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3. Presentaciones Formales

https://youtu.be/jW-qKceHogE

Charis tamborileó nerviosamente con los dedos sobre su rodilla.

La tensión se hallaba tan hincada en la silenciosa sala, ya sumida en la penumbra rojiza de la tarde, que inclusive la enorme sonrisa blanca de Daniel; aquella capaz de iluminar un cuarto lleno de gente triste, no había tenido éxito en disiparla.

Por el momento más breve, se atrevió a levantar la vista del repetitivo son de sus dedos inquietos en su pierna hacia el otro lado de la estancia; pero se arrepintió enseguida, en cuanto la visión al final del trayecto de su mirada le ayudó a convencerse de que no era ninguna pesadilla, y un escalofrío la hizo estremecerse y llevar de nuevo la vista abajo en un rápido parpadeo.

Suspiró con amargura, dolida y traicionada.

Cuando Daniel le sugirió hacer algo distinto ese fin de semana, no es que ella se hubiese esperado algo muy diferente a sus domingos acostumbrados, cuando cenaba con él en su apartamento: música suave, su deliciosa pasta, charla agradable, bromas y risas... Su medicina preferida para paliar el estrés y terminar la semana.

Sin embargo, tras aceptar su propuesta, la última cosa con la que se hubiese imaginado que cerraría aquella en particular, era terminar en la misma habitación, y mirando al pálido, inquietante e inexpresivo rostro de Jesse Torrance.

El chico de los muertos.

https://youtu.be/meCuf3INK7M

Mientras conducía, no podía evitar arrojar miradas a su lado, al asiento del copiloto, en donde Mason viajaba callado, distraído en su ventanilla. Incluso a esa distancia le llegaba el hedor del alcohol que despedía.

—¿No tienes auto?

—Tenía, pero lo vendí. Para alimentar a los niños.

Ella viró de golpe, pero en cuanto el auto dio un ligero desvío volvió la vista al frente, e hizo lo posible por mantener los ojos en la vía:

—... ¿Niños? —Se encontró sonriendo sin percatarse de ello—. ¿Tienes hijos?

—Tres. La grande tiene once. Los otros dos tienen siete y cinco. Los verás dentro de poco, supongo.

—Todavía no me has dicho dónde vives.

—Yo te indicaré.

Charis suspiró. Tenía muchas dudas, pero no quería interrogarlo cuando acababan de reencontrarse. Se desvió a una charla más casual antes de empezar a inferir en aspectos más privados de su vida.

—¿Qué haces actualmente?

—Conduzco un camión repartidor de carne. Por esta calle, dobla a la izquierda en la siguiente intersección.

Llegaron frente a un edificio de dos plantas. Charis arrugó el gesto. Lucía sucio, el ladrillo rojo estaba avejentado, y las ventanas, pequeñas y amarillentas, estaban demasiado juntas unas de otras.

—¿Aquí vives?

—No, solo te estoy dando un tour por la ciudad.

Charis cerró los labios y midió su respiración para mantener el temple. Apagó el motor de su auto y se bajó con él. Su hermano siempre había tenido un carácter difícil, mas no con ella.

Todavía podía recordar los tiempos en que más que un hermano, Mason era su mejor amigo. Siempre estaban juntos, se cuidaban, y lo compartían todo. Aquello se acabó cuando comenzaron los problemas con sus padres y Mason se marchó de casa, a los quince años. A partir de ese momento, Charis no supo más de él.

Lo contempló con discreción por el rabillo de los ojos.

No lo hubiese reconocido de no ser por el cabello color cobre que compartían, y porque Mason era idéntico a su padre. Charis solía creer que era el más guapo de entre ellos. De eso no quedaba nada... El hombre a su lado aparentaba mucho mayor edad; con los brazos anchos y flácidos, curtidos por el sol, la nariz colorada, el rostro surcado y una barriga de chimpancé.

—¿Cuándo regresaste? —Prendió un cigarro mientras caminaban.

—El mes pasado. Rento un apartamento cerca de donde vivíamos antes.

—Parece que te va bien...

Cruzaron un sucio y desordenado patio interior para llegar al edificio, en donde se oía un estridente griterío de niños jugando y corriendo un lado al otro. Charis buscó cabello rojo.

—¿Alguno de ellos es tuyo?

Mason echó un vistazo por los alrededores.

—Deben andar por ahí.

Las escaleras estaban al aire, y subían a la planta superior en forma de zigzag. Estaban tan viejas como el resto del edificio y rechinaban en cada paso. Charis se afianzó firme a las frías barandas oxidadas. Cuando llegaron arriba, anduvieron por un tramo corto antes de detenerse frente a una de las puertas. Tras varios intentos infructuosos, Mason encajó la llave en la cerradura y abrió con un chasquido.

Dentro, el apartamento era diminuto, estaba oscuro y habitaba allí una humedad fría. De pie frente a un viejo lavabo, una mujer delgada, muy baja y de cabello oscuro, corto hasta el mentón y despeinado, cesó de fregar los platos y se detuvo para mirarlos. Sus ojos se detuvieron en Charis por un tiempo más largo.

—Esa es Marla; mi mujer. —Mason la señaló con un gesto.

—¿Quién es, Mason? —preguntó ella, en un hilo de voz.

—Mi hermana. Vino a conocer a los niños.

La mujer elevó el ceño, se sacudió rápidamente las manos mojadas y se aproximó. Charis no pasó por alto la forma en que se arredró al pasar junto a Mason. Ella no dijo nada porque se apareciera a esas horas, evidentemente ebrio, luego de haber pasado la noche fuera, ni él intentó explicarse. Ni siquiera se miraron.

—Mason dijo que su única hermana ya no vivía en la ciudad.

—Regresé hace poco. Mi nombre es Charis —le extendió una mano.

—¡Hola! —La mujer sonrió amable y se la estrechó. La suya estaba helada y húmeda, pero olía agradablemente a jabón—. Es un gusto.

Se acomodó el cabello corto detrás de la oreja y se adecentó la ropa con bochorno. Charis pensó que era muy guapa, aunque su aspecto fuera descuidado. Tenía los labios gruesos, en forma de corazón, y los ojos grandes y almendrados, color chocolate.

—Yo me voy a la cama. Que Jordan no me moleste. —Sin siquiera despedirse, Mason se internó tambaleándose por un pasillo oscuro, y allí desapareció por una puerta junto un baño pequeño de baldosas amarillentas.

Sin poder evitarlo, Charis echó un vistazo por el resto de la casa. Estaba desordenada, y olía a platos sucios.

Marla se apartó para abrir cortinas y ventanas, dejando entrar luz y aire, y luego se desplazó rápidamente al centro de la estancia y recogió un par de juguetes del piso. Charis se apenó de haber sido tan evidente al mirar alrededor, pero aquella parecía más avergonzada que ofendida, y se rió incómoda mientras ordenaba.

—Ojalá Mason me hubiera avisado que venías, hubiese limpiado un poco. ¿Tienes hambre? Tengo pudin de chocolate, yogurt, o... te puedo preparar un sándwich. ¿Te gusta la mortadela?

—Eres muy amable, pero no puedo quedarme mucho tiempo. Solo... quería conocer a la familia de mi hermano.

Marla sonrió con tristeza y dio una cabeceada. Después se giró hacia la puerta, salió al pasillo exterior y gritó a la distancia:

—¡Dina! ¡Kim! ¡Vengan a casa! Han de estar con Hannah, la vecina.

Charis se tensó ansiosa en su lugar.

En eso, sintió algo aferrarse a su pierna, y al bajar la vista encontró a un infante colgado de su pantorrilla. Tenía el cabello negro, como Marla, pero la piel rozagante, como la suya y la de su hermano. Mason había dicho que su hijo menor tenía cinco años, pero el niño a sus pies no podría tener más que cuatro, recién cumplidos.

—Ah, ese es Jordan —dijo Marla—. No lo dejo salir aún, los niños de por aquí son demasiado rudos para jugar.

—¿Puedo cargarlo? —pidió Charis.

—Por supuesto.

Lo primero que notó cuando su cuñada se lo entregó y ella lo sostuvo en sus brazos, fue que estaba demasiado delgado. Tenía la ropa y el rostro sucios, cubiertos de yogurt, y olía un poco a orina. El corazón se le estrujó en el pecho.

—¡Qué tal, Jordan! —lo saludó— ¿Qué edad tienes?

Aquel levantó orgulloso en alto cuatro dedos de su pequeña mano, y Charis corroboró que su hermano estaba equivocado, pues Marla no lo corrigió.

Justo después, entraron por la puerta dos niñas jóvenes.

—¡Ahí están! Esta es Kim —le dijo Marla, señalando a la más pequeña. Tenía el cabello negro también, en dos trenzas altas, y la piel atezada como la de ella. La más grande, sin embargo, era idéntica a Charis. Pelirroja, con algunas pecas claras en el rostro rosado, y los mismos ojos grisáceos. Le pareció estarse viendo a sí misma, de niña y la embargó una extraña emoción—. Y esta es Dina. Tienen ocho y doce.

Charis se desconcertó. Ninguno concordaba con lo que su hermano le había dicho. ¿Mason no sabía la edad de sus propios hijos?

Kim tenía puesto un vestido veraniego a cuadros, pero Dina usaba jeans gastados, una playera ancha y zapatos deportivos. Llevaba el cabello corto y sobre los ojos. A Charis le recordó el modo en que ella solía vestirse a esa edad.

—Gusto en conocerlas —se inclinó hacia ellas con Jordan todavía en los brazos.

—Saluden a su tía Charis, chicas. Es la hermana menor de su padre.

La pequeña se acercó interesada. La mayor, sin embargo, permaneció en su lugar, mirándola con recelo.

—¿La de la fotografía? —Kim señaló la pared.

Charis se fijó en la dirección de su dedo y vio colgada allí una foto de ella, Noah y Mason, cuando estaban pequeños. Le enterneció el que su hermano no solo la guardase aun, sino que la tuviera enmarcada.

—Oh, no lo sé —sonrió a las niñas—. ¿Me parezco?

—¡Sí! —exclamó la pequeña—. ¿Por qué nunca nos visitas?

Charis se tomó un momento, sin saber cómo responder.

—Es que... vivía muy lejos. Pero ahora viviré en la ciudad —Y añadió, algo menos confiada—. ¿Les gustaría... que vuelva a visitarlos?

Kim movió la cabeza de arriba abajo, ensanchando la sonrisa. La mayor, en cambio, le dirigió una mirada de pocos amigos, rodó los ojos, y pasó por su lado sin decirle nada, directo por el mismo pasillo por el que había desaparecido su padre, hacia otro cuarto.

—Dina. Tu tía está aquí —la regañó su madre—. Está hablando contigo, ¿a dónde crees que vas?

—Ya la vi. —Espetó ella, y pegó un portazo a sus espaldas.

https://youtu.be/3y3ZoakWs7o

Marla movió la cabeza y suspiró apenada.

—Hablaré con ella.

Charis negó.

—No. no es su culpa. No puedo simplemente aparecer en su vida y exigirle que me quiera. Tienes unos hijos preciosos, Marla. —Depositó al niño en el suelo y le acarició la cabeza. Al erguirse hizo lo mismo con Kim—. ¿Te molestaría si vengo otro día a verlos?

Marla le dedicó la más maternal de las sonrisas.

—Por supuesto que no, cariño, ven cuando quieras. Solo llámame antes, para poder recibirte en condiciones esta vez. Te daré mi número. —Se apartó y empezó a revolver una gaveta de la cocina.

Charis percibió un suave tacto sobre su brazo.

—¿Quieres ver una película? —le dijo Kim—. Tenemos un DVD. ¿Te gustan las de Barbie?

Charis le acarició ambas mejillas. El más pequeño le depositó en las manos un viejo coche de juguete amarillo, sin ruedas.

—¿Es tuyo? —Él asintió. Charis se lo dio de vuelta y le acomodó el pelo negro detrás de la oreja en una caricia—. ¡Es muy bonito! Lo siento, cielo —dijo a Kim—. Ahora no puedo. Pero vendré otro día, y las veremos juntas. Podemos invitar a tu hermana también, ¿qué dices?

La niña hizo un mohín:

—A ella no le gustan.

—Seguro que podemos convencerla. Traeré palomitas —guiñó—. O papitas fritas, ¿qué prefieres?

