pareció incómodo con el poco efecto de su broma y disimuló con una pequeña tos.
—En fin, si te soy honesto... no me parece justo que Daniel te obligue a tratar con él. Sobre todo, cuando él no parece interesado en tratar con nadie. En especial contigo.
Charis arrojó la colilla del cigarro al piso y le puso encima la suela de la bota con cierta rudeza.
Notó que Victor continuaba examinándola. Tenía ahora cierto aire contrito en la expresión.
—Parece que no te he dejado mucho más tranquila.
—Al contrario, me has quitado un gran peso de encima. Supongo que ahora tengo buenas razones para mantenerme alejada de él.
Victor asintió, como quien acoge un agradecimiento.
—Si me permites decirlo, creo que si Daniel es en verdad tu amigo, él lo entenderá.
Charis tensó la mandíbula y dio una última cabeceada.
—Tienes razón... Lo hará.
—Y ahí está.
Charis alzó la mirada. Daniel venía hacia ellos; pero algo estaba fuera de lugar. Aquel tenía el rostro crispado por alguna emoción fuerte que no supo descifrar. Notó además que Victor se movía lejos de la pared de forma precipitada, como si estuviera impaciente por irse.
—Ha sido un gusto, Charis. Los dejo para que hablen.
—Adiós... —Pestañeó ella, perpleja—. Gracias por todo.
Victor pasó junto a Daniel sin mirarlo, pero este le asentó una pesada mano sobre el hombro para retenerlo en su lugar cuando se interceptaron.
—Tú y yo vamos a hablar.
Charis levantó las cejas, perpleja por su inusitada rudeza. Si no conociera a Daniel, hubiese creído perfectamente que estaban a punto de enzarzarse a golpes. Sin embargo, le desconcertó aún más la cordialidad de Victor:
—Seguro, Deming. Nos vemos después.
En el momento en que le dejó ir y que aquel se alejó, para cuando llegó frente a ella, la tensión prevalecía visible en las facciones de Daniel. Pese a ello, la saludó como si nada hubiera pasado, al punto en que Charis dudó de su propia interpretación de las cosas.
—Hola. Perdona la espera... Te he estado llamando para decirte que ya estaba libre, pero no contestabas.
Ella palpó sus bolsillos y se percató de que no tenía su móvil con ella.
—Debí dejarlo en el auto.
En otras circunstancias, Daniel hubiera hecho alguna clase de broma al respecto, o le hubiese reprochado ser tan descuidada con sus cosas. Pero esta vez no hizo ningún comentario. Con eso, ya no le quedaron dudas.
—Vamos adentro —indicó él, y ella lo siguió.
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Al internarse juntos en el hospital, los recibió la humedad fría que siempre pululaba dentro. Charis se apegó a Daniel en cuanto empezaron a recorrer los pasillos viejos y pobremente iluminados del hospital, nerviosa como siempre al internarse entre aquellas paredes amarillentas y pobremente cubiertas de pintura resquebrajada.
Daniel estaba particularmente silencioso. Charis intuía el motivo, y se preguntó si habría pasado algo serio entre él y Victor, que el último había sabido disimular mucho mejor solo por consideración a ella.
—¿Qué fue eso, Dan? —preguntó, sin poder seguir reservándose sus dudas—. Antes, lo que le dijiste a Victor-...
—¡Oh, vaya! —Daniel se carcajeó con sorna sin dejarla continuar—. ¿Así que es «Victor» ahora?
Charis se detuvo de golpe sobre sus pasos. Daniel no se percató de que ya no lo estaba siguiendo sino hasta mucho más adelante, cuando giró, buscándola a sus espaldas, y se detuvo al hallarla al menos dos metros rezagada.
Desde su lugar, Charis lo fulminaba con la vista.
—¿Qué se supone que significa eso? —No hubo respuesta. Daniel pestañeó, confuso—. ¿Necesito tu permiso para llamar a otros por su primer nombre?
El gesto de él se suavizó de a poco. Ahora lucía avergonzado.
—No quise decirlo de esa manera...
—Esa es la manera en que sonó.
—Charis, no es-... —No pudo terminar su frase.
Ella percibió que se había vuelto tenso y que luchaba para contenerse de decir algo. Eso no hizo sino crispar más sus nervios.
—Escúpelo, Dan. ¿Tienes algún otro comentario ingenioso que necesite oír? Vamos, sorpréndeme.
Él negó con la cabeza, dejando salir un suspiro:
—No; tienes razón. Mis problemas con él no tienen nada que ver contigo. —Pero por su tono no parecía que le estuviera dando la razón; por el contrario, sonaba ambiguo y hostil—. De manera que no tienes para qué oírlos, ¿o sí?
Charis abrió los labios, herida por su repentina hosquedad.
