2. La Feria
https://youtu.be/UUrQHSLMI8U
La imagen de Daniel cargando en brazos el cuerpo del joven auxiliar de morgue como si fuera un muñequito roto permaneció grabada en su retina.
Charis lo acompañó durante todo el trayecto, abriendo puertas para él y apartando a la gente del camino mediante gritos y empujones. Y en cuanto Daniel depositó a Jesse en la camilla de la primera habitación que encontró disponible en el área de emergencias y Lydia le trajo una bandeja con diversos insumos, este no perdió tiempo en actuar. Ligó el delgado brazo de Jesse por encima del codo e introdujo una aguja en su vena, la que conectó a una manguera, y luego a una bolsa de suero que colgó en el pie junto a la cama.
Charis halló en el proceso una extraña habitualidad. Daniel actuaba de manera casi automática; no guiado por la experiencia de su cargo, sino más bien por una usanza casi refleja.
Una vez hubo terminado de instalar la vía venosa, todo quedó en silencio otra vez, dejando en el ambiente una tensión residual difícil de respirar.
—Tengo que volver a trabajar; hay muchos pacientes. ¿Necesitas algo más? —le dijo Lydia, y Daniel respondió con una negativa.
Charis se acercó solo cuando Lydia se hubo marchado. Para ese momento, Daniel estaba ocupado en fijar el catéter venoso al interior del brazo de Jesse con cinta porosa. Charis le oyó mascullar un suave: «Te lo advertí...».
Ella procuró no hacer ruido para no molestarlo; pero en cuanto puso los ojos sobre la zona en que Daniel trabajaba, se le escapó un boqueo. A la altura donde ahora tenía conectado el catéter venoso, la pálida piel del interior del brazo de Jesse estaba repleta de moretones, antiguos y recientes, como si hubiese sido piqueteado una y otra vez.
Daniel revisó la conexión y ajustó el regulador de flujo. Charis leyó la etiqueta en la bolsa: «Glucosalino 25%». Y acabada su tarea, en cuanto se dio la vuelta para mirarla, ella halló sus facciones tirantes y palidecidas.
—Gracias por avisarme —le dijo él.
Charis asintió suavemente, soltando un respiro.
—¿Qué fue lo que le ocurrió?
Daniel echó un último vistazo hacia el muchacho sobre la camilla antes de suspirar pesadamente y guiarla afuera con un brazo alrededor de los hombros.
—Hipoglicemia. Es solo una baja de azúcar. No te preocupes, se pondrá bien —resolvió—. ¿Ya almorzaste?
Charis lo consideró un momento, y mintió, diciéndole que sí con una cabeceada, sin querer darle más motivos para preocuparse.
—¿Podría pedirte que lo vigiles por un momento? Aún tengo dos pacientes antes de quedar libre. Para cuando se agote el suero habrá despertado. No hace falta que hagas nada, él ya sabe qué hacer.
—Sí, no te preocupes. Mi hora de almuerzo aún no termina.
Y en cuanto Daniel se marchó, ella volvió a entrar en la habitación, cerrando tras de sí para bloquear el sonido proveniente desde afuera.
Todavía inconsciente sobre la camilla, Jesse lucía como si durmiera. Charis cerró las persianas de la habitación, y después le retiró con cuidado los lentes del rostro. Su piel estaba fría cuando la rozó. Finalmente, tomó asiento en la silla junto a la camilla y desde allí lo contempló por largo rato.
¿Qué había suscitado sus síntomas? ¿Era en realidad tan sencillo como Daniel lo hacía sonar?
Jesse movió de pronto los párpados, y Charis contuvo un aliento. Las pupilas color marrón melado se dejaron ver apenas bajo sus pestañas negras. Sus párpados todavía temblorosos tenían un aspecto amoratado que hendía su mirada haciéndole lucir demacrado.
Lo primero que hizo al recobrar la consciencia fue llevarse una mano al rostro y palpar alrededor de sus ojos.
—Tus lentes están aquí. —Charis los palpó en la mesa junto a la cama.
Un intento por erguirse le arrancó a Jesse un resuello exhausto, y Charis lo frenó sentándole una mano sobre el pecho.
—No hagas eso. Daniel me dejó cuidándote. No habré hecho un buen trabajo si te caes de la camilla y te partes la cara.
Después de una pausa, él accedió a recostarse otra vez y volvió a cerrar los ojos, respirando hondo.
—¿Fue mi culpa? Lo que te pasó... —quiso saber ella.
La zona entre sus cejas se plegó levemente cuando Jesse frunció el ceño, y negó con la cabeza.
—Qué bueno... No quería creer que te hubiese provocado una impresión tan grande como para hacer que te desmayases. Pensé que estábamos teniendo un momento.
—No fue... por eso... —susurró él, apenas audible—. Lo siento. Creo que lo arruiné...
—No te culpes. Las muestras de afecto tampoco son lo mío. Pero parece que tu caso es mucho peor. —Intentó bromear otra vez, sin resultados.
Charis dio una cabeceada, resignada. Miró su reloj y vio que aún tenía veinte minutos de descanso. Acomodó los codos sobre sus rodillas y la mejilla en la palma de una de sus manos.
—Tu familia... —Hizo una pausa, sin saber si era apropiado preguntárselo—. ¿Ellos... eran fríos contigo?
Jesse se sumió en un silencio tan largo que Charis creyó que no respondería, por lo cual, se sorprendió cuando lo hizo:
—Mi abuelo —masculló—... Él... lo era. —De pronto, algo cambió en él. Charis lo percibió tensarse, y su ceño se pronunció sobre sus párpados—. Yo... pasé mucho tiempo con él cuando era niño.
Charis aguardó unos instantes antes de preguntar otra vez, temiendo que si se mostraba demasiado interesada, podría aplacar su buena disposición a resolver sus dudas. De momento, solo su expresión resultaba reveladora. Bastó el fantasma de aflicción en su gesto para adivinar que su abuelo era una zona complicada en su vida, así que disgregó en otra dirección.
—¿Tienes más parientes aparte de tu abuelo? Quiero decir... primos, tíos... —evitó adrede la palabra «padres».
—Solo a mi abuela. Y a Sam.
—¿Por parte de tu padre?, ¿o de tu madre?
—No... conozco a mi familia paterna.
Charis asintió, sin perder detalle.
—¿Viven en Sansnom? ¿O en otra parte de Utah?
Jesse negó. Parecía más adormilado que despierto, y Charis empezó a dudar que fuera correcto aventajarse de su estado para hacer preguntas.
—No tengo parientes cerca... —musitó él.
—Y en cuanto a Sam, o a tu abuela... ¿se ven a menudo? ¿Te visitan?
—No... —Jesse exhaló un pesado respiro—. No saben... en dónde vivo.
—¿Por qué? —se sorprendió ella.
—Es mejor así.
—Y... ¿no viajas tú a verlos?
—No puedo...
Charis se tensó en su asiento. De pronto tenía el extraño presentimiento de que se estaba aventurando en terreno riesgoso. Como si estuviese a punto de averiguar algo que no se suponía que supiera. Siguió adelante contra toda advertencia de su subconsciente.
—... ¿Por qué no? —musitó, tras tragar un buche de saliva.
Jesse volvió a tomarse un tiempo largo para responder. Al hacerlo, habló en susurros casi inaudibles.
—Mi abuelo y yo... no nos llevamos bien.
Aquello corroboró sus sospechas de antes. Charis siguió indagando, aunque todo le indicaba parar, pues ya había traspasado una línea.
—¿No crees... que él querría verte?
Sus rasgos pálidos se torcieron de pronto con amargura. Charis pensó que, en definitiva era una táctica sucia seguir haciendo preguntas considerando su estado y pensó en desistir.
Pero entonces, Jesse abrió los ojos y centró la vista en el techo. Charis experimentó a partes iguales alivio de saber que él estaba en pleno uso de sus facultades, y una extraña culpa al escudriñar en zonas tan personales de su vida.
