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15. Segunda Oportunidad


https://youtu.be/buwfFvVUGpg

Charis sintió que le flaquearían las rodillas.

Movió sus pupilas por el rostro de Daniel, intentando averiguar si pretendía jugarle una broma de mal gusto. Pero entendió, por la seriedad expectante en su expresión, que era perfectamente consciente de los disparates que decía.

—¿El... Saint John?

Daniel se mordió con fuerza los labios, con las cejas pobladas entretejidas en lo alto de la frente:

—Lo sé, lo sé, ¡pero es algo temporario! Puedes buscar otra cosa entre tanto, y renunciar apenas encuentres algo más.

La mirada de Charis voló para posarse sobre Beth, con la esperanza de hallar un motivo para negarse. Beth estaba tan empeñada en llevarla de regreso a los Ángeles que seguramente le diría que aquello era una completa locura; precisamente lo que ella quería escuchar. Pero, en lugar de eso, esta dibujó una sonrisa emocionada:

—¡Inténtalo, Charichi! Si no te agrada, siempre puedes venir conmigo a L.A., ¡pero no pierdes nada!

Charis se mordió los labios y los apretó con fuerza, en lo que hacía acopio de toda su entereza para considerarlo.

No, no perdía nada... Pero por otro lado, acabar trabajando en el Saint John tampoco era nada remotamente parecido a ganar.

Al final de una larga pausa sin dejar de resoplar y dar golpes inquietos de talón en el piso, presa de las miradas expectantes de Daniel y Beth en espera de una resolución, Charis exhaló un hondo suspiro.

—... ¿Qué tengo que hacer?

El rostro de Daniel se iluminó, lleno de alivio.

—¡Solo presentarte a la entrevista!; es un favor personal del director, el doctor Garner.

—... ¡¿Qué?! ¡Dan...! ¡No! —Charis sacudió la cabeza y abatió la frente entre sus manos—. Esto no está bien... ¡No quiero caridad!

—Y no lo es, ¡para eso es la entrevista! Talisha, la secretaria del ala de emergencias, está a punto de tener a su bebé y saldrá con baja de maternidad. Van a necesitar un remplazo. ¡Solo hasta que termine su baja, o hasta que encuentres algo mejor! —Daniel afianzó su brazo y la condujo a la puerta.

—¡Dan...!

—¡Por favor!

—¡No lo sé!

Daniel se detuvo de golpe, paralizado. Cuando Charis alzó el rostro para mirarlo, le encontró inhiesto y con el labio atrapado entre sus dientes, como un niño escarmentado:

—No hay mucho tiempo —le informó—. De aceptar... tienes que estar allá en una hora.

Charis resopló. Un doloroso calambre constriñó sus tripas.

No tenía más tiempo de pensarlo. Aún si no era lo que esperaba, era lo único que tenía. Eso, o ver destruirse todo lo que con tanto esfuerzo había edificado durante esos meses en Sansnom.

—Bien... Lo intentaré.

Estaba segura de haber roto algún récord en el corto tiempo que demoró en estar peinada, vestida, maquillada y con un archivador con sus documentos bajo el brazo.

Después, ella y Daniel salieron a toda prisa de su apartamento. Beth se despidió de ella desde la puerta deseándole buena suerte, y los dos se encaminaron en el auto de él al hospital.

Daniel condujo más velozmente que nunca.

—No podré acompañarte; voy tarde y me esperan para el relevo de turno, pero te indicaré cómo llegar a la oficina en donde te estarán esperando para la entrevista.

Charis asintió por reflejo. Su cabeza estaba en otro lugar, lejos del asiento del copiloto; lejos de la cabina del vehículo. Estaba en los tenebrosos pasillos del Saint John; los cuales, de conseguir el puesto, tendría que ver a diario. ¿Estaba realmente lista para algo así?

—¿Qué tengo que decir?

—Nada, ya saben quién eres y también que vendrás; será una entrevista como cualquier otra.

—Seguro que sí...

Daniel le dedicó una sonrisa apenada.

—Todo irá bien, no te preocupes —le dijo, casi en un arrullo.

Sin embargo, Charis no pudo sentirse tranquila. Comenzaba a sufrir un dolor punzante entre los ojos, que no le dejaba evaluar las cosas con claridad. Probablemente hubiera estado nublando su juicio desde mucho antes sin que ella se diera cuenta, o no estaría sentada en ese vehículo, camino al hospital Saint John con el prospecto de trabajar allí. Allí, de entre todos los lugares...

—Dan —masculló con el labio tembloroso—, espera.

—¿Qué sucede?

—Detén el auto... —farfulló, cuando un fugaz lapso de claridad le devolvió el buen juicio.

—¡¿Huh?!

—¡Detén el auto!

—¡Charis! ¡Pero, ¿por qué-...?!

—¡Detén el auto, Daniel! ¡¡PARA!!

Se orillaron de modo tan abrupto que las llantas chirriaron sobre el pavimento, y los dos salieron despedidos hacia adelante antes de quedar clavados otra vez al respaldo de sus asientos.

https://youtu.be/6n22QdaVias

Aún con el vehículo detenido, Charis no halló el valor de bajarse, y su mano tembló sobre la manija, sin llegar a abrir la puerta.

Un silencio tenso se asentó entre ellos.

Finalmente, Charis soltó la manija y dejó caer la frente entre sus palmas. Sintió náuseas, intensos escalofríos, y la piel de su rostro impregnarse de un sudor helado y pegajoso.

Daniel aguardó mudo; pero su silencio hablaba alto. A su lado, los vehículos los sobrepasaban y la gente continuaba su camino por la calle, mientras que dentro del auto el tiempo parecía haberse detenido.

—No quiero trabajar allí —admitió Charis, tras una larga pausa—. No quiero, Daniel... Esto es una pésima idea...

—Pero dijiste-...

—¿Cómo podía negarme y dejarlos plantados? Maldición, Dan... ¡Hubiese preferido que me consultases primero! ¡Te dije la última vez que no tomaras decisiones por mí!

Aquel no dijo nada, pero Charis no necesitó que lo hiciera. Podía percibir su decepción sólo por el cambio en su semblante. Transcurrió otro largo tiempo antes de que pudiera oír otro sonido salir de él:

—No quiero que te vayas.

Charis levantó la vista de golpe. Su voz sonaba adolorida, rota; como nunca antes la había oído. Y cuando lo miró a los ojos, los encontró empañados de rocío; débilmente ocultos por párpados temblorosos y un ceño tenso.

