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3. La Flor de Lis

Lydia mordisqueaba un bolígrafo mientras hojeaba distraída un archivador y le contaba los detalles de su fin de semana. Daniel quería prestar atención, pero no podía evitar que su mirada errase sola hacia la puerta, en espera de verla abrirse:

—... así que Kate se fue a dormir y yo me quedé viendo el final solo para saber qué pasaba; pero fue malísimo. Por eso odio las secuelas y-... no estás oyéndome, ¿verdad?

Viéndose atrapado, Daniel exhaló.

—Lo siento. Jesse no ha llegado aún, ¿verdad?

—No lo he visto desde el viernes; pero ¿no dijiste que fueron a la feria ayer?

—Ese es el problema; hoy no he sabido nada de él.

—¿Ya intentaste llamarlo?

Daniel alcanzó el teléfono móvil de su bolsillo:

—Unas diez veces, pero tiene el teléfono apagado. —Apretó los labios, intentando mantener a raya los pensamientos fatalistas mientras lo intentaba otra vez, sin resultado—. ¿En dónde se habrá metido?

—Quizá solo estaba cansado y durmió todo el día. Torrance jamás falta al trabajo.

—Y jamás llega tarde...

Esa noche haría turno en el área de emergencia, durante la jornada nocturna. No tuvo más opción que empezar a revisar el sistema en la computadora para repasar los pacientes que tenía actualmente el servicio; los cuales no eran pocos. Pero aun cuando tenía la vista puesta en el monitor y revisaba habitación por habitación, leyendo anamnesis, su cabeza no hallaba sosiego.

Jesse siempre caminaba a todas partes; estaba acostumbrado a andar de noche, pero ahora empezaba a dudar que hubiera sido buena idea dejarle hacerlo en una zona como aquella en donde lo había visto por última vez, al irse de la feria. ¿Y si nunca había llegado a casa?

Pensó que podía excusarse para salir un momento y recorrer con el auto el camino que acostumbraba a tomar a ver si lo encontraba. Sabía que Lydia lo cubriría, pero también sabía que su ausencia no le pasaría inadvertida a la otra enfermera, la señora Parker; una mujer lamebotas con quien difícilmente mantenía relación, y quien no perdía jamás la oportunidad de reportar cualquier desajuste.

El sonido de la puerta del área de emergencias abriéndose con un rechinido le hizo apartar la vista de la computadora, y por el rabillo del ojo alcanzó a ver una silueta menuda cruzando apresuradamente la estancia para escabullirse en dirección a la sala de descanso.

Daniel dejó salir un suspiro aliviado y abandonó lo que estaba haciendo para ir a su siga en un trote.

—¿Ya no me saludas? —le reprochó apenas alcanzarlo, provocando que Jesse se detuviera de golpe sobre sus pasos

—Lo siento, no te vi.

—No lo dudo, corriendo así. Pensé que no llegarías.

—Solo me retrasé.

Daniel lo examinó con detenimiento. Parecía más arisco que de costumbre... Como si quisiera escapar de allí lo más rápido posible. Caminó junto a él en dirección a los casilleros, llevado por un presentimiento.

—Intenté llamarte, pero tenías el móvil apagado.

https://youtu.be/cct69M2gmuo

Una vez frente a su casillero, Jesse hurgó en su bolsillo y levantó su móvil frente al rostro de Daniel. Una grieta atravesaba toda la pantalla en negro.

—¡¿Qué le ocurrió?! ¿Lo tiraste?

—Algo así...

Daniel lo tomó de sus manos e intentó encenderlo sin éxito.

—Quizá podemos llevarlo a reparar.

—No hace falta.

—¡Pero necesitas tu teléfono móvil!

—No lo necesito... Nadie me llama.

—¿Qué tal para que tú llames a tu amigo cuando te retrases, y que no se preocupe pensando en que alguien te asesinó en un callejón?

Jesse tensó los hombros, y Daniel se rio, levantando ambas palmas en alto.

—Está bien, solo era una broma.

Jesse se libró de su chaqueta para guardarla, quedándose solo con la delgada camisa del uniforme y se colgó la identificación del cuello. Daniel examinó cada uno de sus movimientos. Seguía sintiendo algo inusual respecto a él. Su silencio no era el acostumbrado; parecía ajeno y ausente, inmerso en sus pensamientos...

Se fijó también en que tenía un aspecto alicaído y triste, en el cual se preguntó si sería apropiado escudriñar.

Su expresión no le dio ninguna pista. Le resultaba imposible incluso verla, pues llevaba el pelo especialmente caótico esa noche; agolpado en torno al rostro, cubriéndole los ojos.

—¿Quieres la opinión de un profesional? Las gafas te funcionarían mejor si no tuvieras el cabello en la cara todo el tiempo.

En cuanto Daniel le apartó la cortina de pelo que le cubría la mejilla Jesse se apartó alarmado; mas no con el tiempo suficiente.

Daniel exhaló un jadeo al descubrir lo que escondía bajo el cabello. Atrapó su quijada entre los dedos para forzarlo a inclinar el rostro y examinarlo de cerca.

—¡¿Qué es eso?!

Tenía sobre el pómulo un moretón de aspecto sanguinolento, el cual contrastaba de forma dramática con su tez pálida. Jesse no le permitió mirar por mucho tiempo antes de zafarse de sus manos y volver a alejarse, con un suspiro derrotado.

Paralizado en su sitio, Daniel exhaló un resuello grave.

—Jess. ¿Quién te hizo eso?

—Nadie. Me golpee con la puerta.

—Con la puerta, ¿huh? —se mofó Daniel sin pizca de diversión, al tiempo en que le atrapaba de nuevo el rostro y volvía a examinar la lesión—. No mientas; esto es un golpe de puño, ¡se nota en las marcas de los nudillos! —Al pasar sus dedos por encima del moretón, le hizo emitir un siseo adolorido—. Dime la verdad, ¡¿fue Victor?!

Jesse se mordió los labios con cierto punto de culpa. Daniel imaginó que buscaba la forma menos grave de ponerlo. Se exasperó rápidamente.

—¡¿Fue él?!

—No, Dan. Me... robaron —reveló a media voz, como si admitirlo supusiese un motivo de vergüenza.

Daniel se tragó un jadeo.

—¡¿Qué dices?! ¡¿En dónde ocurrió?!

—Shhh... No grites. Y no exageres, ¿de acuerdo? —Dio un segundo suspiro—. Anoche. Cuando... volvía a casa.

Daniel dio un repullo y giró el rostro, como si lo hubiesen abofeteado.

—Maldición —siseó—. Lo sabía. ¡Sabía que no debí...!

—Dan, no-...

—Es mi culpa.

—No lo es; te dije que no lo exageres. No es nada terrible

—¡¿Que no es nada terrible?!

—¡Shhh! No grites —repitió—. No lo es; le pasa a mucha gente.

—¡Eso no cambia nada! ¿En dónde está la policía? ¿No había nadie patrullando esa zona? ¡¿Acaso no-...?! —Daniel se detuvo y respiró hondo intentando relajarse. De manera que lo siguiente que dijo, aún con tono tenso, se oyó a través de palabras más calmadas—. ¿Qué te robaron?.

