2. Vieja vida nueva, Parte I
https://youtu.be/CBS38PmH9Ds
—¿Puedo preguntar... cómo me encontraron?
Janvier permaneció todo el tiempo de pie, inhiesto e inmóvil como una estatua bajo el marco de la puerta. Hizo un gesto; una especie de mueca, y chasqueó la lengua antes de hablar:
—No fue fácil. No hubiese podido ser posible de no ser por cierta noticia sobre una joya perdida. Una flor de Lis. Y un dramático incidente en una pequeña ciudad llamada Sansnom.
—Ya veo...
—De manera que la policía se vio involucrada, llegué directamente a la estación en busca de información, pero resultó infructuosa. No me dijeron absolutamente nada.
Jesse agradeció internamente a Benjamín Jiménez por mantenerlo a salvo de a quién creía un potencial enemigo. Aún si había sido solo gracias a su amistad con Daniel, y por demás un intento infructuoso, apreciaba sus esfuerzos.
—Empecé a creer que o bien se trataba de una pista falsa, o no era sino una coincidencia —prosiguió Janvier—. Y entonces, al volver a Canadá, fue que me encontré con uno de los viajes de Mademoiselle. Se presumía que estaba en Philadelphia, comprando su vestido de novia, pero mi... informante me dijo que su destino real era Utah. Sé por hecho que Mademoiselle y su difunta madre, madame Ophelie Larivière, eran muy unidas, así que aquello reafirmó mis sospechas de que el hallazgo de la joya no era una coincidencia. —Hizo una pausa al finalizar su relato—. No debería contrariarse con Mademoiselle. Fue en extremo astuta.
—Solo que Monsieur lo fue más... —Su voz se perdió entre susurros. Tuvo que arrancarla desde el fondo de su pecho para poder declarar en voz alta—: No voy a volver; no puedes obligarme.
Janvier no se inmutó.
—En teoría, nadie puede obligarlo; pero me temo que las medidas que Monsieur tome para traerlo de vuelta no me conciernen. Mi obligación es informarle sobre su paradero. Lo entiende, ¿verdad?
Jesse hizo una pausa. Tragó saliva antes de preguntar, pues ya adivinaba la respuesta.
—¿Sólo... mi paradero?
Janvier hizo una pausa todavía más larga.
—Su amiga, la hermosa dama pelirroja es una mujer interesante. Apuesto a que Monsieur la encontrará casi tan interesante como yo.
Jesse hizo lo posible por no reaccionar. Para Edouard Janvier incluso la menor seña de temor o vacilación podía ser un poderoso punto de partida para encontrar el modo perfecto de incentivar una disposición más cooperativa en cualquiera. Ese era, en verdad, su trabajo. Había sido testigo de ello más veces de las que le gustaría...
«Charis. Claro... »
Su silencio fue suficiente.
—Eso creí —dijo Janvier.
El silencio era interrumpido cada tanto por Beth, quien ofrecía té, hacía preguntas de la naturaleza más casual y contaba alguna anécdota de su viaje hasta Utah. Pero, como si fuese una humareda a partir de la fase incipiente de un incendio de origen todavía desconocido, este volvía para asentarse, cada vez más pesado y denso en el ambiente, oliendo a peligro y vaticinando una tragedia que se desencadenaría en cualquier momento.
Mientras que Beth iba de aquí para allá buscando qué hacer, presa de un nerviosismo evidente, en la pequeña mesa cuadrada de la cocina de Charis, a un lado y al otro de ella, Daniel y Jesse se hallaban uno frente al otro; casi enfrentados entre sí dada su desafortunada elección al momento de tomar lugar.
Ni una sola palabra había salido de los labios de ninguno, si no era para declinar los reiterativos ofrecimientos de Beth de algo de beber o comer.
Charis exhaló discretamente. Arrojó por el rabillo del ojo un vistazo a Beth, pero no encontró el valor usual que los de ella conseguían transmitirle cuando dudaba. Estaba igual de incómoda; quizá con tanta idea como ella sobre qué hacer en esa situación, y odió que su amiga tuviese que verse atrapada en una de sus situaciones menos favoritas.
—Jess... acaba de llegar. Esta mañana —mencionó Charis.
Advirtió al aludido levantar ligeramente el rostro, y luego bajarlo todavía más.
—Así fue —masculló, casi inaudible.
Daniel se aclaró la garganta y sus hombros inhiestos bajaron apenas perceptiblemente.
—Ya veo... —Articuló algo con los labios que no llegó a cobrar la forma de sonidos, calló por otro instante, y después preguntó:— ¿Qué tal... el viaje?
Un progreso. Pequeño; pero progreso al fin. Charis se relajó parcialmente e intentó sonreír.
—S-sí, Jess, ¿qué tal el viaje?
—Cansado.
—¡Ugh!, dímelo a mí —se rio Beth—. Ya es un dolor de trasero volar desde L.A. hasta aquí; no imagino hacerlo desde Canadá.
Jesse abrió los labios para responder, pero al final solo dio una ligera cabeceada. Charis se arredró para evadir su mirada. Solo había una forma en que Beth podría haberse enterado de aquello.
—¿Y qué tal el clima allá? —insistió ella.
—Casi... llega la primavera. Así que... empieza a nevar menos.
—Debe ser un gran cambio, dado que aquí no nieva.
—No... Es decir... Sí; pero... Te-... Te acostumbras. Al menos-...
—¿Tu familia estaba feliz de verte de nuevo? —La abrupta intervención de Daniel invitó a un nuevo y aún más denso silencio.
No había animosidad ni capciosidad en su tono, pero no lo necesitó para que la pregunta sonara acusadora.
Charis respiró hondo para mesurar su tono, pero no pudo hablar antes de que Jesse lo hiciera, dueño de una sorprendente calma, aunque el suspiro que se le escapó antes de hacerlo fue evidente.
—Sam lo estaba.
—¿Qué hay de tu abuelo, el señor Larivière? —insistió Daniel—. Después de todo... llevaba tiempo sin saber nada de ti, ¿me equivoco?
—Dan-... —empezó Charis, y la mano cálida de Beth aterrizó en su hombro tan oportunamente que consiguió frenarla de hablar por el tiempo suficiente para que Jesse se le adelantase nuevamente.
—Él no... es del tipo efusivo. Supongo... que le bastó con saber que he estado bien.
Una sonrisa se escapó por la comisura de Daniel. Charis captó en ella cierta intención irónica, pero falló y no consiguió más que una mueca adolorida.
—Bueno, después de involucrar a la policía, imagino que es lo menos que-...
—Daniel —exclamó Charis, ahora sin aplacarse por nada—. No es momento para esto. Jess está aquí, y es lo que-...