—No quiero que te vayas, Charis. Yo... no quiero perderte. No otra vez...

Ella sintió su corazón estrujarse de manera agonizante. Daniel derribó con ello todas sus defensas.

«Ni yo a ti...», pensó.

Pero no halló las fuerzas para admitirlo. Menos para continuar enfadada por más tiempo.

—Dan-...

—Por favor —exhaló, exhausto. Charis recorrió discretamente su rostro y se percató de que Daniel llevaba en la quijada una sombra incipiente de barba, y que su cabello no estaba prolijamente peinado, como siempre—. Dale una oportunidad a esto. Sé cuánto te aterran los hospitales. Créeme que, si tuviera una mejor opción que ofrecerte, ¡te la daría! —Y ella le creyó—. Pero esto es lo que tengo. Es todo cuanto puedo hacer. Por favor... tómalo.

Charis sintió las lágrimas pugnar en las esquinas de sus ojos y tuvo que abstenerse de pestañear, sabiendo lo que ocurriría si lo hacía. Llevó en cambio las pupilas al frente, al parabrisas, en espera de que sus lagrimales se secasen antes de malograr su maquillaje y su orgullo.

—Yo tampoco quiero irme —reconoció al cabo de algunos instantes—. No quiero dejarte, Dan. Ni a Marla, o a los niños... Pero si esto no funciona...

—Solo inténtalo. —Fue una súplica esta vez—. Yo mismo te ayudaré a buscar otras opciones luego; lo prometo. Entre tanto, ni siquiera tienes que preocuparte por hacerlo bien o mal, ¡nosotros te ayudaremos en cada paso, con cualquier cosa que...!

Charis apartó la vista del parabrisas.

—¿«Nosotros»?... ¿«Nosotros», quienes?

Daniel inhaló un breve aliento y torció una sonrisa culpable. No tuvo que oír el resto. Ella movió la cabeza con un suspiro y se tendió contra el respaldo el asiento, llevando la vista al techo.

—Así que incluso has metido a Torrance en esto...

Daniel abrió los labios pare decir algo, pero al final se calló y asintió.

Charis tuvo que hacer uso de todo su valor para llegar a una determinación. Quizá no la que deseaba, pero la única que tenía.

https://youtu.be/vtFFNC90v9w

Estaba segura de que la silueta del tétrico hospital Saint John lograría lo que Beth no había logrado, y que se vería disuadida. Bastaría un vistazo al interior de los vacíos tenebrosos que eran sus ventanas, o a sus muros avejentados de casi un siglo de edad para que recobrase el sentido y saliera corriendo por donde había venido; de manera que Charis evitó a toda costa mirar al frente cuando bajaron del auto, y mantuvo la vista en sus pies en lo que ella y Daniel se apresuraban hacia la puerta de entrada.

Cada minuto de camino hasta allí, entre el traqueteo y las vueltas del vehículo y los nervios, había empeorado sus náuseas; al punto en que creyó que vomitaría.

Sentía escalofríos incluso antes de entrar en el recinto, en donde el frío y la humedad del interior la recibieron, exacerbando sus síntomas.

Apenas se fijó en la gente que se encontraba en la sala de espera cuando cruzó con Daniel, dejándose guiar por él. No obstante, él se detuvo justo bajo el dintel de la puerta hacia un largo pasillo, sin avanzar otro paso.

—Te dejo aquí. Yo tengo que irme corriendo o tendré problemas.

—¡Dan-...! —estuvo a punto de rogarle que no la dejara sola.

—¡No te preocupes! Tú sigue por este pasillo. Hay varias oficinas; la que buscas es la de recursos humanos. No está señalizada, pero si preguntas-...

—Vamos, yo te llevaré.

La voz de Jesse Torrance la sobresaltó menos que de costumbre, pero de igual manera se sobresaltó con su repentina aparición. Daniel parecía tan sorprendido como ella de verlo allí, aunque no hizo ningún comentario al respecto y en cambio siguió su camino:

—Gracias, Jess. Yo tengo que irme ya. ¡Suerte, Charis! ¡Cuéntame cómo sale todo!

Una vez se hubo esfumado, y antes incluso de que ella pudiera hacer preguntas, Jesse avanzó por el pasillo, acuciándola con un gesto de su mano.

—Date prisa, ya casi es la hora.

Charis dudó un momento, pero al final lo siguió con pasos tambaleantes.

Se encontró recorriendo junto a él y a toda velocidad un largo pasillo que no había visto antes, a los lados del cual, tal y como había dicho Daniel, había varias puertas de oficina.

—¿Tienes tu CV? ¿Expediente? ¿Referencias? —le preguntó Jesse.

—Sí.

—¿Daniel ya te indicó qué hacer?

—Algo así.

—Genial.

—Lamento que Daniel te metiera en esto. Ni siquiera sé si vayan a darme el puesto, pero-...

—Lo harán.

Ella movió la cabeza. ¿Por qué estaban los dos tan seguros de ello?

Conforme se acortaba el pasillo, empezó a sentir que daba pasos en el aire. El malestar en su estómago no había hecho sino empeorar con cada paso; imaginó que en gran medida influido por el alcohol que había ingerido la noche anterior.

¿Por qué tuvo que elegir precisamente esa noche para salir de fiesta? Si Daniel hubiese tenido la amabilidad de avisarle lo que planeaba...

Continuó avanzando, intentando ignorar su malestar. No había querido dar importancia a sus síntomas desde su viaje en auto hasta allí, pero no pudo seguir ignorándolos por mucho más tiempo cuando una súbita oleada de malestar, más fuerte que ninguna otra hasta ese momento, la atacó agresivamente, obligándola a frenar de golpe en mitad del pasillo, con una mano contra el estómago:

Jesse se detuvo algunos pasos por delante de ella al notar que se quedaba atrás:

—¿Te... encuentras mal? —le oyó mascullar, y lo advirtió aproximarse, gracias a la visión de sus delgadas piernas, y sus viejísimas deportivas Converse azules.

Antes de que pudiera responder, el malestar se tornó tan insoportable que tuvo que inhalar y exhalar hondo intentando calmarse, pero su respiración se distorsionó rápidamente al ritmo de jadeos desenfrenados, sintiendo que sus tripas se retorcían con espasmos dolorosos.

Un frío gélido bajó entonces por toda su columna, provocándole una sensación tal como si su piel se volviera frágil y tirante, a medida que se le erizaba cada centímetro de la cual. Su garganta primero, y después toda su boca, se llenaron de un sabor agrio y desagradable, y algo ácido y caliente subió por su esófago, quemando sus vías.