—Un par de dólares. Es todo...

Dicho aquello, su expresión se torció con algo muy parecido al dolor; uno que Daniel sospechó que era distinto del dolor del golpe que tenía en el rostro:

—¿Estás seguro? ¿No estás escondiendo nada para no preocuparme?

—Dan, basta ya...

—¿Te hicieron algún daño? Es decir... además de esto. —Hizo un nuevo intento por sujetar su rostro, pero Jesse se alejó, con las palmas en alto a modo de barrera.

—Solo era uno.

Daniel se llevó una mano a la cabeza y tensó los labios en una línea apretada para abstenerse de empezar a maldecir. Jesse guardó el resto de sus cosas en silencio.

—¿No crees que estás demasiado tranquilo? ¡Fuiste víctima de un crimen! Debiste haber ido con la policía. Con una descripción e información sobre el lugar en que ocurrió esto, quizá-...

—Daniel —le interrumpió Jesse—. Ya no hay nada que hacer.

Volvió la vista a su casillero y lo cerró de un golpe. Lo hizo casi por inercia pero Daniel halló en ello otro signo claro de que algo no estaba bien. Jesse jamás era brusco a la hora de hacer nada. Pero estaba demasiado abrumado y exhausto para continuar indagando. Se apartó hacia uno de los sillones de la sala y se dejó caer allí con un pesado respiro.

—Esto es increíble...

—¿Quieres relajarte? —le dijo Jesse— Ya te estalló el apéndice. ¿Quieres que te estalle la vesícula?

—Tú harás que me estalle un día de estos. Sabía que algo no estaba bien... No debí dejarte ir; esto es mi culpa —se repitió.

—Dan... —Jesse se apoyó en los brazos del sillón y se inclinó sobre él para mirarlo a los ojos, por encima de los lentes—. Está bien. Estoy bien. ¿Bien?

Daniel respiró hondo, y ladeó el rostro en busca de obtener una mejor visión de su mejilla amoratada.

—No está tan mal... No luce inflamada. —Jesse volvió a echarse el cabello sobre el rostro y Daniel se irguió en el sillón—. Aún así-...

La puerta de la habitación de descanso se abrió entonces, y el rostro agrio de la enfermera Parker asomó por una rendija.

—Doctor Deming, se le solicita en la unidad siete. Y Torrance, las unidades dos y tres ya fueron desocupadas y tenemos pacientes esperando. No tengo que decirte que las limpies.

Daniel arrojó un vistazo a Jesse por el rabillo del ojo, y este le devolvió otro. Por si fuera poco, igual que siempre, faltaban manos en el hospital.

—Vamos enseguida.

Después de levantarse y mientras caminaban hacia la puerta, Daniel alcanzó a ver a Jesse llevarse una mano a la garganta, pero desistió a mitad de la acción y volvió a bajarla, en un puño.

Su rostro se tensó entonces de la misma manera en que antes. Por debajo de su aparente tranquilidad, algo lo tenía profundamente intranquilo. Y fuera lo que fuera, Daniel resolvió que lo descubriría.

https://youtu.be/oFdXGr2Jh3Q

—... ¿Atractivo? ¡Pero qué dices! —Charis exhaló un sonoro bufido—. ¿A qué vino eso?

—Sólo es una pregunta. A decir verdad, no lo vi sin anteojos hasta ahora. No sé, creo que es algo tierno. Incluso diría que-...

—Ni siquiera lo pienses —sentenció Charis, ahora con una idea muy clara de lo que se gestaba en la cabeza de Beth.

Esta se irguió sobre la cama y camufló su expresión culpable con una de sus encantadoras sonrisas ingenuas:

—¡Qué!

—Jesse no es esa clase de hombre. Más te vale que lo dejes tranquilo.

Beth puso los ojos en blanco y suspiró.

—¡Piensas muy mal de mí! —Volvió a juguetear con el cordero de peluche—. No creo que él sea mi tipo de todos modos.

Charis apartó la vista de la ventana y clavó los ojos en Beth. Aún si creía que era lo que quería escuchar para quedarse tranquila, su forma de ponerlo disparó algo en ella, en lo más hondo de sí.

—... ¿Ah, no? —bufó—. ¿Atentos y considerados no son tu tipo? No es que me sorprenda, claro, dado el tipo de hombres con los que tú...

—¡Uh! ¡Alguien está a la defensiva! —se burló Beth—. Así que piensas eso de él. Vaya. Es todo un cambio; ya sabes... luego de: «Es un sujeto aterrador y extraño».

Charis se cruzó de brazos de manera instintiva.

—La gente puede cambiar de opinión. ¿Eso es pecado?

La expresión burlona de Beth se atenuó al captarlo.

—No lo es. Solo estoy jugando, amor. En realidad me alegra que seas capaz de reconocerlo. ¡Has madurado, Charichi!

Viniendo de cualquier otra persona, esa observación se le hubiese antojado condescendiente. Pero Beth era así de sincera y abierta. Charis agradeció el cumplido en el fondo.

—Ya viene siendo hora; no me estoy volviendo más joven...

Vino a sentarse sobre la cama, en el lado de la misma que ocupaba desde que la compartía con Beth, pero no se metió bajo las mantas.

—¿Y bien? —insistió ella, gateando para llegar a su lado.

—¿Y bien qué?

—No has respondido a mi pregunta.

Charis rodó los ojos con un gruñido.

—Ugh... ¡No lo sé! —Pero se encontró considerándolo sin darse cuenta.

Inevitablemente se le vinieron a la cabeza los escasos recuerdos que tenía de su rostro, las pocas veces en que lo había visto claramente.

La primera vez, al encontrarse de frente con él luego de chocar por accidente en el estacionamiento. O aquella tarde en el café, cuando limpiaba sus lentes con la vista puesta en la calle lluviosa. O esa misma noche, en el parque de atracciones, de perfil a ella, cuando planeaba con su larga mano blanca en el viento. Incluso cuando la había apartado del camino de la roca que arrojó Mason; el recuerdo de su rostro sobre el suyo y los fragmentos de vidrio roto lloviendo por sus finos hombros estaba grabado en su retina.

No. En definitiva no tenía un rostro desagradable.

Era pálido, sí, como un muerto... Pero aquello brindaba a sus rasgos afilados cierto aire aristocrático; como una pintura romanticista... Y el inmenso contraste de su pelo negro acentuaba esa curiosa impresión. Sin contar el raro color ámbar de sus ojos...

—Supongo que es apuesto. Claro... dentro de sus propios parámetros.

Beth enarcó una ceja.

—¿Eso qué se supone que significa?

—No lo sé, Beth. Parece demasiado joven. ¿Quién dice que no lo sea? Hasta donde sé podría tener dieciocho años o podría tener cuarenta; se niega a decirlo. Como sea. Demasiado pequeño y delgaducho para mi gusto; pero no quiere decir que no sea... lindo; a su manera.

La sonrisa de Beth se ensanchó, y sus párpados todavía maquillados cayeron parcialmente sobre sus ojos almendrados.

—Así que te parece lindo —se burló una vez más.

—Se acabó. ¡Te estás ganando pasar la noche en la alfombrilla de la puerta!

—¡De acuerdo!; de acuerdo...

—Basta de preguntas tontas. —Arrancó las mantas por una esquina y se metió entre ellas, subiéndoselas hasta las orejas—. Vamos a dormir ya; estoy cansada.

—De acuerdo... —Susurró Beth, acompañado de un bostezo.

Pese a sus reiterados intentos de obtener más detalles del incidente el día anterior, Jesse se abstuvo de revelarle nada más; pero Daniel no renunció al presentimiento de que le ocultaba algo importante. Lo notaba en su prisa por huir cada vez que se topaban, y en la forma en que su mirada evadía a la suya.

Finalmente tuvo que irse a casa a descansar sin poder hallarlo por ninguna parte esa mañana al final del turno.

Y al inicio de su segunda jornada nocturna la noche de ese mismo día, justo cuando estaba a punto de abordarlo para interrogarlo otra vez, Jesse tuvo que ausentarse para ir en busca de un fallecido en el área de hospitalización y trasladarlo a la morgue.

Daniel pensó en seguirlo, pero lo distrajo el sonido de la baliza de la ambulancia afuera. Y luego los paramédicos, liderados por Julius, entraron en la sala de emergencias con una camilla. No pudo ver bien al herido, solo alcanzó a oír que estaba consciente por la forma en que discutía de algo con Julius, a lo que este respondía con palabras tranquilizadoras en un afán por obviar sus claros intentos de rencilla.

Fue trasladado directamente a una de las salas vacías. Lydia entró aprisa detrás de ellos para tomar los datos del paciente, y Daniel aguardó, viendo que no había otro doctor que pudiera hacerse cargo del asunto. No obstante, sin que tuviese que ir por él, Jesse apareció por su cuenta en la sala de emergencias, y Daniel lo retuvo antes de que volviera a escaparse.

—Acaban de ingresar a un paciente —le informó—. Le están tomando los datos para llenar su ficha ahora mismo, pero probablemente necesitaré algo de asistencia.

Jesse pareció irresoluto; pero al final consintió. Y Daniel celebró la victoria de su pequeño ardid.

Tras que Lydia dejara la sala con el nuevo paciente y anotase en el pizarrón de la sala de emergencia el número de la habitación y la escala de ESI, como era protocolo, Daniel se aproximó a la computadora para verificar la información.

—Unidad ocho, Jess. ¿Podrías darme los datos?

—Hank Taylor Beau; treinta y siete años. Nivel tres en ESI. Glasgow quince. Constantes vitales en rango. Fumador. No hay antecedentes alérgicos, quirúrgicos de importancia, ni patologías crónicas. —Narró todo de forma automática—. Sufrió un atropello en vía pública. Refiere jaqueca y dolor agudo en la extremidad inferior derecha. Se presume contusión en zona occipital y presenta laceración grado uno en la extremidad afectada. Nivel ocho en escala de NRS.... Y no tiene seguro médico.

—Le va a salir caro cruzar sin mirar —suspiró Daniel—. Veamos si va a necesitar una CT, y si acepta pagarla.

La enfermera Parker se plantó frente a ellos con su disposición confrontacional acostumbrada, antes de que se pusieran en marcha.

—Torrance —ladró—. Unidades uno y tres. Ordénalas y deja todo limpio. ¿Por qué todavía tengo que decirte cómo hacer tu trabajo?

Aquel acató en silencio, solo por medio de una cabeceada.

—Después ven aquí, Jess, no lo olvides —le recordó Daniel, al momento de separarse, temiendo que se escabullese nuevamente y ya no volviera a verlo sino hasta el siguiente turno.

En la unidad, dotada de dos camas separadas por una cortina, había un solo paciente, tendido en una de ellas. Era muy alto y robusto. Daniel tuvo un pensamiento intrusivo. ¿Cómo habría quedado el auto que lo arrolló tras golpear a alguien de ese tamaño? Usaba un corte de pelo estilo mullet y una chaqueta de mezclilla parchada y sin mangas. Él no solía dejarse llevar por los prejuicios; no hubiese dado por sentado que sería un paciente complicado de tratar solo en base a su aspecto, de no haber sido porque él mismo le había oído antes increpando al paramédico que guiaba su camilla.

Aun así, se adornó de su mejor sonrisa y entró saludando tranquilamente:

—¿Señor Hank Beau? —corroboró. Aquel solo asintió con la cabeza—. Buenas noches. Yo soy el doctor Daniel Deming. ¿Por qué no me cuenta qué fue lo que le ocurrió?

Este dio un chasquido y rodó los ojos.

Mientras revisaba con una linterna sus reflejos pupilares, y en lo que Hank Taylor Beau le relataba lo ocurrido, conforme le oía, mantuvo sus ojos puestos en las pupilas que este movió de un lado al otro, siguiendo su dedo a la luz de la linterna cuando él se lo indicó, en busca de anomalías.

—Crucé por un paso de peatones sin ver que venía un coche. Llevaba prisa. El automóvil frenó a tiempo, pero al saltar fuera de su camino caí y me golpeé la cabeza en el pavimento, y la pierna en la orilla de la acera. No recuerdo nada más antes de despertar a bordo de la ambulancia. Dije que quería bajarme, pero ya ves el caso que me hicieron. Y aquí estoy —espetó, levantando las cejas.

—Tuvo que ser un golpe duro. Fue afortunado.

Sin signos de daño cerebral, se trasladó a la lesión menos urgente. Encontró su pantalón rasgado en la pierna y una herida no demasiado profunda a la altura de la pantorrilla, justo a la mitad del hueso. No necesitaba más que quizás algunos puntos de sutura y vendaje.

—Muy bien, Hank, lo que haremos será-...

En ese momento, la puerta de la unidad se abrió. No tuvo que virar para saber quién era; pero si lo hubiera hecho, se hubiese perdido del instante en que Hank Beau levantó la cabeza y su rostro perdió todo su color. Daniel supo solo por la dirección de su mirada que esta le sobrevolaba e iba a instalarse en la persona que tenía detrás.

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Hubo de darse la vuelta para corroborar que se tratase en efecto de Jesse, y la visión que se encontró fue todavía más desconcertante. Aquel estaba de pie bajo el umbral de la puerta, a medio camino de entrar como si algo lo hubiese frenado allí. Tenía sobre el paciente una mirada tan fija como la que este le devolvía. Si no conociera a su mejor amigo, hubiese supuesto que se trataba de alguien conocido. Sin embargo, una posible explicación, mucho peor, lo abofeteó en la cara.

—Ahí estás —le dijo Daniel—. Torrance, registra a nombre del señor Beau un kit de sutura y una CT. Cuando la tengas tráeme el recibo por el total de los insumos y la prueba.

Jesse trasladó dirección de su mirada de Daniel al paciente sobre la camilla un par de veces. Pareció tambalearse en su lugar con indecisión antes de acatar con una cabeceada nerviosa y marcharse.

