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5. Poupette

https://youtu.be/cct69M2gmuo

De todo lo que hubiese estado preparada para oír al final de esa frase, aquello fue probablemente lo que la tomó más desprevenida. Charis se clavó en su sitio con la mirada puesta en él, escrutando sus ojos entristecidos de uno en uno, sin que pudiera pensar en nada. Daniel aguardaba atento. Parecía apremiar una respuesta, y en la agitación tumultuosa de sus pensamientos, ella aún no resolvía cual debería darle.

El trino de la voz alegre de Sam los arrancó a ambos de su absorbimiento y viraron al mismo tiempo en dirección al arco de la entrada, justo para ver el momento en que ella se situó junto a su sobrino y le rodeó el cuello con ambos brazos, plantándole un beso en la mejilla:

—Jesse, mon coeur ! ¡Estabas aquí! Justo a tiempo para que acompañes a Charis a desayunar.

Daniel y Charis intercambiaron un gesto mutuo, con una pregunta tácita y urgente en los ojos de ambos. ¿Cuánto de la conversación anterior él había sido capaz de oír?

Antes de que cualquiera dijera nada, el sonido del timbre rasgó el silencio y Jemima pasó corriendo detrás de todos los presentes con dirección a la puerta. Luk entró a la casa con aspecto agitado, y sin siquiera saludar fue a detenerse junto a Jesse para decirle cerca del oído:

—Jesse... Janvier est ici.

La incómoda pausa anterior se vio eclipsada por el aviso de Luk. Charis no tuvo que entender lo que decía para adivinarlo, solo después de oír el nombre de Janvier, y que la expresión de Jesse se desencajase llena de disgusto; como si saborease algo amargo e intentase disimularlo.

Contra todo propósito, distendió una sonrisa llena de sorna:

—Ahh, bien sûr q'il est ici... —Y añadió, al volumen de murmullos—. Connard de merde... Ce cretìn fils de salope...

—¡Jesse! —exclamó una horrorizada Sam.

Mais n'est-il pas un cretìn ?! —refutó su sobrino.

El susodicho hizo acto de presencia en la puerta abierta justo en ese momento. Entró sin esperar ninguna venia y se plantó frente a Jesse con aquella expresión de pocos amigos que Charis conocía bien.

No omitió el modo en que él la miró al reconocerla, y pareció lo bastante desconcertado como para necesitar de un momento antes de volver a Jesse, sin dejar de arrojarle miradas inquisitivas por el rabillo del ojo:

—Que fait-elle ici? —espetó.

—Ça n'te regarde pas. Vous, que faites-vous ici ?

—Monsieur m'a envoyé te chercher.

—Ah, bon chien! —terció Luke.

—Caballeros —intervino Sam—. Por favor, no es educado emplear un idioma que no todos los presentes entienden. Y Jesse, modera tu lenguaje; estás en presencia de tres damas. Qué vergüenza... —añadió, más bajo.

Charis pestañeó. ¿Acaso había estado maldiciendo? Era difícil saberlo cuando en ese idioma tan florido hasta los insultos sonaban como el más melifluo de los halagos; en especial en su voz suave y susurrante.

—Monsieur me envía a recogerlo, joven De Larivière —dijo Janvier, sin perder su atropellado acento.

—Haz el favor de decirle a Monsieur que no soy un paquete, y que mi nombre es Torrance. Tú también podrías intentar recordarlo.

—Monsieur ha ordenado-...

—Monsieur no tendría que estarme ordenando nada. Ya estoy muy viejo para esto, maldita sea...

—Jesse... —protestó Sam, entre los dientes.

—Joven De Larivière-...

—Creo que acaba de decir que su nombre es Torrance —volvió a intervenir Luk.

—Mantente fuera de esto, Corbin. No agotes mi paciencia.

—¿O qué?

—Joven De Larivière, Monsieur quiere que sepa que-...

—Basta, silencio todos... —Jesse se llevó con fuerza el pelo hacia atrás con los dedos, despejándose la frente—. Edouard, recuérdale de mi parte a Monsieur que se ha esmerado bastante en inculcarme buenas maneras como para que ahora pretenda que haga un desaire a mis huéspedes.

Lo que vino a continuación fue un silencio lleno de expectación. El aludido soltó un respiro paulatino por la nariz, ensanchando las aletas nasales. Dio un cuarto de vuelta, y antes de irse, masculló algo que sonó muy parecido a una amenaza:

Vous le regretterez...

Después de eso se marchó, dejando el vestíbulo sumido en un silencio tan denso que todos contuvieron la respiración de manera colectiva por unos instantes.

Luk fue el segundo en irse; no sin tener la última palabra:

Ooh-ho-ho —pasó junto a Jesse dándole dos sendas palmadas contra la espalda, remeciéndolo—, tu êtes dans la merde...

—¡Luk...! —exclamó Sam, y una vez se marcharon los dos, indicó a Jemima cerrar la puerta y exhaló un suspiro agobiado—. En fin. Aquí... no ha pasado nada. Jem, chérie, pon dos puestos en la mesa, por favor.

—No hace falta —intervino Jesse, y la muchacha se frenó atenta en mitad de la marcha—. Nosotros tres... desayunaremos fuera.

Daniel y Charis intercambiaron una mirada confusa. Charis apartó la suya en cuanto recordó la plática que habían dejado ambos pendientes; sin ánimos de retomarla, y menos aún en presencia de Jesse.

—¡Maravillosa idea! —exclamó Sam, juntando las finas manos a un costado de su rostro—. Muéstrales a los muchachos un poco de la ciudad. No se preocupen por llegar temprano; mientras estén aquí para la hora de la Cena. Yo haré algunos arreglos para esta noche.

—¿«Esta noche»? —preguntó Jesse.

—Si no hubieras estado tan perdido ayer, hubiese podido contártelo. —Sam le guiñó un ojo—. Ahora tendrás que esperar.

Parte del humor tenso de Jesse desapareció de sus rasgos cuando dedicó a su tía un gesto profundamente apenado:

—S-Sam... Re-respecto a eso-...