Rogó porque solo fuera reflujo estomacal. Intuía lo que venía, pero no quiso creerlo. Puso todo su ser en intentar frenar lo que sabía que pasaría, pero fue completamente inútil, pues, inmediatamente después, sin que pudiera hacer nada por evitarlo, las náuseas de la resaca, sumadas al malestar estomacal provocado por la ingesta del alcohol, y todo agudizado por la carrera frenética en auto y sus devastadores nervios, obraron en equipo para sabotearla de la manera más espantosa posible.

Se dobló violentamente en dos con rodillas temblorosas, y allí, en medio del pasillo, ante la mirada absorta de Jesse Torrance, devolvió de manera escandalosa todo lo que había comido y bebido la noche anterior en el piso a sus pies.

Y, tan pronto como el malestar le sobrevino, su estómago se calmó, aunque prevaleció el sabor agrio en su boca y sus oídos continuaron pitando por varios segundos más.

No obstante, haberse deshecho de esa desagradable sensación le supuso un alivio pasajero y un muy pobre consuelo a la situación que ahora enfrentaba.

Quedaban los estragos; el daño colateral.

Charis apretó los ojos sin querer mirar, y sostuvo su palma contra su rostro sin dar crédito a lo que acababa de ocurrir; como si no fuera sino una pesadilla de la que pudiera despertar con solo cerrar los párpados con la fuerza suficiente.

—No puede ser... No puede ser —se repitió—, Dios, no puede ser... Esto no está pasando...

Esperó tener el cabello lleno de vómito; el cabello y toda su ropa... No quería mirar, pero se obligó a hacerlo, y al abrir los ojos, el charco en el piso amenazó con provocarle más arcadas, así que tuvo que apartar la vista.

Pero su pelo al menos estaba fuera de su rostro, y por algún milagro, su ropa estaba limpia; aunque no pudiera decir lo mismo del suelo...

Aun así, el agresivo olor no falló en golpear sus fosas nasales, y Charis cubrió su nariz y boca, todavía incapaz de erguirse del todo. Y al hacerlo se enfrentó a otro hecho terrorífico. El olor no se esfumó; venía de ella. Del interior de su boca.

Todas sus opciones se redujeron así a la única que veía viable ahora: la de salir corriendo y no regresar nunca. Tomar la propuesta de Beth y marcharse esa misma mañana las dos de Sansnom; huir de la humillación y de todas las cosas desagradables que había vivido allí, en ese maldito hospital, y en esa maldita ciudad.

Pero no pudo moverse. Cuando lo intentó, sintió un ligero tirón en el cuero cabelludo. Y al volver a abrir los ojos, se percató de que Jesse se lo sostenía a la altura de la nuca, lejos del rostro. El tacto de sus manos heladas cerca de su cuello empeoró sus escalofríos y se apartó incómoda:

—¿Estás bien? —Incluso la voz suave de él, esa voz arrulladora, no fue capaz de traerle en esta ocasión ninguna clase de consuelo.

Su primer reflejo fue el de mirar a su alrededor a ver si había algún otro testigo de lo sucedido, pero su vista estaba nublada por las lágrimas. Ella sacudió la cabeza en negativa.

Y entonces, esa mano de tacto gélido que solía detestar, la que alguna vez no le había provocado sino escalofríos la sola idea de tocar, cerró sus dedos en torno a su muñeca y tiró de ella para guiarla. No supo si por su debilidad o solo porque era realmente todo lo que podía hacer en ese momento, pero Charis se dejó conducir por él sin hacer preguntas.

No vio el camino, solo miraba el suelo y los pies de ambos avanzar.

Temía levantar la mirada y hallarse víctima de otras; ya fuera que la hubieran visto o que, de alguna manera, fuesen capaces de adivinar lo que había ocurrido. Tal vez tenía manchas de vómito en los zapatos. Como si eso fuera necesario... Su solo olor bastaría para que todos lo supieran.

No sabía a dónde se dirigían, pero no le importaba, mientras fuera muy lejos de allí.

Entraron en una habitación oscura, que se sumió en tinieblas cuando Jesse cerró la puerta a sus espaldas. Charis no tuvo tiempo de espantarse antes de que este encendiera la luz de un viejo foco amarillento en el techo, el cual apenas sirvió para iluminar la estancia.

Parecía ser una especie de cuarto de aseo, repleto de artículos de limpieza, cubos para acarrear agua y escobas.

Había un viejo lavabo en un rincón. Jesse la condujo hasta allí, y lo primero que hizo ella, en cuanto tuvo el lavabo cerca, fue abrir el grifo y meter bajo el fino hilo de agua la mano ahuecada para recoger una porción de la misma que se llevó a la boca.

—Espera aquí; no te vayas —le dijo Jesse.

Charis lo oyó salir por la puerta mientras ella sorbía buche tras buche de agua, y la escupía para enjuagar el desagradable sabor agriando su lengua.

Después se llevó las manos humedecidas al rostro para refrescarse, y se las pasó por el cabello.

No había espejos cerca, y no quiso hurgar en su bolso en busca del suyo, adivinando su aspecto sin necesidad de verlo.

Se estaba perdiendo la entrevista, pero aquello era lo último en el orden de sus prioridades en ese momento. Lo primero: el fétido y nauseabundo desastre en el pasillo. Tenía que limpiarlo. Y el solo pensar en lo vergonzoso que iba a ser arrodillarse en el piso a limpiar su propio vómito hizo que deseara quedarse a vivir en ese cuarto oscuro para siempre.

Se dejó caer sentada sobre lo que parecía ser un viejo balde de pintura y hundió el rostro entre las palmas de sus manos en lo que intentaba poner en orden sus pensamientos para resolver qué haría a continuación. Mas no pudo pensar en nada. Sentía que su cabeza pulsaba de forma dolorosa y que iba a estallar en cualquier momento.

La puerta volvió a abrirse poco después, dando paso a la delgada silueta de Jesse, quien, callado como siempre, fue directo al lavabo. Charis se fijó en que llevaba las mangas arrebujadas. Traía en una mano una botella, la cual dejó a un lado en una encimera, y en la otra acarreaba un balde, cuyo contenido vertió en el lavabo para luego enjuagarlo. Todo lo hizo sin decir una sola palabra.

Entre tanto, ella se limitó a respirar hondo para apaciguar sus nervios ya destrozados.

