6. Blanche-Neige
https://youtu.be/lWdxoboaCt8
Alto y esbelto; con un porte inhiesto y pálidos rasgos cincelados, casi simulaba ser otra más de las mayestáticas esculturas de mármol a cada lado de la entrada hacia el pasillo del vestíbulo. Pero entonces, la intensa mirada de la única estatua viviente reptó por todo el salón, deteniéndose brevemente en cada uno de los presentes, hasta quedar finalmente fija en el último de ellos: el joven De Larivière.
Jesse se petrificó, convertido en piedra en su lugar. Preocupada, Charis movió su mano hasta tocar la suya. Gélida como de costumbre; pero parecía sucumbir por primera vez al frío, pues temblaba perceptiblemente.
Ataviado de un sobrio traje negro y empuñando en la mano diestra un elegante bastón, como salido de una época diferente, Monsieur De Larivière penetró en el salón con andar vehemente y expresión hermética.
Samuelle lo encontró a medio camino a paso ágil y danzarín.
—Ah...! Monsieur! —saludó cordialmente, sin poder disimular su nerviosismo—. J-... J'suis heureux d'vous voir!
—J'espère que j'interromps rien —dijo aquel, con voz gruesa y grave, y aun así, increíblemente suave; como terciopelo. Charis encontró familiar su cariz susurrante.
—Pas du tout! Pas du tout! —Y añadió Sam, esta vez en su perfecto inglés—. Llegas justo a tiempo.
Apenas pareció escucharla. En cambio, los severos ojos del señor De Larivière volaron de regreso en la dirección de Jesse; y como si hubiese podido sentir su mirada atravesarle, aquel viró rígidamente sobre los talones para corresponder a ella.
En cuanto tuvo el valor de alzar finalmente el rostro hacia su abuelo, lo hizo con un suspiro poco sutil:
—Buenas noches... Monsieur.
Charis se desconcertó. Si alguna vez en el pasado el tono empleado por Jesse le había parecido indiferente a la hora de tratarla a ella, era que hasta ese momento no había escuchado el que usó para dirigirse al hombre frente a él. Casi se sintió agradecida de no haber sido jamás merecedora de tal frialdad; de ese desdén despiadado...
Se observaron el uno al otro por unos segundos tensos. Pareció haber toda una conversación entre ellos, solo mediante miradas, respiraciones y parpadeos, hasta que Jesse volvió a bajar el rostro, amedrentado.
Después, los ávidos ojos de Monsieur se posaron en Roel:
—¿El viaje ha ido bien?
—De maravilla, Monsieur. Es un placer verte otra vez.
—Llegas a tiempo para conocer a nuestros gentiles huéspedes. Amigos de mi Jesse —dijo Sam a su padre—. Américains —añadió.
Charis se volvió de hielo como la mano que sujetaba en cuanto la gélida mirada gris del anciano los interceptó a ella y a Daniel, y al volver a hablar, Guillaume lo hizo con un inglés tan perfecto como el de Sam o el de Jesse; o incluso el suyo:
—Y... ¿tendré el placer?
—Sí, sí —jadeó Sam, nerviosa—. Monsieur, te presento a-...
—Me parece que has dicho que son amigos de Jesse —la cortó él—. ¿Ha perdido la voz mi nieto por alguna razón que desconozca?
Jesse se volvió en torno a sus amigos de manera automática; como una máquina impelida por una fuerza externa. Se aclaró la garganta; pero eso no ayudó a que su voz sonara más alta que susurros:
—El... señor Guillaume De Larivière... Padre de mi difunta madre —declaró con solemnidad. Se adelantó tomando la mano de Charis, y con la misma suavidad, jaló de ella para invitarla a acercarse—. Monsieur, te presento... a la señorita Charis Cooper.
Obviando el que era la primera vez que le oía aludirla de esa manera, Charis tomó la mano que el hombre le extendió. Estaba estremecedoramente fría... pero su tacto era muy diferente al de Jesse. Tosco y áspero. Transmitía cierta amenaza.
—Ah, sí. La señorita Cooper —silabeó su nombre, casi como si fuera un insulto—. He oído hablar mucho de usted. Es un placer.
Obviando lo insincero que sonaba aquello, era evidente de quién lo habría oído. Distinguió a Janvier de pie en la entrada del salón, como una sombra.
—El placer es todo mío —tuvo que mentir, aunque estaba segura de que su tono y la expresión de su rostro la contradirían.
Por otro lado, no era como si la expresión del anciano fuera mucho más cordial que la suya. Tuvo la impresión de que este la evaluaba de un modo extraño. Sus ojos eran de un gris senil; pero Charis captó algunos visos todavía visibles de verde oscuro. Estos se mantuvieron fijos, y casi la aprestaron a arredrarse, mas en lugar de eso se mantuvo firme y le devolvió el mismo gesto retador con que él parecía querer apabullarla. Los ojos de Monsieur se entornaron, interesados.
—Y al doctor Daniel Deming —continuó Jesse, y Charis se apartó a un lado para dejarle a este el camino libre.
Charis supo por la forma en que Jesse lo presentó, que para Monsieur los títulos debían ser importantes; lo cual explicaba el que hubiese considerado oportuno mencionar el de Daniel, y aludirle a ella por uno que compensase la falta de un apelativo más ostentoso. No pudo sentirse mal por ello; no era como si fuera una mentira.
La mirada de Monsieur la siguió por otro corto instante antes de ir a instalarse en el segundo aludido. Daniel extendió una mano con propiedad, y aquel se la estrechó.
—Es todo un gusto, señor De Larivière. —Y su actuación a la hora de fingirlo fue mucho más convincente que la suya—. Esperaba conocerlo.
—Desearía poder decir lo mismo, doctor —respondió aquel—. Para ser franco, ni siquiera estaba al tanto de que esperábamos huéspedes. ¿Lo habrá omitido por alguna razón mi olvidadizo nieto?
La imperceptible mueca que asomó a los labios de Jesse no fue tan imperceptible para Charis. Daniel se excusó en su lugar:
—Para nada; hemos venido sin anunciarnos. Queríamos darle una sorpresa a Jesse.
Ante su oportuna explicación, tanto la postura del anciano como la de Samuelle parecieron relajarse. No así la de Jesse.
Pese a ser el uno un anciano y el otro tan joven, el inmenso parecido entre ambos era indiscutido. Aunque el rostro de Monsieur lucía un tono más cetrino y macilento que el blanco marmóreo de la tez de Jesse, compartían esa palidez imposible. Y al igual que su nieto, poseía aquel una constitución muy delgada y rasgos faciales angulosos; pero su porte era augusto y estatuario, y en su gesto hierático no había ningún atisbo de esa curiosa suavidad que hacía que los mismos rasgos afilados de Jesse lucieran delicados.
El silencio comenzaba a hincarse como si tuviera uñas. Charis agradeció la oportuna intervención de Samuelle:
—Estábamos a punto de pasar al comedor para cenar. Con motivo del regreso de mi querido Roel. Sería un honor si Monsieur nos acompañara a la mesa.
Este se tomó una pausa antes de responder.
—Encantado —masculló. Y al hacerlo, no se dignó a mirar a Sam. Como si fuera una sombra; un reflejo difuso.
Monsieur ocupó el sitio a la cabecera, Jesse el asiento a su derecha y Sam a su izquierda. Y al lado de cada cual, Charis y Roel, respectivamente, mientras que Daniel se sentó en la otra punta.
Les pusieron en frente a cada uno primero una ensalada de rúcula, queso parmesano y cubos de pan frito, con un aderezo ligero de aceite de oliva, limón y mostaza.
Jemima retiró el primer plato a Jesse sin que lo hubiese tocado para nada más que para mover las hojas de rúcula de un lado al otro.
Después, como platillo fuerte les trajeron medallones de filete tierno de ciervo con una salsa espesa de bayas rojas y espinacas salteada, acompañado de papas en gajos, horneadas con mantequilla.
https://youtu.be/c9xy6HQH6VU
Todo estaba absolutamente delicioso, pero Charis apenas pudo disfrutarlo. Su atención estaba puesta en Jesse.
Durante toda la cena, él no dijo ni una palabra, y tampoco parecía que las escuchara. Se limitó a jugar con la comida, ordenándola en el plato en cada forma posible. Muy de vez en cuando levantaba el tenedor con un bocado diminuto... y después desistía y volvía a bajarlo sin probar nada.