—Respecto a eso nada, mi cielo. —Y viró para dirigirse a los demás—. Salgan y diviértanse. ¡Y no se llenen demasiado el estómago! —les recomendó, antes de desaparecer hacia el salón con Jemima y Pompom detrás, dejándolos solos a los tres en el vestíbulo, sumidos en otro denso silencio.

Con la espalda vuelta hacia sus amigos, Jesse inhaló hondo y llevó la vista al piso unos segundos, antes de atreverse a mirarlos.

—La-... La forma en que actué ayer-... N-no solo por la noche; me refiero-... —Tomó otro aliento y su voz bajó al volumen de murmullos—. Lo... siento. Lo siento mucho... Por la forma en que me fui; pero, sobre todo, por la forma en que ayer yo-...

—Aquí no ha pasado nada —lo cortó Daniel, citando las palabras de Sam. A Charis le pareció una interrupción abrupta, pero aquel sonreía con afabilidad; o al menos procuraba hacerlo—. Así que... ¿a dónde iremos?

Jesse respiró un poco más aliviado:

—A donde sea; no importa... Pero, primero —dijo, mirando a Charis—... a desayunar.

—Daniel ya desayunó.

Aquel soltó un bufido:

—Me ofende que impliques que tengo algún problema en desayunar dos veces.

Y por un momento, aunque fuera el más breve, pareció como si nada hubiese cambiado entre ellos cuando rompieron el silencio con algunas risas leves. Y Charis no pudo evitar preguntarse cuánto duraría realmente aquello, y cuándo y qué tan fuerte sería el siguiente golpe.

https://youtu.be/zPndtvek_Jo

Jesse los condujo hasta llegar a unas escaleras en bajada a una planta subterránea. Al final de estas se toparon con otra puerta.

Se encontraron del otro lado, en cuanto él encendió la luz, con un amplio garaje que albergaba tres soberbios automóviles. Uno de ellos era un elegante y discreto Mercedes AMG azul oscuro. El segundo, un hermoso Ferrari 296 de un delicado color gris plateado resplandeciente. Y el tercero, un flamante Lamborghini Grand Tourer de cuatro puertas, de color grafito metálico el cual captaba reflejos como si se tratase de un espejo.

Jesse oprimió el botón de uno de los dos pequeños controles en su viejo llavero de Jack Skellington y se abrió la puerta del garaje hacia la misma calzada que habían recorrido al llegar. A la luz del sol podría apreciarse mejor los relucientes colores de los tres automóviles. Afuera estaba aparcado el Mercedes de color negro de Sacha.

Daniel tocó el capó del Ferrari con cuidado. Charis se limitó a admirarlos de lejos temiendo incluso empañarlos con su respiración. Intercambiaron un gesto cómplice, fallando en disimular la sorpresa, pero aquella pasó a estupefacción en el momento en que en Jesse oprimió el botón del segundo control y las luces que parpadearon fueron nada menos que las del Lamborghini.

Ambos le siguieron atónitos cuando aquel les hizo una seña indicándoles aproximarse:

—¡Espera, Jess...! —articuló Charis— ¿No irás... a llevarte ese?

—En realidad... preferiría no conducir yo.

Daniel se apresuró al frente, tomando las llaves de su mano por el camino. La expresión en su rostro era la de un niño a punto de subir por primera vez a la atracción de un parque:

—¡Yo conduzco!

—¡Daniel! —lo reconvino Charis, antes de volver a Jesse— ¿Sam no se enojará? Podemos ir en Uber o en autobús. No sé si hay metros aquí... O quizá si le pidieras prestado uno menos costoso...

Jesse se encogió de hombros en un ademán avergonzado:

—No hace falta. Puedo llevar este a donde quiera... Es mío.

La mandíbula de ella cayó abierta, al igual que la de Daniel:

—¡¿Es una broma?!

—Ojalá —masculló él—. Regalo de cumpleaños. De Monsieur.

—El último regalo que recibí en mi cumpleaños fue una tarjeta —dijo Daniel, metiéndose por la puerta del conductor—. Me la enviaron mis abuelos con un pastel de banana, y tenía crema en la esquina.

—Una tarjeta hubiese sido suficiente.

Daniel lo examinó con una ceja en alto, y las manos ya dispuestas sobre el volante en lo que Jesse sostenía la puerta trasera abierta para Charis, después de que ella se negase a ir adelante.

—Oh, vamos, ¿esperas que crea que no te gustó el regalo?

—Se lo agradecí; desde luego. Pero odio conducir; me aterran los autos. Monsieur lo sabe. —Y añadió, con cierto resquemor—. Y sabe también el porqué...

Charis desvió el tema lo antes posible:

—¿De modo que no has salido en él hasta ahora?

—Un par de veces. Pero por lo normal es Luk quien lo conduce. Por cierto, si lo ven por algún rincón... no se sorprendan demasiado.


***

https://youtu.be/wALmf63aKlg

El lujoso automóvil llamaba la atención de ojos curiosos allá a donde fuera. Después de salir de Bellevue y de adentrarse en la ciudad con Daniel al volante, tan fascinado con el auto como lo había estado desde el momento de salir de la casa de Sam, su primera parada fue en una cafetería en la esquina de una elegante calle flanqueada de arbustos y aceras de adoquines claros. No eran nada como las veredas toscas y las viejas autopistas repletas de agujeros en Sansnom. Por otro lado, las calles estaban limpias y transcurría una brisa fresca, acarreando un agradable aroma a flores y a vegetación.

Cuando descendieron del auto y caminaron por la acera con dirección a la cafetería, Charis distinguió enseguida entre la muchedumbre cabello rubio y una barba incipiente.

—¿Ese es Luk? —masculló, procurando no mirarlo.

—¿Huh? ¿Ha venido siguiéndonos desde la casa de Sam? —preguntó Daniel.

Jesse suspiró, sin siquiera molestarse en buscarlo.

—Ignórenlo. Es su trabajo; no hay remedio...

Mientras que ellos entraron al local y eligieron una mesa cerca de la ventana, aquel fue a tomar posición en una mesa con sombrilla en la parte exterior, en el extremo más alejado del patio frontal.

La mesera no tardó en traerles la carta, la cual Daniel y Charis batallaron para leer y que Jesse tradujo para ellos. Y una vez hecha la orden, después de que esta regresó con los platillos de cada uno, Charis arrojó un vistazo a Luk.

—¿Va a quedarse allí solo? Pobrecito... Dile que venga a sentarse con nosotros.

—Déjalo... Le gusta jugar al agente secreto. Seguramente piensa que no lo hemos visto. Es muy irritante...

—Al menos invítalo algo de comer.

—No vendrá. No te preocupes; pedirá una medialuna y un café corto, y le pondrá whisky cuando nadie lo esté viendo. Lleva una petaca en el abrigo.

En ese preciso momento, otra mesera se acercó a él y le puso en frente una medialuna y una taza de café. Luk aguardó a que esta se alejase lo suficiente, y con disimulo vertió algo en la taza que sacó del interior de la solapa de su abrigo para luego guardarlo rápidamente.

Daniel disimuló una risa en lo que cortaba un trozo de su omelette de queso y se lo llevaba a la boca. Charis tenía en frente un platillo de crepas rellenas de fruta, con salsa de fresas y crema batida sin tocar. Le tomó una fotografía al plato para enviársela a Beth antes de comer.

—¿Hace cuánto que trabaja para ti? —preguntó Daniel.

—Técnicamente... trabaja para Monsieur. Pero yo tenía catorce años cuando él me lo asignó.

—No pareces llevarte mal con él, como con ese sujeto, Janvier.

—Ni siquiera lo menciones —siseó Jesse. No había pedido para sí mismo más que una taza de chocolate caliente sobre el que espolvoreó un poco de sal con el salero de la alcuza—. Luk es... algo diferente. No nos llevábamos bien al comienzo... No me agradaba la idea de estar constantemente vigilado, y tampoco es que a él le agradase mucho vigilar a un chiquillo. Me escapaba de él todo el tiempo y le hacía perseguirme y buscarme por todos lados. No tuvimos una buena relación hasta que crecí y dejé de complicarle tanto las cosas. Después él solo... estaba allí.

Daniel torció el gesto, fingiendo apenarse.

—Y yo que siempre creí que yo había sido tu primer amigo.

Charis procuró no reaccionar, pero algo cálido impregnó su pecho al oírle inferir aquello. En especial, tras la sincera respuesta de Jesse:

—Lo eres. Luk no es nada como un amigo; ha sido más... como un pariente. Un hermano o primo mayor. «Familia», un poco en el sentido en que ninguno de los dos tuvo elección al respecto.

—Pero lo aprecias —aventuró Charis.

Jesse arrojó una mirada en dirección del susodicho a través del cristal, y habló bajo; como si temiera ser oído:

—Supongo... que lo hago.


***


Después de desayunar, y en lo que esperaban por la cuenta mientras que Daniel iba y volvía del baño, Charis advirtió a un grupo de jóvenes tomándose fotografías con el móvil en frente del Lamborghini aparcado en la acera. Jesse apenas les prestaba atención.

—¿No te molesta?

Él negó, encogiéndose de hombros, casi como si el coche no fuera suyo; o como si no costara una fortuna.

—En serio, Jess —suspiró Charis—... Aun no entiendo qué hacía un sujeto como tú trabajando en una morgue; contando monedas para vivir... Me atrevo a suponer que la mansión de Sam es una casita de muñecas comparada a la casa de Monsieur. Vives con él, ¿no es así? —Jesse asintió con pesadumbre—. Esta ciudad es hermosa... Sam te quiere y te consiente. Aquí lo tienes todo; todo cuanto podrías necesitar. Y tu abuelo, aunque no se lleven bien, te regala coches de lujo como si fueran de juguete. ¿No eres feliz? ¿No quieres esto?

Aún pese a todos esos motivos más que válidos, aquel no tuvo que pensarlo demasiado para responder con una negativa:

—Más bien... no quiero lo que implica aceptarlo. Además... nada de esto es mío. Yo no trabajé por ello; no lo gané. En cuanto a Monsieur... —En ese punto, su expresión se ensombreció—. Supongo... que mientras él no tenga reparos que le impidan disfrutarlo...

Charis guardó silencio. Otra vez esos comentarios ambiguos... Jesse le fijó la mirada un segundo guardando silencio, y luego se la hurtó, como si se arrepintiese de lo que había dicho. Charis miró a su alrededor para asegurarse de que no había nadie prestando oídos y se inclinó sobre la mesa ligeramente para poder hacerse oír a un volumen de voz comedido.

—Dijiste... que tu abuelo maneja una empresa familiar.

Jesse asintió y volvió la vista a la ventana:

—Una empresa viticultora.

Charis se tomó una pausa para elegir sus siguientes palabras. En el fondo sabía que eso no era todo; pero no estaba segura de que estuviese preparada para oír el resto.

—Es decir... de cara al público —musitó—... ¿no?

Él exhaló un suave soplido por la nariz. Estuvo a punto de responder, pero su mirada nerviosa se desvió por todo el recinto y dudó:

—L-lo siento... Yo solo-... No puedo. ¿Entiendes? Si lo hiciera-... Sam, e incluso yo mismo-... —Se llevó una mano a la cabeza y se revolvió el pelo—. Cuando digo que no quiero lo que implica aceptar todo esto, me refiero también a-...

https://youtu.be/_ZDDGwFXYE4

Charis movió la mano sobre la mesa hasta alcanzar la suya:

—Está bien —murmuró. Su propia voz había comenzado a temblar. No daba crédito a estar teniendo esa conversación, como si fuera una plática casual—. No tienes que decirme nada que te ponga en una situación complicada —admitió. Jesse abrió los ojos y le clavó una mirada llena de escrutinio y cierto punto de recelo. Charis suavizó lo que intentaba decir con una sonrisa nerviosa—. Supongo... que lo he sabido hace algún tiempo.

—¿De... verdad?

—Digo... ¡Es obvio! Con todo lo que me contaste en Sansnom, creo que puedo imaginármelo. Tengo muchas preguntas; no creas que no... Pero algo me dice que es mejor entre menos sepa.

—Lo es... —corroboró él, agradecido.

—Con eso me basta, entonces.