—No necesito oírlos; solo te hice una pregunta. Y si tengo que explicártelo, él ha sido más amable conmigo en una tarde de lo que ha sido tu tétrico amiguito cada vez que hemos interactuado.
—Charis. —Daniel se tornó serio otra vez—. No lo metas. ¿Qué tiene que ver Jesse en todo esto?
De pronto, Charis lo vio claro. Encajó en su cabeza como la pieza final de un puzle.
—Él es la razón de que Victor no te agrade, ¿verdad? —Supo que había dado en el clavo en cuanto Daniel se tornó ceñudo—. ¿Es porque es la única otra persona, aparte de mí, que es honesta contigo en su opinión respecto a él?
Daniel dejó escapar otra risa forzosa, y movió la cabeza:
—Con que se trata de eso...
—¿Se trata de qué? No me hables como si fuera estúpida. —Ser tratada con condescendencia era una de aquellas cosas que no estaba dispuesta a tolerar viniendo de nadie. Ni siquiera de Daniel—. Sé claro.
—Solo digo que, si quieres una opinión de él, Victor no es la persona indicada para pedirla.
—¿Y por qué no? Al menos la suya sí es imparcial.
—No, no lo es. Jesse no le agrada en lo absoluto.
—¿Y no crees que haya algún motivo para eso?
—No lo hay. Solo es un bravucón idiota.
—Y tú no le tienes mucho aprecio a él, por lo que se ve. ¿Por qué debería creer en tu opinión, cuando tampoco es objetiva?
Advirtió que Daniel empezaba a perder la paciencia, pero ella ya había cruzado esa fina línea hacía mucho. No habían tenido una diferencia así de opiniones desde que eran adolescentes, pero Charis recordaba claramente todos los signos que mostraba su amigo de la infancia cuando estaba enfadado. En especial recordaba esa sonrisa cáustica en el afán de esconder su hostilidad. Aquella con que maquillaba todas sus emociones negativas.
—Bien. Te doy un consejo mejor —dijo él—. ¿Quieres saber algo sobre él? Ve y pregúntaselo tú misma. Conócelo antes de-...
—¡No me lo permite, Daniel! No quiere ni hablar conmigo. ¡No hace más que evitarme! —Las emociones finalmente comenzaban a tomar control de sus respuestas. El malestar que había estado aquejándola empezó a recorrer dolorosamente sus músculos. Sintió su cuello volverse rígido, y sus hombros tensarse al punto de hacer temblar sus brazos—. ¡¿Qué no entiendes?! ¡Además, ¿quién te dijo que quiero conocerlo?! ¡Esto es lo que tú decidiste!
Daniel enmudeció por algunos instantes, tras lo cual bajó la cabeza y la movió en una negativa.
—Suenas como si estuviera obligándote a esto...
—Me estás condicionando a ello. No es muy diferente.
La expresión de Daniel se desencajó. Como si aquella hubiese sido la última respuesta que se hubiese esperado, a pesar de que fue él quien arrojó esa carta sobre la mesa.
—Solo dije que sería genial que hicieran un intento por conocerse. Pero si estoy siendo un tirano al respecto y la idea te resulta tan intolerable, podemos dejar las cosas como están y olvidar todo el asunto. ¿Eso estaría mejor?
Charis chasqueó la boca y rodó tan fuerte los ojos que le dolió la cabeza y vio luces brillantes por una milésima de segundo. La tensión de sus hombros ya trepaba por sus sienes y palpitaba allí.
—¿Intentas hacer que me sienta culpable? Felicidades. Casi te funciona.
—No intento nada, Charis. Por favor... —Daniel exhaló, agobiado—. Sólo quisiera saber cuál es en verdad tu problema con él. No me digas que se trata todavía del primer encuentro que tuvieron, porque-...
—¡No es solo-...!
—Porque empieza a sonar como una excusa.
—¡¡Me aterra, Daniel!!
Su grito fue tan alto y abrupto que reverberó por lo largo y ancho de todo el pasillo, dejándolo todo en silencio cuando su eco se desvaneció.
Fue turno de él de enmudecer, y la contempló absorto.
Y después de tanto tiempo de callárselo, por consideración a Daniel, todos sus miedos cobraron forma de golpe y se le escaparon en la forma de una verborrea atropellada.
—No es solo su trabajo... ¡Es... «él»! ¡Su forma extraña de ser; las cosas que parece que escondiera! ¡Me pone de los nervios! —Charis percibió que Daniel levantaba la vista, como si mirase algo a varios metros de ella, y que después le retornaba una mirada premiosa, pero estaba tan molesta que no indagó en los motivos—. Es un sujeto raro, tétrico y escalofriante, y no creo que pueda llegar a tener nunca una buena opinión de él. ¡No creo que nadie, aparte de ti, tenga una buena opinión de él!
