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6. Ophelie's

—¿Seguro... que no habrá problemas?

—Es un poco tarde para eso, ¿no lo crees?

Daniel se rio con su propia broma. Jesse se encogió en su asiento con la cabeza gacha.

—Tranquilo. No los habrá, Jess. Yo también he estado posponiendo mis vacaciones. El director Garner no estaba muy feliz, pero sabe que es bastante menos inconveniente autorizar bajas médicas que indemnizar empleados por un accidente laboral.

—No estuvo bien acorralarlo de ese modo...

—No estamos haciendo daño a nadie. Ya pospuse las citas de mis pacientes. Y Diane quería el puesto de Charis, ¿no? Bien, que lo tenga por un par de días, a ver qué tal le va. Y estoy seguro de que sobrevivirán sin ti. ¿Te estás arrepintiendo? ¿Luego de que fuiste tú la mente maestra que maquinó el plan?

Jesse suspiró, inhalando por la ventanilla abierta.

—No es eso...

—Oh, vamos..., acepté esto porque las condiciones eran razonables. —Daniel alargó una sonrisa, y apartando una mano del volante le palpó el hombro—. Además, no te estamos haciendo un favor. Por el contrario.

Jesse respiró otra vez; pero en esta ocasión, más parecido a un respiro aliviado, que a los pesados suspiros que habían estado colmándole el pecho desde que había echado a andar el plan.

https://youtu.be/meCuf3INK7M

—¡Vacaciones en mis vacaciones! —exclamó Beth—. ¡Mira nada más qué suerte!

Charis metió las últimas cosas dentro de su bolsa, y deslizó la cremallera para cerrarlo:

—No se trata de suerte. La única razón por la que esto es posible es gracias a que Jesse resultó herido. En cuanto a mí, cuando llegue habrá una caja de cartón vacía sobre mi escritorio. Y tendré que mirar a la cara de alegría de esa rubia odiosa mientras la lleno.

—Vamos, no pueden echarte por esto. Tu doctor estimó conveniente que te tomaras unos días, y todo lo que estás haciendo es utilizar la baja médica que te extendió.

—Mi doctor, que casualmente también es mi amigo —Charis tomó un hondo aliento—. Lo siento... Desearía poder estar más feliz, pero tengo demasiadas cosas en la cabeza como para poder disfrutar de esto...

Beth se dejó caer pesadamente de espaldas sobre su cama. Los bolsos dieron un rebote sobre el edredón.

—Ay, reina... ¿Todavía te sientes culpable por lo que pasó?

—No sé ni cómo me siento. Culpable, sí; pero también agobiada. No quiero perder este trabajo cuando no tengo nada más. Victor no ha dejado de llamar y escribirme mensajes. No he sabido nada de Marla o los niños en semanas, tampoco de Mason, y-...

Beth la interrumpió con un gruñido largo y áspero.

—Por dios, Charis, ¡por dios! —Giró sobre la cama para contemplarla— ¡Tienes que sacar un par de cosas de tu cabeza, mujer! Entiendo lo de Marla y los niños. Pero ¿a quién le importan Mason y Victor? Pueden irse los dos al diablo. ¿Alguna vez dejarás de preocuparte tanto por todo?

—Nunca. No mientras viva.

—¡Bien! —Beth lanzó los brazos a sus costados— Pues entonces, que te diviertas arrugándote como una pasa antes de cumplir los treinta y cinco. Y muriendo de un aneurisma a los cuarenta.

Charis meneó la cabeza. En el fondo sabía que Beth tenía razón, pero nunca lo admitiría.

Un poco más indulgente, esta gateó sobre la cama y fue a detenerse en la orilla de la misma frente a Charis:

—Lo resolveremos, ¿bien? Todo. Por ahora solo procura relajarte en-... a donde quiera que vayamos. Por cierto... ¿a dónde vamos?

Charis cuadró los hombros.

—No tengo idea. Todo lo que Daniel me dijo era que Jess conocía un lugar al que podíamos ir para tomarnos un descanso. —Su rostro volvió a crisparse con frustración—. Ni siquiera sé si empaqué bien... No me dijeron qué ropa llevar, o-...

—No empieces —se rio Beth.

Se irguió sobre la cama con un impulso y se puso de pie de un salto. Fue directo a situarse detrás de Charis y le masajeó los hombros.

—¡Sonríe, Charichi! Eres joven. Tienes que aprender a mandar algunas cosas a la mierda de vez en cuando.

Justo en ese momento, el móvil de Charis vibró sobre la cama emitiendo un parpadeo de luz blanca.

Antes de que Charis lo tomara, Beth se le adelantó y lo arrojó lejos, entre las almohadas de la cabecera.

—Yo empezaría por ese doctorcillo de cuarta.

—¡Beth! Podría ser Daniel.

—Si fuera él, vendría a buscarnos a la puerta. Como el caballero que es; a diferencia de ese mequetrefe.

Charis enarcó una ceja:

—¿Así que ya no es el «doctor guapo»?

—Abandonar a una dama no es sexy. Está cancelado a partir de hoy. De hecho, bloquearemos su número y...

Charis le quitó su móvil con una suave risa. Beth reanudó el masaje sobre sus hombros. En ese momento, oyeron un golpeteo suave en la puerta, y Beth arrojó una seña en esa dirección con ambos brazos, dedicando a Charis un gesto de cejas enarcadas.

—Y allí está nuestro caballero.

Charis dio un resoplido. Beth la hizo girar y la estrujó en un abrazo:

—Te quiero, Charichi —le dijo al oído—. Intenta calmarte y pasarla bien; solo por un par de días. ¿Por mí? ¿Para poder irme tranquila?

Al separarse, Charis se acomodó tras la oreja el mechón de cabello que se había adherido al brillo labial de Beth y suspiró. Echó un vistazo al bolso de ella, el que ya tenía empacada toda su ropa y sus cosas.

—¿Segura que quieres irte?

—¡Desde luego que no quiero irme!; ¡me quedaría contigo, para siempre! —Acunó su rostro entre sus palmas cálidas—. Pero yo también tengo que pensar en mis obligaciones de vez en cuando. Además, me voy tranquila sabiendo que todo aquí ya está en calma y que estarás bien.

Charis asintió, desganada.

—Hm...

—Aww, ¡no! No te pongas así, amor de mi vida. —Beth le acarició la mejilla con los dedos—. Vamos a disfrutar juntas esas pequeñas vacaciones. De regreso pueden dejarme en el aeropuerto y yo me las arreglaré a partir de ahí. ¡Y nos veremos otra vez muy pronto! Vendré a visitarte apenas pueda escaquearme otro par de días, ¿de acuerdo? ¡O puedes visitarme tú, cuando tú quieras!

Charis sonrió, solo para complacerla.

—Seguro.

—¡Así me gusta! —su amiga le estampó un beso húmedo y ruidoso en la mejilla, dejándole una huella de brillo labial que Charis se limpió con un gruñido—. Ahora, ¡vamos! —se hizo con los bolsos de ambas y voló por la puerta dejando atrás una estela de perfume afrutado.

Charis la siguió con menos ánimos, asegurándose de dejar las ventanas cerradas, y todo listo para abandonar su apartamento.

Afuera las esperaba Daniel. Traía el cabello castaño chocolate acomodado de forma menos prolija y había cambiado sus camisas y pantalones de vestir por jeans holgados y una camiseta delgada. Beth arrojó un vistazo insinuador a Charis y esta le quitó la vista. Podía leer la mente de su mejor amiga, y tuvo que admitir que se veía más guapo cuando vestía de modo más casual.

—¡Buenos días! ¿Están listas? —las saludó él— Déjame ayudarte con eso —le dijo a Beth, y le quitó ambos bolsos de las manos.

—Qué caballero —dijo con un guiño a Charis.

—¿Y Torrance?

—Nos espera junto al auto.

Antes de acompañarlos Charis viró hacia la puerta y se aseguró por última vez de haber dejado bien cerrado.

https://youtu.be/W2ZlTNiLloU

Cuando bajaron las escaleras y salieron al estacionamiento, Jesse aguardaba junto al Toyota de Daniel. Sus ropas eran las de siempre. Jeans oscuros, camiseta negra de mangas largas y sus viejísimas converse azules. Ya no llevaba el cabestrillo que Daniel le había obligado a usar.

Aquel se apartó del auto y se aproximó para venir en su encuentro. Sin embargo, al inclinarse en el afán de quitarle a Daniel uno de los bolsos, este dio un rodeo.

—¡Eh-eh-eh! No.

—Dan-...

—No —volvió a interrumpirlo, frustrándole otro intento—. Ya ganaste con lo del cabestrillo, este es el límite —aseveró y pasó de largo, directo a la cajuela del auto.

Jesse vació el pecho en un suspiro y desistió.

Charis se detuvo frente a él con una sonrisa divertida y él se arredró avergonzado, con otra más sutil.

—Hola —saludó ella—. ¿Cómo... te sientes?

—Bi-bien... ¿Y... tú?

—Bien...

De la nada, Beth llegó con ellos en una carrera y se echó sobre Jesse con los brazos alrededor de su cuello, haciéndole perder momentáneamente el balance y retroceder un paso para mantener el equilibrio.

—¡Mi héroe! —exclamó.

—¡Beth! ¡Está lastimado!, ¡¿qué fue lo que te dije?!

—¡Cierto, cierto! ¡Lo siento!

Pero más allá de la ligera mueca de dolor que cruzó fugazmente sus labios, aquel no pareció disgustado.

—... N-no-... De-... descuida.

Sin apartarse todavía del todo, Beth acunó su pálido rostro en sus manos:

—Gracias por lo que hiciste por mi querida Charis.

Aquel dio un leve repullo y negó con la cabeza. Su mirada voló fugazmente a la aludida, y ella apartó la suya.

—Uh... No; no es... No fue nada... En serio...

—No seas tan modesto, ¡eres un héroe!

Charis permaneció en silencio. Se acomodó detrás de la oreja el mismo mechón rebelde de antes y lo contempló de soslayo, intentando descifrar si estaba tan bien como aparentaba estarlo, o si escondía otra vez su malestar.

—¿Nos vamos ya? —los llamó Daniel, desde el auto, cerrando la cajuela.

Y a su llamado, el trío se aproximó para entrar en el vehículo, listos para iniciar el viaje.

El humor al interior de la cabina se mantuvo alegre gracias a la música y a la vivaz charla de Beth. Daniel reía y le seguía el ritmo a su conversación, mientras que Charis se mantuvo silenciosa. Entre tanto, desviaba involuntariamente la vista al pasajero en el asiento del copiloto, sin poner demasiada atención a la charla.

Jesse no había dicho una sola palabra desde que habían dejado atrás la ciudad. Charis no podía verle el rostro desde su lugar en el asiento trasero, pero había algo respecto a él que no dejaba de inquietarla. Algo evidente incluso en su forma de guardar silencio.

Le pareció que antes de dejar atrás Sansnom, miraba nerviosamente por los alrededores, como si esperase ver algo. Y creyó notar cierto alivio en sus facciones en cuanto dejaron atrás las últimas casas y enfilaron por la carretera.

Cada tanto, volvían a rondar por su cabeza las mismas preguntas de antes. No podía ver la cadena de la flor de Lis alrededor de su cuello, pero sabía que la llevaba consigo, oculta en su ropa. Desvió la mirada por sus hombros, recorriendo con ella la tela percudida de su camiseta y después el estado maltrecho de sus jeans.

¿Alguien con una situación económica tan precaria como él y en posesión de un bien tan valioso no hubiese prescindido ya de su tesoro? ¿Albergaba aquella joya un valor sentimental tan grande que su propietario no se hubiese planteado nunca esa alternativa?

Después de tres horas a la carretera Charis intercambió lugar con Daniel para continuar el resto del camino.

—Tendrás que indicarme cómo llegar —le dijo a Jesse al momento de acomodarse tras el volante, mientras que Daniel pasó a ocupar el asiento trasero con Beth—. Sería más fácil si me dijeras a dónde-...

—Cinturón.

—...¿Huh?

—Cinturón. Por favor... —pidió él, en un susurro.

Charis soltó un bufido; pero obedeció, y se terció el cinturón sobre el pecho, abrochándolo junto a su cadera.

—Sigue derecho —le indicó Jesse, solo cuando lo tuvo puesto—. Cuando te lo indique, vira a la izquierda en el desvío que te mostraré.

—Bien... —masculló ella, aun poco convencida.

¿A dónde los estaba llevando en realidad? ¿Por qué tanto misterio?

Era casi mediodía cuando llegaron al desvío que Jesse le indicó a Charis, después de dos horas de camino. A partir de allí continuaron por un sendero de grava que se perdía entre la espesura de una arboleda, y donde el vehículo comenzó a traquetear ligeramente.

—¿Seguro que es aquí? —quiso saber ella.

—Sí.

Echó un vistazo por el espejo retrovisor, y Daniel se encogió de hombros. Del otro lado del asiento, Beth dormía acurrucada contra su puerta, enfundada en la chaqueta que Daniel le echó encima cuando claudicó exhausta tras tanto charlar.

Al avanzar más hacia lo profundo del sendero, la luz se extinguía conforme se sumían en la sombra fresca de los árboles, y poco a poco dejaron atrás el ruido de la carretera, hasta que no fue sino un murmullo que se desvaneció en la lejanía, como si el resto del mundo dejara de existir en ese parche de naturaleza, donde todos los sonidos fueron remplazados por el trinar de aves, la gravilla bajo las llantas y el crujido de las hojas de los árboles.

Charis condujo sin hacer preguntas. En el asiento trasero, Daniel se limitaba a mirar por la ventanilla, igual de silencioso que ella. El traqueteo del vehículo no tardó en despertar a Beth, quien se irguió adormilada sobre su sitio, exhalando un bostezo:

—¿Ya llegamos? —Echó un vistazo hacia afuera, por la ventanilla, y el paisaje la espabiló al instante—. ¡Oh, guau!, ¡qué lugar tan bello! Parece el sendero de un cuento.

—Muy bonito —concordó Daniel—. No había venido nunca por aquí.

Charis examinó los alrededores sin inferir nada, cada vez más intrigada por su destino.

Disminuyó de golpe la velocidad del automóvil cuando apareció al frente, del otro lado de una lomilla, un portón doble y alto de metal.

—El camino está cerrado —anunció al momento de detenerse por completo frente a las puertas de rejas.

—¡Oh, no! —dijo Beth, sacando la cabeza por su ventanilla— ¿Y ahora qué? ¿Hay quién pueda abrirnos?

—Jess, ¿seguro que este es el lugar?

Sin responder nada, Jesse se quitó el cinturón, abrió la puerta y se apeó del vehículo.

—Aquí es —musitó, y echó a andar hacia el portón.

https://youtu.be/wOBYtPThI8o

Charis escuchó un tintineo, y distinguió en su mano el llavero de Jack Skellington. No le vieron abrir, pero oyeron un pequeño chasquido, y luego un rechinido de bisagras. Charis giró sobre su asiento para buscar alguna explicación con Daniel. Sin embargo, aquel parecía tan sorprendido y perplejo como ella.

—Charis —dijo Beth—. Dice que muevas el auto.

Al volver la vista al frente, Jesse le hacía señas. Había abierto ambas puertas de par en par, y hecho hacia un lado del camino para permitirles el paso.

Charis puso la primera marcha y avanzó con cuidado hasta detenerse del otro lado del portón, el cual Jesse volvió a cerrar. Después de eso regresó al auto, y subió sin decir palabra alguna.

No obstante, Charis no avanzó pasado ese punto; no lo haría sin antes tener respuestas.

—¿A dónde vamos exactamente?

—Sigue adelante. Yo te diré cuándo-...

—No. Me refiero a que-... ¿Qué es este lugar? —demandó saber— ¿Por qué estaba cerrado con llave?

Jesse se encogió en su asiento.

—Es... propiedad privada.

—¿De quién?

—De los residentes.

—¿Y tenemos permiso para entrar?

—Tengo la llave... ¿no?

—Eso no responde a mi pregunta.

Las manos de Beth asomaron por encima del respaldo de su asiento y se asentaron sobre los hombros de Charis, masajeándolos con vehemencia.

—¡Ya, Charichi! Si Jess tiene la llave es porque podemos entrar. No nos estamos metiendo a la casa del presidente, ¿o sí?

—Tiene razón —secundó Daniel—. Mejor... sigamos adelante.

Acuciada por los demás, su mano dudó sobre la palanca de cambio; mas no tuvo de otra sino seguir. Ya tendría tiempo de hacer preguntas después...

Avanzaron por espacio de alrededor de diez minutos antes de que Jesse volviera a indicarle detenerse y tomar otro desvío, aún más profundo en la arboleda. En aquel punto, el paisaje ya era boscoso y no se oía un sonido. Charis se ponía progresivamente nerviosa.

De pronto otro portón apareció al frente. Doble, igual que el primero, pero con rejas de un elegante blanco.

En la entrada había un letrero de madera grabado:

«Ophelie's»

—Es aquí.