Él movió los labios, sin que nada saliera de ellos, hasta luego de unos segundos:

—... ¿Aún sí-...?

—Aun así —lo cortó Charis—. Ya he aceptado muchas cosas respecto a ti, Torrance. Una más no hace ninguna diferencia. Además... tú me prometiste una vez que tú no has hecho nada malo.

Él guardó silencio unos instantes. Miró otra vez alrededor con apremio, y cuando habló, lo hizo en un hilo trémulo de voz.

—Charis... ¿Cómo estás tan segura de que te dije la verdad?

—Lo sé porque te conozco. —Ella estrujó sus dedos, que todavía sostenía entre los suyos—. Es esto de lo que escapaba tu familia. De lo que te ocultabas en Sansnom. De lo que tu madre intentó cuidarte. Nunca lo quisiste... ¿verdad? Porque tú no eres así —recalcó.

—¡Sam tampoco! —farfulló él—. Y mis padres... Todo lo que ellos querían era-...

—Jess. —Ella volvió a frenarlo—. Lo entiendo.

Jesse selló los labios un momento. Volvía a estar asustado, igual que la última vez que habían estado en la misma posición los dos.

—¿Daniel... ya lo sabe?

Charis se apenó. Había debido contarle una parte. Era lo justo que supiera por qué iba a subir a un avión y a salir del país.

—Le dije lo que necesitaba saber. Sabe que tú y tu familia se fueron del lado de tu abuelo por la presión a la que te sometía. Y sobre el accidente. También le expliqué el malentendido por culpa de las cosas de las que Carter te acusó. Y que no tuviste nada que ver con lo que les pasó a tus padres.

—Ojalá... eso fuera cierto.

—Lo es. Cada palabra; tú no tuviste la culpa.

Jesse suspiró, aunque no pareció convencido.

—¿Y qué dijo Daniel?

—Lo entendió. Y entendió también por qué lo ocultaste. Como dije, le das menos crédito a Daniel del que realmente se merece.

—No lo hago. Al contrario... de algún modo siempre supe que lo entendería. Lo que no deseaba era... empujar ese límite. Pero ahora... desearía haber confiado más en él.

—Vino aquí pese a todo. Lo hizo por ti. En cuanto a mí...

—¿En cuanto a ti? —pidió saber él—. ¿No... tienes miedo?

Charis exhaló una risa nerviosa:

—Lo tengo. Pero no es algo nuevo para mí. He tenido miedo muchas veces a lo largo de mi vida. Estás al tanto de algunas. Y... de otras no. En cuanto a ti... he tenido miedo desde el día en que nos conocimos. —Se encogió de hombros—. Primero de ti, y ahora... por ti. Es muy absurdo si lo pienso... A veces me pregunto si estábamos destinados a conocernos o si fue solo una pésima broma del destino. Y ahora esto... es solo parte de la aventura.

—No lo es. Es por eso... que deben irse, Charis —sentenció él—. Después de la boda, tú y Daniel tienen que abandonar Montreal. Para siempre; sin mirar atrás. A partir de ese momento, no me conocen. Jesse Torrance... nunca existió.

La sola idea hizo que el interior de Charis se constriñese con un calambre doloroso y sus ojos se empañasen. Apretó los labios con obstinación sin quitarle la vista, esperando que se retractase; pero no lo hizo.

—¿Y qué hay de Jesse De Larivière? —jadeó— ¿Qué pasará con él?

Jesse sonrió con tristeza.

No obstante, al momento de abrir los labios, Daniel llegó junto a ellos y Jesse se calló lo que fuera que hubiese estado a punto de decir.

Charis no se percató de que todavía sujetaba su mano en la suya sino hasta que los ojos de Daniel se clavaron en ese punto en la mesa, y luego se apartaron hacia un extremo del recinto.

Los dos se soltaron al mismo tiempo y de modo abrupto; quizá demasiado evidente.

—¿Nos vamos?

Jesse asintió y le hizo una seña a la mesera para que les trajera la cuenta:

—... Sí.

—Vamos entonces —sonrió, como si no hubiese pasado nada, aunque el cariz alicaído de su voz era evidente—. Ese Lambo me espera.

https://youtu.be/W2ZlTNiLloU

Aun cuando no se dijo nada más, quedó prendada en el ambiente una tensión difícil de disipar, como una niebla densa asentada en el aire después de un incendio. Charis se sintió culpable todo el tiempo. Pero, ¿por qué continuaba bajo la presión de tener que cuidar constantemente de todo lo que hacía o decía frente a Daniel? Por otro lado, la situación entre él y Jesse parecía pender de un hilo frágil cuyas hebras iban sucumbiendo una a una, pronto a romperse finalmente. Por su parte, se sentía como al extremo opuesto de ese hilo, sujetándolo hasta cortarse las manos, incapaz de dejarlo ir sino hasta que lo que pendía del otro lado terminase de cercenarlo producto de su propio peso; algo que a estas alturas parecía inevitable.

Después de desayunar, y siguiendo las indicaciones de Jesse, Daniel los condujo toda la mañana y buena parte de la tarde; visitando diversos puntos de la ciudad. La primera parada fue el florido Parc du Mont-Royal, donde dieron un tendido paseo por el sendero alrededor del estanque repleto de cisnes y patos silvestres, culminando en la Croix du Mont-Royal; un monumento en forma de cruz con el mismo nombre y una vista panorámica de todo el verde vibrante del parque, parte de la ciudad y el vasto rio azul Saint Lawrence, surcado de botes y yates tan lejanos que lucían tan pequeños como si fuesen de papel.

Después se dirigieron hasta el edificio Habitat 67; un condominio de arquitectura brutalista en hormigón oscuro, originalmente diseñado para albergar altas densidades de población, pero que acabó siendo un fracaso experimental y posterior atracción turística gracias a su peculiar diseño de módulos departamentales entrelazados y apilados en forma hexagonal. Subieron los quince pisos; desde el lobby, pasando por las terrazas exteriores de cada planta, hasta la torre del observatorio, donde obtuvieron otra extensa vista de los alrededores, muy diferente a la del parque.