Charis sintió su estómago estrujarse a un punto doloroso. El Déjà vu fue tan repentino que arremetió contra su memoria entrando en ella como una bala. Era como haber retrocedido justo al comienzo. Todo ese progreso; todo cuanto habían logrado juntos... a la basura. Jesse volvía a ser aquel muchacho dolorosamente tímido, cautivo en su propio mundo, solitario y rodeado de caras extrañas y hostiles.
—Jess, ¿te... sientes mal? —dijo ella, por fin, y las miradas de todos los presentes cayeron sobre ambos.
Incómoda de verse presa de tantas miradas, Charis se mordió los labios, pero no le retiró a él la suya.
Los ojos melados de Jesse se levantaron pausadamente en su dirección y la observaron confusos unos momentos, como si no la hubiera oído. Y al final de una larga pausa negó suavemente.
Samuelle intervino; su voz de campanilla extrañamente baja.
—Cielo, si no te apetece el ciervo, Jem puede traerte otra cosa.
Él negó por segunda vez; ahora cohibido. Charis miró a Daniel por el rabillo del ojo y este se mordió los labios con expresión amarga, confirmando con ello sus sospechas: que los dos pensaban en lo mismo.
El señor De Larivière parecía ajeno a todo; inmerso en su propio mundo impoluto y prístino. Cortó tres trozos perfectos de la carne, depositó el cuchillo al borde del plato, cambió el tenedor de mano para pinchar el primer trozo y se lo llevó a la boca para masticarlo concienzudamente. Hizo de igual manera con el segundo, y después con el tercero. Al terminar de masticar el último de sus bocados, dejó los cubiertos sobre el plato y se llevó la servilleta a los labios.
—Jesse —dijo al fin, ante la expectación de todos—. Siéntate erguido.
Por debajo del mantel de la mesa, Daniel posó su mano sobre el antebrazo de Charis y le transmitió un ligero apretón, adelantándose a sus intenciones cuando abrió los labios para protestar. Ella calló, y se los mordió con fuerza. Hubo de darse calma con un hondo respiro.
Por su parte, Jesse atendió casi de forma refleja a la orden, y echó los hombros hacia atrás, reclinándose contra el respaldo de la silla.
El señor Larivière hizo una seña a Jemima.
—Sírvele una copa al joven De Larivière. Puede que eso lo despierte.
—Torrance. —Fue lo primero que salió de sus labios, después de permanecer durante toda la cena sin emitir sonido—. Mi nombre... es Torrance.
Una vez la muchacha rubia llenó una copa para él, el señor De Larivière lo contempló atento y expectante. Jesse le dio las gracias a Jemima; lo cual no pareció complacer demasiado a su severo abuelo. Después sujetó firme la copa e inhaló hondo antes de probar el contenido. La reacción en cuanto el licor tocó sus labios fue inmediata, y falló en disimular la mueca que torció sus rasgos, o el carraspeo de su garganta.
Fue casi un espectáculo triste. Él odiaba el vino; Charis lo sabía. Podía recordarlo de su primera cena juntos, en casa de Daniel.
—El vino en tu copa es una botella de mis mejores reservas —dijo Monsieur.
—En cuestión de vinos... me confieso un completo ignorante.
—En cuestión de vinos, y en otras cuestiones.
Charis arrebujó por su parte la servilleta sobre sus muslos. La mano de Daniel se movió sobre sus nudillos y estrujó sus dedos. Ella sabía que pronto sus intentos por apaciguarla dejarían de tener efecto.
—¡Oh...! Nuestra familia es dueña de su propia marca en la industria de la viticultura —intervino Sam, alegremente; aunque su voz aún se oía casi al punto de quiebre—. Fundada en mil novecientos setenta y dos.
Charis le dio un sorbo a su copa. El vino era suave; sedoso, con un intenso aroma uva. Cierto punto dulce, sin ser abrumador.
—Jess lo mencionó.
—Es en verdad exquisito —secundó Daniel.
Sam asintió complacida y continuó:
—La marca no sólo posee numerosos viñedos a lo largo de todo el país, también ha comenzado a exportar recientemente de manera internacional, en colaboración con la empresa Duboi. —Echó un vistazo a su prometido, y este le dedicó una sonrisa y levantó su copa.
Charis se fijó mejor en la botella que sostenía la asistenta, y reparó en algo a lo que antes no había puesto atención. La etiqueta, de un negro elegante, con márgenes y letras plateadas, decía:
«Lis de La Rivière
1972»
Y justo debajo del nombre, un blasón cuyo símbolo reconoció enseguida: una flor plateada de Lis. La misma figura en el collar de Jesse. Charis se percató de que Sam llevaba ahora en el dedo medio un anillo con una insignia idéntica y que Monsieur portaba la misma figura engarzada en el prendedor de su corbata.
De manera que no era simplemente una joya... Era el emblema del escudo de su familia. Por eso era un elemento tan distintivo.
Sin embargo, ¿por qué lo era también para gente de la calaña de aquella como la que había puesto a Beau tras la pista de Jesse? ¿Cómo sabían ellos siquiera de la importancia de ese emblema?
—Adivinarán por qué supone un problema el que el joven De Larivière no sepa apreciar un buen vino —apuntó Monsieur, y levantó sus ojos grises a su nieto—. ¿Jesse?
Este hizo lo posible por disimular el suspiro que se escapó de su pecho, pero fue evidente aun así:
—Mi nombre es Torrance —musitó—. Monsieur espera enseñarme el negocio, de manera que pueda sucederle, posterior a su retiro.
—En efecto —repuso aquel—. Puse mis esperanzas en el joven De Larivière desde el momento en que mi querida hija, que en paz descanse, me obsequió con un nieto varón.
Fue para Charis la gota que colmó el vaso. Dejó su propia copa sobre la mesa de manera algo más brusca de lo que había anticipado.
—Creo que el joven Torrance ya ha dejado muy en claro cómo prefiere ser aludido.
Tuvo sobre ella cinco pares de ojos. Daniel la contemplaba con advertencia; Sam y su sirvienta, ojipláticas; Roel parecía intrigado.
No obstante, la expresión en la mirada de Jesse era una entremezcla de temor y conmoción. Mientras que los ojos grises de halcón de Monsieur eran como dagas heladas.
—¿De manera que al «joven Torrance» —dijo con cierto punto de repulsión— le resulta problemático llevar mi apellido?
—No imagino que se trate de eso, en absoluto —disintió Charis—. Más bien es el hecho de que él ya tiene un padre.
Monsieur se inclinó ligeramente sobre la mesa, descansando sobre sus dedos entrelazados. Le clavó una mirada tal que, de no haber estado resuelta a fastidiar a aquel hombre pomposo como fuera, le hubiese hecho rehuirla, pero en cambio se la sostuvo.
No obstante hubo de pestañear un par de veces, obra de la indignación y el pasmo, en cuanto él disparó su respuesta:
—¿Y en dónde está su padre ahora?
—Muerto —espetó Jesse de pronto. Sam bisbiseó su nombre como advertencia, pero fue ignorada—. Gracias al ilustre apellido De Larivière. —Y entonces, tomó la servilleta de sus piernas y la dejó frente a él, arrebujada sobre la mesa—. Con permiso...
La voz de Monsieur restalló en el silencio del salón como un rayo, sin que tuviera la necesidad de gritar, o siquiera mudar la expresión inamovible de su rostro:
—Atrévete a levantarte de la mesa, Jesse, y ve qué pasa.
Esta vez, Daniel tuvo que asir su brazo en cuanto Charis hizo el afán de levantarse de su silla, y ella lo fulminó con una mirada:
—¡Dan...! —siseó entre los dientes.
Pero fueron la mirada suplicante en el rostro de Sam y el terror en los ojos de Jemima lo que finalmente la aplacó.
Ella volvió a acomodarse en su silla a regañadientes, y seguidamente lo hizo Jesse, ahora con el rostro gacho y aspecto derrotado.
—Siéntate erguido —reiteró Monsieur.
Charis tuvo serias dificultades en comprender el dominio que aquel hombre ejercía sobre él. Hasta que reparó en que una sola de las manos de Guillaume continuaba a la vista sobre la mesa. La otra estaba echada como una zarpa sobre su bastón, como si hubiese estado a punto de levantarlo.
***
https://youtu.be/cct69M2gmuo
Después de la cena y de una fría y formal despedida, Monsieur se retiró seguido de su silencioso nieto y los guardias personales de ambos escoltando los pasos de cada uno.
Por el camino Sam le dijo a Jesse algo al oído a lo que él asintió, y en el último trecho antes de salir por la puerta, Jesse les hizo a sus amigos un gesto de despedida frío y breve.
Apenas se marcharon y el vestíbulo quedó de nuevo en completo silencio, Charis se excusó para ir a su habitación.
Daniel fue tras ella tras ofrecer a Sam una breve excusa, y la siguió a la planta superior y luego al interior de su cuarto, asegurándose de cerrar bien la puerta, a sabiendas de lo que venía a continuación. Había estado gestándose en ella desde el inicio de la velada.
—Pero qué viejo más exasperante y desagradable.
—Charis...
—¡Menudo imbécil!
—Charis, baja la voz... Somos huéspedes aquí.
—¡¿Cómo puede tratarlo así?! —vociferó ella, pese a los gestos de Daniel, suplicándole para que se moderase.
—Quizá... solo estaba preocupado y molesto; Jess no llegó a dormir a su casa anoche, y hasta donde sabemos no le dio ninguna explicación en todo el día —zanjó él.
—Preocupado; claro. No me hagas reír...
—No lo juzgues antes de tiempo. El hombre estuvo buscándolo por años. ¿Por qué lo haría si no sintiera un gran afecto por su nieto?
—No. Te equivocas, Daniel... Lo que ese hombre siente por Jesse no es afecto. Es control. Y una posesividad enfermiza.
—Debes entenderlo —razonó él—. Es lo único que le queda desde la muerte de su hija. Es normal que actúe sobreprotector con él.
—¿Cómo para haberlo traído aquí por la fuerza y mantenerlo prisionero en esa casa?
—Charis... Eso no lo sabemos.
—¡Yo lo sé! —rugió ella, encarándose con él—. Jesse había vuelto esta mañana a ser el mismo. Y hace solo unos instantes actuaba como una persona completamente diferente. ¡¿Has pensado en que esa personalidad tan retraída y esa terrible timidez quizá tengan algo que ver con él?! —Daniel bajó la vista y se mordió los labios. Ella continuó, dando vueltas por la habitación como una fiera enjaulada—. Di lo que quieras; pero lo que yo he visto hasta ahora no es a un abuelo dulce preocupado por su nieto; es a un hombre tirano, manipulador y cruel.
Fue a la ventana y miró hacia el jardín. Los autos de Luk y Janvier ya no estaban. Probablemente ya estaban muy lejos de allí.
—Y tampoco creo que Jesse sienta por él nada parecido al cariño; más bien un miedo terrible —añadió—. ¿Sigues creyendo que está aquí por gusto?
Daniel se aproximó a la ventana y frotó sus brazos. El contraste del calor de sus manos le hizo darse cuenta del frío que tenía; aunque no estaba segura si se debía al tiempo o a sus tempestuosas emociones.
—Lo que digo es que no debemos precipitarnos. Alterarnos no ayudará en nada. De momento lo importante es que ya estamos aquí para él, si acaso nos necesita.
Charis respiró para calmarse. Y aunque no podía sacar esa impotencia ni aquella rabia de su pecho, Daniel tenía razón.
—Vamos abajo —dijo él por último—. Vamos a dar a Sam y a Roel las buenas noches, y después intentemos dormir un poco. Mañana veremos qué hacer respecto a Jess.
Al salir de la habitación y llegar a la cima de las escaleras, Sam se hallaba al pie de las mismas, detenida en el afán de subir:
—¡Ahí están! ¿Está todo bien? Se fueron tan rápido...
—Sí; lo siento. Tenía que... conectar mi teléfono. Espero una llamada de mi hermano —se excusó.
—Ya veo. —Sam sonrió dulcemente—. ¿No gustarían una taza de algo caliente antes de dormir?
Daniel empezó a bajar las escaleras e invitó a Charis a ir con él para reunirse con Sam. Luego se reunieron todos en el salón.
Allí, Samuelle pidió a Jemima una taza de té de manzanilla con leche, y Daniel un té caliente. Roel tomó un trago de whisky con hielo. Al momento de dirigirse a ella, Charis lo pensó un momento, aunque su elección estaba clara.
—Chocolate caliente, por favor —pidió a la asistenta—. Con una pizca de sal...
***
https://youtu.be/meCuf3INK7M
A la mañana siguiente, reunidos otra vez los cuatro en torno a la mesa de la cocina, con el desayuno recién servido y toda clase de cosas deliciosas a la mano —desde tartas de fruta y bollos rellenos, hasta quesos cremosos, carnes frías de todo tipo y mantequilla fresca—, Charis se conformó con pan tostado y mermelada, la cual untó de manera concienzuda, todavía sin poder dejar de pensar en la noche anterior. A su lado, Daniel hablaba animadamente con Roel, con quien parecía haber hecho buenas migas, y Sam y Jemima miraban un catálogo de vestidos de boda.
—Este —dijo Sam, señalando una página—. Jem, querida, ¡te quedaría perfecto! —Después, Sam se giró hacia ella—. Charis, cariño, estás muy callada. Dinos, ¿cómo sería tu vestido de bodas soñado?
Charis levantó la vista de su comida y pestañeó perpleja.
—¿Mi... vestido de bodas?
—¡Échale un vistazo a este catálogo! Es de una de las boutiques que visité en Philadelphia. Todos son muy hermosos. ¡Esta diseñadora me encanta! Diseñó el mío a medida.
Charis le dio una mordida a su tostada y miró la página. Dudaba que pudiera pagar un vestido de boda hecho por la misma diseñadora de Sam. Tendría que vender dos órganos como mínimo.
—No lo sé. Nunca... he pensado en mi boda —admitió.
Sam dejó caer la mandíbula:
—¡¿No?! Pero... te gustaría casarte algún día, ¿no?
Ella se encogió de hombros. Tenía experiencias lo suficientemente malas con el matrimonio de otros como para pensar en el propio. Desde el otro lado de la mesa, se percató de que Daniel había dejado de prestar atención a Roel para escucharla. Aquello terminó de asesinar sus pocos deseos de responder.
—¡Elijamos uno! —sugirió Sam y abrió la revista en una página—. Pienso que un corte sirena como este te quedaría precioso. ¡Y con tu cabello rojo, un hermoso color marfil con mucha pedrería-...!
—¡Guau, con calma! —se apenó ella— Ni siquiera sé qué voy a usar para tu boda; ni hablar de la mía.
El rostro blanco de Sam se volvió translúcido:
—¡¿No lo sabes?!
—No vine preparada para asistir a una boda, precisamente...—Llevó la mirada a Daniel—. No imagino que hayas empacado un traje.
Él se rio incómodo.
—Ni siquiera estoy seguro de que tenga uno en casa.
—Supongo que podemos salir juntos a buscar algo antes de la boda —dijo Charis.
—¡Ya sé! —Sam se irguió de un salto, dando aplausos y fue a situarse detrás de su prometido, echándole un brazo por encima del hombro, cuya mano él tomó en la suya y besó cariñosamente. Sam posó su otra mano sobre el hombro de Daniel—. Roel puede llevar a Dan a buscar un traje, ¡y tú y yo podemos ir de compras! —dijo a Charis.
Parte de su humor lúgubre se esfumó. Una salida entre chicas no sonaba mal. No había hecho nada parecido desde que Beth se fuera.
Consultó la opinión de Daniel y este se encogió de hombros.
—Siempre y cuando no le sea inconveniente a Roel.
—¡En absoluto! —repuso él— Por mí encantado. Conozco un par de lugares geniales.
—¡Está decidido! —exclamó Sam, y le dio un beso en la frente a su prometido—. Entonces-...
Se vio interrumpida por el sonido del timbre de la casa. Todos levantaron la vista al unísono, y Jemima salió disparada para abrir.
—¿Esperamos visitas? —preguntó Roel a Sam.
Charis suspiró. Era lo más pronto que se le habían cancelado los planes. Pero Sam negó.
—No espero a nadie. A menos...
En ese momento, Jemima apareció de regreso bajo el umbral casi dando saltos, hablando alegremente de algo. Jesse entró justo detrás de ella, dando suaves cabeceadas a lo que fuera que le estuviese diciendo la joven asistenta.
Sam dio un gritito emocionado. Se acercó en un trote a recibirlo y le besó las dos mejillas:
—¡Cariño, qué sorpresa! ¿Cómo lograste que Monsieur te soltara?
—La verdad... me escapé de Luk. Con algo de ayuda —admitió él.
Su tía se apartó para indagarlo con reproche:
—Jesse...
—Con ayuda de Luk. Está «buscándome» ahora mismo.
Tras considerarlo, Sam preguntó:
—¿De cuánto tiempo dispones?
—El que le tome a Janvier entrometerse.
—¡Fabuloso! —Sam le rodeó los hombros y lo acercó a la mesa. Parecía de mejor humor que la noche anterior, pero el decaimiento en sus rasgos no se había esfumado del todo—. Acompáñanos a desayunar. Después, Roel llevará a Dan a buscar un traje para la boda, y yo ayudaré a Charis a buscar un vestido.
—Parece que vine en mal momento...
—¡Nada de eso! —intervino Roel—. Las chicas tendrán su cita de chicas, así que vamos a tener nosotros tres una salida de hombres.
Parte de la sonrisa de Sam se atenuó. Esta voló a su sobrino, y él se encogió de hombros.
—Se-seguro...
—O puedes venir con nosotras, cielo. —Jesse parecía dudar. Sam le dio un suave apretón a su mano—. Tú decides.
—Ven con nosotros, Jess —terció Daniel—. Necesitaré de tu opinión brutalmente honesta.
—No ayudaré de mucho; no sé nada de trajes. Ni siquiera escogí el mío. Ni siquiera... lo he visto todavía.
Risas discretas y cautelosas recorrieron la cocina con la implicancia de su broma. Era obvio que Monsieur no dejaría a su nieto ni siquiera escoger un atuendo.
—Ven con nosotros aun así, sobrino querido —insistió el prometido de Sam—. El tío Roel te cuidará, ¿qué dices?
Jesse se estremeció, metiendo la cabeza entre los hombros.
—Por favor, no vuelvas a decir eso...
Esta vez, las risas fueron un poco más abiertas.
—Está bien... Como tú quieras —concedió Sam—. Pero antes desayuna algo. ¿Omelette? ¿Tostadas?
—No... no te molestes. Estoy bien.
Por primera vez en largo rato, una silenciosa Jemima se hizo aproximó sin que Sam tuviese que llamarla, y le ofreció al nuevo huésped una silla vacía, apartándola para él:
—Chocolate chaud ? —dijo, pestañeando con candor.
Jesse alargó una suave sonrisa, vencido.
—... D'accord.
Y en el momento en que se sentó a la mesa, Jemima no perdió tiempo en poner manos a la obra.
—¿Conque hay trato especial para algunos? A mí solo me dieron café —protestó Roel, fingiendo estar ofendido.
—No seas así; es mi bebé —lo reconvino Sam, con una suave risa, y pellizcó una de sus mejillas pálidas, dejándole otro beso.
Poco después, Jemima regresó con una taza de chocolate caliente, elegantemente decorado con crema batida.
—Merci, poupette... —le susurró Jesse.
Era la segunda vez que Charis le oía aludirle de esa manera. Tras todo lo ocurrido había dejado de preguntarse qué significaba, pero su curiosidad se reavivó en cuanto las mejillas de la joven asistenta volvieron a colorearse de un rojo intenso.
***
Después de desayunar, bajaron juntos al garaje para reunirse allí en frente de los autos. Sam se llevaría el elegante Ferrari y Roel el Mercedes.
—Aún puedes cambiar de opinión, cariño —dijo Sam a Jesse, y este negó suavemente mientras ella sostenía sus manos—. De acuerdo... —y viró para ver a Daniel, mientras Roel abría el auto—. Cuídenlo mucho, por favor.
—Saam... —protestó él, avergonzado.
Charis se rio, enternecida por la escena. No dudaba que la pérdida de su madre hubiese sido un golpe duro en la vida de Jesse, pero al menos estaba segura de que nunca había faltado en su vida el amor de una, después de ver el modo maternal en que Sam era con él.
Tras separarse para abordar sus respectivos autos, una vez subieron ellas solas al Ferrari de Sam, Charis se fijó en que cuando abandonaban el aparcamiento, el segundo Mercedes, el que pertenecía a Sacha, las seguía de cerca.
—La seguridad es importante para Monsieur —le dijo Sam, al advertir la dirección de su mirada por el espejo retrovisor.
—¿Luk no irá con Jesse? —se consternó ella, al verlos alejarse en otra dirección, mientras que el auto de Luk permaneció aparcado.
—A Roel no le agrada demasiado estar vigilado por los hombres de Monsieur. Pero no te preocupes por ellos, querida. Mi prometido tiene sus propias... medidas de seguridad.
Charis se reservó sus comentarios; mas no pudo sentirse mucho más aliviada. No podía pensar en otro motivo por el que los miembros de la familia De Larivière no pudieran prescindir de llevar guardaespaldas a todos lados; salvo por el más evidente: que se encontraban constantemente en peligro.
La primera boutique en la que entraron era tan más grande que cualquier tienda en la que Charis hubiese estado nunca. Ninguna prenda en los colgadores se parecía a otra, y todas eran tan hermosas como caras. Las demás no fueron menos impresionantes y lujosas. Charis no compró más que dos blusas en rebaja en una sola de ellas, sin mucho éxito en encontrar un vestido que fuera de su gusto y no excesivamente caro; mientras que Sam no salió de ninguna tienda sin al menos una bolsa, las que Sacha acarreaba detrás de ellas sin decir una palabra.
Mientras paseaban buscando la próxima tienda, pasaron por una tienda de ropa y artículos de bebé, y Sam se pegó a la vitrina como una niña en una dulcería:
—¡Mira ese conjunto! ¡¿No es adorable?! —Señaló un pequeño vestido blanco y rosa con tutú. Después sacó de su bolso su teléfono móvil y le tomó varias fotos, desde cada ángulo—. Mandaré a coser algo así para Pompom. ¡Tiene a su propio sastre, ¿sabes?! Es una niña malcriada.
Charis sonrió enternecida mientras la observaba sacar fotos a otro par de conjuntos en la vitrina.
—El modo en que tratas a tu gata, o la manera en que eres con Jesse... estoy segura de que serías una madre asombrosa.
Sam se alejó de la vitrina y le dirigió una sonrisa triste:
—Quién sabe. Al menos... me hubiese gustado serlo. —Después enganchó su brazo al suyo y tiró de ella para seguir su camino—. ¡Vamos! Todavía hay muchas tiendas que debes ver.
La última parada fue una boutique que Sam anunció que era su favorita y que había guardado para el final.
Charis revisaba los colgadores, pero su mente divagaba. No había cesado de pensar en el comentario de Sam, sobre la maternidad, y estuvo mucho tiempo intentando resolver si era apropiado preguntárselo. No había modo en que ella se disgustase; Sam era demasiado buena para eso, pero sus sentimientos eran frágiles y temía herirlos por una indiscreción. Sin embargo, pensó que ella no lo hubiese mencionado si no fuera algo de lo que estuviera dispuesta a hablar
—¿Sam? —llamó, fingiendo que miraba una prenda.
—Dime, cariño.
—He querido preguntarte... ¿qué quisiste decir antes? Cuando dijiste que te hubiese gustado ser madre. ¿Por qué no? Eres joven, y estás a punto de casarte. ¿Es Roel quien no quiere hijos?
Eso no le hubiese sorprendido y se preparó para enojarse.
—Oh no... No se trata de eso —negó ella. Continuaba sonriendo, pero su rostro volvía a lucir alicaído y triste—. El problema soy yo. Yo no puedo tener hijos.
https://youtu.be/bZnhaBlJSZs
Charis casi dejó caer la prenda de sus manos:
—Pero... ¿cómo lo sabes?
Sam se quedó quieta, con una prenda en la mano:
—En realidad... este no será mi primer matrimonio. Antes estuve casada con otra persona.
—¿En serio? —boqueó Charis, ahora volcando en ella toda su atención.
—Fue hace muchos años. Yo era muy joven.
—¿A qué edad te casaste?
—Acababa de cumplir veinte. Mi esposo tenía veinticinco, y era el hijo de uno de los asociados de Monsieur. De muy buen apellido y con acciones propias en la empresa de su padre, así que Monsieur lo permitió. —Los ojos de Sam se tiñeron de nostalgia—. Yo.. siempre quise una familia propia. Cuando era niña y veía a mi hermana mayor feliz con su hermoso bebé de enormes ojos color miel, y su amado esposo besar los rostros sonrientes de ambos, todo lo que deseaba era crecer pronto y tener algo como eso. Me casé joven y esperaba tener un bebé lo antes posible, pero solo... no sucedió.
Charis dejó salir un suspiro triste. Sam continuaba mirando prendas en sus colgadores, sin detenerse en ninguna; como si no las mirase realmente.