—No, él tiene razón —dijo Jesse, provocando que tres miradas perplejas cayesen sobre él al acto—. Esto... nunca debió ir tan lejos. Una gran parte de esa culpa es mía, desde luego. Por eso y por... todos los inconvenientes... me disculpo. —Su rostro pálido, escondido hasta ese momento por la sombra de su espeso cabello negro, emergió apenas a la hora de dirigirse a la persona sentada en frente de él—. Dan, yo... lo lamento.
Charis se tensó, disgustada. Lo único que la detenía era la mano de Beth, cuyos dedos se cerraban un poco más con cada signo de la creciente rigidez en el hombro que le sujetaba.
Pero al momento de mirar a Daniel, se sorprendió de ver que la expresión en el rostro de este había cambiado drásticamente. De lucir agraviado y mordaz, parte de la gentileza afable que era más característica de él, empezaba a relucir por debajo de la bruma que había estado nublando la que sabía que era la verdadera naturaleza de su mejor amigo, a raíz de lo que todavía debía considerar una traición por parte de Jesse.
Finalmente empezaba a lucir más como él. Aunque nunca completamente... Y Charis temió por lo que viniera a continuación si acaso ganaba la otra parte.
Hubo otra pausa, y ella hizo todo por no desesperarse y acabar diciendo de más.
Y entonces, la expresión de Daniel se suavizó casi por completo.
—No hace falta... que hablemos de eso. Me alegro de que estés en casa. —Y añadió, como hubiera hecho el viejo Daniel—: De verdad, Jess.
Pero, contrario a lo que se hubiese esperado Charis, Jesse no pareció más tranquilo. Una sonrisa demasiado fugaz como para determinar si era genuina, se esbozó apenas en sus labios y después desapareció por completo cuando este volvió a dirigir la vista a un punto muerto en la mesa.
Las cosas estaban aparentemente resueltas. Pero entonces... ¿por qué ella continuaba sintiendo que no habían hecho sino empeorar?
https://youtu.be/W2ZlTNiLloU
Jesse sorteó todo el proceso del aeropuerto de forma automática; casi sin pensar en ello.
Pronto estuvo a bordo de su vuelo, y tras las instrucciones de seguridad de las aeromozas, el avión despegó, suscitándole ese extraño vértigo al que solía ser familiar, pero el cual ya casi no recordaba. Habían pasado más de diez años desde la última vez.
Aunque se había dispuesto a no hacerlo, a sabiendas de lo único que lograría con ello, no pudo evitar mirar abajo, hacia la ciudad de Sansnom alejándose. Desde arriba se veía más pequeña de lo que realmente era; pero más grande de lo que él la había sentido nunca.
Se distrajo de la vorágine de sentimientos encontrados que le sobrevinieron con ello, forzándose a pensar que Montreal desde esa altura luciría enorme en comparación. El paisaje sin duda que sería diferente también. Estaría rodeado de grandes edificios, de mucho verde, de mucho frío... Eso, por supuesto, si no acababa confinado a un cuarto oscuro otra vez. De una forma u otra, los pensamientos sombríos se abrieron paso en su cabeza.
Sam le había dicho que esperaría en el aeropuerto. Al menos Monsieur De Larivière había accedido a aquella, su única condición, junto con la libertad de volar en un avión comercial, como cualquier persona corriente, sin guardias cuidando cada uno de sus pasos. Al menos... no de forma tan evidente.
Como si lo necesitase. Janvier había encontrado su punto débil, y con toda seguridad ya le había puesto al tanto.
Cuando anunciaron por los amplificadores que estaban cerca de su destino y prontos a descender, el paisaje afuera, cuando se dio el valor de mirarlo, no era sino un cielo negro sin estrellas. Había conseguido dormitar por una hora o dos; pero seguía sintiéndose exhausto.
Y comenzó también a sentir las primeras repercusiones físicas del cambio de clima en la forma de pequeñas corrientes sin demasiada importancia por toda su columna, las que sabía que no harían otra cosa sino empeorar conforme se prolongase la exposición.
Ver a Sam entre la muchedumbre no fue una sorpresa, pero resultó grato; no así darse cuenta de que cerca podía contar demasiados trajes oscuros pululando por el lugar, empezando por el hombre parado cerca de Sam, casi una cabeza y media más alto que esta.
Sacha, el que había sido su fiel guardaespaldas por casi quince años. No había cambiado mucho. Alto, envarado y serio; aunque con un rostro mucho menos intimidante que el de Janvier. Sin necesidad de sonreír resultaba hasta cierto punto incluso algo afable.
—No sabía que el papa vendría a Montreal —masculló al llegar junto a ella. Le resultó extraño volver a hablar su lengua materna en voz alta, sin miedo a ser oído y cuestionado por ello, aunque deseó que su acento no se hubiese percudido demasiado con el tiempo.
Sam meneó la cabeza y lo estrujó en un abrazo cálido.
—Pusiste tus condiciones... y él las suyas —le dijo suavemente al oído, en el mismo idioma.
—Si corro... ¿crees que me persigan?
Ella procuró reír, pero al momento de apartarse y que pudiera verla claramente, todo en su rostro contradecía su aparente buen humor.
—Es mejor... si nos ahorramos el mal rato.
Jesse se arrepintió de bromear. Era Sam quién habría tenido que lidiar con la ira del señor Larivière mientras él se encontraba a kilómetros, seguramente. Prueba de ello era el solo hecho que gran parte de su acostumbrada jovialidad se había perdido entre toda la tensión que abrumaba sus suaves y hermosas facciones.
—Está lo suficientemente enojado ya... ¿no es así?
Sam se abstuvo de responder directamente a la pregunta. Llevaba haciéndolo desde el momento de reencontrarse.
—Lo importante ahora es... que no lo empeoremos. —Hizo a Sacha una seña y, con un profundo asentimiento, este le quitó a Jesse la bolsa de las manos aunque le dijo que no era necesario—. No seas terco, debes estar cansado. ¿Es todo tu equipaje?
—No estoy cansado. Y sí, lo es. No voy a quedarme mucho tiempo.
Sam tensó los labios. No tuvo que decir nada para que Jesse adivinara que las cosas no iban a ser tan fáciles, así que caminó con ella sin inferir en nada más, conforme con engañarse a sí mismo todo el tiempo que aún pudiera.
Gran parte del camino por el aeropuerto transcurrió en silencio. Sam parecía debatirse para hablar.
—Dilo ya —pidió Jesse—. Mejor ahora, que camino allá; cuando tenga al alcance la ventana de un vehículo en movimiento.
Ella suspiró sonoramente.
—Monsieur espera que te reúnas con él esta noche para cenar.
—Por supuesto... —masculló Jesse. Guillaume no era un hombre paciente. No lo había sido nunca—. ¿Precisas cambiarte primero, o...?