Por último se internaron por un viejo distrito de la ciudad, llamado Vieux-Montréal, perdiéndose a pie por sus calles antiguas de guijarros, flanqueadas por construcciones de encantador estilo colonial del siglo diecisiete —repleto de tiendas de artesanía y artículos vintage, galerías de arte y sitios para comer—; para finalmente acabar en la impresionante Basilique Notre-Dame; una catedral erigida en estilo gótico con dos regias torres y una fachada ornada de columnas talladas e inmensos vitrales de colores, con tres puertas macizas dobles, abiertas al público. El interior lucía como un espléndido palacio; con altísimas arcadas de piedra sobre las que se erigía un impresionante techo artesonado en forma de cúpula estilo bizantino, coronado por tragaluces circulares de vidriera tintada, y cuatro larguísimas filas de asientos de madera lustrosa protegidos por imponentes bóvedas, divididas en dos a cada lado de un camino central de adoquines azules y crema que iba desde la entrada hasta un magnífico presbiterio.

La última parada, antes de resolver regresar a casa, fue la favorita de Jesse; reservada para el final: una gigantesca chocolatería en donde se ofrecía la cantidad más extensa y variada de los cuales, junto con toda clase existente de golosina y bocadillo hecha a base de cacao; rellena y bañada; desde turrones, mazapanes y nougats cubiertos, hasta trufas, bombones, caramelos, y toffees rellenos. La recorrieron de parte a parte, curioseando cada estante, cada mesa y cada escaparate, probando cada muestra de cada sección. Y aunque se llevaron de allí una pila de cajas, aún restaba un sinfín de variedades que no pudieron comprar o siquiera soñar con probar.

—Ya nos pasamos la hora del almuerzo —comentó Daniel, mirando su móvil—. El día se fue casi volando.

—No importa. No creo que pueda comer nada más hasta la hora de la cena —dijo Charis—. Nunca vi tanto chocolate en mi vida.

Daniel revisó la bolsa que llevaba colgando del antebrazo:

—Compré para mis abuelos, para mis padres, Erika, Lydia, e incluso para la casera, la señora Morrison.

—Qué considerado de tu parte —observó Charis—. Comprar chocolates para la mujer que casi me echa a la calle. No sé en dónde vas a meter todo eso; yo solo compré para Marla y para Beth. Y para mí, por supuesto. ¿Y tú, Jess? —aventuró, al fijarse en aquella que él balanceaba en la mano, y la cual debido a su exagerado tamaño no había podido meter en ninguna de las dos bolsas que colgaban de su mano contraria—. Esa caja es para Sam, me imagino, por el disgusto de anoche.

Él le devolvió una sonrisa abochornada:

—Al menos... la segunda más grande es para Sam —rectificó él, y Charis rodó los ojos al adivinar que entonces la caja enorme era para él.

—¿Y la última? —preguntó Charis, señalando la cuarta caja, apartada en una sola de las bolsas de papel—. No planeas comerte esa de camino, ¿o sí?

—No lo desafíes; es más que capaz —opinó Daniel, y fue a meterse nuevamente por el asiento del conductor del automóvil. El incidente de esa mañana en la cafetería parecía olvidado; de momento, al menos—. ¿Regresamos a casa? Ya hemos dejado mucho tiempo sola a Sam.

—Seguro —aceptó Charis—. Todavía tenemos algunos días por delante; podemos volver a salir mañana... ¿no? —dicho aquello, llevó la mirada a Jesse, y este hizo una pausa antes de asentir.

—... Claro —masculló, pero no parecía convencido.


***

https://youtu.be/zIpgHbsf9kQ

La asistenta de Sam no tuvo que abrirles la puerta esta vez. Jesse llevaba consigo las llaves de la casa y les abrió pasó al interior del palacio de cuentos de hada, el cual se hallaba sumido en el silencio, pero la muchacha rubia no tardó en aparecer con su paso ágil de pies pequeños para ayudarles sosteniendo la puerta abierta, dedicándoles un saludo cortés a cada uno.

—Gracias por el tour —dijo Charis a Jesse, antes de entrar primera.

Detrás de ella entró Daniel, y al paso le hizo entrega de las llaves del auto:

—Gracias por el Lamborghini —bromeó—. Ni un rasguño.

—Adelante —les dijo él, y se adentró con ellos en último lugar para poder cerrar.

Charis se detuvo bajo la entrada al salón para esperarlo. Jemima se quedó con él y se acercó en lo que él batallaba.

Tu veux de l'aide ? —dijo con voz cantarina y una risilla.

Jesse respondió con una leve risa nasal y le dio las llaves.

—Uh... mouais. Merci, poupette... —le dijo suavemente, casi como un susurro.

Charis entornó los ojos sin entender la última palabra. Pero la aludida respondió con una sonrisa que le dibujó manzanas en lo alto de las mejillas y le colmó el rostro de rubor mientras cerraba la puerta.

Después, echaron a caminar juntos por el pasillo del vestíbulo. A mitad del camino, Jesse separó una de las bolsas y se la extendió a Jemima, quien reaccionó abriendo los ojos de par en par al revisar su interior. Charis la había visto por un instante mientras la dependienta de la tienda se la envolvía. Era una cuidadosa selección de bombones rellenos de una de las marcas más costosas de la tienda. Jemima exclamó un boqueo y apretujó la caja contra su pecho, sin dejar de repetir lo mismo, una y otra vez:

«Merci ! Merci beaucoup !»

Entonces, ella le dijo algo a lo que él reaccionó con cierta sorpresa e hizo un par de preguntas. Entretanto Charis no se movió de su sitio. No lo hizo sino hasta que Jesse y Jemima llegaron junto a ella, bajo el arco de la entrada en donde la asistenta se separó de ellos para ir a la cocina, sin dejar de dedicar al primero una sonrisa dulce y susurrar un último agradecimiento.

—Tenemos visitas —declaró Jesse al llegar junto a Charis.

Daniel ya estaba en el salón cuando los dos entraron, mas se había detenido justo en la entrada. Charis siguió la dirección de sus ojos. Allí estaba Sam, de pie en medio del salón, pero, en efecto, no estaba sola.

