3. Vieja vida nueva - Parte II
https://youtu.be/jW-qKceHogE
El camino de regreso al edificio de ambos se le pasó demasiado rápido entre cavilaciones y el silencio todavía incrustado entre ellos, aún pese a su tiempo todos juntos en la casa de campo. Para cuando llegaron, Daniel tuvo que llamar su atención tocando su hombro para que se percatase de que el auto se había detenido y se encontraban en el estacionamiento. Después, los dos bajaron en silencio y comenzaron a reunir sus cosas de la cajuela para separarse e ir cada uno a su apartamento a descansar.
La madrugada ya amenazaba, anunciándose con temperaturas bajas y vientos poco gentiles.
Charis reunió todo en su brazo con la mirada ausente en la tarea.
—¿No crees... que Jess actuaba algo extraño hace un momento?
Vio en el gesto de Daniel, conforme este se hacía a su vez con sus propias pertenencias, que había estado a punto de negarlo, pero al final fue más fuerte aquella parte que conocía a su amigo tan bien como ella había aprendido a conocerlo el último tiempo.
—Un poco —admitió—. Supongo... que en parte es culpa mía.
Si hubiese continuado enojada con Daniel como en un principio, probablemente le hubiese dado la razón; pero se abstuvo de hacerlo. No ahora que las cosas estaban en vías de arreglarse.
—No pienses en eso.
—Sabes que es así... No le di la más acogedora de las bienvenidas. Tampoco hablamos mucho.
—Jess perdona con demasiada facilidad. Incluso ahora, dudo que te guarde rencor por... todo lo demás —cambió sus palabras para eludir a nada en concreto—. No pienso que sea ese el motivo de que actuase extraño hoy.
Daniel dio un asentimiento, poco convencido. Justo después de cerrar la cajuela, un repentino estornudo lo remeció bruscamente.
—¡Salud! —dijo Charis—. Ahora serás tú quien se resfríe.
—Tendrás que cuidarme en lugar de Beth. Fue su culpa.
Charis lo invitó a caminar con ella para salir del aparcamiento.
—Nada de eso, ya estás grande. Y ella también. Mira que meterse a nadar a principios de marzo, con este-... —El tumbo que dio al frenarse tan de golpe sobre sus pasos, casi le hizo perder el equilibrio suficiente para caerse sobre las rodillas—. Daniel... —masculló, temblorosa y comenzando a marearse.
—¿Qué sucede? —Pero ella permaneció muda, haciendo cálculos—. ¡¿Qué tienes?!, me estás asustando.
—Daniel... ¿qué día es hoy?
—Martes. No. Es miércoles.
—No, ¿qué día, como en... qué fecha?
—Hoy es nueve, ¿no?
Charis dejó car la bolsa a sus pies. Exclamó un boqueo y luego se llevó una palma a la frente.
—Es por eso... ¡Fue ayer!
—¡¿Qué cosa fue ayer?!
—No puede ser... ¡Maldición! Hoy es nueve; ayer fue ocho de marzo, Daniel, ¡ayer fue el cumpleaños de Jess! ¡¿Cómo pudimos olvidarlo?!
Todo el color se drenó de las facciones de Daniel. Charis se dio otro par de palmadas en la frente.
—Por eso actuaba tan extraño. ¡Seguramente esperaba que lo recordásemos! ¡Nos llevó allá por eso! Para pasarlo con nosotros, y lo olvidamos. ¡Y ahora lo dejamos solo, en un apartamento sucio! ¡Somos unos amigos de mierda!
Daniel se acercó y la afianzó por los hombros:
—¡Hey! Tranquila. No hay nada que hacer respecto a ayer, pero aún podemos solucionarlo.
—¡¿Cómo solucionamos esta cagada?! ¡Ya es tarde, y...!
—¡Yo tengo una idea! —la calmó Daniel, dándole una ligera sacudida a sus hombros—. Conozco un lugar. Cierra en media hora; todavía podemos lograrlo.
Charis abrió los ojos, y vio en los suyos, finalmente, ese cariño tan enterrado por rencores y viejos tropiezos. Aquel afecto infinito de Daniel hacia sus amigos queridos y su familia.
Y supo, solo mediante aquella pequeña señal recién florecida en su rostro, que todavía podían hacer algo para enmendar el error.
—¿En qué piensas? —pidió saber.
—No será la gran cosa... pero probablemente él lo prefiera así.
***
https://youtu.be/UUrQHSLMI8U
—Sam no tuvo la culpa...
Se halló incapaz de mirar a los ojos de su abuelo, aunque podía sentir los suyos sobre sí. En cambio, puso la vista en su plato sin siquiera tocar en frente de él. Filete de res con salsa de vino tinto, acompañado de papas al horno y otras verduras.
El olor y el sabor del vino le daba náuseas, por mucho que el alcohol se hubiese evaporado en la salsa. Y no se vio capaz de probar las patatas. Tenía la garganta demasiado seca y constreñida para siquiera hacer el intento de tragarlas. Había estado moviendo verduras de un lado al otro por el plato y bebiendo agua sin lograr con ella ningún efecto.
—Ella... no tuvo la culpa —insistió, viendo que no tenía respuesta.
Monsieur se tomó su tiempo para hablar, así como se tomaba su tiempo para todo, sin importar que no fuera el suyo. Como si el tiempo de todos le perteneciera y pudiese disponer de él como placiese.
—El que haya contribuido a las circunstancias en que tu madre perdió la vida tampoco la exime de su parte en la responsabilidad.
Jesse sintió su mandíbula rechinar con la forma en que apretó los dientes tras sus labios sellados en una línea.
—La de mamá... no fue la única vida que se perdió esa noche... —Se dio el valor de mirar a su abuelo.
La expresión apática en su rostro lo enfureció al punto de hacerle resollar.
—Lo sabes, ¿no? ¿O acaso no estás al tanto... de que también tuve un padre?
—Otra parte de la responsabilidad —apuntó él, frío. Y apartando su propio plato a un lado, también a medio terminar, se levantó de la mesa con ayuda de su bastón.
Jesse tuvo miedo de indagar lo siguiente. Le dio tiempo a darse la vuelta y empezar a alejarse en dirección a la ventana para no tener que ver su rostro cuando le respondiese lo que ya se temía.
—... Y Vivienne. ¿Ella... también es culpable?
—La niña fue solo un efecto colateral.
—«La niña» —repitió Jesse—. Mi hermana. Tu nieta.
—¿Acaso he dicho lo contrario?
—No importa. Porque para los efectos de tu argumento, esa «niña» es irrelevante. Era irrelevante.