—Soy yo —dijo él, al cabo de un rato—. Soy yo quien... preferiría que no nos viésemos.
—... ¿Nunca?
—No lo sé... No; probablemente no. O, al menos... eso espero.
Charis vio proyectadas sus propias inseguridades. Dudas que todavía albergaba ella sobre su propia familia. Sobre su propio padre...
—Pero... ¿crees que él esté bien con eso? Por muy mal que se lleven, ¿qué pasaría si un día se encuentra en su lecho de muerte y quisiera verte?
Jesse hizo nuevos esfuerzos por erguirse, y esta vez lo consiguió. Charis no se lo impidió. Estaba demasiado absorta.
—Verme... probablemente le mataría más rápido.
Ella selló los labios con un regusto amargo. Si alguna vez había creído que su situación con su padre era mala, lo que Jesse le confiaba era todavía peor. No se imaginó no ser capaz de acudir con su padre incluso en su lecho de muerte. ¿Qué tan mala era en verdad la relación de él con su familia?
—Es tu abuelo. No puede odiarte —aventuró, rogando no equivocarse.
Jesse llevó la vista a la vía venosa en su brazo. Tras unos segundos suspiró y tomó de la bandeja sobre la mesa junto a la cama una bola de algodón que Daniel había dejado preparada allí, y batalló intentando despegar la cinta de su brazo. Charis lo ayudó con manos temblorosas, empezando a sentir náuseas solo con la idea de que fuera a sangrar.
—No, no me odia.
En cuanto quitó la cinta adhesiva, Jesse retiró hábilmente la aguja de su propio brazo, entre los dedos meñique y pulgar, y con los dedos índice y medio, presionó el algodón contra su vena sin derramar una sola gota de sangre.
—Al menos —añadió—... no creo que lo haga.
Pero en momento, la expresión de su rostro se ensombreció de tal manera que transmitió a Charis un escalofrío. Nunca había visto una emoción como aquella cruzar sus rasgos siempre delicados; siempre impasibles... Una emoción tan parecida a la rabia.
—Soy yo —rectificó—. Soy yo... quien le odia.
https://youtu.be/W2ZlTNiLloU
Horas más tarde, después de que Jesse se hubiese levantado y regresado a sus labores como si no hubiese pasado nada, llegó la hora de salida, y Charis pasó por la oficina de Daniel para despedirse.
Este la invitó al interior de su despacho para un café antes de separarse para que él pudiera llevar a Jesse a casa.
—Es una suerte que estuvieras allí —le dijo Daniel, y dio un sorbo a su taza. Torció entonces un gesto divertido—. ¿Qué hacías allí, de todos modos?
—Había algo que quería preguntarle.
Daniel alargó una sonrisa tan genuina e inocente, que Charis casi se arrepintió de hacer la otra pregunta que tenía. No hubiese querido poner de esa manera en duda su honestidad, pero la única forma que tenía de no pensar mal de él era darle la oportunidad de aclararlo todo.
—Dan. Jesse —empezó—... fue quién convenció al director, el doctor Garner, de buscar a una secretaria de remplazo... ¿no es así?
Una emoción extraña cruzó las facciones de Daniel y desvaneció parte de su sonrisa. Lucía culpable... Charis esperó que lo negara, pero al final su sinceridad habló por él.
—Así fue.
—¿Por qué no me lo dijiste?
Daniel se mordió los labios. Se encogió de hombros y desvió la mirada:
—Yo pensé... que si te lo decía, no aceptarías venir a la entrevista. No hace mucho no querías tener nada que ver con él.
Charis se tomó un momento y dio dos cabeceadas, bajando la vista.
Aquello sonaba mucho más simple de lo que se había imaginado... En el fondo se sintió aliviada de que solo se tratara de eso; no obstante, no pudo quedarse del todo tranquila. No era la primera vez que Daniel manipulaba los hechos, o contaba verdades a medias. Por bienintencionados que fueran sus motivos, no terminaba de estar a gusto con ese afán suyo por tergiversar las cosas. En especial cuando se referían a Jesse. Para bien o para mal.
Aun así, decidió no incurrir en ello. De momento le bastaba su explicación. Después de todo, Daniel nunca había dicho que hubiera sido él quién le había conseguido la entrevista; solo había omitido mencionar quién había movido los hilos, y ella asumió que así era.
Le dio varios sorbos a su café, en lo que su cabeza divagaba. Entonces, un recuerdo reciente palpitó en su retina.
—Las marcas que tiene Jesse en el interior de su brazo... —Charis se estremeció de solo recordarlas—. ¿Tienen relación con lo de hoy?
No podía imaginarse ser inyectada esa cantidad de veces. Su temor a los hospitales iba de la mano con el terror a cualquier tipo de procedimiento médico. Las agujas encabezaban la lista.
Daniel se tornó serio. Dejó la taza en el platillo y después se lo confirmó con un asentimiento.
—Entonces... ¿lo de hoy le sucede a menudo?
—Con más frecuencia de la que me gustaría —admitió él—. Por lo general basta el tratamiento endovenoso, pero temo... que un día eso no sea suficiente.
Charis pestañeó rápidamente.
—No es bueno. Lo que ese chico le hace a su salud...
—Es inútil —suspiró Daniel—. Llevo años intentando que lo entienda; pero parece no importarle. Es como hablar con una pared.
Ella revolvió con agresividad el café en su taza. Había otro asunto todavía más preocupante. Y pensó que si alguien podía darle una pista, ese debía ser Daniel.
—Esta tarde, cuando me quedé cuidándolo, charlamos un poco. Y él me confesó algunas cosas sobre su familia.
Daniel clavó los ojos en su dirección.
—¿De verdad? —Se inclinó al frente con los dedos entrelazados frente a su rostro— ¿Qué te dijo?
—¿Alguna vez te habló de su abuelo?
Él se tornó ceñudo.
—Lo ha mencionado, pero nunca a detalle. Parece incómodo con el tema, y opté por no inmiscuirme más. Pero me dio la impresión de que no se llevan muy bien.
—En realidad... —Charis hizo una pausa y se humedeció los labios— la palabra que usó fue «odio». Él dijo... que odia a su abuelo.
Se hizo un silencio entre ambos. Daniel dio una lenta cabeceada.
—Esa... es una palabra fuerte. ¿Estás segura?
—Me sorprendió tanto como a ti. No conozco a Jesse como tú, pero no me parece el tipo de persona que odie a otra sin motivo. Es decir... los tenía de sobra para odiarme a mí, y nunca lo hizo.
—No —concordó él—, definitivamente no es esa clase de persona...
Charis llevó los ojos por toda la oficina. La tarde ya se hacía manifiesta, sumiendo los rincones en un rojo opaco.
—Dan, ¿no crees que ese hombre, su abuelo... le haya hecho algo terrible a Jesse? ¿Crees que tenga que ver con sus padres? Nunca ha sido claro al respecto. Si murieron, o si están lejos... ¿Por qué esconder tantas cosas? ¿Qué pasó en verdad con su familia?
—No lo sé. No le hago esa clase de preguntas.
—¿Por qué no? ¡Es tu amigo!
—Está en su derecho de reservarse todas esas cosas. Así como no creo que sea la clase de persona que odia a otra a la ligera, tampoco creo que esconda cosas sin una buena razón. Quizás la situación de su familia sea realmente complicada, y no sea algo de lo que le agrade hablar.
—O quizá sea algo de lo que no puede hablar.
Daniel movió la cabeza y distendió una sonrisa.
—Otra vez con eso... Tienes mucha imaginación.
Charis dejó su taza a medio acabar sobre el platillo con más fuerza de la que pretendía, y centró los ojos en la bebida oscura en el fondo.
—Sí, otra vez con eso... —Convencida de que no tenía caso volver a tocar el mismo tema con Daniel, se echó el bolso al hombro y se levantó para retirarse—. En fin, ya tengo que irme. Gracias por el café.
—¡Espera! ¿Te has molestado conmigo? —quiso saber Daniel.
Charis no se detuvo en su marcha hacia la puerta.
—¿Eso crees? Tienes mucha imaginación. Adiós, Dan.
Salió del hospital con más dudas que nunca.
¿Realmente exageraba? Los vacíos en torno al pasado y la vida del chico de los muertos eran evidentes incluso para ella, que llevaba poco de conocerlo, y no hacían sino volverse más oscuros conforme más escudriñaba en ellos. ¿Acaso Daniel nunca se hacía las mismas preguntas que ella?
Antes de subir a su auto para marcharse se dio la vuelta para mirar hacia el hospital, y por primera vez, miró sin miedo hacia sus tenebrosas ventanas, preguntándose detrás de cuál de todas estaría él, el misterioso auxiliar de morgue, sumido en la penumbra. O si se hallaría en cambio confinado a la sucia y pestilente morgue, solitario, acompañado solo de los cientos de secretos y recuerdos dolorosos que parecía que le acompañaban siempre, pero los cuales nunca revelaba a nadie.
—Jesse Torrance —masculló—... ¿Qué es lo que tanto escondes?
https://youtu.be/jW-qKceHogE
—El que no quiera hablar de su vida no quiere decir, necesariamente, que esconda algún secreto terrible —le dijo Beth, con la vista puesta en su móvil, mientras hablaba con ella.
Charis se hallaba de pie junto a la ventana, ya con el pijama puesto, mirando a la noche.
—Digamos que no se tratara de eso, pero sigue siendo muy extraño... Un muchacho sin padres ni hermanos, sin familia, y con un pasado el cual ni siquiera su mejor amigo conoce... Y ahora esto.
—No es tan extraño, Charis —Beth dejó caer su móvil sobre la cama, a su lado—. No sabes lo que puede haber pasado entre ellos.
—Eso es lo que más me inquieta. ¿Qué pudo pasar para hacerle odiar a su propio abuelo? ¿Para alejarse de su familia y no mantener con ella ningún tipo de contacto? ¿Qué fue lo que le hizo ese hombre para convertirlo en lo que es ahora? —Se mordió los labios—. En ese muchacho tan-... Tan dolorosamente tímido y triste.
Beth giró sobre los edredones y se irguió, sentándose de piernas cruzadas.
—Quizá... solo sean muy diferentes.
—¿Y su madre? ¿Por qué jamás menciona a su madre o a su padre? —bufó, saliendo de la ventana—. Hay algo realmente oscuro en todo esto...
Por primera vez no era Jesse el núcleo de sus sospechas; sino más bien, las personas a su alrededor. A quienes no quería ver y de las que no hablaba.
Escuchó a Beth suspirar agotada.
—Lo estás sacando de proporciones, Charichi, no tiene que haber nada turbio. Tú no quieres saber nada de tu familia; y no son asesinos seriales; solo son idiotas. —Charis volteó a verla, y Beth se mordió los labios—. Ay, amor... Perdóname; hablé de más.
—No es como si fueran mentiras... Como sea, ese muchacho... no está bien, Beth. —Ocupó sitio sobre la cama, junto a su amiga, y esta le acomodó el pelo sobre la espalda, empezando a enroscárselo distraídamente—. Si hubieses visto cómo tiene los brazos. Y lo delgado que es... No puede ser normal... Por si su vida no fuera lo bastante complicada, encima su salud es terrible. Necesita salir de ese hospital... Como siga allí, atrapado, ahogándose en esa peste a muerte, va a terminar por ser el próximo cadáver en esa morgue espantosa.
Beth se había quedado en silencio; algo poco usual en ella. Cuando Charis viró sobre su hombro, la encontró con una sonrisa enternecida en los labios, conforme deslizaba aún los dedos por su cabello rojo.
—Él te preocupa... Aunque dijiste que no era tu amigo.
—No tiene que serlo; sigue siendo un ser humano.
Beth lo pensó por unos minutos, conforme le trenzaba el cabello.
—Bueno... no sé si podamos resolverle la vida, pero sé qué podríamos hacer para sacarlo de allí, al menos por unas horas.
Charis se giró en redondo a verla:
—¿Hablas de...?
—¡Es precisamente de lo que hablo! —sonrió Beth, con su sonrisa blanca, empezando a dar rebotes emocionados sobre la cama.
—No lo sé... No estoy segura de que sea su tipo de ambiente.
—No lo sabremos hasta que lo intentemos, ¿no?
—¿Y algo menos... escandaloso?
Beth lo pensó por algunos instantes, al cabo de los cuales, su mirada se iluminó, obra de alguna idea como aquellas que solo a ella se le podrían ocurrir.
https://youtu.be/QObMDkyV_zQ
Aun cuando las atracciones mecánicas de la feria de Sansnom no eran ni la mitad de altas de lo que Charis las recordaba, verlas subir y bajar, dar giros y vueltas acompañadas del coro ensordecedor de los gritos no la intimidó menos que la primera vez que había estado allí.
—Música para mis oídos —canturreó Beth.
Charis echó un vistazo por encima de los hombros de ambas, hacia sus dos acompañantes. Daniel le dedicó una sonrisa, mientras que Jesse caminaba contemplando absorto los alrededores.
—¿Recuerdas que solíamos venir juntos? —dijo Charis a Daniel.
Este sonrió y dio una cabeceada:
—Vomitaste sobre mis palomitas —rememoró él. Beth estalló en carcajadas—. Creo que esa fue la última vez.
Charis desvió la vista, avergonzada. Al hacerlo, sus ojos se detuvieron en Jesse. Este había cesado de mirar por los alrededores y la observaba con un amago de sonrisa en los labios.
—Tengo un estómago delicado —le espetó ella, retadora—. ¿Y qué con eso, Torrance? Al menos yo no me desmayo por los pasillos.
—No he dicho nada —contestó él, sin perder la mueca divertida que hacía por asomarse a sus comisuras.
—Bueno, no perdamos más tiempo —Beth se adelantó dando saltitos como los de una niña—. ¿A cuál subiremos primero?
—Yo paso —dijo Charis—. Estoy muy vieja para esto.
—¡No seas aburrida! ¿Para qué hemos venido entonces?
—Daniel te dijo lo que pasó la última vez que estuve aquí, ¿en serio quieres tomar ese riesgo?
—¡Lo tomaré!
Beth se apartó de ellos para ir a la boletería. Era temprano, por lo que la fila no era demasiado larga, así que volvió poco después agitando un rollo de boletos en la mano.
—Tengo veinte boletos aquí. Solo para empezar. ¿Qué dicen, muchachos, comenzamos?
—Por mí estaría bien —dijo Daniel—. Aunque ha pasado tiempo... Veamos si mis huesos todavía pueden soportarlo.
Beth se colgó de su gancho y lo acució a avanzar:
—¡Ese es el espíritu! ¿Charis? ¿Jesse? ¿Qué dicen?
Charis soltó un resoplido:
—Bien... elígelo tú. Subiré a cualquiera, supongo.
—Empecemos con algo suave —dijo Beth, y se adelantó con Daniel rumbo a la atracción sobre la que ya tenía puesta la mira—. ¡Esa!
Señaló con su dedo a un ruedo de sillas voladoras. La atracción no era demasiado alta, y a Charis tampoco le pareció que fuera tan rápida, de manera que accedió. No obstante, una vez en la fila para subir, se sintió mareada de solo ver las sillas dar vueltas sobre sus cabezas.
Viró para ver a Jesse, quien miraba en la misma dirección.
—¿Estarás bien? Quizá venir haya sido una mala idea con lo que te ocurrió. Podrías volver a marearte. Puedo quedarme contigo.
—¡Ni hablar! —Beth les dirigió una mirada malhumorada por encima del hombro que su blusa sin tirantes dejaba al desnudo—. No la escuches, Jess, solo quiere escaquearse. Subirá, aunque Dan tenga que cargarla.
—No lo haría —alegó Charis.
—Sí lo haría —disintió él.
—¡Perfecto, ponte de su lado!
—Vamos. Sube conmigo —le dijo Daniel, y le extendió una mano. Charis la rechazó, cruzando los brazos.
—Olvídalo. No compartiré silla con traidores.
—Entonces puedes subirte con Jess. ¡No dejes que se salga de la fila!
Para ese momento las sillas se detenían. Y al llegar su turno, Beth guio a Daniel por el brazo para conducirlo a sus respectivos asientos.
En lo que el operador de la maquina les daba tiempo de acomodarse para afianzar las barreras de seguridad, Charis exhaló un bufido, armándose de valor, y llevó la vista a la siguiente silla.
—Si no quieres subir... está bien. Salgamos de la fila —le dijo Jesse, y Charis viró malhumorada, creyendo que se burlaba de ella. Pero no había rastro de mofa en su expresión. Era sincero...
En ese instante, la silla de Beth y Daniel empezó a moverse y ambos se despidieron de ellos agitando una mano en el aire. El operador subió entonces las barreras de la siguiente silla y los pasajeros anteriores se bajaron dejándola libre para ellos.
—¿Van a subir o no? —inquirió el operador.
Charis afianzó el brazo de Jesse y tiró de él para acuciarlo a andar.
—Vamos, antes de que me arrepienta.
El juego resultó ser bastante suave. Consistía en vueltas a poca velocidad y no a demasiada altura; solo la suficiente para ver una gran extensión no solo de la feria, sino de toda la ciudad, sumida en la penumbra de la noche, y constelada de las luces de los faroles de las calles.
Charis se encontró disfrutando de la sensación de la brisa fresca contra su rostro, cargando el aroma de algodón de dulce y palomitas.
—No está tan mal —reconoció, algo más relajada.
Cuando miró a su lado, Jesse tenía una mano extendida por fuera de la silla y dibujaba formas ondulantes con ella en el aire. Al percatarse de su mirada, cesó en lo que hacía y devolvió su larga y pálida mano a la barrera de seguridad encima de su pecho.
Concordó con una suave cabeceada.
—Lamento que te trajésemos sin decirte nada —dijo Charis—. Era esto o un club, y alcohol. Mucho alcohol. Beth no ha tenido suficiente hasta que alguien acaba con un coma etílico.
Jesse dirigió la vista al frente y esbozó una sonrisa:
—Descuida.
Los gritos provenientes de otras atracciones se oían atenuados a esa altura, y tenían algo de tiempo en relativo silencio antes de que la máquina se detuviese. Charis encontró en ello la oportunidad perfecta de intentar indagar un poco más en las dudas que se habían quedado irresolutas.
—Hace años que no hacía esto —mencionó—. ¿Qué hay de ti?
Con su pregunta, Jesse bajó la vista, cavilante. Se tomó unos segundos para responder. Parecía avergonzado.
—Nunca... hice nada como esto.
—¿Jamás? —jadeó Charis— ¿Ni cuando eras un niño?
—No hice... muchas cosas divertidas cuando era un niño.
Ella selló los labios, sin palabras.
¿Qué niño no habría visitado nunca un parque de diversiones?
Sus dudas no hacían sino acrecentarse con cada nueva pieza de información. Y estas empezaban a convertirse en una caótica amalgama.
—Bueno... entonces es una suerte que te trajésemos. Espero... que te estés divirtiendo.
Le notó relajarse al instante, y agradeció haber sido prudente.
Al cabo de unos instantes, Jesse respondió:
—Lo hago.
Su siguiente parada fue la rueda de la fortuna, en la que ocuparon los cuatro una sola cabina. Y la siguiente a esa, una montaña rusa con muchas subidas y bajadas empinadas, pero sin vueltas. La cuarta fue algo más suave, consistente en carros que giraban a gran velocidad, interceptándose entre sí en una superficie ligeramente inclinada.
Habían estado cambiando de compañeros entre ellos desde la primera atracción, y al llegar a la quinta, una de estilo péndulo con dos carros al final que giraban en oposición en torno a un eje, interceptándose en el centro antes de dar la vuelta, vez más tuvo a Jesse como acompañante.
Charis sintió escalofríos en cuanto les aseguraron las correas, cerraron la cabina y el carro empezó a moverse. Estaba segura de que sería la peor hasta ese momento, pero desde la confesión de Jesse había tomado la firme determinación de subir a cualquier atracción a la que Beth los llevase.
Si aquella era realmente su primera vez en un parque de atracciones, lo más justo era permitirle disfrutarlo sin aguarles la fiesta.
—Por dios —jadeó, a medida que cada vaivén en sentido pendular ponía los carros más cerca de dar la vuelta completa—. Por dios... Por dios... Por dios... Quiero bajar... Quiero bajar, por dios, quiero bajar...
Repitió aquello sin parar, hasta que, en el instante en que quedaron de cabeza, sus gritos remplazaron a sus ruegos, y estos aumentaron de volumen conforme a la velocidad de cada giro.
Por encima de sus propios alaridos aterrorizados, estaba segura de ser capaz de oír los gritos emocionados de Beth y las maldiciones de Daniel desde el asiento delantero. Pero, además de eso, juró oír también una risa suave proviniendo del sitio a su lado.
Una vez la atracción se detuvo, sus gritos cesaron de a poco y se convirtieron en jadeos. Tenía el cabello agolpado en la cara, las manos adoloridas por la forma en que las había estado crispando en la espuma de las barreras protectoras y la garganta hecha trizas.
Tardó en recuperar el aliento casi el mismo tiempo que tardó el operador en llegar a su fila de asientos para dejarlos libres.
—Me las va a pagar —farfulló, temblorosa—... Beth me las va a pagar, solo espera a que bajemos y-...
Hasta ese momento había estado demasiado alterada para notarlo, pero en cuanto el operador levantó la barrera protectora, se percató de que no era la espuma lo que su mano izquierda aferraba con todas sus fuerzas, sino los dedos largos y helados de Jesse, los cuales estrujaba entre los suyos sin acordarse de en qué momento había tomado su mano.
Lo soltó de inmediato, avergonzada.
—Lo siento —musitó.
Pero por el rabillo del ojo vio que él tenía otra vez en los labios un amago de sonrisa divertida.
—No importa...
Charis se bajó con piernas temblorosas del juego, sin atreverse a mirar a su compañero. No obstante, tuvo que hacerlo cuando, al momento de descender de la plataforma, se tambaleó de tal manera que tuvo que afianzarse de su brazo para no caerse. Él se detuvo y antepuso su otra mano frente a ella, listo para atraparla:
—¿Estás bien?
Antes de que Charis pudiera responderle, Beth pasó por su lado y enganchó su brazo para tirar de ella y ayudarla a bajar las escalinatas.
—¿Has considerado la ópera? —se burló. Entonces, su mirada se desvió a Jesse y emitió un jadeo— ¡No llevas tus lentes!
Daniel apareció a su lado y se inclinó en torno a él para corroborarlo.
—¡¿Los perdiste en alguna atracción?!
Jesse introdujo la mano en su bolsillo y los levantó en alto un momento.
—Aquí están. Pensé que podían caerse. Así que...
En el amago de devolverlos a su sitio frente a su rostro, Beth se apartó de Charis y detuvo la mano de él, atrapándola en la suya.
—¡Espera! Mejor guárdalos. La noche aún es joven —le dijo con una sonrisa. Una bastante inocente, pero muy parecida a aquellas que Charis conocía bien, y que le hizo tensar los labios en una línea apretada en cuanto Beth añadió, entornando sus ojos gatunos—. Además... te ves muy bien así.
Después de la última atracción, las súplicas de Charis los llevaron lejos de la zona de juegos mecánicos mucho más pronto de lo anticipado.
Beth se hizo con su billetera y revisó su contenido.
—Traje todo este dinero para gastar, creyendo que nos subiríamos a todas las atracciones del parque. ¿Ahora qué haré con él?
—Nada, si te lo roban —le reprochó Charis, y le quitó la billetera para cerrarla antes de devolvérsela—. Guárdalo. Ya te lo ahorraste.
—«Dinero desembolsado mejor gastado».
—Te acabas de inventar eso.
—Todos los refranes fueron inventados en algún momento, o no existirían. Este está patentado por mí a partir de hoy. Cada vez que lo usen, tendrán que pagarme un dólar.
—Un precio razonable —reconoció Daniel.
Charis movió la cabeza, fingiendo estar disgustada, pero fallando cuando una sonrisa se escapó por su comisura.
Se fijó en que no era la única. Incluso Jesse sonreía con su broma. Beth había logrado poco después de conocerlo lo que ella no había conseguido sino hasta luego de meses; y probablemente Daniel también. Era la magia de su mejor amiga. Una que a veces envidiaba...
Llegaron al área de juegos, repleta de puestos de distintos retos de puntería, los cuales se alineaban en dos largas filas a cada costado de un sendero iluminado de luces pálidas.
—¿Qué dicen si jugamos un poco y luego vamos a comer?
—¡Sí, por favor! Muero de hambre —rogó Charis.
Beth le rodeó los hombros, al otro lado de los cuales atenazó el brazo de Daniel, y con el brazo contrario libre enganchó el de Jesse para conducirlos en un trote.
—¡Andando, entonces! —Charis movió la cabeza. La energía de su mejor amiga era inagotable, pero la extrañaría una vez ya no la tuviera.
Lejos de la zona de atracciones, todavía podían oírse los gritos de las personas, pero constituían un zumbido lejano y fácil de ignorar. En el área de los puestos de la feria los sonidos que colmaban el ambiente eran mucho más discretos; sonido de escopetazos y perdigones, risas de niños y adultos, y música alegre a un volumen moderado.
—¿Y bien? ¿Qué jugamos primero? —Antes siquiera de oír una respuesta, Beth ya había hallado un objetivo. Exclamó un gritito y jaló de Charis hacia uno de los puestos— ¡Ese!
El juego consistía en lanzar dardos con el fin de reventar globos fijados a un panel de madera. Cada globo escondía una etiqueta con un premio.
—¡Cuatro turnos, por favor! —pidió al encargado del puesto, quien hizo entrega a cada uno de tres dardos—. ¿Quién primero?
Daniel avanzó primero, haciendo rotaciones con la muñeca:
—Hace años que no lanzo un dardo. Veamos qué sale de esto...
—¡Animo, campeón! Creemos en ti.
El primero que lanzó rebotó contra el panel sin siquiera llegar a clavarse. El segundo quedó fijo, pero al costado de un globo, sin llegar a tocarlo. El tercero acabó en otro rebote.
—¡No puede ser, soy terrible!
—Déjame probar —le dijo Charis, y se adelantó.
Su suerte no fue muy distinta, solo que mientras que hizo rebotar uno contra el panel de madera, otros dos se clavaron, pero sin conseguir darle a ninguno de los globos. Soltó un bufido lleno de frustración.
Beth se hizo a un lado para dejar la vía libre frente a los tres últimos dardos.
—¡Adelante, Jess!, muéstrales cómo se hace.
Este hizo una mueca y permaneció clavado en su sitio.
—Mejor no; alguien podría perder un ojo.
—¡No digas eso!, seguro que nos pateas el trasero a todos.
Jesse accedió, poco convencido, y fue a situarse frente al mesón. Tomó el primer dardo y lo apuntó.
El sonido que emitió el globo al reventar provocó que los cuatro dieran un leve brinco en su lugar. Beth dejó salir un vitoreo:
—¡A la primera! ¿Lo ven? ¡Así es como se hace!
—¡Genial, Jess! —lo felicitó Daniel
El encargado se acercó, arrancó la etiqueta y se las puso en frente.
—Mala suerte, chico. —La etiqueta estaba en blanco.
—¡Pero qué robo! —exclamó Charis— ¿Por qué hay etiquetas en blanco?
—Así es el juego.
—Por supuesto que sí.
—Todavía te quedan dos dardos —intervino Daniel—. Lanza otra vez.
—Si la etiqueta vuelve a estar en blanco, va a devolvernos el dinero —le advirtió Charis al encargado, quien bien no la oyó, o fingió no oírla, pues se alejó del panel sin decir nada.
Jesse se hizo con un segundo dardo. Se mordió los labios y apuntó nuevamente. Otro estallido; y otra etiqueta en blanco.
—¡No puede ser! ¡Qué robo! —se quejó Charis.
Beth se colgó de su brazo para retenerla en su sitio.
—¡Relájate, amor! Yo pagué por el juego, ¿recuerdas?
—¡Aun así! ¡Esto es una estafa!
Jesse arrojó el último dardo, y este rebotó precipitándose al suelo.
—Soy malo para esto...
—Dos de tres no está nada mal; yo no le di a ninguno —dijo Daniel.
Beth se adelantó a ellos, tronando sus nudillos y pagó por otros tres.
—Atrás, novatos.
Y entonces, se hizo con un dardo en cada mano y con una grácil maniobra los lanzó al mismo tiempo.
Uno rebotó con fuerza en el panel y el otro fue a dar a un extremo alejado.
—¡Eh, cuidado, señorita! —se quejó el encargado, y Beth se llevó una mano a los labios, fingiendo estar avergonzada.
—¡¿Estás loca?! ¡Desperdiciaste dos turnos! —le reprochó Charis— Parecías tan segura que en serio pensé que sabías lo que hacías.
Beth le guiñó un ojo.
—Esa es mi filosofía en la vida. Pero tienes razón, este juego es una estafa —se quejó, al momento de lanzar su último dardo con desgano, sin apuntar.
El sonido del estallido del globo fue una sorpresa para todos.
—¡¿Le di?! —jadeó Beth.
—¡No me jodas! —exclamó Charis— ¡Tiene que ser una broma!
Daniel se revolvió el pelo en la frente.
—¡De haber sabido que esa era la técnica lo hubiéramos hecho así desde el comienzo!
—¡¿Qué gané?! ¡¿Qué gané?! —chilló Beth, dando saltitos otra vez, cuando el encargado se acercó con la etiqueta.
Sobre la misma, dejó un empaque pequeño y cuadrado, de color verde. Los cuatro se acercaron al mismo tiempo para ver qué era.
—Ganó un chicle.
Tras la desilusión del primer juego, el grupo se desplazó probando en otros, sin resultados mucho más satisfactorios. Para el quinto, Charis continuaba renegando del primer puesto, mientras que Beth masticaba chicle y hacía globos distraídamente.
—¡No puedo creer que te lo estés comiendo!
—¿Querías que lo tirara? Es el chicle más caro que me he comido.
—Yo se lo hubiese lanzado a ese estafador directo a la cabeza.
—Eso es lo que haré. Pero primero lo voy a masticar bien.
Daniel se rio:
—Esa idea me gusta más.
—¿Y ahora? ¿Dónde más probamos suerte? —preguntó Beth.
—No sigas regalando dinero a estos idiotas; todos los juegos aquí son una estafa. Mejor vamos a comer; llevamos media hora jugando estupideces y no hemos ganado absolutamente nada.
—Habla por ti —dijo Beth, e hizo un globo—. Jess, tú no has elegido ninguno. ¡Es tu turno!
Jesse miró por los alrededores intentando decidir:
—Hm... ¿qué tal ese?
Señaló un puesto en donde algunas personas disparaban con escopetas de perdigones intentando darles a pequeñas dianas circulares que se movían de un lado a otro sobre un carril.
—¡Luce emocionante! —dijo Beth— Aunque nunca he disparado un arma.
Charis se detuvo sobre sus pasos, mientras los demás avanzaron.
—¿No les parece algo peligroso?
—Son seguras —le dijo Daniel—. No te preocupes.
—Además, todos apuntan a los objetivos.