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—Charis...
Los ojos de Daniel la sobrevolaron otra vez. Charis dio una media vuelta siguiendo la dirección de su mirada y se paralizó.
En medio del lienzo vacío constituido por el piso y las paredes claras y amarillentas del Saint John, Jesse Torrance se hallaba inmóvil al final del pasillo como la figura central de una vieja pintura.
Charis abrió los labios, pero nada salió de ellos. Y entonces, aquel se arredró, y dando una media vuelta, se marchó rápidamente por donde había venido.
Tenía que haberla oído... Estaba segura de eso. Se llevó una mano a la frente y se echó el pelo hacia atrás.
—Fabuloso... —siseó, dejando caer los brazos a sus costados y exhaló un respiro exhausto.
A sus espaldas, Daniel dejó salir otro.
—Es la última vez que te diré esto. —Su tono fue calmo, aunque sus palabras todavía sonaban acartonadas—. No hagas caso a Connell. Ni siquiera tomes mi palabra. Si quieres conocerlo, y repito, sólo si quieres... habla con él. Te sorprenderá lo fácil que es.
Aún después de todo lo sucedido, Charis accedió a seguir a Daniel hasta su oficina para concretar la cita; no obstante, el trato entre ambos mientras él la examinaba se limitó estrictamente al carácter formal de una visita médica, y el peso del ambiente pasó a sumarse a la inmensa carga que ya sentía que traía sobre los hombros, y que tiraba de sus brazos como fuerza de gravedad.
Daniel le sugirió una ecotomografía cervical para descartar contracturas; pero entre tanto su diagnóstico fue una cefalea tensional y la resolución, descanso y evitar el estrés. Parecía simple, pero teniendo en cuenta todo aquello con lo que lidiaba, Charis sabía de antemano que le sería imposible, y puso su fe en los analgésicos y relajantes musculares que él le prescribió.
—Nos vemos —le dijo Daniel, al despedirse de ella—. No olvides tomar tu medicamento. Ven a verme en cuanto tengas resultados de la ECT.
—Gracias, eso haré.
Eran dos extraños. Doctor y paciente, concluyendo una cita.
Charis abandonó su oficina sintiendo una extraña pesadumbre en el pecho. De pronto el miedo a recorrer los pasillos del Saint John en soledad había pasado a segundo plano en su cabeza.
Al pasar por la recepción y echar un último vistazo al escenario que constituían los presentes, no pasó por alto el momento en que una figura delgada, de pelo negro alborotado, se movió desde el mesón al oscuro pasillo hacia las escaleras que conducían al subsuelo.
Charis se detuvo de golpe sobre sus pasos y afianzó por reflejo una mano empuñada sobre su pecho, presa de una repentina ocurrencia. Determinó que por mucho que detestara al muchacho, cuando menos le debía una disculpa, y de esa manera quizás pudiera sentirse un poco menos mal consigo misma y con Daniel.
Así que, antes de perderlo en las escaleras, por las que estaba completamente segura de que no lo seguiría por nada del mundo, se apresuró para alcanzarlo.
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Al pasar por la recepción y echar un último vistazo alrededor, buscando cabello rubio y una sonrisa reconfortante que atenuase su amargura, vislumbró en cambio cabello negro alborotado cuando una figura delgada se escabulló por el pasillo rumbo a las escaleras que conducían al subsuelo.
Charis se detuvo de golpe sobre sus pasos, asaltada por un súbito pensamiento, el cual rumió por largo rato. A pesar de sus sentimientos negativos hacia el muchacho, y aún si aquello no cambiaba en absoluto su determinación final ni su situación con Daniel... cuando menos le debía una disculpa.
Así que, antes de perderlo en las escaleras, donde no lo seguiría ni por toda la buena fe del mundo, se internó de regreso en el pasillo y se apresuró a alcanzarlo.
—¡Torrance!
Alertado por el sonido de su nombre, aquel se detuvo justo en la cima de las escaleras y viró sobre su hombro. Había cierta sorpresa en la porción de sus facciones que no cubrían los lentes.
Charis llegó a él jadeando exhausta por la carrera:
—Lo que dije antes... —No estaba segura de qué decir, aun cuando ya había comenzado a hablar. Intentar explicarse no era una opción, y mucho menos lo era negar todo o fingir como si no lo hubiera dicho—. No quise decirlo de esa manera. No ha sido un buen día, ¿sabes?... En fin, yo... lamento que hayas tenido que oírlo.
Hubo una larga pausa. Charis aguardó tensa.
Pero entonces, por toda respuesta, Jesse asintió, y luego reanudó su camino escaleras abajo, alejándose sin decirle nada.