—No estoy orgullosa de admitir esto, pero envidié la suerte de mi hermana Ophelie por mucho tiempo. Probé con tratamientos de fertilidad, pero cuando después de varios abortos tempranos, cuando finalmente logré embarazarme, sufrí una pérdida tardía a las dieciocho semanas. Había descubierto hace muy recientemente el sexo del bebé. Iba a tener una niña.
Aunque no había perdido la sonrisa, los ojos de Sam se impregnaron de lágrimas y sus labios temblaron:
—Yo ya... había comprado todo. Cuna, ropa, juguetes, carrito... Me deshice de todo. Mi relación se quebró poco después. No duré casada más de tres años.
Charis se acercó y puso una mano sobre su hombro:
—Lo siento mucho; no debí preguntar...
Pero aquella acarició suavemente su mano y alargó la sonrisa. Con ojos cristalinos y una sonrisa ardua, lucía como una muñeca triste.
—Está bien, cariño... —Después se limpió una lágrima del interior de uno de los lagrimales y se sorbió la nariz con un rápido pestañeo, aclarándose la garganta para recomponerse—. En fin, llegué a pensar que simplemente era mi destino estar sola. ¡Hasta que conocí a Roel! —Su rostro se iluminó al acto al llegar a esa parte—. Después de revelarle que no podía tener hijos, y de contarle sobre mi pérdida, él me regaló a Pompom siendo una gatita, y dijo que ella sería nuestra hija. Era tan pequeña, y tan esponjosa... —Sam se rio, provocando que una última lágrima inoportuna cayera por su mejilla.
Charis le retiró aquella última lágrima con su nudillo y sonrió enternecida. A fin de cuentas, Jesse tenía razón con respecto a Roel, y su comentario de la noche anterior podía no ser más que un pésimo chiste. No solo había decidido quedarse con Sam y compartir su vida con ella a pesar de todo, sino que era evidente ahora cuán feliz la hacía en verdad, y cuanto apoyo le había dado desde el inicio.
—¿Se conocen hace mucho tiempo? —quiso saber, en el intento de desviar la conversación a un tono más casual y alegre.
Sam lo consideró un momento, como si intentase recordarlo:
—Conocí a Roel un tiempo después de que Ophelie tomara a su familia y se fuera a américa.
—Después del secuestro... ¿verdad? —Charis habló sin pensar.
No se dio cuenta de lo que había dicho hasta que se ganó una mirada perpleja de Sam. Esta dejó la nueva prenda que estaba mirando y la contempló absorta:
—Vaya... De todas las cosas que eligió guardarse, decidir contarte precisamente aquella...
—Fue algo circunstancial. No creo que hubiese querido hacerlo nunca. Tampoco fue muy claro conmigo al respecto.
—Él nunca ha hablado de eso con nadie. Quizá sea mejor así. Yo no sé si soportaría escucharlo a detalle... Me sentí culpable por mucho tiempo.
—... ¿Por qué? —cuestionó Charis.
Sam apretó los labios y encogió la cabeza entre los hombros:
—Supongo que por resentir a mi hermana y a su familia. Aún si anhelaba su suerte, yo jamás hubiese deseado que nada malo les pasara. En especial a mi Jesse.
Pensativa, Charis hurgó un poco más entre los colgadores. Había un par de vestidos, aunque no estaban en rebaja y dudaba poder llevarse cualquiera de ellos, por mucho que hallara uno que le gustase.
Halló en Sam la oportunidad de preguntar todas aquellas cosas que Jesse nunca le había contado, empezando por las más simples:
—¿Cómo era Vivienne?
La expresión de Sam se dulcificó con otra sonrisa:
—No pasé tanto tiempo con ella como con Jesse... pero era la niña más dulce y hermosa.
—¿Cómo era la relación de ambos?
—Bueno... ella era apenas un bebé; no entendía muchas de las cosas que estaban pasando con la familia en ese momento. En cuanto a Jesse... él la adoraba, desde luego. Ophelie creía que quizá necesitaba a un hermano, pero él siempre ha tenido más afinidad con las chicas. Nunca le gustaron las cosas típicas de muchachos; como los juegos rudos, los deportes o los videojuegos violentos, las armas, cazar... Imagino que es una de las cosas que lo hacen quien es.
—Nunca lo vi de ese modo. —De nuevo, oír hablar a Sam hablar de él era realmente como oír a una madre orgullosa hablar de su hijo. Aquello la hizo pensar en algo más—. Oye, Sam... ¿nunca has considerado adoptar?
—Oh no, ni pensarlo —su respuesta fue inmediata—... Monsieur jamás aceptaría un nieto que no llevase nuestra sangre, por mucho que fuera mi hijo en papel y que le amase como a uno. Y yo... no sometería a un niño inocente al desprecio injustificado de alguien, por un pecado que no cometió.
—Pero si es lo que deseas, Monsieur no debería tener nada que decir al respecto —arguyó Charis, intentando diluir la acritud en su tono.
—Excepto... que él siempre tiene algo que decir al respecto. Prefiero dejar las cosas así. Soy feliz solo con Roel, y Pompom es nuestra bebita —zanjó—. Y bueno, ¿qué hay de ti, chérie? Dijiste que no tienes contemplado casarte. ¿Hay algún motivo?
https://youtu.be/zIpgHbsf9kQ
Charis consideró que era lo justo abrirse con Sam, tanto como ella lo había hecho, y respondió con sinceridad.
—Ninguno de los matrimonios a mi alrededor ha terminado precisamente bien. Imagino que eso me asusta un poco. Mis padres se separaron en terribles términos, y uno de mis hermanos... él era un alcoholico jugador, y trataba de modo horrible a su esposa. Incluso fue violento conmigo en más de una ocasión.
—¡Oh, dieu! —exclamó Sam—. Ya entiendo... Pero no tiene que ser así para ti también.
—No, ya sé que no, pero... No lo sé, quizá un día. Pero no ahora.
—¿Hay algo en especial que quieras hacer primero?
Charis exhaló hondo:
—Me hubiese gustado estudiar, pero supongo que ya pasó mi tiempo.
—¡¿Y por qué no?! Tú eres todavía más joven que yo.
—Ha habido muchas cosas de por medio. No importa qué haga, nunca puedo ahorrar lo suficiente. Problemas con mi familia, desempleo, gastos imprevistos... Al final siempre es una cosa o la otra. Renuncié a ese sueño hace mucho.
Sam se acercó y tomó sus manos en una de las suyas, acariciando su rostro con la otra:
—Oh, no, no, por favor no lo hagas. No seas tonta, como yo. Yo no quise estudiar, ¿para qué? Ya lo tenía todo... Hasta que me di cuenta de que nada de lo que poseía era realmente mío, ni lo iba a ser nunca. Todo lo que tengo es de Monsieur. Puede quitármelo con la misma facilidad. Y cuando me case, dependeré de Roel. A decir verdad... admiro lo independiente que eres. No necesitas de alguien más para tener seguridad. Es algo en lo que hubiese deseado pensar antes.
Charis tomó reflexiva un vestido del colgador-
No lo miró demasiado entre los demás, sólo llamó su atención por su color y la sedosidad de la tela entre sus dedos. Pero en cuanto lo descolgó y lo tuvo frente a sus ojos, sintió un flechazo y se quedó muda. Apenas escuchó lo siguiente que dijo Sam.
—Piénsalo, cariño. Tienes una vida por-... ¡Oh, dios! ¡Ese! —chilló ella de pronto—. ¡Ese, ese es tu vestido! ¡Pruébatelo!
Charis lo evaluó con más detenimiento. De color azul oscuro, tela brillante, y una sección translúcida en la espalda que bajaba en forma triangular hasta detenerse casi en la zona lumbar, le robó el aliento por unos instantes. Era hermoso; pero, tal y como sospechaba, dolorosamente caro.
—No, no. Solo... lo miraba —intentó disimilar.
—¿No te gusta?
—Me encanta... ¡Pero-...!
—¡Pruébatelo entonces!
Charis consintió, solo para no desilusionarla. Cuando se emocionaba por algo, Sam era como una niña pequeña a la cual no había corazón lo bastante duro para negarle nada.
Sin embargo, al entrar en los probadores, enfundarse en el vestido y mirarse en el espejo, comprendió que había cometido un terrible error. Nunca en su vida se imaginó que pudiera verse tan bien:
—No debí hacerte caso —gimoteó, en cuanto salió para mostrárselo a Sam—. ¡Ahora lo necesito! —Deslizó sus manos a la altura de sus caderas por la tela exquisitamente suave, la cual se amoldaba a la perfección a sus formas, dándole un aspecto más seductor y curvilíneo a su silueta sin curvas y tan difícil de resaltar.