Charis apretó los labios, poco convencida.
En cuanto se acercaron, Beth sacó el dinero para pagar los turnos, pero antes de que lo hiciera, otra mano se adelantó a la suya, depositando dinero sobre el mesón.
—Cuatro —dijo Jesse al encargado, y este se hizo con cuatro escopetas y puso una frente a cada uno.
—Buena suerte.
—¡Oye! Yo dije que pagaría por todo hoy —le reprochó Beth.
Jesse le entregó una de las escopetas.
—Descuida.
No obstante, Charis retrocedió un paso con las manos en alto cuando él le ofreció la segunda.
—Yo no quiero jugar; gracias. Alguien tome mi turno.
Beth emitió un bufido:
—Ah, ¡vamos! ¡¿Por qué no?!
—No me gustan las armas. De ningún tipo. Además, no sé disparar; no querría lastimar a alguien por accidente.
—¡Te preocupas demasiado!
—Hazlo en mi lugar —dijo Charis a Jesse—. Tú pagaste, después de todo.
Aquel exhaló un suave suspiro y asintió brevemente.
—Yo iré primero —resolvió Daniel, y tomó una de las escopetas.
—¿Sabes hacerlo? —preguntó Charis, sin poder disimular en su tono la desaprobación y el temor a que esa respuesta fuera afirmativa.
—Solo he disparado una vez, con mi abuelo. A latas y botellas; nunca a algo vivo, no te preocupes.
Charis suspiró y se cruzó de brazos. Con cada tiro de las escopetas, sus hombros daban un ligero salto.
Una memoria lejana cruzó sus pensamientos. Los gritos de furia de Mason y de su padre. Después un sonido como el de un relámpago.
Sacudió la cabeza con fuerza.
El primer disparo de Daniel sobrevoló uno de los objetivos. Y también el segundo. Después del quinto disparo infructuoso, solo pudieron oír el chasquido del gatillo, indicando que se había quedado sin munición. Cada escopeta tenía cinco tiros.
—No puede ser, ¡no he dado ni uno! Le he fallado a mi abuelo.
Beth maniobró con su propia escopeta, imitando su pose:
—¡Mi turno! ¿Cómo debo sostenerla?
Daniel se situó frente a ella y le ayudó a colocar los brazos en la postura correcta y a sostener el arma apropiadamente:
—Enfoca con la mirilla y dispara. Así es como se recarga cada tiro.
—De acuerdo...
Aquella disparó entonces su primer tiro, y erró. Lo mismo el segundo.
Charis desvió la mirada y se percató de que la galería en que se exhibían los premios del puesto parecía intacta, como si muy poca gente hubiese podido ganar alguno.
—Son las escopetas.
La voz de Jesse a su lado la sacó de sus cavilaciones.
—¿Qué?
—Están amañadas.
—¿Cómo lo sabes?
Jesse se mordió los labios un momento:
—¿Todavía... quieres cederme tu turno?
—Adelante.
—De acuerdo... Observa.
Tras un quinto disparo infructuoso, Beth dejó el arma sobre la mesa.
—¡No pude darle a ninguno! Quizá si lo hiciera sin apuntar, como antes...
—¡No! —le dijo Charis, y la detuvo cuando hizo por tomar el arma otra vez—. Vas a acribillar a alguien.
Jesse se adelantó y tomó una de las dos últimas escopetas.
—¿Quieres que te enseñe cómo? —le pregunto Daniel.
Él se negó con una ligera cabeceada. Entonces se apoyó el arma contra el hombro y apuntó.
Se tardaba en disparar. Charis notó que su respiración parecía haberse acelerado ligeramente.
—Tranquilo —le dijo Daniel—. Solo tienes que seguir el objetivo.
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A pesar de que había estado cerrando los ojos y apartando la mirada cada vez, Charis se vio incapaz de hacer lo mismo en esta ocasión. Algo en su postura y en su aseveración de antes había disparado sus alertas. Sintió que no podía perderse lo que pasaría.
Finalmente, Jesse disparó. Y el primer objetivo móvil cayó.
El segundo disparo tiró otro más. Pasó menos tiempo entre el segundo y el tercero, y aún menos entre el tercero y el cuarto. El quinto le siguió a aquel casi de inmediato, y en cinco tiros seguidos, cinco objetivos habían sido abatidos sin ninguna falla.
El encargado del puesto había dejado de mirar a todos los demás jugadores y tenía la vista puesta en ellos ahora, con una mueca extraña en el rostro.
Jesse dejó la primera escopeta en el mesón y se hizo rápidamente con la última. Otros cinco tiros seguidos en una insólita continuidad; y otros cinco objetivos caídos, completando una racha perfecta de diez tiros en línea.
Para cuando terminó, incluso los demás jugadores habían cesado de disparar para observar.
Hubo un silencio denso. Después, los aplausos y silbidos estallaron escandalosamente a su alrededor, a lo largo de todo el puesto.
Charis se dio cuenta de que tenía la boca abierta solo cuando la mandíbula empezó a dolerle.
—¡Maldita sea!
—¡¿Ese chico es un francotirador?! —escuchó decir a dos personas cerca de ellos.
Cuando Jesse dejó la segunda escopeta en el mesón, Charis se fijó en que lo hizo con cierta rudeza, sin retirarle la vista al encargado.
—Diez tiros —le dijo—. Creo que son dos turnos ganados.
—En efecto —dijo aquel con una sonrisa forzosa—. Elije. Puedes llevarte dos premios.
Beth salió de al lado de Charis y fue directo hacia Jesse. En plena carrera le echó los brazos alrededor del cuello y celebró su victoria de la forma efusiva que era característica de ella, dando saltos:
—¡Excelente, Jess! ¡Eso fue increíble!
A su lado, Daniel estaba tan desconcertado como ella. Intercambiaron un gesto lleno de preguntas sin contestar y se aproximaron en silencio.
La atención de los extraños a su alrededor ya empezaba a dispersarse, pero restaban miradas admiradas y cuchicheos en su dirección que le devolvieron al tirador experto de hacía unos instantes el encogimiento característico del muchacho tímido y apocado al que Charis conocía.
—¡Lo hiciste genial! —le dijo Daniel dándole una palmada sobre la espalda que lo remeció por completo.
—Suerte de principiante —se excusó él. Después trasladó su mirada al encargado—. Debería considerar hacer mantención a sus armas. El cañón está desviado.
Aquel le clavó otra, malhumorado, pero no dijo nada.
—¿Qué vas elegir? —le dijo Beth.
Jesse lo pensó un momento y dirigió una mirada a Daniel, quien sonrió. Charis tuvo la impresión de que se hubieran dicho algo solo por medio de gestos.
—Escoge algo para ti —le dijo a Beth, y luego se dirigió a ella—. Charis... tú también.
—... ¿Huh? —pestañeó ella, todavía sin salir de su pasmo.
—El turno era tuyo, después de todo.
—¡¿En serio?! —Beth se adelantó sin objeciones. Charis se quedó atrás hasta que Beth la llamó al puesto—. ¡Elige algo, Charichi! antes de que me lleve el mejor.
Charis buscó entre la multitud de muñecos de peluche. Su vista se detuvo en dos pequeños corderos idénticos, una al lado del otro; solo que uno era lila y el otro azul pálido. Parecía la elección perfecta.
—Me gustan esos —y dijo a Beth—. ¿Uno para cada una?
—¡Estupendo! —dijo ella.
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Una vez abandonaron el puesto, cargando cada una su cordero de felpa, Charis contempló el suyo en sus brazos. Beth había reclamado el de color azul, pero Charis prefería el lila, así que estaba satisfecha.
Al frente del camino, Beth y Daniel intentaban decidir en dónde comerían. Charis vio la oportunidad perfecta para aproximarse al lado de Jesse:
—Dijiste que las escopetas estaban amañadas. ¿Cómo te diste cuenta?
Él redujo el ritmo de su paso y ella hizo lo mismo, de manera que se rezagaron el espacio suficiente para hablar en privado a un volumen cómodo.
—Durante todo el tiempo que nos detuvimos ahí, nadie ganó nada. Acertar a uno de los objetivos era cosa de suerte. Luego me percaté de que los cañones estaban ligeramente desviados hacia la derecha.
—¿Cómo pudiste derribarlos tú si estaban averiados?
—Apuntando ligeramente más a la izquierda.
Sin embargo, nada de eso respondía a sus verdaderas dudas.
—Jess —se humedeció los labios—... ¿habías... disparado antes?
Sabía que la pregunta podría resultar conflictiva incluso antes de hacerla. Lo corroboró con el silencio en que Jesse se sumió antes de responderle.
—Un par de veces. Hace... mucho tiempo.
—¿Quién te enseñó?
—También... fue mi abuelo.
Sin saber por qué, parecía implicar una diferencia, aunque había sido el suyo quien había enseñado a Daniel.
—Nunca creí que alguien como tú...
—Charis —la detuvo él—. Lo que dijiste antes... pienso lo mismo. Las armas... son viles. Yo nunca hubiese querido aprender a disparar una, pero-...
Calló; mas no tuvo que terminar lo que estaba diciendo para que Charis supiera lo que intentaba decir.
Si él realmente opinaba como ella, entonces la única explicación era que su abuelo probablemente lo había forzado a aprender.
Quizá Beth tuviera razón y ellos fueran muy diferentes... No le cabía duda de por qué entonces no se llevaban bien. Finalmente todo empezaba a encajar... Excepto un detalle.
—Pero si no te gustan las armas, entonces... ¿por qué elegiste ese juego?
Jesse acomodó una de las orejas del cordero de felpa en brazos de Charis. La forma delicada en que sus dedos pálidos se movieron por el peluche; los mismos dedos que habían jalado del gatillo diez veces sin fallar ni una sola vez, le transmitieron sentimientos encontrados.
—Porque sabía que podía ganarlo. —Al levantar otra vez la vista a ella, había una sonrisa en sus labios, diferente a cualquiera que le hubiese mostrado hasta ese momento—. Gracias por esto. Me refiero... a hoy.
—No sé de que hablas. Fue idea de Beth. —Forzó una risa, incómoda.
Él bajo el rostro y dio una cabeceada, sin dejar de contemplarla por el rabillo del ojo.
—Gracias... aún así.
Después de dar un par de vueltas por los puestos de comida se decidieron finalmente por un puesto de banderillas.
Charis no pudo terminar la suya, por culpa de un intenso malestar estomacal, el cual hizo tuvieran que retirarse del parque antes de lo previsto.
Sin embargo justo al llegar al auto de Daniel, y antes de que pudieran subirse, Charis tuvo que salir corriendo de regreso al parque en busca de un baño, atacada por fuertes accesos de náuseas, y Beth partió detrás de ella para acompañarla.
Obra de las prisas dejaron todas sus cosas atrás, y Daniel y Jesse hubieron de esperar con ellas junto al auto, sumidos en la oscuridad y el silencio del aparcamiento.
A esa distancia la música de la feria se oía lejana y las luces titilaban como estrellas.
—¿Crees que va a estar bien?
—Lo estará. Es solo otra visita a la feria acabada en vómito —se burló Daniel—. Ha sido así siempre. Ya fuiste testigo.
Jesse dio una suave cabeceada en afirmativa. Tras algún rato, notó que Daniel lo contemplaba atentamente.
—¿Qué pasa?
—Es solo que... Bueno, no sabía que supieras disparar.
Jesse movió la cabeza:
—No fue nada, en serio.
Captó el momento exacto en que Daniel abrió los labios para continuar indagando... y también el instante preciso en que desistió de ello y volvió a cerrarlos. Se sintió algo culpable por ello.
—En fin, ¿te has divertido?
—Hoy fue genial —reconoció Jesse.
El teléfono móvil de Charis vibró de súbito en la mano de Daniel.
No tenía bloqueo, así que la burbuja de la aplicación de mensajería emergió en la pantalla con un mensaje:
De Victor. Con un corazón al lado: «Que te diviertas, hermosa. La próxima vez llévame contigo».
Daniel apretó los dientes. Su expresión decayó al instante.
—Parece que olvidó invitar a nuestro querido amigo.
Jesse suspiró cuando él le mostró el mensaje.
—Oh, Dan...
—No me hagas caso —musitó él—. ¿Te soy honesto?, tenía otra idea en la cabeza cuando imaginaba cómo sería tener a Charis trabajando en el Saint John. Es solo que... han sido días muy ocupados, y ni siquiera he podido pasarme a ver cómo le ha ido.
—Lo ha hecho bien.
Daniel le dedicó una sonrisa agradecida.
—Gracias. Por estar allí para ella. No sabes cuánto-...
—Ustedes dos... tienen que dejar de agradecerme.
—Está bien —se rio él—. No más agradecimientos. En tanto tú dejes de disculparte todo el tiempo por todo. ¿Tenemos un trato?
Jesse lo pensó un momento.
—Bien, ya veo tu punto...
Daniel se rio con más ganas, aunque no con toda la alegría que en otras circunstancias le hubiese suscitado bromear juntos.
—En fin... Quiero decir que esto —levantó en alto el móvil de Charis— es lo último que me hubiese imaginado que pasaría.
Se hizo un silencio tenso entre ambos.
—Jess... ¿puedo preguntarte una cosa? —musitó— No huyas; si no quieres responder, está bien.
Jesse sintió sus palabras como una bofetada.
—¿Eso piensas? —masculló— ¿Piensas... que huyo?
—No te culpo por ello. A veces... quizá lo mejor sea huir.
—No lo haré esta vez. Sea lo que sea, Dan... sólo... dímelo.
Aquel aspiró una enorme bocanada.
—¿Alguna vez...? —Pareció reformular su pregunta en su cabeza muchas veces antes de dar con la forma correcta de plantearla—. Jess, ¿te has... enamorado alguna vez?
La pregunta lo dejó frío. O quizá no su pregunta; más bien.. el tono adolorido de la misma. Pero Daniel se adelantó:
—Está bien, no tienes que responder a eso. Es muy tonto.
Otro silencio se asentó entre ellos, aún más denso.
—... Dan, ¿tú-...?
—Estoy siendo muy obvio... ¿no? —río Daniel—. Debería parar de hablar.
—Daniel.
—De otra manera-...
—Dan, yo ya... lo sabía.
Daniel se calló de golpe. Al cabo de un rato exhaló una suave risa. Lucía avergonzado.
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—¿En verdad?
Jesse asintió, con los labios sellados; atrapados entre sus dientes.
—O sea que sí soy bastante obvio.
—Tal vez... no lo suficiente. Si tú se lo dijeses-...
—No. Si lo hiciera, probablemente acabaría con nuestra amistad.
—Eso no lo sabes.
—Lo sé, Jess, así funciona esto. Y... si acabara por perder su amistad por esto... No. Jamás.
—Pero... Dan, no tiene que ser-...
—Ya viste lo que pasó con Diane —lo cortó él—. El modo en que acabaron las cosas para los dos... No quiero pasar otra vez por eso.
Jesse hizo una pausa. Y después, resignado, asintió.
—Me basta... con saber que ella es feliz; no importa que no sea yo el que esté a su lado. —Daniel aspiró una honda bocanada de aire—. Lamento orillarte a hablar de esto —se rio, aunque Jesse sospechaba que solo era su manera de restarle importancia al asunto. Pero después, sus verdaderas inseguridades se sinceraron en su lugar—. ¿Piensas... que soy un cobarde?
—Pienso que podrías ser más sincero.
Daniel dejó escapar un bufido.
—Es fácil para ti decirlo.
—No he dicho que sea fácil. Abrirse con las personas nunca es fácil. Pero... es mejor que vivir en ascuas eternamente.
Su amigo exhaló un suave resoplido y centró la vista a la distancia.
—Aún si ya lo sabías... me siento aliviado de habérselo dicho a alguien al fin. A ti.
—Sabes que puedes hablar conmigo. Y yo... no huiré, Dan. Ya no. Al menos... no la mayor parte del tiempo.
Daniel se rio y le puso una mano sobre el hombro:
—Eso es suficiente. Ahí vienen las chicas.
Jesse levantó la vista y pudo verlas al fin. Charis estaba pálida. Beth caminaba a su lado llevándola por el brazo.
—No se ve nada bien —opinó Daniel.
—Llévalas directo a casa. Yo caminaré a partir de aquí.
—Claro que no. Puedo dejarlas allí e ir a dejarte después.
—Mi casa queda en la dirección contraria. Harás doble viaje. Y Charis... quizá te necesite. Ve, Dan. En serio, puedo caminar.
—¿Estás seguro?
—Claro. Camino a todos lados. Estaré bien.
https://youtu.be/meCuf3INK7M
—¿Segura que ya estás mejor, linda? —preguntó Beth, cuando Charis regresó a la habitación luego de despedir a Daniel en la puerta.
Se marchaba al fin a su piso luego de dejarle medicamentos y la indicación para tomarlos.
—Ya estoy mejor.
Sentada sobre la cama, en lo que Charis se colocaba el pijama, Beth jugaba con los corderos de felpa, recostada en las colchas sosteniendo ambos en alto.
—Fue muy lindo de su parte regalárnoslos. Es un chico dulce, aunque no lo parece.
El móvil de Charis vibró sobre la cama. Beth se hizo con él antes de que ella pudiera ganarle, pero alcanzó a ver que el nombre de Victor tenía un corazón al lado.
—¡¿Para qué se lo has puesto?! —le reprochó a Beth— ¿Y si lo viera? Quítaselo ahora. Y no le pongas de nuevo la berenjena.
—Se ve muy frío sin un emoji. ¡Uh!, el doctor guapo te invita a cenar mañana. ¿Qué le respondo?
—Nada. Porque el mensaje no es para ti, y ese no es tu teléfono.
—Pero yo soy tu manager.
—No.
Beth se rio y volvió a dejar el teléfono sobre la cama.
—¿Qué pasó con lo de no salir con un colega? —se mofó.
Charis se reservó una sonrisa.
—Saldremos como amigos.
—Sí, claro, sigue diciéndote eso, dulzura. —Beth le arrojó uno de los corderos y se quedó jugando con el otro, igual que antes—. Oye, Charichi...
—¿Hm?
Su amiga se tomó un momento para hacer su pregunta. Se detuvo de jugar con el muñeco de felpa y después lo sostuvo contra su pecho, con la vista puesta en el cielo de la alcoba.
—¿Te parece... que Jesse es atractivo?
https://youtu.be/vtFFNC90v9w
Estaba acostumbrado a andar por las calles de noche, por lo que si bien no había estado nunca en esa parte de la ciudad, no imaginó que fuera muy diferente.
Llevaba tres cuadras de camino cuando perdió la feria a sus espaldas, al doblar en una esquina. La calle al frente estaba por completo desierta y no había ningún automóvil a la vista.
Jesse aceleró acuciado por el frío, con los hombros en alto para evitar el viento. Iba tan sumido en sus pensamientos que no se fijó en el callejón que penetraba entre dos edificios a mitad de la calle sino hasta que casi lo tuvo al lado, y lo sobrepasó sin siquiera mirarlo.
No comprendió hasta qué punto hacerlo hubiera sido sabio, hasta que un brazo grueso y fuerte se enroscó con alrededor de su cuello y lo arrastró a la oscuridad del callejón. El agarre fue tan firme que le cortó tanto el aire como la posibilidad de hacer cualquier sonido. Fue arrojado violentamente contra una fría pared, donde se golpeó la espalda y la cabeza. Acto seguido sintió el contacto de una superficie lisa y fría contra la garganta.
Jesse suspiró y, ya consciente de sus circunstancias, levantó las palmas a los costados de su rostro en señal de paz.
Se despidió de su teléfono móvil, aunque era tan viejo y pasado de moda que no imaginaba que se pudiera siquiera revender. Por otro lado, esperó que, si en cambio, el asaltante se decantaba por su billetera, tomara solo el dinero y se la dejara, junto con su identificación, la cual necesitaría para entrar a trabajar.
—Tranquilo... Sé un buen chico y no te pasará nada —le advirtió una voz grave.
Mientras que con una mano el hombre le mantuvo fija el arma al cuello, con la otra palpó y buscó en todos sus bolsillos. Jesse adivinó solo por la experticia empleada a la hora de hurgar entre su ropa, que aquella era una práctica arraigada en su rutina. Por su parte guardó silencio y permaneció inmóvil, tal y como se le había indicado, intentando ignorar lo incómodo que comenzaba a ponerle la mano del extraño moviéndose a tientas por sitios tan recónditos.
En cuanto el ladrón dio con su móvil en su bolsillo, hizo un respingo:
—Basura... —le escuchó mascullar al momento de lanzar el viejo aparato a un lado del callejón. Hizo un crujido al estrellarse en el piso.
Jesse abrió los labios para protestar, pero en cambio volvió a cerrar la boca, con un resoplido.
—Te haría un favor si se rompió —le dijo el ladrón, sin dejar de rebuscar en su ropa.
Jesse se fijó por primera vez en él. Tenía una cara tosca y cuadrada, unos cuarenta años, y su aliento despedía cierto olor avinagrado cuando hablaba. Pero su característica más notable fue que era enorme; tan alto como Daniel o quizá más, e igual de corpulento.
Le brillaron fugazmente los ojos cuando dio con su billetera, pero después exhaló al no hallar allí más que seis billetes de un dólar cada uno.
—¡¿Es todo?!
—Es todo —le dijo Jesse.
—Estás mintiendo. —Volvió a golpearle la nariz ese olor avinagrado.
Jesse exhaló, intentando que su rostro no se torciera de disgusto.
—Mala suerte. Hiciste una pésima elección.
Fue perfectamente consciente de cuán insolente era su tono, pero no se arrepintió de emplearlo ni aun cuando el sujeto presionó con más fuerza la navaja contra su garganta:
—¿Te crees muy gracioso? —siseó malhumorado— Debería abrirte el cuello y dejarte aquí para que te desangres.
Trasladó la mano libre a su cuello, cerrando los dedos a su alrededor en un intento de agravar su amenaza.
Jesse llevó por un instinto reflejo la mano a su garganta. Y se percató de que había cometido un grave error en cuanto los ojos del hombre volvieron a brillar en la penumbra.
Aquel le situó ansiosamente la navaja bajo la barbilla para obligarlo a alzar el rostro y metió la mano entre su ropa a la altura del cuello. Jesse atenazó su muñeca, pero tuvo que ceder en cuanto sintió el filo del arma hendirse contra su piel hasta un punto doloroso.
Con la misma habilidad empleada a la hora de introducir la mano al interior de su ropa, el hombre la recuperó; pero ahora, sujetando dentro del puño una fina cadena plateada.
—Bingo.
Por primera vez en la noche, Jesse perdió la templanza y se debatió, ignorando el filo de la navaja que lo amenazaba todavía.
—No... ¡No, espera...!
De un violento tirón, el cual le cortó la piel a los costados del cuello se vio despojado de la joya, y el ladrón se apoderó de ella, guardándosela en el bolsillo. Solo con eso lo dejó libre e hizo por marcharse.
Obedeciendo a un impulso, Jesse fue en su siga. Se movió lo bastante rápido para atenazar su hombro, y justo después, un puñetazo lo arremetió tan duro en el centro del estómago, que le arrebató todo el aire. Acto seguido, un segundo golpe le acometió la mejilla.
Vio luces parpadeantes, después, todo negro. Y por último el piso húmedo y sucio del callejón, demasiado cerca de su rostro.
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