Alto, con penetrantes ojos azules, una mandíbula cuadrada, perfectamente afeitada y un pecho moreno y ancho, cubierto de vello oscuro, el hombre de pie frente a Sam le recordó al Clark Kent de Reeve; aunque ligeramente mayor, apenas entrado o muy cerca de los cuarenta.

Tenía tanto gel en el cabello, negro y cuidadosamente peinado hacia atrás, que casi podía olerlo a esa distancia. Junto a él había una maleta, y tenía todavía puesto el abrigo, como si acabase de llegar. Al verlos ensanchó la sonrisa más larga y más blanca que Charis había visto en su vida.

Bonsoir ! —saludó con un gesto de su cabeza.

—¡Sean bienvenidos! —los recibió Sam, y trotó en su dirección para recibirlos, tomando a cada uno de una mano para traerlos al centro del salón—. ¡Llegan justo a tiempo! Por favor, permítanme presentarles a mi prometido, Roel Duboi.

Ambos se dejaron conducir, no del todo seguros de cómo saludar, si acaso aquel no hablaba otra cosa que francés. Pero Sam se adelantó.

—Cariño, esta encantadora dama y este distinguido caballero son los amigos de nuestro Jesse.

Por fuera de todas las formalidades, Charis no dejó de enternecerse, igual que siempre, de la forma en que Sam se dirigía siempre a su sobrino, como si fuese su propio hijo.

Roel se acercó a ella primero y le extendió una mano. Ella se limitó a estrecharla y sonreír.

—La señorita Charis Cooper —aventuró en un excelente inglés.

—Esa soy yo —dijo un poco más aliviada, traspasada la barrera idiomática. Lo que no se esperaba, fue el momento en que Roel se inclinó en pos de ella y le dejó un caluroso beso en cada mejilla.

Un fugaz gesto de sorpresa cruzó su expresión al repentino contacto, y su rostro se tiñó de rubor. Si apenas empezaba a acostumbrarse a esa clase de saludo viniendo de Sam, el gesto de parte de un hombre que apenas conocía la desconcertó. Se acomodó nerviosa un mechón de pelo tras la oreja.

Le pareció que irradiaba atractivo en ese modo en que solo puede hacerlo un hombre que sabe que lo es. Su porte altivo e inhiesto desbordaba confianza a un punto casi arrogante, pero su sonrisa era amable e invitadora. De cerca olía agradablemente fresco, a colonia de hombre y loción de afeitar.

—Encantadora sin duda —corroboró él, y le dedicó un guiño que no supo cómo interpretar. Después se trasladó a Daniel y alargó la mano con una disposición más firme—. Y el doctor Daniel Deming.

—Así es. Un placer, señor Duboi.

—Oh, llámenme Roel, por favor. —Y contra todo pronóstico, el gesto se repitió, y Charis hubo de contener una risa al ver la expresión de Daniel en cuanto Roel lo atrajo hacia sí y le besó ambas mejillas—. Son de la familia, y yo lo seré muy pronto. ¡Ah, sobrino querido! —saludó a Jesse por último al advertirlo—. Te besaría también, pero no te gusta, así que... —Levantó una mano en alto y la sacudió en el aire—. Es como un gatito huraño, ¿no es así? —comentó para los demás, con un guiño.

Jesse respondió con una sonrisa incómoda.

—Bienvenido... —le dijo únicamente.

Jemima se acercó por detrás de Roel con la vista gacha al punto en que sus ojos quedaron ocultos por el flequillo rubio de su frente. Este no se detuvo mucho tiempo en ella antes de quitarse el abrigo y dejárselo en las manos, junto con su equipaje, el cual lucía pesado.

Merci, chérie —le dijo a la asistenta y esta se alejó rápidamente, batallando con la maleta, sin más respuesta que una nerviosa cabeceada.

Por el camino, Jesse le quitó la maleta y la ayudó a moverla; pero Sacha se presentó en el salón poco después que ellos y se hizo cargo, apoderándose de ella para llevarla arriba como si no pesara nada.

—¡No se queden ahí! La cena todavía no está lista, pero Jemima nos traerá té. ¡Jem, chouchou! —dio un par de palmadas en el aire, y la muchacha salió disparada a la cocina después de colgar el abrigo.

Después, Sam invitó a todos los presentes a tomar asiento. Desde luego, ella ocupó sitio junto a su prometido, en cuyas enormes manos se perdieron las suyas:

—Roel acaba de llegar de un viaje de negocios. Es el dueño de una empresa transportadora y trabaja con nuestra familia hace ocho años. Así nos conocimos.

—Y así nos enamoramos. —Él buscó el rostro de Sam y los dos unieron la punta de la nariz en un pequeño beso esquimal, como dos niños.

Charis apartó la vista con una sonrisa y alcanzó a ver que sus dos amigos hacían lo mismo; ninguno particularmente acostumbrado a esa clase tan melosa de gestos de amor.

—A decir verdad fue un asunto fortuito. No viajo demasiado por negocios; prefiero dejárselo a mis trabajadores y dedicarme a malgastar los frutos aquí; en carreras y caballos... ¡Ah, nada como montarse a pelo en un semental y olvidarse de todo!

Charis escuchó un bufido viniendo de alguna parte, y se percató de que Luk se hallaba en una esquina alejada del salón, de pie junto a Sacha. El primero contenía una risa contra su puño ahuecado mientras que el otro re reconvenía con gesto severo.

—Me aterran los caballos —intervino Sam—. En cambio mi querida hermana, Ophelie, los adoraba. ¿Verdad, Jesse, cielo?

Ajeno a la conversación, distraído en jugar con su llavero, Jesse pareció despertar de un trance y asintió una vez, volviendo a retraerse.

—Creo que me casaré con la hermana equivocada —intervino Roel, inclinándose como si les confiara un secreto.

https://youtu.be/NSPE2ZcSS1A

Se hizo un silencio abrupto, roto segundos después con una carcajada del mismo, acompañada de algunas risas incómodas. Jesse se mantuvo serio, pero Charis alcanzó a notar que apretaba los labios levemente. Sin embargo, la reacción más notoria fue la de Sacha, quien taladraba la nuca de Roel con una mirada que, de espaldas, aquel no llegó a advertir.