Jesse volvió a apearse del vehículo y se aproximó al portón, cuyo candado abrió con otra llave. El proceso se repitió, y Charis avanzó cuando él separó las compuertas y se apartó. Después, él volvió a cerrar y regresó al auto.

—Justo en frente —indicó.

Charis exhaló lentamente por la nariz y avanzó, empezando a hartarse del misterio,

Árboles altísimos los acompañaron por un largo tramo del camino; esta vez, unos cinco minutos, antes de tener la primera pista del lugar a dónde se dirigían.

Apareció ante ellos un prado gigantesco donde el follaje se abría para dar lugar a un extenso claro. La hierba se alzaba alta y espesa a ambos lados del camino, y al final del mismo, casi sembrada en la vegetación se encontraron con una gran casa de dos plantas.

—¡Mira eso, qué preciosidad! —exclamó Beth.

Era de madera clara sobre cimientos de piedra, tejado superpuesto a cuatro aguas, con una buhardilla de cada lado. Ambas plantas estaban dotadas de ventanas amplias de estilo francés. La arquitectura parecía antigua, pero se conservaba en buen estado. La maleza, sin embargo, crecía abundante por los alrededores, alta y descuidada, como si el sitio hubiese estado abandonado por años.

—¡¿A quién pertenece esa casa?!

Confiada en que la naturalidad e inocencia de Beth a la hora de hacer la misma pregunta que ella, tuviese más éxito en obtener una respuesta, Charis escuchó atenta.

Jesse se tomó algunos segundos antes de hablar.

—Es... de unos parientes.

Se petrificó, lívida. Estuvo a punto de meter el pie en el freno hasta el fondo, pero se abstuvo, y en cambio respiró profundamente. Sin embargo, la fuerte opresión en su pecho no le permitió reunir el aire suficiente para dejar de sentir que estaba a punto de ahogarse.

Beth no tenía forma de saberlo... pero Daniel probablemente tampoco lo hiciera; era probable que Jesse jamás se lo hubiese mencionado... Pero ella sí lo sabía.

Sabía que Jesse estaba mintiendo.

Una vez aparcado el automóvil, Beth fue la primera en bajarse de un salto, emocionada y dando vueltas como una niña. Daniel la siguió de cerca.

—Cuidado. Podría haber animales en la hierba alta.

—¡Mira este lugar! ¡Es surreal! Nunca había estado en un sitio así.

En cuanto ambos se alejaron y se quedaron los dos solos en el auto, Jesse permaneció inmóvil y tenso en su lugar, como si supiera lo que venía, y Charis respiró hondo, reuniendo la calma necesaria para hablar sin alterarse.

—Lo que le dijiste a Beth... ¿es cierto? Que este lugar pertenece a tus parientes.

Hubo otra pausa. Charis las detestaba cuando estaba impaciente. Tamborileó con los dedos sobre el volante.

—... Es cierto.

—Hm. Curioso —musitó ella, sintiendo la bilis bullir en el fondo de su esófago—. Porque, si no mal recuerdo, a mí me dijiste algo completamente diferente respecto a tus parientes hace algún tiempo.

Jesse se mordió los labios. Antes de que dijera nada, Daniel se asomó por la ventanilla del asiento del copiloto.

—¿Imagino que tienes cómo entrar?

—Por supuesto —le dijo Jesse al momento de abrir la puerta, y bajarse de forma apresurada.

Charis advirtió que parecía aliviado de verse librado de la situación por la oportuna interrupción de Daniel.

Entretanto, aquel rodeó el automóvil y se hizo con dos de los bolsos del interior de la cajuela. Jesse se adelantó una vez más, con el atadijo de llaves, y, tras dudar un momento, como presa de un arrepentimiento fugaz, abrió la puerta frontal y les dio el beneplácito para pasar adelante.

Cuando entraron cargando cada uno con sus pertenencias, Charis contuvo un aliento, sin dar crédito a lo que veía. Si la casa era bonita por fuera, el interior lo superaba.

Amplia, luminosa, por completo amueblada.

—¡Qué lugar! —exclamó Daniel, y su voz emitió un ligero eco—. ¿Tus parientes están bien con prestártelo? Me hubiese gustado hablar con ellos. Presentarme debidamente y darles las gracias.

—Está bien... —dijo Jesse, por toda respuesta.

Charis continuó sintiendo que era demasiado ambiguo a la hora de hacerlo. Nunca contestaba directamente a la pregunta. En vez de eso respondía de formas ambiguas, con el menor contexto posible.

Se dio cuenta entonces, conforme miraba por los alrededores, de que era presa de una sensación extraña. No venía de ella, sino que se la evocaban los alrededores. Algo allí se sentía fuera de lugar, pero no podía determinar qué.

—A decir verdad no me imaginaba que este sería nuestro destino; pensaba que sería algo más urbano. De haberlo sabido, hubiéramos pasado a comprar provisiones.

—Hay una gasolinería con una estación de servicio a diez minutos por la carretera principal —le dijo Jesse— Podemos ir y volver en veinte.

—¡Estupendo!

Daniel parecía contento de oírlo, pero aquello no constituyó sino otro motivo de sospecha para Charis. ¿Cómo conocía Jesse tan bien los alrededores? ¿Y por qué Daniel no le estaba haciendo ninguna de aquellas preguntas? ¿Realmente era tan atolondrado, o sencillamente conocía lo suficiente a Jesse para saber que no le daría ninguna respuesta? Probablemente se tratara de lo segundo...

La primera planta de la casa se constituía de un salón grande que era a la vez una sala de estar y un comedor amplio de cuatro personas. Tenía tres puertas; una conducía a una cocina casi tan espaciosa, otra a lo que parecía ser un cuarto de baño, y una tercera puerta permanecía cerrada. Charis se detuvo en ella por más tiempo, preguntándose qué habría del otro lado.

Continuaba sintiéndose intranquila y recelosa, pero sencillamente no podía apuntar el dedo a qué era aquello que le resultaba tan desconcertante. Miró atentamente por los alrededores, siempre desde la puerta; mientras que Daniel y Beth recorrían libremente el lugar. Y fue entonces, cuando Beth se detuvo frente a la mesa del comedor para colgar su bolso del respaldo de una silla, que Charis entendió qué era lo que le inquietaba tanto respecto a aquel sitio.

Era tan sutil que ninguna otra persona que no fuera tan neurótica como ella en términos de orden hubiese sido quizá capaz de notarlo.

Dos de las sillas no estaban alineadas con las demás. Como si alguien las hubiera ocupado y se hubiese levantado sin preocuparse de devolverla a su sitio correcto. No eran lo único. Los cojines desacomodados del sofá; uno que otro objeto en una que otra superficie... Tuvo la súbita sospecha de que, quienquiera que hubiese estado allí la última vez, había abandonado la casa con la intención de volver muy pronto.

Entonces... ¿por qué los alrededores lucían tan desolados? ¿Por qué la casa lucía abandonada?

Cuando se movieron a la segunda planta se encontraron con un largo pasillo con dos habitaciones, y un segundo baño. Una de las habitaciones estaba dotada de una cama tamaño «Queen» , y la otra, de dos camas pequeñas.

«Una para los padres; y la otra para dos hijos», pensó Charis.

—Las chicas pueden usar esta —dijo Daniel a Jesse, echando un vistazo al interior de la primera—. ¿Qué dicen?

Beth enganchó el brazo de Charis y la condujo dentro en un trote.

—¡Estupendo, la más grande!

—Por mí está bien —masculló Charis, observando aún con desconfianza los alrededores; a las telarañas en las esquinas del techo y a las cortinas cerradas de las ventanas, imaginando que esconderían a más bicharracos.

Pero por encima de ello, se fijó en que incluso las habitaciones lucían como si la última vez que hubiesen albergado a personas, estas las hubiesen dejado sin saber que la abandonarían de forma permanente. Había marcas en el edredón, como si alguien se hubiese sentado sin molestarse en ordenarlo después.

Beth llamó su atención tocando su brazo y la inquirió silabeando por lo bajo un: «¿Qué ocurre?»

Charis negó. En ese momento, Daniel entró con las bolsas de las dos y las dejó sobre la cama.

—Señoritas, su equipaje —anunció Daniel—. Jess y yo nos acomodaremos en la otra alcoba.

Beth se sentó sobre el punto exacto que Charis analizaba y palpó el sitio a su lado sobre la cama.

—A menos que alguno quiera dormir aquí conmigo.

Daniel se rio abochornado y Charis meneó la cabeza. Pero al menos la broma de Beth la arrancó momentáneamente de su abstracción y le hizo sentir más relajada.

Después de acomodarse y dejar sus cosas, Daniel sugirió ir a comprar cuanto antes para aprovisionarse y no tener que salir más durante los días que estarían allí.