—Lo eché todo a perder... —Torrance era la última persona con quien hubiese querido sincerarse, pero era todo lo que tenía en ese momento—... Lo arruiné todo de nuevo, Jesse... Todo.

—Aún tienes veinte minutos. —Jesse volvió a su lado y le extendió la botella de agua.

Charis notó que estaba sellada y que Jesse la sostenía con una toalla de papel, de manera que no la estaba tocando directamente.

Aquello le dio la confianza para aceptarla y empezar a desenroscar la tapa. Le dio varios sorbos cortos. La frialdad alivió su estómago acalorado y su garganta abrasada por la bilis. Se percató de que tenía sabor a manzana, y el dulzor le ayudó a desvanecer mejor el sabor que amargaba su boca.

Jesse se mantuvo silencioso por algunos instantes.

—... ¿Estás... enferma? —preguntó al cabo de algún rato.

Charis suspiró y le dio un sorbo más largo al agua.

—No, no lo estoy. —Aunque su primer impulso fue el de mentir, al final no tuvo el valor de hacerlo. ¿Qué caso tenía?—. Salí anoche, y bebí demasiado. No importa ahora...

—Te quedan dieciséis minutos.

—¡Es inútil, Jesse! Huelo a vómito, arruiné mi maquillaje, tengo que limpiar el desastre del pasillo, y-...

—No, eso-... —cortó él—. Yo ya... me encargué de eso.

Charis levantó la cabeza de golpe, con los ojos casi fuera de su órbita.

—... ¡¿Tú, qué?!

Jesse levantó las cejas, tan desconcertado por su grito como ella con la noticia. Charis se revolvió el pelo, exasperada.

—Oh, por dios... Dime que estás bromeando... No lo hiciste...

—¿Qué... fue lo que hice?

—Dime que no acabas de limpiar mi vómito. Porque eso es... ¡Por dios...!

El rostro pálido de él se relajó con un suave respiro.

—Huh... ¿Es por eso? No es... nada. Limpio vómito todo el tiempo. Vómito, y-... —Pareció frenarse de golpe en mitad de su frase, y cambiar al último momento sus palabras—. Y otras cosas. Es... mi trabajo.

Aquello tendría que haberle servido de consuelo, pero no hizo que Charis se sintiera menos avergonzada.

Jesse no dijo otra palabra por largo rato; no lo hizo sino para recordarle la última cosa que necesitaba oír en ese momento:

—Te... quedan diez minutos.

—¡Deja de contarlos! —chilló ella, haciendo aspavientos con los brazos—. ¡¿No ves que ya todo se fue al carajo?! ¡No voy a entrar allí hecha este desastre!, ¡llorosa y oliendo a...!

Interrumpió su frase al momento en que apareció ante sus ojos lo que reconoció como un cepillo de dientes. Era simple, no tenía marca, pero estaba dentro de un empaque plástico. Charis se lo arrebató como si fuese un tesoro preciado y lo examinó en su mano.

https://youtu.be/zPndtvek_Jo

—¡¿De dónde lo sacaste?!

—Los usamos aquí en el hospital, para el aseo de pacientes postrados y con movilidad comprometida.

Junto con el cepillo, Jesse le entregó también un pequeño tubo blanco con el nombre del hospital. Era pasta dental. Charis lo recibió también y lo examinó perpleja.

Jesse le señaló el lavabo:

—Allí tienes agua. ¿Hay... algo más que necesites?

Charis observó el cepillo en su mano, junto con el tubo de pasta. ¿Era suficiente? Quizá todavía podía hacerlo. Ya tenía la solución a su aliento en las manos, y en su bolso tenía su maquillaje, su espejo...

—Siete minutos.

Ella movió la cabeza. Aspiró una larga bocanada de aire, armándose de coraje, y luego exhaló fuertemente.

—De acuerdo... Intentémoslo.

Con manos temblorosas abrió el empaque, desenroscó la tapa del tubo y tras vaciarla en el cepillo se lavó los dientes tan meticulosamente como pudo en espacio de dos minutos. Solo le quedaban cinco para componerse y presentarse a la entrevista. Una vez hubo terminado de lavarse, y sintiéndose fresca otra vez, Jesse abrió la puerta de la bodega para permitirle la salida.

—¡Aún no!

—¿Qué pasa?

—No puedo salir aún, ¡mi cara es un desastre!

En lo que hurgaba en su bolso, advirtió una delgada ceja negra levantarse por encima del marco de sus lentes:

—Te... ves bien así.

Charis se paralizó. La inocencia de su tono casi logró conmoverla, a la vez que le hizo subir un leve bochorno a las mejillas.

—Aun así... necesito dos minutos más. ¡Mierda, está muy oscuro aquí! —Empezaba a exasperarse— ¡Tú siempre cargas una linterna! ¡¿Tienes alguna ahora, o...?!

Una luz brillante fulguró frente a su rostro antes de que terminara de hablar.

—Bien, ¡perfecto! Sostenla así —pidió, al hallar su estuche de maquillaje.

Se hizo rápidamente con su espejo y lápiz labial, y se retocó los labios. Con una toalla húmeda limpió sus lagrimales en donde la máscara de pestañas se había corrido un poco a causa de sus ojos llorosos, se retocó el rímel y luego extendió el espejo a Jesse:

—Detenlo en alto para mí —pidió, y cuando este obedeció, ella se hizo con su peine y se lo pasó un par de veces por el pelo, tan apresuradamente que se dio algunos tirones y se cortó varios cabellos.

Al mirar el resultado final en el espejo le pareció que no lucía tan mal. Su rostro aún estaba rojo, y sus mejillas y ojos algo hinchados, pero no era demasiado notorio.

Como último detalle se roció perfume y se precipitó en dirección a Jesse, sacudiendo una mano junto a su rostro:

—Huéleme. ¿Huelo a vómito?

Aquel retrocedió casi por acto reflejo, pero al instante siguiente se inclinó en su dirección y aspiró suavemente:

—A menta. Y a perfume. Hueles... bien.

Charis exhaló, aliviada y empezó a guardar sus cosas.

—Un minuto —le recordó él; parecía casi tan nervioso como ella.

Ella cerró su bolso, se acomodó por última vez el pelo y salió hecha un rayo por la puerta que él sostenía abierta para ella. Jesse salió detrás, y a partir de allí, avanzaron a toda prisa por el pasillo, de regreso al lugar que habían abandonado, y por el cual, al pasar, Charis encontró el piso limpio y oliendo agradablemente a detergente.

Se detuvieron entonces frente a una puerta, cuando ya eran tres minutos pasada la hora de la entrevista.

Charis se detuvo a recobrar el aliento. Se encontró cuestionándose a sí misma una vez más. ¿Por qué estaba tan ansiosa y tan desesperada por causar una buena impresión si no le apetecía trabajar allí?

Pero no tuvo que pensarlo demasiado...

Era porque, por encima de su aversión a ese lugar, este representaba una segunda oportunidad. La de reconstruir las partes rotas de su vida sin tener que edificar otra desde cero. Por eso, estaba dispuesta a intentarlo.

—Bien, ya estoy aquí —exhaló

—¿Tienes todo lo que necesitas?

—Tengo todo. Por dios... Por dios... —se abanicó con las manos, intentando respirar con normalidad.

—Tranquila. Te irá bien —le dijo él, y, sin darle tiempo a hacer nada más, le abrió la puerta—. Buena suerte —silabeó en un susurro.

Charis no pudo despedirse de él ni darle las gracias, pues una oficina sobria, pero más elegante de lo que se había esperado, apareció frente a ella.

Un hombre alto de mediana edad, cabello oscuro arriba y canoso en las sienes, vestido de traje, y una mujer joven de cabello negro y cuidadosamente peinada, le sonrieron desde el interior a modo de saludo.

—Buenas tardes. Lamento la tardanza —correspondió ella, al momento de internarse allí—. Mi nombre es Charis Cooper. Estoy aquí por el puesto de secretaria.


https://youtu.be/QObMDkyV_zQ


Beth siempre había creído que las aplicaciones de mapas para el móvil eran uno de los mejores inventos. Bastaba con un nombre y tenía una ubicación exacta, el camino más corto, líneas de transporte y el tiempo que demoraría.

Todo lo que necesitó teclear en la aplicación fue: «Hospital Saint John».

Ella nunca había estado antes en el soso y poco pintoresco pueblucho de Sansnom, pero adivinaba que, si había aprendido a moverse por ciudades muchísimo más grandes solo con ayuda de su móvil, no le costaría demasiado ubicarse en un lugar tan pequeño.

Mientras caminaba hacia la parada de autobús, un auto le tocó las bocinas, acompañado de un silbido por la ventanilla. Poco después, un hombre que pasó junto a ella dio una vuelta completa para echarle un vistazo de pies a cabeza, murmurando algo que Beth no alcanzó a oír, pero que respondió con una sonrisa, ajustando con coquetería sus lentes oscuros sobre su nariz.

Nunca le había molestado esa clase de atención. Era consciente de la longitud de su falda y de la profundidad de su escote, y sabía perfectamente el efecto que producía con ellos.

Llegada a la parada, no tuvo que esperar demasiado para que el autobús correcto apareciera frente a ella, y se subió de un pequeño salto, haciendo ruido con sus tacones en la rampa metálica del vehículo.

Distinguió varios rostros masculinos entre los pasajeros, fijos en ella, y devolvió una sonrisa mientras los recorría.

Saludó al conductor como si se dirigiera a un pariente querido, y este correspondió al saludo, a partes iguales agradecido y perplejo.

Beth pagó entonces el precio del viaje, y se detuvo afianzándose del tubo:

—¡Oh, cielos! —exclamó, con un suspiro agraviado— Parece que no hay sitio.

Al instante, tres asientos se desocuparon con un breve barullo, y junto a cada uno de ellos, un rostro masculino le sonreía invitador.

Ella tomó el asiento más próximo, en las primeras filas, agradeciendo la amabilidad del hombre que lo dejó libre para ella, y tras ocupar el sitio libre, acomodó sutilmente el escote de su blusa para asegurarse de recompensar su gentileza con algo que mirar el resto del viaje.

Su madre, una feminista empedernida, hubiese estado horrorizada. Siempre había sido severa a la hora de inculcarle sus principios, y Beth compartía sus ideales. Sin embargo, balanceaba los radicalismos de su madre con su propia filosofía, la cual le dictaba que, si por cualquier motivo se veía sujeta a la cosificación de su persona por parte del sistema en que vivían y al cual su madre profesaba tanto desdén, no había nada malo en beneficiarse de ello.

Llegados a la parada, el Hospital Saint John lucía tal y como Charis se lo había descrito. Un edificio enorme y tosco, que parecía provenir de otra época. Las ventanas amarillentas no la intimidaron tanto como se había imaginado que harían, de acuerdo con lo que su amiga solía relatarle cuando hablaba, pero ella nunca había sido el tipo de persona que se asustara fácilmente.

La mañana estaba algo fría, y llevaba las piernas desnudas, así que se apuró al transitar por el estacionamiento, cerrándose el abrigo sobre el pecho y encogiendo los hombros.

Apenas abrir la recibió dentro el olor característico a hospital. Buscó a Charis con la mirada, pero no pudo verla por ningún lado. Tampoco vio ningún rostro conocido por los alrededores, y se decepcionó, pues esperaba encontrar a Daniel para que pudiera orientarla.

Buscó en la sala de espera cualquier otra cara amable que pudiera darle información del último. Se detuvo primero en la mujer rubia detrás del mesón de recepción, pero desistió de dirigirse a ella en cuanto esta captó su vista y le lanzó otra, inusitadamente malhumorada.

—Nope... —susurró Beth.

No había demasiada gente, y los pacientes eran en su mayoría gente anciana. Las enfermeras y auxiliares parecían llevar prisa a todos lados y los doctores únicamente se asomaban para llamar a sus pacientes.

Encontró su salvación en el único miembro del personal que no parecía intimidante. Se movía alejado del centro, casi apegado a la pared de la sala. Llevaba un papel en la mano al cual apuntaba una nariz fina y puntiaguda.

—Bingo —se dijo ella, y se movió en un trote en su dirección.

Lo interceptó camino al mesón de la recepcionista y se quedó cerca a esperar que dijera lo que tenía para decir a la tosca mujer rubia.

—Diane. —Pero aquella ni siquiera se molestó en levantar la vista de su computador—. D-... Diane —insistió él.

El volumen suave de su voz iba perfecto con su corta estatura y su delgadez bajo el uniforme ancho, y Beth sonrió divertida.

—¡Qué quieres!, estoy ocupada —ladró la mujer, sin apartar la vista del teclado de la computadora, a la vez que exhalaba un pesado resoplido. Cesó de teclear tras un momento, pero aún entonces no se dignó a mirarlo.

—Me diste la ficha del paciente equivocado.

—Claro que no —esta le arrebató de la mano el archivo de un zarpazo cuando este se lo extendió—. Dijiste «Fowler».

—Alcance de apellido. Necesito la de «Ruth Fowler».

—Maldición... —La mujer rubia se apartó en su silla y comenzó a buscar en la gaveta de un fichero metálico a sus espaldas.

El muchacho se mantuvo impasible a pesar de la actitud hosca de la mujer. Beth torció una mueca, apenada por él. Entonces, se aproximó al mesón y se inclinó lo suficiente para ver al auxiliar al rostro, aunque no pudo ver más allá de los cristales de sus lentes.

—Recepcionistas —susurró, llevando las pupilas a las esquinas de sus ojos.

Aquel levantó el rostro en su dirección, y luego tuvo el más curioso de los gestos. Se dio un cuarto de vuelta para mirar en el sitió detrás de él, antes de volver a ella, abrir los labios como a punto de decir algo, y luego cerrarlos y esconder otra vez el rostro tras una espesa mata de pelo negro.

Diane se acercó con otra carpeta y la puso sobre el mesón de un golpe brusco que hizo al muchacho dar un pequeño salto:

—¿Algo más?

—Es todo...

—¿Y la dama? —preguntó, aludiéndola a ella, y Beth no pasó por alto el vistazo de pies a cabeza que le echó y el modo en que enarcó las cejas al mirarla.

Beth le dedicó una sonrisa amable aun así.

—Oh, no se preocupe por mí. Es con él con quien quería hablar.

Tanto la recepcionista rubia como el muchacho de pelo negro le clavaron un vistazo lleno de desconcierto.

Beth se despidió con una mano de la mujer y se apartó del mesón haciendo un gesto a Jesse para que la siguiera. Este obedeció con una vacilación.

—¿Puedo... ayudarla en algo? —masculló.

Beth apenas pudo oírlo.

—En realidad busco al doctor Daniel Deming.

—¿Es... urgente?

Algo en su expresión la conmovió. No se lo dijo en palabras, pero parecía suplicarle que dijera que no, y Beth adivinó que entonces quizá no era conveniente molestarlo.

—No, en realidad no —suspiró ella—. Pero... no le habrás visto llegar con una pelirroja muy linda, ¿o sí?

Esa descripción pareció suscitar familiaridad:

—... ¿Te refieres... a Charis?

—¡Sí, ella!

Entonces supo quién era el muchacho.

Charis nunca le había descrito cómo se veía, solo le había contado sus experiencias con él: el tétrico chico de los muertos; el amigo de Daniel. De quien hablaba cada vez con menor resquemor.

—Espera, yo te conozco. —No pudo evitar levantar un índice acusador en su dirección, con el cual pareció desconcertarlo lo suficiente como para hacerlo retroceder un paso con expresión nerviosa—. Jesse Torrance... ¿verdad?

Notó entonces que algo colgaba alrededor de su cuello. Un cinto de color azul, cuyo extremo estaba escondido en su uniforme. Beth lo atrapó entre sus dedos y tiró de él para revelar su credencial, la cual corroboró sus sospechas. Tenía su nombre impreso, junto a una fotografía, y la descripción del cargo: auxiliar de enfermería.

—¡Conque eres tú!

Aunque tuvo problemas en creer que en verdad se tratase de él.

Cuando Charis hablaba del tétrico auxiliar de morgue, Beth se había imaginado algo completamente diferente. Un hombre alto, encorvado, de piel cetrina y largas uñas resquebrajadas y afiladas. Nunca se hubiese imaginado al muchachito pálido y de aspecto frágil que tenía en frente. ¿Era esa la misma persona de quién Charis había pasado semanas aterrorizada?

Beth le extendió una mano con una enorme sonrisa, a partes iguales amable y divertida. Su amiga siempre lo exageraba todo...

—¡Encantada de conocerte al fin!, no imaginé que fueras tú. Me esperaba a alguien más... aterrador.

Aquel dudó antes de estrechársela. Parecía cauteloso con cada uno de sus movimientos desde el momento en que Beth había pronunciado el nombre de Charis. En cuanto accedió a su saludo, Beth supo que si no hubiese sabido su nombre, le hubiese reconocido gracias a esa única característica. «Manos heladas, como las de un muerto». Pero su tacto estaba lejos de parecerse al de un muerto; su piel era muy suave, y sus dedos largos y delgados tenían un aspecto atractivo.

Ella la sacudió calurosamente.

—Por supuesto que también te habrá contado todo sobre mí. ¡Heme aquí! —se señaló con ambos pulgares en alto—, la que viste y calza; la primorosa, la glamurosa, ¡la-...!

Se frenó en el instante en que notó que él se mordía los labios y ladeaba el rostro con confusión.

—... ¿No? —Beth soltó un bufido y puso los ojos en blanco—. ¡Hmph! ¡Pero mira si es ingrata! ¡¿En verdad no lo hizo?!

Jesse se encogió de hombros, culpable:

—Lo siento. Ella y yo... no es que hablemos mucho. Aunque —levantó con cuidado una de sus manos en alto y erigió un dedo nervioso en su dirección—... eres... su amiga de Los Ángeles, ¿correcto? Te gustan... Queen. Y Pesadilla antes de navidad.

Beth alargó nuevamente la sonrisa. Se sacó el móvil del bolsillo del abrigo y se lo mostró. Su cubierta para el móvil era la última escena de la película. El esqueleto, Jack, y Sally, la muñeca, de pie y tomados de la mano sobre la colina en espiral.

Algo muy parecido a una sonrisa asomó a los delgados labios del auxiliar de morgue. Este se llevó la mano al bolsillo y levantó en alto sus llaves, desde las que colgaba un llavero con la cabeza de Jack.

Beth dio un saltito al frente y acunó el llavero en sus palmas para admirarlo:

—¡Así que eres de los míos! ¡¿Por qué, de todas las cosas que Charis me contó de ti, omitiría esta?!

Jesse ladeó ligeramente el rostro:

—¿Ella... te contó de mí?

—Tranquilo, no me ha dicho nada comprometedor —le guiñó el ojo—. Así que al menos me ha mencionado. Bien, eso la redime, pero no del todo. —Se guardó el móvil, a la vez que Jesse se guardó las llaves—. Que no te haya dicho mi nombre es imperdonable; solo espera a que la encuentre. ¿Sabes en dónde está? ¿Ya está en su entrevista?

—Entró hace veinte minutos.

—¿Sabes en dónde puedo esperarla?

Jesse echó un vistazo alrededor. Beth captó que la dirección de su mirada se detenía en la recepcionista, antes de hacerle a ella un gesto disimulado:

—Por aquí.

—¡Oh! —bajó su voz al nivel de susurros— ¿Estamos haciendo algo malo?

Aquel se detuvo de golpe sobre su amago de avanzar:

—N-no... no es-... Bueno, no se supone que-... Pero no es-...

Beth lo rodeó con un brazo y lo instó a avanzar otra vez. Jesse caminó con el rostro gacho y la vista en el suelo. Percibió que tensaba ligeramente los hombros.

—Descuida —le dijo ella—. Soy la persona indicada para romper las reglas. ¡Vamos a buscar a esa preciosura pelirroja!

https://youtu.be/jW-qKceHogE

Mientras caminaban, Beth se entretuvo mirando por los alrededores. El hospital lucía muy viejo, tal y como Charis lo había descrito, pero le sorprendió lo limpio que estaba.

—Así que... —Beth se acompasó al paso del silencioso auxiliar y caminó ligeramente por delante de él para poder mirarlo al rostro—. ¿Trabajas en la morgue del hospital?

—Uh... S-... Sí, algo... así.

—Debe ser asombroso.

Aquel continuó andando con la vista puesta al frente.

—N-no lo... sé.

—Bueno, supongo que tiene que ser duro; es decir, ver a la muerte a la cara todos los días; imagino que no siempre ha de ser agradable.

Había opinado eso desde que Charis le había contado la clase de labor que el «chico de los muertos» desempeñaba, y tras lo que ella misma había indagado en Internet, llevada por la curiosidad.

—A-... a veces. —Fue todo lo que dijo él. Pero, tras la insistencia de la mirada de ella, en espera de que le diera más detalles, añadió—: La... mayor parte del tiempo solo es... silencioso.

Beth sonrió, cada vez más interesada. Dio una cabeceada, sin dejar de prestar atención, en espera de oír más.

Él exhaló suavemente y suspiró:

—En realidad... todo el hospital... lo es. Pero allí es... mucho más. Más silencioso, quiero decir-... Es-... E-es tranquilo.

Ella alargó la sonrisa, divertida y enternecida por su nerviosismo:

—¿Y no te asusta? Me refiero a... tratar con personas fallecidas.

Aquel lo pensó un momento. Su voz se tornó en susurros apenas audibles.

—Me... incomoda más la... gente viva.

Beth se frenó momentáneamente sobre sus pasos y dejó salir una carcajada, de la cual se apenó al percatarse de que él no se estaba riendo. ¿Acaso no pretendía bromear? O solo tenía un sentido del humor un tanto extraño, lo cual no le desagradaba.

—Entiendo eso —paró con mucho esfuerzo de reír—. Bueno, pero por otro lado, saber que estás ayudando a encontrar la causa de muerte de esas personas...

—Oh n-no... No, yo no-... yo no hago... eso. Es decir... yo solo... «preparo».

—¿«Preparas"?

Jesse Torrance apretó los labios y dejó salir un sonido incómodo. Beth no tuvo que indagar demasiado para saber el motivo de que se resistiese a hablar.

Tenía que ver con Charis, cómo no...

—Está bien, puedes contarme. No soy como Charis para esas cosas, te lo aseguro.

Él inhaló una ligera bocanada y habló con cautela, como si midiera y evaluara su reacción a cada una de sus palabras.

—Me refiero a... cortar, separar, abrir, y... sacar todo. El doctor forense es quien encuentra la causa. Y... después...

—¿Después...?

—Yo solo... pongo todo en... «su sitio»... ¿sabes? —Tragó saliva, y Beth hizo una o con los labios al comprenderlo—. Y... suturo. Luego... entrego al fallecido a su familia. Para que se lo lleve el servicio funerario.

Ella dio un par de cabeceadas, fascinada de oírlo.

—O sea... que tú haces la parte más pesada del trabajo.

Jesse Torrance lo meditó un momento y luego se encogió de hombros:

—¿Eso... creo?

—Te quitas demasiado mérito. Eres quien deja los restos de una persona presentables para su familia, para que pueda tener una despedida digna. —No tuvo que mentir; le bastó con ser sincera. ¿Cómo Charis no era capaz de ver la parte admirable de ello?—. Creo que es algo hermoso. Debe ser genial ser parte de eso.

Jesse le dedicó un breve vistazo de refilón, antes de volver la vista al frente. Beth captó que sus hombros se destensaban apenas un poco más.

—Su-supongo...

Beth se contagió de su gesto con una versión más efusiva. Notó entonces que se habían detenido en mitad del pasillo.

De pronto, aquel bajó la vista, y volvió a levantar el rostro en una dirección que Beth siguió con la mirada, y en la que halló una puerta.

—Es allí. Charis debería estar por-...

En ese preciso momento, la puerta se abrió.

Beth vio a dos personas, un hombre mayor y una mujer joven, despidiendo a una muy cordial y elegante Charis, quien dio un apretón a la mano de ambos con una sonrisa. Poco después, salió y cerró la puerta a sus espaldas.

Una vez fuera, su sonrisa se desvaneció con un profundo suspiro.

Empezó a andar, pero apenas fijarse en ellos se detuvo y pareció desconcertada de verlos allí.

—¡¿Beth?!

—¡¿Y bien?! ¡¿Cómo fue todo?! —quiso saber ella, aproximándose en un trote infantil hasta alcanzar sus manos y estrujarlas en las suyas.

Charis se mordió los labios al tiempo en que se encogía de hombros, camino a encontrarla.

—Me temo que tendremos que posponer nuestro viaje a Los Ángeles —exhaló, agobiada—. Porque yo... tengo un nuevo empleo.

Beth contuvo un gritito y salvó la última distancia hasta su amiga a saltos para abrazarla con todas sus fuerzas. Tenía que empinarse un poco para alcanzar su hombro con su mentón. Si Charis era baja de estatura, ella lo era aún más. Charis respondió al abrazo con menor efusividad, pero Beth captó una suave risa viniendo de ella junto a su oído.

Cuando se separaron, no lucía emocionada al punto del éxtasis, pero al menos parecía más tranquila, como si se hubiese deshecho de un gran peso sobre sus hombros.

Beth sostuvo otra vez sus manos y se las acarició, feliz de verla sonreír otra vez.

—Mi cielo —le acomodó un mechón tras la oreja—. ¿Estás mejor?

—Lo estoy. —Entonces, levantó la cabeza en la dirección del pálido muchacho, quien se mantuvo a una distancia cautelosa de ambas—. Jess.... gracias. Gracias por todo.

—Felicidades —le dijo él con otra traza algo más perceptible de sonrisa, y entonces se dio un cuarto de vuelta con una mano en alto a modo de despedida, listo para marcharse.

—¡Espera! —lo retuvo Charis—. Déjame que los presente. Beth, él es...

—Muy tarde, ya nos adelantamos. —Con una mano tras su espalda, Beth la instó a caminar. Por el camino, puso su otra mano contra la espalda de Jesse y los condujo a los dos por el camino de regreso a la sala de espera—. Este amable joven me mostró el camino hasta aquí y además me puso al tanto del desconcertante hecho de que omitiste decirle mi nombre. Te imaginarás mi decepción; mi vergüenza —le recriminó—. ¿Por qué, Charis? ¿Por qué omitiste decirle mi nombre?

—¿Para qué necesitaría saberlo? Nunca imaginé que vendrías aquí.

—Me lastimas... —Ella se llevó una mano al pecho dramáticamente.

Jesse se adelantó entonces a ellas, con el amago de decir algo, y ambas se detuvieron para oírlo:

—Yo... tengo cosas que hacer.

Charis asintió:

—Claro. Nos vemos...

—¡Adiós, Jesse! —se despidió Beth. Él silabeó un «adiós» inaudible.

Beth se adelantó por su parte para situarse frente a Charis. Borró entonces su mueca bromista para dibujar una sonrisa triste:

—Así que... tendré que regresar sola a Los Ángeles. Pensaba que te llevaría conmigo.

—¿Qué dices? Pensaba que querías que viniera a la entrevista.

—¡Desde luego! Y esperaba que te dieran el puesto. Porque tú no querías marcharte de aquí, ¿no? lo he sabido desde el inicio.

—¿Cómo estás tan segura de eso?

—¿Bromeas? Conozco a mi Charichi —Beth le pinchó una mejilla—. Y estoy feliz por ti, mi amor; no imaginas cuánto. Sé que no es el trabajo que tenías en mente, pero al menos es el que tienes ahora.

—Es temporario.

—¿Quién sabe?

—Yo lo sé, Beth, no me quedaré aquí más tiempo del necesario. Antes de mi última semana empezaré a buscar otra cosa; si no es que antes. Si no la encuentro... quizá tu deseo se cumpla y regrese de todos modos.

—Lo que tú desees es más importante para mí —la riñó Beth—. Por supuesto, eres mi mejor amiga, mi alma gemela, y mi amor inconmensurable por ti arde con la intensidad de mil soles... Y te extrañaré horrores cuando regrese sin ti a L.A., pero estaré feliz de saber que tú estás feliz. Y si este pueblucho feo te hace feliz...

—Beth...

—Solo bromeo. —Dejó salir una risa, sostuvo su cabeza entre sus dos manos y se empinó para besarle la frente.

Ya estaban bajo el quicio de la puerta que conectaba el pasillo con la sala de espera, cuando un llamado las hizo levantar a las dos la cabeza.

—¡Charis! —Daniel se aproximaba a ellas en un trote. Beth no omitió la sonrisa que ensanchó su mejor amiga con su aparición— ¡¿Cómo fue la entrevista?!

—¡Hola otra vez, doctor! —lo saludó Beth, y él respondió con una seña de su mano, antes de volver su atención a Charis.

Aquella exhaló un respiro derrotado, y clavó un breve vistazo en Beth antes de responder.

—Tengo el empleo.

—¡¿En serio?!

—Es solo temporario —apuntilló Charis, con un índice inhiesto en alto—. Pero sí.

El aspecto lúgubre de Daniel se iluminó como si una nube negra y lluviosa se disipase sobre su cabeza, dando paso al sol.

Alcanzó sus manos y las sostuvo entre las suyas.

—¿Quiere decir... que te quedas?

—Por ahora —suspiró ella.

Daniel dio un paso al frente y la estrechó con fuerza entre los brazos. Charis emitió algo a medio camino entre una protesta y una risa. Beth pudo sentirse tranquila con ello. Lo último que deseaba era dejar sola a su amiga en la ciudad, pero ahora que conocía a sus amigos, sintió que ya no tenía que preocuparse de que ella estuviera sola, y tuvo de pronto la certeza de que Charis estaría bien.

—Ahora mismo no puedo ausentarme —les dijo Daniel, al soltarla—, pero si me esperan una media hora, puedo dejarlas en casa.

—Descuide, doctor, somos chicas grandes. Podemos tomar un autobús, ¿verdad, cielo? —consultó con Charis, colgándose de su hombro—. Pero primero, ¡desayuno!

Esta asintió de acuerdo y dedicó un gesto tranquilizador a Daniel.

—No te preocupes por nosotras. Estaremos bien.

—Por cierto, olvidé darle las gracias al joven Torrance por llevarme con Charis. Déselas de mi parte, doctor.

—¿Ya se han conocido?

—Hace un momento. Y, como dije, los amigos de Charis son mis amigos, así que ya tengo dos amigos nuevos en este pueblucho.

—Torrance no es amigo mío —disintió Charis, ante el suspiro derrotado de Daniel.

Beth meneó la cabeza y dedicó al último un guiño cómplice.

—Los amigos de sus amigos son mis amigos también.

Aquel sonrió, complacido con su broma. Luego, tras despedirse de ambas nuevamente, se alejó presuroso de regreso a sus quehaceres.

Cuando se marchó, Beth se volteó en redondo hacia su amiga.

—¿Es esto de verdad un hospital?

—¿Por qué lo dices?

—Bueno, Daniel no le hace justicia a lo que me habías contado de él ni a sus fotos. Después el hombre rubio, alto y guapo que nos salvó anoche y que resultó ser un doctor de este mismo hospital. Luego su guapo amigo, Rodrick... De pronto quiero trabajar aquí.

Charis se rio y la condujo afuera:

—Claro. Ve a la universidad, saca un doctorado y vuelve.

—La última vez que me fijé, tú tampoco tenías un doctorado.

—No, pero tengo el puesto de secretaria.

—¡Ese es el espíritu!

Charis se rio apenada y meneó la cabeza.

—En todo caso, no te hagas muchas ilusiones; aparte de Daniel, Victor y Rodrick, no hay nadie más que valga la pena aquí.

Beth viró una última vez por encima de su hombro, por la sala de espera.

La persona a la que buscaba ya no estaba allí, pero no necesitó mirarlo otra vez para tener clara una cosa:

—Difiero.

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