A solas nuevamente, Hank Beau permaneció mudo por largo rato. Daniel respaldó con ello otra de sus sospechas. Parecía que lo que fuera que hubiera visto en el rostro de quien acababa de desaparecer por la puerta era una prioridad por encima del dinero que tendría que pagar por el viaje al hospital.

—No tiene seguro médico, ¿verdad? —inquirió Daniel.

Aquel negó, absorto, y su mirada volvió a clavarse en la puerta.

—Está bien, cuando el auxiliar regrese con el recibo podemos echarle un vistazo y arreglar el método más conveniente de pago para usted. Por supuesto que puede rechazar el tratamiento, pero dada la naturaleza de su lesión, yo le recomendaría tomarlo y permanecer en observación mientras esperamos el resultado de las pruebas.

—De acuerdo. Sí... sí...

Jesse no era un doctor, pero no tenía que serlo para saber que el paciente no necesitaba una ecotomografía computarizada —si acaso una radiografía—, y que nadie tenía motivos para permanecer bajo observación por una pierna con una lesión menor. ¿Era un golpe de suerte, o Daniel era sencillamente demasiado astuto?

Charis todavía estaba en el mesón de la recepción cuando Jesse se acercó a solicitar los insumos, a pesar de que sus horas de trabajo terminaban cuando ellos iniciaban su turno durante las jornadas nocturnas. Solo que ahora no lucía molesta en lo absoluto; posiblemente dado el hecho de que Victor Connell estaba con ella.

—Hay que repetirlo —murmuró él—. Te llamaré este viernes, y-...

—Shhh. —Ella lo silencio al momento de reparar en él.

Victor volteó y le arrojó una mirada desdeñosa de pies a cabeza. Después se alejó del mesón, guiñando un ojo a Charis.

—Hola, Jess —saludó ella, fingiendo no ver a Victor, aunque su rostro rozagante estaba teñido de colores más vivos que nunca. Se deslizó un mechón de cabello detrás de la oreja con encogimiento antes de reanudar sus tareas.

—¿Por qué sigues aquí? —preguntó él.

—Estoy a punto de irme; así que no me traigas demasiado trabajo. —Su forma de decirlo fue sorprendentemente cordial. Incluso con cierto tono de broma—. ¿Qué necesitas, Torrance?

—Una ecografía cerebral y un kit de sutura para la unidad siete. Solo el recibo.

—A la orden. —Charis dio una cabeceada y empezó a teclear en la computadora—. Debería haber terminado hace treinta minutos. De haber sabido que tendría que hacer media hora extra cada noche... —Jesse tamborileó nerviosamente sobre el mesón—. Por cierto, Dan me dijo esta mañana que rompiste tu móvil. ¡Qué descuidado eres! Como sea, sé que vi alguno en oferta en-...

—Charis —la cortó él, quizá con más hosquedad de la que pretendía—, rápido. Es... urgente.

Ella paró de hablar al acto, con los ojos muy abiertos. Tras arrojarle una mirada ofuscada, dio un chasquido y movió la cabeza:

—Eres tan encantador, Torrance... —ironizó.

Pensó en disculparse. Charis no tenía ninguna culpa. Pero antes de que lo hiciera advirtió a Julius Wilson, el paramédico conductor de ambulancias, a punto de salir por la puerta trasera del área de emergencia, de regreso a su vehículo, llevándose su camilla.

Jesse fue en su búsqueda en un trote, presa de un súbito presentimiento.

—... ¡Torrance! —gruñó Charis— ¡Ya está listo! ¡Oye-...!

El paramédico ya había sacado media camilla por la puerta. Tuvo que correr para alcanzarlo

—¡Julius!

Aquel se detuvo sobre su marcha y le dirigió una gran sonrisa blanca.

—¡Hey, Torrance, hermano! ¿Qué sucede?

—El paciente que acaba de ingresar. Ha-Hank Taylor Beau. ¿En... dónde ocurrió el accidente?

—Cerca del centro, por la calle Delph Warren.

—¿Sabes s-si hay... joyerías o... n-no sé, casas de empeño cerca?

Julius entornó la vista, pero no hizo preguntas. Sacó su móvil y revisó la aplicación de mapas. Se tardó en ello algún tiempo.

—Parece que hay dos joyerías por el área. Una justo en la esquina donde ocurrió el atropello.

Jesse contuvo un jadeo. Tal y como lo había sospechado.

—Gracias...

Regresó corriendo, ahora bastante seguro de que la suerte estaba de su lado.

Charis le dijo algo cuando pasó corriendo cerca del mesón, pero no se detuvo a oírla; en cambio atenazó la boleta con el total a pagar a la carrera y regresó con ella a la unidad.


Al abrir la puerta fue presa una vez más de esa mirada conocida; la que había visto en el callejón a oscuras. Beau no le quitó ni por un instante los ojos de encima. Había entre ellos una creciente y tensa expectación; como si ambos esperasen porque el otro fuera el primero en hablar, pero Jesse no dijo nada, de manera que el otro tampoco lo hizo, y se marchó aprisa de allí, dejándole el recibo a Daniel, quien le dio las gracias escuetamente, sin mirarlo.

Sin embargo, al momento de salir, se quedó cerca intentando escuchar la conversación dentro. No pudo oír demasiado, pero Daniel discutía distintos métodos de pago con el paciente, y le ofrecía opciones que no parecían convencerle. Finalmente, sin una resolución clara, Daniel salió de la unidad y fue directo hasta el mesón, sin notarlo. Parecía molesto:

—El paciente Hank Beau, en la unidad siete, rechaza el tratamiento. Señorita Cooper, por favor —aludió a Charis con formalidad—, anule el registro por los insumos en la farmacia.

—¿Acaso no era urgente? —su mirada llameante de ojos grisáceos se clavó en Jesse, y él la rehuyó.

—¿Por qué lo rechazó? —gruñó la señora Parker.

—Dice que no tiene dinero para costear la atención, pero tampoco quiso darme sus datos ni acordar ningún otro medio de pago.

Jesse apretó los labios. Evidentemente no quería dejar ningún rastro de su paso por el hospital. No podía significar otra cosa salvo que le había reconocido también y ahora pretendía marcharse pronto de allí.

—Ya está anulado, doctor —le dijo Charis, al cabo de un rato.

—Gracias. ¿Podrías imprimir un formulario de rechazo? Lydia, señora Parker, yo haré que lo firme; nadie salvo yo puede hacerlo, ¿está claro?

Daniel miró por los alrededores, y Jesse supo que lo buscaba, así que, sin perder más tiempo, resuelto a actuar antes de que fuera demasiado tarde, abrió la puerta de la unidad siete y se escabulló dentro.

Hank Beau se quedó inmóvil. Su expresión se tensó tan recia como piedra.

Al ver por tercera vez su cara, ya no le quedaron dudas de que era el mismo rostro frente al suyo, cuando le sostenían una navaja junto al cuello, y Jesse se mantuvo a una distancia segura. No podía descartar que el hombre llevase todavía el arma. Sin embargo, no pudo frenar su propia lengua:

—¿Cree en el karma, señor Beau?

—No sé de qué estás hablando, chico. Lárgate y dile a ese matasanos que no pienso pagar nada.

Jesse suspiró. Ya había supuesto que no iba a ser fácil.

—La quiero de regreso —solicitó, sorprendido de lo áspera que sonó su propia voz.

Hank Beau suspiró, sin escapatoria.

—No la tengo.

—La tienes. Ibas camino a venderla cuando sufriste el accidente, ¿no es así? En la joyería de la calle Delph Warren.

La expresión de aquel se ensombreció, pero no emitió una sola palabra.

Jesse respiró y procuró mantener la calma. Estaba dispuesto a tratar en términos civiles con él, aún después de sus amenazas.

—No puede... valer más para ti de lo que vale para mí. Te daré dinero por ella, si es lo que quieres.

Hank Beau torció el gesto, y lo recorrió de pies a cabeza con una mirada desdeñosa.

—Mírate, eres un chiquillo miserable. Parece que ni siquiera tienes para comer, ¿me equivoco? Esa joya debe ser tu única posesión de valor. ¿Qué harás si no quiero dártela? ¿Llamarás a la policía? —El cariz en su voz al pronunciar su última pregunta fue amenazador.

Jesse exhaló por la nariz, sin despegarle la mirada. Estaba seguro de nunca haber mantenido contacto visual con alguien por un periodo tan largo de tiempo.

—S-si esa... f-fuera mi intención, ya-... ya lo habría hecho. —Empezaba a dudar que fueran a llegar a alguna parte—. S-solo quiero mi collar. Y... zanjar el asunto aquí. Por favor...

—Tartamudea un poco más, anda —se burló Beau—. Quizá logres intimidarme. —Su rostro se tornó serio de pronto—. Hablo en serio, estás comenzando a enfurecerme, chico. Todavía podría hacerte daño si quisiera —siseó cada sílaba—. No me obligues a hacerlo.

Jesse abrió los labios, empezando a perder la paciencia.

—¿Qué haces aquí, Torrance? Te he estado buscando. —El repentino sonido de la voz de Daniel lo paralizó.

Jesse maldijo en su fuero interno. Bajó la cabeza, preguntándose cuanto tiempo llevaría él escuchando la charla. Daniel le puso una mano sobre el hombro con hosquedad:

—A la unidad cinco, chico. Después llama al siguiente paciente. Es pediátrico, no olvides los datos antropométricos.

Jesse asintió y se retiró de allí. No obstante, una corazonada lo llevó a dejar la puerta abierta y a quedarse cerca otra vez.

—Hay un problema con el sistema, señor —oyó decir a Daniel—, pero me temo que no puedo dejar que se vaya sin haber firmado el acta de rechazo. ¿Cree que pueda esperar unos minutos? Veinte, como mucho.

—No puedo esperar tanto, prefiero buscar otro hospital. Uno donde no lo estafen a uno robándole antes siquiera de darle atención. ¿Trescientos dólares por una puta radiografía? ¿Están locos?

—Una tomografía computarizada es un procedimiento mucho más complejo que una radiografía, señor Beau. Por el inconveniente puedo suturar la lesión de su pierna sin ningún coste, pero tendrá que permanecer aquí hasta que haya firmado el acta.

—¿Acaso tengo opción? Jodidos ladrones todos...

Jesse volvió la mano en un puño, irritado por la forma en que aquel sujeto se estaba dirigiendo a Daniel. Y más, porque podía imaginarse el rostro sonriente y amable de este mientras recibía los insultos.

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La puerta se abrió poco después a sus espaldas, y Jesse se hizo a un lado, arrimándose a la pared lateral para conceder espacio a Daniel.

No obstante, este se detuvo a su lado.

—Jesse. —Sonó como una aseveración—. ¿Llamarás tú a la policía, o lo hago yo? Tú decides.

No parecía que hubiera una tercera alternativa.

—No quiero involucrarlos en esto...

—Te agredió y robó. Y acaba de amenazarte. ¿Te parece que no sea grave?

—S-sólo quiero que me devuelva... lo que me quitó.

—Es lo que me temía...

Jesse bajó la cabeza. Poco después sintió la mano de su amigo sobre el hombro, y él levantó la vista con culpa; aunque no estuviera seguro por qué. El gesto de Daniel era amable, como siempre.

—Está bien, Jess; estoy de tu lado en esto. Solo hubiese deseado que me lo dijeras tú y no haber tenido que sacar conclusiones por mí mismo; corriendo el riesgo a equivocarme y cometer un error. Lo que es ahora... estoy haciendo esfuerzos inhumanos por no entrar ahí y darle una golpiza a ese infeliz.

Jesse sacudió la cabeza con reproche.

—Tu deber está con el bien de las personas, Daniel... Sean quienes sean. Eres un doctor.

—Lo soy. Pero por encima de eso soy tu amigo. —Sin retirar la mano de su hombro, lo palpó dos veces—. No lo olvides.

Jesse apretó los labios. Sabía que Daniel cumpliría su amenaza. Él nunca usaba ese tono, a menos que estuviera irrevocablemente decidido a algo.

Por otro lado, odiaba que tuviera una opinión tan errada. Daniel era la única persona en la que confiaba tan ciegamente. Y era por la misma razón por lo que había decidido ocultárselo: no hubiese querido involucrarlo en nada que tuviera que ver con una persona peligrosa. Alguien como Beau.

—Déjame hablar de nuevo con él —pidió.

Daniel tensó los labios en una mueca, poco convencido.

—Iré contigo.

—No. Si te involucras... —Intentó apartar de su cabeza la imagen que suscitó ese pensamiento. La de aquel delincuente esperando a Daniel fuera del hospital o de su edificio, listo para tomar represalias—. Déjame hacerlo solo. Al menos... permíteme intentarlo.

Aquel suspiró derrotado:

—No puedo retenerlo aquí por mucho más tiempo; sólo hasta que... —Hizo una pausa—. Hasta que se solucione el «problema con el sistema»

Jesse no pasó por alto el tono de su voz ni la forma en que su gesto se crispó al decirlo. Por su parte movió la cabeza.

—No hay ningún problema con el sistema... ¿verdad?

—Lo hay. Con el sistema de esta sociedad, si dejamos que criminales como estos anden sueltos por ahí —bromeó Daniel, y aquello le hizo sentir algo más aliviado. No soportaba ver a Daniel tan serio. Ese no era él...

A Jesse no le quedó de otra que aceptar el trato. Aún así, lo hizo con el esbozo de una sonrisa agradecida en los labios.

—Ahora ve. Tienes veinte minutos para razonar con él.

Jesse exhaló para despejar su mente y sin perder un solo segundo más, viró en dirección de la puerta para entrar otra vez en la habitación de Beau.

—Entra rápido, chico, hablemos —lo llamó aquel desde dentro apenas tuvo la mano sobre la perilla de la puerta, y Jesse se detuvo allí, desconcertado.

Obedeció casi involuntariamente y se adentró en la unidad. El hombre se hallaba sentado sobre el borde de la camilla con la vista puesta en el suelo. Lucía como si lo esperase.

—No quiero tu jodido dinero. Tampoco me interesa conservar tu maldita baratija. Mucho menos quiero problemas con la policía. —Jesse contuvo el impulso de mostrarse sorprendido. Aquel tenía que haberles oído hablando a él y a Daniel—. No tengo trabajo. Tengo una familia que alimentar, ¿lo entiendes? Si voy a prisión... estarán solos.

—Ya te lo dije, solo quiero mi-...

—Tu collar, sí. Tu collar... —Rodó los ojos con un resoplido exasperado—. Te lo daré, pero no todavía. Es mi garantía. Primero, no quiero que quede ningún registro sobre mi paso por este hospital. No me fio de tu amigo, el justiciero; ni de ti. ¿Puedes hacer eso?

Jesse lo pensó. Considerando que se había rehusado a pagar, no había copias de recibos con su nombre salvo el impreso y tampoco registros suyos en la sala de rayos, así que solo quedaba su ingreso en la computadora.

—Puedo hacerlo —determinó—. ¿Tengo... tu palabra?

—La palabra de un padre de familia que no quiere ir a la cárcel.

Él dio una cabeceada, conforme con el consenso, y salió de allí sintiéndose culpable desde ya por lo que iba a hacer.

Cuando se acercó al mesón, Charis apenas abría el formulario de cargo de insumos a la farmacia.

—Charis... necesito usar la computadora.

—Después. He tenido que cargar insumos, luego eliminarlos, y ahora volver a cargarlos. Me han llamado desde la farmacia para quejarse y preguntar qué diablos ocurre; creen que no estoy haciendo bien mi trabajo, y todavía no puedo ir a casa. Apenas acabe con esto, pueden irse todos al diablo y la computadora será tuya.

—No-... Charis, es... es urgente que-...

—¿Otra vez es urgente?

—... Charis... Por favor. —Y repitió, en un murmullo—. Por favor...

Aquella suspiró, y lo miró a la cara por primera vez, mientras que él bajó la suya y los anteojos le resbalaron hacia la punta de la nariz. Sucedía con frecuencia desde que los había tirado.

Y entonces, algo en ella pareció ablandarse en cuanto él le devolvió la vista con ojos desnudos por encima de los lentes.

—Rápido —le dijo ella—. Dime qué quieres, para que pueda acabar pronto.

—No puedo decírtelo.

—Virgen santísima, Torrance. ¡Solo-...!

—¡Es complicado de explicar! Te lo ruego... T-tengo... que hacerlo yo.

Charis cambió su expresión de hastío por alarma y lo escudriñó:

—¿En qué diantres estás metido, Torrance?

Jesse rodeó el mesón y fue a inclinarse junto a Charis, apoderándose del ratón por encima de su hombro.

—¡Oye! —protestó ella.

—Me cobro el favor de antes. Primero... tengo que hacer algo indebido. En segundo lugar... no puedes decírselo a Daniel.

Charis exhaló. Pero Jesse vio en su expresión que no tenía escapatoria.

—De acuerdo. Supongo que es lo justo.

Conseguido su beneplácito, Jesse buscó el registro de Hank Beau. Y entonces, lo eliminó del sistema tan rápido como pudo ante el asombro de Charis, quien emitió un jadeo y le arrebató el ratón.

—¡¿Qué diablos-...?! ¡Torrance! ¡Harás que me despidan!

—Yo seré quien responda por esto. No eres culpable de nada.

—¡Ese no es el punto, Jess-...! ¡Jesse! —lo llamó ella, en cuanto él partió corriendo para alejarse.

Se dirigió a toda prisa de vuelta a la unidad. La puerta de salida al estacionamiento para ambulancias estaba abierta y el viento se colaba frío pero no se molestó en cerrarla.

No fue hasta después de abrir la puerta de la unidad y encontrarse con la camilla vacía, que entendió que había sido un completo idiota.

Hank Beau había desaparecido, llevándose consigo su collar

Jesse se detuvo allí unos instantes, conforme lo procesaba.

—Maldición —masculló entre dientes—... ¡Mierda...!

El hospital Saint John contaba dos salidas al patio por el que entraba la ambulancia: la que comunicaba directamente con el estacionamiento para acceder a la sala de emergencias, y otra por las que se sacaban los desechos y residuos intrahospitalarios para la recolección del servicio de salubridad.

Beau había salido por la primera, en la sala de emergencias. Y Jesse creyó que si era lo bastante veloz, llegaría a tiempo como para interceptar su camino por la segunda salida antes de que escapase hacia la calle.

Cruzó el hospital oscuro y vacío a toda velocidad, y una vez llegar a la puerta de desechos hacia la calzada, se arrojó fuera jadeando y mirando en todas las direcciones, rogando por no haberle perdido.

No obstante, desde allí pudo a Hank Beau renquear por el patio en su dirección, mientras echaba vistazos hacia atrás para cerciorarse de que nadie lo seguía, sin reparar en el obstáculo al frente.

Pero aquel no tardó en advertirlo en cuanto volvió la vista adelante, y toda su expresión se distorsionó en un rictus furibundo al detenerse.

—No puede ser —gruñó de forma gutural—... Hazte a un lado, niño. Te lo advierto por última vez.

Jesse negó, frenándose de decir todo lo que quería decirle, todavía con la esperanza de razonar con él.

—Hice lo que me pediste. Ya borré tu registro. Dame mi collar y me haré a un lado. Ni siquiera miraré a dónde vas.

—Maldito mocoso idiota... Eres joven y tienes un trabajo estable. Yo estoy desempleado y tengo una familia que alimentar. No puedo ir a la cárcel.

Jesse se mantuvo firme en su sitio. No estaba dispuesto a permitirle correr por tercera vez. Si lo hacía, no tendría otra posibilidad de recuperar su collar.

Aquella era su última oportunidad.

Hank echó a andar en su dirección. Primero en un paso inseguro y zigzagueante, y luego en línea recta. Aumentó su velocidad hasta convertirla en un trote falseado y tembloroso debido a la pierna lesionada, probablemente ignorando el dolor, decidido a embestir a lo que fuera que se interpusiera en su camino

https://youtu.be/tjkQ4i3CoAk

Con cada paso más cerca de él, Jesse sentía el creciente apremio de apartarse y dejarle la vía libre para huir; lo cual hubiese sido lo más sensato; pero contra toda razón permaneció en su sitio depositando sus esperanzas en dos opciones: que, ante su determinación, Beau desistiese y se detuviera, o al menos ser lo bastante rápido y fuerte para detenerlo si aquello no ocurría

Había poco que pudiera hacer alguien de su tamaño frente a alguien del tamaño de Hank Beau, pero ya no tenía cómo arrepentirse. Mas en el último instante, ya a la velocidad de una carrera, la mano de Beau se desplazó al bolsillo de su pantalón, y cuando emergió del mismo, lo hizo empuñando algo.

Jesse supo enseguida lo que era. Sus pocas oportunidades se redujeron con eso a la nada. Lo último en lo que pudo pensar, era en lo ingenuo que había sido, y en el gran disgusto que le ocasionaría a Daniel.

Por encima de la agitación, la adrenalina que hormigueaba por sus extremidades y el frío que le recorrió la columna, escuchó a alguien gritando su nombre. Reconoció la voz, pero esta se perdió bajo el grito del hombre que ahora esprintaba en su dirección.

—¡Muévete! ¡Te voy a matar!

Y luego, al final de la callejuela, volvió a escuchar la misma voz de antes.

—¡¡JESSE!!

En ese momento el fugitivo estuvo encima suyo y sólo entonces vio la navaja en la mano de Beau, volando hacia su cuerpo.

https://youtu.be/sujl7RQ7WsE

Daniel apenas consiguió llegar al final del callejón con el tiempo suficiente para alcanzar a ver el momento en que el enjuto cuerpo de Jesse se dobló contra el puño de Hank Beau, tras lo cual fue lanzado sin esfuerzo fuera de su camino, hacia un costado del callejón. Y en cuanto vislumbró en la penumbra el resplandor del arma que el hombre blandía en la misma mano con la que lo había acometido, sintió que el alma se le escapaba por los pies.

Su corazón se detuvo por un instante, antes de empezar a martillearle contra el pecho de una forma tan violenta que podía escucharlo latir entre sus oídos. Sentía haber perdido la fuerza de todo el cuerpo; pero sus piernas se estaban moviendo a toda velocidad, con un objetivo muy claro: Hank Beau; en torno a cuya garganta su mano ya hacían por alzarse en el afán de asirlo, presa de una ira criminal. Vio como aquel afianzaba el arma en su mano, listo para contraatacar, pero Daniel no se detuvo.

Sin embargo, todo el callejón se bañó de pronto del resplandor de luces azules y rojas, acompañadas del graznido de una baliza policial.

El hombre frente a él se quedó de piedra, con las facciones trémulas de terror, y levantó en el aire dos brazos temblorosos al tiempo que el arma que blandía caía de sus manos al piso con un graznido metálico, cuando una voz al final del callejón se levantó estridente a través de un megáfono:

—¡LAS MANOS SOBRE LA CABEZA!

De súbito, dos hombres uniformados pasaron corriendo junto a Daniel, y cayeron sobre el asaltante como hienas hambrientas. Uno de ellos lo empujó contra la pared, reteniéndolo allí, y el otro le apresó las manos detrás de la espalda, capturándole ambas muñecas dentro de los grilletes de un par de esposas. En lo que le apresaban y lo palpaban en busca de más armas, Daniel tardó unos instantes en recomponerse y recordar que tenía algo mucho más importante que hacer que quedarse observando el espectáculo que se ofrecía.

Cuando buscó a Jesse entre las luces azules y rojas de la patrulla, le encontró en el mismo sitio donde el empujón lo había arrojado. Hecho un ovillo arrimado contra la pared de la callejuela. No se había movido de allí, pero hacía esfuerzos inútiles por levantarse, aferrando con fuerza su propio cuerpo, estremecido por una tos dificultosa.

Daniel se echó a su lado sobre las rodillas y le atenazó ambos brazos para levantarlo y ayudarle a recostarse contra la pared.

—Oh, no, no, no... ¡Jesse! —lo llamó con desesperación, apartándole el cabello negro agolpado sobre el rostro, para poder verle la cara. Tenía el rostro crispado de dolor y respiraba al ritmo de una respiración irregular.

De un brusco tirón deshizo los dedos que aquel mantenía entrelazados contra su abdomen, y al conseguir apartarle del camino las manos frías y temblorosas, Daniel sintió algo pesado y denso escaparse de su pecho en la forma de un resuello afligido.

Esperaba ver rojo. Rojo por todas partes... Pero su uniforme estaba intacto.

—Pero-... ¡¿Cómo...?! —farfulló, con las paredes constreñidas de su garganta estrujando cada sílaba.

Viró sobre su hombro para ver al fugitivo siendo aprehendido. Hank Beau le devolvió una mirada llena de resquemor.

Daniel dejó escapar ruidosamente el aire por la nariz, volviendo su atención a su amigo. Sin permitir a Jesse ponerse de pie, le rodeó los hombros, y el poco aire que había logrado recobrar después del golpe, Daniel se lo quitó otra vez, estrujándolo entre los brazos.

—Eres un idiota. Un idiota, ¿lo sabías? —lo reprendió—. Jamás me haces caso. ¡Jamás! ¡Casi me provocas un infarto, Jess!

—No puedo... respirar, Dan....

—¿Te duele? —preguntó este, en cuanto lo liberó y Jesse volvió a llevarse una mano refleja al centro del cuerpo— ¡Creí que-...!

—Debí saber que no lo haría... Solo pretendía asustarme.

—Podría apostar a que yo me asusté más.

En el momento en que los uniformados tuvieron a Hank Beau en esposas y lo hicieron caminar hacia la salida del callejón, donde el jefe de policía esperaba, Jesse se puso de pie de un salto para ir tras ellos. Daniel intentó retenerlo, pero él se escabulló como un ratón por su costado y escapó nuevamente, directo hacia los oficiales de policía.

Daniel bufó exasperado y lo siguió de cerca.

El oficial que aguardaba afuera era Benjamín Jiménez, un hombre alto y mayor, que escondía una creciente calva bajo la gorra de policía, cuya visera reposaba sobre dos gruesas cejas negras salpicadas de largas canas grises. Daniel lo conocía bien, pues tanto él como su esposa, Margaret, eran pacientes asiduos suyos.

—Deming, ¿cómo te va? —saludó—. Francamente fue una sorpresa que llamaras esta noche; tú de todas las personas. —Examinó a Jesse con un vistazo de pies a cabeza, y este evadió su mirada cuando llegó a su rostro. El policía volvió la vista a Daniel—. ¿Tienes pruebas de todo lo que me dijiste sobre el sospechoso?

—Portaba un cuchillo, y estuvo a punto de apuñalar a alguien, ¿necesitas más pruebas que esas?

Jiménez dio una cabeceada meditabunda. A su lado, un policía mucho más joven emitió un resoplido. Daniel no lo reconoció. No lo había visto antes. Era bajo y tosco, con cierto aspecto de simio gracias a sus extremidades demasiado largas para su torso angosto, y parecía tener la volubilidad típica de un policía nuevo.

—Cuida tus palabras. Estás hablando con un oficial —dijo a Daniel.

—Está bien, Carter —intervino Jiménez—, el doctor es amigo mío. Dan, él es Maverick Carter. Es mi compañero desde que Franco se retiró.

—El collar... —terció Jesse, casi en un hilo de voz.

Daniel lo vio brevemente por el rabillo del ojo y habló por él:

—Ese hombre está además en posesión de una joya robada.

El oficial Jiménez asintió, y mientras los otros dos policías lo mantenían preso, ordenó palparlo otra vez en busca de la evidencia.

Ellos consintieron y dieron inicio a la labor.

—¿Puedes describir la joya, muchacho? —le dijo el oficial Jiménez.

Jesse dio dos cabeceadas nerviosas.