—Yo me quedo aquí —les dijo Jesse cuando se preparaban para ir—. Voy a... ordenar y a limpiar un poco.

—¿Seguro? —dijo Daniel— ¿Necesitas que te traigamos algo?

—Detergente y esponjas.

—Anotado.

—Y chocolate.

—Lo supuse —se carcajeó Daniel.

—¡Eso por descontado! —exclamó Beth, al momento de salir dando brincos por la puerta.

Charis fue la última en salir, todavía silenciosa y cavilante. Lamentaba no poder compartir la alegría de los demás, pero había sencillamente demasiado en su cabeza.

Y fue allí, al momento de cruzar el umbral para salir, cuando arrojó un último vistazo al interior de la casa, que cayó en cuenta de una posibilidad en la que no se había detenido y la cual resultaba todavía más inquietante.

El estado al interior de la casa podía indicar no uno, sino dos escenarios posibles. El que los residentes hubiesen abandonado la propiedad sin saber que no volverían... o que lo hubiesen hecho bajo circunstancias apremiantes.

Como si hubiesen estado escapando de algo.

Recorrieron de regreso a la entrada el mismo camino que hacía unos minutos. Daniel llevaba ahora en el bolsillo las llaves de ambos accesos, las cuales Jesse le entregó, encareciéndoles dejar bien cerrado cada vez.

Se detuvieron justo frente al portón y Daniel bajó para abrir. Entretanto, Charis contempló con detenimiento el letrero junto a la salida: Ophelie's...

Opinó que era un nombre extraño para una propiedad; era más el nombre de una persona. Evidentemente... el de una mujer.

—Cariño, ¡¿qué ocurre?! —La voz de Beth la desconcertó cuando esta bisbiseó junto a su oído, desde el asiento trasero—. Has estado actuando extraño desde que llegamos. Estás como ida; distraída en algo.

Charis desvió la vista del letrero a los ojos consternados de su mejor amiga, quien la contemplaba en espera de una explicación.

—El viaje me dejó algo cansada. Es todo —se excusó.

Beth frunció los labios, entornando los ojos:

—Voy a fingir que te creo, porque tenemos compras que hacer. Pero no te vas a salvar de explicármelo más tarde.

—¿Explicar qué cosa? —preguntó Daniel, subiéndose de regreso al auto.

—El por qué Charis no compró repelente para mosquitos —dijo Beth, con una palmada en su cuello—. Anotémoslo en la lista de compras.

—De hecho —terció Charis—, ¿podrían ir ustedes? —Se ganó dos miradas perplejas—. Estoy algo mareada por el viaje. Mejor me quedo y así ayudo a Jesse a ordenar. No debería forzar tanto su lesión todavía.

Daniel dio una suave cabeceada, de acuerdo.

—¿Necesitas que compremos algo por ti?

—No te preocupes.

—De acuerdo... Entonces déjame dar la vuelta.

Charis sacudió la cabeza y abrió de golpe la puerta de su asiento:

—¡No! Ustedes sigan; yo puedo volver caminando.

—¿Huh? ¿Estás segura?

—Sí, Dan. Me duele el trasero. Me servirá para estirar las piernas y respirar aire fresco.

Aquel volvió el cuerpo al frente, poco convencido, pero accedió, y Beth trepó entre los dos asientos delanteros para ocupar el asiento del copiloto cuando Charis se bajó.

—¿Puedo elegir la estación de radio?

Charis se despidió rápidamente de ellos, y se apresuró a alejarse del vehículo y emprender la marcha de regreso a la casa, antes de verse retenida con más preguntas.

https://youtu.be/9T7eFTbU60k

Confió en que el camino de vuelta en silencio le sirviera para poner en orden sus ideas, pero estaba demasiado abrumada, y cada paso sobre la grava sonaba demasiado alto en sus oídos; lo suficiente para romper el frágil hilo de sus pensamientos cada vez que lograba enlazarlos.

No concebía que Jesse hubiera mentido sabiendo que ella conocía la verdad. ¿Parientes?; ¿qué parientes? Había sido claro al asegurar que no tenía parientes en la ciudad. ¿Acaso no recordaba lo que le había dicho a ella?

Parecía la única explicación para torcer ahora la verdad de forma tan desfachatada.

Charis pensó que no era una idea descabellada considerando su estado en aquella ocasión, apenas consciente tras su desmayo. Como fuera, planeaba averiguarlo. Nadie le mentía a la cara; y menos luego de depositar en dicha persona su confianza; algo que no le resultaba fácil.

La distancia comenzó a acortarse a mayor velocidad con cada zancada más larga que la anterior para llegar pronto y hablar a solas con Jesse, a sabiendas de que el tiempo del que disponía antes del regreso de Daniel y Beth sería quizá su única oportunidad de obtener respuestas.

Una vez al pie de la escalerilla del pórtico, subió los cuatro escalones en dos saltos y se frenó de golpe frente a la puerta, con la mano en el pomo, lista para abrir.

Iba tan absorta en sus pensamientos, ideando qué diría o cómo enfrentaría a Torrance, que no fue sino hasta que sus pasos furiosos dejaron de mitigar cualquier otro sonido que se percató de que podía oír música proveniente desde dentro de la casa y contuvo su aliento agitado para oír mejor. No recordaba haber visto ningún estéreo.

Intrigada, giró el pomo de la puerta con cuidado, y al entrar en la casa, la música la envolvió con más fuerza.

Era música de piano, pero no pudo reconocerla, ni al autor; aunque conocía muchos. La tonada era suave, ligera... y excruciantemente triste. Jesse le había dicho durante el incidente en el ascensor que le gustaba la música clásica. Y Charis halló una nueva razón para desconfiar.

Para no solo conocer bien los alrededores, sino que además hubiera en la casa discos de música de la que era su predilecta, la conclusión era obvia: él había vivido allí en algún punto. Pero, ¿hacía cuánto? ¿Y por cuánto tiempo? ¿Por qué habría abandonado el lugar? Y si su impresión era cierta... ¿qué le había hecho salir huyendo de allí? Pensar en ello le dio escalofríos.

Al mismo tiempo, esa conclusión fue el soplo que terminó de encender las brasas que ya se hallaran incandescentes desde su primera sospecha, y una hoguera furiosa se encendió en el fondo de su pecho.

Se internó a zancadas en la casa, avanzando en la dirección de la música, lista para exigir a Jesse que se lo explicase todo, de una vez por todas.

No le costó identificar el sitio del que provenía la melodía. Era del otro lado de la puerta de la habitación cerrada que antes había llamado su atención. No se detuvo a pensar si entrar era una buena idea considerando que permanecía obstruida, sin embargo, para ese momento ser cortés estaba en último lugar entre sus prioridades.

No obstante, en el momento en que abrió la puerta y la habitación apareció frente a ella, Charis se petrificó sobre sus pies sin las fuerzas de avanzar más allá del umbral.

El lugar estaba por completo desbaratado; repleto de cajas apiladas por todas partes, y mobiliario cubierto por lonas blancas y gruesas películas de polvo.

No obstante, no fue aquello, sino lo que vio al final del recorrido que siguieron sus ojos, lo que la paralizó.

Entendió que no había ningún estéreo en la casa, pues la música que colmaba el ambiente no provenía de ningún aparato electrónico, sino de un viejo piano de pared al fondo de la habitación, sentado frente al cual, tañendo las teclas, encontró a Jesse.

Aquel se hallaba sumido en una completa enajenación mientras que sus largas manos se movían con suavidad por el viejo instrumento, como si flotasen sobre las teclas, emitiendo las notas que conformaban la hermosa tonada.

Las tocaba con la delicadeza con que un niño toca un tesoro, o un tierno enamorado a su amante.

Charis permaneció hipnotizada, cautiva por el sonido y sin poder apartar la mirada del solitario pianista en medio del salón abandonado por el paso del tiempo. Creyó estar soñando...

Pero entonces, el hecho de mirar a escondidas le hizo sentir que presenciaba algo que no debía, y aquello la despertó de modo abrupto de su trance y comenzó a retroceder para marcharse.

Un paso mal dado la hizo tropezar con la esquina de una lona y Charis sacudió los brazos en busca de dónde sostenerse, con lo cual tiró una lámpara de pie, la que se precipitó al piso con un escandaloso estruendo.

La canción se extinguió de golpe, y el músico se congeló con las manos temblorosas aun dispuestas sobre el piano. Tras una pausa, aquel giró lentamente sobre su asiento. Y como un incauto ante la mirada de Medusa, aquel se petrificó al verla. Sus labios se movieron solo lo suficiente para pronunciar su nombre en un susurro:

—... Ch-... Charis...