—¡Las dos!

—Entonces las dos —rio Charis, conteniendo las lágrimas que sintió punzarle en las esquinas de los ojos.

Fue como si conociera a esos niños de toda la vida; como si los hubiera amado desde el principio. ¿Cómo había podido perderse de eso por tantos años?

Marla regresó con un trozo de papel que le entregó.

—Este es mi número. Y esta es nuestra dirección con señas, por si tienes problemas en volver.

—Te llamaré para que puedas guardar el mío. Lo siento, tengo que irme ahora.

Marla indicó a sus hijos que se despidieran de ella, y Charis besó a ambos en la frente. Dina gritó un escueto «adiós» desde el fondo del pasillo cuando su madre se lo ordenó, pero Charis no pudo molestarse por ello. Tenía fe en ganársela, algún día...

Antes salir por la puerta, dudó un momento. Y entonces, volvió sobre sus pasos, sacó su billetera y le extendió a Marla todo el dinero que llevaba con ella. Esta retrocedió con los ojos muy abiertos, sacudiendo las manos.

—¡Oh, no, por favor!, no nos hace falta nada.

—Lo sé —sonrió Charis, intentando no ofenderla—. Solo quiero compensarlos por no poder quedarme. Cenen algo rico por mí esta noche, ¿de acuerdo?

Los ojos chocolate de Marla se impregnaron de un suave rocío. Tomó el dinero con gesto apenado, y le dedicó una sonrisa sincera.

—Gracias. Ha sido lindo conocerte, Charis. Espero nos visites pronto.

—Lo haré.

Cuando Charis volvió a su auto, estaba aún sumida en una profunda contemplación. El interior todavía olía a licor.

Se cuestionó si había sido un error conocer a sus sobrinos, pues ahora no podía dejar de pensar en ellos, y en el modo precario en que vivían. Antes de poner el automóvil en marcha, arrojó un último vistazo hacia el edificio.

En eso, su móvil vibró a su lado. Tenía un mensaje de Daniel:

«Cenemos juntos mañana en mi piso. Ya compré el pollo, así que no puedes decirme que no, o habrá muerto en vano»

Ella movió la cabeza y le escribió otro en respuesta.

«No queremos deshonrar su memoria. ¿Llevo algo»

«Solo el privilegio de tu presencia»

https://youtu.be/ZIWYkq4nyyw

Se sentía víctima de una broma cruel.

Había pasado la semana con insomnio, víctima de horribles pesadillas cada vez que conseguía conciliar el sueño. Creyó haber sido clara... Por lo que al encontrarse cara a cara otra vez con él protagonista de sus terrores nocturnos en el piso de Daniel, la tarde en que acudió a cenar con él, sin saber lo que este tenía planeado, casi sufrió un desmayo, obra de la impresión.

Y una vez sentados cara a cara en el salón, habiéndose recuperado apenas del susto, tuvo que respirar hondo todo el tiempo para contener el impulso de levantarse y marcharse de allí.

Se atrevió a mirarlo una sola vez, por entre las pestañas. Usaba los mismos lentes y tenía el cabello disparado del mismo modo caótico en que esa tarde; pero como era de suponer, no llevaba el uniforme. Y Charis pudo corroborar con ello su primera impresión de él:

El muchacho era extremadamente delgado.

Se lo pareció aquel día, por debajo de la holgura del uniforme de hospital, pero no hubiera imaginado que lo fuera a ese punto. Sus brazos eran hilos; también sus piernas. Lejos de la oscuridad de aquellos pasillos, una persona tan menuda resultaría inofensiva incluso para ella; pero no después de lo sucedido, y menos ahora que estaba al tanto de cuál era la peculiar labor que desempeñaba en el Hospital Saint John. Por lo demás, su inquietante silencio y la línea inexpresiva de sus labios, sumados a su mirada invisible, le aportaban un semblante tan ajeno e indiferente que casi no lucía como una persona. Charis se encogió con pavor. Era como un fantasma...

Por su parte, él ni siquiera parecía fijarse en ella. Era como si se hubiese empeñado en ignorarla deliberadamente.

Daniel les había dado el tiempo suficiente, con la esperanza de que alguno de los dos tomase la iniciativa y dijera algo, pero viendo que aquello no sucedía, suspiró derrotado en lo que Charis adivinó, sería su caída en cuenta de qué tan hondo había metido la pata.

—Sé que no empezaron precisamente con el pie derecho. —Intentó sonreír, aunque lo hizo de manera culpable—. Pero odiaría que se hicieran una idea equivocada del otro sin haberme dado la oportunidad de presentarlos formalmente.

Charis exhaló. Ya no había escapatoria... La hubiese habido si se hubiese mantenido firme en marcharse de allí en cuanto se percató de la sucia trampa en la que había caído, pero había sido tan tonta como para dejarse convencer por Daniel y quedarse.

El susodicho se levantó del asiento, y los invitó con una seña.

Hubo una pausa tensa en que ninguno de los dos movió un músculo. Finalmente, alentado por una seña que Daniel le hizo y que Charis no alcanzó a ver, fue Jesse el primero en ponerse de pie y acercarse al centro con un par de pasos renuentes.

Después, la mirada suplicante de Daniel se posó sobre Charis, y alargó una mano en su dirección.

—¿Les parece si empezamos de nuevo?

Ella lo fulminó con los ojos. No obstante, sin más remedio, se levantó y la tomó a regañadientes. Daniel puso entonces su otra mano tras la enjuta espalda de Jesse, y, seguidamente, los conminó a acercarse. Charis se resistió por reflejo, sin querer dar un paso más. Pero, ante el gesto contrito de Daniel no le quedó más opción.

Exhaló hondo, y procurando adoptar un gesto menos hostil, avanzó el último trecho y tomó la palabra:

—Mi nombre es Charis Cooper.

Por toda respuesta, «el chico de los muertos» bajó la vista y susurró un escueto:

—Lo sé.

Charis sintió la sangre hervirle en las venas.

No pasó por alto el gesto de reproche que le encasquetó Daniel. Y, acto seguido, aquel añadió en un murmullo:

—Yo... soy Jesse Torrance.

Daniel unió entonces las manos de ambos en el centro, instándolos a un apretón. Charis se estremeció ante la sola idea de volver a tocarlo. Pero, haciendo lo posible por disimular su desagrado, solo para no ser descortés, inhaló un hondo respiro y consintió.

Sufrió escalofríos en cuanto los largos y fríos dedos blancos envolvieron su mano. Todas las imágenes que había conseguido mantener reprimidas en su cabeza los últimos días retornaron de golpe. Le dio un rápido apretón a su palma y retiró la suya de una forma un tanto abrupta, llevándola por inercia a la esquina de su falda, en donde se la limpió discretamente.

—Así está mejor. Olvidemos todo esto y pasemos un rato agradable, ¿sí? —dijo Daniel, satisfecho—. Ahora... vamos a comer.

Charis asintió, vencida. Cuanto antes comieran, antes se acabaría la reunión, y antes podría marcharse y olvidar ese desagradable encuentro. Sin embargo, el tintineo de las llaves del auto de Daniel disparó todas sus alarmas en cuanto le vio hacerse con ellas y encaminarse a la puerta.

—Olvidé comprar algo de beber; regreso en seguida. Tengo el pollo en el horno eléctrico, así que se detendrá solo.

Al unísono, Charis y Jesse se precipitaron para ir tras él. Y al percatarse de lo mismo, frenaron de golpe y se hurtaron las miradas.

Jesse retrocedió y se petrificó en su sitio. Pero Charis no desistió:

—Dame las llaves; yo puedo ir.

—El auto todavía da problemas. Descuide, vuelvo enseguida.

—¡Daniel...! —llamó ella, pero sin poder evitar que este se escabullese por la puerta y los dejase solos en el salón.

https://youtu.be/zPndtvek_Jo

En cuanto sus pasos dejaron de oírse en el pasillo, la estancia quedó de nuevo sumida en el silencio. Charis tuvo la sensación de haberse quedado completamente sola, y hubo de voltear por sobre su hombro para asegurarse de que había otra persona con ella en el cuarto. Aquel extraño muchacho no hacía el menor ruido ni siquiera al respirar. Él le devolvió la mirada, o eso adivinó Charis, porque su pálido rostro se alzó hacia el suyo brevemente antes de volver a quitárselo.

Por su parte, ella luchó con todas sus fuerzas por medir el volumen de su respiración, cada vez más agitada. Pensó por un momento en olvidarse todas las buenas formas y escapar ahora que podía. Pero luego pensó en Daniel... En los esfuerzos que estaba haciendo por enmendarlo todo. Si podía satisfacer su deseo y llevar la reunión a término sin incidentes, habría cumplido con su parte y él ya no podría recriminarle nada. Quedaría exenta de culpa y ya no tendría remordimientos a la hora de decidir no volver a cruzar palabra con aquel muchacho.

Viró hacia él, e intentó sonreír por educación, pero falló y solo consiguió torcer los labios en un gesto impaciente y torvo.

—¿Te... parece bien si arreglamos la mesa?

Jesse Torrance asintió una sola vez, y fue en silencio a la cocina.

Pero en cuanto Charis lo vio estirar el brazo para alcanzar los platos, se arrepintió de sugerirlo. Una cosa era estrechar su mano... pero una muy diferente era dejarle tocar la vajilla en que ella y Daniel comerían.

—¡Espera! Yo... puedo encargarme. —Esta vez, hizo todo lo posible por sonreír de forma genuina—. Tú... trae el estéreo de la habitación de Daniel, para poner algo de música.

Él dio un abrupto paso atrás cuando ella se escabullo delante de él, y entonces, sin objetar, obedeció y salió, dejándola sola en la cocina.

Charis pudo al fin respirar con normalidad. A partir de allí sólo le acompañó el sonido del entrechoque de los platos conforme los apilaba en la encimera, y el de los cubiertos que reunió en su mano.

Cuando salió acarreándolo todo, y fue al salón, allí estaba él, conectando ya los parlantes del estéreo. Entre tanto, ella se ocupó en arreglar la mesa procurando tomarse en ello todo el tiempo que fuera necesario hasta que Daniel regresara. Pero sin importar que tan perfectamente alineados quedaran los cubiertos, incluso luego de poner servilletas, pan, mantequilla, salero y pimentero, pronto quedó libre, y el silencio volvió a encarnarse como una dolorosa astilla.

Desde su lugar, contempló con disimulo a Jesse Torrance. Este examinaba uno a uno los viejos CD de Daniel, pero Charis sospechó que no los estaba mirando realmente, y que al igual que ella, sólo procuraba ganar tiempo. Por otro lado cayó en cuenta de que, si bien no tenía especiales deseos de hablar con él, el silencio la inquietaba todavía más.

Mas no sabía absolutamente nada de aquel extraño sujeto; salvo que pasaba sus días hurgando en cadáveres, y que prefería no pensar en eso. De manera que solo pudo inferir en lo único concreto que sabía de él:

—Así que... «Jesse», ¿verdad?

El aludido viró apenas en su dirección. Asintió, y le hurtó de nuevo el rostro, dándole la vista de su alborotado pelo negro.

—¿Diminutivo de algo? —Insistió. Él negó, esta vez sin siquiera mirarla—. Ya veo...

Transcurrió otro largo silencio, y Charis respiró impaciente. La tensión entre ellos amenazaba con asentarse de nuevo, de manera que buscó rápidamente otro tema de conversación.

Sin embargo, para su sorpresa, Jesse se le adelantó:

—Uh... Ch-... Charis.

Al momento en que él se irguió, se fijó en que ahora que ella no llevaba tacones, él era ligeramente más alto. También notó ya no tenía aquel olor a químicos. No olía absolutamente a nada, y eso en parte le ayudó a sentirse menos inquieta. Como si estuviera tratando con alguien diferente.

Se relajó, dispuesta a escucharlo.

—¿Sí?

—Yo-... Lo... lamento —susurro él, sin mirarla.

Charis alzó las cejas, absorta. Creyó no haber oído bien.

—... ¿Huh?

Él dejo los CD a un lado, y viró para darle el rostro por primera vez, aunque aún sin dirigirle la mirada.

—Lamento... lo del otro día.

Ella lo escudriñó con la mirada. No sonaba sarcástico; pero no había el menor remordimiento en su tono. Nada en su lenguaje corporal le daba pistas de que era sincero con ella, pero tampoco de lo contrario...

¿Qué debía creer? Se decantó por darle el beneficio de la duda.

—Bien, acepto tus disculpas. Pero no hablemos de eso ahora, por favor. En verdad... preferiría olvidarlo.

Él asintió, quitándole otra vez el rostro.

—Daniel dijo... que debería disculparme.

Charis se volvió de piedra. Todas sus intenciones de ser civil se evaporaron como una bruma caliente. Le clavó una mirada incrédula.

—Así que Daniel te obligó a disculparte... ¿También te obligó a venir? —preguntó, intentando por todos los medios mantener a raya la furia que pulsaba contra sus sienes.

—No.

—¿Te dijo que yo vendría?

Jesse se quedó en silencio. Después de algunos segundos, negó.

Charis suspiró al entenderlo. Probablemente él tuviera tan poco interés en conocerla como ella tenía en entablar nada parecido a una amistad con él. Los eran víctimas de la trampa de Daniel.

Por otro lado, eso significaba que luego de esa tarde, no tendrían motivos para volver a tratarse.

—Como sea, pudiste haberte disculpado cuando me regresaste las llaves, sin que Daniel tuviera que hacerte venir hasta aquí.

Él se arredró. Charis alcanzó a ver que se mordía con fuerza los labios en lo que pareció ser un esfuerzo sobrehumano por armarse del coraje suficiente para responder. Finalmente, los abrió, pero nada salió de ellos, y volvió a cerrarlos con un arduo respiro.

Ella meneó la cabeza, intentando no exasperarse.

—La mesa está lista —zanjó, y fue hasta el estéreo para encenderlo, confiando en que la música atenuase la incomodidad del ambiente.

El equipo emitió un sonido chirriante. Charis giró la perilla de la radio, pero ninguna sintonizaba... Cambió el modo a CD, pero tampoco ocurrió nada. Le dio un golpe, soltando un gruñido.

Esa semana todo había conspirado para desmenuzar lentamente sus nervios hasta hacerlos añicos. Estaba cansada, nerviosa e irritada... No necesitaba otra razón para alterarse, así que desistió.

—No sirve.

Jesse pasó por su lado y se acuclilló en silencio junto al equipo, donde antes se hallara ella.

Tras llevarse un nudillo a los labios un momento y probar los botones y perillas, volteó el equipo para exponer los cables y empezó a hurgar allí. Charis no entendió qué hacía, pero lo dejó, agradecida de que tuviese algo en qué entretenerse para no tener que hablar con él.

Daniel se tardaba... ¿Lo hacía a propósito? Al mismo tiempo en que se abrió paso dentro de su cabeza la respuesta más obvia, un suspiro se le escapó para hacerle espacio: Evidentemente.

Para matar el tiempo, fue hasta la cocina y revisó la cacerola encima de la estufa. Para acompañar el pollo, Daniel había preparado una salsa blanca con champiñones que olía deliciosa. Estiró la mano para alcanzar una cuchara del fregadero y la probó. Saboreó la mantequilla, la suave caricia de la pimienta en la lengua, las setas y la crema.

https://youtu.be/NZyPy2inax4

Podía notar en su forma de cocinar la sazón inconfundible de Nana, su abuela. No era extraño que, habiéndose criado con una cocinera tan buena, a Daniel se le diera bien hacerlo.

A su vez, recordar a la familia de Daniel hizo que parte de su enfado con él se diluyese al pensar en sus circunstancias.

Cuando Daniel apenas era un niño, su hermana mayor había sufrido un terrible accidente. Y con su padre trabajando duro para costear sus terapias y su medicación, y su madre forzada a cuidar de ella todo el día, Daniel pasó a un segundo plano en la vida de ambos, y quedó a cargo de sus abuelos, quienes ya eran bastante mayores para ese momento. Debido a eso, fue siempre un niño solitario.

Charis hizo lo posible por ver las cosas desde otra perspectiva.

Ella y Jesse podían ser completos extraños el uno para el otro, pero compartían en común la amistad de Daniel. Los dos eran ahora una parte de su vida, y desde luego que él querría que se llevasen bien. Sin contar que ninguno hubiese anticipado nunca las circunstancias en que se conocerían. Pensó que al menos podría intentar limar asperezas con Jesse. Y, si finalmente las cosas no funcionaban, al menos se despedirían en buenos términos.

Más tranquila y dispuesta a una tregua, reunió sus fuerzas, y salió de la cocina.

En cuanto cruzó el umbral hacia el salón, el estallido de música country proveniente del estéreo le hizo dar un brinco. Jesse se puso de pie con el control remoto en la mano, y bajó el volumen. Después quitó el CD y lo cambió por otro que ya tenía preparado.

Empezó a sonar rock ligero, mucho más agradable a su parecer que los alaridos de los cantantes que tanto le gustaban a Daniel.

—¿Qué hiciste para que sonara?

—Un cable no hacía contacto.

Charis respiró, complacida. Como había esperado, el sonido de la música la relajó. Con suerte Daniel volvería pronto con algo de beber.

Se percató con ello de que no había colocado vasos en la mesa, así que fue hasta la pequeña vitrina en donde él guardaba la cristalería.

Encontró allí una botella nueva de vino, y pensó que hubiese sido un buen acompañamiento aunque fuera tinto. Todo reafirmaba su sospecha de que salir a comprar había sido solo una excusa de Daniel para dejarlos solos y orillarlos a hablar. Movió la cabeza y exhaló, exasperada. Ya le pediría la debida rendición de cuentas. Se hizo con la botella, un abridor y dos copas, y llevó todo a la pequeña mesa, en donde destapó el corcho.

—¿Un trago? —Escanció ambos sin esperar respuestas.

Pero al momento de ofrecerle la copa, Jesse la contempló en su mano con una mueca en los labios. Charis tuvo la impresión de que la miraba como si le estuviese ofreciendo un animal muerto. Estuvo a punto de recibirla, aun así; pero al último momento, ante la visión de sus largos dedos, tan cerca de tocar los suyos, Charis se la apartó por reflejo.

Hubo una pausa. Larga e incómoda...

Entonces, ella dejó la copa en la mesa, y se la acercó. Y, tras una vacilación, él la tomó. Charis se llevó la suya a los labios y tragó un grueso buche. Lamentaba portarse así de descortés, pero no podía obviar, cada vez que miraba a sus pálidas manos, el tipo de cosas que ahora sabía que manipulaba con ellas gracias a su trabajo.

Cuando levantó la vista, Jesse aun examinaba la copa, como si no supiera qué hacer con ella.

—Imagino... que tienes edad legal para beber, ¿no?

Él levantó apenas la cabeza para verla, por entre los mechones de su espeso pelo negro:

—... Sí.

Charis asintió, sin convencerse. Al principio no hubiese creído que el chico tuviera más de veinte años. Por otro lado, al fin tenían algo más sobre lo que podían conversar.

—Es que... pareces tan joven. ¿Qué edad tienes? —Aguardó por su respuesta, pero después de un largo rato sin oír ninguna, Charis entendió que no planeaba dársela. No creyó que aquella fuera una pregunta demasiado intrusiva, pero por si acaso, determinó responder primero—. Bien, para que sea más justo, yo tengo treinta.

Jesse ladeó el rostro. La zona de piel entre los cristales de sus gafas se tensó ligeramente, insinuando un ceño fruncido; la única muestra de expresión que Charis le había visto hacer desde que se conocían.

—Pero... Daniel y tú fueron juntos al colegio. Él tiene treinta y dos.

—Digo la verdad, señor detective —repuso Charis, rodando los ojos—. Fuimos a la misma escuela, pero no íbamos en el mismo grado. ¿No te contó eso? —Jesse negó pausadamente—. Dime una cosa. Sabías quien era yo, ¿verdad? Me llamaste por mi nombre el otro día.

En esta ocasión, él asintió. Parecía que ya sabía varias cosas de ella antes de conocerla, y le inquietaba pensar en cuantas más le habría contado Daniel. Se sintió en desventaja, dado que ella no sabía absolutamente nada de él.

—¿Dan te dijo por qué me fui de Sansnom?

https://youtu.be/W2ZlTNiLloU

Se tranquilizó cuando la respuesta fue una negativa. Pensó que la mejor forma de empezar a conocerse era hablarle un poco de sí misma para dar pie a que él hiciera lo mismo, y quizás con conocerlo un poco mejor, ver su lado humano, ya no se sentiría tan amenazada.

—Quería estudiar —empezó Charis—; pero no tenía dinero. Los salarios en Utah son demasiado bajos, así que decidí irme a California. Viví allá por diez años con una amiga a la que conocí en la ciudad, tratando de ahorrar lo suficiente, pero... con el pasar del tiempo las cosas se complicaron. Y... terminé por renunciar a ese sueño —añadió, con amargura—. Decidí regresar a lo que ya conocía. Ya sabes... poner los pies en la tierra y dejar de soñar. Así que... aquí me tienes ahora.

Cuando levantó la vista otra vez, se percató de que él no le había quitado la suya. Era la primera vez que él parecía estar prestándole atención. Charis sonrió melancólica, y bajó la vista, algo avergonzada.

—Bien, es tu turno. —Pero al momento de alzar de nuevo el rostro. Jesse volvió a hurtarle el suyo—. Cuéntame de ti.

Aquel llenó el pecho con un profundo suspiro.

—T-... Trabajo en... el hospital.

—Eso ya lo sé.

Jesse se mordió nuevamente los labios. Volvía a lucir increíblemente incómodo. Charis comprendió que tendría que ser ella quién hiciera las preguntas:

—¿Cuánto tiempo llevas ahí? —le dio un sorbo a su copa. Él jugueteaba nerviosamente con la suya, todavía sin dignarse a probarla.

—U-... Unos años.

—¿A... qué edad empezaste?

—Joven.

—¿Qué tan joven?

—Ba-... Bastante joven... —Hablaba al volumen de murmullos.

Charis empezaba a impacientarse. Intentó disimular con una risa que sonó más forzosa de lo que hubiese querido.

—¿Vas a responder a todas mis preguntas con dos palabras o menos? —En ese punto no obtuvo ni siquiera un monosílabo—. De acuerdo, así que... joven —aceptó, procurando no exasperarse—... Aunque todavía no me has dicho qué edad tienes ahora.

—No es... importante —le dijo Jesse al momento de intentar escabullirse por su lado en dirección a la cocina, dejando la copa sin tocar en la mesa.

Charis tuvo la impresión de que estaba huyendo de ella, y al último momento, harta de las evasivas, dio un paso a un lado para bloquearle el camino. Jesse se detuvo de golpe.

—Solo es una pregunta. Ya que yo te dije la mía...

—Yo no... te la pregunté.

La mandíbula de Charis cayó floja.

—¡Oh, guau! —rio con sardonia—. ¡Ahora me siento un poco estúpida por creer que charlábamos cuando te la dije! Y por haberte contado toda mi vida; tampoco me la preguntaste.

Jesse se envaró, con los hombros rígidos. Dos finas cejas negras se levantaron sobre sus lentes.

—N-... No, no es-... Pensaba-... Yo creí que t-tenían los dos la... la misma edad. —Sus últimas sílabas se fueron perdiendo de a poco en susurros—. Ambos... Es decir... Daniel... y tú...

Ella ladeó la cabeza. Al fin conseguía sacarle más de dos palabras, y no eran sino balbuceos.

Sin querer presionar más el asunto asintió con dos cabeceadas y levantó una mano en alto para indicarle que no tenía que explicarse más. Él cerró la boca de golpe y respiró. Pareció aliviado.

—Está bien, no fue tu intención que sonara de ese modo, supongo. —Exhaló una bocanada, rendida—. Pero eso quiere decir que me veo dos años más vieja —intentó bromear.

Sin éxito. Ni con ello consiguió borrar su mueca nerviosa, ni que relajase sus hombros rígidos.

—Co-... con permiso... —masculló él, y esta vez, Charis no lo detuvo cuando pasó por su lado para ir a la cocina.

Le escuchó llenar un vaso en el fregadero.

Ni una sonrisa; ni siquiera para ayudarla a disipar la tensión... ¿Tampoco tenía el menor sentido del humor? Al momento de virar le halló apoyado en el lavabo con una mano, el vaso de agua en la otra, y la cabeza hundida entre los hombros. Tras algunos segundos, tiró el agua que le quedaba, enjuagó rápidamente el vaso, cerro el grifo y se irguió exhalando un suspiro casi inaudible.

Charis lo examinó con una ceja en alto. ¿Cuál era su problema? Daniel había dicho que era tímido. Pero, ¿se podía serlo a ese extremo? Antes de que se diera la vuelta, ella le retiró la mirada y fingió no haberlo visto. Y cuando él regresó, se aclaró brevemente la garganta y abrió los labios para hablar, pero ni aún entonces parecía que tuviera en mente nada concreto que decir y, una vez más, volvió a cerrarlos sin que nada saliera de ellos.

Al parecer... sí que se podía ser así de tímido.

Charis supuso que toda la responsabilidad de volver a encaminar ese desastroso intento de conversación recaía en ella; dado que el muchacho parecía incapaz de formular cualquier cosa parecida a una frase.

Antes de eso, dejó pasar algún tiempo para darles a ambos un respiro y se acomodó sentándose a la mesa, afianzando su copa de vino, a la cual le dio otro largo trago antes de hablar.

—¿Vives... cerca de aquí? —Por el rabillo del ojo le vio negar, todavía renuente a hablar—. ¿Vives solo?

—Sí...

—¿Y qué hay de tus padres; no vives con ellos?

Hubo una pausa. Demasiado larga para una pregunta tan simple.

Charis levantó la vista y lo halló con el rostro inclinado al suelo y los labios sellados en una línea. Antes de responder, Jesse exhaló un respiro discreto, pero no lo bastante para escapar a ella.

—Ellos-... —habló apenas moviendo los labios, pero entonces se calló abruptamente.

Con su evidente reaciedad a contestar, Charis supo que había tocado una fibra sensible, y se arrepintió de haber preguntado.

Pero antes de que pudiera enmendarlo, casi por obra de algún oportuno y muy agradecido milagro, la puerta se abrió de golpe, y Daniel entró con una bolsa en la mano libre y en la otra sus llaves.

—¡Ugh, lo siento por la demora!, el auto no arrancaba. —Dejó una botella de soda de limón sobre la mesa, y se rio al fijarse mejor en ella— ¡Vaya! Servilletas, alcuza, vino... Solo esperen a probar mi comida, y será como una noche en uno de esos restaurantes caros.

Charis rodó los ojos. Si la sola mención de la comida de Daniel bastaba para abrir su apetito, ahora sentía que estaba por completo aniquilado. Todo cuando deseaba era comer rápido e irse de allí.

La presencia de Daniel; sus anécdotas, su risa y tendida charla disiparon gran parte de la tensión. Por lo usual, no había silencios incómodos entre ellos, y Charis atesoraba los momentos en que podían sentarse a hablar por horas al final de cada semana. Pero esa noche, solo comer le supuso una tarea agotadora y no pudo seguir la conversación. No podía evitar apartar la vista de él para posarla cada tanto en el silencioso muchacho a su lado. En la pequeña mesa redonda, se habían sentado uno a cada lado de Daniel, quedando frente a frente y dejando un espacio vacío entre sí.

Hubiera creído que la incomodidad entre ambos producto de su última pregunta había quedado zanjada por la llegada de Daniel, pero con cada cuarto de hora que pasaba, más se convencía de que estaba equivocada.

Durante toda la cena, aquel no dijo ni una palabra, y tampoco parecía escucharlas. Se dedicó a jugar con la comida, ordenándola en el plato en cada forma posible. Muy de vez en cuando se llevaba el tenedor a la boca con un bocado diminuto y lo masticaba lentamente.

Para el final de la cena, cuando Daniel había devorado su comida y Charis dejado un tercio, Jesse no se había comido ni la mitad, y ya había dispuesto los cubiertos juntos sobre el plato en señal de que no planeaba continuar.

Ella admitía haberse equivocado al tocar un tema delicado, pero no daba crédito a que el chico se lo hubiese tomado tan mal como para no dirigirle la palabra durante todo ese tiempo. No obstante, lo que no podía perdonar era que insultara la hospitalidad de Daniel, despreciando su comida aun cuando él no era quien lo había ofendido.

Al sentimiento de culpabilidad le siguió el resquemor.

Terminada la cena, una vez la mesa estuvo recogida, la reunión se dio por concluida.

—Ha sido agradable —comentó Daniel. Se hallaban ya los tres en el aparcamiento, listos para despedirse. Era ya de noche y hacía frío—. Puedo dejarte en el hospital, Jess.

—Caminaré. Gracias por todo.

Charis apartó la mirada. Ni siquiera esperaba que se despidiera de ella, así que pretendió ignorarlo.

—A-... Adiós... Charis.

Oírle que se refiriese a ella la sorprendió con la guardia baja, y viró rápidamente. Aún desconcertada, su cortesía la obligó a responder.

—Adiós...

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Y entonces, sin decir otra palabra, Jesse Torrance cruzó el aparcamiento, y salió rápidamente por el portal, perdiéndose por uno de sus costados, en la oscuridad de la calle.

—¿Hospital? —preguntó a Daniel, abstraída.

—Tiene jornada nocturna. Me siento algo culpable; debería haber dormido un poco esta tarde, pero en cambio le pedí que viniera.

Charis asintió. A pesar de que la despedida fue más cordial de lo que se hubiese esperado, sospechaba que se debía solo a que Daniel estaba presente.

Pero de ser así... ¿por qué Torrance no se habría molestado en fingir cordialidad durante la cena?

—¿Está todo bien?

La voz de Daniel la sacó de sus reflexiones y asintió una sola vez:

—Sí —suspiró—. Es solo... que en serio lamento lo de hoy.

Daniel la observó con los ojos en rendijas:

—¿«Lo de hoy»?

Charis ladeó el rostro al devolverle la mirada:

—Me refiero a Torrance. —Se pellizcó el puente de la nariz y tomó un aliento antes de empezar a explicarse, buscando cómo ponerlo—. Es que... creo que puede haberse molestado con algo que dije.

—¿Qué puedes haber dicho? —en este punto, Daniel lucía perplejo.

—Le pregunté sobre su familia.

A juzgar por su forma tan extraña de reaccionar a la pregunta, dudaba que los padres del chico estuvieran de viaje o de vacaciones. ¿Vivirían lejos? ¿Estarían divorciados y viviendo todos separados?

¿Acaso... tenía padres, para empezar?

Supo que sus suposiciones eran correctas cuando Daniel borró la sonrisa y se tornó cavilante.

—Ya veo. —Por fin las cosas parecían más claras para él, pero todavía no del todo—. Pero es imposible que se haya molestado. ¿Por qué piensas eso?

Charis pestañeó, sin entender nada. ¿Acaso no se había percatado del incómodo del ambiente a su llegada? ¿Era Daniel tan atarantado?

—¿Eres ciego? ¡Se pasó toda la noche sin hablar y sin comer nada!

En ese punto, tras una pausa, Daniel soltó un ligero carcajeo y meneó la cabeza, divertido. La tensión desapareció por completo de sus rasgos.

—No estaba molesto, Charis.

—Claro que sí. ¿Por qué otra razón actuaría de ese modo?

—No actuaba de ningún modo. Él solo estaba... siendo «Jesse». Es así todo el tiempo. Nunca habla mucho y tampoco come demasiado.

Charis entornó los párpados. Al menos no le costó creer eso último. Le recordó sentado frente a ella; sus hombros afilados, su cara fina, sus rodillas huesudas...

—¿Qué, tiene algún tipo de desorden alimenticio?

Parte del buen humor de Daniel se borró de sus facciones:

—¿Tú crees? —Parecía inseguro de su propia respuesta. Como si pretendiera confirmarlo con ella.

—Es demasiado delgado. Y muy pálido para ser normal. Parece que estuviera muy enfermo.

Daniel selló los labios y apartó la mirada con ligero suspiro:

—Ha mejorado este último tiempo; pero... todavía batallo un poco para que coma como es debido.

—¿Por qué? Es un adulto, o eso me dejó muy en claro. No deberías cargar con esa responsabilidad.

—Soy un doctor, Charis. Y, más importante aún... soy su amigo.

Ella exhaló. Al fin y al cabo... se trataba de Daniel.

—En fin, no te preocupes por eso. Ya te lo dije, solo es algo tímido. Como sea, aunque haya sido un malentendido, me apena saberlo. Pensé que habías pasado un rato agradable.

Deseó poder discrepar, pero no tenía con qué. Desde luego que esa reunión había sido muchas cosas, pero «agradable» no era una.

—Estuvo bien.

Daniel dibujó una sonrisa cautelosa.

—¿Eso significa-...?

—No. Olvídalo.

Él dejó caer los hombros con un sonoro resoplido:

—Pero... ¡creí que-...!

—Creíste mal —replicó ella, al momento de virar para mirarlo—. No estoy cómoda con él, Dan, sólo accedí a esto por ti. No, de hecho, ni siquiera accedí a nada. Me hiciste venir sin decirme lo que planeabas, y, ahora que lo pienso, sigo molesta contigo por eso. Más bien a lo que accedí fue a quedarme e intentarlo por ti.

Daniel se llevó la mano a la nuca, evidenciando su culpabilidad en la forma en que evitó mirarla.

—Sabía que no ibas a venir si te lo decía. ¿Qué se suponía que hiciera entonces?

—Aceptarlo. O hablar conmigo para ver si podías hacerme cambiar de parecer. Como adultos. Es lo que somos, Daniel. Yo no tendría que enseñarte sobre límites o sobre consentimiento.

—Lo haces sonar muy mal...

—Lo hago sonar tal y como es. Que no se repita, ¿está bien? Odiaría molestarme en serio contigo, pero es lo que pasará si vuelves a tomar decisiones que me involucren, sin consultarme primero.

Daniel se tornó serio. Y luego asintió.

Charis suspiró y empezó a caminar para salir del frío del aparcamiento y abrigarse a las escaleras de su edificio. Daniel la siguió, y se detuvo junto a ella cuando Charis lo hizo.

—No puedes... obligar a dos personas a que se agraden.

—Dios, no planeo que se casen. —Daniel rodó los ojos, y Charis contuvo el impulso de gritarle que antes preferiría lanzarse de cabeza por un puente—. Solo quería que se conocieran antes de juzgarse.

—La primera impresión no ayudó mucho.

—¿Otra vez con eso? Vamos, dale una oportunidad. Un día podrías descubrir que tus suposiciones acerca de él estaban equivocadas.

Charis movió la cabeza. De momento, no podía ni concebirlo.

—No tengas muchas expectativas; no te prometo nada.

Daniel no insistió más. Charis notó que se llevaba una mano al estómago y se tocaba el costado con aspecto ceñudo.

—¿Te duele el estómago?

—Solo comí demasiado. Al menos la comida estuvo bien, ¿no? ¡Di que sí, por favor! —suplicó, con el gesto de un cachorro.

—Estuvo deliciosa. Pero eso ya lo sabes. —Hubiese podido llenarlo de halagos como hacía siempre, pero halló que si bien sería sincera al hacerlo, no estaba del mejor humor para ello y determinó que lo mejor era despedirse allí, antes de que su enojo cuajase del todo—. Gracias por la cena. Tengo que subir y dejarlo todo listo. Mañana es mi primer día en el banco.

Daniel suspiró. Después, derrotado, sonrió con tristeza.

—Buena suerte. Te irá genial.

Charis se lo agradeció, y, tras despedirse brevemente, empezó a subir las escaleras.

Le dolía dejar así las cosas con él, pero necesitaba hacerle entender que lo que había hecho no estaba bien y que no permitiría esa clase de manipulación en el futuro, por mucho que se tratase de él.

Y esperó que, con ello, el mensaje fuera claro.

Esa noche, a diferencia de las dos anteriores, y a pesar de lo nerviosa que estaba, no le tomó demasiado tiempo quedarse dormida. Pero soñó muchas veces en el transcurso de la misma con un oscuro y largo pasillo, y a ella en medio del mismo, abrazada a sí misma, temblando de frío, sacudida por un horrible miedo.

Y al final del corredor, entre la penumbra, una muy, muy delgada silueta. 


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