—Por lo cual no entiendo por qué decides sacarla a colación. O a tu desgraciado padre para el mismo-...
—Ba-basta...
Viéndose interrumpido; la cosa que más odiaba en el mundo, Guillaume azotó el suelo con el extremo de su bastón. Jesse se arredró por reflejo. Deseó no haberlo hecho, pero el niño en su interior, aterrorizado del temible Monsieur, al parecer nunca había crecido del todo.
—Andrew Torrance traicionó mi confianza —rugió Monsieur—. Y asimismo lo hizo Samuelle. Pero tu padre era un extraño en el que no debí depositar ninguna fe. Era ajeno a la familia. Mas mi hija... Mi propia hija...
—Hay... un culpable al que estás omitiendo. O... más bien dos.
—No seré tan amable como para quitarte ese peso de encima, si quieres cargar también con la culpa.
—¡Ya lo he hecho por años! —Se puso de pie casi de un salto, arrastrando la silla por la loza con un rechinido. No soportaba continuar con ese claro desnivel respecto a su abuelo, sintiéndose pequeño e indefenso ante él—. ¡¿Crees que-... que importa ahora?! ¡Ese no es el punto! N-ninguno de nosotros hubiese imaginado que-... que las cosas resultarían así. En cuanto a Sam... ¡yo le pedí que-... que mintiera!; ¡yo hice todo esto!
Cuando hubo sacado todo aquello de su pecho, su abuelo lo contemplaba de refilón, con las cejas en alto, poco impresionado.
—¿Y sientes orgullo por ello? —inquirió tranquilamente.
Jesse respiró hondo para calmarse, avergonzado de gritar.
—Desde luego que no. Pero... si quieres despreciar a alguien, despréciame a mí y deja a Sam en paz. No merece esta penitencia por ofenderte. Hizo lo que hizo por su hermana.
—Hablas como si la estuviese torturando. Aún habrá boda. La boda que yo pagué. Y ella continúa viviendo cómodamente bajo un techo.
Monsieur se giró nuevamente hacia la ventana. Dar la vista de su espalda a otros era su forma de zanjar un argumento. Pero Jesse no tenía planeado permitírselo igual que siempre. Igual que antes.
Fue hasta la ventana y se detuvo junto a él. Monsieur no tuvo opción sino mirarlo cuando él buscó su rostro en el reflejo de la ventana.
—En cambio decidiste darle donde más le dolía. Pero en el proceso estás lastimando a otra persona. A alguien... que no te ha hecho nada. —Moderó su tono. Hubiese querido sonar conciliador, pero en cambio sonó suplicante—. Déjala... que vea a Madame.
Monsieur se mantuvo inexorable.
—Madame no quiere verla.
—Por favor —masculló Jesse—. Está destrozada. Si no es por Sam o por mí... hazlo por tu esposa. Ya perdió a una hija; no le quites a otra.
—No voy a discutir eso contigo. Solo concierne a los dos.
—¿Lo hace? ¿Y... qué opina ella al respecto de todo esto? —El silencio y la expresión severa de Monsieur fueron suficientes para contradecir aquello—. ¿Se lo has... preguntado a ella siquiera?
—No tengo que hacerlo —sentenció.
—Sí tienes que hacerlo. —Había empezado con seguridad, pero la mirada glaciar de su abuelo le quitó toda firmeza a sus palabras—. No puedes solo... decidir por todos a tu alrededor. Las personas... n-no son t-tus marionetas.
—Claramente no lo son. Las marionetas obedecen a sus marionetistas.
Jesse se mordió con fuerza los labios. Monsieur se dio la vuelta, pero incluso a través de un reflejo en el cristal, la mirada de su abuelo se estaba metiendo por sus poros, hasta lo más profundo de sus nervios.
—A diferencia... de las personas —farfulló—. ¿Por qué será?
Guillaume viró del todo hacia él. Jesse retrocedió por reflejo, pero no se permitió hacerlo más que un paso. No obstante, tuvo dificultades a la hora de regular su respiración, cuando sus latidos se desbocaron en su pecho.
No consiguió sostenerle la mirada a Monsieur. Esta se desviaba por voluntad propia al bastón de su abuelo, el que había pasado de sostener a atenazar dentro de su mano vuelta en una garra, tan apretada que sus nudillos palidecían y retemblaban de rabia, aunque su rostro permanecía inescrutable.
—¿Cuándo te volviste tan insolente? Solías tener modales. Y sabías quedarte callado cuando te reprendía.
Sus ojos finalmente pararon en los de su abuelo, recriminadores.
—Eso fue... c-cuando era un niño.
—¿Y qué eres ahora? ¿Eres un hombre ahora, Jesse? —Interpeló su abuelo, y avanzó el paso que él había retrocedido hasta apostarse sobre él, proyectando una sombra— Pero ¿lo eres, en verdad?
No hubiese querido permitir que esas palabras se hincasen tan hondo en su orgullo; probablemente no lo hubiesen hecho, viniendo de cualquier otra persona, pero lo hicieron. Y toda su confianza se vino abajo, como una casa de naipes, frágil ante el menor soplo de viento.
No tuvo cómo responder a ello. Su disposición, antes altiva, se desvaneció y bajó los ojos al suelo, amedrentado por los de Monsieur. No tuvo que retroceder otro tramo para dejarle saber que había ganado una vez más.
—Ya oí suficiente de esto. —Guillaume abandonó su lugar y volvió a alejarse, ahora en dirección a la puerta—. Termina de cenar. Luk te llevará de regreso a tu cuarto.
El momento en que la puerta se cerró de un golpe que casi hizo vibrar las paredes, Jesse volvió a la mesa con piernas débiles y se desplomó en su asiento con un respiro.
La puerta volvió a abrirse segundos más tardes. Luk cerró tras de sí con cuidado y avanzó hasta sentarse a la mesa donde antes ocupara sitio Monsieur De Larivière.
Extendió la mano hasta tomar la copa intacta de Jesse y le dio un sorbo. Se la ofreció, y este declinó con un meneo de cabeza.
Entonces, Luk se acomodó en su asiento, como si se preparase para quedarse allí por todo el tiempo en que tuviera que aguardarlo, y mantuvo un respetuoso silencio por todo el tiempo en que Jesse permaneció sumido en el suyo.
***
No extrañaba la cara agria del casero y menos tenía deseos de intentar razonar con él, pero Charis prefirió tomarlo simplemente como otro obstáculo en esa tarde llena de traspiés y metidas de pata.
Afianzó la pequeña caja blanca de cartón en su mano y se acercaron juntos al mesón de recepción, detrás del cual, el anciano bebía café y leía un periódico.