Todas las preguntas que tenía abandonaron su cabeza como una bandada de pájaros huyendo espantados por la ventana de una azotea. Retrocedió dos pasos más, y finalmente giró sobre sus talones y se marchó de allí en un trote torpe de piernas rígidas.

—¡Charis! —oyó llamar a Jesse, pero no se detuvo.

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La sorprendió fuera el viento frío de la tarde y el cielo ya teñido de escarlata y naranja. El aire fresco ayudó a enfriar su rostro caliente, pronto al llanto ¿Por qué tenía deseos tan incontenibles de ello? Tampoco lo sabía; solo que también quería gritar.

Bajó de dos saltos la escalerilla del pórtico y se alejó caminando por la grama, hacia un costado de la casa. No tenía claro a donde iba, solo quería estar lejos y sola.

—Detente, por favor... —la mano helada de Jesse atenazó su brazo a la altura del codo y ella se lo sacudió.

—Suéltame. —Le costaba caminar por la hierba alta, pero continuó alejándose, dando pasos erráticos.

—¡Espera...! Pu-puedo explicarlo...

Charis se soltó por segunda vez cuando él hizo otro intento de detenerla, y después viró en redondo sobre sus pies para enfrentarlo, acabada su paciencia:

—¡¿Puedes?! —bramó— ¡¿Puedes explicar a quién de las dos le mentiste, si a Beth o a mí?! ¡¿O puedes explicar qué es este sitio, cómo lo conoces o por qué tienes una llave?! ¿O tal vez qué significa esa estúpida cadena por la que casi nos matan a ambos? ¡O de dónde sacaste una joya que cuesta más dinero que el que yo he tenido en toda mi vida! —Sacudió la cabeza con fuerza, sintiendo que las sienes le palpitaban—. Y pensar que he estado culpándome por lo que te pasó... ¡Vaya si he sido estúpida! —se pegó en la frente con el talón de la mano.

—Charis... no es así.

—¡O, ya sé!, tal vez podrías explicar cómo te hiciste en verdad las heridas que llevas en la espalda, el hecho de que sepas disparar un arma como si fueras un maldito francotirador, o cómo aprendiste a tocar el piano... ¡O podrías explicarme por qué escondes todas esas cosas!

Vio en el afán de sus labios que había estado a punto de decir algo, pero se abstuvo. Charis exhaló.

—Ya estoy harta de esto... Todas estas preguntas que tengo; estas dudas respecto a ti, me las he guardado porque pensaba que estaba siendo prudente; que no eran asunto mío. Pero no es justo, Jesse... ¡no es justo!

Aquel tenía en el rostro una expresión atemorizada. Por encima del marco de sus lentes, que le habían resbalado a mitad de la nariz durante su persecución, Charis pudo ver una vez más sus curiosos ojos castaño ambarinos cuando estos se desplazaron de una en una en las pupilas de ella.

—...Charis... Yo-...

—Merezco saber al menos quién es la persona en la que tanto me costó confiar. —Tuvo que inhalar una bocanada para poder continuar hablando—. ¡En quién decidí depositar mi amistad! Por una maldita vez, ¡¡sé honesto conmigo y dime quién eres, Jesse Torrance!!

Al intentar moverse de su sitio, la grama se enredó en sus pies y Charis se tambaleó a punto de caer.

Jesse se precipitó hacia ella para atajarla, pero ella estaba tan enojada que respondió por reflejo con un empujón. La mayor parte del impacto se lo llevó su hombro lesionado, el cual Jesse sostuvo con fuerza al momento de retroceder dos pasos erráticos.

Charis dio un boqueo y se paralizó con las manos en alto al percatarse de lo que había hecho.

Jesse se tomó unos instantes para recomponerse y avanzó de regreso los pasos que había retrocedido. Mas, al momento de abrir los labios para hablar, su rostro se torció en una profunda mueca, y en lugar de ello dejó salir un quejido arduo, al tiempo en que estrujaba su brazo lesionado con la mano contraria, y abatía una rodilla al suelo.

Charis permaneció inmóvil. Su respiración estaba desbocada y su corazón a mil; pero encontró, entre toda esa amalgama de sentimientos, un último rastro de racionalidad al cual asirse para aplazar momentáneamente su frustración y atender a un asunto mucho más urgente.

Se agachó frente a Jesse alargando dos manos nerviosas en un intento torpe de asirlo, pero sin el valor suficiente de tocarlo:

—Jess, lo siento. Perdón... —jadeó—. ¡Pero tú-...!

Aquel levantó con cautela la mirada. Y la expresión que tenía cuando lo hizo la desarmó por completo, al instante. Era el rostro de un niño aterrado.

Abrió nuevamente los labios para decir algo, pero al final volvió a callar, inclinando el mentón, cabizbajo y derrotado. Dejó caer entonces la otra rodilla sobre el césped y se sentó sobre sus piernas con un pesado respiro que pareció dejarlo sin fuerzas.

Charis hizo lo mismo y se arrodilló exhausta frente a él. Las hojas de la grama pinchaban la piel desnuda que dejaban sus shorts y sintió frío con el contacto gélido de la misma bajo su cuerpo aun tembloroso. Como si hubiesen arrojado una baldada de agua sobre una hoguera, su rabia se hallaba extinta; sin embargo continuaba humeando y siseando cada vez con menos fuerza.

—¿Te hice daño? —preguntó Charis al fin.

Vio a Jesse presionar los labios antes de responder.

—N-no-... U-un poco...

Permanecieron uno frente al otro en silencio, acompañados solo del sonido del viento sacudiendo con suavidad la hierba, y el trino lejano de un pájaro. Charis empezaba a sentir que las piernas le hormigueaban bajo el peso de su cuerpo. Sus manos aún tenían un ligero tremor.

Apareció entonces ante ella la mano pálida de Jesse en cuanto él la posó sobre las suyas, y Charis levantó la vista, alarmada. Heladas, como siempre... pero suaves.

—Sentémonos —pidió él—. Y... hablemos.

Se puso de pie y la ayudó a hacer lo mismo ofreciéndole el brazo sano, el cual Charis aceptó.

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Sentados uno junto al otro en las escalas del pórtico, pasó un tiempo largo antes de que Jesse dijera una palabra.

—No le mentí a ninguna —empezó—. Te dije que no tenía familia cerca, y es cierto. Y dije a Beth que esta casa pertenecía a unos parientes; pero eso también es cierto. Ellos-... me refiero, a los dueños de este lugar... —Parecía costarle trabajo hablar, al punto de dudar. Pero tras otro pesado suspiro, lo hizo al fin—: ellos... fallecieron.

El corazón se le estrujó a Charis en el pecho. Eso lo explicaba... Y ella había estado demasiado ocupada armando escenarios macabros en su cabeza como para pensar en la razón más simple. La más dolorosa...

Llevó la vista al frente, a la grama meciéndose en un lento vaivén.

—Dios... —masculló, y sacudió la cabeza un par de veces—. Jess... lo siento tanto —masculló avergonzada, sin dar crédito a lo que oía y a su comportamiento—. Lo siento en verdad...

Él continuó sin detenerse en sus disculpas:

—En cuanto a cómo conozco este sitio, o por qué tengo las llaves... Es porque, al morir esas personas, ellos me dejaron este lugar.

Finalmente allí estaba; la respuesta que tanto había esperado; aunque oírla no la reconfortó en lo absoluto.

—Pero... no consigo entenderlo. —Con una confesión como aquella, no tuvo sino más dudas, y su curiosidad no pudo ser aplacada—. ¿Por qué continúas pagando un apartamento en la zona más peligrosa de la ciudad, contando monedas para vivir y trabajando en un sitio oscuro, horrible y mal pagado, teniendo este sitio?

—Está demasiado lejos. No hay forma en la que pudiera ir y volver de mi trabajo cada vez.

—Pero... ¡podrías venderlo! No sabes cómo envidio tu suerte ahora mismo. Si vendieras esta casa, podrías comprar algo en la ciudad, en un barrio decente. ¡Un lugar propio, Jess!, donde no corrieras peligro a ser acuchillado cuando sales para trabajar.

—Ojalá... fuera tan sencillo. —Jesse bajó el rostro.

Charis rodó los ojos. Se podía imaginar el resto.

—Y no imagino que planees explicarme por qué...

—Pero lo haré —respondió él al acto, haciéndole elevar las cejas—. Este lugar... es todo lo que conservo de esas personas. De ese... tiempo. Es lo único que me queda para recordarlo. Venderlo sería-... No; no podría...