—Oh, Jesse...
Él se detuvo de golpe sobre la marcha y se giró para mirarla, al momento de captar solo mediante su tono lo que aquel lamento inconcluso significaba.
—Saaam...
—No me mires así; no me hagas esto...
—Sam, te lo ruego.
—Tengo algunos asuntos pendientes —zanjó ella.
Jesse exhaló por la nariz con los labios apretados.
—Querrás decir... que Monsieur tiene asuntos pendientes para ti.
—Te prometo que todo va a estar bien —sonrió ella, al momento de atreverse a darle la cara. Procuró decirlo a través de una sonrisa—. Él solo quiere hablar contigo. ¿De qué tienes tanto miedo?
—No me dejes solo con él. Te lo pido...
—Por favor, sé razonable. A mí me ha visto cada día los últimos diez años. A ti, en cambio...
—Sabes que eso no hará ninguna diferencia.
—Ya no eres un niño, Jesse. Has crecido tanto... —le dijo ella, y trasladó una caricia por su mejilla—. Y has madurado mucho también. Las cosas pueden ser distintas ahora.
Él suspiró, tan hondo que la incipiente sensación en su espalda sólo se agudizó con el frío que transcurrió por sus vías respiratorias.
—Ojalá... creyeras eso en verdad. Si lo hicieras, quizá yo también podría. —Pero se dio cuenta de que no podía culparla. Incluso con la sola mención de Monsieur, la propia Sam era como una niña escarmentada—. Dime la verdad, ¿fue... muy duro contigo? —no hizo falta que ella respondiese. Podía notar en sus ojos su agotamiento y su tristeza—. ¿Qué fue lo que pasó?
Ella sonrió con pesadumbre y se encogió de hombros.
—Sólo digamos que... es amable de su parte el seguir considerándome su hija después de la forma en que cree que le traicioné. Pero no me importa... Sabía lo que hacía, y asumo esa responsabilidad. Aún si no vuelve a mirarme a la cara, hice lo que hice por mi querida Ophelie. Además... todavía te tengo a ti. Y tengo a Roel. —Su rostro lleno de angustia se iluminó de pronto, con la sola mención de ese nombre—. Ah, cariño, él es maravilloso. Te va a simpatizar, y tú a él; ya verás.
Por su forma de desviar el tema, corroboró su primera sospecha. Sam estaba pagando por su pecado de una forma u otra. Era evidente que aún había muchas cosas que ignoraba... Monsieur no dejaba ofensa sin castigar; incluso a su familia.
Entre tanto, se alegraba al menos de que Sam no hubiera tenido que afrontar todo sola.
—Imagino que si Monsieur De Larivière lo aprueba, entonces...
El humor de Sam decayó al acto, y Jesse se arrepintió de bromear.
—Monsieur De Larivière no aprueba a nadie —declaró ella.
—Nosotros no somos la excepción —añadió Jesse, y reanudaron juntos la caminata; aunque por una distancia corta—. Sam...
Ella se detuvo nuevamente sobre sus pasos cuando él detuvo los suyos y se quedó atrás.
Intentó por todos los medios posibles omitir la presencia abrumadora de su guardaespaldas. Hubiese querido elegir un momento más íntimo, pero no se halló capaz de esperar más.
—¿Sí? —acució ella.
—Por todo lo que te dije la última vez... Perdóname.
Y la expresión jovial volvió a adornar los rasgos de su tía, de un modo tan parecido a aquel en el que su propia madre solía sonreír, que sintió su pecho estrujarse, y más todavía cuando ella volvió sobre sus pasos y volvió a echarle los brazos a los hombros.
—No hay nada que perdonar.
https://youtu.be/buwfFvVUGpg
—¡Pero mira nada más mi suerte! —exclamó Beth, alzando los brazos al aire y dando vueltas, retozando por el césped como una niña.
Charis se apartó a tiempo para evitar un manotazo:
—¿Quieres parar y ayudarnos? Tu bolsa es la más pesada y has sido quien la ha cargado por el menor tiempo. Al menos podrías llevarla a la puerta.
—Yo me encargo de eso —sonrió Daniel al momento de tomarla y echársela al hombro junto a la de Charis y la propia.
—Déjame ayudar con una al menos —le dijo Jesse—. Esta vez no hay nada de malo con mis brazos.
Daniel negó.
—Descuida. —Mas su sonrisa para él no llevaba el mismo cariz de la anterior. Fue demasiado cortés para resultar amistosa.
Charis se reservó toda opinión. Las interacciones entre ambos continuaban sintiéndose extrañamente tirantes, pero imaginó que solo necesitaban tiempo para sanar esa herida todavía fresca. No obstante, le dolía incluso solo ser testigo de esa distancia; no imaginaba cómo debía sentirse para ellos.
Beth se detuvo junto a ellos y se colgó de uno de los delgados brazos de Jesse:
—Déjanos mimarte. Es lo menos que podemos hacer luego de invitarnos de nuevo a este hermoso lugar. ¡Pensé que no lo vería de nuevo hasta otra vida!
—Para nada... Me alegro... de que hayan podido venir todos conmigo otra vez.
Una mirada discreta de su parte voló en dirección de Daniel, y permaneció allí poco tiempo antes de bajar al suelo.
Él no había tenido problemas en pedir permiso para ausentarse un par de días del trabajo, y su hermano Noah tampoco le puso ningún obstáculo a Charis. Sin embargo, Daniel no parecía demasiado feliz de volver. Como si no hubiese accedido por otro motivo que mero sentido de la obligación. Y ella por su parte, aunque procuraba que no se le notase, continuaba sintiéndose asfixiar obra de la densidad del aire que se respiraba entre todos.
En el caso de Beth, no sabía si ella sencillamente no lo notaba, o si era buena ocultándolo, y desde luego que mucho mejor que ella a la hora de fingir que no pasaba nada. Esta tiró del brazo de Jesse hasta ponerle a la altura suficiente para clavarle un beso en la mejilla, y después se descolgó de él y fue hasta el auto para ayudar a sacar las últimas cosas. Jesse no pareció importunado por el gesto; como mucho algo sorprendido.
Charis desvió la mirada a la bolsa que ella misma se ocupaba en sacar de la cajuela del auto.
¿De qué manera le resultaba a Beth tan natural tener ese tipo de gesto con las personas? Se preguntó si ella podría. Si tendría el valor...
Si lo hiciera, ¿la reacción de él sería la misma? ¿O qué tan diferente?
—Déjame llevar eso por ti. —La mano blanca de dedos largos apareció junto a la suya de modo tan repentino que Charis dio un salto, abochornada, como si dada su cercanía él pudiese ser capaz de oír lo que estaba pensando, antes de razonar lo absurdo que sonaba eso.
—No hace falta.
—Por favor... Me siento inútil. No me han permitido cargar nada desde que... —Se calló abruptamente y suspiró.
Charis soltó la bolsa y le permitió llevarla. Intentó suavizar el ambiente con una risa.
—Olvidaba que ahora tienes guardaespaldas que te lleven cosas.
Se preguntó qué tan prudente era bromear con ello, dado cuán reciente era todo todavía, aunque ya habían pasado varios meses, pero se tranquilizó cuando él dibujó una sonrisa alicaída.
—Son los de mi abuelo. Mi espalda... no es importante —adujo, tomando otra bolsa en la mano libre.
—Tampoco la mía, vamos, déjame llevar la otra —dijo Charis al momento de quitársela.
Después, los dos emprendieron una caminata pausada detrás de Daniel y de Beth, rumbo a la casa en medio del claro. Ophelie's.
https://youtu.be/UUrQHSLMI8U
Por más que se esforzó en reconocer los alrededores —para de ese modo sentirse menos ajeno—, estos no le resultaron familiares en lo absoluto. ¿En verdad había cambiado tanto todo, o se debía al tiempo que había pasado lejos? O tal vez porque era de noche... O quizá se debía más bien a que nunca había visto demasiado del mundo exterior para empezar; incluso en su ciudad natal.
Cuartos de damasco oscuros y helados era todo lo que podía recordar. Y luego, muy fugazmente, una casa en medio de un luminoso prado. Después, un cuarto oscuro de hospital, y posteriormente una morgue fría.
—¿Recuerdas que aquí solía haber un parque? Vinimos alguna vez juntos a jugar. Talaron los árboles y construyeron esa oficina. Subiendo por esta calle todavía está la casa de la anciana Bernadette. Ella falleció hace un par de años.
Jesse asintió, con la vista puesta en la ventana polarizada del Mercedes negro que se movía silencioso a través de la oscuridad de las calles. Cada cierto tramo las casas se iban volviendo menos frecuentes y más amplios los espacios entre las mismas.
—Lo siento... Te estoy deprimiendo. Otras cosas no han cambiado demasiado. ¿Recuerdas la pastelería a la que tanto te gustaba ir? Todavía venden ese exquisito pastel de chocolate al que eras adicto. ¡Podemos comprar mañana!, ¿qué opinas?
—Sam, sobre lo que dijiste antes... —Aquella se tensó en su asiento, en espera del resto—. No solo nos tienes a tu prometido y a mí. —Jesse apartó la vista de la ventana y buscó la suya en la oscuridad. Tenía los ojos verde-pardo muy abiertos—. También... tienes a Madame.
El rostro blanco de Sam, como un hermoso espectro en la oscuridad, decayó hasta volverse la expresión de un arlequín triste.
Justo en ese momento, el Mercedes se detuvo frente a un portón gigantesco. En la penumbra, las verjas de color negro, sin importar cuán ostentosas y elegantemente forjadas, lucían como lo que habían sido para él durante toda su infancia: los barrotes de una celda.
A un lado y al otro de la misma, las murallas altísimas de ladrillo se extendían infinitas, perdiéndose en la noche. Del otro lado no podía adivinarse otra cosa que árboles aún más altos, cuyas copas descollaban, ramas entretejidas entre sí, balanceándose desnudas al viento en la oscuridad. Todavía no florecían.
Esta vez, a diferencia de como la recordaba, la entrada estaba abierta de par en par para recibirlos, y el camino de grava flanqueado de árboles y arbustos cuidadosamente podados, serpenteaba internándose en lo profundo de la noche, hasta acabar en una silueta inmensa en la penumbra.
Jesse la observó desde la ventanilla. Podía rememorar a la perfección la última vez que la había visto. También de noche, solo que por la ventana trasera. Por el instante más breve, entre el miedo y los nervios, había creído que sería la última vez que la vería.
Pero allí estaba de nuevo, la enorme casa estilo chateau que había sido la prisión de su infancia: la mansión de Guillaume De Larivière.
Dentro, Luk y Janvier aguardaban junto a otro carro estacionado justo del otro lado, a un costado del camino. Jesse se bajó del Mercedes al mismo tiempo que Sacha cuando este rodeó el auto para abrir la cajuela y sacar su equipaje, el cual Luk se adelantó para recibir y trasladar al siguiente automóvil.
Jesse lo siguió con la mirada, y en cuanto este lo interceptó con la suya, su rostro se torció con una mordacidad disimulada que él respondió bajando el ceño, malhumorado.
Sostuvo la puerta abierta para Sam, pero esta no se movió de su lugar. Jesse pestañeó, todavía en espera, sin entender nada. No lo hizo sino hasta que percibió, aún en la oscuridad dentro del coche, que los ojos de ella se cubrían de una bruma translúcida.
—Al menos... acompáñame dentro —pidió, aunque ya empezaba a sospechar lo que ocurría; solo guardaba esperanzas de lo contrario, no porque no pudiera concebir que Monsieur fuera en realidad tan cruel, sino porque estaba convencido de que las cosas podrían ser aunque fuera un poco diferentes tratándose de quién se trataba.
Pero, claramente, estaba equivocado.
—Entiendo... —masculló, tras que Sam no se moviera.
De manera que en eso consistía el castigo.
Sacha había regresado ya a su lugar frente al volante. Desde su lugar extendió un pañuelo hacia la llorosa Sam, que esta recibió con un gentil agradecimiento para secarse las lágrimas:
—Quiero pensar... que solo necesita tiempo. Adiós, cariño, te llamaré por la mañana. —Ella procuró sonreír, pero tenía ya las pestañas colmadas de rocío—. Dale mis saludos a Madame. Dile a mamá... que la amo.
Entrar en aquella casa por segunda vez se sintió nuevo y extraño para Charis, a la vez que curiosamente familiar.
El observar los alrededores y recordar los detalles que la última vez habían suscitado tantas preguntas en ella, hizo que reprodujera en su cabeza, como una cinta, las imágenes impresas allí de acuerdo a la historia que ahora ya conocía, después de que Jesse finalmente se lo contase.
Vio a la hermosísima Ophelie corriendo de un lado para el otro, cargando en un brazo a una niña pequeña casi tan hermosa, quizá con la piel pálida y el cabello negro característico de su familia, y en la otra una bolsa hecha a las prisas, seguida de una versión más joven y frágil del muchacho que se hallaba ahora a su lado y que miraba por los alrededores al igual que ella, con toda seguridad reviviendo en secreto los mismos sucesos y fantasmas de ese pasado, solo que con mucha mayor precisión que Charis, pues formaba parte del cual como si fuera otro fantasma; el único sobreviviente a esa noche nefasta.
Casi pudo sentir el miedo, la impotencia, la desesperación... y después nada. Años de esperanza y sed de libertad a la basura... justo como ahora. La historia casi se había repetido para él.
Su mano se movió por reflejo y sujetó entre sus dedos la mano helada de Jesse, transmitiéndole un ligero apretón para arrancarlo de su ensimismamiento, y cuando tuvo la atención de él por medio de una mirada absorta, le dedicó una sonrisa reconfortadora para asegurarle de que ya no tenía qué temer. Ya estaba de vuelta en casa sin nadie que le persiguiera.
Tuvo éxito en sacarlo de su trance, mas no en conseguir que sonriera también, aunque le bastó sentir la respuesta de él en el apretón que le devolvió antes de soltarla y caminar para seguir adentrándose en la casa.
—Vamos a dejar nuestras cosas y a almorzar algo, ¿les parece bien? —determinó Beth—. Después-... ¡Oh!, ¡¿qué dicen si volvemos a ir al lago?!
Hubo una pausa en la que se contemplaron entre los cuatro.
—Si... ustedes quieren —dijo Jesse.
Daniel solo se encogió de hombros.
Charis inhaló un aliento. Al parecer, la decisión era de ellas:
—No veo por qué no —dijo a Beth.
Y no hubo ninguna objeción.
—¡Excelente!
Todavía con el corazón en un puño, incrédulo sobre cuán lejos podía llegar Monsieur, a la vez que sintiéndose culpable por las consecuencias que enfrentaba Sam por su causa, apenas se fijó en el resto del camino hasta la puerta, y entró en la casa mirando al suelo.
Le cegó por un momento el resplandor del reflejo de las luces interiores sobre las baldosas blancas, y cuando alzó la vista, y sus ojos se acostumbraron a la iluminación, el primer rostro que vio al mirar al frente, a través del gigantesco vestíbulo de paneles de caoba y brocados color navy, le estrujó el pecho a un punto tal en que se le escapó todo el aliento en un resuello arduo que le halló desprevenido.
https://youtu.be/NSPE2ZcSS1A
La mujer de pie al final de las sempiternas escaleras curvas lucía tal y como la recordaba. Elegantemente vestida con una falda color esmeralda bajo la rodilla y una blusa de seda blanca, resplandeciente, el cabello rubio y cano, cuidadosamente acomodado en ondas amplias y suaves hasta los hombros, y los finos labios rojos en el afán de un boqueo, Madame dudó trasladando su peso de una delgada pierna a la otra, en dos escalones diferentes, hasta que un tumbo casi la arrojó al piso de bruces en cuanto salvó los dos últimos y se precipitó en su dirección en una carrera tan apresurada como su edad se lo permitió, haciendo resonar los tacones, directo a encontrarlo en la entrada.
Jesse no consiguió moverse de su lugar, pero no necesitó hacerlo, pues la mujer le halló al final de su carrera, echándole dos brazos lánguidos sobre los hombros. Jesse percibió que ella contenía la respiración; y por su parte, él respiró hondo el delicado perfume que impregnaba su ropa suave y la piel delgada y movediza de su frágil cuello rugoso. Y, por primera vez desde que había aterrizado en Montreal, pudo experimentar la calma y la dicha de hallar algo familiar en medio de un sitio que le parecía ajeno, y circunstancias tan hostiles.
Se aferró a ello con todo su ser, y por su parte, aunque tarde, correspondió al abrazo y estrechó el delgadísimo cuerpo de la dama, apenas midiendo sus fuerzas como solía hacerlo cuando era un niño y pensaba que podía romperla si no se mesuraba.
Solo entonces, Madame Marion De Larivière soltó un sollozo sobre su hombro, seguido de otros cientos que se escaparon de su pecho frenético contra el suyo, conforme le estrujaba y se apartaba cada tanto solo lo suficiente para besarle los contornos del rostro y sostenérselo entre las manos para mirarlo a los ojos, intentando convencerse aún de lo que tenía frente a los suyos.
—Creí que no te vería de nuevo —articuló, sin voz y entre resuellos lastimosos—. Mi dulce, mi querido Jesse... Mi amado nieto.
https://youtu.be/_ZDDGwFXYE4
La tarde junto al lago transcurrió agradable en gran parte gracias a los juegos y la charla animada de Beth, quien, nuevamente, no perdió la oportunidad de meterse al lago a nadar, acompañada de Daniel, mientras que Jesse y Charis permanecieron sentados en el pequeño muelle sin querer seguirlos.
Desde allí, se limitaron a mirar mientras que Beth y Daniel se divertían jugando una partida de Marco Polo de dos personas metidos en el agua.
El humor de Daniel parecía ligeramente mejor desde que habían llegado, aunque la tensión entre él y Jesse permanecía palpable, al menos para Charis, que conocía bien a ambos.
Un viento fresco remecía suavemente la superficie del agua, y la vegetación de los alrededores empezaba a brotar con verdes tiernos.
—¿Te gusta... este sitio? —la pregunta de Jesse la tomó desprevenida.
Pero no tuvo que pensarlo demasiado y asintió.
—Es hermoso. Aunque no sé si viviría en un sitio como este, lejos de la ciudad. No podría trabajar, y estaría lejos de todo.
Jesse dio una ligera cabeceada. Tenía la vista perdida en algún punto del agua.
—¿Por qué me preguntas eso? ¿Acaso planeas vender la casa al fin? —Charis le dio un ligero tope con su hombro al suyo—. ¿Quieres venderme tu propiedad, Torrance? Te advierto que si considerase comprártela, exigiría facilidades de pago y un generoso descuento de amigos.
Jesse se relajó, y exhaló una suave risa, desviando la vista al suelo con un meneo de cabeza.
—No tengo pensado venderla. Pero... puedes venir aquí, cuando tú quieras. La llave siempre... está en mi casillero en el hospital. A veces... incluso olvido cerrarlo.
Algo en su forma de ponerlo disparó todas sus alertas y Charis borró casi en totalidad su sonrisa. Guindó en sus labios algo más parecido a una línea tensa, llena de recelo.
—¿Es decir... todos nosotros? —quiso corroborar—. Nosotros tres, con Daniel. Y con Beth, los cuatro.
Él se tomó una pausa para responder.
—Incluso... si alguna vez te visitan tus sobrinas, y quisieras traerlas aquí... eso estaría bien.
Charis no le quitó la mirada. No pasó por alto el que él había vuelto a evadir la pregunta.
—Estoy segura de que amarían el lago —masculló, desconfiada.
—Yo también.
Decidió dejarlo por el momento. Ya tendría tiempo de hablar con él en otra ocasión, con más calma, y lejos de los gritos y risas de Beth, y el ruido del agua salpicando a todas partes.
