2. Jesse
https://youtu.be/EH5kdlkOsvk
Como una de aquellas pesadillas en las cuales no se puede correr nunca lo suficientemente rápido, los pies le pesaban, y sin importar cuánto avanzara, el pasillo seguía luciendo interminable al frente.
Con piernas temblorosas se había abalanzado hacia la puerta, en donde volvió a chocar con el muchacho y Charis lo apartó de su camino de un empujón. Después se lanzó fuera y sorteó el corredor en penumbras, gritando despavorida.
Al llegar al final y encontrarse al inicio de la rampa, sin embargo, tuvo que detenerse de golpe al ver que estaba bloqueada en la cima por una robusta puerta, la cual no supo si estaba cerrada o a dónde conduciría.
Escuchó pasos a sus espaldas, y un vistazo por encima de su hombro le heló la sangre en las venas. Aquel sujeto había abandonado su sitio junto a la puerta, y ahora avanzaba tranquilamente por el pasillo en su dirección. Su fina silueta se volvió acuosa ante sus ojos anegados de lágrimas.
—Esto no es real... No es real... —jadeó, antes de fijarse en que a la izquierda había otro pasillo, por el cual se precipitó sin dudarlo un instante—. No es real. No. No es real...
Se encontró con las mismas escaleras que había evitado antes, y las escaló sin detenerse. A esas alturas estaba teniendo problemas para pensar con claridad, pero de una cosa estaba segura, y era que no le importaba a dónde la llevaran ahora, mientras fuera lejos de él.
No tuvo el valor de volver a mirar atrás. No sabía si su corazón resistiría si aquel sujeto se encontraba todavía más cerca. ¡¿Por qué la estaba siguiendo?!
Sus pensamientos sonaban mitigados por el estertor descontrolado de su pecho conforme subía peldaño a peldaño, torciéndose los tobillos y raspándose el codo contra la pared granulada de piedra al trepar por la baranda para no caerse.
Cuando finalmente llegó arriba, se encontró con el mismo corredor vacío, al final del cual alcanzó a ver la sala de espera. Casi podía imaginarse a aquel sujeto pisándole los talones, y sus miedos se hicieron reales en cuanto oyó sus pasos al inicio de las escaleras que acababa de dejar atrás. Charis volvió a correr, boqueando sin fuerzas para gritar. La debilidad de las extremidades, obra del cansancio y el pánico, hizo que empezara a dar tumbos y creyó que se desmayaría, pues había comenzado a ver borroso, y la cabeza le daba vueltas.
Pero entonces, al final del corredor, apareció otra silueta. Una que le retornó el alma al cuerpo:
—¡¡DANIEL!! —gritó con las últimas fuerzas que le quedaban.
Aquel se detuvo de golpe, y al momento de reconocerla echó a trotar en su dirección para encontrarla a mitad del camino.
Charis se desplomó en cuanto él le tendió los brazos, y a salvo entre ellos se echó a llorar por fin, sintiendo irse todo el oxígeno de sus pulmones en los sollozos frenéticos que aserraban su garganta seca.
—¡Charis! —la llamó aquel. Su voz se oyó amortiguada a través de su pecho— ¡¿Qué sucedió?!
Pero los resuellos no le permitieron pronunciar palabra alguna; ni mucho menos hilar nada parecido a una frase.
—¡... viene! —fue todo lo que consiguió balbucear.
https://youtu.be/CM6GhcqUPqA
No supo qué era lo que Daniel le estaba dando cuando le extendió una píldora pequeña y un vaso de plástico con agua, pero se lo tomó sin hacer ninguna pregunta.
Se hallaban en una habitación minúscula dotada de dos camillas separadas por una cortina. Charis no recordaba en qué momento se sentó en la primera; la otra estaba vacía. Tampoco recordaba cómo habían acabado allí, sólo que fue conducida por Daniel; mas no vio el camino, ni a dónde la estaba llevando.
Junto a ella había un pequeño monitor con números al que ahora estaba conectada mediante un brazalete ancho de tela dura que le ceñía el brazo izquierdo por encima del codo, y el cual se henchía en torno a su extremidad, estrujándola a un punto doloroso, mientras emitía pitidos y zumbidos.
Tenía en el dedo índice de la otra mano una especie de pinza conectada a la misma máquina.
—Tu ritmo cardiaco sigue alto —observó Daniel, en cuanto el brazalete se vació y otra cifra apareció en el monitor—. Pero tú presión está en rango. Me diste un buen susto, ¡pensé que te daría un ataque!
Charis no hizo sino soltar un profundo respiro exhausto.
—Dime que no era real... —suplicó, apenas en un susurro. La garganta le escocía terriblemente.
Daniel levantó la vista de la máquina y la escrutó con el ceño fruncido:
—Aún no me has dicho nada —repuso—. ¡¿Qué fue lo que pasó?!
Estaba segura de haber escuchado muchas veces la misma pregunta, pero ella no había podido responder con claridad ni una sola vez. Antes de ese punto, su voz se atoraba en su garganta constreñida cada vez que intentaba hablar, y solo podía balbucear palabras ininteligibles antes de largarse a sollozar de nuevo.
Solo recordarlo, aun cuando estaba algo más en calma, hizo que volviera a estremecerse. El monitor empezó a emitir pitidos más rápidos, y Daniel le quitó la pinza y el brazalete alrededor del brazo.
—Tranquila; estoy aquí. Cuéntamelo con calma. —Daniel le rodeó los hombros con un brazo alrededor de los mismos.