Ella suspiró discretamente y asintió. Al final... Jesse siempre acababa por probarle que tenía razones válidas para reservarse tantas cosas. Empezaba a notar cierta tendencia en él a aferrarse a cosas que tenían que ver con su pasado y las partes de él que parecía extrañar.

—«De ese tiempo» —repitió ella—. Vivías aquí... ¿no es así?

Para su sorpresa, Jesse asintió a la brevedad.

—Lo hice por un tiempo.

—¿Hace cuánto?

—Bastante...

—Estoy intentando entenderlo, pero es difícil.

—Lo sé... Es complicado hasta para mí. En cuanto a tus otras preguntas...

Charis exhaló por la nariz y movió la cabeza:

—No tienes que responderlas. Lo que me has contado hasta ahora... supongo que basta.

Cuando le devolvió la vista, Jesse hacía ademanes nerviosos con las manos entre sus rodillas, entrelazando y estrujando sus largos dedos.

—Nunca querría... traicionar la confianza que tú o Daniel depositan en mí. No lo haría... si no hubiera una buena razón, Charis. Necesito que tú-... Que entiendas eso. Desearía... que los demás lo hicieran.

Ella lo contempló con la mirada en rendijas.

—¿Qué quieres decir?

Jesse inhaló un largo aliento.

—No es la primera vez que lidio con esto. La gente... pone en duda todo el tiempo mi amistad con Daniel, y por las mismas razones que tú. Solía ignorarlos..., ¿qué podrían saber ellos? Pero contigo... es diferente; tú también eres su amiga. Y... ahora mía. —Ella suavizó la mirada ante esa pequeña, tan inesperada confesión—. Y odiaría... que te quedases con una opinión tan errónea. Que creyeras... que no lo tengo en cuenta o que le oculto todo esto porque no confío en él.

—Pero entonces, ¿cuál es el motivo? Si crees que Daniel te juzgaría, entonces... ¡Entonces no lo conoces para nada! ¡El saber que piensas eso es peor que el hecho de que le ocultes cosas, Jesse!, ¡que él te considere un amigo aun cuando tú no lo conoces lo suficiente como para saber que él jamás te juzgaría, no importan las razones!

Jesse negó tranquilamente.

—Sé que no lo haría. Y no es ese el motivo.

Charis resopló. A esas alturas ya no estaba segura de nada.

—¿Y me dirás cual es?

—Yo... solo no pienso que sea importante... ¿sabes? —Por primera vez, él le dirigió la mirada, aunque de refilón—. Preguntaste quien soy en realidad. Y soy esto, Charis. Todo lo que soy... es esto. La persona a la que conoces ahora... es todo lo que hay. En cuanto a... antes —hizo una pausa—... ya no es importante. Yo ya... no quiero pensar en ello. Ya no es parte de mi vida; y por lo tanto no tiene por qué ser parte de la vida de nadie más. En especial... de Daniel, o la tuya.

Ella cabeceó, intentando asimilar todo. Se tomó en ello unos minutos, al cabo de los cuales vació su pecho oprimido y tenso en un respiro.

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—A veces hablas-... No lo sé; como si escondieras un gran secreto. Como si hubieras... hecho algo muy malo.

Jesse levantó a ella un gesto inquisitivo y cauteloso.

—¿Y si... lo hubiera hecho? —Charis no respondió, pero su tono le transmitió un horrendo escalofrío. Jesse soltó un respiro, con una sonrisa tenue esbozada en sus finos labios—. Supongo... que te he dado razones para creer eso, ¿verdad?

—Creeré tu palabra si me dices que me equivoco.

Y deseó poder estar tan convencida de ello como lo aparentó su tono.

Jesse desvió la vista otra vez.

—No he hecho nada malo, Charis. O al menos... no creo que lo haya hecho.

Ella se inclinó para mirarlo al rostro, esta vez dispuesta a aclarar las dudas que quedaban aún sin contestar.

—¿Cómo es que sabes disparar un arma?

—Tampoco mentí en eso. Mi abuelo me enseñó.

—¿Por qué?

—Nunca he disparado contra alguien; si es lo que te preocupa —se apuró—. Jamás lo haría. Yo jamás... querría.

Charis se mordió los labios. Aunque no podía saberlo, su tono le indicaba que estaba siendo por completo honesto en ello. Se conformó con ello.

—Y además tocas el piano —movió la cabeza, aún sin terminar de creérselo—. ¿El que está dentro es tuyo?

—No-... Bueno —dudó—... supongo, en vista de las circunstancias... que ahora lo es.

—¿Quién te enseñó?

Aquella respuesta le costó un poco más.

—Su... antigua dueña.

—Ophelie —aventuró Charis.

Jesse se paralizó por unos instantes. Después, asintió con tristeza.

—El nombre de esta propiedad... era el nombre de la dueña de este sitio. —Charis experimentó una enorme curiosidad, tanto por quién sería esa mujer misteriosa, como por cuál sería su relación con Jesse. Por qué de pronto había empezado a lucir tan nostálgico con su solo recuerdo.

Determinó que lo mejor era parar. Al menos ya tenía algunas respuestas. Era un paso enorme.

—Es un hermoso lugar —disgregó—. No he podido apreciarlo hasta ahora. Tenía muchas cosas en la cabeza.

—Lo siento por eso.

—No es tu culpa. Sólo son muchas cosas, ¿bien? Algunas no tienen nada que ver contigo... Imagino que acabé descargándome en ti otra vez. Yo soy quien lo siente.

—Descuida...

—¿Cómo está tu hombro?

—Bien.

Charis soltó un suave bufido:

—Le dije a Dan que sería más fácil si te enfadaras. Así aceptarías una disculpa y todo sería menos complicado.

—No tienen que pedirme disculpas por todo.

—Mira quién habla. Tú lo haces todo el tiempo.

—No soy el mejor ejemplo en nada...

Charis creyó percibir cierto afán bromista. No sonreía, pero ella sí lo hizo. Miró alrededor. La grama verde, el cielo violáceo, la brisa fresca, el silencio...

Le bastó callar unos instantes en ese lugar para darse cuenta de que nunca había experimentado lo que era el silencio absoluto, y lo agradable que podía ser.

—¿Te gustaba vivir aquí?

Jesse lo meditó un momento, y dio una cabeceada. Su comisura se torció en una suave sonrisa, aunque su gesto se impregnó de una profunda melancolía.

—Aunque fue por poco tiempo. Crecí en otro lugar.

—¿En serio? —preguntó ella tendiéndose sobre el peldaño superior a aquel sobre el cual se encontraba sentada, apoyada sobre sus antebrazos—. ¿Dónde?

—Lejos —fue todo lo que dijo. Charis supo enseguida que no tenía caso pedir especificaciones.

—¿Cómo era?

—Parecido a esto. Muchos árboles.

Ella sonrió. Imaginó a un muchachito delgado y pálido corriendo por un prado; nada más que alborotado cabello negro descollando entre la grama.

—... ¿Lo extrañas?

Jesse bajó la vista, borrando la sonrisa. Lo pensó por largo rato.

—Siempre... he pensado en volver allí algún día.

Charis le sostuvo la mirada, esperando que dijera algo más, pero no lo hizo. Como de costumbre, dejó de hablar en el momento justo para dejarla llena de nuevas dudas. Pero sintió que no era correcto pedir más detalles. En tan pocas ocasiones Jesse decidía abrirse que Charis comenzaba a tratar aquellas oportunidades con solemnidad.

Meditó un momento sus palabras, aunque no había mucho que deducir de ellas. Eran claras por sí solas. Le entristeció pensar en que él no fuera realmente feliz con su vida en la monocromática Sansnom. Pero el hecho de que considerara marcharse de allí le despertó otra emoción muy distinta.

El sonido de llantas sobre la grava les hizo a los dos levantar la vista.

—Ya están aquí —masculló Jesse al momento de levantarse de la escalinata del pórtico—. Yo tengo que... cerrar la habitación. —Vaciló un momento—. Sé que yo... que te he pedido esto muchas veces, pero-...

No tuvo que terminar lo que intentaba decir.

—No se lo diré a nadie; no te preocupes.

Jesse se mordió los labios y asintió, agradecido.

Se apartó del lado de Charis y fue hacia la puerta cuando ella lo detuvo, afianzando entre sus dedos la tela mustia de una de las piernas de sus jeans.

—Jess, lo que dijiste recién... ¿Eso significa que algún día... te irás de Sansnom?

Él se detuvo, pero no la miró. Finalmente, luego de un hondo respiro, se encogió de hombros.

—¿Quién sabe?

Apenas aparcar frente a la casa, Daniel y Beth la saludaron desde el auto con una sonrisa y Charis no consiguió hacer sino una mueca en respuesta. Viró sobre su hombro, y Jesse ya se había esfumado dentro de la casa.