Dio una vuelta frente al espejo, buscando algún defecto que la disuadiese, pero aquello no hizo sino enamorarla más, cuando los bajos del vestido dieron un giro con ella y se abrieron como un capullo tierno de flor.
Sam alargó una sonrisa dulce, embobada por la visión:
—Si lo quieres, es tuyo —declaró—. Considéralo un regalo.
Charis la miró con los ojos abiertos al límite:
—No... No, no, no. No, no podría... ¡Es demasiado costoso! Además... ¿regalo por qué?
—Por ser tan maravillosa con mi Jesse —le dijo Sam, y acercándose, extendió ambas manos y acunó su rostro entre ellas—. Por cuidarlo cuando estaba enfermo. Por arriesgarte ayudándolo a escapar. Por ir a buscarlo a la estación de policía y quedarte con él esa noche... y por preocuparte tanto por él que cruzaste medio continente para venir a asegurarte de que estaba a salvo.
Charis pestañeó. ¿Jesse le habría contado todo eso a Sam?
—Es tuyo, querida. Un agradecimiento de parte mía... y de parte de mi querida Ophelie.
***
https://youtu.be/zPndtvek_Jo
Una vez de regreso en casa, cargando cada una un par de bolsas y Sacha detrás cargando todas las restantes, apenas abrir la puerta, lo primero que advirtieron fueron risas viniendo desde la cocina.
Sam y Charis se dirigieron un gesto confuso. Y cuando se asomaron, se encontraron a Jesse y a Jemima, cada uno con una cuchara en la mano, inclinados sobre la encimera y comiendo directamente de un gran bote de lo que parecía ser cocoa instantánea mientras hablaban sin reparar en ellas.
Sam puso los brazos en jarras y se aclaró la garganta en voz alta. Y al instante de verse sorprendidos, Jem dio un salto en su lugar, soltando la cuchara sobre la encimera. Esta rebotó allí y se precipitó al piso, causando que toda la cocoa que contenía se desparramase sobre el mesón. Al mismo tiempo, ante la visión de su disgustada tía, Jesse se atoró con el chocolate justo al momento de meterse la cuchara en la boca y tosió una gruesa nube de polvo oscuro, provocando que Jemima contuviera una carcajada contra su palma y luego diera vueltas en su lugar buscando con qué limpiar, deshaciéndose en lo que parecía ser un enredado soliloquio de disculpas y explicaciones.
—¡Otra vez con eso! —los riñó Sam—. ¿Qué les he dicho? ¿No pueden prepararse un vaso apropiado de leche chocolatada?
Jesse se inclinó en torno al fregadero de la cocina y abrió la llave del agua para enjuagarse el rostro en lo que Jemima pasaba un paño por la encimera:
—Je suis vraiment désolé, Mademoiselle !
Pero Sam no parecía molesta. Y la leve racha de disgusto se borró de su expresión casi al instante, con un suspiro:
—No importa... Limpien todo eso. Jesse, tú también. ¡Eres una mala influencia para Jem!
Charis se limitó a observar la escena en silencio. Jemima Llevaba el cabello suelto sobre los hombros, y el delantal de su uniforme yacía colgado sobre una silla. Por su reacción, más preocupada de ser hallada en una travesura que ante verse sorprendida en diversiones ajenas al trabajo por Samuelle, Charis imaginó que esta era así de permisiva todo el tiempo, y se preguntó qué tantas otras libertades se tomaba la chica en esa casa.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó a Jesse— ¿No se suponía que irías con Dan y Roel?
Cuando Jesse cerró el bote de cocoa instantánea y se la entregó a Jemima para que la guardase en la alacena, el modo en que los dedos de ella rozaron los suyos no le pasó inadvertida a Charis. Él no retiró la suya, como solía hacer con ella en el pasado, cuando sabía que a ella le repugnaba tocarlo, y Jemima tampoco reaccionó al sentir su frialdad... tal y como solía hacer Charis en ese entonces.
—Dan ya consiguió un traje —dijo él—. Y Roel iba a llevarlo al club de equitación ahora, para mostrarle sus caballos. Yo les pedí que me dejaran en casa.
—¿Por qué no fuiste con ellos?
—No sé montar a caballo. Y el sol, el polvo, los animales enormes que muerden y patean... No, gracias.
—Entonces hubieras ido con nosotras.
—Ah... ! Mademoiselle ! —chilló Jemima de pronto—. Votre robe de mariée est arrivée ! C'est sur ton lit !
Sam dio saltos y gritó emocionada:
—¡¿De verdad?! ¡Gracias, querida, gracias!, voy arriba, niños, ¡vengo en un momento! —Sam se apartó corriendo hacia el arco de entrada con Pompom detrás, tintineando su cascabel al correr detrás de su ama, seguida de Sacha, quien acarreaba aún todas sus bolsas—. Jem, chérie, ¡avísame si me busca alguien!
En lo que Jesse y Jemima limpiaban la isla de la cocina llena de chocolate, riendo y charlando en voz baja, Charis se dio la media vuelta para seguir a Sam, sintiéndose una intrusa.
—¡Charis...! —la llamó Jesse.
—Voy a cambiarme a zapatos más cómodos —se excusó ella, sin detenerse, y salió por la puerta de la cocina.
Para cuando llegó a la cima de las escaleras, su corazón palpitaba rápido y tenía problemas para respirar con normalidad. Sam la encontró a medio camino por el corredor de la segunda planta:
—¡Mi vestido de boda acaba de llegar! ¡¿Quieres verlo?!
Pese a su desanimo, Charis procuró ponerse feliz por ella:
—Uh... ¡sí... claro!
—¡Ven! ¡Vamos! —Sam aferró su mano y tiró de ella de regreso a su cuarto.
***
https://youtu.be/9JvIY6NT4_8
La habitación de Sam parecía ser el más grande de la casa, a la vez que el más espectacular. Con una cama king-size con doseles translúcidos, dotada de edredones blancos, exquisitamente bordada de flores plateadas, un juego de varias cómodas, dos mesas de noche, y un tocador, todo hecho en madera blanca y estilo vintage, una alfombra gigantesca y mullida de un suave lila pastel en el centro sobre la que colgaba una araña de cristales, y grandes ventanales enmarcados de cortinas de seda y raso que colgaban hasta el suelo, parecía el cuarto de un palacio. Dos puertas daban paso a un cuarto de baño amplio, tan elegante y al mismo estilo del cuarto, y la segunda a un armario que casi parecía una segunda habitación.
El vestido de boda de Sam se hallaba sobre la cama, desplegado y extendido en todo su esplendor.
—Oh, guau —Charis dio un boqueo, olvidándose por un momento de todo lo demás. Se acercó, pero tuvo miedo de incluso tocarlo, hasta que Sam lo instó a hacerlo, y la tela tan delicada y suave la asustó; como si pudiera rasgarse con las yemas de los dedos—. ¡Es absolutamente hermoso! ¡Parecerás una princesa!
—¡¿Verdad que sí?! Eso espero. ¡Incluso usaré una tiara con el velo! —Sam apenas podía contener su emoción; pero su expresión se tornó triste al decir lo siguiente—. Mamá me ayudó a decidir cómo se vería. Ella opinó lo mismo. Aunque claro... solo lo vio por las fotos que le mandé cuando la modista y yo trabajábamos en el diseño.
Charis calló, perpleja.
—Tu madre... —musitó.
—¿Qué pasa?
—Lo siento, es que... todo este tiempo solo he oído hablar de Monsieur. Soy tan estúpida que nunca me paré a pensar...
—¿Qué tenía una madre? —se rio Sam.
—Más bien... que Monsieur tuviera una esposa.
—Sí... Imagino que eso suena todavía más descabellado.
Ambas se rieron discretamente.
—¿Qué clase de persona es ella? ¿Es como Monsieur?
Sam volvió a guardar su vestido con ayuda de Charis en el delicado forro:
—¡Oh, ni por asomo! No se parecen en nada. Y mamá... ella es bellísima —dijo con añoranza—. Aunque muy distinta de todos nosotros, en todos los aspectos. Ella es rubia, para empezar. Vivienne se parecía mucho a ella. El cabello negro es herencia de Monsieur; también los ojos verdes en la familia.
Charis ya había notado ese detalle, mas había una excepción.
—Pero Jesse no los tiene verdes.