—¿Qué hacen ustedes aquí?
—Necesitamos la llave del apartamento de Jesse Torrance.
El anciano la contempló malhumorado, pero algo cambió en su expresión al reconocerla.
—Usted es su novia.
Charis casi dio un salto en su lugar. Daniel se tensó visiblemente a su lado. Ella no quiso mirarlo, pero percibió que él apartaba el rostro para evadirla por si acaso lo hacía. Hubo una pausa incómoda.
—¿Tiene la llave o no?
—Se habrá olvidado de algo otra vez. Excusa vieja —suspiró el anciano y les dio lo que pedían—... En fin, ya no va a ser más un problema. Aquí tiene. Háganlo rápido. No es que tenga a gente haciendo fila...
Ambos se observaron con discreción.
Charis hubiese querido indagar, pero se hacía tarde, y si ya era vergonzoso llegar un día tarde, más lo sería despertarlo cuando probablemente estaba cansado, y con justa razón, deprimido.
***
https://youtu.be/zPndtvek_Jo
—Recuerdo esa tarde despreciable.
—... ¿Qué tarde?
—Cuando me asignaron para ser tu guardia personal.
Jesse rodó los ojos. Luk se abanicó con las hojas de partituras del piano, echado con los brazos abiertos sobre la cubierta de las teclas como si fuese la mesa de un bar.
Procuró ignorarlo y concentrarse en la vista por fuera de la ventana.
—La idea de trabajar para Monsieur me parecía aterradora. Y había oído historias, desde luego. Cómo el último subordinado de más confianza de Monsieur se había escapado con su hija... Y a él aún le quedaba otra.
—Luk... —Jesse hizo un respingo—. Por favor...
—Lo que quiero decir es... él tenía todo para creer que la historia podría repetirse, y aun así estaba confiando en mí. Por mi parte estaba tranquilo. Después de todo, hasta donde yo sabía, Monsieur solo tenía hijas —se reservó una pequeña risa—. Y entonces supe la verdad. No trabajaría para el Monsieur De Larivière que yo creía, sino para el otro, dos generaciones más abajo. Entré en pánico —admitió Luk Corbin—. Y entonces te vi. Un chiquillo escuálido de catorce años...
Luk se levantó, bajó la tapa del piano y cuando salió del asiento se apoyó contra las teclas. Jesse le fijó la mirada.
—Lo recuerdo como si hubiera sido ayer.
—¿Te importaría sacar el trasero de encima del piano de mi madre? —Pero él no hizo caso—. ¿Para qué me cuentas esto? Estuve ahí. No me causó mucha más alegría que a ti; créeme.
—A lo que quiero llegar es... que estás viejo, Jesse.
—Hm...
—Y como no hagas algo respecto a esa expresión que tienes últimamente, vas en vías de convertirte en tu abuelo.
—Ni siquiera lo digas...
—Especialmente como sigas mirando al horizonte por la ventana, fingiendo que meditas sobre algo importante.
Jesse dio un cuarto de vuelta y se alejó de allí por reflejo. Lo último que quería era acabar pareciéndose a su abuelo; la persona a la que menos deseaba parecerse en todo el mundo.
—Y, si no mal recuerdo, se aproxima tu cumpleaños. ¿No?
Jesse trasladó los dedos por las raíces de su cabello, y por toda su cabeza hasta la nuca. Después, exhaló un profundo respiro y se alejó del todo del cristal para ir a sentarse frente al piano. Luk se alejó y le levantó la tapa. Jesse tocó un par de teclas, preludiando una tonada sencilla que cortó a la mitad.
—No estoy precisamente de humor para celebrar.
—Lo que quiero decir... es que han sido diez largos años —dijo Luk, de manera tentativa—. Estoy seguro de que Monsieur... consideraría lo justo hacerte un regalo.
Jesse lo contempló por sobre el hombro unos instantes y sus ojos se dilataron al comprender lo que sugería.
—No soy tan iluso como eso. Él... no lo permitiría.
—Tal vez él no. Pero Madame... podría tener algo que decir al respecto.
—Ni siquiera ha podido decir nada al respecto sobre el hecho de que Monsieur haya prohibido la entrada aquí a Sam. Como si no fuera la casa de ambos...
—¿Estás seguro de que se trata de eso? —rebatió Luk—. Si Mademoiselle ha optado por mantener la distancia, es porque ella jamás desafiaría a Monsieur. Y Madame, al contrario de su esposo, no es alguien adepta a ir contra las decisiones de la gente. Pero su apoyo es incondicional. En especial tratándose de ti. Y Monsieur puede ser todo lo que quieras, pero Madame... Bueno, ella supone una excepción para casi todas sus reglas. Es... incluso un poco romántico, si lo piensas.
Jesse sacudió la cabeza, con dificultades a la hora de seguir el hilo.
—Aunque lo hiciera... ¿qué cambiaría?
—No cambiaría nada —afirmó Luk. Y entonces, adoptó una posición más reservada—. Nada... que no quieras que cambie.
***
—¿Tienes el encendedor? —masculló Charis, una vez se hallaron justo fuera de su puerta.
Daniel lo tomó de su bolsillo y lo preparó en su mano mientras que Charis abría la puerta con una y sostenía en la otra la caja que Daniel batallaba por abrir a su vez.
Ese momento de risas discretas y nerviosas, como dos niños en una travesura, le hizo remontarse a cuando eran los dos adolescentes, y se sintió un poco más cercana a Daniel, después de meses de resentir la distancia entre ellos.
***
—No comprendo... qué es exactamente lo que esperas que haga...
Luk echó un vistazo hacia la puerta antes de hablar, y cuando lo hizo, bajó la voz al volumen de susurridos:
—Antes que todo, habla con Madame. Ella hará el resto. No pierdes nada intentándolo, pero si Monsieur accediese... tendrías una oportunidad.
***
—Espero por tu bien que esté tan delicioso que valga la pena habernos olvidado de su cumpleaños.
—Shhh —la acalló Daniel—. Lo estará. ¿Lista?
—Lista.
La puerta cedió y se abrió al mismo tiempo que la caja, y la pequeña llama sobre la mecha de la vela incrustada en el minúsculo pastel de chocolate, brilló justo al tiempo en que ambos exclamaron, al unísono:
—¡Sorpresa!
Y la luz ambarina y tenue de la vela iluminó muy escasamente la estancia en penumbras. Pero fue suficiente para revelarles lo que había dentro.
***
—Tienes una sola oportunidad, Jesse. De hacer las cosas bien.
***
https://youtu.be/wOBYtPThI8o
Dentro, el silencio zumbaba en la estancia fría y oscura. Por fuera, en la calle, podía oírse lejano el paso de algún automóvil solitario por la calle desierta.
—No lo entiendo —masculló Charis—. No entiendo nada...
Frente a ella, dentro de la caja semiabierta, la vela ya se había consumido por completo y toda la cera se hallaba derramada y entremezclada con el glaseado que cubría el pastel de chocolate sin tocar sobre la mesa de centro, uno de los pocos muebles restantes. Era quizá demasiado pesada para ser transportada fácilmente, o tal vez pertenecía al mobiliario original del piso. ¿Jesse habría vendido todo lo demás o se lo habría llevado con él? ¿Cómo... y a dónde?
Lo primero que creyeron al entrar y encontrarse con el paisaje desolado dentro, fue que no habían entrado al apartamento correcto. Corroboraron el número y las llaves, pero no podían estar equivocados ambos.
El mobiliario que quedaba allí todavía eran el mismos que conocían, aunque había sido desnudado y vaciados por completo, y el viejo piso tenía impresos con el tiempo la marca de los puntos de apoyo o arrimo de los muebles que se habían ido, junto con colchas de la cama, de la que solo quedaba un antiguo somier, y todo el contenido de las gavetas de la cocina, junto con los ya de por sí escasos utensilios que solía haber allí.
Nadie había vivido allí por tres meses, y parecía que nadie tenía planeado regresar allí por otro largo tiempo más.
—Ha apagado el móvil.
La voz de Daniel sonaba opaca y monótona. Su rostro había pasado de la sorpresa, a la confusión, lentamente por la decepción, y finalmente desembocado en algún sitio en el vacío, donde ya ninguna clase de emoción cruzaba sus rasgos. Estaba pálido y con la mirada perdida y apagada, fija en el móvil donde su dedo afanaba en el botón de llamada una y otra vez, y la cual se cortaba al instante, sin llegar a conectar.
—No tiene caso... —resolvió, y se guardó el móvil en el bolsillo trasero.
Charis se hizo al instante con el suyo y buscó en su agenda de contactos hasta dar con su número. Probó una y otra vez, con iguales resultados.
—El hospital —masculló Charis, y buscó en cambio en su agenda de contactos el número de la única persona que quizá podría saber algo.
Se paseó por la estancia en lo que la llamada conectaba. La persona contactada no tardó demasiado en responder. Nunca lo hacía.
—¡Charis! ¡Ho... Hola! —saludó la voz de Lydia, alegre desde el otro lado—. ¡Ya pensaba que se habrían olvidado de mí! Sólo bromeo, ¡ja! A decir verdad... —Su voz se tornó seria de pronto—. Quería llamarte yo, o a Daniel, tan pronto como lo supe. —Charis percibió la sangre abandonar su rostro, y un frío extraño extenderse por toda su cabeza—. Pero pensé que sería mejor si-...
—¿De... saber qué?... ¿De qué hablas?
Una pausa larga y tensa. Lydia titubeó.
—¿Qué?... ¿Él no... se los dijo?
Ella tragó saliva y se preparó para oírlo, aunque todo en su interior le gritase que no quería, que colgase el teléfono, que estaba mejor sin saberlo.
—... ¿Qué sucedió?
—Jesse estuvo aquí hace una semana. Vino a presentar su renuncia formal.
El frío en su cabeza se transformó en un hielo mortal, el cual amenazó con congelar e inhabilitar todas las funciones de su cerebro. La primera, el correcto funcionamiento de su corazón, el cual ahora latía frenético, y aun así demasiado débil.
—Renuncia... formal —repitió.
—Así es. Ya no trabaja más en el hospital Saint John. Incluso vació todo su casillero, aunque creo que se dejó algo dentro. Yo pensé... que ya lo sabían. Pensé que se habían ido los tres de viaje por eso. Para despedirse. Y por eso no quise llamar antes. Yo creí-...
—¿Por qué motivo renunció? —No reconoció el sonido descolorido de su propia voz.
—Estoy igual que tú. No le dijo nada al director Garner; solo que abandonaba Sansnom por motivos personales. Imagino que habrá tenido que ver con lo que pasó. Pero pobrecillo... Aún después de todo lo que se dijo de él, No tendría que haber tomado medidas tan-...
—Gracias, Lydia. Es todo.
—¡Espera, Charis...!
Cortó la llamada antes siquiera de oírla. No necesitaba hacerlo; ya todo estaba muy claro.
Daniel fue en su encuentro y la impelió a sentarse apenas percibir el cambio en su expresión. Había estado atento durante toda la llamada.
—Charis... ¿qué ha pasado?
Tuvo que armarse de valor mediante un hondo aliento para poder pronunciar sus siguientes palabras sin romperse.
—¿No es obvio? —siseó, con el pecho pesado—. Jesse se fue.
***
—¿Se los dirás?
Jesse continuó mirando por la ventana hacia el cielo colmado de nubarrones afuera, como un manto gris desplegado sobre el jardín, de un verde opaco y descolorido. Si Sansnom había llegado a parecerle alguna vez una ciudad gris, era quizá porque había pasado demasiado tiempo lejos de su ciudad natal. El suficiente como para olvidar cuán oscura podía llegar a tornarse cuando las nubes entristecían los cielos.
Se alejó de la ventana, y el encandilamiento provocó que las figuras de las personas en el salón no fuesen sino siluetas poco claras en la oscuridad, como si conformasen parte del mobiliario.
—No tienen para qué saberlo —contestó al fin, y sintió de manera automática las palabras y el significado implícito de las mismas agriar el gusto en su boca.
—Perseguir el sueño de tu madre... ya una vez te costó todo. —Monsieur acarició la empuñadura de su bastón. Arrojó un vistazo a Janvier, y este, a su vez, disparó a través de la penumbra, sus ojos de halcón a Jesse, llenos de advertencia—. Espero que lo tengas en consideración, en caso de que tengas otras ideas.
Un escalofrío lo recorrió por completo.
El rostro de Charis palpitó de manera fugaz en sus recuerdos y refrenó el impulso de sacudir la cabeza en el intento de aplacar las imágenes que sabía que las implicancias de su abuelo recrearían allí, pues Monsieur Larivière no tenía que decir una palabra más para dejarle muy en claro a qué se refería con ello.
Todo en su interior sufrió un espasmo doloroso, desde su tripa a su corazón, y finalmente las paredes de su garganta, con el grito de rabia que contuvo en el fondo de su pecho sin dejar salir.
Estaba seguro de que su prolongado silencio ya le había dicho a su abuelo todo lo que necesitaba saber.
—No tienes para qué ser tan drástico...
—No me obligues a serlo.
—Volveré al final del plazo. —Le sorprendió su propio tono. En el pasado no se hubiese atrevido siquiera a imaginar levantar la voz ante Monsieur—; no necesitas consternarte con eso.
Aquel, desde luego, no se dejó amedrentar; pero el desapruebo y la posterior amenaza en su rostro perplejo fue evidente.
Monsieur pareció accesible por primera vez en mucho tiempo.
—Lo consideraré tu palabra.
—No es como si tuviera otra opción. Confórmate con ello. No tengo razones para mentirte.
—Una semana, entonces.
Él asintió y volvió la vista a la ventana. Pero aunque sus ojos estaban puestos allí, la imagen frente a ellos era muy distinta. Le devolvieron meses atrás, a un pasillo oscuro, y una mata de cabello rojo que no vio venir de ninguna parte.
Si tan solo ella se hubiese mantenido lejos... Si no hubiese visto jamás nada en él que le hiciera darle una segunda oportunidad. ¿Y si nunca se hubiesen chocado en el pasillo del subsuelo del Saint John?
Estaba listo para declinar esa misma tarde la propuesta de Daniel de conocer a aquella amiga de la que tanto hablaba; aún si eso implicaba herir sus sentimientos. «¿Para qué? ». Una pérdida de tiempo para todos. Daniel había luchado por meses para acercarse, y él, siendo un estúpido, había roto su propia promesa de no permitir a nadie la entrada en su vida mientras permaneciese recluido y en el anonimato, en el pueblo de Sansnom. De ese modo, ninguna otra persona sufriría las posibles consecuencias de involucrarse con él si todo se torcía... ni él volvería a perder a nadie más.
La amistad de Daniel ya era un límite quebrantado; pero al menos nadie sabía su nombre ni tenía forma de saber de qué manera estaban relacionados. En especial ahora, cuando Daniel probablemente no querría volver a saber nunca más nada de él.
Pero Charis...
¿De qué modo se habían invertido así las cosas? Cuando pensaba que la amistad de Daniel era incondicional, aun cuando todo el resto del mundo ignoraba su existencia, y que Charis sería la primera con una piedra en la mano a la hora de la verdad... del modo más insospechado había perdido a su mejor amigo. Y había sido ella la única en quedarse a su lado, lista para enfrentarse a quien fuera, incluso cuando todos los demás, incluido Daniel, le habían vuelto la espalda.
Y por ello, sería la primera perjudicada si él cometía el menor desliz.
Si nunca se hubiesen chocado en el pasillo junto a la morgue... hubiesen continuado siendo extraños el uno para el otro.
—Una semana, Jesse —repitió su abuelo.
—Una semana es suficiente. Al fin y al cabo... —Volvió a su posición anterior junto a la ventana y puso la vista otra vez en el cielo—. Todo cuanto quiero... es despedirme.
***
https://youtu.be/mKePlv2AHnI
—Entiende... que debió ser difícil. Lo hubiese sido también para nosotros; pienso que-... que solo consideró eso.
—¿Y consideró esto? —farfulló Charis. Se le escapó a medio camino de un sollozo— ¿Lo difícil que sería cuando nos enterásemos, y de esta manera? ¡¿El tener que vivir con la idea de que se fue otra vez sin explicarse ni decirnos nada?! Tuvo la oportunidad de despedirse de nosotros, y no lo hizo... ¡Como si no le importásemos en lo absoluto! —Se liberó de las manos de Daniel de un tirón más brusco de lo que le hubiese gustado— ¡¿Cómo ha podido hacernos esto?!
Daniel retrocedió hasta quedar de pie frente a ella, mirando al mismo punto en el suelo.
Le concedió todo el tiempo necesario, hasta que lentamente se rindió, al comprender que ni todo el del mundo bastaría.
—Estaré esperándote abajo.
—No hace falta...
—No digas tonterías. No puedes quedarte aquí.
—Ve a casa, Daniel —espetó—. No te preocupes por mí...
Daniel dudó antes de obedecer, pero finalmente, lo hizo y se marchó del apartamento cerrando con cuidado, dejándola allí.
Pensó que se largaría a llorar en cuanto estuviese sola, pero encontró, sólo después de que Daniel se fuera, cuando abatió el rostro entre sus manos, que no le quedaban fuerzas ni siquiera para ello, y sólo pudo respirar arduamente una vez, y vaciar todo el contenido de su pecho en un respiro que se llevó todas sus fuerzas para volver a levantarse del sillón.
Por más que intentó no pensar en nada para dar algo de descanso a su mente agitada, un vago recuerdo se deslizó en sus pensamientos en la forma de la última voz que quería oír en ese momento.
«Siempre... pienso en volver allí algún día».
—Felicidades, Jesse —masculló entre dientes—. Lo hiciste.
Y después, otro recuerdo, mucho más reciente.
«A veces... incluso olvido cerrarlo».
«Aunque creo que se dejó algo dentro».
—El casillero —jadeó Charis, al entenderlo. Era una pista.
Se levantó de un salto, apurada por ir tras la misma. Pero ¿de qué serviría ahora que él se había ido? Nada que pudiera traerle de vuelta, eso seguro, pero no le importó a la hora de salir corriendo del apartamento y salvar todos los tramos de escaleras abajo a la carrera.
No estaba segura de dónde tomar el autobús en ese sector, y le aterraba pararse en la oscuridad a esperar.
No obstante, al salir, se encontró con lo último que se hubiese esperado. Junto a su auto todavía estacionado, Daniel la aguardaba.
Este le dedicó una sonrisa adolorida. Charis respondió con un respiro y un retortijón de tripas.
—Vamos al hospital, por favor.
Los ojos de Daniel se abrieron de par en par.
—¿Por qué?
—Hay algo que quiero averiguar.
***
—¡¿Qué pasó?! —Luk lo sostuvo por los hombros. Jesse se lo agradeció, pues sentía que se caería si no se sujetaba pronto de algo.
Janvier, y el resto de los hombres de su abuelo aguardaban a una distancia segura, cerca de los vehículos que los llevarían a todos de regreso, de una vez por todas, a la casa de Monsieur.
El viaje fue silencioso; no podían arriesgarse a que nadie oyese lo que habían estado planeando, aún si nunca había llegado a concretarse.
No fue hasta después del aterrizaje, habiendo descendido del Dassault Falcon 900B de color negro, propiedad de Monsieur, que tuvieron un minuto para hablar en privado, aprovechando el bramido de las turbinas.
—No pude...
—¡Por qué!
—Soy un cobarde... Por eso.
—Maldición, Jesse... ¡Maldición! Sólo tenías que-...
—¡No puedo, Luk-...! —jadeó, casi sin voz—. No así; no de nuevo...
Aquel le dio una sacudida disimulada y luego se llevó los dedos a las raíces, bufando con frustración. Janvier estuvo a punto de acercarse, pero Luk le indicó con una seña que todo estaba bien.
—Sólo está mareado —les dijo en voz alta, y después se volvió de regreso hacia Jesse y siseó, tan bajo como pudo—: maldición, sólo tenías una oportunidad... Lo tenía todo listo, y tú tenías la vía libre. Sólo tenías que tomar a la chica e irte lejos.
—No se trata solo de ella...
Luk lo examinó sin comprender.
Daniel. Daniel se quedaría atrás. Y sus abuelos, Erika y los padres de ambos.
Y Beth, y los hermanos de Charis, su padre, e incluso sus sobrinos y Marla.
Y Sam. Y Madame. Pues Monsieur De Larivière ya no era su única preocupación.
Por lo demás, ¿hubiese sido justo arrancar a Charis de la vida apacible que tenía en Sansnom para llevarla a un destino incierto? A correr eternamente con él. Solo por haber cometido el error de intentar protegerlo...
—¡¿Por qué, Jesse?! —insistió Luk.
Repitió en voz alta las mismas palabras que no habían cesado de dar vueltas por su cabeza:
—Porque una vez ya lo perdí todo... persiguiendo el sueño de mi madre.
***
https://youtu.be/NSPE2ZcSS1A
Charis y Daniel.
Lamento que haya tenido que ser de este modo; sabía que de otra manera no hubiera habido forma en que me hubiesen dejado marchar. En gran parte porque yo me hubiese dejado convencer muy fácilmente, y eso sólo hubiese hecho mucho más difíciles las cosas.
Para este momento, lo más seguro es que ya esté en Canadá, con mi familia. Estaré bien, así que no se preocupen por mí.
Aquí están las llaves de la casa de campo. Pueden ir allí siempre que lo deseen. Disfrútenlo por mí, por favor. En cuanto a mí, me llevo conmigo el recuerdo de la última vez que estuvimos allí todos juntos. No hubiese podido desear otra cosa mejor como despedida; solo hubiese querido tener al menos el valor de dejarles saber a ambos que era un adiós.
De corazón, gracias por todo. Por estar allí para mí, y por haber sido unos amigos sensacionales. Y perdón por todas las dificultades que causé.
Adiós, y un abrazo.
Jesse.
Tras terminar de leer la nota, Daniel la dobló cuidadosamente. Charis agradeció que fuese él quien la tuviera. Ella la hubiese arrugado y luego despedazado.
Se apartó del casillero abierto que ya no pertenecía a Jesse y se dejó caer pesadamente en el sofá del área de descanso del hospital Saint John, con la caja todavía abierta en las manos del CD de «Pesadilla Antes de Navidad», en donde Jesse les había dejado la nota.
Así como hubiera hecho con aquella, contuvo los deseos de tomar el CD y partirlo a la mitad con todas sus fuerzas.
Después de su collar con la flor de Lis, y la fotografía de su madre, esa estúpida película había sido por largo tiempo también una de sus posesiones más preciadas.
Daniel se hallaba mudo. Permaneció así por largo rato, con la carta doblada en una mano y la otra todavía puesta en la puerta del casillero.
Tras algunos minutos de silencio sepulcral, cerró el mismo suavemente y le echó el candado, quedándose con la carta y con la llave de Ophelie's.
—Ha tomado su decisión —dijo, con la voz mellada por alguna emoción que contenía en la garganta, y que la hizo sonar constreñida y grave—. No hay nada que hacer, Charis.
Ella no respondió. Cerró la caja de la película y la puso sobre sus piernas, dejando la mano sobre la cubierta.
Apenas escuchó a Daniel; sus oídos zumbaban de modo insoportable, y una sensación horriblemente helada quemaba en su rostro y en su cabeza.
No tenía fuerza en las piernas para levantarse e irse a casa, como lo deseaba con todas sus fuerzas. Apenas las tuvo para mantener los ojos abiertos hasta que le ardieron, a sabiendas que si pestañeaba, las lágrimas agolpadas en sus ojos se le escaparían sin remedio.
—Vamos. Te llevaré a casa.
Se sorprendió a sí misma cuán dócilmente se dejó levantar por Daniel y guiar fuera del hospital, hacia el auto.
No miró el camino ni por un instante. Su vista estaba puesta en la carátula de la película.
—¿Quieres guardar tú la llave, o...?
—Quédatela.
—Y la carta...
—Haz lo que quieras con ella.
Se apresuró a abrir la puerta del auto apenas percibió que había cesado de moverse, y se encontró en el estacionamiento desierto de su edificio, mirando hacia el cielo negro sobre Sansnom, preguntándose si llovería esa noche.
Era tarde, pero al menos no trabajaba el día siguiente. Noah le había concedido un día extra para descansar del viaje, a pesar de que ella se había negado, y ahora lo agradecía con toda su alma.
Daniel se separó de ella sin decir nada más. Pero Charis lo detuvo antes de irse cada uno por su respectivo camino.
—Dan.
Este se dio la vuelta.
—¿Sí?
—¿Aún... tienes tu viejo DVD?
—Sí.
—Préstamelo. Quisiera... ver una película.
Daniel asintió. Sin embargo, dudó antes de ir a su piso a buscarlo.
—¿Quieres... que te acompañe?
Ella lo consideró. Y finalmente, negó.
—No...
***
https://youtu.be/c9xy6HQH6VU
Nueve de Junio.
Regresar a casa cada noche y poner «Pesadilla Antes de Navidad» en el viejo DVD que Daniel nunca le pidió de regreso se había vuelto una costumbre.
No siempre se sentaba a verla, a veces solo la ponía para tener algo de ruido en su solitario apartamento, mientras limpiaba, cocinaba o regaba sus cactus.
Aún así, se había aprendido todas las canciones. Las cantaba a veces, cuando salían, o las tarareaba sin darse cuenta durante su día, en especial su favorita, la melancólica canción de la muñeca triste.
Intentó que sus sobrinas la vieran, semanas atrás, cuando vinieron de visita, pero no pareció gustarles, y acabó viéndola con Marla, a quién no le importó acompañarla hasta el final y comentó que era algo tétrica, pero que al menos era divertida.
—No sabía que te gustaban las caricaturas —le dijo aquella durante la noche, mientras secaban y guardaban los platos en que habían comido pizza hacía un rato.
Las niñas yacían dormidas alrededor del sillón, en sacos de dormir. Charis ocuparía el sillón, y Marla se acomodaría con Jordan en su cama.
—Las odio —respondió Charis—. Esa película era la favorita de...
Se calló abruptamente. Llevaba tres meses sin pronunciar su nombre, a pesar de que pensaba en él a diario.
—Entiendo —musitó Marla.
—No veo por qué. Tienes razón, es tétrica y estúpida.
—Nunca dije que fuera estúpida. Solo me parece curioso.
—¿El qué?
—Halloween, Navidad —masculló Marla—... Son la clase de cosas que uno disfruta mucho cuando es un niño, pero que al crecer ya no son tan divertidas. A menos...
Charis la contempló con atención. Parecía querer llegar a algo.
—¿A menos...?
—Un adulto obsesionado con una película sobre esos temas... me hace pensar en alguien que quizá no tuvo nunca la oportunidad de vivir esas cosas por sí mismo.
Cesó de golpe de pasar el paño sobre el plato húmedo, y se quedó quieta, mirando a Marla. Esta suspiró.
—Un niño pequeño privado de las cosas que le suelen gustar a los niños, con una película como su única referencia —añadió, echando un vistazo a sus hijas dormidas—... Es algo triste. Tu amigo debió tener una infancia solitaria.
Charis enmudeció ante esa idea. Nunca lo hubiese visto de ese modo. Y de pronto tenía tanto sentido. Aquello no hizo sino acrecentar ese peso en su pecho, y azuzar el sentimiento al que no había podido renunciar, por más que quisiera permanecer enojada y herida. El sentimiento que pulsaba oculto en algún lugar de su cabeza, y de su corazón, de que las cosas no eran lo que aparentaban. De que había algo más, oculto en todo ello, que no estaba viendo, o que no quería mirar. Algo que estaba fuera de lugar. Que no encajaba.
Tras terminar de guardar todo y acostarse, Charis accedió al ofrecimiento de Marla, de dormir en la cama con ella y Jordan.
Con el pequeño niño en medio, y una de cada lado, contemplándole dormir mientras conversaban en voz baja, Charis se quedó callada de pronto.
Marla ya estaba al tanto de una parte; de la que podía enterarse; y le permitió ese momento de silencio.
—Sé que piensas que no le importó irse sin despedirse ni explicar nada —dijo aquella de pronto—. Pero yo creo que se trata de lo contrario.
Charis levantó los ojos. El rostro delicado de Marla le sonrió en la oscuridad.
—No guardes rencor en tu corazón. Yo no lo guardo a tu hermano, a pesar de todo.
—Deberías. Estás en tu derecho.
Marla negó, y acarició a su pequeño hijo en el rostro.
—Cada persona es una historia que no conocemos. No conozco la de su amigo, pero si su vida es tan complicada como me imagino, según lo que me has contado, dudo que haya decidido sacarlos a Daniel y a ti porque no los aprecie. Más bien... pienso que decidió alejarse precisamente porque los aprecia demasiado como para involucrarlos.
—Nunca nos hubiésemos alejado de él por eso.
—Y estoy segura de que lo sabe. Y es el motivo de que decidiera alejarse él.
Charis exhaló, y la almohada bajo su rostro se sintió caliente contra su mejilla. En el fondo lo sabía. Pero había decidido pasar meses intentando convencerse de otra cosa, porque en el fondo había creído que sería más fácil olvidarse de Jesse si le guardaba rencor y aprendía a odiarlo. Quizá era el modo en que le había resultado más fácil a Daniel, y eso explicaba muchas cosas.
Pero al final del día, ninguno de los dos había podido. Así como estaba segura de que Jesse seguramente aún pensaba en ellos. Cada día, igual que ella, preguntándose si las cosas podrían haber sido de otro modo.
—He sido tan estúpida... —Se le escapó un sollozo, y el segundo lo contuvo contra su palma.
Marla pasó de acariciar el rostro de Jordan, a acariciar el suyo.
—Desahógate, cariño. No lo has hecho en todo este tiempo, ¿verdad? Ven...
La impelió a salir de la cama y las dos abandonaron la habitación y salieron del piso al pasillo exterior del edificio. Era de madrugada y estaba desierto, por lo que a Charis no le importó llorar, aún si tuvo que medir el volumen de su voz para no alertar a nadie.
https://youtu.be/3y3ZoakWs7o
Marla la sostuvo todo el tiempo contra su pecho.
—No sé qué hacer...
—¿No tienes forma de contactarlo?
Charis se mordió los labios. Había una: Sam. Pero la detenían los mismos motivos de siempre. ¿Y si ella también había bloqueado su número, a petición de Jesse?
—Aún si la tuviera... ¿qué se supone que le dijera?
—Puedes gritarle que es un idiota, llorar y decirle hasta de lo que se va a morir... Y luego pueden hablar tranquilamente.
—Para qué. No va a regresar.
—No es ese el punto, cariño. No le vas a pedir que regrese; solo tienen que hablar. Quizá escucharlo y que te escuche bastará para darte algo de paz. Aunque sea solo una vez.
El sonido de los grillos ocultos en los arbustos que enmarcaban el aparcamiento debajo, acompañó al silencio cuando logró contener las lágrimas y consideró esa idea escalofriante.
—Eso es lo que temo. No quiero que sea una vez... Cada vez que se ha ido, y luego desaparecido otra vez, ha resultado más y más doloroso y difícil. No estoy segura de poder soportar una tercera... —Marla volvió a sostenerla fuerte en cuanto percibió que ella volvía a quebrarse—. No sé qué pasa conmigo... Pasé toda la vida alejándome de las personas que me querían sin dar explicaciones y sin volver a dar señas, y luego regresando como si nada, solo para volver a irme. No sabía el daño que hacía; el que hice a mi padre, a Beth y a Daniel... Puede que incluso haya hecho daño a Mason yéndome cuando Noah y mi padre le dieron la espalda, y eso haya contribuido al modo en que es ahora... ¡No sabía cuánto lastimaba a quienes me apreciaban hasta...! —Exhaló tan hondo que el pecho le dolió, y la ropa de Marla, ya empapada de lágrimas, se sintió caliente contra su rostro—. Hasta que me lo hicieron a mí. —Se rio con un soplido—. El karma es en verdad una perra.
Percibió el pecho de Marla sacudirse cuando esta se rio.
—Querida, no estás pagando ninguna penitencia. Las cosas que hacemos a veces regresan a nosotros, y no son castigos. —Marla le elevó el rostro por el mentón. Se avergonzó de mirarla con el rostro hinchado y lloroso, y más del sonido que hizo su nariz cuando sorbió ruidosamente. Pero Marla mantuvo su expresión cariñosa—. Sin embargo.... pueden ser lecciones.
Con sus pulgares tiernos le limpió los ojos al tiempo en que Charis se limpió la nariz húmeda con el talón de la mano.
Por el rabillo del ojo, vio la sonrisa cálida que se dibujó en el rostro de la mujer que era casi una hermana mayor. Una como la que nunca antes había tenido. Incluso a veces, como una madre en todos los aspectos en los que la propia había fallado.
—Me siento muy tonta... Nunca antes lloré así por alguien.
Marla le rodeó los hombros y la instó a caminar con ella, para entrar en el piso. Charis notó su sonrisa distenderse.
—Quizá... nunca antes te sentiste así por alguien.
La forma en que se detuvo sobre la marcha casi provocó que se tropezase con sus propios pies. Marla no le dijo nada más; sólo sostuvo la puerta abierta para ella, y Charis se internó dentro sin atreverse a mirarla otra vez, temerosa de lo que podría encontrar en su expresión.
***
https://youtu.be/buwfFvVUGpg
Después de dejar a Marla y a los niños en la estación de autobuses, con destino de regreso a la ciudad donde ahora residía con su madre, junto a sus tres pequeños hijos, Charis condujo directamente hacia el mismo restaurante en donde había estado la última vez, en compañía de Jesse Torrance, y allí, se sentó a la misma mesa.
Faltaban dos horas para que Daniel saliera del trabajo, y todavía tenía que hacer una llamada para poner las cosas en marcha. Si todo resultaba bien, tendría que llamar también a Noah y hablar con él. No solo iba a necesitar ausentarse de su trabajo por un tiempo indeterminado, también iba a necesitar un préstamo.
Le había tomado tres días desde que hablara con Marla para hacer una elección, y aunque estaba segura de haber tomado la opción más extremista, también estaba completamente segura de haber hecho la elección correcta.
Por una vez, estaba dispuesta a dejarse guiar por el corazón y no la razón, como creía que había hecho siempre.
Si hubiese hecho eso desde el comienzo, hubiese sido capaz de darse cuenta mucho antes de qué era aquello que no terminaba de tener sentido en toda la situación, y lo cual la tenía tan intranquila. No hubiese dejado pasar meses desde la primera vez que Jesse se fuera, y luego hecho lo mismo la segunda vez.
Para empezar, nunca le hubiese dejado solo esa noche, al volver de la casa de campo. Si se hubiese quedado con él en cuanto había sospechado que actuaba de modo inusual... ¿Hubiera podido hacer alguna diferencia? ¿Le hubiese confiado él finalmente qué era lo que estaba mal? ¿Se hubiese quedado si ella se lo hubiese pedido?
Fuera como fuera, por más que lo pensaba, algo no estaba bien...
¿Por qué motivo habría regresado solo para después irse otra vez? Despedirse no podía ser la única razón si ni siquiera había sido capaz de hacer aquello.
O quizá... marcharse de nuevo nunca había estado en sus planes para empezar. Algo se había torcido al último momento. ¿Por qué se habría deshecho de todas sus cosas a la hora de decidir abandonar la ciudad, si no era para venderlas? ¿Y por qué las vendería si no fuera porque necesitaba el dinero? ¿Para qué, si su familia ya era adinerada? A menos que, lo que fuera que hubiese estado planeando hacer antes de arrepentirse requiriese dinero que no pudiera proporcionarle su familia. Y el motivo para ello no podía ser otro... que el estar actuando a espaldas de la misma.
A espaldas de su temible abuelo, Monsieur De Larivière. Con ello, todo terminó de encajar. Y su decisión de vio reafirmada.
Solo quedaba una interrogante: ¿qué era lo que había cambiado?
Todo lo que tenía claro, era que pronto lo averiguaría. Estuvo diez minutos dudando con el móvil en la mano, en lo que se enfriaba el café que había pedido, hasta tener el valor por fin de marcar.
Entonces, la llamada conectó.
Estuvo esperando por algunos instantes, perdiendo con cada tonada en la línea un poco más las esperanzas, hasta que, con un vuelco de su corazón frenético, la voz suave y gentil le respondió del otro lado.
—¡Charis, preciosa! ¡Qué sorpresa!
Tragó saliva, e inhaló hondo antes de hablar.
—Sam. —Y soltó casi todo el aire en un respiro, reservándose solo el suficiente para poder pronunciar sus siguientes palabras—. Necesito un gran favor...
***
En cuanto abrió la puerta de la oficina de Daniel, se lo encontró de pie junto a su escritorio, alistando las últimas cosas para irse a casa.
Este la observó con los ojos muy abiertos. Debía de adivinar que algo ocurría solo por su forma de entrar en la oficina, y la expresión de su rostro.
—Charis —masculló él.
—Daniel. Voy a hacerte una pregunta. —Ella avanzó por la oficina hasta detenerse del otro lado del escritorio, sin permitirle hablar—. Una simple pregunta. No pienso darte explicaciones, ni te las pediré si tu respuesta es no. Y no importa qué decidas, siempre serás mi mejor amigo. Pero quiero que sepas... que aunque así sea, ni siquiera tú puedes disuadirme pasados este punto.
Daniel se tomó un tiempo antes de hablar. Así como de seguro había sido capaz de adivinar que algo ocurría, ya debía tener una idea de a dónde iba ella con ese preámbulo.
—¿Qué es lo que planeas? —dijo simplemente.
Charis tuvo que armarse de todas sus fuerzas, a sabiendas de todas las preguntas que enfrentaría; de todos los reproches y de la manera en que su carácter y su sanidad mental sería puesta en tela de juicio por parte de él.
Pero, además de eso, consciente de que del resultado de esa conversación podría depender su amistad con Daniel; aún si eso significaba el fin de la misma.
Mas su decisión estaba tomada. Sam estaba de su lado y tenía el apoyo monetario de Noah. Solo faltaba un último detalle.
—Planeo ir a Montreal, Canadá —declaró, ante el asombro de Daniel—. Y asegurarme por mí misma de que Jesse se encuentra bien, y de que regresó junto a su abuelo por decisión propia. De otra manera, si algo lo está reteniendo allá contra su voluntad, si peligra o si está bajo amenaza... sin importar qué, lo traeré conmigo de vuelta. Ahora... mi pregunta para ti, Daniel, es... ¿estás conmigo?
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