Meditó en sus palabras por algunos minutos, mientras Daniel y Beth descendían del auto y sacaban bolsas de la cajuela.

¿Y si un día Jesse cumplía con su deseo y se marchaba de Sansnom para volver a su lugar de nacimiento?

Si era su deseo, debería sentirse feliz por él. Pero entonces... ¿Por qué la sola posibilidad de que aquello fuera a ocurrir había bastado para abrir un vacío en su pecho?

Mientras desempacaban las compras, entre comida, artículos de limpieza y otras cosas necesarias, Charis fue acomodando cada artículo que Beth sacaba de las bolsas y le entregaba, ordenándolos sobre la encimera de la cocina.

—¡Chocolates! —anunció Beth, y entregó a Jesse una barra grande.

—Genial... Gracias.

Charis lo miró brevemente a través de las pestañas. ¿Estaba sonriendo? La distrajo el rostro de Daniel asomando por un lateral de la puerta. Llevaba una toalla al hombro.

—Jess, ¿hay agua caliente?

—Hay calentador eléctrico, pero no se ha usado en mucho tiempo. Tendrás que esperar un poco a que tempere el agua. Voy enseguida.

Arrancó a la barra de chocolate una fila y mordió la mitad antes de salir de la cocina, dejándolo en la encimera, y haciendo un gesto a Beth y a Charis para que comieran.

—¡Uh! —Beth no se apenó a la hora de hacerse con una fila para luego ofrecerle otra a Charis.

Esta se negó con una cabeceada, todavía absorbida por sus pensamientos. Beth puso los brazos en jarras:

—De acuerdo, ¿qué pasó entre ustedes dos?

Charis levantó la vista, alarmada.

—¡¿Huh?!

—Después de lo que pasó en el auto empezaste a actuar muy rara, y desde que se quedaron solos, has estado en las nubes. ¿Se pelearon?

—¡Claro que no!; no somos niños.

Beth torció los labios en una expresión agraviada:

—¿Por qué nunca confías en mí con estas cosas? Quizá podría aconsejarte o-...

—¿Confiarte qué? ¡No hay nada que contar, Beth!, te estás imaginado cosas.

—Como digas —bufó ella—. Ustedes dos... a veces en serio parecen un matrimonio.

—¡Ah! ¡Me pregunto de dónde sacarías esa idea! —ironizó Charis—. Daniel me las va a pagar.

—Daniel tiene razón, actúan como una pareja. Una muy tóxica además.

—¿Ah, sí? —Charis sacó de la bolsa una esponja y la puso con fuerza sobre el mesón—. ¿Y eso por qué?

—¿Por qué te importaría, si no fuera cierto?

—No me importa. Sólo es curiosidad. Ilumíname sobre por qué Daniel te diría eso.

—Daniel no lo dijo; lo digo yo. Es lo que veo.

—Pues necesitas ver mejor. Lo que haya pasado ya se resolvió. Hablamos cuando ustedes no estaban, y ahora todo está bien. ¡No hay nada más que añadir!

Beth enarcó una ceja con una sonrisa satisfecha.

—O sea que sí pasó algo.

—¡Ugh! —Charis se levantó de su asiento y salió de la cocina en una carrera—. ¡Ya tuve suficiente de esto!

Su apresurada huida la llevó a chocar duramente con alguien justo en la entrada de la cocina. No tuvo que ver quién era, lo sabía por descontado.

—Lo siento... ¿Estás-...?

—¡¡Estoy bien, maldita sea!! —bramó, y pasó de largo junto a Jesse.

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Se dirigió castigando el piso hacia la puerta frontal, y la abrió a la carrera, precipitándose afuera.

El viento nocturno estaba helado, pero no quiso volver por un abrigo; primero necesitaba enfriar su cabeza, y la brisa fría era justo lo que necesitaba.

Se sentó nuevamente a la escalerilla del pórtico, sobre el mismo escalón, y esperó a que su enojo se cohibiese.

Estuvo meditándolo por mucho tiempo, mientras miraba hacia las lejanías, donde la noche ya comenzaba a tragarse el paisaje. Estaba tan enfadada que no tuvo miedo; aunque en otras circunstancias aquella visión la hubiera aterrado.

Al fin y al cabo, Beth era su mejor amiga y solo le estaba haciendo una pregunta. Hacía solo un par de horas antes que ella había estado interrogando a Jesse en ese mismo lugar. ¿Era justo para Beth que se enojara con ella?

Aquello le sirvió para relajarse y empezar a ver las cosas desde una perspectiva más amplia. Beth no hacía otra cosa que preocuparse por ella. Era su mejor amiga.

Para cuando se calmó, al frente, hacia los árboles, la parcela ya estaba oscura como boca de lobo. Charis se encogió en su sitio abrazando sus hombros, tanto por el frío como por el miedo. Determinó que estaba siendo infantil y se levantó para entrar.

Pero justo en ese momento, la puerta de la entrada se abrió a sus espaldas. Beth la observaba desde allí con expresión triste y los labios en un mohín, como una niña arrepentida.

—Perdóname, cielo —pidió.

Charis exhaló y dio un meneo con la cabeza:

—De-descuida... —Cuando se percató de lo que había dicho, y en qué tono, se mordió los labios y pestañeó rápidamente. ¿Cuándo había empezado a sonar igual que Jesse Torrance?—. Me refiero a que...

Sin dejarle continuar, Beth se dejó ver por completo en el umbral de la puerta. Tenía una botella de licor en la mano, la cual sacudió junto a su rostro:

—Un tributo de amistad —declaró—. ¿Amigas?

Charis dio un bufido, aguantando una sonrisa. Subió los dos peldaños que le faltaban hacia el pórtico y recibió la botella. Era vodka.

—Amigas.

Cuando entraron, Daniel y Jesse estaban sentados uno frente al otro en dos de los pequeños sillones paralelos de la sala. En la mesa de café en medio de ellos había una botella de soda de fresa y otra de limonada. También había un bol grande de papas fritas y uno más pequeño con kétchup, junto a una botella de salsa picante.

—¿Están listos, muchachos?

Daniel se frotó las manos, como alguien con frío quien fuera a beber algo caliente.

—¡Muy listo!

—¿Qué es todo esto? —quiso saber Charis.

Beth le rodeó los hombros y la llevó a sentarse junto con ella en el sillón grande:

—Vamos a beber, comer y jugar. Tres de mis cuatro cosas favoritas en el mundo.

—¿Cuál es la cuarta? —preguntó Jesse.

Charis sacudió las manos en el aire.

—¡No se lo preguntes! No quieres oírlo.

Se inclinó sobre el bol de papas y untó una en la salsa en lo que Beth combinaba el contenido de las botellas en una jarra grande y empezaba a llenar cada vaso.

—Luce bien —comentó Daniel, conforme la bebida adoptaba en los vasos un brillante color rosado burbujeante gracias a la soda—. ¿Qué es?

Beth sonrió con coquetería y le guiñó un ojo.

—Esta es mi muy, muy especial receta de limonada rosada. Mi abuela se la enseñó a mi madre, y mi madre me la enseñó a mí. Y yo... espero que tengan mucha sed.

—¿Qué vamos a jugar? —preguntó Charis.

Sin mirarla, Beth enarcó una ceja y una de sus comisuras viajó hacia la mejilla correspondiente, acentuando el lunar de su pronunciado pómulo.

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—Muy bien —dijo Beth conforme acercaba un vaso a cada uno de los presentes—. En vista de que compartiremos un techo los próximos días, pensé que podíamos usar esta ocasión para conocernos mejor. Así que cada uno contará por turnos algo de sí mismo.

Charis dudó y echó un vistazo cauteloso a Jesse, nerviosa por lo que un juego así pudiera implicar para él.

En efecto, aquel estaba igual de tenso que ella.

—¡Veamos! —Beth aplaudió las manos una vez y las mantuvo juntas, inclinándose sobre ellas con el aire de un villano de películas—. ¿Quién será la víctima?

Todos callaron, arrojándose vistazos entre sí.

—De acuerdo, para entrar en confianza, yo empezaré, ¿les parece bien?