—Técnicamente, pudo tenerlos. El color ámbar se produce debido a un nivel anormalmente elevado de uno de los pigmentos de los ojos de color verde o sus variantes —explicó Sam—. No es frecuente que se traspasen; solo... se dan.
—No tenía idea... —admitió Charis.
—Tampoco nosotros. Siempre nos preguntamos de quién los había heredado, porque nadie más en la familia los tiene, así que mi hermana y yo hicimos averiguaciones. Ophelie estaba tan decepcionada —se rio Sam—. Esperaba tener algún día nietos con el mismo color de ojos, pero era improbable. ¡Oh, no, Pompom! —exclamó Sam, en cuanto la gata se trepó a la cama e intentó subirse al velo del vestido, el cual aún no habían guardado. Sam la tomó en sus brazos como un bebé—. ¿No es hermosa? Será una de mis niñas de las flores. La más especial: llevará el cojín con los anillos.
—¿No temes que salga corriendo con ellos?
—Oh, no. Está entrenada. Es una niña bien educada, c'est pas, chérie ? Ah, oui, vous l'êtes !
Charis se sentó sobre la cama y acarició la suavidad del edredón:
—Madame ha de ser bellísima. Para tener dos hijas como ustedes, y un nieto como Jess.
Sam levantó las cejas y le arrojó un vistazo pícaro:
—¿Así que... Jesse te parece bello?
Recordó haber tenido una conversación similar con Beth. Avergonzada, forzó una risa:
—No oíste eso de mí, ¿de acuerdo?
—No te preocupes, querida. Es un muchacho apuesto. Y yo sé de alguien en esta casa que está perdidamente enamorada de él —Sam aunó su nariz a la de su gata—. C'est pas, chérie ?
—Te refieres... a Jemima.
Sam volteó a verla divertida:
—Me refería a Pompom.
Charis se arreboló hasta lo imposible. Movió la cabeza, sacudiéndose la pena con una sonrisa forzosa y se aclaró la garganta.
—¿No te disgusta que tu asistenta se tome descansos sin tu permiso? —intentó cambiar de tema.
—En absoluto; puede tomarse todos los que quiera, mientras yo no la necesite. Es una buena chica, y trabaja muy duro. Prácticamente es de la familia.
Ella suspiró. Era difícil sentirse molesta con Jemima cuando era claro que todos en esa casa la querían mucho.
—¿Ellos... son todo el tiempo así de unidos? Me refiero a ella y a Jess.
—Al menos el poco tiempo que él pasa aquí. Doy gracias por mi pequeña Jem... Saca algo de él que nunca había visto.
Charis entornó los ojos, intrigada por el comentario:
—¿A qué te refieres?
—Nunca fue un niño que jugara demasiado. Aunque... eso se debe en gran parte a que Monsieur era demasiado estricto. Pero cuando está con Jem, es... como si ese chico que fue forzado a crecer demasiado rápido saliera a la luz. Ese chico que se come el chocolate en polvo a cucharadas desde el bote.
—Pero... sabes que esa muchacha no lo ve a él de ese modo... ¿no?
—Eso es evidente.
—¿Y eso no te molesta?
—¿Por qué habría de hacerlo?
—Es tu sobrino. Y ella-... No creo que sus intenciones sean-... —batalló para encontrar las palabras correctas, pero no necesitó hacerlo para darse a entender con Sam.
Esta se rio animada:
—No te preocupes por él, querida. Aunque no lo parezca, Jesse es un hombre adulto. Y yo... no podría quitarle cuan poca paz tiene aquí.
Si antes de Luk nunca hubiese creído que vería a Jesse tan cercano a alguna persona que no fuera Daniel, estaba segura de no haberle visto nunca relacionarse a ese punto con otra mujer. Después de todo... seis meses eran un largo tiempo. El suficiente para sentirse cómodo con alguien. Quizá... incluso el suficiente para abrir su corazón.
En especial... a una chica dulce, atenta, que lo había apreciado y entendido desde el primer momento, y se había esforzado en conocerlo, lográndolo en tan poco tiempo. Una chica... tan diferente a ella.
https://youtu.be/9T7eFTbU60k
Sacudió el rostro y se esforzó por pensar en otra cosa.
—¿Cuándo conoceré a Madame?
—La veremos en la boda. La verdad... es que no la he visto por más de seis meses. Y no sé si la veré después...
—¿No vive en la ciudad?
Sam suspiró:
—No es eso —masculló—. Madame no deja la casa. Jamás.
—¡¿Por qué?!
—Desde lo que sucedió con mi hermana, mamá sufre de estrés traumático secundario. No soporta viajar en auto. No ha salido a ninguna parte desde hace diez años. Se marea y sufre crisis muy severas de ansiedad. Por eso la boda se llevará a cabo en la casa de mis padres. No es lo que yo hubiese elegido; digo... ¡no es como si fuera el día más importante de mi vida! —Rio en el afán de camuflar alguna otra emoción que casi afloró en sus rasgos—. Pero en fin. La muerte de Ophelie nos afectó a todos de alguna manera.
Charis imaginó que el caso de Madame debía ser el mismo caso de Jesse llevado al extremo. Se admiró de cuánta fortaleza emocional requeriría haber sido el protagonista de un accidente tan atroz, y todavía ser capaz de subir a un automóvil para llevar a tu amigo de emergencia al hospital.
—Lamento mucho oír todo esto. Pero... ¿por qué no puedes visitarla?
—Tengo vetada la entrada allí. Por ayudar a Jesse a ocultarse —la naturalidad con que lo dijo espantó a Charis.
—No es justo... —masculló ella—. Sam, ¡tu padre es-...!
—Digamos que... Monsieur tiene una manera especial de castigar la insubordinación. Jesse tampoco vio a Ophelie por largas temporadas cuando era un niño.
—¿Por qué?
—Era la forma en que Monsieur lo castigaba cuando no cumplía sus expectativas en los estudios. De no haber sido porque Ophelie fue su maestra de piano, él probablemente casi no la hubiese visto durante toda su infancia.
Charis pestañeó atenta:
—¿Ella fue su maestra?
—¡Era una prodigio! Hubiese podido llegar muy lejos, pero Monsieur no aprobaba la música. Decía que era insustancial y que no ayudaría al negocio de la familia, así que ella lo dejó por un tiempo. Y Andrew fue quien la convenció de comprarse un piano y seguir practicando. Él amaba oírla tocar... Podían compartir aquello por horas.
Conmovida por ese fragmento de felicidad en toda aquella triste historia, Charis suspiró, distendiendo una sonrisa.
—¿Cómo se conocieron los padres de Jesse?
—Ah, es una historia tan trágica como romántica. —Sam vino a sentarse junto a Charis en la cama y ambas acariciaron juntas a Pompom—. Andrew era uno de los guardias personales de más confianza de Monsieur. Era muy, muy guapo. —Sam levantó las cejas—. Sonrisa encantadora, ojos penetrantes, manos largas y masculinas... Supongo que las dos estábamos encantadas con él. Desde luego, yo solo era una niña, así que no hubiese tenido oportunidad. No obstante, Ophelie ya era una mujer.
»Ella solía llamar la atención de todos los hombres que la conocían. Los trabajadores de Monsieur la llamaban Blanche-Neige. Blancanieves. Había uno en particular que estaba obsesionado con ella; incluso desde que era apenas una adolescente. La observaba de modo repugnante, pero ella jamás le hacía caso. —El tono de Sam se ensombreció—. Un día, después de cabalgar, mientras Ophelie guardaba a su yegua en los establos, ese hombre la siguió, y cometió el terrible error de intentar propasarse con mi hermana; pero Ophelie consiguió librarse golpeándolo con la fusta y huyó de allí en su caballo.
—¡Qué hombre más horrible! —jadeó Charis—. Imagino que Monsieur lo despidió enseguida.
Sam torció una sonrisa tensa:
—Digamos que sí —dijo, pero algo en su tono le indicó a Charis que la verdad era un poco más compleja que ello—. Después de eso, Monsieur asignó a Andrew como guardia personal de Ophelie. A pesar de que era muy joven, era extremadamente valiente; pero no solo, eso también era muy leal a Monsieur, y él estaba seguro de que jamás intentaría nada similar. Y Ophelie no parecía interesarse jamás por ningún hombre... así que Monsieur se confió demasiado. —Sam dejó escapar una risilla—. Pero desde luego que Andrew también estaba loco por ella. Sin embargo, fue la primera vez que Ophelie correspondió a los sentimientos de alguien.
Charis se encontró tan inmersa en la historia que casi podía imaginar todo en su cabeza como una película romántica.
—Como era obvio, Monsieur no aprobó su relación —continuó Sam—. En cuanto empezó a sospechar, planeó enviar a Ophelie a estudiar en Francia para alejarlos, así que ellos escaparon la noche antes del día en que se suponía que ella debía irse. Pero Monsieur los atrapó poco después. Mi padre estaba furioso. Quería asesinar a Andrew, pero entonces... Ophelie le reveló que estaba embarazada.
—¡Oh por dios! —dijo Charis—. ¿Qué hizo tu padre?
—No había mucho que pudiera hacer. Monsieur accedió a dejar las cosas así si se casaban, y aquello a su vez únicamente bajo la condición de que Andrew adoptase el apellido De Larivière. Tuvieron que aceptar. Y después nació Jesse. Monsieur no quería nada que ver con el bebé hasta que supo que mi hermana había tenido un varón y Madame le convenció de conocerlo. Algo cambió en Monsieur después de eso, y apenas Jesse tuvo la edad suficiente para recibir escuela, mi padre tomó control de su educación y lo colegió en casa con maestros particulares.
—¿Nunca asistió a una escuela con otros niños? —se sorprendió Charis.
—No. Cuando tenía ocho años pasó por una depresión muy severa. Probablemente producto del aislamiento, la presión a tan temprana edad y en especial de verse alejado de su madre durante tantas horas al día. Así que Monsieur creyó que sería beneficial para él tener un hobbie, y Jesse eligió aprender piano, pero sólo si era su madre quien le enseñaba. Monsieur no puso objeción.
—Y así se convirtió en su maestra —terminó Charis.
Sam asintió:
—Así es. Imagino que lo llevaba en la sangre, pues se convirtió en un pianista tan bueno como Ophelie. O quizá... no tenía opción. Si Monsieur no veía progresos, le hubiese arrebatado eso también.
—No es justo... —Charis sacudió el rostro—. La forma en que ha manipulado toda la vida a la gente a su alrededor... no es justo.
—Estamos acostumbrados, chérie. —Sam le acarició la mano sobre sus piernas y luego se puso en pie con un suspiro, dando por terminada la charla—. ¡Hablando de música...!
Fue hasta un extremo de su habitación y encendió un estéreo, al cual se conectó con su móvil.
—¿Quieres oír la lista de reproducción de la boda? ¡Pasamos meses eligiendo las canciones!
Charis exhaló. Supuso que era mejor dejar el tema por el momento y sonrió con desgana:
—Me encantaría.
—Ponte cómoda. Quítate los zapatos si quieres. —Sam fue hasta el closet y regresó con un par de zapatillas afelpadas para ella. Mientras Charis se las calzaba, empezó a sonar la música—. Roel eligió algunas y yo otras. Otras me las sugirió mamá, y le pedí a Jesse que me recomendase algunas. Si hay alguna que pienses que debería agregar, ¡no dudes en decírmelo! Quiero que sea variada, pero también que tengan una cierta armonía.
—¿Cuáles... sugirió Jesse?
—Entre otras Elegie, de Rachmaninoff; Venetianisches gondellied de Mendelssohn; y Valse Sentimentale de Tchaikosvki. —Sam soltó una risilla—. Pero terminé por descartar las primeras dos. Me parecieron algo sombrías para una boda.
—¿Podría oírlas?
—¡Desde luego!
Sam buscó y colocó la primera canción. Era un poco deprimente, pero a Charis le gustó aun así.
—Es hermosa... Pero triste.
—Si buscas música hermosa, Jesse es tu muchacho. Música alegre, por otro lado... Ah, pero Valse Sentimentale; esa va sin duda a mi lista. Le he pedido que la tocara él mismo, pero se negó —le contó Sam, con una sonrisa apenada.
—¿Por qué?
—Dijo que lo haría terrible. En fin, tiene buen puesto el nombre. Es una buena canción para vals.
—¿Se bailará vals? —Charis se sobresaltó.
—Somos un poco a la antigua. Todos en nuestra familia y círculo lo bailan.
Charis suspiró. Tan bonito vestido para no poder bailar con él:
—En ese caso supongo que tendré que quedarme sentada toda la velada.
—¡En absoluto! —protestó Sam— Si no sabes bailar, puedo enseñarte. El vals no es tan difícil. No es que yo sea tan buena... Monsieur me ha dicho toda la vida que tengo dos pies izquierdos. Pero al menos puedo indicarte los pasos.
—Bailé con Jess una sola vez. Lo hice fatal. Lo que me sorprendió es que él de hecho lo hiciera tan bien.
—Desde luego; él tuvo a la mejor maestra.
—Ophelie. —Dijo Charis. Sam distendió una sonrisa alicaída y ella dio un silbido—. Guau. Pianista, bailarina, jinete, además de lista y hermosa...
—Así es —sonrió Sam, con una profunda tristeza—. Blanche-Neige era... perfecta. El orgullo de Monsieur y Madame. Era buena en todo... Excepto en la cocina.
—Otra cosa que Jesse heredó...
Las dos rieron con una carcajada abierta y genuina. Charis contempló a Sam cambiar de canción. En tan poco tiempo había empezado a estimarla tanto... No podía esperar a conocer a Madame también. En parte le alegraba que Jesse hubiese estado ese tiempo rodeado de personas tan distintas a Monsieur. Incluyendo...
—Sam. ¿Jem... asistirá a la boda?
El rostro de Sam decayó con una profunda pena:
—Estará allí, pero fue designada a las cocinas.
Charis se sorprendió. Esperaba verla como invitada.
—¿Tú la designaste?
—Oh, dieu, no. Fue Monsieur. No hubiese querido nada más que tener a Jemima en mi boda, usando un hermoso vestido, pero Roel cometió la imprudencia de comentar en frente de Monsieur que Jem parecía sentir un cariño especial por Jesse. Esa misma noche... Monsieur me ordenó tacharla de la lista de invitados.
—Claro que lo hizo —masculló Charis para sí misma, en un susurro que Sam no alcanzó a oír.
—Tuve que rogarle para que me dejara llevarla conmigo, aunque tenga que estar en las cocinas. Mirará la ceremonia desde afuera. Con algo de suerte el vino me ayude a convencer a Monsieur de dejarla entrar en la fiesta cuando los ánimos se relajen un poco. Tendrá un vestido preparado por si acaso. ¡Ruego por ello!
—No lo entiendo... ¿qué tienen que ver Jesse y Jemima con Monsieur?
Sam pareció reservarse algo. Charis la instó a confesar.
—Tal vez no te agrade oír esto... pero Monsieur espera encontrar pronto alguna candidata para Jesse. Y cada evento social es propicio.
—Cuando dices «candidata», ¿quieres decir...?
—Alguna muchacha que haga una buena esposa. Ha estado buscando jóvenes solteras entre sus asociados desde que él regresó.
https://youtu.be/6n22QdaVias
Charis pestañeó ofuscada:
—¡Pero qué es esto, ¿la edad media?! ¡¿Incluso planea elegirle una esposa?!
—Desde luego que no. Es Jesse quien la elegirá... entre las jóvenes que Monsieur considere adecuadas.
—Oh, dios santo...
—En fin, Monsieur creyó que al tener a Jem en la celebración, corría el riesgo a que ella y Jesse parecieran excesivamente cercanos, y eso desalentase a posibles partidos.
Incluso aunque se tratase de Jem, Charis se sintió mal por ambas:
—Es inaudito... Pero entonces, ¿qué hay de mí? Yo también soy una mujer. ¿Significa que no podré hablar con él durante la fiesta?
—Tu caso es diferente. Tú estarás con Daniel.
—A excepción de que no hay nada entre Daniel y yo.
Sam lució mortificada. Se apartó hacia su tocador y se arregló el pelo.
—No te sorprenda... si la gente piensa que lo hay. En todo caso... imagino que sigue siendo un poco mejor un trío de amigos que una pareja sola. Y mil veces mejor que tener al heredero de Monsieur De Larivière charlando con un miembro del servicio. Bueno, ¡basta de charla triste! —Sam cambió la canción y se paró en medio del salón con una genuflexión masculina, adoptando el papel del varón, tras la cual extendió una mano a Charis y la invitó a unirse a ella—. Lección número uno.
—Sam, una última cosa. ¿Qué significa... poupette?
Tan distraída como lo estaba en acomodar la sedosa melena de color azabache sobre su hombro para adoptar posición, Sam le dirigió una mirada dubitativa y respondió:
—Poupette significa «muñeca».
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro