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16. Monocromático

https://youtu.be/z0oZ40vJ1v0

Después de que Charis se hubiese levantado y marchado del sitio junto a él, Daniel se quedó dormitando. El sueño parecía querer vencerlo y lo obligaba a cerrar los ojos por periodos de tiempo que no tenía del todo claros. Pero pese a todas las veces que debió claudicar, parecía que el tiempo no transcurría. Así, la mañana llegó sin que se diera cuenta.

Se animó por primera vez a mirar el sitio a su lado y se encontró nada más que con la silueta de Charis impresa en las arrugas de la sábana.

Nada más quedaba de ella; ni su ropa, ni su aroma...

Su mente afanaba por recrear las imágenes de la noche anterior, pero él no les permitió el paso. Sería demasiado doloroso evocar nuevamente todo lo que había sentido durante esos breves momentos de felicidad absoluta, solo para después volver a la realidad y que todo se hubiese esfumado.

Se levantó con pesadez de miembros y se alistó para salir de nuevo e ir hasta donde sabía que la encontraría, a continuar la interminable vigilia de ambos.

El hospital Claire Garniere estaba silencioso a esas horas. Desprovisto casi por completo de pacientes y familiares recorriendo sus pasillos, se halló haciendo un camino desierto hasta la planta de hospitalización. La única enfermera en el mesón de recepción lo saludó con una sonrisa exhausta cuando él pasó, dedicando un breve saludo para encaminarse hacia la habitación que ya era como una segunda casa para ellos.

La halló oscura, con las persianas medio-abiertas dejando entrar los matices acerados del quiebre del alba en el cuarto, en donde la silueta sobre la cama no era la única.

Charis estaba ahí, sentada en uno de los sofás de la habitación, aproximado a la orilla de la cama, con los brazos echados sobre la misma y la cabeza reposando sobre ellos, junto a Jesse. Tenía en una de sus manos firmemente asida la de él, y dormía como Daniel estaba seguro de no haberle visto dormir en semanas. Ni siquiera en una cama, junto a él. Al parecer había permanecido al lado de él toda la noche desde que se fuera de su lado para acudir allí.

Daniel se acercó para observarlos dormir. Se detuvo un momento en ella y luego en Jesse, cuya mano libre sostuvo un momento en la suya. La encontró inesperadamente tibia, y buscó en su rostro cualquier otro signo de mejoría, pero sin hallarlo. La palidez de su amigo había sido la misma desde que le había visto por primera vez, hasta ese momento, en que si no fuera por el ritmo lento, pero constante en el monitor cardíaco, pensaría que lo había perdido. Ahora incluso los recuerdos felices se volvían penosos cuando estrechaba aquella mano en la que parecía que apenas quedaba vida.

Allí permaneció por unos instantes, corroborando los números de los monitores en busca de alguna variación, de cualquier cosa que le ayudase o bien a recuperar las esperanzas o a perderlas por completo.

El sol salió pronto y extinguió lentamente el gris de los cielos, volviéndolos de un azul claro y luminoso. Daniel se aproximó a la ventana para cerrar las persianas y dejar dormir a Charis otra hora, pero el ruido que hizo el cordón la despertó de un sobresalto exagerado, y ella lo contempló alarmada unos instantes, antes de reconocerlo en la oscuridad y llevarse una mano al pecho, aliviada:

—Por dios...

—Lo siento. No quería asustarte. —Daniel se mordió un momento los labios. No era la primera vez que ella reaccionaba así al menor ruido o movimiento alrededor cuando dormía—. Despiertas alarmada últimamente... —comentó él.

Charis se frotó los ojos y su pecho descendió en un respiro mudo. Daniel no hizo más preguntas. Creía conocer el motivo, pero prefirió reservárselo. ¿Cuántas veces habría sido despertada de golpe solo para sufrir maltratos y torturas en aquel entonces?

—¿Hace... cuánto que estás aquí? —preguntó Charis.

—Unos momentos.

Ella asintió y volvió la vista a Jesse, cuya mano acarició en la suya un momento antes de erguirse y acomodarse el pelo y la ropa. Hizo un carraspeo, como en el intento de decir algo, pero al final selló los labios sin decir nada.

¿Qué podían decirse, francamente? Todo estaba muy claro. Incluso la noche anterior lo estaba. Aún cuando ella le había permitido el acceso a sus labios dóciles, estos todavía se sentían fríos y ajenos, y mientras las manos de él la recorrían con premura, las suyas se limitaban a sostenerlo con fuerza, pero casi de forma automática, casi como si todo lo que necesitase fuera de asirse a algo. No había sido capaz de notarlo en ese momento, pero ahora, al rememorarlo, ya no le cabía duda.

—Desayunemos —sugirió a Charis.

Ella levantó la vista, pero sin dirigirla a sus ojos y dudó un momento:

—Es demasiado temprano.

—Camino aquí me pareció ver un café de veinticuatro horas.

Charis lo consideró un momento, y al final dio una cabeceada. Antes de levantarse, dio un suave apretón a la mano de Jesse y después siguió a Daniel cuando él caminó fuera del cuarto, sin dejar de echar miradas sobre su hombro, hasta que la puerta de la habitación se cerró ante sus ojos grises, opacos y tristes.


****

https://youtu.be/2HKQDW_7qK8

El lugar que indicó Daniel no estaba demasiado lejos de allí. El interior solo albergaba a un par de personas dispersas, alejadas entre sí, y olía a café recién preparado. Los dos ocuparon sitio en una mesa próxima a la barra, lejos del frío de la puerta, y pronto una camarera se acercó a ellos con un menú para cada uno, el cual hojearon en silencio.

—Chocolate caliente, por favor —pidió Charis.

Daniel tenía café en mente, pero después de oírla, devolvió su menú a la mesera y le dedicó una sonrisa amable:

—Chocolate caliente para los dos.

Permanecieron en silencio, mirando alrededor hasta que la mesera regresó con la orden de ambos en una bandeja, y puso una taza humeante frente a cada uno. Antes de beber el suyo, Charis alcanzó el salero de la alcuza y roció una pizca en su bebida. Después, Daniel le solicitó el salero e hizo lo mismo. Sin embargo, ninguno de los dos fue capaz de probar un sorbo por largo rato. Daniel contempló su reflejo difuso en el chocolate.

Levantó discretamente la vista y encontró a Charis con los ojos empañados, mirando por su parte a su propia bebida.

—Por Jess —le dijo Daniel, y levantó su taza al frente.

Charis levantó el rostro, lo examinó un momento y después imitó el gesto y levantó la taza para tocarla ligeramente contra la suya. Se sorbió la nariz discretamente y asintió, susurrando de manera casi inaudible:

—Por Jess...

La bebida dulce les supo amarga en los labios a los dos, a pesar de que estaba deliciosa; pues ninguno podía disfrutarla si el tercero de ellos, de su trío de amigos, no podía.

Daniel estuvo por espacio de varios minutos intentando resolver qué decir. Charis solo sorbía su chocolate en silencio.

—Charis. Lo que pasó-...

—No hablemos de eso, Daniel. Por favor...

Él asintió, resignado con su interrupción.

—Supuse que no querrías. Tranquila, todo lo que quería decirte... es que está bien.

Ella levantó los ojos para mirarlo y Daniel se explicó.

—Quiero decir... que el modo en que se dieron las cosas... Sé por qué pasó. Y quería que supieras que está bien. Lo que te dije la noche de la boda de Sam era cierto. He albergado estos sentimientos por ti prácticamente toda la vida. Pensé que se irían cuando tú te fuiste... pero me bastó volver a verte la primera vez para darme cuenta de que seguían allí. Y este último tiempo me di cuenta de que la forma en que te lo dije esa noche no fue la correcta. Quiero que sepas... que no tienes que corresponderme —determinó—. Aunque en ese momento así te lo haya hecho creer... Creí que era lo que quería, y sí... eso hubiese sido maravilloso... Pero después de estar a punto de perderte; de perderlos a ambos... me di cuenta de que me basta con tu amistad. No pido más de ti, salvo... que por favor, continúes en mi vida. Todo lo que quiero es que seas feliz. Y si eso significa dejarte ir, aún si implica verte por el resto de mi vida junto a mi mejor amigo... Seré feliz de saber que los dos son felices.

Los labios sellados de ella temblaron un poco.

—Dan...

—Pese a lo que puedas creer, no le guardo rencor a Jesse por esto. Tal vez lo hice, en algún momento... pero sería injusto de mi parte hacerlo ahora. Porque ahora me doy cuenta de que no importa qué pase después, solo quiero verlo despierto una vez más. —Él se tomó un momento y sonrió para sí mismo—. El día en que los presenté, jamás me hubiese imaginado que las cosas llegarían a este punto. Llegué a creer que me había confiado demasiado a dejar que se conocieran. Que había sido el peor error de mi vida... ¿cómo podría haberlo sabido? Tú no soportabas estar en la misma habitación que él, y Jess... jamás en todo el tiempo que lo conocí me dio motivos para creer que siquiera tuviera la capacidad de ver de este modo a una persona. A una mujer... Y mucho menos, a la mujer de la que yo estaba perdidamente enamorado... La vida es muy irónica, ¿no es así?

»Tal vez fue un tonto... pero aún ahora, no me arrepiento. Porque estuvieron allí el uno para el otro cuando yo no pude. Porque tú lo sacaste finalmente del abismo del que yo no fui capaz de sacarlo. Con tu terquedad, tu ferocidad... tu fuego. Descongelaste una parte de él que no imaginé que existiera. Y porque él hubiese estado dispuesto a dar su vida para cuidar de ti.

Charis lo reflexionó, y al final asintió tímidamente.

—Eso es suficiente para mí. Aún si no soy yo la persona que esté a tu lado, me deja tranquilo saber que la persona a la que has elegido te ama con la misma sinceridad con que yo lo hago.

—No digas tonterías...

—Yo sé que no te lo ha dicho. Lo sé porque lo conozco. Y si tú lo conoces, sabrás que probablemente nunca lo oigas. Pero no lo necesitas, Charis. Por mi parte... tampoco necesitas volver a escucharlo, pero sabes que lo hago. Y que pase lo que pase estaré ahí para los dos.

—Dan... Gracias...

Daniel alargó la mano y tomó la suya sobre la mesa, y por primera vez en largo tiempo, la vio sonreír genuinamente.


****


Después de terminar y pagar el chocolate y salir del café, donde ya empezaban a transitar más personas con la llegada de la mañana, Daniel sostuvo la puerta abierta para ella y Charis salió a la calle.

Afuera estaba aún un poco fresco, pero no lo suficiente como para que su abrigo no le bastara.

—¿Regresamos al hospital? ¿O prefieres ir a casa?

—Vamos al hospital —dijo Charis.

En eso, su teléfono móvil vibró en el bolsillo de su abrigo y Charis se apresuró a buscarlo.

—Debe ser Noah... Olvidé llamarlo anoche.

Daniel se quedó de pie a su lado, esperando que ella respondiera, no obstante, Charis se quedó mirando a la pantalla con el rostro pálido:

—Es Sam —musitó. Su dedo se movió tentativo sobre la tecla rara contestar, sin el valor de deslizar el ícono, con un presentimiento extraño en el pecho.

Daniel la acució:

—Quizá solo quiere saber en dónde estamos.

Alentada por ello, Charis contestó la llamada y se presionó el móvil al oído.

—¿Hola? Sam-...

Inmediatamente después, las facciones de su rostro perdieron fuerza y todos los músculos de su cara languidecieron, al tiempo en que la sangre se drenó de ellos y transcurrió fría por el resto de su cuerpo, impregnando su columna de una sensación helada y hormigueante, en el momento en que escuchó del otro lado de la línea el llanto ahogado de Sam y sus farfulleos sin sentido, incapaz de pronunciar palabra alguna.

Todo lo que Charis pudo comprender fue: "Vengan pronto..."

La llamada se cortó al instante. Charis permaneció paralizada en su lugar, mirando a la pantalla sin reaccionar, hasta que Daniel le quitó el móvil de la mano y demandó una respuesta en voz alta, repitiendo una pregunta probablemente por décima o doceava vez sin que ella hubiese podido oírlo por sobre el palpitar ensordecedor de su corazón, retumbando entre sus oídos, en algún lugar de su garganta y profundo en su pecho de manera simultánea.

Charis salió corriendo de al lado de Daniel y bajó de la acera para cruzar la calle de camino de regreso al hospital.

No fue consciente de la mano de él afianzándose a su brazo ni del momento en que su cuerpo golpeó el concreto, atraída hacia atrás por una fuerza desconocida, solo vio la camioneta que pasó a toda velocidad por el mismo sitio en que, de haber continuado adelante, hubiese sido golpeada.

—¡¿Estás loca?! ¡¡Charis!! ¡¿Qué demon-...?!

—Sam... —articuló ella en boqueos ahogados, empezando a perder el habla, el aire y la capacidad de hilar pensamientos a una velocidad desmesurada.

—¡¿Qué sucedió?! —preguntó Daniel.

Y todo lo que pudo arrancar de su garganta, fue:

—Jesse... Algo le ha pasado Jesse...


****

https://youtu.be/-LQE1aJAyYQ

Para el momento en que entraron en el hospital, hubieron de abrirse camino a costa de empujones y gritos desesperados a la gente que se atravesaba y que bloqueaba las puertas de acceso hacia el elevador.

Daniel impidió el paso a todo aquel que intentó abordar con ellos, mientras que Charis incrustaba el dedo en el botón para subir. Una vez arriba, pasados el mesón de recepción y al inicio del pasillo, vieron a Sam llorando a los gritos como una niña pequeña, a punto de perder la fuerza de las piernas en brazo de Roel, quien la mecía suavemente y tenía en el rostro un aspecto pálido y funesto.

Los dos emprendieron juntos una carrera en su encuentro, y apenas advertirlos, Sam se separó de los brazos de Roel con el rostro bañado en lágrimas y tropezó sobre sus tacones, cayendo directo a los de Daniel, quién la recibió casi en el aire y la sostuvo, demandando respuestas.

Charis no se quedó a oírlas. Pasó de largo junto a ellos y se arrojó corriendo el último trayecto hacia la puerta de la habitación.

Para ese momento había dejado de oír sonidos. El llanto convulso de Sam se oía lejano, así como los gritos de Daniel, intentando calmarla. Todo lo que era capaz de oír era su propio corazón, y más alto todavía el único pensamiento de su cabeza:

"No es cierto. No. No es cierto... No; no es cierto. No..."

En la puerta se chocó con una enfermera, quien intentó impedirle el paso, pero ella la apartó de su camino y se arrojó dentro, deteniéndose de golpe sobre sus pasos, en cuanto la visión al interior de la habitación paralizó todos sus miembros y la dejó fría bajo el umbral de la entrada, con el corazón disparado y la respiración arrebatada al punto de ahogarla y sentir que se desmayaría.

"No es cierto..."

El mismo pensamiento cruzó una última vez por su cabeza, al momento de detenerse en la cama en medio de la habitación, y en la persona que aún la ocupaba, pero cuyos ojos estaban abiertos ahora, y miraban desorientados alrededor.

Finalmente, su mirada errante se detuvo en ella, y su rostro permaneció inexpresivo unos instantes, antes de que sus ojos se suavizasen, y sus labios pálidos se torciesen apenas ligeramente, esbozando la más débil de las sonrisas.

Charis sintió que sus piernas estaban a punto de terminar de perder la fuerza y utilizó las últimas para trastabillar en una carrera errática de pasos tambaleantes el trayecto restante desde la puerta de la habitación a la cama, en donde se trepó con una de las rodillas, y a cuyo ocupante envolvió en ambos brazos y estrechó contra su cuerpo como una pieza que hubiese perdido hacía mucho y a la que intentase reintegrar a su ser desesperadamente.

Sintió la voz de él en un hilo delgado y adolorido inmediatamente después de su embestida, pero aunque no recibió respuesta, percibió su cuerpo relajarse contra el suyo, la calidez de un profundo suspiro sobre su hombro y el cosquilleo de su espeso cabello negro contra la mejilla, en el cual Charis enredó sus dedos para atraer su cabeza contra sí, temerosa de poner sus manos en cualquier otro lugar de su cuerpo todavía maltrecho, el cual aún se sentía tan terriblemente frágil contra el suyo como la primera vez que lo abrazó.

Algo abandonó el pecho de Charis de forma violenta, algo que no supo sino hasta algunos segundos después, cuando su propio palpitar se amainó en sus oídos y pudo oír de nuevo su propia voz, que se trataba de sus propios sollozos descontrolados.

El tiempo que pasó llorando, sosteniéndolo firme entre sus brazos, pasó demasiado rápido como para permitirle llorar todo lo que necesitaba, y aún así lo suficientemente lento como para dar tiempo a su cabeza caótica de procesarlo todo.

Al momento de apartarse de él, lo encontró observándola con expresión débil a través de los ojos melados que creyó que no volvería a ver jamás. Jesse le sonrió otra vez suavemente y cerró los ojos con pesadumbre un momento. Después, al abrirlos de nuevo, su mirada la sobrevoló y se detuvo detrás de ella con aspecto cauteloso. Solo al mirar sobre su hombro, Charis se percató de que Daniel había entrado en la habitación y que los contemplaba con su vieja sonrisa de siempre en los labios, con la diferencia de sus ojos llorosos, luchando por contener las lágrimas que ella había derramado sin vergüenza, quizá en el intento de mantenerse en una pieza por ambos.

Aquel dudó un momento, antes de dar el paso final, y tal como ella hiciera con anterioridad, fue directo a estrechar a su mejor amigo entre los brazos, con un cuidado que ella no había tenido; mas sin necesitarlo para transmitirle lo preocupado que había estado y lo feliz que estaba de verlo despierto otra vez. Al cabo de unos instantes, Daniel alargó una mano hacia Charis y ella se unió a ambos en un abrazo que pareció borrar todo el tiempo que habían permanecido distanciados los tres.


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https://youtu.be/UUrQHSLMI8U

Diez de Agosto.

Montreal había pasado de estar caluroso a sentirse húmedo y helado, y llovía a menudo, mientras que las mañanas estaban repletas de nubes grises.

Si algo le habían enseñado las películas a Charis sobre el milagroso despertar después de un coma de tres, cinco, o incluso diez años, era que la persona podía sostener conversaciones largas y levantarse de la cama al día siguiente para reanudar su vida como si nada. Cosa que no podría haber estado más lejos de la realidad.

Jesse tardó varios días en despertar por completo. Intercalaba breves momentos de lucidez —durante los cuales no podía hablar, pero parecía oír y captar lo que le decían—, con largos periodos de sueño, durante los cuales Charis no se separó ni por un momento de su lado, siempre aterrada de la idea de que no volviese a abrir los ojos.

Daniel tuvo que regresar a Sansnom por un par de semanas para asegurarse de no ser despedido del hospital por su prolongada ausencia. En principio no estaba seguro de poder regresar a Canadá. Solo el boleto en avión de ida y vuelta que él y Charis habían comprado en un principio, y en la tarifa más económica, había significado un gasto considerable, pero Sam le comunicó antes de que se marchase de regreso a los Estados Unidos que Monsieur De Larivière había ofrecido hacerse personalmente cargo de los gastos si acaso contemplaba regresar. Aquello en agradecimiento por haberse ocupado de la salud de Madame durante todo ese tiempo.

Las semanas que Daniel pasó en Sansnom resolviendo sus asuntos, Charis se quedó en Canadá con Sam, pero rara vez estaba en casa. En cambio, pasaba la mayor parte de cada día en el hospital, mientras que Sam intercalaba partes de su día junto a su madre y luego junto a Jesse, y se quedó con él en las contadas ocasiones en que Charis accedió a ir a casa para dormir en una cama, y no en uno de los sofás de la habitación.

Luk tampoco parecía abandonar el hospital. Los breves periodos que Jesse pasaba despierto, él lo visitaba a menudo para intentar animarlo con bromas o alentarlo a hablar, sin mucho éxito, y cuando Jesse dormía, este deambulaba cerca de la habitación o se quedaba a su lado las ocasiones en que ni Charis ni Sam podían acompañarlo. También estaba siempre atento a cualquier cosa que hiciera falta para salir en su auto a conseguirla, o para transportar a Charis a la casa, y después de regreso, aunque ella insistiera en que no era necesario.

Durante ese tiempo, Sam se llevó a su gata con ella a la mansión de sus padres, donde pasaba la mayor parte del tiempo. Charis supuso que se habría llevado a Jemima también, pues no volvió a verla en casa de Sam, y pensó que le hubiese gustado tener algo de compañía cada vez que pasaba por allí a darse una ducha, cambiarse a ropa fresca y dormir un par de horas. Tampoco vio Roel en semanas. Lo último que supo de él, por Sam, es que se hallaba fuera del país, a cargo de unos negocios. Así que solo era ella en esa casa enorme, y era una de las razones de que prefiriese estar en el hospital.

En cuanto a Monsieur, igual que la primera vez, y todo el tiempo anterior a ese punto, no se presentó a visitar a su nieto ni una sola vez.

Para el término de la tercera semana, Jesse había pasado de apenas mantenerse despierto unos pocos minutos al día, a un par de horas cada vez; aunque permaneció prácticamente inmóvil todo el tiempo, pues incluso los movimientos más limitados le dejaban exhausto, y la posibilidad de levantarse de la cama parecía todavía muy lejana. Preguntaba seguido por Madame y por Jem, a lo cual su tía le aseguraba que ambas se encontraban bien. Ella y Charis temían al momento en que empezara a hacer preguntas en torno a lo sucedido. No solo les fue desaconsejado por el médico hablar con él de cualquier cosa que supusiese un impacto negativo en su estado todavía delicado y su memoria todavía borrosa, sino que aún había preguntas a las que ni ellas podrían responder.

Pese a lo lento que parecía pasar el tiempo de su recuperación, Charis supo por una de las enfermeras que en realidad se trataba de un ritmo acelerado para alguien luego de más de un mes inconsciente, y eso solo era gracias a los cuidados meticulosos y a las intensivas terapias que ofrecía el mejor hospital de la ciudad.

Daniel regresó a mediados de la cuarta semana, después de tramitar una baja por motivos de salud. Luk fue por él al aeropuerto y le trajo directo al hospital, en donde volvió a reencontrarse con sus dos amigos, trayendo noticias de Sansnom, y una tarjeta para Jesse con las firmas y buenos deseos de todo el personal del hospital, a excepción de una sola. La de Victor Connell. Dicha tarjeta descansaba ahora en la mesilla junto a la cama, al lado de las flores frescas que Sam no olvidó traer ni una sola vez.

El día en que Daniel regresó, fue el día en que Jesse consiguió sentarse sobre la cama y permanecer erguido sin ayuda; como si la sola presencia de su amigo le hubiese dotado de fuerzas que antes no tenía.

Mientras que el doctor Lesseps —quien le había estado tratando hasta ese momento, un hombre mayor con cabello cano peinado hacia atrás y grandes ojos claros—, hacía preguntas a Jesse en francés que este respondía pausadamente, de las cuales ni Charis ni Daniel entendían una sola palabra, una auxiliar se encargaba de controlar sus constantes vitales y la enfermera iba traduciendo para ellos el diagnóstico:

—Los signos vitales se han mantenido en rango. El paciente está en estado de alerta, y tiene buena respuesta motora y refleja —les indicó, revisando el monitor, cuyos datos su asistente registraba en la ficha—. El doctor Lesseps cree que ya es seguro descartar cualquier tipo de daño neurológico.

El médico examinó sus ojos con una pequeña linterna, moviendo su dedo frente al pálido rostro, dando indicaciones, y luego le indicó mover las manos, los dedos y las piernas.

—Como es normal, el tono muscular se ha visto reducido por el tiempo en cama, pero gracias a las terapias el porcentaje es mínimo.

La enfermera preguntó algo a Lesseps que este respondió en una frase breve, y ella los invitó fuera mientras que la auxiliar se quedaba atrás con el doctor, encargándose de retirar los cables del cuerpo de Jesse, y de asistir al primero durante el resto de la evaluación.

Charis se resistió a salir de inmediato. No fue sino hasta que Daniel asió su brazo y la guio que ella aceptó caminar con él, todavía mirando atrás. Desde lo ocurrido que no se sentía cómoda dejándole solo con cualquier persona ajena a ellos. Como si cualquiera supusiera un riesgo. Después de todo, ahora sabían que esa todavía podía ser una posibilidad. Por lo demás, no quería alejarse de esa habitación ni por un instante. Todavía se sentía como si todo fuera un sueño, de aquellos que se experimentan al amanecer, justo antes de despertar, cuando todo es vívido y a la vez tan frágil. Como si bastara un pestañeo para volver a la oscura realidad.

La enfermera cerró la puerta entre ellos y procedió a darles algo más de información:

—No parece haber signos de pérdida severa de memoria. Las partes previas al momento de perder la consciencia que no parecía tener del todo claras parecen estar regresando de a poco, de manera que el doctor Lesseps opina que es pertinente empezar a considerar el mejor modo de responder a las preguntas que pueda tener, pero ser cautelosos a la hora de contestarlas.

—¿Cuándo podrá salir de aquí? —se aventuró Charis.

—Me temo que aún es muy pronto para pensar en darle el alta al joven De Larivière.

—Torrance —masculló Charis, por reflejo.

La enfermera solo asintió apenada y expresó una breve disculpa.

—Como decía, el señor Torrance deberá permanecer hospitalizado y en observación por otro par de semanas —les dijo—. Pero por lo pronto, el pronóstico parece ser favorable.

Charis se llevó una mano al pecho y descansó la cabeza contra el hombro de Daniel cuando este la atrajo y frotó su brazo transmitiéndole fuerzas y ánimos. «Semanas»... se dijo. ¿Cuántas más? Ya se habían cumplido dos meses. ¿Cuánto tiempo más restaba de ese suplicio?

Minutos después, el doctor salió junto con la auxiliar, y la enfermera se fue con ellos, dedicándoles un breve adiós, tras lo cual Daniel y Charis volvieron a la habitación.

https://youtu.be/c9xy6HQH6VU

Encontraron a Jesse todavía sentado sobre la cama, con la vista puesta en su mano derecha. La fractura ya había soldado, pero la fuerza de sus dedos a la hora de cerrarlos todavía estaba severamente atenuada. Aquel levantó la vista apenas advertirlos de regreso en la habitación, y volvió a bajarla como si estuviese avergonzado cuando se aproximaron.

—Deberías descansar un poco —le dijo Daniel, poniendo una mano sobre su hombro.

Charis apretó los labios aprensivamente con esa idea. Su ansiedad se disparaba cada vez que Jesse volvía a dormirse, sin importar cuantas veces le hubiera visto despertar.

—Dos meses —musitó Jesse, abriendo y cerrando los dedos de la mano contraria, la cual luego giró para descubrir la serie de cortes ya cicatrizados en su antebrazo izquierdo bajo la bata azul claro del hospital. Surcaban su piel nívea en la forma de líneas elevadas de color malva entretejidas como una telaraña.

Jesse cerró los ojos en un pestañeo y giró de vuelta el brazo para no tener que mirar más las lesiones, y luego alzó la vista a ellos:

—¿En verdad... han pasado dos meses?

Daniel se sentó a los pies de la cama:

—¿El doctor te lo dijo?

Tuvo con eso su corroboración. Jesse asintió:

—Pensé que bromeaba... Parece que solo han sido unos pocos días.

—Es normal que tu noción del tiempo esté distorsionada. No pienses en ello por ahora —le dijo Daniel, y acomodó las almohadas a su alrededor.

Jesse permaneció abstraído por algunos instantes. Aun cuando parecían haberle recuperado casi por completo, todavía había ocasiones en que les parecía estar mirando a una versión de él muy anterior a todo eso.

—¿Por cuánto tiempo estuve inconsciente?

Charis y Daniel intercambiaron un gesto antes de hablar. Habían evitado por todos los medios posibles tocar ese tema en particular, pero era claro que ya no podían seguir evadiéndolo. La enfermera se los había advertido.

—Seis semanas —contesto Daniel, con franqueza.

Jesse dio otras dos lentas cabeceadas.

—Las más largas de nuestras vidas —añadió Charis—. Pensamos que-... —Un nudo se formó en su garganta, cortando abruptamente su frase, para que el final saliese estrangulado por sus labios resecos—.... Nos hiciste pasar un susto enorme.

Jesse bajó una mirada contrita.

—No hace falta que hablemos de eso ahora —la reconvino Daniel y Charis se arredró culpable—. Jess, insisto en que deberías descansar.

—Seis semanas... Dos meses —repitió él, con un hincapié—. Me parece... que ya he descansado lo suficiente. ¿En dónde está Sam?

—¡Has podido levantarte! —exclamó la susodicha, al momento de entrar por la puerta y apurar sus pasos al ritmo de un trote—. Hubiese querido estar aquí.

Daniel se levantó para saludarla y ella lo recibió con un abrazo tan efusivo como los usuales y lo besó en ambas mejillas:

—Bienvenido de vuelta, cariño. ¡Gracias por regresar! —Después dio un abrazo más breve, pero igual de afectuoso a Charis, y se giró por último hacia su sobrino, a quien fue directo a abrazar en último lugar, por el tiempo más largo—. Mi Jesse... Mi bebé...

Aquel respondió al gesto con brazos todavía débiles y Sam lo estrujó con todas las energías que a él le faltaban.

—No sabes la alegría que me da ver que empiezas a recuperar tus fuerzas —le dijo ella, acariciándole el pelo con cariño—. ¿Cómo te sientes?

—Extraño —musitó él. Su voz todavía se oía apagada, pero al menos ya no tenía que hacer esfuerzos tan grandes por forzarla salir—... ¿Cómo está Madame?

—Cada día un poco mejor, desde que despertaste. No puede visitarte aquí, ya lo sabes... Pero espera ansiosa a que te llevemos a casa. Monsieur también.

Jesse asintió suavemente, aunque el modo en que torció el gesto pareció indicar que no le creía la última parte en absoluto.

Sam continuó hablando.

—Roel sigue de viaje de negocios. Se fue poco después de que despertaste, pero volverá dentro de poco. Le ha alegrado mucho saber sobre los progresos que has tenido en estas últimas semanas. Le he dicho que es posible que pronto-...

Ou est Jemima ? —interrumpió Jesse, de modo repentino, como si apenas se hubiese acordado de ella.

Sam lo indagó con una mirada confusa. Charis y Daniel se arrojaron otra interrogativa por su parte.

—De viaje —le dijo su tía, sencillamente.

Jesse entornó la mirada, a la vez que Charis levantó la suya, igual de sorprendida. ¿No había estado con Sam todo ese tiempo?

—De viaje —repitió él— ¿Hace dos meses?

—No. Se fue poco después de que despertaste. Vino a verte una vez antes de irse, pero estabas dormido.

—¿A dónde fue?

—Está con su familia. Como he estado yendo y viniendo de casa de Madame a aquí al hospital, casi no pasaba en Bellevue, así que me llevé a Pompom a la mansión y le di a Jemima unas semanas libres. —Su hermoso rostro de muñeca languideció con pena y confusión— ¿Por qué lo preguntas?

—Su número —insistió Jesse—. ¿Tienes su número?

—No hay buena señal en donde vive su familia. Es Valmont. Es el campo, cielo —recalcó Sam—. Le diré que venga en cuanto regrese. —En ese punto, su seguridad flaqueó—. A menos... que ultimadamente decida quedarse allá.

Aquella respuesta pareció suscitar la misma sorpresa en todos los presentes.

—¿Qué dices? ¿No piensa volver? —preguntó Charis.

Sam torció una expresión triste y se encogió de hombros:

—Ha estado lejos de su familia por mucho tiempo... No me extrañaría que después de verlos decida quedarse con ellos. Al menos... una temporada larga.

Daniel frunció el gesto con tristeza y una dolorosa familiaridad con esa idea. Charis no pudo sino asombrarse.

Pero Jesse lucía agitado ahora. Se tambaleó de modo repentino y Daniel lo sostuvo por los hombros:

—Sami... ¿estás segura de que es allá en dónde está Jem?

—Lo estoy. Yo misma le conseguí transporte —dijo ella, segura. Sin embargo, parecía ligeramente ofendida ahora, al punto de desafiar su regla más importante de cortesía—. Jesse... pourquoi te mentirais-je ?

Él abrió los labios en un claro afán de protestar, pero al final guardó silencio y volvió a recostarse, acomodándose sobre las almohadas con un resuello, como si hubiese quedado exhausto. Daniel se apresuró a reclinarle el respaldo de la cama y revisó las conexiones de su vía intravenosa.

Charis los observó a Jesse y a Sam discretamente, con cientos de dudas. Tres de ellas peleándose el puesto prioritario: ¿En dónde estaba en realidad la muchacha? ¿Por qué el repentino viaje?... ¿Y por qué Jesse pedía verla tan desesperadamente?


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https://youtu.be/zPndtvek_Jo

Otra semana los sobrevoló sin que casi se dieran cuenta de ello. La frecuencia de las visitas de todos al hospital se mantuvo, pero ahora con Daniel alrededor para relevarlas, tanto Charis como Sam e incluso Luk pudieron relajarse y tener un par de horas más al día de descanso para dormir o ir a casa a comer.

Jesse continuó recuperando poco a poco las capacidades perdidas durante el tiempo postrado; no obstante, no con la suficiente rapidez para aplacar sus ansias cada vez más irrefrenables por ponerse en pie y empezar a caminar, las cuales desembocaban casa vez en intentos infructuosos que solo parecían abatir más sus ánimos.

—¿Qué diablos crees que estás haciendo? —le reprochó Daniel conforme le ayudaba a recostarse otra vez luego de un intento poco exitoso por levantarse que le hubiese dejado en el suelo de no ser por su oportuna llegada para precipitarse en la habitación de una carrera al sorprenderlo y atajarlo a mitad de la caída—. ¡¿Quieres partirte el cuello ahora?! Tienes que quedarte en cama.

—Continuar en la cama me va a dejar tullido.

—Te dije que al menos me esperaras antes de intentarlo. ¡¿Alguna vez harás lo que te dicen?!

—¿Esperas que te haga caso a ti? Suerte. Llevo años diciéndole lo mismo —intervino Luk, desde la puerta. Tocó dos veces con el nudillo en la madera y se adentró sin esperar venia—. ¿Cómo está el tullido?

Jesse se recostó de mal humor y Daniel le echó de vuelta las mantas sobre las piernas.

—Lo que me faltaba...

—¿No estás feliz de verme? Parecías estarlo cuando aparecí para rescatar tu trasero de princesa la última vez. Tuve que pedir alta voluntaria en el hospital. Muestra algo de gratitud ¿quieres?

—Es tu trabajo. Si tanto lo odias, renuncia y dedícate a otra cosa.

—Ni muerto. La paga es buena, y solo tengo que cuidar de un mocoso. Aunque admito que sería más fácil si no tuvieras tanta tendencia a terminar hospitalizado.

—Dímelo a mí —terció Daniel, y Luk le dio la razón con un gesto.

—En fin, pasé por casa a buscarte esto. —Le arrojó encima de la cama una bolsa que Jesse falló en atrapar—. Te traje algunos esenciales. Algo de ropa cómoda para que cambies esa bata ridícula de hospital, y... —Sacó del interior de su abrigo una barra de chocolate que también le lanzó, y la cual Jesse atajó en el aire esta vez con reflejos impecables y que puso enseguida un mejor aspecto en su rostro—. Mejor esconde eso de las enfermeras; me dijeron que tenía prohibido ingresar con alimentos, pero imaginé que ya estarías cansado de la comida para moribundos que te dan aquí.

Daniel mantuvo una sonrisa divertida durante todo el intercambio. Se preguntó en qué momento del tiempo que había pasado aislado y lejos de su familia se había vuelto alguien tan introvertido. ¿O nunca había cambiado en realidad y Luk era la única persona con quién se sentía así de cómodo?

Luk se aproximó a la cama a paso holgado, con las manos en los bolsillos:

—Empiezas a verte bien para alguien que pasó semanas comatoso.

—Tú te ves bien para alguien que estuvo muerto varios días.

El aludido contuvo una sonrisa y contratacó, sentándose sobre la mesilla junto a la cama:

—¿Pensaste que te habías librado al fin de mí?

—Sabía que no podía tener tanta suerte.

—Lástima. —Al final, Luk le desordenó el pelo en un gesto fraternal—. Me alegra verte en pie. O... al menos intentándolo, Mocoso.

Jesse no respondió. Pero el aspecto de su rostro fue suficiente para devolver el sentimiento.

Sin embargo, al cabo de unos instantes volvió a tornarse serio. Y después de algunos minutos, hizo finalmente una de las preguntas entre los miles que se había estado guardando hasta encontrar el momento oportuno, cuando su mente estuviese más alerta y sus recuerdos más claros; durante lo que le pareció que habían sido días, cuando ahora sabía que eran en realidad varias semanas.

—¿Cómo... fue que sobreviviste? —preguntó a Luk.

La interrogante fue sin ironía alguna. Lucía genuinamente interesado en saberlo y Luk hizo una breve pausa para consultar con Daniel si era apropiado responder, y tras su venia hacer recuento de los hechos.

—Janvier me encontró en el bosque, rastreando mi móvil. Lo último que recuerdo es que conducía como un maldito lunático al hospital. Por culpa de eso les perdimos la pista a esos bastardos... Después, fue solo gracias a Charis que pudo dar con el lugar exacto.

—Y al parecer llegó justo a tiempo —añadió Daniel..

—No me den tanto crédito. —La voz de la aludida en la puerta hizo girar las tres cabezas en su dirección—. No he hecho nada espectacular. Todo lo que hice fue llamar.

Charis se había cambiado de ropa y traía húmedas las puntas del pelo, evidenciando que había pasado la noche en casa de Sam, y regresaba fresca, después de haberse duchado y dormido por una vez lo suficiente.

Se sentó del otro lado de la cama, junto a Jesse y este le devolvió una sonrisa agradecida:

—Sabía que lo lograrías. —Pero después, su expresión se agravó de golpe, y se aventuró a hacer su siguiente pregunta. Una cuya respuesta sabía que no estaría listo para oír sin importar cuánto esperase, por lo que no había caso en seguir aplazándola—. ¿Qué pasó con los demás? —inició, con cautela— ¿Janvier... está...?

Sus dos amigos intercambiaron un gesto sutil. Daniel buscó una última corroboración con Charis antes de hablar. Ella solo le hurtó la mirada, incapaz de decidirlo. Al final, fue Luk quien tomó la palabra:

—Janvier cumplió con su deber hasta el final.

Jesse entornó la vista y su mano se crispó ligeramente en torno a la sábana de la cama. Pasó un trago difícil de saliva:

—«Su deber» —musitó—. «Deber», como en... el deber de morir por mi familia. Por mí... Igual que Anton. Igual... como lo hubieras hecho tú.

—Exacto —dijo Luk, sin ningún tapujo—. Nadie nos ha puesto una pistola en la cabeza, Mocoso. Elegimos este trabajo conociendo los riesgos. No debes culparte por la decisión consciente de alguien más —añadió.

Charis atrajo su atención sosteniendo su mano en la suya.

—Tiene razón, Jess... No pienses más en ello.

Jesse levantó a los tres una mirada suspicaz:

—Han estado evitando a toda costa mencionar cualquier cosa al respecto por algún motivo.

—Es porque no lo necesitas ahora mismo —dijo Daniel.

—¿Sería demasiado pedir que dejasen de tratarme con tanta delicadeza? Es como si no me conocieran —replicó él, acomodándose con una mueca—. Lo que necesito ahora mismo... es que sean honestos conmigo. —Su mano se cerró suavemente alrededor de la de Charis, casi de manera inconsciente—. Al menos... necesito que lo sean ustedes tres.

Charis entornó la vista. Buscó el rostro de Daniel, solo para hallarlo igual de confuso. Luk observaba ceñudo.

—¿Qué pasó con Marcel? —preguntó Jesse en tercer lugar. Ninguno de los tres fue capaz de responder enseguida, y con eso le dijeron todo lo que quería saber—. Así que escapó...

Aquello fue el impulso que necesitaron para confesar. No tenía caso escondérselo si ya se lo habían corroborado solo con su silencio.

—No dejó rastro —admitió Daniel.

—Algunos hombres de Monsieur le siguieron la pista toda la noche, pero sin aval —secundó Luk—. Es como si se lo hubiese tragado la tierra...

Jesse asintió, e increíblemente, pareció quedarse satisfecho con eso.

—No tienes de qué preocuparte —le dijo Charis, devolviendo el apretón de su mano y levantándole el rostro por el mentón—. Jess, estas a salvo. Marcel no puede hacer nada ahora que se ha quedado completamente solo.

Pero aquello solo pareció hacer que la línea en su entrecejo se volviese más profunda, y apartó de ella una mirada llena de reserva.

La larga pausa que siguió a continuación fue interrumpida por el sonido de la aplicación de mensajería de Charis antes de que pudiera seguir indagando. Ella revisó su teléfono y su expresión se iluminó ligeramente.

—Es de Beth. Quiere saber cómo estás.

Jesse levantó el ceño, perplejo:

—¿Ella... s-sabe de esto?

—No te preocupes —le dijo Charis—. Todo lo que le he dicho es que has sufrido un accidente. Me ha preguntado a diario por ti.

El gesto tenso de Jesse se relajó, y este dio un asentimiento.

—Le haré una llamada, ¿puedo dejarlos un momento?

—Yo también voy afuera —le dijo Luk, levantándose de la mesa de noche para ir hacia la puerta—. Necesito un café corto con whisky...

—No consumas alcohol al interior de un hospital —le dijo Jesse.

—¿Qué eres, la policía de salud?

—Ten algo de respeto...

Va te faire enculer —fue lo último que él dijo antes de irse.

Salaud dégénéré...

Los tres se quedaron atrás en silencio. Charis distendió una suave sonrisa. Ya no podía tomarse de ninguna otra manera las trifulcas infantiles que mantenían a veces. Por el contrario, le alegró ver una ligera chispa de Jesse al modo en que lo recordaba antes de todo aquello. Le dio esperanzas de que continuaba allí, en algún lugar.

—¿Es cosa mía o Luk parecía algo decaído? —preguntó Daniel.

Jesse llevó la vista a la ventana y suspiró:

—Aunque no lo demuestre... lo que pasó con Janvier debió ser un golpe duro.

—Creí que no se agradaban —dijo Charis.

—Janvier era el trabajador más antiguo de Monsieur. Fue el mentor de todos los que vinieron después. Aún si él y Luk no se llevaban bien, le enseñó todo lo que sabe...

Los tres se sumieron en un silencio amargo por cosa de unos instantes. Charis rompió la quietud con un suave carraspeo y se levantó de la orilla de la cama con el móvil en mano.

—Bueno yo... llamaré a Beth, antes de que me olvide. Regreso en unos minutos.

—Dale nuestros saludos —le dijo Daniel, y Charis les dedicó un guiño antes de salir de la habitación a las prisas.

Al momento en que se marchó, Daniel exhaló aliviado y dibujó una sonrisa:

—Es... como si ella hubiese vuelto a respirar —comentó.

Jesse bajó el rostro con un respiro igual de largo:

—En verdad... hubiese querido evitarle todo esto...

—¿Cómo? —le reprochó Daniel, de mal humor— Le salvaste la vida, Jess. ¿Qué más podrías haber hecho?

—No es así —disintió él—... Fue por mi culpa que casi muere en primer lugar. Si esa noche hubiese sabido controlarme frente a Monsieur... O si hubiese seguido el plan al pie de la letra cuando Luk la sacó de la casa... ahora probablemente ambos estuviesen a salvo en Sansnom. Y Charis... Ella no hubiese pasado por todas las cosas que pasó conmigo en ese lugar, con esa gente terrible.

Daniel guardó silencio un momento. Al hablar, lo hizo en voz baja, cuidando de mirar a la puerta para cerciorarse de que no eran oídos:

—Ella no ha querido hablar conmigo de eso aún. Con nadie...

Jesse movió la cabeza en una negativa:

—No esperes que lo haga pronto. Uno simplemente... no habla de ello. El momento en que te encuentras finalmente a salvo, es como despertar de una pesadilla. —Cansado de estar sentado, se acomodó sobre las almohadas y cerró los ojos un momento—. No parece real en un principio. Con el tiempo te acostumbras a no pensar en ello; pero ocupa un lugar en tu cabeza que es como un vacío. Un vacío en el que no quieres mirar... porque temes que te mire de vuelta. Ella ya atravesó por eso una vez... ¿no es así?

Daniel bajó la vista y dio una cabeceada:

—El incidente que tuvo de niña. ¿Te lo ha contado?

—Ella no. Su hermano, Noah, cuando ocurrió lo de Mason. —Jesse retiró la vista de la ventana y la puso en él—. Charis es realmente fuerte. Las cosas por las que ha atravesado, hubiesen derrumbado a cualquier persona... pero no a ella. Al igual que a Luk... eso no significa que no le afecten... solo que se ha vuelto demasiado buena en fingir.

—Los tres se parecen en eso —apuntó Daniel.

—Pero no es lo que querría para ella....

—¿Crees que ella querría eso para ti? —Daniel movió la cabeza—. Dudo que haya habido espacio en su cabeza para otra cosa que no fueras tú en todo este tiempo. Los dos... necesitan dejar de preocuparse tanto por los demás y pensar en sí mismos de vez en cuando.

Luk entró poco después con dos vasos humeantes, uno de los cuales le dio a Daniel, y que él agradeció.

—Charis no quiso nada. No le he puesto whisky al tuyo.

—No me vendría nada mal ahora mismo —dijo Daniel, pero en cuanto Luk se llevó una mano al abrigo para alcanzar su petaca, se retractó enseguida con una sonrisa—. Sólo bromeo.

Jesse echó un vistazo a la puerta cerrada.

—¿Charis... todavía está hablando por el móvil?

Luk asintió, dando un sorbo a su café.

https://youtu.be/r98D8GVTjVE

Jesse aspiró un profundo aliento. Después, su tono de voz mudó por completo, y cuando habló, lo hizo al volumen de susurros.

—Hay algo... que no les he dicho.

Tanto Daniel como Luk frenaron al mismo tiempo a mitad de un sorbo a su respectiva bebida y prestaron atención. Pero Jesse pareció dudar.

—¿Qué es? —lo acució Luk.

Y solo entonces fue que él pareció decidirse:

—El primer secuestro; el accidente que mató a mi familia; la persona detrás de Hank Beau; y ahora esto... Marcel no está solo —declaró, en alusión a lo que Charis había dicho poco antes—. Lo sospeché en un inicio, pero él mismo me lo corroboró. Siempre hubo alguien más moviendo los hilos.

—Pero, ¿esa persona... no era Sacha? —preguntó Daniel.

Jesse negó. Luk se mantuvo en silencio.

—Aún ahora, con todo lo que pasó, estoy seguro de que Sacha no hubiese vendido su fidelidad a mi familia a cambio de nada de valor.

—¿Cómo puedes estar seguro?

—No fue coincidencia que Luk haya sobrevivido, y que Janvier haya podido encontrarlo.

Luk se tornó serio. Las miradas se dirigieron a él cuando asintió rotundamente:

—Es algo que también me he estado cuestionando. No tiene sentido... Podría haberme dado un tiro en la cabeza y se hubiese asegurado de matarme. En cambio... es como si hubiese evitado adrede mis órganos vitales.

—Porque no tenía la intención de matarte en primer lugar —afirmó Jesse—. No solo eso... es como si hubiese predispuesto que Janvier te hallara.

—Y si yo no le hubiese indicado a Janvier el área donde te perdí... no hay manera en que hubiese podido llegar a tiempo contigo —resolvió él, en conclusión.

—Precisamente.

—Pero, ¿por qué entonces te entregaría a Marcel? —refutó Daniel—. Dijiste que Sacha no hubiese traicionado a tu familia por nada de valor.

—Al menos... nada de valor material —rectificó Jesse tras una pausa—. Tengo motivos para creer que la persona quien le reclutó encontró su punto débil. Sacha, Marcel... incluso Gérome. —El tono de su voz se amortiguó al pronunciar el último nombre—. Los tres actuaron en fin de un interés personal. Los demás solo fueron peones. Solo querían dinero... El dinero del rescate; el que Marcel les prometió a cambio de ayudarlo.

Daniel se pellizcó el puente de la nariz y dio un breve paseo por la habitación:

—Monsieur tiene que saber esto, Jess.

—Es probable que ya lo sepa.

—Pero si no es ninguno de ellos el que movía los hilos... ¿entonces quién?

Jesse guardó silencio en ese punto. Él y Luk intercambiaron una mirada breve y Daniel aguardó impaciente. Al final, Jesse disimuló un respiro arduo:

—Se trata del sobreviviente más joven de la familia a la que el padre y el abuelo de Monsieur traicionaron para salir a salvo de Europa.

Daniel disparó un vistazo a Luk, quien ya les había contado la historia.

—Él y Marcel están emparentados —continuó Jesse—. Marcel sufrió los efectos colaterales del daño que la familia De Larivière causó a los suyos. Pero la persona detrás de todo esto... fue una víctima directa.

Los tres se quedaron en un silencio contemplativo.

—Charis no puede saber nada de esto aún, Dan —dijo Jesse por último.

Este frunció el ceño, poco convencido:

—No le agradará que se lo ocultemos.

—Será por poco tiempo... Llegado el momento, yo mismo se lo diré.

—¿Por qué no puede saberlo ahora?

—La conoces... No se quedará tranquila hasta llegar al fondo de todo. Y ya ha corrido demasiado peligro por dejar que se involucre en los asuntos de mi familia. —Jesse negó con un estremecimiento—. No. No puedo dejar que eso pase de nuevo.

Daniel dio una cabeceada, sin más que rebatir:

—Entiendo...

Un suave golpeteo en la puerta puso un punto final a la charla, y los tres se observaron confusos. Charis no tenía motivos para golpear la puerta, y tampoco las enfermeras.

—¿Quién podrá ser? —masculló Daniel, y se levantó para abrir.

Y en el momento en que se alejó de la cama y fue hacia la puerta, Luk masculló en voz baja, de manera que solo Jesse pudiese oírlo:

Cette personne... vous connaissez son nom —no fue una pregunta.

—... Mouais —le dijo Jesse, al cabo de un momento.

https://youtu.be/iG3d1VvbPdY

Daniel abrió la puerta en ese instante, y tras un corto intercambio con la persona del otro lado, se alejó hacia un costado del umbral, y su silueta gruesa reveló a una casi la mitad de pequeña.

Jesse contuvo un boqueo. De todas las personas a las que se hubiese esperado ver allí, la mujer bajo el umbral, enfundada en un elegante abrigo de color borgoña y envueltas las manos en delicados guantes de seda negros a juego con la falda hasta las rodillas, era la última persona a la que hubiera esperado. Ni siquiera como si la posibilidad fuese tan siquiera baja, sino partiendo por el hecho de que para empezar nunca lo hubiese creído posible.

—Pensé que no volvería a subir a un auto, en lo poco que me queda de vida —sonrió aquella, formando surcos adorables en sus mejillas y bajo sus ojos llorosos y cansados—. Estoy aquí, mi Jesse...

—Ma-... Madame... —susurró él, con los ojos muy abiertos.

Esta se quitó de la cabeza el gorro de lana a juego con el abrigo, revelando su fina cabellera platinada.

Detrás de ella apareció Monsieur. Y en cuanto le clavó su mirada dura, Jesse mantuvo la suya inmutable. No se habían visto desde aquella noche y nada había cambiado en su rostro inclemente. No había sorpresa en su expresión; agrado, alivio... Nada. Estoico y con expresión tan hermética como era usual, le ofreció a su esposa el brazo y ella se colgó de él y lo apuró al interior de la habitación, cuya distancia hasta la cama cerró en un amago de trote de piernas débiles, directo a estrechar a su nieto entre sus brazos, y echarse a llorar sobre su hombro.


****

https://youtu.be/bZnhaBlJSZs

Las visitas de Madame se repitieron durante los días consecutivos. Y asimismo las de Monsieur, quien no parecía estar allí por otro motivo que el de acompañar a su esposa, y nunca decía a su nieto otra palabra más que un frío saludo y un despectivo adiós.

Su presencia pareció ayudar a reavivar otra parte de los ánimos abatidos de Jesse, en gran parte gracias a que Madame lo visitaba siempre a la hora del almuerzo y lo persuadía de comer, con lo cual otra parte de sus fuerzas parecieron regresar y pudo abandonar finalmente la cama para trasladarse a los sillones de vez en cuando, aún con ayuda, y deshacerse de las batas de hospital para cambiarse a su propia ropa.

—Todavía no puedo creerlo —masculló Sam desde el otro lado de la puerta, en donde ella y Charis permanecían todo el tiempo que Madame y Monsieur estaban dentro de la habitación junto a su nieto, para permitirles hablar a solas—. Mamá no había subido a un auto en diez años... La primera vez, cuando llegué a verla y Alphonse me dijo que estaban aquí, casi no le creí.

Charis distendió una sonrisa conmovida con la escena de la mujer mayor sentada junto a su nieto sin dejar de abrazarlo a cada minuto. No obstante, parte de su felicidad se atenuaba al desviar la vista y ver a Guillaume de pie lejos de la cama, esperando allí sin decir una palabra, sin parecer que tuviera la menor intención de acercarse a su nieto, y sin lucir feliz en lo más mínimo.

No podía agradecerle lo suficiente por haber costeado el regreso de Daniel a Canadá para que pudieran estar los tres juntos, pero eso tampoco significaba que el hombre pudiera llegar a agradarle todavía.

Estaban solas ellas dos por fuera de la habitación. Daniel y Luk habían salido a comprar algo de comer para todos, y era un día particularmente tranquilo en ese sector del hospital.

Al apartar la vista de la imagen de la puerta, Charis encontró a Sam en su móvil, escribiendo un mensaje de texto. En cuanto ella cerró la aplicación de mensajería, Charis creyó leer el nombre de Roel en la pantalla.

Sam le sonrió al percatarse de que la miraba y se guardó el móvil:

—Lo siento, era mi esposo.

—¿No volverá aún de su viaje?

—No hasta dos semanas más. Al parecer... han surgido algunos problemas con su empresa transportista y ha tenido que ir a solucionarlos personalmente. Le apena no poder estar aquí.

Charis asintió, poco convencida. No le sentaba bien que quien era ahora el marido de Sam no hubiese podido estar con ella en esas semanas sabiendo lo mucho que ella sufría y cuánto necesitaba de su apoyo, pero omitió el comentario.

—¿Tampoco has sabido nada de Jem?

En ese punto, Sam se quedó seria, y su expresión decayó con tristeza:

—No he podido contactarla... Pero confío en que estará bien con sus padres. Su familia vive lejos de aquí, en el campo.

—¿Cómo empezó a trabajar para ti?

—Roel la conocía. El padre de Jem solía trabajar para mi esposo, conduciendo uno de sus camiones, pero sufrió un accidente que le dejó físicamente condicionado y tuvo que desligarse de la empresa. Después de eso, para ayudar a su familia, Jem tuvo que dejar de estudiar para buscar trabajo y Roel le ofreció ser nuestra asistenta. Roel viajaba a menudo y yo estaba sola con Pompom, así que Jem nos llegó caída del cielo. Es como la hija que nunca tuve —añadió con una sonrisa afligida.

—¿Por qué pasó tanto tiempo lejos de sus padres?

—Como sabes, viven lejos en el campo, así que no le era posible a Jem viajar cada noche o cada fin de semana, de manera que terminó viviendo con nosotros por temporadas, y enviándoles su sueldo para que puedan subsistir y su padre no tenga que trabajar.

Charis entornó la mirada.

—Jem me mencionó... que su padre tenía alguna clase de deuda.

En aquel punto, Sam le dirigió una mirada perpleja que Charis le sostuvo por unos segundos.

Al final, ella bajó el rostro, cavilante y habló casi en murmullos:

—Ella no me ha dicho nada al respecto... pero lo más probable es que las tengan —resolvió—. Yo... hablaré con ella en cuanto tenga la ocasión. Si hay algo en lo que pueda ayudarla, lo haré.

Charis se reservó el resto de sus dudas. La conversación con Jem había pasado a segundo plano en el orden de sus prioridades después del repentino despertar de Jesse. Y luego de eso no tuvo la ocasión de hablar con ella otra vez, pero ahora que volvía a pensar en ello se dio cuenta de que lo recordaba con claridad, aunque no hubiesen podido entenderse.

Y Jem no solo había hablado de una deuda, sino también... de alguna clase de peligro en el que ella y su familia se hallaran. ¿Jesse lo sabía? ¿Por eso pedía verla con tanta insistencia semanas atrás?


****


La tarde del noveno día, desde que las visitas de Madame se hicieran frecuentes, Luk se encontraba en la habitación haciéndole compañía a Jesse alrededor de la hora en la que sus abuelos solían visitar. Daniel y Charis no estaban allí; habían salido a almorzar juntos, y no volverían sino hasta después de un par de horas.

Luk se hallaba inclinado al frente con los codos sobre las rodillas y el rostro embozado por sus manos afianzadas entre sí, dando suaves golpeteos sobre el piso con el talón.

—Lo que me dices... no puede ser —masculló.

Jesse asintió suavemente.

—Tampoco quería creerlo. Espero que entiendas... por qué no te lo he podido decir antes, en presencia de Daniel o Charis. Esto sólo concierne a mi familia —zanjó—. El único motivo por el que te cuento esto, es porque sé que puedo confiar en ti.

Luk levanto una ceja, pese a la seriedad de la situación:

—¿Te has convencido después de esa noche, cuando regresé por ti?

—No digas tonterías... Lo he sabido siempre.

Luk sonrió con zalamería, y después su sonrisa se volvió genuina, en cuanto sus ojos se suavizaron. Pero después volvió a tornarse serio:

—¿Se lo dirás a Monsieur?

—Por supuesto. Pero Madame no puede estar presente. Ella ya ha soportado mucho... Otro golpe como este la mataría. Y yo... no puedo perder a nadie más, Luk... Por eso es que te ruego...

—No saldrá de mí, mocoso. Tienes mi palabra.

Un firme golpe en la puerta, muy distinto a los usuales, interrumpió el intercambio. Jesse esperaba ver allí aparecer a su abuela primero, como cada tarde, sin embargo, quien se plantó bajo el umbral era Monsieur De Larivière. Madame no venía con él.

Este escaneó la habitación con una mirada parca y se detuvo en Luk, quien se envaró en su sillón, atento a sus palabras.

—«Déjanos» —le dijo este, al cabo de unos segundos, y su fría mirada gris se detuvo en Jesse—. «He venido a hablar con mi nieto.»

Luk se levantó casi por acto reflejo, pero se debatió en su lugar presa de la irresolución, sin llegar a acatar la orden. Por un lado estaba la palabra de Monsieur, su jefe, pero por otro, no solo su deber estaba con la seguridad de Jesse, sino también su elección personal, y corroboró con él antes de siquiera empezar a moverse.

Jesse le dijo que estaba bien con una cabeceada, y le indicó marcharse, únicamente tras lo cual, Luk se retiró:

—«Con permiso» —masculló al pasar junto a Monsieur, con un saludo cortés por puro protocolo.

https://youtu.be/lWdxoboaCt8

Monsieur De Larivière esperó hasta que hubiese salido y cerrado tras de sí, dejándolos solos antes siquiera de contemplar comenzar a hablar. Antes de eso se trasladó por la habitación a la ventana.

—«Levántate de allí» —dijo a Jesse, apenas plantarse junto al cristal, mirando afuera a través de las persianas.

—«... ¿Qué?»

—«Sabes que odio repetirme. Ya me has escuchado.»

—«No puedo» —masculló Jesse—. «No sin ayuda. Aún no-...»

—«Por supuesto que puedes. Ya es tiempo de que lo hagas».

—«Monsieur... si hay algo que quieras decirme-...»

—«No hablaré contigo en ese estado. Levántate de ese lugar y después siéntate en uno de los sillones para que podamos conversar apropiadamente.»

Sabiendo que no habría forma en que lograría ganar esa batalla, y acostumbrado a elegirlas, Jesse suspiró. Echó las mantas de la cama fuera de su cuerpo y sacó fuera los pies para hacer el intento.

Para ese momento sabía que al menos podía levantarse sin ayuda, pero no estaba seguro de poder caminar hasta los sillones llevando el pie de suero sin acabar en el piso. Cosa que sabía que solo podía enfurecer a Monsieur.

A pesar de eso, hizo su mejor esfuerzo. Se sostuvo de la barandilla y con la otra mano afianzó el tubo del suero y se valió de ambos para poder bajarse de la cama y tenerse en pie unos segundos.

Sus piernas aún se sentían extremadamente débiles, y el cuerpo le pesaba de manera excesiva. El esfuerzo de sostenerse solo gracias a la fuerza de los brazos le transmitió un dolor pulsante a las lesiones que ya creía sanadas; tanto las de ambos brazos, como las heridas de bala en su abdomen y su tórax, la cual, según sabía gracias al médico, lo había atravesado de la espalda al pecho, errando de manera casi milagrosa su pulmón izquierdo.

El primer paso le costó el doble de lo que intuía que le costaría, y fue solo allí que comprendió que no hubiese podido siquiera contemplar en moverse de esa cama sin la fuerza de Luk o de Daniel, ayudándole a sostener su propio peso, por liviano que fuera. Pero ahora Monsieur estaba allí.

No tenía opción.

Como pudo, sin dejar nunca de sostenerse de la barandilla hasta estar seguro de que podía alcanzar el brazo del sillón, maldiciendo lo condenada e innecesariamente grandes que eran esas habitaciones, se desplazó de la cama al sofá, en cuyo brazo consiguió sostenerse el tiempo suficiente para arrastrar los pies hasta donde estuvo seguro que podía sentarse solo mediante dejarse caer.

Monsieur observó desde la ventana sin mover un dedo y sin inmutarse por todas las dificultades que atravesó.

Casi se sintió orgulloso de sí mismo de haber podido conseguirlo, pero eso fue rápidamente mermado por el pensamiento de que si no hubiese estado obligado a hacerlo por su abuelo, probablemente no hubiese podido.

—«Así está mejor» —murmuró Guillaume, y fue a ocupar el segundo sillón, mientras Jesse recuperaba el aliento en el más próximo a la cama, intentando mantener a raya el dolor y las punzadas en sus músculos—. «A partir de ahora harás esto cada vez que te visite. Continuar en esa cama te dejará tullido».

Jesse se paralizó, y sintió la hiel de su estómago subir hasta su garganta al hallar la perfecta coincidencia de las palabras de su abuelo con las suyas, no mucho antes. ¿Y si en el fondo... era verdad que se parecían? ¿Qué estaba destinado a ser un día como él?

—«¿Ocurrió... algo con Madame?»

—«Nada ocurrió con ella. Solo le dije que quería hablar a solas con nuestro nieto.

Él respiró aliviado y fue a reclinarse en el sofá.

—«Siéntate erguido, Jesse» —demandó Guillaume antes de que su espalda siquiera pudiese tocar la superficie, y se vio obligado a enderezarse.

—«¿Es verdad lo que le dijiste a Madame o sólo has venido a corregir mi postura?» —para su sorpresa, su voz sonó firme.

Los largos y nudosos dedos de su abuelo se cerraron en torno al bastón. Se tomó otra larga pausa antes de hablar, e inició después de inhalar un aliento grave:

—«No tienes una idea de los disgustos que me has provocado en estos meses» —comenzó, sin mirarlo—. «Estrellaste un Lamborghini nuevo. Destrozaste la entrada de mi casa. Arruinaste la boda de Samuelle e hiciste que cancelara su luna de miel. Casi matas a tu abuela. Confabulaste con mis subordinados para que te ayudasen a escapar.» —Listó, como si llevara una cuenta perfecta en la mente. Mejor que si se lo hubiese anotado y lo leyera desde un papel. Jesse aceptó cada una de las acusaciones sin protestar. No podía negar su parte en ninguna de ellas—. «Fuiste secuestrado y me costaste una fortuna en el dinero del rescate, y otra costeando para ti el mejor hospital, las mejores terapias... y la manutención de tus dos amigos».

—«Creí que estabas en deuda con Daniel por salvar la vida de Madame, o con Charis, por salvar la mía».

—«¿Crees que hubiese tolerado su presencia aquí de ser cualquier otras las circunstancias? Lo que estoy haciendo se llama deber y gratitud. Algo de lo que tú desde luego no parece que entiendas nada.»

Jesse vació el pecho en otro respiro agotado:

—«No puedo pagarte. Lo sabes...»

—«Lo sé. Y no espero que lo hagas. No he venido a cobrarte ninguna deuda. Pese a todo lo que has hecho, al dinero que he tirado en ti, a los problemas que me has causado y a la desgracia incorregible que eres... eres mi nieto... Jesse.» —Guillaume relajó ligeramente la postura y se acomodó con ayuda de su bastón con dificultad—. «Y mentiría si dijera que no lo haría de nuevo. Por ti, por Samuelle, por Marion... y por Ophelie. No después de saber... lo que ahora sé.»

Jesse levantó la vista, alarmado con esas palabras tan específicas. Temió mirarlo y corroborar el miedo que comenzaba a gestarse en su cabeza.

Guillaume se apoyó en su bastón:

—«Si hubiese visto antes ese video... hubiese reconocido los métodos de Janvier, y a Bourdet. Gérome Bourdet; mi propio ex subordinado... Y es probable que hubiese podido anticipar lo que pasaría.»

Pese a que aquello era lo más cerca que había estado Monsieur jamás de reconocer un error, Jesse se detuvo en otra parte de su revelación.

https://youtu.be/4Xk2GEn4f40

Sintió su respiración empezar a agilizarse, y todo el calor de su cuerpo se esfumó con una corriente helada. Experimentó náuseas...

—«Lo viste.. »

—«No tienes por qué reaccionar de ese modo. No te culpo por nada de ello. Por el contrario... yo debí... » —La voz grave de Guillaume pareció atascarse a la altura de la manzana de Adán, la cual se movió por su cuello delgado con dificultad—. «Yo debí... protegerte mejor.»

Jesse lo escrutó, incrédulo. Guillaume no lo miraba. Por primera vez en la vida, parecía avergonzado de hacerlo.

—«Y tienes derecho a guardarme rencor por ello. Así como por lo que pasó con tu madre, con tu her-... con Vivienne, y... con tu padre.»

Apenas pasada la sorpresa inicial, asombrado al punto del mutismo, Jesse reunió a duras penas las fuerzas necesarias para hablar.

—«Yo ya... no te guardo rencor» —dijo a su abuelo, y se sorprendió a sí mismo al ser capaz de decirlo como una mentira siquiera; lo cual le sorprendió todavía más darse cuenta que no lo era en lo absoluto.

Por años había odiado a su abuelo por ello; culpándole por el accidente de sus padres. Antes hubiese creído que Guillaume merecía ser atormentado por el remordimiento. Pero ahora que él mismo era capaz de reconocerlo, no sabía si antes de ese punto o precisamente gracias a ello... se dio cuenta de que no tenía que perdonarlo.. porque ya no lo culpaba.

No obstante, aquella era solo una de las cosas que no podía perdonarle; si antes habría creído que jamás, ahora... al menos no en un largo, largo tiempo.

Se percató de que su abuelo lo miraba igualmente perplejo.

—«En fin» —Guillaume se aclaró la garganta y se levantó con dificultad para desplazarse de regreso a la ventana. Jesse comenzaba a ver un patrón en ello. Algo que en todos sus años junto a él no había notado y que ahora veía con claridad. Era una especie de mecanismo de defensa, las pocas ocasiones en que se sentía inseguro; algo que nunca hubiese creído que Monsieur fuera capaz de sentir—. «Tú no estás muerto, al menos.» —le dijo su abuelo.

Jesse torció una sonrisa sardónica:

—«No parece que eso te sorprenda mucho.»

—«Lo estuviste por diez años. Ya me he acostumbrado a la idea.»

—«Si hubiese continuado estándolo, ahora no estaríamos en esta situación».

Guillaume le arrojó un vistazo de pocos amigos por encima del hombro:

—«Al parecer estar al borde de la muerte nunca te ha curado de tu tozudes. Aquello tampoco debería decepcionarme a estas alturas.»

—«Eso hubiese requerido expectativa» —Jesse citó sus propias palabras.

Monsieur Guillaume De Larivière era sencillamente incapaz de sonreír. No obstante... en cuanto volteó la vista de regreso a la ventana, a Jesse le pareció captar un atisbo ligero, tan insignificante que perfectamente podría equivocarse... de buen humor.

—«E increíblemente... esta vez no me has decepcionado.» —Guillaume se giró hacia él usando su bastón como eje y le clavó una mirada que no cargaba todo el desprecio acostumbrado—. «Tres hombres muertos de un disparo en la cabeza. Con respecto al cuarto de ellos... no consigo entender qué hiciste con él. Una herida diminuta en la zona cervical es todo lo que tenía. Ni siquiera sangraba lo suficiente para matarlo...»

Jesse torció los labios en una mueca, y esta vez, sin miedo a su abuelo y sin poder sostenerse erguido por mucho más tiempo, se reclinó ligeramente en el respaldo del sillón:

—«Tal vez... la próxima vez no jodas con alguien que se ganó la vida abriendo cadáveres por diez años...»

—«No aprecio tu vocabulario... Pero te lo dejaré pasar esta vez.» —Su abuelo se aproximó, le giró el rostro y pasó el pulgar por la cicatriz dejada en su mejilla por su bastón—. «No me hagas reconsiderarlo.»

Jesse se estremeció y se apartó por reflejo.

—«De manera... que todo lo que tenía que hacer para que te sintieras orgulloso de mí era asesinar a alguien.»

—«Aun así, tuviste las agallas. Siempre supe que las tenías en ti; solo necesitabas sacarlas» —dijo Monsieur—. «Y sin embargo... lo hiciste por todas las razones equivocadas»

Jesse lo siguió con la mirada cuando Monsieur fue a rodear la cama y tomó de la mesa de noche la tarjeta repleta de firmas. No pasó por alto la mueca desdeñosa que hizo su abuelo antes de dejarla en su lugar.

—«No entiendo...»

—«No tienes que fingir ser estúpido conmigo. Si la chica no hubiese acabado implicada, ahora estarías muerto, ¿me equivoco?»

—«¿Cuáles hubiesen sido para ti las razones correctas?» —cuestionó Jesse.

—«Preservación propia. Regresar con tu familia.»

—«¿Para terminar de nuevo bajo tu zapato?»

Guillaume movió la cabeza y le sostuvo la vista un momento. Algo en su forma de mirar se suavizó, pero sus rasgos se endurecieron en seguida.

—«En verdad eres idéntico a tu madre. ¿Cuándo te volviste igual de testarudo que ella?»

—«Tal vez... desde que la perdí a ella y a mi padre, y a Vivienne... y me quedé completamente solo. Desde que aprendí a vérmelas por mi propia cuenta aun cuando nunca creíste que pudiera hacerlo.»

—«Pareces creer que son grandes méritos...»

—«Lo son para mí. Y siento lástima por todo el tiempo que pasé despreciándome sin pararme a pensar un segundo todo lo que había logrado sin tu ayuda... hasta que me lo quitaste nuevamente. Pero ahora lo sé. No me hizo falta tu dinero entonces, y tampoco hizo ninguna diferencia para mí a la hora de sobrevivir la última vez. Me bastó con esa tozudes que tanto odias. Es la única cosa... que no puedes quitarme.»

Cansado de estar sentado, Jesse se afianzó con ambos brazos a los del sillón e hizo intentos por levantarse de nuevo, a ver si podía caminar por otro tramo.

Su abuelo asintió pausadamente, de manera extrañamente aprobatoria:

—«Lástima que hayas decidido que las cosas sean de este modo. Hubieses sido un gran heredero.» —Jesse volvió a petrificarse, sin creer que le hubiese oído bien. No tuvo que preguntar, su abuelo se adelantó—. «¿Qué tienes planeado hacer ahora?»

Jesse dejó salir una suave risa que pareció desconcertarlo. Lo suficiente para que virase del todo para verlo.

—«Lo preguntas... como si me estuvieses dando una opción.»

Su abuelo le clavó sus ojos helados, con un rostro hierático. No tuvo que darle una afirmativa para saber que hablaba muy en serio, pues no se retractó.

Jesse casi se fue al suelo con la súbita debilidad de sus piernas. Se quedó en el afán de levantarse por un momento, y después, sin dejar de observar con incredulidad al hombre frente a él, se enderezó lentamente hasta quedar erguido:

—«No hablas... en serio.»

https://youtu.be/jW-qKceHogE

Guillaume se desplazó con lentitud en un paseo pausado, mirando a un punto muerto en la distancia:

—«Jesse... estoy viejo. Cumpliré setenta y nueve años dentro de unos meses. Hasta hace poco creía que tenía las energías de perseguirte por todos lados, y de soportar estos dolores de cabeza... pero ahora, luego de todo esto, veo que sobreestimé mi propia vitalidad. No dudes que a dondequiera que vayas, no importa a dónde huyas, te encontraré eventualmente si me lo propongo. O moriré intentándolo.» —La forma en que su abuelo lo observó le indicó que hablaba muy en serio—. «Pero con todo lo que ha sucedido me di cuenta recientemente de que no quiero morir librando una batalla. Nací en medio de una, y nos trajo hasta este punto».

Jesse dio una suave cabeceada. Intentó caminar, y se sorprendió de ser capaz de dar un paso con mayor facilidad que los primeros.

—«Así que lo sabes...»

—«¿Te cabía alguna duda? En realidad, hay otro motivo por el cual he venido aquí.» —Monsieur revisó en el bolsillo de su abrigo y sacó un papel arrugado que le extendió. Jesse avanzó con cuidado y lo recibió en su mano, a pesar de que ya sabía lo que era—. «Esto me lo dio la chica.»

Jesse extendió el papel y volvió a leer la palabra; escrita con su propia sangre. Los trazos humedecidos habían expandido su improvisada tinta y las letras apenas eran inteligibles, pero allí estaba: «Rocher».

—«Antes de hacer cualquier cosa al respecto, necesito saber que estás por completo seguro» —Dijo Guillaume, con seriedad—. «No puede haber ni la menor duda al respecto.»

—«Estoy seguro» —respondió él a la brevedad.

Guillaume le sostuvo la mirada, buscando alguna vacilación, algún indicio de inseguridad... pero al no hallarla, asintió. Solicitó el papel de regreso, y en cuanto Jesse se lo dio, él se lo volvió a guardar:

—«Muy bien». —Dio un resuello exhausto—. «La decisión es tuya ahora. No planeo retenerte con más amenazas... ni voy a interferir en tu vida de ninguna manera a partir de ahora.»

Jesse avanzó hasta sostenerse de la barandilla de la cama y allí reposó por un momento conforme lo consideraba, todavía con dificultades a la hora de creerlo:

—«Después de todo lo que hiciste... ¿por qué ahora-...?»

—«¿Nunca se te ocurrió, ni por un momento, que todo lo que he querido por años era saber que mi único nieto estaba vivo?»

Jesse apretó los labios. Casi se sintió mal, pero su rencor hacia el hombre que había hecho de su niñez una condena fue más fuerte:

—«Perdona... que tenga mis dudas.»

—«Supongo que es lo justo.»

—«Monsieur» —persistió Jesse, intentando razonar con él aunque sabía que era inútil—, «me trajiste aquí por la fuerza. Amenazaste a Charis utilizando a sus seres queridos... ¿en qué otra cosa debía creer?»

—«Y yo casi te pierdo las tres veces en que me has desafiado y te has alejado de la seguridad de mi lado, sin falla. Perdí a mi hija bajo las mismas circunstancias. ¿Qué se supone que debía creer yo? ¡¿Qué debía hacer?!» —Monsieur casi se alteró, pero al final consiguió domeñarse y recobró su temple—. «Puedes convertirme en el villano si quieres; tienes tus razones. No negaré mi parte en ellas. Pero todo lo que he hecho hasta ahora, para bien o para mal, ha sido proteger a los míos del mismo daño que mi padre y su padre antes que él, ocasionaron a otros, y de las consecuencias que todavía enfrentamos por su causa.

»No hay espacio en ese mundo perfecto que tanto quieres, rodeado de amigos en un tranquilo pueblito para nosotros, quienes llevamos en las manos la sangre de generaciones anteriores. Tus manos también están manchadas ahora, Jesse. Yo ya me encargué de limpiar los desechos, pero esto no ha terminado.»

Las mismas palabras, pronunciadas antes por Marcel, resonaron en sus pensamientos. Jesse se mordió los labios y bajó la vista con un suspiro. Nada de todo aquello era información nueva. Era algo que había sabido siempre.

—«Te equivocas. Aquí ha terminado para mí...» —masculló.

Monsieur respiró alto un momento, y al final, con una exhalación larga, reajustó su postura sobre su bastón y se aclaró la garganta.

Jesse no sabía si no se había dado cuenta hasta ahora, o tenía que ver con todo lo ocurrido, pero Monsieur le pareció de pronto un hombre de la edad que tenía realmente. Un anciano que dependía de un bastón para tenerse en pie, y que batallaba para sentarse y aún más para levantarse.

Y Madame no era muy diferente...

—«Como dije, si esa es tu elección, eres libre de tomarla» —dijo el anciano por último, y giró sobre su bastón para posicionarse en dirección a la puerta—. «Eso es todo. Tu abuela vendrá mas tarde a hacerte una visita.»

—«Monsieur, espera... »

Guillaume apenas viró en torno a él, aguardando por sus próximas palabras.

—«¿Qué pasará... con ustedes? Con lo que te he dicho.»

La expresión de piedra de Guillaume se torció con disgusto y autosuficiencia:

—«No necesito de tu ayuda; no la he necesitado nunca para proteger a esta familia. Y eso es precisamente lo que seguiré haciendo. Solo te diré una cosa, Jesse. Y es que sea lo que sea que elijas... esta es también tu familia. Y lo será siempre.»

Sin más que decir, Guillaume De Larivière se desplazó hacia la puerta, dejando atrás a Jesse mudo, y si saber qué pensar o en qué creer.

Libre... Era libre por fin... No obstante, aquella breve, tan fugaz satisfacción, vino acompañada de una pregunta funesta que la menguó por completo:

¿Lo era en verdad?


****

https://youtu.be/m9mpxGQYDQQ

Treinta de agosto. Los climas cálidos comenzaban a refrescar lentamente y la ciudad se sumía cada mañana en un ligero velo de niebla que a veces abría por la mañana permitiendo un día soleado, o sencillamente se rehusaba a disiparse y solo se iba haciendo más espeso hacia la tarde. Ese día, sin embargo, estaba soleado, y transcurría una brisa gentil.

—Es cierto, se aproxima tu cumpleaños —comentó Daniel, conforme caminaban juntos por el jardín frontal de la casa de Sam, en dirección a la puerta.

Charis gruñó por lo bajo:

—No me lo recuerdes, Daniel, estaba teniendo un día maravilloso.

—Tenemos que empezar a planear desde ya cómo celebrar.

Ella echó un vistazo a su lado. A Daniel, sonriendo expectante, y del otro lado, caminando todavía de forma pausada, a Jesse, quien le devolvió una media-sonrisa divertida.

Charis pensó que realmente no había nada que quisiera. Todo lo que quería estaba ahora a su alrededor. Enganchó en sus brazos el de cada uno de sus amigos y los atrajo a ella:

—Todo lo que quiero es pasarlo en casa con mis seres queridos.

Al mirar a Daniel, este le dedicó un gesto cálido, indicándole que no tenía que pedirlo siquiera. Sin embargo, al mirar a Jesse le encontró con la vista en el suelo, pendiente de cada uno de sus propios pasos.

—¿Qué sucede? ¿Estás cansado?

—Solo... tengo que acostumbrarme.

—Más vale que recuperes pronto tus energías. ¿Volverás a aplicar al Saint John cuando volvamos?

Daniel guardó silencio también, esperando su respuesta.

Jesse se detuvo en la escalinata frente a la puerta de Sam y se sentó allí para descansar un momento:

—No creo que sea muy bienvenido allí después de salir esposado.

—Tu inocencia ya se comprobó —bromeó Charis—. Te extrañan, Jess. Si no, ¿por qué firmarían esa tarjeta para ti?

—Probablemente porque Dan se los pidió.

Daniel puso los ojos en blanco, y los tres se rieron en conjunto. Luk los alcanzó poco después llevando el equipaje de Jesse, y Sam aparcó detrás de él poco después en su auto y vino corriendo hacia ellos apenas notarlo sentado al pie de las escaleras:

—¡¿Qué pasa, cielo?! ¡¿Te has sentido mal?! ¡¿Quieres que regresemos al hospital?!

—No lo digas ni en broma —protestó él, y se levantó con cuidado—. Estoy bien. Fue un largo tiempo en cama.

—Espera a que Pompom te vea. Por cierto, te espera una sorpresa dentro —le dijo Sam con una sonrisa artificiosa, rodeándole los hombros para impelerlo a caminar.

Apenas abrir la puerta y poner un pie dentro, lo recibió el sonido del cascabel de Pompom en cuanto la gata vino corriendo y empezó a deslizarse por sus piernas, rodeando una y luego la otra, ronroneando más alto que nunca.

Jesse se agachó para tomarla en los brazos, pero levantarse con ella le costó el doble de lo usual.

—Uff... ¿Por qué está tan pesada? —dijo tras un resoplido.

Sam lo miró agraviada y tapó las orejas de Pompom, aplanándoselas contra la cabeza con un boqueo:

—¡Qué grosero eres! ¡¿No sabes que jamás debes comentar sobre el peso de una dama?! —exclamó, y parecía genuinamente ofendida. Después soltó las orejas de su mascota y atrajo su rostro para besarle la frente—. No le hagas caso, cariño, las curvas te favorecen —añadió, dirigiéndose a la gata.

Caminaron por el pasillo directo al salón. Mientras que Sam alegaba al frente en defensa de Pompom, Charis y Daniel caminaban atrás, riendo de toda la situación.

—La depresión la hizo subir un par de kilos. Estaba tan triste por tu ausencia que no podía negarle bocadillos, o darle segundos cuando me los pedía —dijo Sam por último, al momento de cruzar el arco hacia su salón, en donde los esperaba una mesa llena de comida, guirnaldas por todos lados, y un arco de globos.

Jesse se detuvo en la puerta y dio un repullo como si se hubiese encontrado con una jauría de hienas dentro.

—¡Sorpresa! —exclamó su tía, parándose en medio del salón con los brazos abiertos.

—Oh, por dios —murmuró Charis al ver los globos, las decoraciones y la mesa repleta, y al momento de mirar a Daniel le encontró sonriendo igual de divertido por toda la situación.

—Qué bonito detalle —concedió él, con una sonrisa.

Jesse dejó a Pompom en el suelo, empezando a sentir los brazos entumecidos y la gata protestó ofendida con un maullido alto y se apoyó con las patas delanteras en sus piernas, reclamando ser alzada de nuevo.

—Sam... ¿qué has hecho?

—¡Una pequeña fiesta de bienvenida! ¿No te gusta?

—Dime por favor que no has invitado a nadie...

Samuelle se reservó una sonrisa:

—Bueno...

—Saaam... —protestó él, y volvió a cargar a Pompom, a duras penas—. ¿A quién invitaste? —preguntó Jesse, exhausto.

—Esa es la sorpresa.

—No seas así, Jess. Es evidente que Sam se esforzó mucho decorando —intervino Daniel.

—En realidad no, contraté un servicio. ¡Y mira! —Su tía se desplazó hacia la mesa y retiró un mantel que cubría un bulto alto, revelando una especie de pila de platos de varios niveles sobre un pedestal, parecida a una fuente. Después, presionó un botón, y del centro de la cual comenzó a manar un afluente espeso que cayó por cada uno de los niveles hasta volver a la base, en donde se acumuló formando una piscina, manando un aroma dulce que saturó el aire—. ¡Una fuente de chocolate!

Jesse se vio presa de dos miradas intensas, viniendo una de cada lado suyo. Tanto Daniel como Charis esperaban impacientes, retándolo con una sonrisa mordaz a protestar por eso, lo cual sabían que no haría. Él se rindió con un suspiro.

—Esto es jugar sucio...

—¿Entonces? ¿Estoy perdonada? —preguntó Sam, aproximándose para rodear de nuevo sus hombros e impelerlo a acercarse con ella a la mesa.

Jesse bajó a Pompom al suelo y atacó primero los malvaviscos, empapando uno en la cascada de chocolate hasta cubrirlo por completo:

—Por ahora...

Sam dio un pequeño saltito infantil e invitó con una seña a los demás a acercarse a untar bocados en el chocolate. Charis se arrojó directamente a las fresas, mientras que Daniel probó con una mini-dona. Sam se aseguró primero de darle a su gata un canapé de camarón y después una aceituna.

—Dale un poco de lechuga —le dijo Jesse, y Sam le arrojó un vistazo malhumorado.

—Estás a punto de perder tu acceso al chocolate si vuelves a hacer otro comentario sobre el cuerpo de mi hija —se quejó Sam, y bajó para ella un trozo de queso—. Solo tiene demasiado pelo. N'est-ce pas, chérie ?

Sam se levantó entonces y sirvió tres copas de vino blanco y una última de vino dulce de postre:

—Esta es una fiesta de bienvenida... y también de despedida —dijo observándolos de uno en uno—. Mañana ustedes regresan a América, así que pensé en hacer esto para terminar su viaje con un bonito recuerdo y... agradecerles por todo —añadió, y sus ojos se impregnaron al acto de un brillo cristalino, a pesar de que mantenía su bella sonrisa de labios rojos.

Los ánimos decayeron casi al instante, y la habitación pareció volverse un poco más oscura, a la vez que las risas se apagaron para dar paso al silencio.

Eso fue hasta que Charis tomó una de las copas y la alzó en alto:

—No pensemos en el mañana aún. Por ahora... vamos a pasar un rato agradable, ¿de acuerdo?

Los demás concordaron con ella, tomando cada uno su respectiva copa, y uniéndolas al frente en un brindis.

Jesse se detuvo antes de dar el primer sorbo, de una manera lo bastante evidente para captar la atención de los demás, y miró alrededor, deteniéndose en la puerta que comunicaba con el corredor y después con la cocina.

—¿Qué pasa, cielo? —cuestionó Sam.

Él bajó la copa a la mesa. Y aunque anticipaba la respuesta, preguntó de todos modos, con la esperanza de estar equivocado.

—Jemima... ¿no ha regresado?

Sam abrió ligeramente los labios y luego los cerró en una sonrisa, todavía triste. Llevó una mano al hombro de su sobrino y le dio una caricia antes de hablar:

—Cariño, yo-...

La puerta frontal de la casa se abrió de pronto, y una serie de pesados pasos, como los de una persona alta, resonaron por el corredor silenciando las palabras de Sam y llamando la atención de los presentes al arco del salón.

El rostro sonriente de dentadura blanca que apareció allí se había vuelto casi desconocido después de un tiempo tan largo, pero aquel los contempló con familiaridad de uno en uno antes de detenerse en Jesse con un gesto afable.

Estaba tal y como lo había visto la noche de la boda. Elegante, inhiesto y lleno de aquella misma calidez familiar conque le había conocido, la noche en que Sam se lo presentó como su prometido.

Meses después, tras desposar a Mademoiselle De Larivière, aquel hombre era oficialmente su tío; pero al momento de saludarlo lo hizo del mismo modo afectuoso en que le había tratado desde el primer momento, empleando el mismo término y evidenciando con ello que nada había cambiado realmente, a pesar de la manera extraña en que todo lo demás se había torcido durante el último tiempo, y cuánto habían cambiado las cosas para Jesse.

—Sobrino querido —dijo Roel—. ¡Bienvenido!

Mas el tiempo en que tardó Jesse en resolver cómo reaccionar, otra persona apareció junto a él, y algo se estrujó en su pecho, arrancándole un boqueo desde el fondo de la garganta.

Vestida con una solera campestre y sandalias, con el pelo rubio suelto sobre el rostro, se veía distinta, pero a la vez era el mismo rostro que había visto la última vez. Y cuando ella habló, su voz quebradiza y temerosa fue la misma que la noche en que habló con ella por teléfono para pedirle su ayuda.

—Bienvenido a casa —musitó en un perfecto inglés, el que parecía haber estado ensayando solo para ese preciso momento. Y en el momento en que sonrió, las lágrimas se desbordaron por sus ojos y cayeron sobre las comisuras de su sonrisa temblorosa.

https://youtu.be/NSPE2ZcSS1A

Jesse pestañeó asombrado:

—Jem...

Y eso pareció ser todo el impulso que ella necesitó para acercarse en un trote, y después en una carrera, hasta encontrarse con él y arrojarle los brazos sobre los hombros casi al mismo tiempo en que él la envolvió en los suyos con fuerzas que ignoraba que hubiese recuperado aún.

Jemima sollozó sobre su hombro con el llanto sincero y abierto de una niña pequeña, y Jesse la sostuvo todo el tiempo.

—Sorpresa —repitió Sam, y fue a situarse junto a Roel.

Este le pasó el brazo por los hombros y ella respondió por reflejo.

Jesse los contempló por sobre el hombro de la muchacha de uno en uno, tan confuso como aliviado. Por último, su mirada viajó atraída casi por magnetismo hacia aquella que lo contemplaba desde otro lugar del salón.

Los ojos de Charis se dirigieron al piso en cuanto los de Jesse los interceptaron. Y los mantuvo fijos allí durante todo el tiempo en que él sostuvo a Jemima, incapaz de continuar mirando la escena... y de continuar sonriendo al mismo tiempo.


****

https://youtu.be/9T7eFTbU60k

Jesse no dijo absolutamente nada en todo el camino; no lo había hecho antes o después de cruzar el gigantesco portal del cementerio, y no parecía que fuera hacerlo mientras continuaban el trayecto hacia el mayestático panteón de la familia De Larivière, el que ya podían avistar desde allí en la distancia, alto e imponente, confeccionado en mármol blanco, repleto de vidrieras elegantes y dotado al frente de una puerta doble de cristal y hierro forjado, custodiada a cada lado por dos ángeles de gran estatura y rostros tan hermosos como trágicos. El nombre De Larivière estaba escrito en elegantes letras que Charis no dudó que fueran de oro puro.

No obstante, a pesar del lujo de la estructura, lucía completamente abandonado. Las flores dentro estaban secas, el polvo se acumulaba a los alrededores en pilas que devoraban los zócalos y el pie de las paredes, y dentro las telarañas colgaban en gruesas cortinas.

Jesse se detuvo frente al panteón y recorrió con la vista la estructura, hasta fijarla en la puerta que permanecía cerrada con cadenas.

—No he traído la llave —dijo en un susurro.

—¿Querías entrar? Podemos llamar a Luk y-...

—No hace falta. Hubiese querido limpiar un poco... pero lo haré en otra ocasión. Por ahora... supongo que ya estoy aquí.

Charis miró con cautela a Jesse a su lado. No le había sido fácil intentar imaginarse su reacción las horas previas para tener una idea de a qué atenerse. Jesse no era la clase de persona en caer deshecha en llanto, pero tampoco había querido descartar que esa fuera una posibilidad al momento de visitar por primera vez en la vida la tumba de su madre.

Estaba lista para contenerlo, y probablemente llorar con él, o más que él, conociéndose... Pero no lo necesitó.

No había nada en su rostro que anunciara nada parecido al llanto. En realidad, su rostro siempre había tenido un aspecto triste, desde que lo conocía. Y quizá allí se escondía su tristeza del momento... o siempre había estado allí para empezar.

—Es hermoso —comentó Charis. Hizo lo posible por leer las inscripciones. Louis y Elise De Larivière estaban juntos. Del otro lado, Russell y Ophelie De Larivière—. Ahí está —masculló, pero la fecha junto al nombre de Ophelie no coincidía. Doce de junio de 1922 a diez de enero de 1968.

—Esa es mi bisabuela. La madre de Monsieur. Murió poco antes de que mi madre naciera.

Charis dio una cabeceada al comprenderlo.

—Monsieur llamó a su hija con el nombre de su difunta madre...

—Así es...

Aquello le hizo pensar que Guillaume podía ser alguien más sentimental de lo que dejaba ver a simple vista. Incluso un hombre como él había tenido una madre alguna vez. La había amado tanto como para nombrar en su honor a su primera hija... Y había amado tanto a su primera hija como para darle el nombre de su madre.

—¿Hubo algún «Jesse», antes que tú?

—Ninguno. Monsieur odiaba el nombre que mi papá escogió para mí. Le parecía femenino y ordinario. —Jesse se rio ligeramente—. Nada como lo que esperaba de un descendiente suyo. Fue una de las pocas cosas que mi padre pudo elegir con respecto a mí. Me registró con ese nombre a escondidas de Monsieur porque sabía que de otro modo él no le dejaría.

—¿Cómo te hubiese llamado él?

—Probablemente Russell, Henri, Hugo o Armand... —Jesse hizo un respingo—. El nombre de alguno de mis tatarabuelos. O Guillaume, como él... —añadió con un estremecimiento.

—Ninguno de ellos te queda.

—Honestamente. Agradezco a mi padre por llamarme algo simple. No querría llevar el nombre de ninguna de esas personas...

Charis se mordió los labios:

—Tuvo que haber alguien en tu familia que fuera bueno.

—O tal vez no —suspiró Jesse—. Tal vez... la maldad, la ambición, la sed de poder... sean cosas que corren por nuestras venas.

—No es así. Tu familia no te define, Jess —protestó ella—. Me costó mucho aprenderlo a mí. Es tiempo de que tú también lo hagas. —Después, sonrió con una ocurrencia, intentando desviar el tema anterior—. Así que «Jesse I».

—Supongo... —se rio él, por lo bajo y luego se quedó en silencio. Después le señaló a Charis una dirección—. Ahí están. Mamá y Vivienne.

Ella leyó los nombres con detenimiento: Ophelie Zéphirine De Larivière y Vivienne Lilou De Larivière. Estaban escritos en la misma placa.

—Parecen los nombres de dos princesas... Igual que el de Sam. ¿Por qué están juntos?

—Sam se encargó de que fuesen sepultadas juntas en el mismo féretro.

Charis sintió con claridad el nudo que estrujó su garganta con la historia de Jesse, al tiempo en que volvía a repasar sus nombres.

Sobre la tumba estaban sus fotos. Ophelie lucía tan bella allí como lucía en todas, y Vivienne era tal cual como Charis la recordaba en el álbum. Rubia, mejillas redondas y rosadas, enormes ojos color castaño.

Se quedaron en silencio por otro largo rato. El trino lejano de las aves y el murmullo del viento contra las hojas que empezaban a secarse en los árboles los acompañó durante ese tiempo. Alrededor estaba desierto. Había otros panteones con los nombres de otras familias; todos bellos pero ninguno como aquel. Pavimentados de adoquín, dotados de cercos, farolas, estatuas y señalizaciones, parecía un vecindario.

—Soñé con ella esa noche —le reveló Jesse a Charis de pronto.

—¿Cuándo?

—La noche en que huíamos... cuando me desmayé.

Ella lo escrutó con curiosidad. Se dio cuenta de que era la primera vez que tenían a oportunidad de hablar de todo lo ocurrido a solas y el sentimiento la asustó un poco. No sabía si estaba lista. Sin embargo, quería oír el resto de lo que Jesse intentaba decir.En frente del panteón había una banca de cemento y ella se sentó allí. Invitó a Jesse a sentarse a su lado tomando su mano y guiándolo al sitio junto a ella.

—¿Qué soñaste?

—Creo que fue más un recuerdo... O quizá ambos. Estaba con ella frente al piano, durante una de nuestras lecciones. —Jesse cerró los ojos un momento, sintiendo la brisa que pasó junto a ellos, cargando el aroma a flores marchitas y a petricor.

Se quedó en silencio un momento. Charis reclinó su cabeza en el hombro de él:

—¿Qué sentiste? —pidió saber.

Él necesitó de algunos momentos para responder. Por su parte reclinó su cabeza sobre la suya y ella sintió un suave aleteo en el fondo de su pecho. Enganchó su brazo al de Jesse, y mantuvo la vista fija en las fotos al interior del panteón.

—Quería tanto... quedarme a su lado en ese momento —admitió él—. Que el tiempo se hubiese detenido... y seguir tocando canciones juntos. —Se tomó otra pausa. Metió la mano en su bolsillo y sacó del interior una pequeña esfera envuelta en papel brillante, con la cual jugueteó un momento—. Creo... que es la primera vez en mucho tiempo que pude recordarla con tanta claridad. Como se oía su voz; cómo olía su ropa... y el aroma del chocolate en sus manos...

Fue allí que Charis supo qué era la esfera de papel en su palma, y lo confirmó cuando por obra de sus dedos nerviosos parte del papel se despegó y descubrió una textura lisa de color tentador.

—¿Le gustaban tanto como a ti?

Jesse dio una ligera cabeceada que ella percibió claramente:

—No la veía por más que un par de horas a la semana. Pero vivía por esas horas... Estudiaba sin descanso; no comía, ni dormía, solo para acabar temprano y poder estar con ella solo un momento más. Solo unos minutos más... Y durante ese tiempo, mientras practicábamos, comíamos chocolate juntos. Ella siempre tenía una caja de sus favoritos sobre el piano —recordó con una sonrisa—. Había días... en que eso era lo único que comía.

Charis escuchó atenta, sin perderse detalle. Las últimas piezas empezaban a encontrar su lugar correcto, una a una.

—Cuando huimos del lado de Monsieur pude cumplir finalmente mi mayor deseo de niño. Practicábamos juntos en el viejo piano en la casa de campo hasta el anochecer, sin preocuparme de tener que volver a mis estudios. Creí que tendría eso para siempre; o al menos... por un largo tiempo. Y un día yo solo... desperté en una cama de hospital, y ya no la tenía más. No tenía nada sino... —Jesse estrujó el dije de su cadena en la mano libre—. Y ahora está aquí. Después de diez años, la tengo en frente de nuevo... pero ya no puedo sentir su voz, sus manos... y otro aroma que no sea el de flores marchitas. Y ya no puedo recordar cómo se sentía todo lo demás, excepto... el sabor y el aroma de los dulces que comíamos juntos. —Jesse terminó de desenvolver el chocolate y lo llevó cerca de su rostro para olerlo, cerrando los ojos—. Y aunque sea por un instante... puedo recordarla con más claridad.

Se levantó de al lado de Charis y fue a agacharse frente al panteón para dejar el bombón justo en la entrada cerrada, en una esquina de la puerta.

Charis se levantó seguida de él y fue a situarse a su lado cuando él se irguió, presta a ayudarle. Y en cuanto lo miró de soslayo a la cara, alcanzó a ver una única, solitaria lágrima trazando un camino por su mejilla antes de que él se la secase rápidamente y pronunciara un corto adiós en susurros inaudibles, trasladando una breve caricia por el cristal de la puerta del panteón, antes de invitar a Charis a irse de allí.


****


El auto de Luk ya estaba estacionado afuera del cementerio, y tanto él como Daniel se hallaban apoyados en el capó, esperando por ellos.

Los colores del otoño comenzaban a hacerse presentes en el tono de las hojas y la textura de la grama, pero todavía calentaba un sol cálido, incluso a esas horas de la tarde.

Ya se habían despedido esa misma mañana de Sam, Jemima y Roel, y mientras que Luk llevaba a Daniel a hacer las últimas compras por la ciudad y tener algo que llevar a sus amigos y familia en Sansnom, les habían dejado a ellos en el cementerio para que Charis pudiese cumplir su promesa y acompañar a Jesse allí antes de que se fueran de Canadá.

—Gracias —le dijo Jesse mientras caminaban al auto—. Por acompañarme...

—Volveremos en otra ocasión —aseguró ella—. Pero esta vez vendremos preparados, con una llave y cosas para limpiar. Y visitaremos también la tumba de tu padre. Ojalá hubiésemos tenido algo más de tiempo hoy...

Jesse negó, pensativo, y luego sonrió con esa idea:

—De acuerdo.


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El camino del cementerio al aeródromo en donde los esperaba el avión de Sam, y en el que su piloto los llevaría de regreso a américa y a Sansnom se hizo breve entre charlas y bromas. Así como Beth, Luk había pasado a ser de manera insospechada parte de su pequeño grupo los últimos meses, y las formalidades habían sido puestas a un lado.

Sin embargo, Jesse permaneció mudo todo el trayecto, mirando por la ventana. Charis creyó que aún cuando volver al que había sido su hogar toda su infancia no había sido bajo las circunstancias ideales, forzado por su abuelo y obligado a enfrentarlo una vez más, su hogar de la niñez todavía albergaba recuerdos lindos y significaba algo especial para él. Y desde luego que despedirse de todo ello; alejarse de su madre otra vez, le sería muy difícil.

El aeródromo privado se encontraba a las afueras de Montreal, en una vistosa zona campestre, a unos treinta minutos en auto.

Rodeado de extensas áreas verdes boscosas, albergaba solo dos aeroplanos más pequeños que un avión comercial, pero mucho más elegantes. Un imponente jet negro, y uno algo más pequeño, de color plateado. Pese a que prevalecía la tristeza tras la despedida de Sam, Jem, Madame, e incluso Pompom, aquello no le impidió a Charis emocionarse, a la vez que sentir los nervios retorcer sus tripas. Su segundo viaje aéreo sería en un jet privado; algo que jamás hubiese imaginado posible.

Luk detuvo el auto en el área verde que antelaba la pista de despegue y aterrizaje. Allí los esperaba el piloto, quien se presentó ante ellos con una sonrisa cordial en palabras que Luk tradujo para ellos, en las cuales les aseguraba que las condiciones para volar eran óptimas y garantizándoles un vuelo cómodo y rápido.

Charis y Daniel le dieron las gracias, y un hombre más joven con una carriola de transporte vino a ayudar a Luk con el equipaje a la zona posterior del auto, donde la cajuela ya se hallaba abierta. Del interior sacaron primero la maleta de Daniel y un bolso más pequeño, lleno de cosas más ligeras y las cosas que había comprado para llevar de regreso. Y luego la maleta de Charis, en donde llevaba el vestido de la boda de Sam bien guardado, y los chocolates que había comprado hacía meses y cuya fecha tuvo que revisar para asegurarse de que no estaban caducados luego de tanto tiempo.

Luk cerró entonces la cajuela, y ayudado del joven pusieron todo en la carriola para transportarlo al avión.

—Espera —dijo Charis a Luk, y este se detuvo vuelto en piedra sobre sus pasos.

Charis se aseguró de mirar nuevamente sobre la carriola para asegurarse de que no estaba equivocada, pero nada se le había pasado por alto. El equipaje consistía solamente en el suyo y en el de Daniel.

Se viró a Jesse confusa y preocupada:

—Jess, ¿y tus cosas? ¿No te llevas nada de regreso?

Ante su pregunta, Daniel se tensó en su lugar, tan confuso como ella, y Luk se petrificó, sin atreverse a mirarla.

Jesse la contempló a través de sus ojos ámbar apagados, con el amago en los labios de algo que no pudo pronunciar antes de cerrarlos en una línea y que su mirada se entristeciera.

Sus hombros se movieron suavemente en un suspiro.

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—Charis... —empezó, pero no tenía que decir nada.

Algo al interior de ella ya lo había comprendido, aunque todo el resto de su ser se negara a aceptarlo.

—No... —masculló, moviendo la cabeza—. No puedes estar hablando en serio...

Sintió sobre su hombro la mano de Daniel, pero no tuvo fuerzas para sacudírsela esta vez. Ante la incapacidad de Jesse de decir cualquier cosa, Daniel tomó la palabra:

—¿Es esto... lo que realmente quieres?

Charis esperó oír una negativa rotunda.

Algo debía haber pasado, su abuelo debía haber cambiado de parecer, tenía que estar obligándolo otra vez. Esperó por su respuesta antes de estallar, sintiendo todo su cuerpo temblar en anticipación de la ira que empezaba a germinar en su interior hacia Guillaume.

No obstante, la respuesta de Jesse enfrió toda la rabia en su interior de golpe, sin dejar siquiera brasas encendidas.

—... Sí.

—Sé que piensas que es lo correcto —insistió Daniel—, lo que quiero es saber si es en realidad lo que tú deseas.

—Lo que deseo... es hacer lo correcto.

Daniel no pareció necesitar nada más, aunque ello no explicaba nada; no aclaraba absolutamente nada. El mayor de sus amigos se tomó un tiempo... y al final asintió.

Charis se separó un paso de ellos, observándolos de uno en uno.

—Pero... ¿qué están diciendo? —Una broma. Tenía que ser una broma. Le estaban jugando una broma terrible...

Pero el instante en que Daniel dio un paso al frente y estrechó a su amigo con todas sus fuerzas en un abrazo que aquel respondió con igual fervor, terminó de disipar todas sus dudas.

Duraron así un tiempo largo, sin dejarse ir el uno al otro.

—Te vamos a extrañar —dijo en un susurro trémulo. Su voz evidenciaba el nudo de su garganta y la pesadez de su pecho.

Jesse forzó una sonrisa contra el hombro de su mejor amigo, aunque todo su rostro se hallaba lánguido y desolado:

—Y yo a ustedes...

Al alejarse, Daniel palpó el hombro de Jesse como solía hacer siempre. Sus ojos verdes estaban apagados y tristes.

Después, dirigió a Charis con expresión llena de remordimiento. Pareció a punto de decirle algo, pero guardó silencio y volvió a dirigirse a Jesse.

—Yo... me adelantaré.

El piloto y su asistente ya se habían alejado de allí. Solo quedaba Luk, quien aguardó hasta que Daniel llegó a su lado para empezar a caminar rumbo a la puerta que daba el acceso a la pista.

Los dos se quedaron solos junto al auto; mudos.

—Camina conmigo —pidió Jesse.

Y pese a sus deseos de gritar, de decirle que podía irse al demonio, de demandar que le dijera que estaba siendo obligado, o de rogarle que viniera con ellos, Charis se calló y accedió, andando con él cuando Jesse caminó.

https://youtu.be/4un50XVlTyE

Se trasladaron en silencio a una zona por fuera del aeródromo, a la sombra de un cedro alto, donde soplaba una brisa fresca. Por fuera de su abrigo, el cielo estaba abovedado de gris por completo.

Charis permaneció enajenada sin querer dirigirle la mirada, con los ojos puestos en algún punto de los árboles que se aglomeraban en los alrededores.

—¿Cuándo... decidiste esto? —se atrevió a preguntar, en un hilo de voz.

—Ayer. Hoy... todavía me estaba debatiendo —le dijo él.

—Mientes —espetó ella, todavía sin querer voltearse para verlo diréctamente—. No lo decidiste tú. Monsieur te está obligando. Algo tuvo que decirte; algo ha tenido que pasar...

—Charis...

—No, Jess, ¡esto no lo decidiste tú! —rugió ella— ¡Todo lo que querías era regresar a Sansnom! ¡Me dijiste que tu abuelo no volvería a interferir en tu vida! ¡Que te había devuelto la libertad de elegir! ¡¿Por qué cambió de parecer?! ¡¿Qué hiciste?! ¡¿Fue algo que yo hice?!

—No... No, Charis, no es eso... —La voz de él se oía baja y sin fuerzas.

—¡Entonces dime por qué! ¡Por qué estás haciendo esto! Di la verdad, dime que él te está forzando... Te ha amenazado —resolvió—. ¿Te amenazó conmigo o con Daniel? ¡Él no puede hacernos nada, tú mismo lo dijiste! Dan tiene un amigo policía, si le explicamos la situación, él-...

—Charis, soy yo —la cortó él, y ella se calló al instante—. Yo.. decidí quedarme.

Charis se giró solo entonces hacia él y lo escrutó con ojos fijos, intentando hallar la mentira conque intentaba encubrir a su abuelo. Pero no halló nada, y volvió a hurtarle el rostro.

—No es cierto... —Un sollozo abrupto le atravesó el pecho, pero ella contuvo el llanto con todas sus fuerzas, sosteniendo una mano ruda contra su boca, respirando hondo para no ceder. Pero este carcomió su voz hasta hacerla sonar apenas audible—. No lo entiendo, Jess... Todo lo que querías era ser libre de tu abuelo. Y lo lograste... Él estaba dispuesto a dejarte ir. Pero ahora me dices que esto es lo que eliges... ¿Por qué?

Él se mantuvo en silencio por lo que debió ser un minuto completo.

—Hay alguien amenazando a mi familia. Alguien que está más cerca... de lo que hubiese querido creer... —Charis escuchó sus pasos por la hierba en un paseo corto y nervioso—. Antes jamás hubiese creído posible que podían acercarse tanto. Que gracias a Monsieur estábamos a salvo... pero recientemente entendí que no importa lo severo e implacable que parezca... incluso él no es invencible. Y con la traición de Sacha, cuando sabemos que ya no podemos estar seguros de ninguna de las personas a nuestro alrededor, me di cuenta de lo vulnerables que estamos en realidad.

Charis se dio la vuelta lentamente hasta encararlo. Lo halló preocupado y afligido; con la vista puesta en la grama bajo sus pies. Este levantó a ella dos ojos suplicantes, y comprendió con ello que estaba tan devastado por esa decisión como ella y Daniel, y cuánto le costaba esa decisión.

—Pero si es así, tú también corres peligro —arguyó ella—. Más que cualquiera; ya has sido el objetivo dos veces... ¡¿Qué podrías hacer tú contra esa gente?!

Jesse contuvo el aliento un instante, y después respiró lento:

—No lo sé... Pero Monsieur ya es un hombre mayor. Y Madame no es mucho más joven que él. Tal vez... haya llegado mi turno de cuidar de ellos. Al menos hasta que todo esto se haya resuelto.

Ella soltó un bufido sonoro y rodó los ojos de forma cáustica.

—¿Eso es lo que quieres? Cuidar del hombre responsable de todo. El hombre al que decías odiar.

Con esa acusación, Jesse selló los labios un momento, derrotado. Sin embargo, al cabo de unos instantes, asintió.

—Monsieur lleva sus propias cargas. Las ha llevado por mucho tiempo. Es otra cosa que entendí hace muy poco tiempo.  Y... sin importar lo que haya sucedido en el pasado... él sigue siendo mi abuelo —reafirmó—. Y no se trata solo de él ahora. Se trata también de Madame y de Sam... e incluso de la pequeña Jem.

Charis volvió a quedarse en silencio, con la mano otra vez firme contra sus labios. No tenía cómo responder a ello. No tenía nada...

—Y tenías razón antes —le dijo él—. Todo lo que quería era regresar a Sansnom con ustedes. Continuar con mi vida como si nada de esto hubiese sucedido. Como si nada pasara aquí... Te juro que es lo que más hubiese deseado, Charis.

Por un momento, pareció dispuesto a dejarse llevar por esa fantasía. Charis halló en su expresión una esperanza, aunque fuera nimia, de que Jesse recapacitase al último momento...

—Pero no puedo —resolvió él al final, destrozando las posibilidades—... No puedo dejar a mi familia ahora, sabiendo que corren peligro.

Ella se mantuvo en silencio. Quería rebatir a todo lo anterior, mostrarle que estaba cometiendo un error, pero no tenía como refutarlo. Ella había visto con sus propios ojos el modo en que todo podía torcerse, y las formas terribles en que podía terminar.

Intentó ponerse a sí misma en su lugar, y se dio cuenta de que no tenía que hacer demasiados esfuerzos en imaginárselo. No podía juzgarlo en su situación, cuando estaba segura de que ella haría lo mismo por su propia familia. Incluso con el padre que nunca había hecho esfuerzos en buscarla...

Entendió allí que no había nada más que pudiera decirle para disuadirlo. Que contra todo lo que él hubiese querido, y lo que ella más deseaba, Jesse tenía razón... y estaba haciendo la elección correcta.

—Prométeme... que estaremos en contacto —pidió como último recurso. Pero a cambio solo obtuvo otro silencio igual de funesto. Charis sintió su pecho oprimirse al entender el significado del mismo—... ¿Jess?

—Lo siento —musitó él, confirmando su miedo.

No pudo contener más los deseos de llorar, y se le escaparon dos lágrimas que Charis atrapó en las esquinas de sus ojos.

—¿Por qué?... —articuló, sin voz.

—Tampoco se trata solo de ustedes ahora —le explicó Jesse, con las mismas dificultades que ella a la hora de hacer que su voz fuera audible a través de su garganta constreñida y el temblor de su voz—. Es por Marla, por tus sobrinos, tus hermanos, tu padre y Beth...; y por los abuelos y los padres de Dan, y por Erika.

Charis parpadeó sin comprender. Jesse procedió a explicarse.

—Si estas personas pueden usarlos para llegar a mí, te aseguro que lo harán. No estarán a salvo mientras sigan en mi vida. Y no puedo arriesgarlos. Deben convencerse de que ya no sostengo ninguna clase de contacto con ustedes, de manera... que no puedan tomar ventaja de eso. Por lo cual... —No pudo terminar. En cambio, cerró su oración con un prolongado y amargo suspiro.

Charis pasó un difícil trago de saliva y llevó los ojos de regreso al piso. Se sentía helada y débil, su cabeza daba vueltas, incapaz de formular nada claro.

—Tiene que ser así, Charis —insistió él—. Al menos... hasta que todo se resuelva. Hasta que Monsieur y yo lleguemos al fondo de esto. Y hasta que ese momento llegue... Jesse Torrance no existe —zanjó, igual que la vez anterior—. Charis y Daniel... jamás lo conocieron.

Charis negó con dos cabeceadas feroces.

—Excepto que sí lo hicieron... ¡¿Piensas que con solo decir eso será suficiente?!  ¡¿Qué borrarás tu existencia de nuestras vidas?! —En ese punto, su voz se mitigó, dolida por las implicancias de su siguiente pregunta— ¿O... a nosotros de la tuya?

Jesse se aproximó a ella, negando suavemente.

—Sé que no lo hará. Y es lo último que querría...

Charis pestañeó rápido. Comenzaba a ver nuboso a través de las nuevas lágrimas agolpadas que no quería dejar salir.

—Conserva por ahora la llave de la casa de campo, por favor —le dijo Jesse—. Que sea tu lugar propio. Lleva a tus sobrinos, a Dan y a Beth cuando tú quieras. O ve allí si alguna vez necesitas estar sola y alejarte de todo.

Para ese momento, apenas podía escucharlo por sobre su palpitar álgido y pesado. No pudo contestarle nada; el temblor de su barbilla no se lo hubiese permitido.

—Tu... cumpleaños es en cinco días —recordó Jesse.

Ella movió la cabeza y se limpió los ojos con el talón de la mano.

—Creí que lo pasáramos juntos... —dijo en dos sollozos; uno al principio y otro al final de su frase. Jesse le extendió una pequeña caja elegante de CD con un disco nuevo. Charis la recibió insegura—. ¿Qué es esto?

—Una copia del CD de piano de mi mamá. Al menos... casi todas las canciones son de ellas, excepto la última.

Charis observó la caja en sus manos, sin comprender a qué se refería con ello. Jesse sostuvo su mano libre en ambas suyas y estrechó sus dedos con afecto.

—Por última vez, después de todo lo que te he causado... perdóname, Charis —pidió él—. Tiene que ser así. Si algo volviera a pasarte... Si esta vez no pudiera cuidar de ti... no lo resistiría. Tiene que ser así... —reiteró, en murmullos.

—No es justo... —farfulló ella— ¿Entonces qué? ¿Nosotros sólo... nos separamos aquí, y seguimos cada uno con su vida por un camino completamente diferente? ¡¿Quieres decir que después de todo lo que pasamos... esto es todo?! —Él permaneció mudo. Charis movió el pecho en una exhalación brusca, cortada a la mitad por un sollozo violento— ¿Qué quieres que te diga luego de esto?... ¡Dime qué es lo que se supone que debemos decir para despedirnos en una situación así!

Y Jesse respondió, distendiendo una sonrisa excruciantemente dolorosa:

—... «Adiós».

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En el momento en que él avanzó y la estrechó contra su pecho. Aunque no lo respondió, Charis dejó ir en su abrazo todo su ser. Contuvo todo lo que pudo el llanto, pero más y más lágrimas la traicionaron, y finalmente se rindió, abrazándolo de vuelta.

Intentó grabarse todo acerca de ese momento. El aroma de su piel y de su cabello, la sensación de sus manos largas alrededor de su espalda, el ritmo suave de su respiración, y la memoria de su silueta, otra vez, terriblemente delgada, contra ella. Pero nada de eso pareció llenar el inmenso vacío de su interior, y supo que nada lo haría. Ni siquiera su recuerdo.

Esperó que él dijera algo más. Cualquier cosa... Incluso que cambiara de parecer en el último instante y le pidiera que se quedase. Estaba segura de que solo bastaba con oírle pronunciar esas palabras, y ella se quedaría a su lado. 

Pero eso jamás pasaría. Porque él ya había tomado su decisión.

El suelo pareció haber desaparecido bajo sus pies, y creyó que caería en un abismo si él la soltaba. En el fondo casi deseó que eso pasara, y desaparecer... No obstante, nada ocurrió cuando él la soltó.

Estaban todavía debajo del cedro, y el cielo continuaba siendo de un gris puro.

Jesse la contempló por largo tiempo después de eso, desvaído de palabras. Y por último, Charis se grabó su rostro. Su piel pálida y sus ojos color ámbar; aunque hubiese deseado conservar el recuerdo de otra mirada y no esa, tan desgarradoramente triste.

—No te diré adiós... —le dijo Charis, en un susurro roto y lloroso—. Tendrás que conformarte con un... hasta pronto.

Y sin esperar respuesta, se dio la vuelta y se alejó de él en dirección a la pista de despegue del aeródromo para marcharse de una vez. Caminó a paso rápido por un tramo, sintiendo que si se detenía, no podría continuar.

Sin embargo, conforme avanzaba sentía que una parte de ella se quedaba atrás y que todo su cuerpo resentía la separación, como si aquella pieza arrancada hubiese dejado una herida abierta. Desobedeciendo al bueno juicio que le indicaba seguir y seguir sin detenerse, Charis frenó sobre su marcha por última vez, y cometió el error de mirar atrás.

Jesse no había dejado de seguirla con la mirada. De pie bajo el cedro, su fina silueta se recortaba contra la oscuridad de la sombra al cobijo del árbol, donde una brisa fría le sacudió el pelo negro sobre el rostro. Era el mismo que aquel día, en medio de un pasillo oscuro... y a la vez tan diferente.

Hubiese querido continuar después de eso. Dejar las cosas como estaban e irse como si no fuera una despedida cuya duración desconocía. Pero una vez más, su resolución la traicionó. Y sin importarle los catastróficos resultados que aquello le había traído hasta ahora, Charis decidió escuchar a su corazón por una última vez. 

Volvió sobre sus pasos en una carrera agitada por la hierba de regreso por el camino breve que había logrado avanzar lejos de él. La expresión de Jesse mutó confusa. Y en cuanto ella legó frente a él envolviendo sus hombros en sus brazos y este la recibió en los suyos, aún sin comprender nada, Charis se empinó la poca altura que los diferenciaba, y encontró con sus labios los de él, tan finos y helados; tan suaves y cuidadosos, en un primer y último beso.

Lo percibió tensarse de la sorpresa y contener el aliento. Charis se quedó inmóvil sin saber qué esperar de ello; sin saber si cometía el peor error hasta ahora... Pero todos sus miedos se esfumaron en el preciso momento en que él respondió inclinándose y presionándose suavemente contra su boca... y en que sus labios se amoldaron tímidamente contra suyos.

No tuvo noción del tiempo que pasó antes de separarse de él, y Charis se apartó solo cuando creyó que si dejaba pasar tan solo un segundo más, nunca podría alejarse.

Sin abrir aún los ojos, abandonó sus labios con un tremor en los suyos y se dio la media vuelta sin querer mirarlo, sabiendo que si lo hacía, no habría forma en que pudiera irse. Encontró una ligera resistencia al final de su brazo, al percibir la mano de Jesse sosteniendo todavía la suya, como su hubiese estado a punto de hacer un intento por detenerla; no obstante, sus dedos largos cedieron sin permitirse retenerla por más tiempo, y Charis se soltó de ellos y continuó caminando en dirección hacia el avión que le llevaría de regreso a Sansnom, y a su vida monocromática.

Lejos de todo ese mundo extraño. Lejos de la mayor y más atemorizante aventura de toda su vida... y lejos de Jesse.


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