—Ojalá puedas conocerlas pronto —dijo Charis—. Sé que te adorarían; en especial Kim. Es un amor. Hablo con ella casi a diario por videollamada. Y con Dina y Marla y Jordan. Gracias a dios por la tecnología.
—Me alegro mucho. —Pero no había rastro de alegría en su rostro. Había vuelto a perder la vista en el agua del lago.
Charis buscó cómo arrancarlo de allí; de dondequiera que estuviese su mente, perdida y sufriendo cosas en silencio.
—¿Recuerdas cuando Beth nos retó a bailar?
—Claro...
—Pensé que era imposible que no lo hubieras hecho antes. Desde luego que eras mucho mejor que yo. ¿Tú madre... fue quién te enseñó? —lamentó lo dicho apenas salió de sus labios. Si lo que planeaba era animarlo, estaba segura de que el recuerdo de su madre fallecida no ayudaría demasiado.
Pero él sonrió. Y fue la primera sonrisa genuina que vio en él desde que había llegado. Sin sombras ni pensamientos ocultos dolorosos.
—Sí.
—La primera vez que vi a Sam, yo pensé que era ella —admitió Charis—. Y también... Bueno, yo creí que-...
—Sé... lo que creíste —la cortó Jesse, y bajó la vista, torciendo su sonrisa en una mueca abochornada.
Charis escondió otra de él, volteando el rostro en la dirección opuesta.
—Yo... me comporté como una novia tóxica ese día, ¿no es así?
—Un poco —reconoció él, y aquello no hizo sino empeorar el arrebol de sus mejillas—... Pero... ya todos pensaban que lo eras, de cualquier modo... Supongo... que tenías derecho a reaccionar así.
—No lo tenía. Aún si la gente lo cree... no es que seamos nada, en realidad.
Hubo un silencio. Le escuchó soltar un suave aliento.
—... ¿Nada? —Charis levantó la vista, pero sin llegar a mirarlo—. Yo pensé... que éramos amigos.
Un sentimiento extraño le cruzó el pecho. Algo a medio camino de satisfacción, a la vez que un curioso malestar que no supo interpretar.
—Lo somos. Claro que lo somos. —Exhaló, forzándose a reír, pero sin conseguir más que un jadeo patético—. Lo que quise decir es que...
—¡Me estoy congelando!
No vio en qué momento Beth salió del lago, pero cuando pasó corriendo por detrás de ambos le salpicó agua fría en los hombros y el cuello, y Charis se quejó al tiempo en que ella se sentaba del otro lado de Jesse, afianzada a sí misma y temblando frenéticamente de frío, sin más ropa encima que el bikini amarillo empapado.
—¡Oh dios, mis pezones!
—Fue tu idea entrar al agua. Estamos a marzo, Beth, ¡¿qué diablos esperabas?!
—Te vas a resfriar. —Jesse se quitó la chaqueta y la tendió sobre los hombros de Beth—. ¿No has traído más ropa?
—Dan fue al auto a buscarla. El castigo por su triste derrota. Reina del Rummy y del Marco Polo —declaró orgullosa—. Gracias, Jess. Mis pezones te lo agradecen.
—Uh... diles... que no es nada.
—Tú díselos —ronroneó ella, y se abrió la chaqueta sobre el pecho.
—¡BETH! —rugió Charis—. No le sigas el juego, Jess. Y tú, cúbrete antes de que le saques un ojo a alguien.
Aunque hubiese querido poder enfadarse con ella por su irrupción, en el fondo, se sintió aliviada de la oportuna aparición de Beth, y del efecto instantáneo de su buen humor a la hora de disipar la tensión y de interrumpir el rumbo que podría haber tomado la plática anterior.
Pero su alivio no duró demasiado.
—Así que... ¿de qué hablábamos? —preguntó Beth, y dirigió a Charis un gesto de cejas enarcadas.
—De la gente que se entromete en conversaciones ajenas.
—Ugh. Cómo odio a esa gente —asintió Beth.
—Y yo —secundó Daniel, al tiempo de sentarse del otro lado, junto a Charis, después de dejar con Beth su bolso con ropa seca.
Compartieron así, por primera vez en el día, un coro de risas animadas y sinceras, el cual terminó de disipar cualquier carga en el ambiente.
Aún si las cosas continuaban un poco tensas, lo cual era natural después de todos los últimos acontecimientos, Charis tuvo con ello algo de esperanzas en que durante lo que quedaba de su pequeña escapada de cinco días, las cosas mejorasen de a poco.
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El estudio lucía idéntico a aquel todavía impreso vívidamente en sus recuerdos. Igual de oscuro y frío también...
Monsieur estaba vuelto hacia la ventana. Allí estaba también la última vez que Jesse había estado en esas estancias; incluso vistiendo ropas similares. Parecía como si en esos diez años, Guillaume De Larivière no se hubiese movido de ahí ni un solo centímetro.
Conforme transcurrían los minutos en silencio, se tornaba cada vez más pesado el aire, al punto de volverse denso y difícil de respirar.
Jesse aguardó a que Monsieur hablara primero. No sabía qué esperar de su primer encuentro luego de tanto tiempo; lo único que tenía era lo que podía recordar de cómo solía ser su relación antes de eso. Y si de algo se acordaba perfectamente, era que Guillaume De Larivière tenía siempre la primera palabra. Y también la última.
Por fin, aquel se movió de la ventana. Lo hizo solo para trasladar el peso de una de sus piernas a la otra; la del bastón de ébano y oro blanco en el que apoyaba su mano nudosa de dedos largos, y cuyo extremo se hundió más en la alfombra Couristan color cobalto.
Abrigado a la oscuridad, apenas perfilados sus pálidos y recios rasgos por la escasa luz que se colaba desde afuera, proveniente de los farolillos del vasto jardín, Guillaume parecía una más de las estatuas y bustos que decoraban su estudio.
—Has regresado —musitó.
Oír su voz grave y áspera, casi siseante, le provocó los escalofríos acostumbrados. Se sintió otra vez como un adolescente, y tuvo que hacer esfuerzos para recordar las palabras de Sam. Era un adulto ahora. Entonces... ¿por qué experimentaba las mismas emociones de cuando era un niño pequeño, aterrado de cometer el menor desliz que despertase la ira de aquel hombre temible, al que ni siquiera tenía permitido llamar «abuelo» aunque lo fuera?
Inhaló hondo antes de contestar. La voz le tembló en las primeras sílabas pese a lo mucho que intentó sonar firme, y a lo mucho que hubiese querido ser sarcástico:
—Tú enviaste por mí.
—No imaginé que sería tan fácil. Pensé que me harías perseguirte.
Jesse tragó saliva. Susurró, aun cuando hubiese querido hablar alto, pero al menos esta vez no titubeó tanto.
—Tú no persigues. Tú enganchas la carnada... y luego esperas.