Charis salió de su pasmo con el tiempo justo para detenerlo, atenazando su hombro. Sintió escalofríos cuando sintió el agudo relieve de sus huesos bajo la ropa, pero no lo dejó ir.
—Espera. ¿Oíste... lo que te dije?
—Te oí. —Fue apenas un susurro.
El desconcierto la obligó a entornar los ojos y torcer la cabeza.
—¿Y... no tienes nada que decirme?
Jesse frenó del todo sobre sus pasos y emitió un suave respiro.
—Charis. —Era la primera vez que la llamaba por su nombre sin titubear. Él viró apenas lo suficiente como para darle una vista lateral de su perfil afilado—. No estás obligada a tratar conmigo por Daniel.
Ella permaneció muda unos instantes. Cuando habló, lo hizo en murmullos.
—No me estoy obligando... Lo estoy intentando.
—No lo hagas. —La respuesta fue terminante—. Yo hablaré con Daniel, y él lo entenderá. —La mano fría de Jesse viajó hasta la suya y la retiró con cuidado de su hombro, utilizando apenas las puntas de sus dedos. Charis se estremeció con su tacto y se la llevó al pecho, apretándola allí en un puño tembloroso—. Puedes considerar esta como la última vez que crucemos palabra.
Sin decir nada más, ni permitirle hacerlo a ella, Jesse Torrance se marchó finalmente por las escaleras hacia el subsuelo, en donde su breve silueta se perdió del todo en la oscuridad.
Charis dejó salir un boqueo extenuado. Algo nació en su pecho y comenzó a arremolinarse allí, subiendo hasta su cabeza como una niebla espesa, oscura y pesada. Sus sus pies se movieron antes de que fuera consciente de ello, llevándola a toda velocidad rumbo de vuelta a la salida.
Se topó con Daniel justo al final del corredor. Iba mirando al suelo, así que no lo notó hasta que casi se estrelló con él.
—Charis... ¿No te habías ido ya?
Ella pasó de largo por su lado sin mirarlo:
—Ya me voy, no te preocupes.
La mano de Daniel se cerró en torno a la suya y la retuvo sin permitírselo.
—¡Espera! ¿Qué fue lo que ocurrió ahora?
Ella frenó con pierna rígidas. Hubo de reunir toda su entereza para no perder el temple.
—Como siempre, Daniel, tienes una opinión demasiado buena de las personas equivocadas.
—Por favor, ya no sigas con esto... —El suspiro agotado que él exhaló, fue como aire sobre brasas calientes y encendió algo dentro de ella.
—¡¿Que no siga con esto?! —Charis se sacudió su mano de un tirón de la suya y viró sobre en redondo para encararlo—. ¿Por qué? ¿Por qué se trata de tu querido amigo? ¡Yo también lo soy, Daniel, o pensaba que lo era! —Le dolió decir aquello—. Es más, ¿cómo estás tan seguro de que ese chico siquiera te considera a ti su amigo?
Daniel entornó los ojos, como si no entendiera la pregunta.
—¿De qué hablas?
—¡Oh, veamos! —Conforme hablaba, no se percató de que había empezado a dar pasos en pos de Daniel, los cuales él iba retrocediendo—. ¿Alguna vez te ha dicho qué edad tiene?
Él titubeó:
—... No, pero...
—¿Dónde nació? ¿En dónde estudió? ¿Cómo se llaman sus padres o qué pasó con ellos? ¡¿Siquiera sabes cuándo es su cumpleaños?!
—Yo no...
—Lo suponía. —Se rio sin un ápice de humor—. ¡Abre los ojos, Daniel! ¡Ese sujeto no es tu amigo! ¡No sabes absolutamente nada de él!
—Lo estás sacando todo de contexto...
En aquel punto, Daniel lucía herido, pero ella no se detuvo. Su propio orgullo ya había sido pisoteado y magullado lo suficiente ese día, sin ninguna consideración de parte de nadie. ¿Por qué tenía que tenerla ella?
—Pareces muy convencido de que es fácil hablar con él. ¡Hagamos la prueba! Pregúntale su cumpleaños. Solo su cumpleaños. Si no puede decirte algo tan simple, puedes ir olvidándote de la amistad que crees que tienen.
Sin permitirle replicar nada, Charis se marchó casi en un trote, clavando los tacones en el piso en cada paso.
Para el momento en que se lanzó al exterior, cerrando a sus espaldas de un portazo, había comenzado a llover otra vez. No llevaba su paraguas, pero no le importó mojarse.
Avanzó rápidamente bajo la lluvia fría, y esta sirvió para esconder las lágrimas calientes que se agolparon en sus ojos, y que hallaron, por fin, una desesperada salida desde lo más hondo de su ser.
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