Sam, por su parte sonreía encantadora como siempre, pero sin el menor rastro de humor. Roel no pareció notarlo sino hasta mucho después:

—¡Es una broma, querida!, no pensarás que hablo en serio.

—Qué suerte. Yo llevo siglos sin montar a caballo —dijo Daniel. Charis advirtió en ello un intento de disgregar el tema.

Roel levantó las cejas, interesado:

—¿Sabes de equitación?

—Mi familia tenía caballos cuando yo estaba niño. Pero mi hermana tuvo un grave accidente que la dejó con parálisis. Así que mis padres vendieron a todos nuestros animales para ayudar a costear su tratamiento.

Charis se sintió conmovida por el esfuerzo de Daniel de proteger los sentimientos de Sam, incluso a costa de exponer un aspecto doloroso y privado de su vida. Aquella continuaba luciendo ajena y ensimismada.

—Es una pena. Cuánto lo siento. —Roel se tendió hacia atrás en el sofá—. Soy miembro de un club ecuestre en la ciudad. Tengo un par de caballos allí; un Sable Island, un Canadiense y un precioso Mustang pinto. Podría mostrártelos un día de estos, antes de la boda.

Jemima apareció con una bandeja con té y se ocupó en poner una taza frente a cada uno de los presentes. La de Jesse tenía algún tipo de chocolate muy oscuro que él recibió susurrando un agradecimiento.

Sam se levantó del lado de Roel en cuanto Jemima se aproximó a ella y le situó una mano tras la espalda:

—Charis y yo lo tomaremos en la cocina. Vamos, querida, acompáñanos —dijo a la aludida, y a su paso junto a ella tomó su mano y la impelió a levantarse—. Dejemos a los hombres hablar de animales.

Charis la siguió con una sonrisa triste.

—Claro...

La fiel gata de Sam no perdió tiempo en seguirlas, y aquello pareció disipar parte del humor alicaído de Sam.

—Allez, Pompom ! Voulez-vous un bol de lait ? —Y la gata emitió uno de sus maullidos a medio camino de ronroneos, tintineando el cascabel cuando trotó junto a su ama.

https://youtu.be/bZnhaBlJSZs

Una vez en la cocina, amplia y luminosa, en blancos y maderas, con un elegante comedor con taburetes tipo isla en el centro, y un gigantesco ventanal que daba hacia una galería que antecedía un gran patio trasero tan florido como el frente, dotado de una enorme piscina descubierta, se sentaron ambas a la mesa mientras Jemima colocaba las tazas de la bandeja frente a cada una. Impregnaba el aire un agradable calor, a la vez que un delicioso aroma a carne asada y especias. El horno estaba encendido y había un par de cacerolas en el fogón de la cocina a fuego bajo.

Pompom saltó sobre la mesa y Sam le acarició las mejillas. Aquella prevalecía inmersa en sus pensamientos.

—Perdona que lo diga, pero la broma de tu prometido estuvo muy fuera de lugar.

Dicho aquello, Charis percibió sobre sí una intensa mirada de parte de Jemima, y en cuanto se la devolvió, esta volvió a bajar los ojos, avergonzada. Hubiera jurado que le vio dar un ligero asentimiento.

Sam distendió una sonrisa afligida y negó, dando un sorbo a su taza:

—No se lo tengas en cuenta... Puede ser un poco brusco a la hora de bromear. Además... —añadió con tristeza— quizá tenga razón. Si la hubiese conocido primero, no hay forma en que Roel se hubiese fijado en mí.

—No digas eso —la riñó Charis.

—¡Oh, pero no lo digo como algo malo!; es verdad, a mi Ophelie le gustaban todas esas cosas rudas que les resultan atractivas a los hombres. Montar a caballo, las carreras... ¡Incluso sabía disparar una escopeta! Era una pequeña fierecilla —le contó Sam, casi con cierto punto de orgullo.

Charis levantó las cejas, sorprendida. Jamás lo hubiera imaginado, a juzgar por cuan delicada lucía en la foto que conservaba Jesse.

—¡¿En serio?!

—Así es. Era obstinada y dogmática. Cabezota como ella sola. Y rebelde a morir... ¡Ah, le dio muchos dolores de cabeza a Monsieur! —se rio suavemente.

Ophelie sin duda no era nada como su hijo. Charis adivinó entonces que si él tenía todo el aspecto de su madre, entonces su personalidad taciturna y reservada era...

—¿Y qué hay del padre de Jesse? ¿Cómo era él?

El rostro de Sam se adornó con otra sonrisa y llevó la vista al jardín:

—Andrew fue el hombre más dulce que jamás conocí. Ophelie era muy afortunada. Era gentil, noble, atento... Tenía un gran corazón. Jesse tiene mucho de él. —Con ello, Sam corroboró las sospechas de Charis—. Hablaba poco; pero hacía mucho...

—Definitivamente suena como él...

—¿Y qué hay de ti, querida? Cuéntame de tu familia —pidió Sam.

Charis se envaró en su sitio. Agradeció que su relación fuera lo bastante buena ahora como para poder hablar de ella sin pena:

—Bueno... crecí con mis dos hermanos mayores y mi padre. Mis padres se divorciaron cuando yo era muy joven, por culpa de algunos problemas con uno de mis hermanos, y mamá se fue a vivir a otro estado con el más pequeño.

Sam pestañeó asombrada:

—¿Por qué no te llevó con ella?

—Yo no quise irme. Mi padre y mi hermano, Mason, no se llevaban bien. Siempre temí que fueran a matarse si yo no estaba allí. No es... como si no lo hayan intentado.

Se arrepintió de decir aquello último, pero Sam no pareció en lo más mínimo turbada por ello.

—Entiendo.

—Así que no tuve una figura materna, que digamos. A veces pienso que yo hubiese sido muy distinta si la hubiese tenido.

—Una madre es importante. Pero no te aflijas, querida. Estas bien siendo tú. —Samuelle extendió su mano sobre la encimera y tomó la de Charis—. Me alegra que estés aquí. Jemima y yo nos sentimos solitarias a veces. Solo somos las dos cuando Roel no está. ¡Y claro, Pompom!