Monsieur dio menos de un cuarto de vuelta.
Era tan alto y delgado como en sus memorias, y su expresión igual de hermética. Ni un solo día de aquellos diez años le había cobrado la cuenta a su porte inhiesto y estatuario.
Había tenido el cabello completamente cano desde que él tenía memoria, y su piel había sido siempre tan blanca y cerosa como el papel. Pero en cuanto acabó de darse la vuelta y vino a encontrarlo, Jesse notó que había ganado algunas arrugas; única evidencia del paso del tiempo, pero las cuales acentuaban sus facciones de piedra y le hacían lucir aún más intimidante.
Monsieur se detuvo frente a él y lo contempló de pies a cabeza de forma desaprobatoria.
—No has crecido demasiado, veo. —Trasladó el peso de su cuerpo a sus dos piernas y levantó el bastón para hendir el extremo en la zona tierna entre sus clavículas, no lo bastante como para hincárselo a un punto doloroso, pero sí lo suficiente para amedrentarlo y forzarlo a echar la espalda hacia atrás—. Tampoco has aprendido a pararte erguido. —Le dio un ligero golpe bajo el mentón antes de volver a bajar el bastón al suelo—. No has engordado al menos... Estás tan delgaducho como cuando tenías quince años. —Pasó de sujetar la empuñadura de su bastón a sostenerlo por la caña y usar la primera para apartarle el cabello del rostro. Cuando el metal duro rozó su piel, Jesse percibió que estaba frío, como si no hubiese estado hacía tan solo unos segundos en contacto con el calor de la mano de una persona de carne y hueso—. Y el pelo en la cara, igual que siempre... ¿Cuándo fue la última vez que lo cortaste?
Jesse no pudo sino torcer una mueca mordaz. Aunque hubiese querido sonreír, las sonrisas no estaban permitidas frente al señor Larivière. Las sonrisas, o cualquier muestra excesiva de emoción.
—No has cambiado nada —concluyó Monsieur.
—¿Estás decepcionado?
—Eso hubiera requerido expectativa.
Por demás no hubo abrazos ni palabras afectuosas. El reencuentro fue tan frío y breve como imaginó que sería. Y así lo prefería.
—Tú tampoco... has cambiado nada.
—No tengo motivos para hacerlo.
Monsieur llamó entonces a su despacho a los mismos hombres que habían estado vigilando cada uno de sus pasos desde su llegada. Edouard Janvier se quedó con él. En cuanto a Luk Corbin, le fue encomendada otra tarea:
—Corbin, acompáñalo a sus habitaciones. —Aquel asintió, pero arrojó a Jesse un gesto lleno de reserva, y distendió, de manera casi imperceptible, un mohín que procuró esconder de Monsieur y de Janvier, pero que fue evidente para Jesse. Este rodó los ojos—. Y ve que el joven De Larivière se adecente. Nos reuniremos para cenar en una hora.
—Torrance —replicó Jesse antes siquiera de consentir en moverse de su sitio cuando Luk pasó por su lado y lo instó a caminar—. Mi nombre... es Jesse Torrance.
Guillaume pronunció el ceño, ensombreciendo el gris cetrino de sus ojos.
—Pronto rectificaremos eso. Quedas despachado.
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Las cortas e improvisadas vacaciones se esfumaron como si nada, y el quinto día, luego de un agradecido descanso, tanto para restaurar los ánimos como para ayudar a sanar viejas heridas, aun si nunca del todo, se vieron forzados a volver a casa.
Esta vez, no hubo malas noticias, lo cual fue un cambio agradecido; pero, tal y como la vez anterior, hubieron de dejar a Beth en el aeropuerto, en donde ella y Charis se despidieron con un corazón menos pesado que la vez anterior, compartiendo el abrazo de amigas, casi hermanas, que se había hecho costumbre entre ellas.
—Adiós, preciosa mía. La pasé fenomenal —le dijo Beth al oído—No hagas tantas rabietas. Te quiero, Charichi...
Beth hizo por separarse. Pero, al último instante, Charis la retuvo contra sí, y susurró cerca de su oído un tímido:
—Y yo... a ti.
Cuando se apartó, los ojos castaños de Beth la contemplaban absortos, y en sus labios color cereza se dibujó la más encantadora y conmovida de las sonrisas.
Beth le sostuvo el rostro entre sus dos manos y le clavó un beso en la mejilla.
—¡Ya, es demasiado! —protestó Charis, y su mejor amiga se alejó riendo de ella.
Y tras despedirse de los demás con otro abrazo igual de efusivo, se alejó en un trote rumbo a las compuertas señaladas para esperar su vuelo.
Después de eso, los tres restantes regresaron a Sansnom en silencio, y arribaron a la ciudad casi con el crepúsculo.
—Gracias por todo, Jess —se despidió Charis cuando le dejaron en su apartamento, antes de poner rumbo ella junto a Daniel a su edificio—. Fue genial volver allí. Vamos a repetirlo pronto, ¿de acuerdo?
Arrojó un gesto interrogativo a Daniel, en el asiento del copiloto, y este sonrió en respuesta:
—Seguro, eso estaría genial.
Y la sonrisa que le dirigió por el espejo retrovisor, aún si le faltaba poco por parecerse a sus sonrisas habituales, fue un poco más sincera que cualquiera de las anteriores.
Jesse respondió con una versión más diluida de la misma, y dejó la interrogante en el aire, sin contestar nada. Después se bajó del auto y recuperó sus pertenencias de la cajuela.
—Lamento no invitarlos a pasar —les dijo, apenado—. Ha estado abandonado por tres meses. Hay... un caos dentro.
—¿Necesitas quedarte conmigo un par de días? —ofreció Daniel.
Jesse dudó, y Charis secundó la moción al imaginar que, luego de las últimas tensiones, tanto aceptar como rechazar la oferta de Daniel le ponía en una posición complicada.
—O puedes quedarte en mi apartamento, Jess. —Y cambió sus palabras al caer en cuenta que aquello podría suponerle una presión peor—. Yo... puedo quedarme en lo de mi hermano entre tanto —añadió, al último momento.
—No es necesario, solo tengo que limpiar un poco. Adiós, chicos. —Y dudó antes de alejarse del auto—. Yo... —Movió los labios a punto de decir algo. Pero finalmente calló, y se tomó unos segundos para volver a hablar—. Cuídense mucho. Es decir... de camino a casa.
Antes de poner en marcha el automóvil, la mano de Daniel dudó sobre la palanca de cambio. Y cuando finalmente puso la primera marcha y sacó el vehículo de la cuneta para hacerse a la vía, Charis experimentó una sensación extraña. Una especie de vértigo y una ansiedad apremiante. Observó alejarse por el espejo retrovisor la imagen de Jesse de pie frente al edificio, dedicándoles una última seña antes de dar la vuelta y adentrarse allí.