—T-tiene un dije con un emblema heráldico. U-una flor de Lis plateada.

A su lado, a Beau le fue sustraída una cadena del cuello, pero era de oro, muy fina, con un crucifijo.

—Parece que es todo lo que tiene —dijo uno de los policías que le registraban.

Jesse exhaló una profunda bocanada, luciendo derrotado. Daniel lo examinó, cada vez más intrigado. Durante todos esos años, nunca había visto la joya de la que hablaba. ¿Acaso siempre la había llevado con él?

—Bien, tendrá que acompañarme para responder algunas preguntas, joven... huh...

—Torrance. Jesse Torrance —le dijo, no Jesse, sino Daniel.

—¿Acaso el chico no sabe hablar? —secundó el otro policía, Carter. Daniel hizo esfuerzos por ignorarlo.

Sí... La prepotencia clásica de un policía novato con demasiados aires.

—Eso no será necesario —respondió Jesse, para sorpresa de los tres.

Bajo la gorra policial y sus espesas cejas, Jiménez abrió los ojos.

—Debes hacerlo, chico.

—Yo no he cometido ninguna ofensa, oficial. No estoy obligado a responder preguntas.

Daniel tuvo que disimular una mueca de asombro. Era la primera, vez desde que lo conocía, que le oía protestar de esa manera.

Jiménez lo inspeccionó por algunos segundos:

—Así que conoce sus derechos, Torrance; lo felicito por eso. De cualquier manera, debería hacerlo si quiere que este hombre sea debidamente procesado por su crimen.

—No hace falta —repitió Jesse, como si estuviera ansioso por marcharse ya—. No voy... a levantar cargos.

El hombre al que registraban lo examinó ojiplático y lo siguió con la mirada por la ventanilla, aún después de que lo obligaron a subir al automóvil policial.

—¿A quién estás protegiendo, niño? —bramó Carter.

Daniel ardió en deseos de darle un puñetazo para callarlo.

—Carter —le reconvino por tercera vez su superior, antes de volver a Jesse— ¿Está seguro de eso, muchacho?

Jesse asintió. Daniel dejó caer la boca abierta.

—Pero-... ¡Jess-...!

Omiso a las protestas de Daniel, Jesse se apartó del lugar y se alejó caminando de regreso al interior del hospital.

—Qué chico más extraño —comentó Jiménez—. ¿Trabaja aquí?

—Es uno de nuestros auxiliares —le explicó Daniel—. ¿No pueden registrar otra vez a ese sujeto?

—En la estación se llevará a cabo una búsqueda más exhaustiva, pero aún si se hallara la joya, no podría dársela antes de cumplir con los procesos rigurosos. Es evidencia. Y si el joven Torrance no presenta cargos, no tiene mucho derecho a reclamar nada, a menos que pueda probar que le fue sustraída a él. Imposible, sin una declaración.

Viendo que la situación no tenía arreglo, Daniel asintió derrotado y, sin nada más que objetar, se despidió del oficial Jiménez.

—Adiós, Benjamín. Que tengan una buena noche.

—Lo estaba siendo, hasta ahora —dijo el otro policía.

—Carter —volvió a reñirlo Jiménez—. Adiós, Deming. Cuídese.

https://youtu.be/9JvIY6NT4_8

Una vez la policía se hubo ido y todo volvió a quedar en calma, Daniel se excusó de su turno y buscó a su amigo en donde sabía que lo hallaría.

Tras la remodelación del hospital Saint John, una de sus alas; la más antigua desde su construcción, había quedado completamente abandonada. Carecía de instalaciones eléctricas, por lo que la única luz que recibía en el día era aquella proveniente desde la ventana, durante las horas de luz solar. El resto de la tarde y de la noche, estaba en penumbras.

La primera vez que había sorprendido a Jesse allí, fue la vez en que, presa de la curiosidad, lo siguió hasta allí y le encontró recostado contra uno de los laterales del umbral, mirando con melancolía al interior.

A partir de ese día, Daniel acudía a buscarlo allí cada vez que Jesse desaparecía, y lo hallaba siempre sumido en el mismo estado enajenado con que siempre miraba desde la puerta hacia la única cama de la habitación, desnuda de sábanas y acompañada solo de un viejo pie de suero del que aún guindaba una bolsa vacía.

Y allí le halló también en esa ocasión.

Pese a que su rostro nunca mostraba el menor rastro de turbación, siempre había cierto aspecto adolorido en él cuando observaba hacia los adentros de ese lugar. Daniel había pensado muchas veces en preguntarle qué tenía de especial ese sitio en concreto, pero temía a su reacción. No a lo que él pudiera decirle, sino a la posibilidad de que, con hacerle consciente de ello y al verse puesto en evidencia, Jesse desistiera para siempre de regresar allí.

Y hacerlo parecía constituir un momento tan suyo... De manera que solo la idea de arrebatárselo por una indiscreción era un pensamiento que le resultaba incluso cruel.

Daniel se situó con cuidado junto a él, apoyado contra el lateral contrario de la puerta, y miró hacia el interior de la habitación, intentando, inútilmente, ver allí lo que Jesse veía al contemplar lo mismo que él. Con la pintura craquelada de las paredes y el vinilo roto del suelo, su estado de abandono era evidente y acorde con todo el resto del ala del hospital. Además de la única cama y el pie de suero, solo una vieja cortina apolillada cubría la ventana. No había absolutamente nada allí digno de admirar u observar con atención.

Omitió todo lo que había pensado decirle para reprocharle haber actuado tan impulsivamente, pues su amigo lucía abatido a un extremo en que parecía sentirse miserable.

Nunca lo había visto actuar así; tan triste y tan desolado.

—Jess... lo lamento mucho —fue todo cuanto pudo articular—. Nunca vi la joya; pero considerando los riesgos que tomaste... imagino que era importante —aventuró—. ¿Tenía... algún significado especial para ti?

Jesse dejó salir un largo suspiro que le vació el pecho y el cual intentó en vano disimular.

—Fue un regalo.

Daniel asintió, conforme con eso. No quiso hacer más preguntas, pues temió hacer las incorrectas.

—¿Vamos? —lo invitó.

—Voy en seguida. Solo... un momento.

Sin más que decirle, dispuesto a respetar su deseo, Daniel se despidió de él y enfiló de regreso a la sala de emergencias para continuar con sus tareas.

Durante todo el camino, y aún durante toda la jornada, no pudo apartar su cabeza del pensamiento que ahora rondaba allí. No tenía que haber visto la joya ni una sola vez para saber qué implicaba en la vida de su mejor amigo.

Jesse jamás había sido una persona que tuviera algún tipo de apego por las cosas materiales; menos para llegar a ese extremo. Al haber puesto su propia vida en riesgo por recuperar lo que fuera que le hubiese sido substraído aquella noche, dio por hecho que entonces, si decía la verdad y se trataba de un regalo, lo que Jesse temía perder, no era el objeto en sí... sino lo que simbolizaba. Más allá de un regalo, se trataba de un recuerdo. Uno que atesoraba más incluso que su propia vida.

El recuerdo de una persona que, probablemente, ya no estaba con él.


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