Su tacto estaba cálido, y Charis se sintió reconfortada, pero el inmenso contraste con las manos heladas que recordaba hizo que un nuevo temblor la sacudiese de pies a cabeza.
—U-un sujeto —se las arregló para articular—... Un maldito loco en el sótano.... —Comenzó a hacer aspavientos con los brazos conforme intentaba explicarse—. ¡Chocamos, y él-...! ¡Había... una persona en un mesón!, ¡una persona muerta, Daniel; un-... u-un cadáver! ¡Con el estómago abierto, y los ojos...! ¡... los ojos...! —Tuvo que contener una arcada, y empezó a jadear otra vez, sintiendo perlarse su frente de una gruesa capa de sudor frío—. ¡Luego empezó a seguirme, y-...!
Daniel le frotó la espalda con una mano para ayudarla a calmarse en lo que ella contenía boqueos contra la palma de la suya.
—Shhh. Está bien, solo respira y-...
—¡¡No, Daniel, no está bien!! ¡¿No estás escuchando lo que te digo?! —Charis se llevó una mano a la cabeza y se revolvió con fuerza el pelo, enganchándolo entre sus dedos hasta provocarse tirones dolorosos—. ¡Debe estar ahí todavía! ¡Tenemos que-... que llamar a la policía! ¡Tenemos que...!
—Aguarda —la cortó él, de súbito—. Antes que todo... ¿podrías describirlo? Es decir... a la persona que viste. ¿Cómo era?
La pregunta la dejó muda por algunos instantes, e indagó a Daniel con gesto confuso y dolido. ¿No le estaba haciendo caso? Él parecía inquisitivo, y tuvo el presentimiento de que no le creía una sola palabra. Hubo de echar mano de toda su entereza para no echarse a llorar otra vez, obra de la frustración.
—¡No lo sé, maldición! ¡¿Por qué me preguntas eso?! —Aun así, no tuvo que hacer muchos esfuerzos para recordarlo—. ¡Era flaco, pálido, cabello negro...! ¡Usaba lentes, y-...!
Enmudeció nuevamente en el momento en que Daniel dejó escapar un sonoro respiro, a la vez que apartaba la vista, con una profunda arruga dibujada en el entrecejo:
—Jesse...
Hubo una larga pausa.
—... ¿Qué? —Charis dejó caer sus manos desde su cabeza y se inclinó para escrutarlo con ojos como dardos— ¡¿Sabes quién es?!
Daniel apagó el monitor y empezó a enrollar tranquilamente los cables en su mano.
—Primero déjame ir a devolver esto. Después podemos salir, e ir a comer algo. ¿Qué dices?
Su quijada cayó floja y Charis ladeó el rostro para mirarlo, incrédula.
—¿Estás demente?... ¡No quiero comer, Daniel! ¡¡Quiero que me expliques qué diablos está pasando!!
Aquel asintió, derrotado. Hizo el afán de empezar a hablar, pero no tuvo tiempo ni siquiera de terminar de abrir los labios, pues en ese instante la puerta de la pequeña habitación se abrió con un sonoro chasquido de la manija, y Charis creyó percibir otra vez en el aire el primer olor que había sentido en el sótano; ese aroma químico y penetrante.
Todos sus músculos se tensaron con dolorosos calambres, y sus tripas se contrajeron en un nudo tan apretado que le cortó la respiración. Giró lentamente sobre la camilla esperando equivocarse; que se tratara de algún colega de Daniel, una enfermera, incluso de la recepcionista rubia...
Cualquier persona. Cualquier otra en el mundo... Pero, en vez de eso, allí estaba de nuevo él. Aquel sujeto aterrador.
Jesse.
Charis ahogó un jadeo, y los temblores volvieron a apoderarse de su cuerpo de manera incontrolable.
Sobrevino un silencio largo, saturado de una horrenda expectación, en el que ella solo pudo observarlo aterrorizada, sin atreverse a mover un músculo. Era la misma persona; el rostro sin expresión, piel imposiblemente pálida y la mirada ausente tras los cristales opacos de sus lentes. Pero ahora sabía, gracias a Daniel, que no se trataba de ninguna aparición o un mal sueño. Que era muy real.
Viendo que Daniel no parecía presto a hacer absolutamente nada, Charis estuvo a punto de tragarse su miedo, levantarse de donde estaba y abofetearlo; borrarle esa estúpida mueca inexpresiva del rostro para después huir de allí. Pero antes siquiera de darle tiempo a concretar esa idea, aquel cruzó la corta distancia desde la puerta hasta la camilla, en donde Charis se arredró, dominada por los nervios.
Y entonces, aquel extendió su pálida mano en pos de ella.
Todavía presa del pánico, Charis dio un brinco en su sitio, pero siguió por reflejo su mano con los ojos. Y allí, entre sus largos dedos blancos, vio las llaves de su auto; las que solo hasta ese momento, al palpar su bolsillo, se percató de que ya no tenía con ella.
Ante su imposibilidad de reaccionar, fue Daniel quien las tomó en su lugar. Y en el momento en que Charis levantó otra vez la vista, todo lo que pudo ver fue la puerta de la habitación cerrándose suavemente tras el reflejo de una delgada silueta en la ventana, que desapareció en un pestañeo por el oscuro corredor del otro lado del cristal.
El silencio que dejó su fugaz aparición se extendió incluso mucho después de que hubiera desaparecido.
Distrajo a Charis el tintineo de sus llaves cuando Daniel se las extendió. Al hacerlo, forzó una sonrisa que no hizo más que enojarla.
Perdiendo los estribos, Charis le arrebató las llaves con brusquedad. Su mano temblaba tanto, y sus dedos estaban tan débiles que hubo de hacer esfuerzos inhumanos para sostenerlas, como si de algo pesado se tratase.
Se bajó de la camilla con piernas todavía temblorosas, pero rechazó el intento de Daniel por ayudarla a equilibrarse.
—Me largo de aquí —farfulló al momento de ir hasta la puerta, al otro lado de la cual, la oscuridad que se divisaba tras el vidrio la desalentó, frenándola incluso antes de que Daniel la detuviese.
—¡Espera! ¿Por qué viniste para empezar? ¿Me buscabas por algo?
Charis respiró hondo y apretó los labios. Apenas podía recordarlo ahora.
—Quería invitarte a comer.
—¡Pues entonces vamos! Dame unos minutos para arreglar todo, y entonces...
—¡¿Crees que tengo apetito después de esto, Daniel?! —espetó, virando en redondo, y después hizo un nuevo intento por irse—. Adiós.
Daniel la frenó cerrando sus dos manos en torno a una de las suyas.
—Por favor. ¡Yo invito! Comida china; tu favorita, ¿qué dices? ¡No pagarás ni los wantanes!
Charis resopló exhausta. Todavía tenía problemas en respirar con normalidad, y la cabeza le dolía. Viendo que Daniel no la soltaba, le dirigió la mirada por el rabillo del ojo y se encontró con una expresión como la de un cachorro abandonado.
—Por favor —suplicó él.
A regañadientes, y en gran parte ayudada por cuánto la intimidaba la idea de tener que salir sola de allí hacia el pasillo oscuro y cruzar el aparcamiento en penumbras... Charis aceptó.
El restaurante de comida china, aunque pequeño, era acogedor. Las paredes tenían paneles rojos con detalles en oro, las mesas y sillas eran de madera oscura, y de fondo podía oírse la suave voz de una soprano, acompañada de una bella tonada oriental. La iluminación constaba de grandes lámparas esféricas de papel que colgando del techo, decoradas con caligrafía en trazos de tinta, y las cuales emitían tenues auras amarillentas y rojizas.
Daniel mantuvo la vista fija en las lámparas, distraído en sus formas. Frente a él, Charis paseaba la comida por su plato con los palillos sin probar un solo bocado. La mesa estaba colmada de distintos platillos que humeaban acarreando el aroma tentador del jengibre, la soya y la cebolleta, todos deliciosos, pero ninguno capaz de despertar su apetito. Cada vez que había intentado llevarse algo a la boca, las horribles imágenes grabadas en su retina pulsaban en su memoria y amenazaban con provocarle arcadas.
Daniel se había estado limitando a preguntarle sobre su entrevista, a lo cual Charis no respondió con otra cosa que monosílabos hasta que él se rindió en intentar conversar.
Ninguno de los dos había querido abordar el otro tema. No obstante, conforme se aproximaba la hora para que Daniel tuviera que volver al trabajo, aquel asunto pendiente se tornó ineludible.
—Antes que todo, Dan —empezó Charis, viendo que él no hablaba y que tenían poco tiempo—... ¿serías tan amable de explicarme quién es, exactamente, ese sujeto?
Él asintió. Se tomó un tiempo largo antes de hablar, y cuando lo hizo, Charis captó, por la vacilación de su tono, que elegía con cuidado cada una de sus palabras.
—Trabaja en el hospital.
—Eso no me dice nada. ¿Por qué diablos me perseguía? No, más bien... ¡¿Qué hacía allí abajo con...?! ¡Oh, por dios-...! —Charis sacudió la cabeza y reclinó la frente en sus dedos entrelazados. La imagen clara en su memoria le provocó un calambre en el estómago—. Por dios...
—Todo esto es solo un enorme malentendido. Él no mató a nadie. Y no te perseguía, Charis, solo vino a devolverte las llaves que se te cayeron. Estoy seguro de que no era su intención asustarte.
Estupefacta con lo que oía, ella bajó las manos de golpe hasta la mesa, y los platos vibraron ligeramente. Todas las emociones que había estado reprimiendo hasta ese momento se transformaron en ira.
—¡¿«No era su intención asustarme»?! ¡Ni siquiera me advirtió cuando entré allí! ¡No me dijo quién era ni en dónde estábamos; no me explicó nada, Daniel!
—Ya lo sé... Sé que esto se ve mal, ¡pero si me dejaras que-...!
—¡Tampoco se disculpó; es más, no parecía arrepentido en lo más mínimo! ¡Ni siquiera tuvo la cortesía de decir algo; lo que fuera! ¡Él sencillamente dejó las putas llaves allí y se largó sin decir una palabra! ¡Y tú no me estás diciendo mucho tampoco!
En ese punto, Daniel torció una expresión exhausta. A su alrededor, Charis se fijó en que algunas personas arrojaban miradas discretas en su dirección, alertados por el volumen de su voz, pero estaba demasiado ofuscada para preocuparse por ello.
—Es... complicado —dijo él, por toda respuesta.
Charis cerró los labios de golpe.
—«Complicado» —repitió tras un momento, con una cabeceada tensa—. ¿Te importaría aclarármelo, entonces?
—Él... piensa un poco como quiere.
Ella aguardó porque continuase, pero aquella corta y muy ambigua respuesta pareció ser suficiente para Daniel, y este le devolvió un gesto enfurecedor, encogiéndose de hombros con una sonrisa.
Tuvo que tomarse algunos instantes para procesar lo que oía. Había familiaridad en su manera de decirlo... Aquello le dijo todo lo que necesitaba saber.
—Tú pareces conocerlo muy bien. ¿Me equivoco? De otro modo no lo estarías defendiendo.
» No por encima de mí —añadió para sí misma, sintiéndose herida por su propia conclusión, la cual él no hizo ningún intento por contradecir.
—Sí —aceptó él, al cabo de un largo silencio—. Lo conozco.
Charis bufó, a falta de una mejor reacción.
—Lo suponía...
Daniel bajó la vista. Lucía mortificado. Gracias a ello, Charis pudo darse cuenta de que podía leer a su amigo tan fácilmente como antes de separarse, cuando eran los dos unos adolescentes.
Exhaló, derrotada. Esa revelación lo cambiaba todo. Hubo de tomarse una pausa larga para llegar a una resolución.
—Por ti, Dan, y solo por ti... dejaré el asuntó así —zanjó—; aunque siendo honesta, hubiese querido escribir una queja de diez páginas a sus superiores. Supongo... que me basta con no volver a verlo jamás.
Daniel se pasó la lengua por los labios en un ademán nervioso y le quitó la vista. Pero entonces, una extraña vacilación de su parte antes de contestarle, hizo que ella volviera a ponerse en alerta y le disparase una mirada inquisitiva.
—En realidad... ¿Recuerdas... que te dije esta mañana que había alguien a quien quería que conocieras?
Charis necesitó de algunos instantes para asimilar lo que oía. Lo escrutó con los ojos en rendijas. Él estaba claramente incómodo con la situación, pero no parecía ni por lejos consciente del calibre de las implicancias de lo que acababa de decir.
—¿Es una broma? —rio— ¿Intentas ser gracioso? No puedes estar hablando en serio, Daniel, ¡dime, por favor, que solo estás jugando!
Ante su incredulidad, aquel hubo de borrar todo amago bromista de su rostro, y adoptar un afán serio antes de negar.
—No, Charis. Hablo... muy en serio.
Sintió que todo le daba vueltas. De pronto la idea de que hubiera una mujer en la vida de Daniel con la que tuviese que compartir a su mejor amigo a partir de ese día se le antojó como una opción que hubiese tomado mil veces por sobre aquella.
—Oh, por dios... —Tuvo que respirar hondo para no marearse—. No puede ser cierto... —reiteró, con la esperanza de que él se retractase, pero no lo hizo—. ¡¿Él?! ¡¿Es en serio?!
Daniel selló los labios y bajó la vista, incapaz de responder.
Charis empezó a negar con la cabeza antes siguiera de que la rotunda negativa saliera de sus labios:
—No... ¡Por supuesto que no! —bramó, provocando otra vez que algunas personas en el restaurante voltearan a verlos, y Daniel la acallara llevándose un dedo a los labios. Charis asentó ambas manos sobre la mesa—. ¡¿En verdad crees que vamos a ser grandes amigos después de esto?!
—Nunca hubiese adivinado que iban a conocerse de esta forma —arguyó él, con una sonrisa de cartón en los labios—. Te aseguro que soy quien está más apenado con todo esto.
—Ooh, no estés tan seguro de eso. No. Absolutamente no.
En ese punto, su rostro perdió toda su jovialidad característica para volverse lúgubre, y Charis comprendió que lo que en verdad pretendía Daniel no era burlarse de ella, sino enmascarar con bromas el modo en que realmente se sentía al respecto.
No obstante, no se dejó conmover. Al menos... no lo haría sin antes conocer el cuadro completo. Todavía tenía muchas dudas, las cuales, si bien no albergaba demasiados deseos de revisitar, no le dejarían dormir si no las aclaraba. Menos aún le permitirían siquiera considerar la petición de Daniel.
Respiró lento para intentar mantenerse templada
https://youtu.be/jW-qKceHogE
—Dices... que ese chico trabaja en el hospital. Pero eso no explica qué hacía con... —Tuvo que inhalar un largo aliento para poner en palabras las hórridas imágenes de su cabeza—. Con el cadáver de una persona. Si no te estuvieses esforzando tanto por obviar ese detalle, probablemente ni siquiera querría saberlo.
Daniel le hurtó la mirada. Viendo que aún parecía reacio a hablar, Charis cambió de táctica:
—Además... si en verdad quieres que lo reconsidere, al menos quisiera saber qué esperar. Eventualmente me enteraré y preferiría estar preparada para escucharlo.
Con su argumento, Daniel lució convencido al fin. Exhaló derrotado y luego asintió:
—Tienes razón. Hagamos esto bien. —Procuraba actuar con naturalidad, pero ella podía percibir el dejo tenso en su mirada—. El lugar en donde entraste era... —Hizo una pausa. Charis tuvo la impresión de que evaluaba su rostro, como si intentase predecir su reacción. Ella lo acució levantando las cejas con impaciencia—. Era la morgue del hospital, Charis.
Ella lo miró por entre los dedos con que aún sostenía su cabeza, la que pulsaba aún con una odiosa migraña que iba y venía y que no la había abandonado desde que dejaron el Saint John.
Pestañeó dos veces, procurando no dejar que las emociones la dominaran, y suscitasen en ella una respuesta demasiado abrupta.
—No... tenía ningún letrero —musitó.
—No está señalizada.
—¿Y cómo diablos iba a saberlo? Y eso aún no me dice quién demonios era ese tipo y qué estaba haciendo allí.
Daniel se pasó la lengua por los labios y se acomodó nerviosamente en su asiento.
—Jesse es un auxiliar de enfermería en el hospital. Pero, más importante... está a cargo de la morgue, como asistente forense.
Charis tragó saliva. No estaba segura de querer seguir escuchando, pero dio una cabeceada, instándolo a seguir. Daniel acató.
—Digamos... que se especializa en procedimientos post-mortem. Transportar, limpiar, preparar y diseccionar los cuerpos para-...
—¡Está bien!, no necesito los detalles —lo frenó ella, sintiendo que estaba a punto de devolver lo poco que había comido. Después volvió a sumirse en silencio, con el rostro contra sus manos entrelazadas—. Así que... la morgue del Saint John.
Charis reprimió en su cabeza los recuerdos antes de que empezaran a formular imágenes en ella y cerró con fuerza los párpados.
—¿No... la recordabas?
Aquella horrible sensación que estremecía su estómago y soplaba un aliento helado en su nuca desde el comienzo de la velada, amenazando con atacarla en cualquier momento, se abrió al fin paso en su ser con la pregunta de Daniel, como una corriente fría que bajó violentamente por su columna, haciéndola sacudirse con un escalofrío.
—Fue hace más de veinte años, Daniel. Tampoco es que quiera acordarme. No hablemos de eso, por favor...
Hizo lo posible por poner las cosas en perspectiva.
La mayor parte de su vida había evitado los hospitales. Llevaba años sin visitar ninguno, de manera que no sabía absolutamente nada sobre qué tipo de labores se llevaban a cabo al interior de uno, ni mucho menos quién las realizaba.
Si lo pensaba fríamente, todo lo ocurrido podía perfectamente ser su culpa, por meterse en donde no debía. Todo empezaba a cobrar sentido. Todo... excepto una cosa en particular.
En el intento de distraerse, se llevó un bocado de cerdo a la boca. Estaba frío y la textura gelatinosa de la salsa terminó de matar sus deseos de comer, así que dejó decididamente los palillos a un lado, sin la intención de volver a tomarlos.
—Aún quisiera saber por qué ese-... ese tipo no me dijo nada. Ni cuando choqué con él, ni cuando entré en ese lugar, ni cuando tiré las llaves... Tampoco cuando me las devolvió.
Daniel se mordió los labios un instante y volvió a apartarle la vista. Charis aguardó, aunque intuía que la respuesta o bien no llegaría nunca, o escondería alguna media verdad que ella no querría oír.
No obstante, en esta ocasión, la contesta fue muy simple:
—Es tímido.
Charis movió la cabeza intentando convencerse de que no escondía nada más. Decidió no cuestionarlo demasiado. Se llevó a los labios el vaso de agua que reposaba junto a su plato, tan intacto como el mismo, negando todavía incrédula.
—No concibo cómo tienen a alguien así trabajando en un hospital. ¿Cómo trata con la gente si no es capaz de decir dos palabras?
—El casi no trata con pacientes. Al menos... no con pacientes vivos. —Charis hizo un respingo. Todavía tenía dificultades para digerir del todo esa idea—. En realidad es muy bueno en lo que hace, por eso el médico forense confía en él, y el resto de los doctores le dejan hacer su trabajo sin involucrarse demasiado con él. Y él rara vez trata con otros miembros del personal más allá de lo estrictamente necesario.
—¿Entonces cómo demonios esperabas que yo tratara con él? ¿Qué, soy parte de alguna clase de experimento social tuyo? Es lo único que se me ocurre como explicación.
—No es por eso. Es porque son los dos mis amigos. Yo pensé... que ahora que vivirás aquí en Sansnom...
Daniel cesó de hablar sin terminar lo que estaba diciendo. Charis respiró profundamente. A eso se resumía todo.
—De manera que es tu amigo —murmuró, derrotada.
Procesar toda la información estaba resultándole en extremo difícil, tan abrumada como estaba su cabeza por el mal rato del que aún no se había recuperado, y todas las sombras y vacíos alrededor de aquel extraño allegado de Daniel.
—En fin. Lamento mucho lo que pasó. Me disculpo por mí y por él.
Ante su genuina —aunque bastante demorada— disculpa, Charis bajó un poco más la guardia.
—No fue del todo tu culpa. Para empezar, el elevador no funciona —exhaló.
—Lo hace; solo que a veces se traba al subir. ¿No te lo dijeron?
—Claramente no me lo dijeron. —Pero entonces recordó lo que la enfermera en el pasillo intentaba decirle. De manera que no se estaba despidiendo... Supuso que entonces se trataba de eso, y deseó haber puesto más atención—. En todo caso, ¿los mataría colgar un letrero? ¿Hay algo en ese maldito hospital que esté correctamente señalizado?
—Tienes toda la razón; veré que se haga.
—Y también podrían hacer algo respecto a las luces.
Daniel selló los labios y movió la cabeza con pesadumbre.
—El edificio es demasiado viejo; las instalaciones eléctricas están defectuosas y deterioradas. Sobre todo en esa área, que es la más antigua. Habría que remplazarlas por completo. Demasiado trabajo y que costaría demasiado dinero.
—Es el único hospital de la ciudad, ¿no? Podrían invertir un poco en mantenerlo decente.
—Aun así, el Saint John no genera ingresos suficientes. Ni siquiera tiene más que una sola ambulancia. Se han remodelado partes a lo largo de los años con mucho trabajo; pero, además de Jesse, nadie pasa mucho tiempo en el subsuelo, así que a nadie le importa demasiado que las luces fallen allí. A él, menos que a nadie.
Charis hizo un respingo. No podía siquiera imaginar cómo ese muchacho podía pasarse la vida allí abajo, acompañado únicamente de cadáveres, y con las luces parpadeando de esa manera.
Asintió paulatinamente. De pronto tenía sentido que alguien como él tuviera una personalidad tan inusual, aunque no sabía decir si era gracias a la labor que desempeñaba, o si dicha labor requería de alguien con un carácter tan particular como el suyo.
Por otro lado, no le cabían dudas de que Daniel decía la verdad sobre el Hospital Saint John, y entendió a qué se debía la tristeza que impregnaba su rostro al mencionarlo. Si hubiese habido un mejor hospital en la ciudad, Daniel no hubiese debido ser criado por sus abuelos. En cuanto a ella... el recuerdo más negro de su infancia no hubiese existido nunca.
https://youtu.be/CBS38PmH9Ds
La cena se dio por terminada cuando Daniel observó la hora en su móvil y le dijo que ya era tiempo para él de volver al hospital.
Tal y como había prometido, pagó toda la cuenta, pidió que le envolviesen la comida sobrante para llevar y se la dio a Charis a manera de compensación. Tras aquello, salieron del restaurante en silencio.
Una vez afuera, Charis tembló de frío, pero en gran parte ayudada por sus nervios todavía frágiles. Daniel le cedió su chaqueta y ella se lo agradeció parcamente y rodeó el auto para meterse a la cabina.
Para cuando encendió el motor, arrancó el vehículo, y empezaron a recorrer las calles desiertas, iluminadas por las luces amarillentas de las farolas que flanqueaban la autopista, ella seguía sumida en un tenso silencio que Daniel no se atrevió a romper sino hasta después de mucho rato a la carretera.
—¿Estás... molesta conmigo?
—No pasa nada, Dan. Sólo estoy cansada. Gracias por la comida.
Aquel suspiró amargamente:
—¿No hay... ninguna posibilidad de que lo reconsideres? —No esperó una respuesta de ella; era obvia— Pensaba que no habría problemas. Ya sé que su trabajo no es particularmente...
—No es su maldito trabajo, Daniel. En otras circunstancias incluso me hubiese parecido valiente de su parte. Mas bien es que me esperaba a un ser humano normal.
—No seas así... Él solo...
—No hablemos más de esto, ¿sí?, ya no quiero saber nada más de él ni de todo este asunto —zanjó, de mal humor—. Procuraré olvidarlo, y todo lo que te pido que me ayudes a hacerlo. Ahora... solo quiero ir a casa y dormir.
Con cierto pesar, Daniel aceptó. Y no se habló más del tema.
Más tarde, cuando Charis regresó a casa tras dejar a Daniel en el hospital, a pesar de lo mucho que intentó olvidarlo todo y distraerse, el rostro de aquel muchacho volvía para asolar sus recuerdos, y estos la devolvían una y otra vez a aquellos pasillos oscuros y fríos, bajo luces parpadeantes, sin permitirle hallar la serenidad para acostarse a descansar.
Sin importar cuan afanado estuviese Daniel en volver a presentarlos, Charis no se imaginó acceder mientras no lograra sacar de su cabeza la hórrida imagen ligada a la primera y única impresión que tenía de él. Por lo pronto, tenía todo el derecho de negarse a volver a cruzar palabra otra vez con aquel extraño sujeto, por mucho que fuera amigo de Daniel.
En vista de que estaba demasiado intranquila para dormirse, determinó que al menos se pondría el pijama y haría un nuevo intento de comer, así que dejó la comida china en la encimera y fue hasta su bolso en busca de su móvil para ponerlo a cargar entretanto.
No obstante, al sacar las llaves de su auto y sostenerlas en su mano cayó en cuenta de otro detalle en el que hasta ese momento no se había parado a pensar.
Sus piernas volvieron a flaquear, su cabeza dio vueltas y todo su rostro se impregnó de una pesada película de transpiración fría con el espantoso calambre que estrujó sus tripas. Charis soltó las llaves y corrió al baño.
Y una vez allí, se echó de rodillas frente al inodoro y hubo de sujetarse de la loza del asiento para no caerse de cabeza en cuanto una intensa arcada la obligó a doblarse en dos en torno al interior del mismo. No había comido nada desde el almuerzo, por lo que no devolvió otra cosa que bilis, la cual agrió su boca y le asentó una intensa quemazón a la altura del esófago. Aquello fue suficiente para dejarla otra vez debilitada y temblorosa, con serias dificultades para respirar, estremecida por retortijones.
Después, se levantó con rodillas endebles, se dirigió aprisa hacia el lavabo, echó a correr el agua caliente al tope y metió ambas manos bajo el chorro, frotándolas con fuerza. La temperatura era alta al punto de quemarle en la piel, y sumada a la violencia empleada, la tez rozagante de sus manos adquirió una tonalidad encarnada, pero no le importó, y continuó lavándose hasta que las manos le ardieron, y hasta que las yemas se le arrugaron tanto que sus dedos adquirieron un aspecto blanquecino y frágil.
Después de eso se metió a la ducha, abrió el agua a una temperatura similar, la cual impregnó el baño de un denso vapor, y se quedó allí casi por espacio de una hora, sin cesar de tallarse el cuerpo con igual brusquedad.
Aún después de la ducha con agua hirviendo no consiguió sentirse del todo limpia, y cuando se resignó a salir, tampoco se atrevió a volver a tocar las llaves de su auto sin usar guantes de limpieza, y limpiarlas meticulosamente con ayuda de un paño con detergente, el cual tiró a la basura al acabar. Después de eso, tomó la comida china de la encimera y la tiró también.
Sin quitarse los guantes cerró la bolsa de basura y la sacó al aparcamiento, en donde dispuso de ella en los contenedores del edificio. Advirtió a la casera, la señora Morrison, seguirla con la vista desde la ventana del apartamento que ocupaba ella en la primera planta, y Charis evadió su mirada, sin ánimos de explicarse.
Luego de eso estuvo por horas pasando paños con detergente por encima de todas las superficies que había tocado al momento de llegar a casa, y por cada una de las cosas contenidas en su bolso, atacada todavía por el escabroso recuerdo que antes la había hecho correr a vomitar al baño.
Aquel sujeto no tenía guantes al momento de ayudarla a levantarse, y tampoco al devolverle sus llaves a Daniel. En ambas ocasiones, llevaba desnudas las mismas manos con que la había tocado a ella y a sus llaves, y con las que ella y Daniel habían tocado la comida.
Aquellas manos pálidas y heladas con las que, poco antes, al interior de la siniestra morgue del Saint John, había estado manipulando las entrañas de un cadáver putrefacto.
Daniel estaba tan acostumbrado a esos oscuros pasillos, que ya no lograban intimidarlo; ni los apagones, ni el frío húmedo que se asentaba entre las paredes, ni los extraños ruidos que reverberaban en ecos amortiguados, y que eran frecuentes a esa hora.
Donde alguna vez, cuando apenas empezaba a trabajar allí, había habido fantasmas cerrando puertas y haciendo crujir las estructuras, ahora solo existían el viento, la contracción natural de los muebles, o el sencillo abuso de la imaginación.
El camino se le hizo tan largo como siempre. Pasadas las horas de luz, parecía como si el hospital se volviera el doble de grande. Los corredores lucían más largos, las paredes más lejanas, e incluso el techo parecía inalcanzable, cuando alguien de su estatura perfectamente podía tocarlo con solo estirar una mano.
Al abrir la puerta de su oficina, lo primero que vio fue a una figura menuda en una de las sillas frente a su escritorio. Bastó solo la visión de su desordenado cabello negro para reconocerlo. Al oírlo entrar, su huésped viró sobre la silla y le dirigió una mirada de medio-lado, oculta tras los cristales opacos de sus lentes.
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Desde la puerta, Daniel le devolvió un gesto severo. Y, sin necesidad de que dijera nada, el muchacho dirigió el rostro al piso y se encorvó en su lugar. A Daniel le pareció que lucía en esa postura como un niño escarmentado. Su baja estatura y su delgadez siempre alimentaban esa impresión que tenía de él, y la cual no había podido borrar desde que se conocían.
—Sabes... quién era ella, ¿verdad?
La respuesta se hizo esperar algunos segundos. Sonó al único volumen que permitía su voz siempre susurrante.
—Lo sé...
Desde luego que lo sabía. Daniel pensó que, si cualquier otro rasgo suyo hubiese fallado en ser suficientemente evidente para identificarla, su cabello rojo no podía prestarse a dudas.
—Pero ella no sabía quién eras tú. Yo debí-... En fin.
Aunque planeaba mantenerse firme, todas las emociones de esa tarde le habían dejado exánime, y en lugar de increparlo por lo ocurrido, como era su intención, Daniel solo soltó un suave respiro y movió la cabeza.
Rodeó el escritorio para pasar a sentarse en su sillón, con los brazos acodados sobre el primero, y el mentón contra sus dedos entrelazados.
—Bueno... ahora ya se conocen.
La cabeza de su silencioso interlocutor se inclinó más al piso, y este apretó los labios. No dijo una sola palabra, pero Daniel vio en su expresión, por sutil que fuera, que se hallaba apenado por lo ocurrido.
—Me pregunto qué habrá pasado por su cabeza mientras corría, creyendo que la seguías para asesinarla. —No pudo sino romper a reír, pese a lo frustrado que se sentía, pero hubo de borrar la sonrisa al cabo de un rato, y tornarse un poco más serio al continuar hablando. El susto que había pasado Charis desde luego que no tenía mucha gracia—. Sabes... qué estuvo mal, de lo que hiciste, ¿no?
El rostro pálido, siempre inalterable de Jesse giró en su dirección con cautela, pero no dijo nada. Daniel se rindió.
—Por favor, ten más cuidado en adelante, Jess. Te conté sobre ella. La próxima vez, procura medir lo que dices o haces a su alrededor. ¿Está bien? Suponiendo que haya una próxima vez. —Daniel cerró los labios, a la vez que los ojos, y suspiró derrotado—. Veré cómo arreglar este desastre. Todavía se puede hacer algo, supongo.
Tanto su tono como su expresión se suavizaron al decir aquello, y Jesse bajó la cabeza en lo más parecido a una respuesta afirmativa que se podía esperar de él.
—¿Cuántos fueron hoy? —preguntó entonces en afán de conversar para disipar la tensión.
—Tres.
—Ah, sí... El anciano de esta mañana, el hombre de esta tarde, y... claro, también la niña... No sé cómo lo haces.
—Ella lucía como si durmiera.
—¿Y qué hay de los otros? El de esta tarde. El hombre que-... El que vio Charis.
Jesse guardó silencio. Daniel intentó ver más allá de los cristales de sus lentes, pero solo vio su propio reflejo, opacado por el resplandor de la luz del techo. Su demora al contestar le hizo creer que aquella pregunta se perdería entre las muchas que nunca oían respuesta tratándose de él, así que se preparó para olvidar el asunto, tal y como se había acostumbrado a hacer.
Se dio la vuelta para empezar a arreglar sus cosas y partir al área de emergencias para su siguiente turno, cuando la tenue voz de Jesse sonó a sus espaldas:
—Ellos... ya están descansando.
Al final de un silencioso, Daniel suspiro.
Como doctor, no era ajeno a la muerte. Esta acechaba siempre por los rincones, cada vez que tenía entre manos a un paciente, y él aún no había aprendido a mantenerse firme ante ella. Las palabras de Jesse le trajeron un extraño alivio.
—Bien, yo tengo que ponerme a trabajar. ¿Iras a casa esta noche?
Solo obtuvo en respuesta una breve negación. Daniel levantó la vista para verlo. Continuaba sentado en la silla de la oficina, con la vista puesta en algún lugar del piso.
—¿Ya comiste? —preguntó Daniel.
Sin necesidad de otra negativa, su respuesta fue evidente cuando evitó con más ahínco su mirada. Daniel exhaló el aire por la nariz:
—¿Desde hace cuánto?
—Desde... esta mañana.
—¡¿Desde el desayuno no has comido nada?! —Hacía no mucho más de dos horas que él mismo había comido con Charis, y ya sentía hambre nuevamente. Movió la cabeza, exasperado, mientras ordenaba su maletín— ¿Tengo que volver a perseguirte para que lo hagas?
La silla arrastrando en el piso hizo que Daniel levantase la vista. Jesse había abandonado su asiento y se aproximaba a la salida, dando por terminado el sermón antes de que comenzara.
—No creas que te salvaste; esto no ha terminado. Me refiero a Charis.
Aquel se detuvo por un instante y volteó apenas para darle una breve vista de su rostro. Pareció haber estado a punto de decir algo, pero finalmente se calló y salió por la puerta, rumbo al pasillo oscuro.
Daniel puso los ojos en blanco. Y, derrotado, preparó las últimas cosas para poder irse.
—Esto no ha terminado...
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Charis recibió la llamada tan temprano en la mañana el sábado, que el sonido de su móvil la despertó con un gran sobresalto.
Se había dormido tarde, leyendo artículos de jardinería en Internet, para distraer su mente y evitar pensar en cosas desagradables. Cada vez que entraba en su apartamento y miraba el sitio junto a la ventana, sentía más deseos de empezar allí una colección de plantas que disipasen el gris que saturaba cada rincón de esa fea ciudad, y le trajesen algo de alegría, pero nunca había podido mantenerlas vivas.
Reptó por su cama palpando entre las sábanas sin poder encontrar su teléfono. Y cuando por fin lo halló y miró la pantalla, sintió un nudo en el estómago al ver que se trataba de una de las personas que habían estado presentes durante su entrevista de trabajo, y cuyo número había registrado en espera de esa llamada.
Charis se aclaró la garganta y se llevó el móvil al oído:
—¡¿Hola?!
—Buenos días. ¿Con la señorita Charis Cooper?
—Ella habla.
—Hola. Habla Caroline, de recursos humanos de BHB, Blue Horizons Bank, de Sansnom.
Charis escuchó atenta. Una sonrisa se fue dibujando paulatinamente en su rostro mientras oía a la persona al teléfono transmitirle las noticias.
—¿De... verdad? —jadeó— ¡Grandioso! ¡Estaré allí el lunes!
Y, después de cortar y de rodar de alegría sobre su cama un par de veces, se vistió rápidamente y salió aprisa en su auto rumbo al centro comercial para comprar un uniforme acorde al código de vestimenta de su nuevo empleo.
No podía estar más feliz. Finalmente, la suerte parecía estar sonriéndole.
Era temprano y no había demasiada gente en las calles. Charis paró en la luz roja de un semáforo y alcanzó su móvil para escribirle a Daniel y contarle las novedades. No obstante, al momento de virar el rostro, algo más, por la ventanilla del asiento del copiloto, captó su atención y no llegó a marcar el número.
Había un hombre en el suelo, sobre la berma, desmayado contra la verja de una casa. Una hilera brillante de color rojo bajaba por su sien.
Alarmada, Charis se orilló para aparcar. Puso el freno de mano y las luces de seguridad, y se bajó aprisa de su automóvil para ir en auxilio del hombre. Este tenía puesto un gorro de un equipo se béisbol que proyectaba una densa sombra sobre su rostro, de manera que no pudo ver al principio si era joven o viejo. Todo lo que sabía, era que probablemente necesitaba ayuda.
—Señor —lo llamó al momento de llegar junto a él, cuando se agachó a su lado para mirarlo mejor e intentar auxiliarlo—. ¡Señor!, ¿se encuentra bien?
Parecía estar respirando, pues se movió cuando Charis lo tocó, y después emitió un gruñido.
Le llegó de inmediato a la nariz un potente hedor alcohol, y entendió que se trataba tan solo de un borracho. Su primer impulso fue dejarlo allí y seguir su camino, pero se sintió mal de hacerlo y pensó al menos en llamar a una ambulancia para que le socorriese, y que ella pudiera seguir con su día.
No obstante, tuvo que pensarlo un momento antes de sacar su móvil para llamar al hospital. Después de que Daniel le contase sobre los limitados recursos con que contaba el Saint John, pensó que primero quizá debería asegurarse de que el hombre realmente necesitaba ayuda, para no hacer salir a la única ambulancia con la que contaba el hospital para atender un asunto sin importancia, mientras que en otro lugar de Sansnom pudiera haber una verdadera emergencia.
Así que lo primero que resolvió hacer antes de marcar, fue tirar de la visera del gorro del hombre para descubrirle la cara e intentar evaluar la seriedad de su herida.
Y lo que saltó a su vista la paralizó.
Distinguió cabello rojo, como el suyo, y al bajar los ojos, el rostro que vio, tan familiar que dolía, le hizo dar un boqueo ahogado.
—No puede ser... —jadeó— ¡¿Mason?!
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