En cuanto su silueta desapareció a la sombra del interior, Charis sufrió el curioso presentimiento de que estaba olvidando algo. Algo que era importante.
—Puedo caminar por mi cuenta —dijo Jesse, sin mirar al hombre que caminaba a su lado. Percibió los ojos azules de este fijarse en su sien—. No voy a perderme en mi propia casa; no se preocupe.
Aquel se frenó sobre la marcha, echó a sus espaldas un vistazo para asegurarse de que nadie los seguía, y dio un cuarto de vuelta para encararlo.
Jesse secundó el gesto y quedaron cara a cara.
Luk tensó la mandíbula, sombreada de una barba rubia incipiente que solía hacerle desentonar del resto de los trabajadores prolijamente vestidos y bien afeitados de Monsieur.
Apretó los labios con disgusto e hizo un respingo lleno de desprecio antes de hablar.
—¿Esa fue una orden?
—Una sugerencia; pero puede tomarla como desee.
—De manera que monsieur Jesse Andrew De Larivière está de vuelta. Desearía poder decir que me alegro de volver a verlo. —Se acercó lo suficiente como para que pudiera sentir el golpe mentolado de su aliento cuando se inclinó para hablarle—. Su señor abuelo tiene razón; no ha crecido usted demasiado.
—Es «Torrance». Y usted sigue comiendo demasiadas mentas. Pero su aliento sigue oliendo al trasero de Monsieur.
—O quizá no está acostumbrado a oler algo fresco, joven De Larivière. —Luk arrastró lentamente cada sílaba del apellido—. Oí que estuvo oculto en una morgue fétida todos estos años.
Jesse avanzó un paso y se empinó hacia él, sin dejarse amedrentar.
—¿Te gusta mucho tu trabajo, Corbin? —masculló.
—Me encanta mi trabajo, joven De Larivière.
—¿Te gustaría conservar tu trabajo?
—¿Esa fue una amenaza, mocoso?
Se hizo un silencio largo entre ellos, en que ninguno de los dos dio pie atrás o desvió la vista del otro. Hasta que, transcurrido el tiempo suficiente como para que Luk no pudiese sostener por más tiempo su expresión seria, este avanzó y le rodeó los hombros por la espalda en un abrazo breve, pero no tanto como aquel con el que se habían despedido la primera vez, y con las mismas fuerzas que en aquella ocasión.
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Todavía no del todo acostumbrado a ese tipo de gestos, Jesse correspondió como mejor sabía hacerlo, rodeándole con uno solo de sus brazos y respondiendo con menos fuerza a la palmada cariñosa que Luk le dio entre los omoplatos antes de apartarse.
—Monsieur tiene razón; no has crecido nada —se burló Luk.
—Es de pésima educación escuchar detrás de las puertas.
—Y tampoco has ganado mucho peso
Jesse dio un chasquido con la boca.
—¿Quieres empezar? Bien, empecemos. Sigues negándote a afeitarte como si de verdad esperases que fuera a crecerte una barba.
—¿Ah, sí?
—No lo hizo en diez años; resígnate, Corbin.
—Te irrita que yo sí puedo producir vello facial.
—¿Puedes mantener quietos los músculos faciales?
—Al menos yo sí tengo músculos faciales.
—Los únicos músculos que tienes.
El pecho de Luk se agitó con una risa contenida, al tiempo en que echaba un vistazo en dirección al pasillo y luego regresaba a él.
—Maldición, cómo extrañaba esto...
—Sí, no estoy tan seguro de que yo lo hiciera —respondió Jesse. Pero en el fondo, lo hacía. Una de las pocas cosas que había extrañado de ese sitio.
—Desde luego que no extrañaba tu cara odiosa de niño mimado. —Jesse sonrió, pero su alegría no duró mucho antes de suspirar y volver a decaer. Luk movió la cabeza y exhaló por su parte un respiro. La a alegría de su rostro se esfumó, dejando atrás una sonrisa triste—. En verdad esperaba no tener que volver a ver tu cara de chiquillo mimado por aquí. —Y añadió, con amargura—. Yo realmente... esperaba que lo lograsen.
Jesse bajó la vista con un respiro y asintió. Al volver a alzarla, se encontró de nuevo con el rostro de Luk, y agradeció al menos tener otro rostro familiar cerca. Solo entonces, parte de su espíritu se levantó.
—Y yo que pensé que me extrañarías un poco más.
—No extrañaba ser tu niñera, pero Monsieur ha vuelto a ponerte a mi cuidado —fingió lamentarse, y lo instó a caminar, rodeándole los hombros con un brazo. Jesse se lo permitió, sin más remedio—. No veo por qué. Estaba listo para saltar sobre ese doctor arrogante en la estación de policía, pero tal parece que has aprendido a defenderte solo.
—No tuve opción. Ya no tenía a un odioso guardaespaldas.
—Desde luego que no; no hubieses podido pagar mis servicios con un sueldo miserable de asistente de morgue —continuó burlándose. No había cambiado nada, y Jesse lo agradeció—. ¿Es en serio? Pensaba que era una broma cuando lo oí. De todos los lugares...
—¿Francamente te sorprende?
—A decir verdad... no. La verdadera sorpresa fue tu novia.
Jesse se apartó de golpe y puso las manos en alto para silenciarlo con un gesto. Arrojó un vistazo nervioso hacia el pasillo, y después, lo reprendió con una mirada malhumorada y llena de advertencia.
—No es mi novia... Y no vaya a oírte Monsieur, ¿quieres meterme en más problemas? —masculló.
—Lo que querría es ver su cara.
Jesse exhaló, y movió la cabeza. Pese a todo, no podía sentir hacia Luk Corbin otra cosa que gratitud.
—Gracias, Luk —admitió—. Por ayudar a Charis.
—Ojalá hubiera servido de algo.
—Lo hizo. Las circunstancias cambiaron a último momento. De haber sabido que eras tú...
—Sabes que no hubiese podido ayudarte más allá de eso. Encaminar a la señorita Cooper fue todo cuanto pude hacer. Janvier me vigilaba de cerca. Ha sospechado por años.
—Lo sé. Te lo agradezco aun así...
—Y yo acepto tu gratitud. A pesar de todo... me alegra verte de nuevo, mocoso. —Luk volvió a rodearle los hombros y lo instó a continuar su camino. Jesse se dejó guiar, un poco más relajado conforme más se alejaban del estudio de Monsieur.
El odioso e interminable trayecto de una habitación a otra en esa inmensa casa era lo de menos. Y aunque la compañía de un viejo amigo sirvió para distraerlo, no apaciguó sus inquietudes en lo absoluto.
Todavía quedaba el mayor reto de la noche.
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