Sam acarició el pelaje de la gata mientras esta bebía de un bol de leche deslactosada tibia que Jemima había dejado servido para ella.

—Por cierto —Charis dejó su taza en el platillo—... ¿y Jemima?

Sam sonrió de modo pícaro y echó un gesto hacia el ventanal de la cocina, en donde Charis clavó la vista. No le había oído salir. Quizá estaba demasiado inmersa en la charla para notarlo... o la pequeña asistenta era sencillamente así de escurridiza.

Afuera estaba iluminado apenas por unos cuantos farolillos encendidos en la galería. En una de las reposaderas junto a la piscina distinguió cabello negro alborotado. Y luego, una silueta pequeña moviéndose ágilmente directamente hacia allí. Llevaba en su bandeja plateada un pequeño termo con el cual rellenó la taza sobre una mesilla baja de madera entre ambas reposeras, murmurando algo que hizo a Jesse girar el rostro para mirarla. Después dejó el termo allí con una sonrisa y retrocedió con la bandeja para alejarse.

Sin embargo, sus descuidados pasos atrás la llevaron justo al borde de la piscina, en donde soltó la bandeja con un estruendo y se balanceó agitando los brazos a punto de caer. Charis boqueó, solo esperando verla desaparecer en las aguas con un chapoteo, sin percatarse del momento en que Jesse se levantó de un salto y la atrapó justo antes de que se hundiera en la piscina, rodeando su cintura con un brazo y tirando de ella para traerla de vuelta a tierra firme, en donde la depositó con cuidado.

En lo que ella parecía disculparse y se deshacía en agradecimientos, entre risas nerviosas, Jesse se agachó para recoger la bandeja y la sacudió antes de devolvérsela.

Charis pestañeó perpleja, sin poder apartar la vista. De pronto, la distrajo la cantarina risa de Sam cerca de su oído:

—Eso fue arriesgado. Ninguno de los dos sabe nadar —observó—. Pero... hay que admitir que es una gran actriz, ¿no te parece?

Viró el rostro para mirar a Sam, boquiabierta al captar la implicancia de sus palabras, y esta se encogió de hombros y se alejó de la ventana, excusándose para ir al baño.

https://youtu.be/iG3d1VvbPdY

Mientras que Sam se ausentó, Charis se reunió con Jesse en el patio trasero saliendo por la puerta de la cocina en cuanto Jemima se deslizó por la del salón para reunir las tazas vacías de los demás.

El líquido de aspecto oscuro en la taza recién rellenada de Jesse emanaba de cerca dos aromas intensos. Uno de ellos era el del chocolate.

—Eso huele bien. —Charis se sentó junto a él en la otra reposera—. ¿Qué es?

—Café... cacao, y... mucha azúcar.

—Como mocaccino, pero sin leche.

—Lo tomo así antes de comer. Cenaremos dentro de poco, así que no quiero arruinar mi apetito. Esta cena es importante para Sam.

—¿Celebramos algo?

—El regreso de Roel.

Charis torció un respingo.

—No estoy segura de que se lo merezca. La broma que hizo a Sam fue horrible... Me sentí muy mal por ella.

—Tranquila. Con Monsieur... ya estamos curtidos. No se lo tengas en cuenta —repitió las palabras de Sam—. Roel no es un mal hombre.

—Por favor... Solías decir que Victor no era un mal hombre. Eres un pésimo juez de carácter.

—Solo era un idiota. Y Roel... Hace mucho que no veía tan feliz a Sam. Pasó tanto tiempo cuidando de mí a la distancia que siempre me sentí culpable de estar arrebatándole la oportunidad de vivir una vida feliz propia.

—No lo veas así. Sam te adora.

Jesse guardó silencio. Después, levantó la taza y al notar que ella continuaba mirándola, se la ofreció primero, sin llegar a probarla. Charis la recibió y le dio un sorbo.

—¡Hmm, guau! Esperaba que fuera muy dulce, pero está delicioso... ¿Cuántas formas conoces de preparar chocolate caliente?

—Te sorprendería.

—Y parece... que Jemima las conoce todas. Incluso sabe cómo lo prefieres para cada ocasión. —Aún si resultaba admirable, no pudo evitar sentirse menoscabada por ello—. ¿Así que... para ella eran los chocolates?

Jesse asintió sin darle ni parecer que le diera la mitad de importancia que ella, aunque sonreía cuando respondió:

—Compartimos el vicio.

En eso, la aludida asomó su rostro redondo por la puerta y le dedicó una sonrisa dulce:

Eu, Jesse... et mademoiselle. Le dîner est prêt.

Merci —Dijo el primero, e invitó a Charis adentro—. Es hora de cenar.

Se adentraron en la casa por la puerta del salón, en donde se reunieron con los demás, pero antes de que pudieran pasar al comedor tres recios golpes de la aldaba contra la madera de la puerta hicieron ecos por toda la casa y dejaron la estancia sumida en un silencio mortal. El ambiente pareció volverse helado de pronto, y Charis advirtió miradas nerviosas por todos lados.

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Jemima salió trotando en dirección al vestíbulo hecha una brisa. Charis percibió una tensión extraña en sus facciones. Creyó que era su imaginación, pero en cuanto volteó de regreso a los demás, su consternación se cimentó. Jesse estaba rígido, como si se hubiese convertido de pronto en piedra, con la expresión cruzada por un terror que fallaba de modo catastrófico en disimular, y las pupilas temblorosas, clavadas en el suelo.

Sam no estaba ni por asomo menos tensa, pero lo disimulaba mejor. Sonrió cuando interceptaron miradas, mas la traicionó el temblor de su voz en cuanto habló:

—C-creo... que tenemos un huésped.

Al sonido de la puerta abierta le siguieron dos pares de pasos en el vestíbulo. Los unos, los tacones bajos de la asistenta, inquietos y ligeros, y los otros, pesados y vehementes, acompañados de algún objeto duro y afilado apuñalando el piso. Se detuvieron ambos en algún sitio cerca de la entrada al salón. Después, Jemima apareció bajo el arco de la entrada con una botella de vino exquisitamente envuelta, y anunció al visitante con voz aguda, apenas audible:

—... Monsieur Guillaume De Larivière.


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