Y tras el beneplácito de los presentes, dio inicio;

—Mi nombre es Elizabeth Gloria Sánchez, mi signo zodiacal es Leo, tengo veintiocho años. No tengo hermanos, pero hubiese querido tenerlos; ¡sobre todo una hermana! —relató pausadamente—. Mi padre era un imbécil que nos abandonó a mí y a mi madre cuando yo todavía estaba en pañales. Vivíamos en Puerto Rico, aunque no lo recuerdo, pues era muy pequeña cuando mi madre nos trajo a los Estados Unidos en busca de una mejor vida. Vivimos solas en Los Ángeles por muchos años, hasta que ella encontró a su media naranja, y volvió a casarse. —Para ese momento contaba con la atención de todos; incluso la de Charis, aunque ella ya conocía la historia—. Viví mi adolescencia con ella y mi padrastro antes de decidir buscar mi propio futuro, conseguir un empleo como mesera en un club y mudarme a un pequeño apartamento; el cual, dado el pobre sueldo que ganaba por ese entonces, no podía costear, lo que me llevó a pasar por varias compañeras de piso, hasta encontrar a quien se convertiría más tarde en mi mejor amiga, alma gemela y en la hermana que nunca tuve, mi linda Charichi.

Charis sonrió con la historia, y más cuando Beth se inclinó hacia ella y le rodeó los hombros, estampándole un beso en la mejilla. Tras aquello, continuó:

—Me gusta el rock pesado, pero también la salsa. Adoro bailar, me encanta ir de fiesta, me gusta el maquillaje, pero también leo y escribo poesía como hobbie. Mi sueño es tener algún día un negocio propio. ¡El que sea! Quizá un salón de uñas. O un bar para mujeres. Y eso es todo —finalizó—. ¡De acuerdo, su turno, doctor Deming!

Aludido por las miradas, Daniel se abochornó profundamente y hubo de tomar un largo trago de su vaso antes de iniciar.

—Veamos... Mi nombre es Daniel Thomas Deming. Mi signo zodiacal es Cáncer, tengo treinta y dos años... y nací en Huston, en el estado de Texas.

—¡Howdy, vaquero! —Beth le guiñó un ojo— Prosigue.

Daniel le dio un trago a su vaso:

—Viví mi infancia en una casa en el campo. Mi familia tenía caballos de exhibición. Pero cuando tenía ocho años... mi hermana mayor, Erika, se cayó de un caballo y se fracturó la columna. Ella... ha estado en una silla de ruedas desde entonces.

Esa parte de la historia no era nueva para Jesse o para Charis, pero Beth se llevó una mano a la boca, conteniendo un jadeo angustioso.

—Oh... ¡qué triste! Pobrecilla...

Daniel dio una cabeceada con una sonrisa melancólica y resignada.

—Los cuidados que requería apenas dejaban tiempo a mis padres para ocuparse de mí, así que me enviaron aquí a Sansnom a vivir con mis abuelos maternos un tiempo... que al final fueron años. Y terminé quedándome con ellos indefinidamente. —Daniel se armó de valor con un profundo suspiro, y se adornó de una sonrisa para proseguir a la siguiente parte de su relato—. Un día salvé de unos adolescentes abusones a un chico pelirrojo. Más tarde descubrí que ese chico era de hecho una niña pelirroja. —La aludida exhaló un bufido, con una risa abochornada—. A los diecisiete me fui de Sansnom para estudiar medicina, donde tomé una especialidad combinada de doctor internista y de emergencias, y regresé hace algunos años para empezar a trabajar en el hospital Saint John, en donde conocí a mi otro gran amigo. —Arrojó un vistazo a Jesse y este respondió con un gesto cálido—. ¡Y eso es todo!, adoro la música country, me gusta mucho la cocina... No tengo demasiado tiempo libre para un hobby, pero me agrada comer con amigos y cocinar para ellos cada vez que tengo la ocasión.

—¡Interesante! —dijo Beth—. ¿Alguna relación significativa?

—Un par de novias, en la universidad, pero nada demasiado importante. En Sansnom... solo tuve una. Su nombre... era Diane.

Charis estuvo a punto de escupir su bebida:

—¡¿Dijiste «Diane»?! ¡¿La misma Diane que conozco?! —Dio un ruidoso boqueo—. ¡¿Por qué nunca me lo dijiste?!

—No era importante —se defendió Daniel.

—¡¿Así que por eso es una perra conmigo?!

—Es así con todos —disintió Daniel.

Charis le dio un largo trago a su bebida.

Nunca se le hubiera ocurrido preguntar a Daniel sobre sus relaciones pasadas; principalmente porque él nunca preguntaba sobre las suyas. Los dos sencillamente asumían que cada cual tenía un pasado del que no hacía falta hablar.

Por otro lado, le costaba imaginar a Daniel como el novio de alguien; no porque no fuera un buen novio a sus ojos —todo lo contrario—, sino porque de alguna manera estaba acostumbrada a ser la única mujer en su vida que no fuera su familia, y se preguntó si era posesiva al pensarlo.

Pero el hecho de que esa otra mujer hubiese sido nada menos que Diane significaba toda una nueva sorpresa.

Beth rompió el silencio antes de volverlo incómodo.

—Y bien, Daniel Thomas Deming del estado de Texas, ¿algún sueño en la vida?

Aquel sonrió con dulzura, bajando la vista.

—Quisiera... tener una familia —admitió con algo de corte—. Una esposa de la que cuidar, y niños con los que jugar. Y un perro. Aunque un gato también estaría bien.

—Guapo, inteligente, dulce, y un hombre de familia. —Beth le dio un codazo disimulado a Charis—. ¡Gracias por compartir, doctor Deming! Y creo que ahora es turno de Jesse.

El aludido estaba en medio de darle un trago a su vaso, y tosió un par de veces antes de contestar. Su vista voló nerviosa por todo el lugar, hasta detenerse en Charis.

—No te atrevas —masculló ella.

—Charis... tú primero. Por favor...

Ella exhaló. Ya se lo veía venir.

—Ugh, bien... Pero no te salvarás de ir después.

Beth le rellenó el vaso y aguardó atenta, aunque conocía al revés y al derecho toda su historia. Los demás presentes prestaron oídos atentamente.

—Mi nombre es Charis Irene Cooper —empezó ella—. Mi signo zodiacal es Virgo; tengo treinta años, pero fingirán que no han oído eso; y nací aquí, en Sansnom. Tengo dos hermanos mayores, uno menor al que no he visto hace muchos años y un medio hermano al que no conozco. —Se aclaró la garganta, y clavó la vista en su bebida—. Mis padres... se divorciaron cuando tenía trece, y mi madre se fue a vivir a Florida, en donde formó otra familia. —Exhaló un resoplido, forzando una sonrisa mordaz—. Cuando cumplí veinte años me fui a Los Ángeles después de leer un aviso en internet sobre cierta chica que buscaba una compañera de piso. —Su vista voló a Beth, quien infló el pecho, orgullosa—. Allá tuve un par de relaciones, pero las cosas no resultaron con ninguna. Estaba más concentrada en mi trabajo. Quería reunir dinero para estudiar, pero eso... tampoco fue posible. Y acabé volviendo aquí. —Inhaló un largo aliento, armándose de toda su entereza para la parte final de su relato—. Al volver hable por primera vez con mi padre en diez años y lo primero que me preguntó en cuanto me vio fue que si venía a pedirle dinero. Mi hermano mayor no me habla; el de en medio es un idiota que hizo que me destrozó la ventana e hizo que perdiera mi trabajo; y el menor... dudo que recuerde que existo. En cuanto a mi madre... me llama una vez al año y me cuenta sobre la vida de la que ya no soy parte. Mi música favorita es... Lo siento. —Charis se llevó una palma a la frente. Sentía las lágrimas pulsar detrás de sus ojos—. Vaya, estoy arruinando por completo este juego...

—Claro que no, preciosa —le dijo Beth, rodeándole los hombros otra vez—. Puedes contarnos lo que sea. Incluso si es para desahogarte.

Ella hizo lo posible por recobrar la firmeza de su voz, y se infundió valor con un respiro.

—En fin... mi música favorita es la música clásica, el rock ligero y las baladas, colecciono cactus, adoro pasear por el supermercado, me gustan las películas y mi sueño... —Tuvo que frenar en ese punto, obra de otra oleada de emociones—. Mi sueño es estudiar. Aunque aún no decido qué... Y después, querría trabajar para tener un lugar propio. Una casa que sea mía... y en donde ya no tenga que preocuparme nunca más por nada, y no me sienta todo el tiempo a la deriva.

El final de su historia dejó alrededor solo rostros melancólicos, al punto en que se sintió algo culpable.

Charis respiró hondo y se armó de una gran sonrisa, como las que Daniel solía utilizar para esconder su vulnerabilidad.

—Pero basta de mi deprimente historia.

Quedaba tan solo un participante. Su mirada grisácea aterrizó sobre él, y él encogió los hombros, seguramente a sabiendas de lo que procedía, y a lo que ya no tenía escapatoria. Aquel empinó todo el contenido de su vaso, a sabiendas de lo que proseguía:

—Jesse —declaró Charis—. Es tu turno.

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