Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

5. Cicatrices

https://youtu.be/CM6GhcqUPqA

Sobre él veía el techo amarillento, salpicando de manchas de humedad dejadas por los años, y sentía bajo su cuerpo las molestas sacudidas de la vieja camilla. Por su visión periférica el paisaje cambiaba conforme avanzaban, pero evitó mirarlo por temor a marearse y que su conciencia volviese a deslizarse por entre sus dedos, luego de cuánto le costó asirse a la lucidez.

Y aunque no sucumbió a sus síntomas, conforme su mente se iba esclareciendo era más consciente del dolor que hacía pulsar todos los músculos de su brazo, y el cual empeoraba a cada segundo.

Lydia caminaba junto a la camilla sujetándole un apósito contra la herida por indicación de Daniel. Charis caminaba del otro lado, intentando seguirles el ritmo. Los tres le hicieron preguntas, pocas de las cuales respondió. Toda su concentración estaba puesta en disimular cualquier signo de dolor para no preocupar excesivamente a nadie.

—¿Te duele la cabeza? —preguntó Charis.

—¿Tienes mareos? ¿Náuseas? —preguntó Lydia.

Negó a ambas preguntas.

—Dan, puedo caminar, de verdad...

El aludido empujaba la camilla con demasiada prisa, y la mano de Lydia alrededor de su brazo lo lastimaba en su trote por intentar mantener el paso.

Daniel aminoró la velocidad de su marcha.

—Lo siento. Iré más lento.

—Perdóname, Jess —masculló Charis. Él llevó fugazmente los ojos a los suyos y vio que volvían a estar anegados de lágrimas—. Todo esto fue-...

—¡¿Qué demonios hacían allí tú y Victor?!

El rugido de Daniel provocó que Charis se detuviese en seco y se quedase atrás, contemplándole con los ojos muy abiertos. Este detuvo la camilla un poco más adelante, y en el momento en que Lydia frenó de golpe con él, transmitió al brazo de Jesse un tirón lo bastante doloroso como para obligarlo a emitir sonido por primera vez durante el trayecto, el cual suavizó la expresión dura de Daniel y arrancó de él la mirada agraviada de Charis.

—¡Maldición, Daniel!, ¿tendrías la cortesía de avisar la próxima vez? —lo amonestó Lydia—. Por si no te has dado cuenta, no es el lugar ni el momento.

Hubo una pausa tensa. Daniel selló los labios. Después asintió silencioso y continuó empujando la camilla.

Charis exhaló hondo y caminó otra vez con ellos, sin atreverse a mirarlo otra vez. Un intenso color se asentó sobre las mejillas de ella, pero Jesse no supo determinar si debido a la ira, la vergüenza... a los deseos de llorar.

El resto del camino hasta el área de emergencia transcurrió en absoluto silencio. Cuando pasaron por la sala de espera, Jesse pudo sentir el momento exacto en que todas las miradas aterrizaron sobre él. Rogó en su fuero interno porque nadie se acercase, pero los curiosos no tardaron en agolparse en torno a ellos haciendo preguntas, y él refugió el rostro contra el cuello de su chaqueta. Deseó hacerse humo, y así salir de la vista de todos...

Entre los espectadores estaba Diane. Jesse captó cierta lástima en la mirada que echó sobre él, pero por encima de ello lucía agobiada e impaciente.

—¡¿Que ocurrió?! ¡¿Encontraron al hombre?!

—Ya está bajo control —dijo Daniel, sin detenerse.

—Un poco tarde, al parecer —comento Julius, al momento de sumarse a él y ayudarle a dirigir la camilla por el otro extremo—. ¿Estás bien, Torrance?

Había perdido la cuenta de las veces en que había oído la misma pregunta.

—Estoy bien...

Había demasiada gente a su alrededor. Presa de un pensamiento repentino se llevó una mano al rostro y corroboró con ello que no tenía sus lentes, así que hizo lo posible por esconder la mirada detrás de su pelo alborotado.

Diane caminaba junto a Daniel, sin cesar de interrogarlo, metiéndose en su camino para detenerlo:

—¡¿Seguro que ya no hay peligro?! ¿Cómo lo atraparon?

—Jesse lo encontró —le dijo Daniel a la brevedad, y la mirada de Diane cayó sobre él por segunda vez.

En seguida, todo rastro de lástima se borró de sus facciones, y alargó en cambio una sonrisa mordaz.

—¿Dices que Torrance atrapó a ese sujeto enorme? ¿Es una broma?

Jesse no vio el momento en que Charis salió de su lado; solo vio su espalda cuando se plantó frente a Diane.

—¿Harías el favor de salir del camino? Estorbas. Y no es ninguna broma. Jesse lo encontró... y salvó mi vida.

Diane cerró de golpe los labios, fulminándola con la mirada. Le temblaron los rasgos de ira contenida, pero Charis no se inmutó. Y tras un pesado respiro, se hizo a un lado y les concedió finalmente el paso sin hacer más preguntas.

Cuando Charis viró hacia él, Jesse curvó los labios.

—Exageras —le dijo, cerrando los ojos para descansar un momento. Y no volvió a abrirlos hasta que la camilla se detuvo.

Mientras que Daniel se ponía los guantes que Lydia dejó para él sobre el carro de instrumental, ella se hizo con tijeras y recortó a lo largo la manga de la ropa de Jesse hasta la altura de su hombro para despejar el área.

Charis permaneció de pie, observándolo todo a una distancia prudente, procurando no estorbar en el proceso.

Jesse apretó los labios e inhaló con fuerza cuando Lydia tiró de la tela empapada de su camiseta recortada para retirarla, despegándola de los bordes de la herida, y Charis sintió su frente perlarse de sudor frío obra de las náuseas, en cuanto el daño quedó al descubierto. El rojo contrastaba de un modo dramático contra el blanco imposible de su piel. El corte era alargado y lucía profundo, y el penetrante olor metálico se instaló tan hondo en su nariz que casi podía sentir el sabor de la sangre en su lengua, y contuvo una arcada.

Lydia abrió para Daniel un empaque plástico, del cual este sacó y desplegó una mantilla de tela delgada de color azul, con una abertura cuadrada en el centro, la cual ubicó justo a la altura de la herida.

—¿Para qué es eso? —preguntó Charis.

Daniel ni siquiera la miró.

—Es un campo estéril —le dijo Lydia—. Para delimitar el área de cirugía.

—¿Cómo estás? —preguntó Daniel a Jesse, en lo que la enfermera disponía los instrumentos de sutura encima del carro junto a la camilla, cubierto por otra manta más grande y sin abertura— ¿Puedes mover bien el brazo?

—Sí... —dijo Jesse, pero se contradijo cuando, al primer intento, un áspero quejido le torció las facciones.

Daniel sostuvo su brazo, ayudándole en un segundo intento, y el rostro de Jesse volvió a crisparse de dolor, conteniendo otro quejido. Charis apretó los párpados y giró la cabeza para no mirar. Se estremeció como si pudiera sentir el dolor en carne propia.

—Sé que duele, Jess, pero tenemos que descartar que haya nervios afectados, o necesitarás mucho más que solo sutura.

Charis no pasó por alto el cambio en el semblante de Daniel al decir aquello:

—¿Qué significa eso?

Pero él la ignoró por completo una vez más. Y, nuevamente, Lydia fue quien respondió en su lugar.

—Si se ha comprometido el nervio musculocutáneo lateral, por ejemplo, se vería implicada la flexión completa del codo y la sensibilidad del antebrazo a nivel radial.

Daniel pinzó entre los dedos la piel del área lateral de su brazo, ejerciendo fuerza suficiente para enrojecerla.

—Si hago esto, ¿puedes sentirlo?

—Sí...

Seguidamente, le hizo flexionar el brazo hasta llevar la mano al hombro correspondiente. La expresión tensa de Jesse se convirtió en una mueca pesarosa, y después se contrajo de dolor en cuanto Daniel aplicó más fuerza.

Dejo salir un grito mudo, y Charis emitió un jadeo.

—¡Basta, lo estás lastimando!

—Charis, ve afuera —le espetó Daniel, con una inusitada tosquedad—. Interfieres con el procedimiento.

Ella le disparó una mirada, tan dolida como incrédula. Sintió las venas de su frente palpitar de ira; no obstante, apretó los labios y respiró hondo para no replicar. Por mucho que la enfureciera la actitud de Daniel, la culpa le hizo sentir como si mereciera ese trato.

Estuvo a punto de salir cuando Lydia la retuvo.

—No hay necesidad de eso. —Después arrojó a Daniel un gesto lleno de reproche—. No es más que una sutura. El doctor Deming solo está de mal humor.

Este no hizo sino tensar los labios en una dura línea.

—Lydia, cinco mililitros de lidocaína. Rápido; voy a suturar ahora.

—«Por favor» es la palabra mágica, doctor Deming —le advirtió ella en afán bromista, pero sin rastro de humor.

Charis tuvo que apartar una vez más la mirada en cuanto Lydia penetró la delgada piel del brazo de Jesse con la jeringa lista; pero él apenas reaccionó. ¿Se debía a que ya estaba acostumbrado a las agujas, o el dolor de la herida era tan intenso que mermaba cualquier otro?

Respiró hondo para recobrar la compostura.

—¿Hay... algo que yo pueda hacer?

—No. Lydia y yo nos encargaremos —le dijo Daniel. Ya no había en su tono la hostilidad de antes, pero aún sonaba como si no fuera él, y como si no se dirigiese a ella. Nunca la había tratado antes con tal sequedad—. ¿Todo el instrumental está listo, señorita Lane?

—Todo listo, doctor.

—Bien. Yo me encargaré a partir de aquí. Vaya afuera. Que no falten manos en el área de emergencias, por favor. —Y añadió, con más docilidad—:... gracias, Lydia.

Aquella suspiró... tras lo cual forzó una sonrisa.

—Por nada, Dan. Llámame si necesitas cualquier cosa. Buena suerte, Jess, eres un chico fuerte.

Una vez Lydia se fue, Charis vaciló en su sitio, trasladando su peso de un talón al otro, y después avanzó insegura hasta ocupar su lugar. Daniel ya había limpiado el área y empezaba a suturar, por lo que apenas se fijó en ella.

Jesse apretaba los labios cada vez que la aguja curva entraba en su piel, pero su expresión adolorida se atenuaba más a cada momento, probablemente obra de la anestesia. No obstante, el gesto de Daniel continuaba tenso.

—Nunca debí dejarte ir por tu cuenta. No debiste enfrentarte a ese sujeto tú solo... ¡¿Por qué no viniste directo a buscarme?!

Jesse dejó ir un pesado respiro. Charis advirtió su mirada aludirla de soslayo antes de responder.

—No había tiempo...

Ella se mordió con fuerza los labios, terriblemente culpable. Si Jesse hubiese tardado solo unos minutos más, ella quizá fuera la persona en una camilla.

En lo que Daniel operaba, Charis contempló con disimulo a Jesse. Recorrió la curva de su delgadísimo cuello hasta el pronunciado hueso de su clavícula, el cual proyectaba una sombra densa sobre su pecho.

Si la ropa le hacía lucir delgado, por debajo de la misma lo parecía aún más, y aquella insólita palidez se extendía por todo su cuerpo, dejando entrever las líneas azuladas de sus venas del mismo modo en que Charis recordaba que se translucían en la delgada piel de su cuello, la primera vez que lo vio tan de cerca.

A veces le costaba no pensar en él como en una especie de maniquí, más que en una persona. Una figurilla frágil de algún material delicado que pudiera romperse con facilidad. Y aún pese a ello, había venido mientras Victor huía.

Situó su mano sobre su hombro sano, con lo cual atrajo a ella la atención de sus ojos. Estaban tan exhaustos que el ámbar de sus pupilas lucía apagado.

—Cubriré los gastos de todo —prometió—. Los daños, los insumos, tu ropa... Incluso si tienes que tomarte días para descansar, yo puedo-...

—Charis, hay algo que puedes hacer —la interrumpió Daniel—. El casillero de Jess en la sala de descanso es el número nueve. Dentro hay una bolsa con ropa limpia, ¿podrías traerla aquí? —Después se dirigió a Jesse—. Va a necesitar la llave.

Aquel dudó un momento. Después, se llevó la mano libre al bolsillo de los pantalones, del cual recuperó su llavero y se lo extendió a Charis. Esta lo recibió con cuidado y partió al instante a buscar el encargo.

https://youtu.be/VEtEcsx1qJA

Durante su trayecto, las personas a su alrededor no lucían más que como siluetas poco nítidas. Apenas reparó en ellas, apremiada por la única tarea en la que podía ser útil en ese momento.

Ya en la sala de descanso, y frente al casillero indicado, abrió con la llave y halló dentro una bolsa deportiva de color negro. El uniforme de Jesse, doblado prolijamente estaba dentro de la misma y encima su credencial del hospital. Tenía el cabello un poco más corto en la fotografía, como si fuera antigua, pero usaba los mismos lentes. Dudaba que fuera a necesitarla, así que hurgó más profundo. Tampoco le sorprendió encontrar chocolates dentro, ahora que sabía cuánto le gustaban.

Finalmente halló la ropa, tan cuidadosamente doblada como su uniforme; pero no fue lo único. Encontró también una bolsa más pequeña con artículos de higiene personal, como los que una persona se llevaría consigo a la hora de viajar, y que adivinó que mantenía allí para asearse cuando tomaba varios turnos seguidos en el hospital.

No sabía si él iría a necesitar algo más de la bolsa, así que la cerró y se la echó al hombro con todo dentro.

Para el momento en que regresó con ella, Daniel ya había terminado de suturar y estaba en proceso de vendarle el brazo. Charis dejó la bolsa sobre la silla junto a la camilla y permaneció callada el resto del procedimiento.

Finalizada su labor, Daniel aseguró la venda, recogió rápidamente todo el instrumental, separándolo cuidadosamente de los objetos cortantes que depositó en una caja amarilla, y se deshizo de los guantes, los cuales tiró junto con otros desechos en la basura común. Separó los apósitos más saturados de sangre en otro cubo.

—Te daré algo para el dolor —dijo a Jesse, al tiempo en que alcanzaba la bolsa y se la ponía cerca—. Cámbiate y te llevaré a casa.

Jesse hizo por erguirse, y Charis acudió para ayudarlo, sosteniéndolo por el brazo ileso y después alcanzó la bolsa para él. Lo único que Jesse sacó de ella fue su uniforme.

—No ha terminado mi turno.

Daniel se lo arrebató de las manos. Después le quitó la bolsa, recuperó una camiseta limpia del interior, y se la arrojó sobre las piernas.

—Jess. Como tu doctor te extenderé una baja médica. Como tu amigo, te diré que tu turno se puede ir al demonio.

—No la necesito —protestó él—. Terminaré mi turno, iré a casa, y luego vendré para la próxima jornada, como siempre.

—Desde luego que no —replicó Charis—. De ninguna manera, ¡no puedes trabajar en este estado!

—Exageran. Los dos.

—¡Haz lo que te dicen! ¡Si empeoras por exigirte demás, harás que...! —Charis bajó la mirada—... Harás que me sienta más culpable.

Se ganó de parte de Jesse una mirada más suave. Este suspiró, inerme.

—No eres la única responsable aquí —secundó Daniel—. ¿Acaso no estaba Connell contigo allí abajo?

Charis se tensó al captar la segunda intención en su tono. No era ninguna clase de pregunta inocente.

—Eso no es de tu incumbencia.

—¿No estaban juntos? ¿Por qué te dejó sola allí?

—¡Eso tampoco te incumbe! ¡¿Qué demonios, Daniel?! ¡¿Eres mi padre ahora?!

Daniel viró en redondo.

—¿Qué no me incumbe? ¡Pudiste haber muerto, Charis! —Cuando él se precipitó hacia ella, Charis se empinó hacia él sin retroceder—. ¡Corriste un grave peligro! ¡Jesse está herido por protegerte! ¡Pudiste provocar que ese lunático los matara a ambos!

—¡¿Y yo como demonios iba a saberlo?!

—¡Lo hubieses sabido si no hubieras estado allá abajo perdiendo el tiempo con ese...!

—¡Suficiente! —La súbita interferencia de Jesse los silenció a ambos, dejándolos mudos—. Dan, Charis no tiene la culpa. No podía saberlo. Lo demás... no es importante.

Charis le sostuvo una mirada incrédula. Si aquella era la primera vez que Daniel la trataba de esa manera, también era la primera en que escuchaba a Jesse Torrance levantar la voz. Y lo último que se hubiese esperado, era que lo hiciera para objetar en su favor.

Daniel permaneció serio y mudo.

—Doctor Deming —el rostro de pocos amigos de Diane se asomó a la unidad. No perdió la oportunidad de echar un vistazo lleno de desdén en dirección de Charis, que ella fingió ignorar por completo—. La policía está aquí. Quieren hablar con usted y con Torrance.

—No es un buen momento, Diane.

—Es su amigo íntimo, el oficial Jiménez. Dice que es urgente.

Al oír el nombre, Jesse se congeló con expresión alarmada. Daniel no pareció notarlo, pero Charis no se perdió detalle, y lo escrutó extrañada.

—Volveré pronto —les dijo el primero, una vez Diane se fue—. Cámbiate, Jess. Hablo en serio.

Tras arrojar al aludido un último vistazo lleno de remordimiento, Charis salió también para darle privacidad.

Una vez afuera, interceptó a Daniel antes de que se alejase a la siga de Diane:

—Espera. —Él se detuvo, aunque lo hizo con una vacilación renuente—. ¿Qué quiere la policía con Jesse?

—Es lo que voy a averiguar. Quédate con él. —Su tono fue de demanda, y Charis se preparó para replicar; no obstante, en el momento en que él bajó la guardia con un gesto suplicante, ella también bajó la suya—. Por favor, Charis... Ve que no salga de aquí.

Sin ánimos de complicar más las cosas, ella asintió y volvió sobre sus pasos para entrar en la habitación.

https://youtu.be/vtFFNC90v9w

Jesse batallaba aún para introducir el brazo lesionado en la camiseta limpia cuando ella entró en la habitación. Charis frenó de golpe sobre sus pies, e hizo por salir de nuevo, avergonzada por entrar sin anunciarse. No obstante, antes de dar la media vuelta captó por su visión periférica una imagen que enfrió sus piernas, paralizándola sobre sus pasos y le hizo caer floja la mandíbula.

Distinguió a contraluz sobre su piel nívea dos profundas cicatrices, tan largas que casi cruzaban por completo su enjuta espalda. Pestañeó varias veces, culpando a su vista cansada, mas la escabrosa visión no cambió. Nacían casi en el borde de su cintura y ambas se desvanecían en la porción de sus hombros que cubría la prenda limpia que luchaba por colocarse.

No pudo seguir examinándolas por más tiempo, pues en cuanto Jesse advirtió su presencia, se giró de golpe dándole el costado, al tiempo en que se bajaba rápidamente la camiseta por el torso.

Tenía ahora en ella una mirada atemorizada, y la de Charis se dilató aún más al atestiguar su terror.

Por largo rato, no se dijeron nada el uno al otro, hasta que ella dio un boqueo, sin percatarse de que había estado conteniendo el aire hasta que este forzó su salida de golpe fuera de su garganta.

—¡Por dios...!

En el instante en que hizo por acercarse a él, este retrocedió con un paso precipitado y levantó ambos brazos al frente. Charis frenó al acto sobre sus pies y se llevó por su parte las manos empuñadas al pecho.

—Lo siento —murmuró apenada—. No quería-...

Él le hurtó la mirada y la fijó en el piso, soltando un pesado respiro a la vez que bajaba lentamente los brazos.

—¿Qué... fue lo que te ocurrió? —preguntó ella, en un hilo de voz.

Jesse se tomó un tiempo más largo para responder del que se había tomado jamás. Con cada segundo transcurrido, Charis se arrepentía más de preguntar,

—Un... accidente —masculló él, al fin. Y esa mirada que Charis conocía, la que se manifestaba muy tenuemente cada vez que alguien hurgaba en circunstancias de su pasado, se desplegó como nunca la había visto antes, estremeciendo todas sus facciones—. De... hace años...

A juzgar por lo poco que había visto, cicatrizadas por completo y a punto de adquirir el tono natural de su piel, aún sin lucir como si fueran a hacerlo nunca por completo, Charis dedujo que no mentía al menos en eso: eran antiguas. Pero eso no borraba lo dolorosas que debieron ser cuando eran dos profundas heridas abiertas.

—Pero... ¡¿qué pudo ocurrir para dejarte así?!

Jesse posó de forma refleja una mano encima de su hombro, en donde sus dedos se crisparon. Charis se preguntó si podía sentirlas por encima de la ropa, y si estas acababan en verdad tan cerca de su cuello.

—Golpeé un cristal —admitió él, al cabo de otra pausa insoportablemente larga.

Charis pestañeó, sin poder borrar la imagen grabada en sus retinas. Tuvo que inhalar hondo un par de veces antes de ser capaz de hilar pensamientos para poder hablar.

Pero en ese momento, la puerta se abrió y Daniel entró sin permitirle indagar más. Traía en las manos una bandeja con una bolsa de suero preparada y material para un acceso venoso.

—Bien, Jess, conoces la rutina.

—Dan...

—No quiero protestas. Analgésicos y antibióticos. Corren por mi cuenta; es lo menos que puedo hacer.

Este aceptó resignado con una ligera cabeceada y volvió a tenderse en la camilla, volteando el rostro en dirección de la pared.

Daniel le descubrió el interior del brazo, y con el catéter venoso en mano, ya preparado, hundió la aguja en una zona sana entre los múltiples moretones, hallando la vena al primer intento. Los escalofríos no fallaron en atacar a Charis en cuanto vio la sangre refluir en el catéter.

Después, Daniel conectó la manguera del suero a la aguja y abrió la llave de la bolsa para dar el paso al medicamento que empezó a gotear lentamente.

—Ahora procura descansar. En cuanto se agote te llevaré a casa. Sin «peros», Jess.

—Yo no he dicho nada...

En cuanto Daniel volvió a salir de la habitación, Charis dudó en su sitio, pero determinó seguirlo en cuanto recordó por qué se había marchado él en primer lugar.

https://youtu.be/buwfFvVUGpg

Una vez afuera, encontró a Daniel recostado contra la pared, frotándose con fuerza los ojos entre el índice y el pulgar.

—¿Qué quería el oficial Jiménez?

Charis notó que dudaba antes de responder.

—Solo quería hacer algunas preguntas sobre Beau.

Su tono fue más dócil; pero no como si hubiese olvidado su enfado anterior. Más bien parecía rendido.

—¿Y...? —apremió ella.

—Le dije lo que necesitaba saber y lo puse al tanto de la situación, así que hablará con Jesse en otro momento.

—¿Han arrestado a ese hombre?

Daniel asintió, y ella pudo respirar tranquila.

—La última vez no tenían qué cargos presionar en su contra, pero ahora sí. Está el arma con la que hirió a Jesse, y además el testimonio de todos quienes ayudaron a contenerlo. Ahora Jiménez está entrevistando a Connell. —Su expresión volvió a torcerse al mencionarlo—. Es probable que te haga algunas preguntas de rutina también, y que tengas que ir a prestar una declaración más detallada a la estación, o incluso testificar.

Charis asintió. No la ilusionaba, pero lo haría si debía hacerse.

—Mientras ese sujeto sea puesto tras las rejas.

Pero el semblante de él se mantuvo tenso y consternado. Finalmente, su expresión se suavizó del todo y preguntó:

—¿Tú estás bien?

—Estoy ilesa —contestó ella, secamente.

Daniel la contempló por unos instantes y cambió ligeramente sus palabras:

—¿Te sientes bien?

Ella tuvo que considerarlo antes de ser capaz de dar una respuesta.

—No —admitió—... No, no me siento bien en lo absoluto. Me siento terrible, Dan. Y tú no has hecho mucho por mejorarlo, precisamente. No es que sea tu deber hacerme sentir mejor, cuando en el fondo tienes razón en que fue mi culpa, pero-...

—No, no lo fue. —Daniel exhaló—. No estaba pensando claro cuando te dije esas cosas. Lo siento.

—Tienes derecho a estar molesto conmigo. Y Jesse tiene motivos aún mayores. Pero es demasiado bueno o demasiado tonto para enfadarse. Desearía que lo hiciera... De ese modo sería más fácil. Podría al menos disculparme con él y oír que me perdona.

Daniel permaneció en silencio unos momentos, indagándola.

—No seas tan dura contigo misma. Tú también pasaste por algo muy difícil. Me sorprende que estés tan tranquila.

—No te preocupes, el pánico llegará eventualmente. Solo lo estoy posponiendo para un momento más oportuno.

Daniel curvó una sonrisa.

—Deberías ir pronto a casa, y descansar.

Charis fue a decir algo, pero lo olvidó en cuanto vio a Daniel por primera vez con detenimiento en lo que iba de la noche, y vislumbró el golpe sobre su frente, circundado por un halo amoratado de piel.

—Oh, Dan —jadeó, tocando con suavidad la zona alrededor—. ¿Fue ese hombre?

—Me golpeó para registrarme y quedarse con mi bata. Resultó ser más astuto de lo que parecía... Ojalá me hubiera dado cuenta... Quizá de ese modo hubiese podido anticipar lo que haría y evitar todo esto.

—No había forma en que lo hicieras. Lo siento, no me había percatado hasta ahora de esto.

—Descuida —sonrió él, acomodándose el cabello sobre la frente.

Ya no lo llevaba pulcramente peinado, como era su costumbre, sino que lo tenía revuelto y caótico. Charis notó que estaba ojeroso y parecía como si apenas pudiese mantenerse erguido. Había sido una noche larga para todos.

—Perdóname por lo de antes —dijo él, de pronto—. Me refiero... a Connell. No era mi lugar entrometerme. Después de todo, ustedes dos son-...

—¿Somos qué? —interrumpió Charis—. Victor y yo no somos nada.

Los ojos verdes de Daniel se dilataron bajo sus cejas pobladas en alto.

—Pero... yo creí que-...

—Fue un error desde el principio. Y después de esto... —Movió la cabeza—. Por favor, Dan, no quiero hablar ahora sobre él...

Él selló los labios y Charis bajó los ojos, avergonzada ante la insistencia de los suyos. Sintió su rostro enrojecer, de rabia y de vergüenza.

Cuando Daniel volvió a hablar, su voz sonó tensa:

—Charis... ¿él... te hizo algo?

Ella negó a la brevedad. No estaba segura ella misma, pero la respuesta menos complicada era que no.

—No se trata de eso... —Dejó ir otro respiro apesadumbrado. Por primera vez en la noche se percató de que no tenía su bolso, cuando pensó en mirar su móvil, y se preguntó si continuaría en el mesón, donde lo había dejado—. En fin, supongo que es mejor si busco mis cosas y me voy a casa. Beth debe estar muy preocupada.

—Entiendo.

—Cuida... de Jess, ¿de acuerdo?

—No te preocupes, va a estar bien. Es valiente.

Las extrañas cicatrices de Jesse regresaron de golpe a su memoria y Charis sufrió un estremecimiento. No sabía si era lo correcto contárselo a Daniel, pero si había una persona que posiblemente supiera algo, era él.

—Dan. Hace un momento, cuando regresé a la habitación, es posible... que haya visto algo que no debía.

Daniel frunció el entrecejo.

https://youtu.be/W2ZlTNiLloU

De hablar a un volumen normal, acabaron por hacerlo al nivel de susurros, echando todo el tiempo vistazos nerviosos hacia la puerta.

Charis acabó por contárselo todo. Y supo solo por la expresión en el rostro de él, la que migraba lentamente del desconcierto a la amargura, que aquellas cicatrices eran otra cosa que él desconocía respecto a su amigo.

—Nunca las he visto —admitió Daniel.

No imaginó qué se sentiría saberlo por alguien más. Pero para ser justos, ella lo había descubierto por accidente.

—Dijo que golpeó un cristal —finalizó—. ¿Crees que sea cierto?

Daniel lo meditó un momento.

—Es posible que lo sea. Pero... el que haya sido tan omiso con los detalles me hace pensar que no fue tan simple como eso. Hay una parte que no quiere contar.

—Ni siquiera a ti —aseveró ella, y aunque Daniel no cambio su postura, juraría que vio en sus ojos un brillo apagado y triste—. ¿Eso sigue sin molestarte?

—A veces lo hace. Pero en fin... Si confiara en mí lo suficiente como para contármelo todo, me dolería que ocultara cosas de mí. Pero hay tantas cosas que ignoro de él... que precisamente por eso que no tiene importancia cuantas más decida guardarse.

—Pero eres su mejor amigo... Si no te las cuenta a ti, entonces... ¿a quién? ¿Como se saca del pecho tantas cosas dolorosas?

—Tal vez no las saca. Tal vez... se quedan allí, y-...

Charis terminó aquello que él no pudo concluir.

—Y talvez sea la razón de que siempre luzca tan triste...

Daniel se quedó en silencio. Abrió ligeramente la puerta. Jesse continuaba recostado sobre la camilla, solo que ahora su pecho se movía al ritmo de una respiración lenta, como quien duerme profundamente.

—Yo en tu lugar no le diría eso —dijo al momento de cerrar otra vez—. Que sientan compasión por él es la única cosa que en verdad parece molestarle.

—¿Crees que lo haga algún día? Quiero decir... abrirse con alguien. Contarle a alguien todas estas cosas.

Daniel vació los pulmones, alzando los hombros.

—No lo sé. —Pero la respuesta en su rostro parecía ser un rotundo no.

Lydia apareció de pronto y se detuvo frente a ellos con expresión apenada:

—Lo siento, Dan, sé que tu turno terminó, pero te necesito. Connell aún está siendo entrevistado. No hay más doctores disponibles, y hay pacientes esperando.

—Voy enseguida —musitó él y salió de su sitio junto a la pared para acudir—. Charis, ¿ya te vas a casa?

—Sí. No hay nada más que pueda hacer aquí.

—Desearía poder decir lo mismo —se burló él, débilmente. Después, de manera inesperada la tomó con suavidad por la nuca, le besó la frente y se marchó de allí tras dedicarle una última sonrisa—. Ve con cuidado.

Charis sonrió, reconfortada por el gesto, como el de un hermano mayor preocupado... Sintió una profunda admiración por su inquebrantable vocación. Aún cansado, deshecho, adolorido, tenía las fuerzas para vestirse con su mejor cara e ir en ayuda de quién le necesitara.

Por su parte, volvió a entrar en la sala para ver cómo estaba Jesse antes de marcharse.

Era la segunda vez que lo veía dormir desde que se conocían, y en las mismas circunstancias. Aun así, parecía siempre tan tranquilo y en calma...

Charis se acercó procurando no hacer ruido. Una vez a su lado, lejos de la mirada de Daniel, presa de un curioso impulso y tras dudar un momento puso su mano sobre la suya con cuidado de no despertarlo.

Como de costumbre, estaba mortalmente fría.

Pensó de pronto en cómo se vería si alguien entrara en aquel momento y resolvió soltarlo, pero sus dedos se cerraron más en torno a su mano en cuanto lo intentó. Fue casi un reflejo, y supo con ello que no quería dejarlo ir aún. Al menos... no hasta transmitirle algo de calor a su mano.

De cualquier modo, ¿qué importaba que la vieran?

Sí, estaba preocupada. Le dolía verlo en una camilla. Y le dolía tener parte de la culpa de ello. Estrechó solo por un momento su mano con algo más de fuerza.

—Eres un idiota, Torrance... —le dijo en voz baja, y tras acariciarle el dorso, algo más cálido gracias a ella, lo soltó al fin y se irguió para marcharse.

Al salir de la habitación buscó con la mirada a Daniel para despedirse, sin embargo, a quien vio en cambio fue a Victor, cuando este la interceptó por el camino.

https://youtu.be/CBS38PmH9Ds

Se contemplaron el uno al otro por un momento; ella tensa, y él con remordimiento. Victor extendió entonces su mano hacia Charis, y ella la examinó desconfiada, hasta que vislumbró entre sus dedos los lentes de Jesse.

—Esto... es de Torrance, ¿no es así?

Ella los recibió con cuidado y asintió.

—Charis, hablemos de lo que pasó, por favor.

Pero ni siquiera su ofrenda de paz sirvió para ayudarle a olvidar lo indignada que estaba con él.

—Gracias, pero no tenemos nada de qué hablar. Ahora déjame en paz, por favor. Estaba por ir a casa.

Victor dio un resoplido. Habló por entre los dientes.

—Solo escúchame, maldición... ¡No tenía forma de saberlo! ¡Entiende que jamás te hubiese dejado sola si-...!

—¡Pero lo hiciste, Victor! —lo cortó ella— Te enfadaste y te largaste dejándome sola. No importa qué haya pasado después, o cómo.

—¡¿Se suponía que estuviera feliz luego de que-...?! —Victor arrojó un vistazo alrededor y se inclinó hacia ella para continuar en voz baja— ¿... después de que cortaste con nosotros de esa manera?

—Una cosa no tenía nada que ver con la otra. Si hubieses aceptado mi palabra y te hubieses quedado para terminar la tarea para la que tú mismo te ofreciste a ayudarme, en vez de largarte enojado como un niño, hubiésemos salido de allí antes de que todo eso pasara. ¡Se hubiera evitado si tan solo hubieses elegido no ser un idiota al respecto! —Respiró exhausta al acabar de hablar—. Incluso es posible que estuviera ahora dispuesta a hablarlo contigo. Pero después de esto... No. De ninguna manera.

—Charis... ¡yo no-...!

—Daniel tuvo razón sobre ti todo el tiempo.

Aquello pareció golpearlo como una bofetada. Victor la observó con los ojos casi fuera de sus cuencas.

—De manera... que eso piensas. Al final Deming y ese chico se encargaron de meterte cosas en la cabeza.

Charis meneó el rostro con una sonrisa sardónica.

—Es curioso, Victor. Jesse no ha dicho jamás una sola palabra en tu contra. Así que déjalo fuera de esto.

—¿Esperas que crea eso?

—Cree lo que tú quieras.

Victor soltó un hondo suspiro. Charis vio en el modo en que abrió los labios la intención de continuar, pero al final volvió a callarse. En lugar de eso arrojó una mirada torva hacia la puerta que tenían detrás.

—¿Cómo... está él?

—¿Así que te importa ahora?

—Claro que me importa. Él... te protegió.

—En ese caso, deberías preguntárselo tú mismo. —Charis se apartó de la puerta para dejarle la vía libre, y le extendió de regreso los lentes—. Anda. Entra y pregúntaselo. Y devuélvele esto.

Victor no se movió de su sitio. Respondió a su mirada retadora con otra llena de inquina, mudo del todo.

—Lo suponía... —zanjó ella.

Pudo corroborar con ello que no le importaba en lo absoluto; que había sido otro intento de suavizarla.

—¿Señorita Cooper?

Charis se envaró ante el llamado tan formal de su nombre y apartó toda su atención de Victor.

Frente a ellos había un policía mayor. Charis creyó saber quién era.

—¿Sí?

—Soy el jefe de policía Benjamín Jiménez —corroboró él—. ¿Le importaría venir conmigo? Necesito hacerle algunas preguntas.

—Seguro —le dijo Charis.

Y tras arrojar una última mirada a Victor, se movió de la puerta para seguirlo al oficial.

Pudo sentir su mirada taladrando su nuca desde el momento en que le dejó atrás, hasta que se internó con Jiménez en una habitación de la sala de emergencia en la que él le indicó pasar y tomar asiento.

Las preguntas que respondió fueron bastante rutinarias. El oficial le pidió relatar su versión de los hechos tal y como habían ocurrido, y Charis lo contó todo lo mejor que podía recordarlo. Algunas partes se perdieron en su memoria borrosa; tanto por el cansancio, como debido a los esfuerzos de su mente por reprimirlas para protegerse; pero al final pudo armar una historia coherente.

Omitió, desde luego, la comprometedora situación con Victor en el sótano y se limitó a decir que ambos estaban saliendo y que habían tenido una riña trivial antes de que él la dejara sola. Después, Jiménez le preguntó si conocía a Hank Beau y ella le aseguró que no; que solo sabía quién era por lo que Daniel le había contado.

No obstante, cuando llegó a la parte de la cadena de Jesse, se vio bombardeada de más preguntas, algunas de las cuales no parecían en lo absoluto relativas al caso; y a cada cual más extraña. Fue solo entonces que recordó que todavía la tenía consigo, y procuró mantener a raya el impulso de buscarla entre su ropa conforme hablaba con el oficial, por temor a que se la confiscasen.

¿Hace cuánto tiempo Jesse Torrance portaba con esa joya? Desde que lo conocía. ¿Cuál era la relación de Charis con él? Tenían un amigo en común: Daniel. ¿Eran ellos amigos? Algo parecido... ¿Torrance le había contado alguna vez de dónde había sacado la cadena, por qué la tenía, si perteneció a alguien, o qué simbolizaba para él?

Charis contestó lo mismo a todo: que no lo sabía.

Finalmente, el oficial Jiménez se calló, pero no parecía satisfecho en lo absoluto. Para ese momento, ella sostenía un vaso de agua en la mano y daba sorbos nerviosos, estrujándolo sin darse cuenta. ¿Por qué había comenzado a sentirse tan inquieta? Como si estuviese omitiendo información importante, aunque estaba segura de no haberse reservado nada relevante al caso.

—Es todo, señorita Cooper. Gracias por su declaración.

A pesar de su tono severo, el oficial Jiménez no parecía una mala persona. Si Daniel confiaba en él, pensó que ella también podía hacerlo.

—¿Ese hombre irá a prisión, aún si Jesse no presiona cargos?

—Bueno, la evidencia en su contra ahora es contundente, aún sin necesidad de la declaración de ese chico. —Jiménez movió la cabeza—. Me pregunto qué pasa por la mente de ese muchacho...

—¿Por qué es tan importante la cadena? —quiso saber Charis.

El oficial hizo una pausa antes de responder. Le dio con ello la primera razón para sospechar que había algo más en todo el asunto.

—Es la razón de que ese hombre viniera aquí y armase todo este lío, ¿no? —contestó con simpleza—. No tengo más información que esa, que pueda entregarle.

«O sea que sí hay más información —pensó Charis.

Al final de la declaración, salió de la sala despidiéndose del oficial Jiménez. Y sin otra cosa que hacer en el hospital, fue hasta el mesón para recuperar su bolso, para poder irse finalmente a casa.

Al mirar su teléfono móvil, tal y como pensaba, tenía cientos de mensajes y llamadas perdidas de Beth. Le escribió un mensaje por el camino, solo para decirle que no se preocupara, que había salido tarde y que estaría en casa dentro de poco.

Antes de que pudierasalir al estacionamiento, sin embargo, al meterse el teléfono móvil en elbolsillo de la falda, sus dedos rozaron con los lentes de Jesse, los cuales nohabía tenido ocasión de darle, y recordó con ello, que tenía además otra cosa ensu poder que le pertenecía a él.

Las imágenes tardaron tanto en aparecer frente a sus ojos que por un instante creyó que volvería a caer presa del vacío y la oscuridad de sus párpados cerrados. Pero poco a poco su visión se normalizó y empezó a distinguir siluetas en una habitación oscura. Al intentar incorporarse, un calambre le recorrió la extremidad, y su cabeza dio vueltas.

—Jess. —Identificó la voz de Daniel, pero tuvo que buscarlo en la penumbra para convencerse de que en verdad era él. Su tono sonó tan apagado que casi no parecía el suyo—. Qué gusto me da...

Jesse trasladó la mirada de los ojos exhaustos de su amigo al acceso venoso conectado al interior de su brazo. Daniel se acercó y preparó algodón y cinta; lo necesario para quitárselo. La bolsa de suero ya estaba vacía.

—¿Cómo te sientes?

—Drogado...

—Te di analgésicos fuertes. Me refería a tu brazo. ¿Te duele?

—Solo cuando lo muevo... Daniel, ¿Charis está-...?

—Ella está bien, Jess, ya se ha ido a-...

Pero el momento en que ella apareció en la puerta desmintió sus palabras. Charis se detuvo de golpe allí al verlo, y luego entró en un trote. Lucía agitada, como si hubiese llegado allí corriendo.

—¡Estás despierto!

—Pensé que ya te habías ido —le dijo Daniel.

—Es que-...

Ella se aproximó a la camilla en que reposaba Jesse y se acuclilló a su lado. Le extendió sus lentes. Jesse los recibió con cuidado, pero no los devolvió a su rostro. ¿Qué caso había?

Pero entonces, Charis se llevó las manos al cuello, hurgando entre su ropa, y se quitó algo por encima de la cabeza. Y cuando volvió a extender su mano hacia él, Jesse advirtió un destello plateado entre sus dedos. Tuvo que entornar los ojos para poder ver en la oscuridad del cuarto su cadena entre las manos de ella.

—Esto... te pertenece.

Sin permitirle tomarla, Charis se la puso a él por encima de la cabeza y la dejó colgar sobre su pecho.

De regreso a su sitio, Jesse la sostuvo entre sus dedos. Hasta ese momento se había sentido como si faltara una parte de él que era esencial, y que no recuperó sino hasta tenerla de vuelta. El dije conservaba aún el calor de Charis, y lo transmitió a sus manos heladas, donde no tardó en volver a enfriarse.

—Aún la tenías...

—Por supuesto; pasamos muchas cosas por ella.

—¿Cómo... la conseguiste?

—Fue solo gracias a un presentimiento. Pensé que si ese hombre no la tenía cuando lo arrestaron, debió perderla aquí. La encontré en la habitación que ocupó el día en que vino al hospital.

Jesse suspiró profundamente. Si ella no la hubiese hallado antes, probablemente Hank Beau lo hubiese hecho, y se hubiese marchado sin que nadie supiera nunca que había estado allí. Nada de todo aquello hubiese ocurrido... pero entonces hubiera perdido la cadena para siempre.

Charis se había puesto en un gran peligro por ella. Hubiese querido ponerlo en mejores palabras, pero todo cuanto pudo hacer fue esbozar una sonrisa.

—Gracias... —Ella correspondió con otra, como si solo con ello se diera por pagada—. Y lo siento. De no haber sido por esto-...

—En absoluto. No la perdiste a propósito.

—Pero... por perderla en primer lugar, tú-...

—No; yo debí-...

—No... Charis... yo no debí-...

La repentina risa de Daniel los tomó desprevenidos y levantaron el rostro al unísono. Charis lo fusiló con una mirada.

—No estás ayudando, Daniel.

—Lo siento... Es solo que ustedes dos siguen actuando como un matrimonio de ancianos a veces.

Ella bajó el rostro, con las mejillas coloreadas como solían ponérsele cada vez que experimentaba una emoción más grande que ella.

—Fue mi culpa —insistió Jesse, por segunda vez—. Ninguno de los dos tenía nada que ver en esto y se vieron implicados. Perdónenme...

Desde su lugar, Daniel observó la cadena colgar sobre su pecho, y la sostuvo entre sus dedos antes de que él pudiese asirla en su mano para ocultarla de su vista.

—Tantos problemas por un objeto tan pequeño. —La examinó por el derecho y el revés. Jesse se lo permitió, rogando que la oscuridad le ayudase a disimular un hecho evidente. Pero Daniel fue más observador—. ¿Es plata?

Él se mordió los labios y negó.

—No; no es-... Es... algo diferente.

Rogó otra vez porque él no indagase más, o no sería capaz de mentirle. Pero Daniel no se dio por vencido.

—No parece un metal cualquiera. Es demasiado lustroso. ¿Qué es?

Se vio atrapado entre la espada y la pared. ¿Qué sentido tenía seguir ocultándolo? Al menos debía justificar los problemas que había hecho pasar a todos.

—Rodio. —admitió—. Rodio y... oro blanco.

Charis abrió los ojos, y Daniel se inclinó para mirar más de cerca.

—¡¿Oro blanco?! —jadeó la primera, con la vista puesta en la joya— ¿No es más caro que el oro amarillo?

—¿Lo es? —cuestionó Daniel.

—¿De dónde sacaste una joya como esta?

—Fue... un regalo... O algo así...

Pareció dejar con ello igual de confusos a ambos, pero aún tras intercambiar un vistazo, no hicieron más preguntas. Daniel soltó un respiro, dejando ir la joya como si temiera tocarla tras conocer su valor.

—Eso explica por qué ese hombre estaba tan obsesionado con ella.

Charis parecía más absorta que él. Había comenzado a examinarlo de manera extraña, y Jesse se encogió de hombros, sin atreverse a devolverle la mirada:

—¿Cómo supo de qué estaba hecha?

Jesse devolvió la joya a su sitio de siempre, oculta entre sus ropas:

—Ese hombre, Hank Beau... La tarde en que fue atropellado iba de camino a una joyería. Debió justipreciarla antes, quizá en varias de ellas. Y acudió a la que le ofrecía el mejor precio.

—Es claro que no era ningún tonto... Pero, ¿arriesgar ir a prisión por una joya? Más que eso, atentar contra la vida de dos personas... Le va a salir más caro que lo que sea que eso cueste.

—Ese sujeto tampoco es ningún genio, Daniel —replicó Charis—. Solo lo bastante astuto como para asegurarse de vender bien su botín. No sé qué es peor, si atentar contra la vida de otros por una joya... o arriesgar la propia, por mucho que valga —dicho lo último, arrojó una mirada acusadora a Jesse.

—No es eso... —Jesse sacudió la cabeza y estrujó el dije en su mano, por encima de su ropa—. No es... lo que vale. Es decir; no por lo que está hecha. Es-... Es-...

Daniel le puso una mano sobre el hombro al tiempo de ponerse en pie, arrojando un vistazo a Charis:

—Si es importante por otro motivo, yo le creo. No hay necesidad de hurgar más en esto, Charis. Todo está bien ahora.

—Excepto que está en una cama de hospital, y eso porque fue afortunado —replicó ella.

—Charis... —la reprendió Daniel con suavidad.

—Te repito... que no quise involucrar a nadie.

—Nadie te está reclamando eso; ¡hablo de ti, Jess, por mucho que esa joya-...!

—Basta ya de eso —los cortó Daniel, conforme enrollaba la cánula usada en su mano y se aproximaba al área sucia de la sala para disponer de los materiales. Dejó caer la aguja sanguinolenta en la caja amarilla y el resto de las cosas en el basurero.

Charis se quedó en silencio, sin decir otra palabra.

—Es hora de ir a casa. Charis, ¿puedes conducir o prefieres que te lleve?

—Puedo conducir, Daniel. No te preocupes por mí. Lleva a Torrance a casa.

—Bien. Alístate, Jess. Voy por mi maletín, y nos vamos.

Daniel se retiró de allí dejándolos solos. Los dos se quedaron en silencio por largo rato. La situación entre ellos volvía a estar tensa.

—Deberías dejar que Daniel te lleve.

—Ya dije que puedo conducir; tú no puedes caminar así hasta tu hogar. ¿Quieres que vuelvan a asaltarte? ¿A quitarte otra vez esa cadena? Ya nos metió en bastantes problemas.

—No sigas, por favor...

—¿Y qué si lo hago? De haber sabido lo valiosa que era la cadena en un principio-...

—Ya te dije que no es por eso...

—Y yo te juro que intento entenderlo, pero-...

—Lo siento...

—¡No, no es para que me pidas disculpas, es porque-...! —Charis emitió un gruñido exasperado y se llevó los dedos a la frente—. ¡Solo-...! Solo deja que Dan te lleve a casa y descansa. Tu móvil está muerto, ¿no es así? ¿Hay... algún número al que pueda contactar contigo?

Jesse levantó la vista, con el rostro ladeado.

—... ¿Para qué?

—¿Para qué más? Para llamarte. —Y añadió, compungida y avergonzada— Para saber... que estás bien.

Jesse exhaló profundamente. Lo disimuló midiendo el ruido que hizo al dejar salir el aire por la nariz.

—No es necesario que lo hagas —dijo al momento de sacar los pies de la camilla y apoyarlos en la escalinata para ponerse en pie.

Charis se apresuró a levantarse para ayudarle del lado contrario al de la lesión, y sostuvo su brazo hasta que él bajó los dos peldaños.

Una vez de pie frente a ella, Charis le bloqueó el paso, plantándose frente a él:

—¿Por qué demonios eres tan obstinado?

—Mira quién habla...

—¡¿Discúlpame?!

Jesse exhaló. Después de todos los problemas causados, lo último que quería era preocupar más a Daniel. Pero apenas empezaba a acostumbrarse a la idea de responder también ante Charis.

—Si algo pasa... yo... te llamaré. Desde el teléfono fijo de mi edificio —aceptó.

Ella exhaló, bajando la guardia paulatinamente.

—... ¿Lo prometes?

—Lo prometo.

—¿Ya terminaron su pelea marital? —Una vez más, la voz de Daniel cortó su discusión desde el umbral de la puerta, desde donde los observaba con una sonrisa burlona en el rostro—. Vamos a casa.

https://youtu.be/UUrQHSLMI8U

Cuando Charis abrió la puerta de su apartamento, los brazos de Beth le rodearon el cuello y la estrujaron con fuerza antes de que pusiera dentro un pie:

—¡Estaba tan preocupada! ¡¿Qué pasó, amor?! ¡Podrías haberme avisado que llegarías más tarde! Estaba por ir a la estación de policía, a reportarte como desaparecida.

Charis torció una sonrisa débil.

—¿No se te ocurrió ir al hospital primero? —Entró arrastrando los pies y arrojó el bolso sobre el sofá, en donde se dejó caer pesadamente justo después del mismo. Beth se sentó a su lado con una mirada atenta, en espera de sus explicaciones—. Tengo tanto que contarte...

Ni aún luego de que Beth se calmase tras oír el relato —luego de maldecir contra Hank Beau y preguntarle mil veces si se encontraba bien— y se durmiera, Charis pudo conciliar su propio sueño.

Dio vueltas en su cama por horas, y finalmente acabó por levantarse temiendo perturbar el sueño de su amiga.

Se sentó junto a la ventana en la oscuridad, y permaneció allí mucho tiempo mirando hacia la ciudad. Desde allí no podía ver al Saint John, pero sabía en qué dirección quedaba, y estuvo mucho tiempo con la vista puesta en ese horizonte, imaginando su tétrica silueta, en lo que le daba vueltas a todo lo ocurrido esa noche.

No tenía sentido... Entre más se acercase a Jesse Torrance y más averiguaba sobre él, más perdida se sentía, y más preguntas tenía. ¿En dónde desembocaba todo?

En primer lugar, las heridas espantosas de su espalda. No era inverosímil que alguien hubiese acabado con heridas de esa magnitud al golpear un cristal. Sin embargo, ¿bajo qué circunstancias? Por otro lado, la forma en que cuidaba de su joya; la dichosa Flor de Lis; al punto en que Charis comenzó a cuestionarse si en ese momento, cuando se enfrentó a Hank Beau, era a ella a quién protegía... o en cambio a su preciado tesoro.

¿Qué implicaba en realidad esa joya? Un regalo, había dicho él. Dudaba que de parte del abuelo al que Jesse odiaba, o del resto de la familia, con quienes ya no mantenía contacto. ¿De parte de quién, entonces? ¿Quién regalaría algo tan caro a alguien, para luego abandonarlo?

Finalmente, otro detalle respecto a él. Algo que había pasado por alto hasta ese momento, solo porque nunca vio el nexo que unía el patrón. El que Jesse llegase en su rescate cada vez que estaba en aprietos ya se había vuelto una normalidad, pero más allá de meterse siempre en el camino del peligro para auxiliarla, como si no le preocupase tomar riesgos, más bien parecía que Jesse Torrance no le temía a nada.

Hubiese creído que actuar calmado en situaciones de presión extrema era normal para alguien con su trabajo; pero abrir cadáveres y pasar sus días en una morgue eran cosas completamente diferentes a enfrentarse al peligro sin dudarlo. Como si estuviese habituado a ello... Como si poner su vida en riesgo ya no fuese capaz de intimidarlo.

Retrocedió un poco más, a la noche de la feria, cuando tiró diez objetivos móviles sin fallar ninguno. Su abuelo le enseñó a disparar, o eso dijo pero... ¿por qué? ¿Quizá porque lo necesitaba? ¿Por qué su vida solía estar en riesgo constante? ¿Y aquello había sido antes, o después de empezar a odiarse el uno al otro?

Y entonces, otro recuerdo.

La tarde en que Mason arrojó la piedra a su ventana, cuando ella examinaba los cortes de la piel de su cuello, Jesse se había apartado justo en el momento en que intentó moverle el cabello. Entonces no pareció importante, pero ahora empezaba a tener serias dudas sobre el motivo. ¿Acaso... escondía más cicatrices, como las de su espalda? ¿Era la razón de que llevase el pelo largo?

Sin darse cuenta de ello, había empezado a dar vueltas por la habitación, sin comprender nada.

Estaba incluso más perdida que al inicio, aún luego de atar cabos sin parar, y sin embargo seguía encontrando pistas que no le llevaban a ninguna parte.

—¿Qué está pasando?... ¿Quién eres, Jesse Torrance? —masculló.

Un último detalle la detuvo sobre sus pies y la llevó a buscar su móvil sobre su mesa de noche, donde se estaba cargando. Charis lo desconectó, abrió el navegador y empezó a teclear.

El hecho de que el oro blanco era más caro que el oro amarillo era conocimiento popular; cualquiera podría haberlo sabido. Sin embargo, Jesse había nombrado otro metal; uno que apenas sí recordaba y que batalló para escribir. En su momento, ella había creyó que se trataba de algún material menos conocido; más barato o corriente, pues nunca había oído de él.

Sin embargo, en cuanto la búsqueda en internet le devolvió el resultado, su mandíbula cayó abierta cuando leyó el primero, en letras negritas:


«Rodio: el metal más raro y valioso del mundo».


—¡No puedo creer que te lo estés pensando! —exclamó Daniel, haciendo aspavientos con los brazos—. Bueno... honestamente, ¡¿por qué me sorprende?! Te extendí una licencia médica para que descansaras, y lo primero que veo hoy al entrar al hospital, es tu nariz puntiaguda.

—No empieces... Ya me diste el sermón esta mañana. Dos veces.

—¡¿Eres consciente de que casi te asesinan ayer?!

—Dan... No he venido por eso.

—No. Has venido a buscar mi opinión, pero ¿para qué?, ¿para que puedas ignorarla y hacer lo que te da la gana de todos modos?

—Daniel...

—Ni siquiera tendrías que cuestionártelo. Si el director Garner opina que es buen momento para que te tomes vacaciones, sólo tómalas. No te está haciendo ningún favor; al contrario, ¿crees que es una coincidencia que haya decidido dártelas justo cuando te extendí una baja?

Jesse suspiró. Estaba echado sobre la silla frente al escritorio con la cabeza hacia atrás, mirando al techo:

—No necesito una baja. Y no necesito vacaciones...

—¡Son dos semanas de descanso pagadas, Jess! ¡Libre!, del hospital, de cadáveres, de trabajo, de Diane, de Victor Connell... ¿Qué podría ser mejor?

—¿Qué se supone que haga en todo ese tiempo?

Daniel rodó los ojos.

—No tienes que irte de viaje ni salir de fiesta; sólo úsalas para descansar, salir de paseo, buscar un hobbie, una novia, un perro... O un gato, ¿qué se yo?

—No necesito ninguna de esas cosas.

—Todo el mundo necesita vacaciones. Hasta tú —Daniel reflexionó esa última idea y su voz subió nuevamente de volumen— ¡Sobre todo tú!, ¿cuánto tiempo llevas durmiéndote donde sea cuando ya no puedes mantenerte en pie y desmayándote por comer mal?

—Estoy bien así...

—No lo estás.

—Lo estoy Daniel, de verdad. Me gusta... de este modo. Tener... cosas que hacer. De lo contrario, yo-... ¿Qué haría yo con-...? En casa todo el día... Por dos semanas... No —zanjó— No quiero vacaciones. Le diré al director Garner que no las tomaré.

Daniel dejó salir un pesado respiro.

—No puedo creerlo. Si te detuvieras a pensar en cuánta gente cuenta las horas para salir del trabajo... Para descansar en sus hogares, junto a sus familias, y...

Habló sin pensar, y se percató de lo que había dicho solo después de que salió de sus labios, cuando tanto él como Jesse se quedaron en silencio.

Daniel se aclaró la garganta.

https://youtu.be/6n22QdaVias

—Me refiero a que-...

—Tú lo has dicho...

Daniel dio la vuelta para verlo. Jesse permanecía sentado, pero ahora erguido en la silla, con el brazo descansando contra el pecho, en el cabestrillo que Daniel prácticamente le había forzado a usar.

—Jess, lo que intentaba decir-... —Calló negando para sí mismo—. No quería que sonara así.

—Pero tienes razón. Tal vez... aquí no siempre tengo una cama cerca cuando lo necesito, y no como tan bien como debería; pero... aquí tengo qué hacer. En casa... es cierto. Allí no tengo nada. Allí... no tengo a nadie.

—Jesse...

—Pasarme dos semanas allí, encerrado, sin espacio por el cual moverme, yo-... No, no podría —negó levemente, tras lo cual se levantó, resuelto—. No, Dan. No lo soportaría.

Su decisión ya estaba tomada. Acudió a la oficina del director apenas dejar el despacho de Daniel, con una firme determinación en mente.

El director Garner no podía obligarlo a tomarse vacaciones. Tampoco podían despedirlo por eso. ¿Qué jefe se desharía de un empleado que prefiere trabajar? Podía hacerlo con un solo brazo, aunque tuviera que ser más lento.

Se detuvo frente a la puerta de la oficina de su jefe, bastante seguro de que no le tomaría por otra cosa que un lunático cuando declinara su ofrecimiento. ¿Qué diferencia hacía que alguien más lo creyera? Él mismo tenía dudas.

Sin embargo, antes de que pudiese tocar a la puerta de la oficina del señor Garner, oyó a sus espaldas una voz familiar que lo congeló en su sitio con la mano en alto, en mitad del afán.

Rogó estar equivocado.

—Torrance, qué casualidad.

No quiso mirarlo; pero podía sentir sobre sí la aguda mirada del oficial Jiménez.

—Daniel... está en su despacho.

—No es Daniel a quien he venido a ver —inquirió él—. ¿Podría quitarte unos minutos?

Fuera del hospital corría un viento frío. A esas horas de la tarde el flujo de pacientes siempre disminuía, solo para que las salas volviesen a atiborrarse de gente hacia la noche. Pero por lo pronto, tenían mucho tiempo para hablar antes de que volviesen a requerirle dentro.

El oficial Jiménez encendió un cigarrillo, tomándose en ello todo el tiempo del mundo. Jesse contuvo el aliento, sin querer respirar el humo. El solo olor le provocaba arcadas la mayor parte del tiempo, las cuales hizo hasta lo imposible por contener en presencia del oficial.

Se llevó por reflejo una mano a la porción de piel en su cuello, oculta bajo el pelo, y se rascó con fuerza.

Jiménez parecía serio y cavilante. Jesse empezaba a impacientarse. Se preguntó si el policía solo pretendía dilatar el asunto, y si lo hacía para crear dramatismo.

—Se trata de los avances sobre la investigación del caso de Hank Beau —empezó él—. Pensé que te interesaría saberlo.

—No me interesa en lo absoluto —respondió Jesse, a la brevedad—. Ya le dije que no voy a levantar cargos.

—Asumí que no lo harías. En realidad, muchacho, hay otra razón en concreto por la que vine a hablar contigo.

Jesse respiró hondo, cada vez más inquieto.

—Estoy escuchando...

—Tiene que ver con cierto descubrimiento reciente. En específico... mensajes de una índole bastante... preocupante, hallados en el teléfono móvil de Hank Beau, con respecto a la dichosa cadena que te sustrajo. Mensajes previos al atropello que le envió al hospital.

https://youtu.be/FX3IH0sHs20

—¿Por qué debería incumbirme lo que haya encontrado en su teléfono móvil?

—Apenas empieza a ponerse interesante, muchacho, paciencia. Resulta que nos fue imposible rastrear el número del que provenían dichos mensajes. —Se tomó una pausa antes de proseguir—. Pero... estamos bastante seguros de que las llamadas fueron efectuadas desde Canadá.

No tuvo que decir nada más para que un vacío se abriese en su estómago, y un frío mortal descendiese por su espina dorsal, hacia sus extremidades.

Jesse fijó la vista en el piso para estabilizar su visión, conforme hacía esfuerzos por mantener el equilibrio, ayudado de la pared que tenía detrás. No se percató de que había empezado a apretar los dientes, sino hasta que la mandíbula comenzó a hormiguearle.

—Asumo, por esa reacción —dijo Jiménez—, que esta información tiene algo más de significado para ti del que tiene para mí.

Jesse expulsó pausadamente el aire atrapado en su pecho, soltándolo de a poco por los labios entreabiertos.

—Está equivocado...

—¿Lo estoy?

—Sí, se equivoca.

Jiménez lo escrutó detenidamente.

—Indagaría más a fondo, Torrance; te aseguro que lo haría. Pero, desafortunadamente, este asunto se sale de nuestra jurisdicción.

—Entonces, ¿por qué estoy escuchando esto?

—Solo he venido a ponerte bajo aviso. Entre nos, como amigos mutuos de Daniel, ¿estás seguro de que no tienes algún asunto sin resolver con alguien en Canadá?

—Estoy seguro.

El oficial Jiménez meneó la cabeza. Aspiró una larga calada a su cigarrillo antes de continuar.

—Te diré una última cosa, Torrance. Tómalo como un consejo bienintencionado. Si en verdad hay alguien allá que te quiere muerto, te convendría replantearte esa respuesta. No hay otra posible víctima de la situación ni sus eventuales consecuencias que tú. —Pero entonces, hizo una pausa con gesto cavilante, y añadió—: excepto quizá... Daniel. O la señorita Cooper.

Aun cuando un segundo vacío, más intenso que el anterior, se abrió paso en su estómago, Jesse se abstuvo de reaccionar, pero sintió sus músculos faciales languidecer.

Benjamín Jiménez pasó entonces de sonar como un jefe de policía, a oírse como un familiar consternado.

—Podemos ayudarte si nos dejas, hijo. Permite que nos involucremos. Y solo así podremos protegerte.

Jesse lo consideró por todo el tiempo que le tomó recobrar su compostura. Al final, dio una sola cabeceada, sin dejarse conmover.

—¿Eso era todo?

Un bufido se escapó de los labios del oficial, como el de un animal exhausto. Apagó el cigarrillo contra la pared del hospital y arrojó la colilla al basurero.

—Sí, Torrance. Eso era todo... —Dicho esto se alejó de la pared y encaminó sus pasos hacia el vehículo policial estacionado frente a ellos—. Solo espero que sepas lo que estás haciendo.

Antes de permitirle irse, Jesse lo detuvo.

—Entiendo que es amigo de Daniel.

Jiménez levantó la vista y enarcó una ceja al mirarlo bajo la gorra policial, por sobre su robusto hombro.

—¿Tu punto es...?

—Mi punto... es que no se vería bien que un oficial compartiese información clave de un caso de la policía con un civil en términos amistosos.

Jiménez dejó salir una risa sin rastro de diversión, ahora con ambas cejas en alto, dejando a la vista del todo sus ojos, por lo general ocultos bajo la espesura de las cuales. Se dio la vuelta por completo.

—¿Te estoy entendiendo mal? —jadeó— ¿Me estás amenazando, chico?

Dio un paso precipitado hacia él, con las manos en jarras contra la gruesa cintura, y los hombros arriba. Se veía así más alto y amenazador, y Jesse adivinó que era la táctica que solía usar para intimidar a las personas. Pero él no se inmutó. Ni siquiera parpadeó con el gesto.

—Solo estoy diciendo, oficial Jiménez, que si Daniel, o la señorita Cooper se enterasen de esto, sería evidente quién los puso al tanto.

—Tus palabras siguen sonándome a amenaza. Ten mucho cuidado, chico; no olvides que estás hablando con un oficial. ¿Tú estás al tanto de lo mucho que Daniel se ha preocupado por ti? ¿Crees que merece tu desconfianza? Si no hemos sido más duros contigo, se lo debes a él. No hagas que eso cambie.

—Lo que no merece... es involucrarse. Considérelo como una petición personal: Daniel no tiene por qué enterarse de esto. ¿Puedo retirarme ahora? Tengo trabajo.

—Ten cuidado, Torrance.

—¿Ahora es usted quien me amenaza?

—No hace falta que lo haga. Considéralo un aviso. Y, te repito, espero que sepas lo que estás haciendo.

—Buenas tardes, oficial.

Jesse interceptó el camino de Daniel cuando este se dirigía de vuelta a su despacho, listo para recibir a su próximo paciente. Lucía agitado... Procuraba disimulaba bajo faz tranquila, pero cuyos pálidos rasgos temblaban ligeramente.

Daniel lo examinó atentamente.

—Jess... ¿Qué-...?

—Está bien. Tú ganas —lo interrumpió él, antes siquiera de darle tiempo de preguntar. Entonces, tragó saliva ruidosamente—. Tomaré... esas estúpidas vacaciones.

Daniel pestañeó, sin saber cómo tomárselo. Se tardó un tiempo largo en asimilarlo y responder:

—... Eso-... ¡Eso es... grandioso, Jess! ¡Me alegro de que-...!

—Con una sola condición.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro