15. Lluvia roja
https://youtu.be/E1kbG1Y4rhQ
Estaba segura de que de no haber tenido la motivación que le impulsaba a seguir corriendo en la penumbra, sin idea de a dónde llevaba el camino, a pesar del temblor de sus piernas adoloridas y el terror que la embargaba, hubiese desfallecido mucho antes; quizá justo al momento de rodear el aserradero y alcanzar el sendero oscuro, el cual nunca, bajo ningún concepto se hubiese atrevido a recorrer sola si la situación fuera cualquier otra que esa.
Llevaba el teléfono móvil firmemente afianzado en la mano, sirviéndose solo de la luz de la pantalla para iluminar el camino, evitando usar la linterna, pues llamaría demasiado la atención si la estaban siguiendo.
El bosque se sumía más y más en tinieblas, y cada paso frenético que avanzaba sintiendo que en cualquier momento alguien o algo la atraparía aceleraba más el palpitar en su pecho y su respiración ya desbocada por el cansancio, ahogándola; aserrando su garganta.
Miraba la pantalla cada tanto en espera de ver aparecer en la esquina las barras de señal, y se dijo que hasta que ello no ocurriera, no cesaría de correr. Entretanto rogaba en voz alta:
—Resiste. Por favor, resiste... Resiste, Jess... Resiste... ¡Por favor...!
Tropezó en la oscuridad con lo que parecía ser una rama caída, y aterrizó sobre la tierra húmeda a tanta velocidad que rodó dos veces y fue a dar al pie de un árbol al costado del camino.
—No... ¡No, no, no! —farfulló mientras revisaba el teléfono móvil para asegurarse de que no estuviera roto, sin hacer caso a sus codos y rodillas sangrantes.
Pero la pantalla estaba intacta. Y en el momento en que la acercó a su rostro fue el momento exacto en que una pequeña barra de señal apareció en la esquina. Charis dio un boqueo y accedió rápidamente al listado de contactos. No obstante, antes de poder hacer nada, escuchó muy bajo y lejano el inconfundible sonido de llantas. Su primer impulso fue levantarse y hacer señas para pedir ayuda a quienquiera que fuera, pero en cambio se frenó en el afán y lo pensó mejor. Todavía no había llegado a la carretera, y el sendero hasta allí se acababa en el aserradero que llevaba años abandonado, con lo cual concluyó que nadie más tendría motivos para ir hasta allí... salvo los involucrados en el secuestro.
Debía desaparecer de la vista cuanto antes. Observó la penumbra aplastante a los costados, donde los árboles sumían el paisaje en sombras que se tragaban cualquier retazo de luz que pudiera filtrarse por entre las ramas, y todo en su interior se estremeció de solo pensar en que se la tragasen a ella también.
Pero conforme el sonido de vehículo se hacía más evidente, determinó que no podía dudar más, y sin levantarse, arriesgándose con ello a ser vista, rodó sobre su costado por el suelo de tierra hasta la hierba crecida que flanqueaba el camino, en donde su cuerpo quedó sepultado. Y una vez la oscuridad se la tragó por completo, ella se quedó quieta y esperó.
Poco después, un auto pasó a toda velocidad por el camino, iluminando brevemente el sendero con el resplandor cegador de las luces altas. Era el auto de Sacha. Y Charis dio gracias por haberlo anticipado.
Sin el coraje de salir del abrigo del bosque todavía se levantó de su sitio temblando, refrenando el impulso de sacudir todo su cuerpo —víctima de intensos hormigueos obra de la sugestión al imaginarse estar cubierta de bichos— y en vez de volver al camino, se cobijó hacia un árbol y marcó el número de Luk.
—Vamos... ¡Vamos! —bisbiseó, mientras el tono de llamada en espera sonaba una y otra vez, sin conectar. Charis cortó y volvió a marcar—. ¡¡Maldita sea, contesten la puta llamad-...!!
—... ¿Quién habla?
La voz al final de la línea la hizo exhalar un boqueo abrupto, y estrujó el teléfono móvil contra su mejilla, esperando no equivocarse.
—¡¿Janvier?!
—¡Señorita! —jadeó aquel, con los labios casi pegados al auricular.
—¡Oh, Janvier! —Estaba segura de que era la primera vez que se alegraba de oírlo—. ¡Gracias a dios! ¡Gracias!
—¡¿Se encuentra bien?! ¡¿En dónde está Jesse?!
Charis hizo lo posible por modular las sílabas, articulando a duras penas cada palabra a través de su voz llorosa y sus jadeos agitados:
—Jesse está malherido... Recibió un disparo, Janvier, ¡tienen que venir pronto! Él me forzó a salir; no me dejó opción. ¡Tuve que escapar y-...!
—Tranquila. Anton y yo no nos hemos alejado del área en donde encontramos a Luk. Envíeme su ubicación y deme algunas referencias —le dijo Janvier—. Estaremos allí tan pronto como podamos.
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Había creído que solo debía descansar un poco, igual que hacía unos instantes, para poder recobrar una parte de sus fuerzas, pero entendió en cuanto intentó cerrar los ojos y todos sus sentidos sufrieron un apagón fugaz, tras lo cual se forzó a despertar, que si volvía a dormirse todo se acabaría.
Se concentró en el dolor pulsante de todo su cuerpo para mantenerse despierto. Después de darle a Charis una ventaja para alejarse, al intentar bajar del derrumbe de tablones, los mareos le habían llevado a dar un traspié y rodar hacia abajo, aterrizando en el suelo sobre su propio brazo. Desde entonces no podía mover la mano derecha ni cerrar correctamente los dedos. Estaba seguro de que el cúbito a la altura de la muñeca estaba fracturado, por lo que la pistola, aún con una última bala, ya no le serviría de nada. Intentar disparar con la mano derecha rota o con el pulso entorpecido de la izquierda sería un suicidio, así que en adelante solo podía moverse de un lado a otro y esconderse.
Oyó pasos que reconoció como los de Marcel —los hombres de Monsieur no hacían ningún ruido al caminar— venir desde algún lugar del recinto. Escuchó la maldición que espetó en cuanto encontró el cuerpo sin vida de Emile, y luego le oyó detenerse junto a la pila derrumbada de la ventana:
—La has ayudado a escapar pero tú estás aquí todavía, primo. Las ventanas no se cierran por fuera y puedo ver la marca de tu mano en el cristal. Astuto —consintió aquel—. Es una lástima. Sacha viene en camino. Lo más probable es que la encuentre y la traiga de vuelta.
Jesse respiró despacio, rogando porque Charis encontrase la manera de evadirlo, aunque conociéndola estaba seguro de que ella no se saldría del camino por ningún motivo. Menos para internarse en la oscuridad del bosque, donde estuviera a salvo de encontrarse con el último de sus captores.
Empezó a moverse en la penumbra y consiguió llegar al acceso hacia la estancia contigua. Detrás de un anaquel consiguió ver a Marcel buscándolo en la oscuridad, del otro lado de la sección, iluminando con la linterna de su móvil. Llevaba una pistola lista en la mano.
—Guillaume te enseñó bien. Fueron tres tiros certeros. Bueno, dos en realidad. ¿Qué pasó con el tercero, que necesitaste de un cuarto? —tanteó Marcel— ¿Tiene que ver con la sangre que encontré en el piso en el área de carga? Estás dejando un rastro demasiado evidente, primo. Tarde o temprano me llevará a ti... No hay escapatoria de este lugar.
Pero posiblemente la hubiera. Entre Ronny, Emile y Joyce, alguno debía tener una llave al exterior. Emile era poco probable, pero aún restaban dos opciones.
Jesse se escabulló fuera del área de impregnado y volvió al almacén, en donde se encontró nuevamente con el cuerpo de Joyce, ya exangüe.
Se dio el tiempo de revisarlo rápidamente, rogando porque a Marcel no se le hubiese ocurrido hacerlo, y parte de sus esperanzas se vieron reavivadas en cuanto encontró un manojo de cinco llaves.
Volver al área de carga era arriesgado considerando que Marcel o bien merodeaba por allí o se encontraba demasiado cerca, así que determinó volver al frente del edificio, rogando por llegar antes que Sacha.
El camino que antes se le había hecho largo ahora le pareció interminable. Con cada paso sus piernas estaban más débiles y sus mareos se incrementaban. Ya no podía oír a Marcel pero no se arriesgó a correr y mantuvo un ritmo paulatino, procurando no hacer ruido al pisar. Miró a sus espaldas, al piso, alertado por el sonido de un goteo y sufrió escalofríos al ver que había empezado a dejar un rastro evidente en la forma de huellas con la forma de la suela de uno de sus zapatos en un tono rojo brillante. El esfuerzo del movimiento debía haberle hecho sangrar de nuevo. Y si no se apresuraba, Marcel lo encontraría pronto siguiendo solo esa pista.
Antes de empezar a moverse otra vez escuchó un automóvil afuera y se paralizó un instante sobre sus pasos. Poco después, oyó abrirse la puerta frontal y se quitó de la vista para refugiarse detrás de uno de los bloques de madera seca apilados a un costado y al otro del camino.
Después de oír la puerta, no la escuchó cerrarse otra vez, pero sus sentidos estaban tan abotargados que no podía fiarse de ello. Sacha no podía ser tan descuidado. Aún dependía de su habilidad para llegar a la puerta frontal sin ser hallado, y después abrirla para salir lo más rápido posible y sin hacer ruido.
Al final de lo que le pareció que perfectamente podían ser horas avanzando y escondiéndose, llegó finalmente al área de aserrío y allí aguardó oculto. No tardó en ver en la oscuridad una silueta alta moviéndose desde el inicio de la estancia, hasta el final, y Jesse se mantuvo a resguardo, procurando guiarse solo de su sentido de la audición y su intuición para intentar determinar si era seguro salir. Estaba solo, y aquello le dio motivos para sentirse tranquilo al suponer que no había encontrado a Charis.
Si la señal telefónica no llegaba hasta allí, quería decir que todavía no estaba al tanto de lo que estaba ocurriendo, pero bastaría con ver el cuerpo de Joyce en el área siguiente para adivinarlo, sin que Marcel tuviera que ponerle al tanto.
Echó un vistazo por un costado de la pila de tablones y vio la silueta de Sacha pasar de largo para internarse en la habitación contigua, en donde encontraría el primer cadáver, así que Jesse se apresuró al área frontal final.
Al pasar por el corredor que llevaba al sótano, y al final del cual se hallaba la oficina de Marcel, intentó abrir la puerta, pero la encontró cerrada y la cerradura no coincidía con ninguna de las llaves que portaba en el manojo. Naturalmente Joyce no tendría llave a la oficina de su cabecilla, y se sintió tonto por suponerlo. Su única opción estaba al frente.
Y quedaba tan poco para alcanzarla que casi parecía mentira haber podido llegar hasta allí sin obstáculos.
Se asomó al arco del corredor hacia la estancia principal, para el almacenamiento de troncos y vio la entrada totalmente despejada. Y armándose de sus últimas energías, dispuesto a salir de allí como fuera, echó a andar a paso apresurado, directamente hacia la puerta.
https://youtu.be/-LQE1aJAyYQ
Todo pasó rápido. Aún no había hecho la mitad del camino hacia la puerta, cuando escuchó un chasquido, y después un estruendo.
Algo brilló entre la penumbra, y casi al mismo tiempo, sintió el golpe de una especie de fuerza invisible, como el restallido de un látigo.
Instintivamente se llevó la mano al cuerpo, esperando contener lo que sabía que venía, pero solo vino un calor extraño. Este le atravesó desde el pecho a la espalda, a la altura del omoplato, impregnó su mano por todo su brazo e hizo languidecer todos sus miembros, consumiendo rápidamente lo que le quedaba de sus fuerzas. Inmediatamente después, las piernas dejaron de responderle.
Golpeó el suelo duro con las rodillas y después con el costado. El piso estaba frío; helaba su cuerpo rápidamente mientras que el calor en su pecho crecía hasta volverse en una quemazón ardiente, casi insoportable.
Después, se atenuó hasta desvanecerse.
Creyó que podía haber sido su imaginación. Incluso pensó que podía levantarse y correr de nuevo; pero entonces le sobrevino una sensación mil veces peor, la cual le obligó a ovillarse y a boquear presa de jadeos incontrolables.
Una sensación a la que identificó, al fin, como el dolor.
Leve al principio, casi como un hormigueo molesto, pero que aumentó hasta convertirse en el más agudo que había sentido en toda su vida conforme el calor se enfriaba en su pecho dando paso a un frío paralizante, obligándole a arquearse sobre sí mismo; boqueando sin poder regular su respiración estertorosa.
Como pudo, giró sobre el piso intentando ver a sus espaldas, y lo comprendió todo. El arma humeaba todavía en la mano de Marcel.
Sabiéndose vencedor, este avanzó hacia Jesse y se paseó a su alrededor como un ave de presa, dando un par de chasquidos con la lengua.
—Veo... que no mentías antes cuando dijiste que podías dificultarme las cosas. Y ahora todos mis hombres están muertos. Incluso el joven Emile... Veintiún años; más pequeño que tú, ¿me equivoco? Él opinaba como yo —le reveló. Jesse apenas podía oírle por el sonido de su propia respiración arrebatada, pero lo seguía con la vista—. Él no quería matarte; ni quería hacerle nada a la chica. Era el único decente entre nosotros. De no ser por la basura de Joyce, su hermano... Pero ya no importa. Porque le has metido una bala entre los ojos igual que a todos los demás.
Jesse bajó la cabeza. Un intenso acceso de mareo lo obligó a asentar la frente contra el piso y sufrió una especie de Deja Vu en cuanto vio el charco debajo de él. «Lluvia roja», pensó.
—No hubiese querido hacerlo con mis manos, primo... En verdad que me habría gustado evitarlo. Pero no me has dejado opción —dijo, casi genuinamente contrito—. La chica huyó; si eso te trae algún consuelo. No es como si ella pudiera hacer mucho... Si es como dices y no sabe demasiado, es posible que no tengamos que cazarla otra vez.
Aunque muy probablemente fuera un intento de Marcel por ser irónico, ese pensamiento le trajo alivio. No obstante, también pensó en Daniel, Madame, Sam... Jemima. La muerte no iba a perdonarlo otra vez. Ya había sido con él lo suficientemente generosa.
Pero si Charis podía lograrlo... Si había podido llegar a la carretera o llamar, y la ayuda venía en camino para sacarla del bosque, al menos podía quedarse tranquilo con eso.
—Fuiste valiente, primo —le dijo por último el hombre que se detuvo frente a él—. Moriste con orgullo, y eso es lo que importa.
Escuchó el chasquido del martilleo de la pistola en la mano de Marcel. No pudo mirar, de modo que en cuanto su captor levantó el arma hacia él, Jesse viró en otra dirección y cerró los ojos con fuerza, bajando la cabeza al piso ennegrecido.
Si el tercer tiro no lo mataba, la pérdida de sangre lo haría dentro de poco. Todo cuanto pudo hacer, fue cerrar los ojos y esperar.
El siguiente disparo fue tan estruendoso como el primero. Resonó estridente en todo el lugar. Creció hasta tocar las paredes y se devolvió bailando en el aire en forma de cientos de ecos.
Jesse se quedó completamente inmóvil.
Luego, el golpe de un objeto contundente, seguido de un cuerpo pesado azotando el piso junto a él lo alarmó, haciéndole levantar la cabeza, confuso. A su lado, yacía nada menos que Marcel, gimiendo y retorciéndose en el piso con una mano contra el hombro.
Jesse llevó la vista hasta donde antes se hallara de pie, esperando encontrarlo para convencerse de que la persona abatida a su lado era alguien diferente o que solo era su imaginación, y allí en su lugar, frente a ellos, se encontraba Janvier. Jesse lo observó en paroxismo. Intentó erguirse, pero los brazos ya no le respondían. Sus fuerzas se iban a una velocidad alarmante.
A su lado estaba Anton, quien se aseguró de patear lejos el arma que Marcel había soltado al recibir el disparo, y de revisarlo después, moviéndolo y girándolo en el suelo como a un muñeco de trapo, hasta asegurarse de que no portaba otras.
—Eras... un mejor tirador... antes —dijo Marcel a Janvier, en cuanto fue capaz de contener sus propios alaridos.
—Si hubiese tenido la intención de liquidarte con un solo tiro, ya estarías muerto —le dijo aquel, y después se agachó junto a Jesse.
—¿Cómo... demonios entraste?
—Deberías poner protección en la ventana de tu oficina. —Su silueta, como una pared, cerniéndose sobre él y proyectando una densa sombra en la ya espesa oscuridad. Sus ojos duros lo examinaron de pies a cabeza y Jesse le oyó soltar un suave respiro—. Tranquilo... Te sacaré de aquí ahora mismo.
—¿Charis...?
—Está bien. Ella llamó. Está con el señor Deming ahora.
Jesse exhaló aliviado.
—¿Así que no vas a matarme? —preguntó Marcel.
—Monsieur De Larivière te ha solicitado vivo. Tiene un par de preguntas que hacerte —respondió Janvier, fríamente.
Marcel distendió una sonrisa:
—Comete un error...
Anton le presionó el cañón del arma contra la mejilla y luego le pateó el codo con el que se erguía para tumbarlo de nuevo en el piso.
—Silencio, bastardo.
Jesse abrió los labios. Susurró con dificultad un nombre, tan bajo como para que sólo ellos dos pudieran oírlo, y Janvier abrió grandes los ojos. Después, asintió, conforme con la información, y lo ayudó a erguirse.
—Levántate de ahí, muchacho. Tienes que irte.
«No puedo...», respondió Jesse, en su mente. La voz ya no le salía.
—Tu familia te espera.
«Sam... Madame»
—Tus amigos...
«Daniel... »
—Tu vida te está esperando.
«... Charis.»
—¡Hazlo, Jesse!
Y la urgencia de que aquella podría ser su última oportunidad, le dio las fuerzas. Se levantó con la ayuda de Janvier, usando en ello todas sus últimas energías, y quedó de pie, tambaleante de frente al hombre a quien había detestado toda su vida, y quien en cambio le dirigió una mirada afectuosa. Lo vio borroso por un momento. Creyó escuchar abrirse nuevamente la puerta frontal, y después el viento nocturno. Estuvo a punto de colapsar otra vez, cuando un brazo se situó bajo los suyos y lo retuvo:
—Mocoso... Vamos, te sacaré de aquí.
Con esa voz conocida, Jesse alzó la mirada, sin dar crédito a sus oídos. Su visión estaba nubosa, pero las formas del rostro frente a él eran inconfundibles. Le rodeaba un halo de cabello rubio cenizo y creyó ver dos ojos azules familiares apremiándolo.
—... Lu... k.... —consiguió articular.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí? Te dije que te quedaras en el auto —le reprochó Janvier, pero su tono parecía más el de un padre paciente.
Los brazos de Luk lo sostuvieron fuertemente y lo compelieron a caminar, pero las piernas se le doblaban bajo el cuerpo sin que pudiera darles la firmeza necesaria.
—No puedo cargarte ahora, mocoso... Vamos, Jesse... ¡Eres más jodidamente cabezota que esto!
Y Jesse obedeció. Avanzó a paso lento, ayudado por su guardaespaldas. Podía sentir el cuerpo de él retemblar con el esfuerzo conforme intentaba llevarlo. Debería estar en el hospital y no allí... pero había acudido aun así.
Antes de continuar en dirección a la salida, Jesse giró para ver por última vez al rostro de quien ahora sabía que era su familia. Familia de Monsieur, a quien su padre y abuelo habían condenado.
—Nos veremos... primo —siseó aquel.
—Sácalo pronto de aquí, Luk —lo apuró Janvier—. Dile a Monsieur-...
El nuevo restallido de un disparo cortó su frase a la mitad. Jesse sintió el cuerpo de Luk echarse sobre el suyo, resguardándolo.
https://youtu.be/EH5kdlkOsvk
Y justo después, otro cuerpo azotó el piso. Bajo el brazo de Luk, Jesse vio la expresión vacía y sin vida en los ojos abiertos de Anton, quien yacía ahora en el suelo, junto a Marcel, y bajo cuya cabeza comenzaba a expandirse un espeso charco de color rojo.
Miró después por encima del hombro de su guardaespaldas, y allí, en la puerta hacia del corredor, estaba Sacha, con el arma en alto.
—Así que ahí estás, maldito —le dijo Janvier, sin dejar de apuntarlo a su vez—. ¿Te sientes orgulloso de ti mismo?
Sacha llevó los ojos a Luk y lo examinó un instante:
—Sigues con vida.
—Debiste terminar el puto trabajo. Cómo has podido... —añadió Luk—. ¿Cómo pudiste volverte contra Monsieur? ¿Cómo pudiste traicionar a Mademoiselle?
Sacha estrujó el arma en su mano, y esta le tembló.
—Recuerda, Sacha —siseó Marcel—. Recuerda lo que hay en juego.
Con ello, la expresión del aludido se torció en un rictus y las palabras salieron graves a través de sus labios rígidos cuando dijo:
—Yo jamás hubiese traicionado a Mademoiselle...
Y al último momento, movió su mano y apuntó en dirección de Jesse y Luk, al tiempo en que su dedo se presionaba contra el gatillo.
Luk apretó a Jesse contra sí, cubriendo todo lo que pudo de su cuerpo con el suyo. No obstante, una milésima de segundo antes de que se liberase el disparo, la figura robusta de Janvier se interpuso entre ellos y Sacha.
El primer tiro no lo abatió; tampoco el segundo ni el tercero; pero el primero que disparó Edouard Janvier en cuanto tuvo el tiempo de apuntar y jalar de su propio gatillo, sí fue suficiente para abatir a Sacha, y Jesse lo vio caer desplomado sobre las rodillas, sangrando desde la frente. Poco después, Janvier colapsó también. Y del otro lado del río de sangre bajo los tres cuerpos abatidos, Marcel se escabullía como una rata en la oscuridad, para escapar en dirección de la puerta trasera del edificio.
—¡Esto no ha terminado! —les dijo antes de desaparecer en la penumbra.
https://youtu.be/9JvIY6NT4_8
Luk tiró de Jesse nuevamente:
—¡Muévete!
—¡Ja-... Janvier...! —masculló él, pero Luk volvió a jalar de él.
—Ya es tarde, Jesse.
Y en cuanto Luk alcanzó la puerta, la abrió sin dificultad, concediéndoles finalmente el paso al exterior.
Jesse respiró el aire fresco de la noche, y este a su vez le sirvió de alivio para apagar el fuego que le quemaba en el pecho y la espalda, pero enseguida sintió frío y se percató de que comenzaba a perder temperatura demasiado rápido.
Un automóvil se detuvo justo después frente al aserradero y Jesse distinguió dos figuras bajarse de él. Dos figuras que se movieron aprisa al frente de las luces del coche, y las cuales reconoció como Daniel y Charis.
Jesse dio un paso inseguro, llevado por nuevas fuerzas gracias a su nueva libertad. Pero se quedó en el intento de un segundo paso que no pudo dar, cuando la debilidad lo venció por fin y se desplomó.
Luk detuvo su caída. Gritaba algo pero Jesse no podía entenderlo. Miró abajo, hacia su ropa. Todo lo que pudo ver, fue el brillante rojo a la luz de las luces del automóvil, contrastando sobre la camiseta blanca y resbalando por entre sus dedos apretados contra su cuerpo.
Escuchó una voz familiar que le hizo sentir que estaba de nuevo en casa, en Sansnom.
—¡¡Jess!! —Entonces, su amigo lo sostuvo y estrujó con premura.
—D-... Dan...
—Aquí estoy, tranquilo. Estoy contigo. Todo va a estar bien. —Sintió sus manos presionarse contra su pecho y su vientre en el intento de parar el sangrado—. Todo va a estar bien, Jess...
A su lado escuchó el estertor horrorizado de una voz femenina. La voz de Charis.
—Ya estás a salvo, Jess... Ya estás bien... ¡Despierta, ya estás con nosotros! —Seguidamente, un grito de ella que salió en la forma de un delgado gemido al principio y luego cobró la forma de un clamor desesperado.
Ambos gritaban y lo llamaban, y deseó poder responder para decirles que todo estaba bien; que él estaba bien.
—¡¿Y Janvier?! —rugió Charis— ¡Se está tardando demasiado!
—Está muerto —sentenció Luk—. Anton también. Y Sacha. Marcel huyó. Nosotros tenemos que irnos ahora.
—¡¿Cómo dices?!
—La ambulancia nos esperará a la entrada de la ciudad. ¡Rápido, al auto! —escuchó decir a Luk.
Después, un par de brazos lo levantaron del suelo y se movieron con él. Jesse abrió los ojos, y vio el cielo, limpio y estrellado. Y luego a Daniel. Y al cerrarlos de nuevo percibió una gota tibia cayéndole sobre la frente y se preguntó si comenzaría a llover.
Le pareció oír otro automóvil detenerse cerca, pero no vio quién salió de él, solo escuchó su voz; baja, grave, conocida. Y, por primera vez en la vida, consternada; con lo cual supo que no podía ser otra cosa que su imaginación, en cuando le oyó decir, en un susurro afligido:
—Mi Jesse... Mi nieto...
Y justo después, los sonidos se ahogaron dentro de su cabeza hasta pasar de susurridos a la nada absoluta.
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https://youtu.be/CM6GhcqUPqA
Cinco de julio. Faltaban solo dos meses para su cumpleaños y parecía que el último año habían sucedido tantas cosas que apenas sí podía hacer recuento mental de todas ellas.
Había días en que se preguntaba si de tener el poder de cambiar una sola de ellas podría cambiar el modo en que todas se habían desarrollado en una especie de reacción en cadena hasta llegar a ese punto; desde el día en que todo había comenzado, al presente. Desde que había chocado con el asistente de morgue del Saint John... hasta ese preciso instante.
—No creo que me sea posible... —dijo Charis, hablando a su móvil.
Del otro lado, su hermano exhaló un suspiro:
—Entiendo.
Odiaba tener que ponerlo en esa situación. Era algo que había estado pensando los últimos días, y que decidió que era el momento de decirle a Noah:
—Quizá sea tiempo... de que busques a alguien más.
—No digas tonterías —le reprochó él.
—No sé cuándo pueda regresar a trabajar... No es justo para ti, ni es razonable de mi parte pedirte que sigas esperándome.
—No es como si tú lo hubieses decidido. No te preocupes por eso, no es por eso que te llamé. Yo solo quería saber cómo estabas. Como... lo estás llevando.
Charis exhaló gravemente. Deseó con toda su alma tener mejores noticias, pero simplemente no las tenía. En cuanto a ella, no podía estar de otra manera.
El auto se detuvo en ese momento, y ella miró por la ventana.
—Escucha, te tengo que cortar. Te llamaré luego.
—De acuerdo... Pecosa, sabes que nos tienes a mí y a papá. Lo sabes, ¿verdad? te extrañamos.
Hizo lo posible por no empezar a sollozar.
—Lo sé. Y yo los extraño... Adiós, Noah.
—Adiós... Cuídate, hermanita.
El vacío en la línea muda posterior a la llamada finalizada le dio unos momentos de paz mental mientras sostenía aún el móvil contra su rostro; tiempo que procuró utilizar para respirar hondo y prepararse.
—¿Vamos? —le dijo Daniel.
Charis asintió:
—Vamos...
Mientras recorrían juntos los corredores impolutamente blancos por el trayecto que ya se sabían de memoria algunas enfermeras los saludaron. Ya estaban habituadas a su presencia.
Dentro estaba fresco gracias al aire acondicionado, al punto en que Charis sintió un poco de frío. En esa época del año era terriblemente caluroso en Utah, algo que no extrañaba cuando se fue a Los Ángeles. No obstante, le sorprendió lo templado que era julio en Montreal, Canadá.
A pesar de ello, se dio cuenta de que tenía las manos tan frías que los dedos habían dejado de responderle, y tardó en percibir con claridad el calor de la mano de Daniel cuando él se la tomó entre la suya y ella respondió, sintiendo abrigarse de inmediato sus yemas heladas.
Fueron directamente hacia el elevador y Daniel presionó el botón hacia la planta a la cual se dirigían. En algún punto había dejado de temer a los elevadores. Al principio difícilmente pensaba en ello, y ahora ya no le importaba. Por otro lado, si alguna vez los pasillos del Saint John le habían parecido demasiado largos, estos se lo parecían el doble.
https://youtu.be/c9xy6HQH6VU
La habitación frente a la cual se detuvieron de manera casi automática era el doble del tamaño de cualquiera del viejo hospital de Sansnom, y albergaba una sola cama. Su decoración tan distinta al Saint John; tan elegante y pulcra, le resultaba en principio ajena y extraña, pero habían pasado tanto tiempo allí que era casi una segunda casa.
Mientras que Daniel se quedó atrás para cerrar la puerta, Charis se apresuró dentro hasta detenerse junto a la cama, y contempló sobre ella a su ocupante.
—Hola... —saludó dulcemente.
Y luego, todo el calor que Daniel le había transmitido a su mano se esfumó rápidamente, en cuanto estrechó en ella la gélida mano de Jesse.
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Mientras Charis ordenaba las cortinas, abriendo una rendija de la ventana para dejar entrar el aire fresco, acomodaba los sillones de la habitación, desenredaba los cables de los monitores y alisaba las arrugas de la cama, Daniel permaneció mudo y pensativo.
Ella lo contempló, buscando inconscientemente algo de familiaridad en su rostro, sin éxito. Ya había dejado de importarle que él la sorprendiese viéndolo fijamente. No lo notaba, o no le importaba. Y a Charis le parecía que era un cuerpo sin vida, con la cara de un completo desconocido.
No podía culparlo... Ella misma estaba ausente. Había pasado de llorar cada día y cada noche, a sentir que ya no le quedaba una sola lágrima, y que las fuerzas que restaban en su pecho no le alcanzaban más que para continuar respirando. De manera que las últimas semanas sencillamente existía de forma automática, procurando no pensar en el paso del tiempo.
Sin embargo, había algo distinto en Daniel. Llevaba así un par de días, y sus párpados inferiores oscuros delataban que algo le había mantenido despierto la misma cantidad de noches.
—¿Qué te dijo Noah? —preguntó aquel, de modo abrupto.
Charis se detuvo un momento, y luego reanudó su tarea, tomando de la mesa junto a la cama el florero con el ramo que Sam había dejado allí el día anterior, y llevándolo al baño de la habitación para cambiarle el agua.
Desde allí respondió:
—Solo quería saber cómo estoy.
—¿Te preguntó cuándo volverás?
Ella suspiró, camuflando el sonido con el del grifo del agua:
—Algo así...
Daniel se quedó en silencio hasta que ella volvió a la habitación con el florero con agua fresca y lo dejó junto a la cama.
—Esta mañana me llamó el director del hospital. Tuve que pedir más tiempo... Y el director accedió. Pero ya no pueden darme más semanas de vacaciones. A partir de hoy... empezarán a descontar horas de mi sueldo.
Charis lo meditó mientras acomodaba las flores una y otra vez.
—¿Vas a volver a Sansnom? —quiso saber.
Daniel suspiró gravemente:
—No quiero hacerlo... Pero dentro de poco no tendré otra opción.
—Haz lo que tengas que hacer —dijo ella al cabo de un momento.
—Charis, si yo pudiera-...
—Está bien, Dan.
—Quiero decir... que ya ha sido más de un mes.
Ella se detuvo del todo y volteó para mirarlo, con poco agrado:
—Lo sé. He estado aquí el mismo tiempo que tú, por si no lo has notado.
—No quise decirlo de ese modo.
—No hace falta que lo digas de ningún modo. No tienes que darme explicaciones, Daniel. Mi hermano es su propio jefe. Él puede autorizar mi ausencia el tiempo que desee, pero sé que no funciona igual para ti. Si necesitas volver... hazlo.
Daniel se humedeció los labios, mirándola con aflicción:
—... ¿Y tú?
—Estaré aquí, supongo.
—¿Por cuánto tiempo más?
—El que sea —espetó ella, empezando a perder la paciencia—. Seis meses... era el tope para visitantes en el país, ¿no?
—¿Planeas quedarte aquí seis meses?
—Por supuesto que no —replicó Charis—. Jesse despertará mucho antes de eso.
En cuanto las palabras salieron de sus labios, temió a la respuesta de Daniel, pero cuando él se quedó callado, Charis comprendió que le temía más a su silencio.
Él se quedó pensativo por otro tiempo, y Charis volvió a sentarse junto a la cama sin decir nada, volviendo a alisar las sábanas de la cama alrededor del cuerpo inmóvil de su ocupante.
En ocasiones le parecía que dormía placenteramente. Y en otras, solo el vaivén suave de su pecho la reconfortaba, indicándole que respiraba todavía. Hacía dos semanas que le habían retirado los aparatos de ventilación artificial y aquello la había llenado de esperanzas por un momento breve, antes de que los doctores le dijeran que aquello no garantizaba que fuera a despertar pronto. Pero al menos le era más fácil imaginarlo dormido sin las mangueras que iban desde su boca y su nariz a un aparato intimidante y ruidoso, y el nuevo silencio al interior de la habitación, a excepción del ritmo del monitor, traía una calma agradecida.
https://youtu.be/VEtEcsx1qJA
—Charis —volvió a decir Daniel, de pronto—... Hay algo... de lo que tenemos que hablar.
La seriedad de su voz, la puso en alerta, pero mantuvo la vista en Jesse. En sus ojos que habían permanecido cerrados desde aquella noche fatídica; en su pecho moviéndose lentamente... en sus brazos cada vez más delgados, y en sus mejillas más hundidas.
—¿Qué cosa?
—Si Jesse despierta-...
—Cuando Jesse despierte, Daniel —lo cortó ella al instante.
Daniel la indagó con una mirada débil y ella le sostuvo la suya, tan firme como le fue posible, pese a la debilidad de sus párpados inflamados.
Él volvió la vista al aludido y le acomodó la manguerilla de la vía venosa del brazo:
—... ¿Crees... en verdad que querría volver a Sansnom?
—Es lo que ha querido desde el principio.
—¿Y si su abuelo se niega?
Charis dio un bufido:
—¿Crees que ese hombre tiene derecho a decidir algo así cuando no se ha aparecido por aquí ni siquiera una vez desde lo que ocurrió? Está haciendo lo mismo que la primera vez. Porque se siente culpable, el muy maldito...
—No seas tan dura —le reprochó Daniel—. Está dividido entre su esposa y su nieto.
—¿Y qué?, Sam está dividida entre su madre y su sobrino también, y todo aquello mientras lidia con la traición de Sacha y la culpa por todo lo que ocasionó, y aún así tiene tiempo de venir aquí cada día, trayendo flores frescas cada tres.
—Monsieur no puede dejar a su familia desprotegida ahora. Dos de sus hombres más confiables están muertos, y otro le traicionó bajo las narices. En cambio, Jess está salvo aquí con nosotros y con Luk.
Charis respiró hondo. Desde que ella le diera a Monsieur la nota que Jesse le pidió que le entregara esa noche, ni siquiera se había manifestado allí para decir algo al respecto, hacerle preguntas o indagar. Nada... La curiosidad le había ganado, y la había leído antes de entregársela. Pero no contenía más que una palabra: Rocher.
—No nos desviemos del tema. Todavía hay algo que necesitamos hablar —dijo Daniel—. Charis... ¿y si no lo hace?
—¿Si no regresa a Sansnom? —susurró Charis—. No lo sé, Daniel... ya te dije lo que pienso sobre eso. Si al final es lo que decide, solo querría saber que es porque lo eligió él mismo, no porque alguien-...
—Lo que quiero decir es —la cortó Daniel—... ¿Y si no despierta?
Un calambre helado bajó por su nuca, recorriendo su columna, y Charis sintió que perdía la fuerza de su espalda, como si sus vértebras se volviesen de arena y se derrumbasen lentamente con el agua y el viento. Perdió la capacidad de permanecer erguida y se sujetó a la baranda de la cama para poder darse la vuelta y mirarlo.
—Dan... —Jadeó sin voz—... ¿Qué-...?
Él no se atrevió a mirarla de vuelta:
—Charis, yo solo-... —intentó hablar.
Pero ella movió la cabeza con fuerza y se levantó de su asiento, haciendo rechinar las patas del sillón contra la baldosa del piso.
—No. Silencio. No quiero oírlo.
Daniel se levantó detrás de ella y la siguió hasta la ventana:
—Escúchame primero.
—¡NO! —Charis viró en redondo para encararlo con una mano en alto en una clara amenaza de empujarlo si se acercaba un paso más— ¡No quiero escucharte! ¡No quiero oír nada que venga después de eso! ¡No quiero ni siquiera pensar en esa posibilidad!
—¡Pero debemos pensar en esa posibilidad! —bramó él, y tanto su voz como la dureza de su gesto se suavizaron en el instante en que la expresión de ella se desencajó de tristeza y desesperación—. Ya han sido seis semanas. Podrían ser años... Eso, si su cuerpo no se rinde primero.
—Basta...
—Sufrió una pérdida considerable de sangre. No solo eso... sumado a años de alimentarse de manera deficiente, su mala salud en general, la carga mental que soportó por meses... Su organismo no tiene la fuerza necesaria para recuperarse —sentenció—. Tarde o temprano, sus órganos podrían empezar a fallar, y entonces-...
—¡Basta, Daniel! ¡Silencio!
—¡No podemos obligarnos a creer una sola cosa! Será más doloroso aún si sucede lo contrario. ¡Cuanto antes aclaremos esto, quizás sea mejor!
—¿«Esto»? —ella entornó los ojos.
https://youtu.be/6n22QdaVias
Daniel se quedó en silencio, y finalmente se explicó:
—Sé que no le gustaría aquí, en Canadá.
No obstante, aquello no hizo sino suscitar más dudas.
—...¿Qué? ¿De qué estás hablado?
—Tal vez... sería mejor en Sansnom. Pero... desde luego, habría que convencer a su familia. Y pensar en el traslado.
Charis movió la cabeza con fuerza, sujetándose las sienes.
—No entiendo...
Daniel pareció infundirse valor con un respiro. Se alejó de la ventana y fue directo hacia la cama, en donde retiró un mechón de cabello negro de su amigo detrás de su oreja. Después volvió a sentarse y sostuvo su mano en la suya:
—Me refiero a que... no le gustaría la idea del panteón de la familia De Larivière.
Un silencio funesto se ensartó en el lugar. Charis tuvo que hacer acopio de toda su entereza para poder hablar:
—Oh, por dios... No puedo creerlo. Este no eres tú. Daniel... Este no eres tú, y no estás diciendo estas cosas...
—Solo quiero decir que...
—¡¿Qué demonios quieres decir?! ¡Se trata de Jesse! ¡De tu mejor amigo! ¡Está aquí con nosotros, en esta habitación! ¡Dime, maldita sea, que no estás considerando el lugar donde tendremos que sepultarlo!
El silencio de Daniel solo fue una afirmativa y Charis se pasó los dedos por el cabello con tanta fuerza que se arrancó algunos.
—Sencillamente no lo creo... Lo tienes ahí, Daniel, respirando aun. ¿Escuchas eso? —le indicó guardar silencio para oír juntos el sonido del monitor cardíaco, el cual parecía oírse ahora como una cuenta regresiva—. Su corazón todavía late en su pecho... Estás sujetando su mano, fría, pero por la que todavía corre sangre tibia... y al mismo tiempo estás pensando en qué debemos hacer cuando muera... —Su voz se rompió en la última sílaba— ¿Por qué?, ¡¿por qué de pronto-...?!
—¡Porque ya no lo soporto, Charis! —bramó Daniel, levantándose una vez más de su asiento—. ¡Porque yo también querría, con todas mis fuerzas ,que salga de esto, pero con cada maldito día que transcurre pierdo un poco más la esperanza! No sabes cuánto quisiera convencerme de que mañana abrirá los ojos. Lo último en lo que quiero pensar es en que no lo hará, pero tampoco quiero que llegue el momento en que nos den esa noticia y no estar preparado para oírla...
—Silencio, Daniel... No sigas...
—No sé qué hacer...
—¡¿Y decides que lo mejor es empezar a planear su funeral?!
—No hagas esto, Charis...
—¡Tú no hagas esto, Daniel! ¡No lo hagas!
La puerta de la habitación se abrió de pronto, y asomó por una breve rendija el rostro de una de las enfermeras encargadas a esa área:
—Tendré que rogarles que bajen la voz, por favor —solicitó con un torpe inglés—. Les pido tener en cuenta el descanso de nuestros pacientes.
Tanto Charis como Daniel se disculparon, y la enfermera se fue cerrando la puerta otra vez, dejándolos en un pesado silencio.
—No hablemos más de esto —suplicó Charis.
—No podremos evitar el tema por mucho tiempo más.
Ella se llevó ambas manos al rostro y volteó de nuevo hacia la ventana, hacia el cielo que se fundía del rojo al violeta conforme el sol se ocultaba del otro lado del edificio.
—Por favor, Daniel... Si no es por él, que sea por mí. Eres lo único que impide que yo pierda la fe... Si me dices que ya la has perdido, eso quiere decir que yo ya puedo derrumbarme de una vez y dejar de librar sola esta maldita lucha. Quizás sea lo mejor...
—No hay nada que podamos hacer —masculló él—. Si Jesse muere...
—¡Yo moriré también! —vociferó ella.
Daniel viró en redondo para mirarla, con los ojos abiertos al límite. Ella no se retractó.
—No estás pensando con claridad...
—¡No quiero pensar con claridad! Me alivia más pensar eso... Prefiero creer eso, a pensar que nosotros... sencillamente seguiremos con nuestras vidas. —Contempló a la gente andando por la calle, conforme comenzaban a encenderse las luces de las farolas—. ¿Seremos amigos todavía, luego de eso? No estoy segura de que eso vaya a ser soportable... Verte y recordar cómo era mirar a todos lados esperando verlo a él y que eso me enojara... No estoy segura siquiera... de que pueda seguir viviendo en Sansnom.
—Charis... —musitó Daniel, incrédulo.
—Porque yo... un día podría olvidar que se ha ido, y esperaré encontrármelo por ahí; chocar como solíamos hacerlo... Y no puedo ni siquiera pensar en cómo será acordarme de que ya no está. —Sollozó sin darse cuenta de en qué momento había empezado a sentir en su garganta el estrangulamiento del llanto—. Prefiero pensar... que todo se acabará para mí también.
Después se quedó callada hasta la penumbra nocturna terminó de devorar los colores de la tarde.
https://youtu.be/z0oZ40vJ1v0
Después de escucharla, y tras considerarlo un largo tiempo, Daniel cerró los ojos en un largo parpadeo. Lo que antes albergaba como una duda podía verlo ahora claramente en la forma en que ella temblaba, y a través del dolor en sus ojos, destilando en sus palabras adoloridas... Pero sintió como si apenas ahora lo comprendiera. Y todo empezaba a tener sentido. Lo había tenido desde un comienzo, aunque él no hubiese querido verlo.
Las palabras salieron con dificultad por su garganta, a través de una sonrisa agridulce:
—... Lo amas.
No la estaba mirando, pero sintió sobre sí la mirada de ella, horadando su sien, y casi pudo sentir en el aire que entraba con dificultad por su nariz la densidad asentada en el ambiente.
Segundos después la escuchó encaminarse sin decir una palabra a la salida de la habitación, oyó el abrir y cerrar de la puerta, y luego sintió el eco de sus pasos apresurados en una marcha imprecisa y tambaleante enfilar a toda prisa por el pasillo hasta desvanecerse por completo.
****
La familiaridad de la sensación al correr por los pasillos desiertos de un hospital solo consiguió hacer más amarga su carrera al alejarse de allí. Sabía que Daniel no la estaba siguiendo, y que no lo haría. No después de eso. En cuanto a ella, sintió unos deseos asfixiantes de irse a casa, a su casa... pero estaba lejos, varada en un lugar lleno de rostros y voces desconocidas.
Encontró cierto alivio cuando dio con la salida y se lanzó contra las puertas, empujándolas fuera de su camino para salir a la calle.
Se encontró con dos brazos inesperados y levantó el rostro, alertada, solo para encontrarse con el rostro pálido sin afeitar y el cabello desordenado de Luk.
—¡Charis! —farfulló él— ¿Qué sucede?
—Nada —ella negó—. Estoy cansada, Luk. Voy a casa...
—Espera —la detuvo él—. Te llevaré.
—No... tú debes estar aquí, cuidando de Jesse.
—No soy el único haciendo guardia. Además... el mocoso me mataría si supiera que te dejé caminar sola de noche.
****
Sam no estaba en su casa, pero le había dado la llave para cuando ella y Daniel necesitasen un lugar a dónde volver para comer y descansar, a sabiendas de que no se encontrarían cómodos en la casa de Monsieur luego de todo lo sucedido. Jemima se quedaba con ella acompañando a Madame casi todo el día, pero volvía todas las noches a dormir allí para hacerse cargo de Pompom mientras que Sam pasaba las noches en casa de su madre.
Luk se detuvo en el patio frontal, frente a la entrada y Charis aguardó un poco antes de salir, sin deseos de quedarse sola todavía.
—¿Estás bien? —preguntó Luk, tras un momento.
—Lo estaré... —masculló ella en respuesta—. Vuelve con Jess, por favor. No le dejes mucho tiempo solo.
—Ya te lo dije. El hospital está rodeado de trabajadores de Monsieur.
—Sí, pero tú eres el único en el que confío ahora.
Luk la observó un momento, antes de dedicarle una sonrisa tranquilizadora y asentir.
—Tienes mi número. Llámame si necesitas cualquier cosa.
Ella asintió y se bajó del auto. Se encontró afuera con una de las noches más heladas desde que habían subido las temperaturas, y se apresuró a entrar en la casa. Lo primero que hizo fue subir a la que se había convertido en su habitación durante esas semanas, en donde tenía de regreso su equipaje, y se dejó caer sobre su cama, exhausta. Y allí permaneció por horas, pensando en las últimas palabras de Daniel.
No quiso pensar en el primer asunto. Simplemente no lo concebía. Por lo que su mente saltó de inmediato al final de su discusión.
¿Con qué derecho? ¿Por qué Daniel se creía con la libertad de hablar de sus sentimientos de esa forma? Aún después de todo el tiempo en que ella se había sentido responsable de proteger los sentimientos de él y culpable de los suyos por no poder corresponderle. Y ahora se los echaba a la cara, como si fueran un crimen en su contra. Como si los conociera mejor que ella.
Hundió el rostro contra la almohada, y sintió como la tela de la misma bajo su rostro se empapaba con lágrimas que no se había percatado que hubiera empezado a derramar. Le sobrevino una profunda sensación de alivio cuando su garganta apretada se relajó y dejó escapar un profundo sollozo. Pero esa placentera sensación se desvaneció poco después, cuando dio paso a más y más como el primero; incontrolables, asfixiantes, arrasando su garganta con toda la fuerza del huracán que comenzaba a desatarse en su pecho.
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https://youtu.be/cct69M2gmuo
Se quedó dormida por unas horas, pero la opresión entre sus costillas y su dificultad para respirar obra de su garganta congestionada la obligaron a despertar, sintiendo la cabeza pesada y el cuerpo débil.
Fue a la cocina con la esperanza de conseguir algo de beber que ayudara a deshacer el nudo de su garganta y le ayudara a dormir un poco.
Se aproximó al refrigerador, a ver si podía encontrar jugo o un poco de leche, cuando un suave murmullo proveniente de algún lugar la alertó. Parecían los lloros de una niña pequeña y la idea la espantó lo suficiente como para paralizarla en su sitio sin saber qué hacer.
Sin embargo creyó identificar la voz, y buscando el origen, el sonido la llevó hasta una puerta al fondo de la cocina. Charis la abrió con cuidado. Del otro lado se encontró con una despensa amplia repleta de víveres suficientes como para mantener la casa aprovisionada por un año. No vio a nadie por los alrededores y se preparó para huir, cuando una figura encogida en el último peldaño de las escaleras captó su atención.
No le costó identificar su cabello rubio y los contornos de su rostro redondo perdido entre sus brazos alrededor de sus rodillas. Su espalda se remecía suavemente al son de un llanto contenido.
—Jemima...
La aludida levantó la cabeza con los ojos muy abiertos como un ciervo ante las luces altas de un vehículo y se envaró rápidamente, ordenando su cabello y su ropa.
—Ah, mademoiselle ! —se limpió nerviosamente las lágrimas en su rostro enrojecido y alrededor de sus ojos inflamados—; je-je suis vraiment desolè ! J'étais-... !
—No pasa nada, lamento si te asusté.
—Oh, non, non ! Ce n'est pas ça ! Mais... avais-tu besoin de quelque chose ?
—No entiendo nada —suspiró Charis.
Jemima selló los labios. Entonces, articuló con dificultad:
—¿Ne-necesita algo?
Su acento era marcado, pero al menos se daba a entender. Charis se sorprendió. Según sabía por Sam, Jem hablaba poco o casi nada de Inglés.
—Sólo quería algo de beber.
—Oui... —Susurró Jem, y se sorbió la nariz antes de ponerse en marcha y salir de la despensa—. Sí, pour supuesto...
Charis meneó la cabeza, parpadeando rápido:
—No; no... no lo decía para que tú-... —Pero la joven asistenta pasó sin detenerse, en un ágil trote por su lado—. Bien. De acuerdo...
Jemima alcanzó un vaso, lo puso sobre una bandeja y después fue hasta el refrigerador y tomó una caja de jugo de naranja, el cual vertió cuidadosamente.
—Pour favor —dijo al advertir a Charis todavía allí de pie—. Esperar pour moi en le salón. En la habitación, si vouz préfères.
—Aquí estoy bien, gracias. No es necesaria tanta parafernalia. Un vaso y jugo es todo lo que quería.
Aquella se detuvo en su tarea y la observó con grandes ojos castaños, todavía vidriosos. Después suspiró y tomó el vaso de la bandeja.
—Oui, mademoiselle... —masculló al tendérselo.
El jugo estaba fresco cuando Charis le dio el primer sorbo y se lo agradeció con sinceridad antes de marcharse. No obstante, no pudo irse. A sus espaldas, todavía podía oír a la muchacha sorberse la nariz mientras lo dejaba todo ordenado.
—Jem —se volteó—. ¿Estás bien?
La joven pareció sorprenderse de verla allí todavía y dudó:
—S-sí... Je vais-... Estoy... bien.
—No lo estás —Charis se acercó y dejó el vaso en la isla de la cocina. Después arrastró un taburete para Jemima y le indicó sentarse—. Estabas llorando hace un momento.
Los párpados de la muchacha temblaron, y su labio inferior hizo lo mismo. Después se llevó un par de dedos delicados al rostro y los presionó contra su boca en un ademán exquisitamente femenino:
—Lo siento mucho... —masculló.
—No me pidas disculpas, no has hecho nada malo. —Charis suspiró con dolor. Jem le recordaba con ello a alguien en quién no quería pensar por el momento—. ¿Por qué llorabas?
Jemima abatió con suavidad el rostro entre sus palmas:
—Jesse... —masculló. Y dicho aquello, se sumió en un llanto incontrolable.
Charis hizo lo posible por mantener su distancia y permanecer inalterada, pero algo fue más fuerte que ella en cuanto se acercó y rodeó sus hombros, atrayéndola hacia sí. Empleó todas las fuerzas de su ser en no ceder y llorar con ella. Temía no ser capaz de detenerse si comenzaba a hacerlo.
—Lo sé... Todos estamos preocupados. Él va a estar bien, ya verás...
Jemima negó contra su pecho, y su llanto se desenfrenó:
—Non... Non, no es eso, mademoiselle... Oh, dieu... ! —Aunado al hecho de que apenas podía seguirle el ritmo por culpa de la entremezcla de palabras en dos idiomas diferentes, los sollozos de la muchacha hacían prácticamente imposible comprenderla—. C'est sa faute !
La muchacha volvió a sacudirse en sollozos frenéticos.
—¿Qué dices? No te... entiendo.
La asistenta levantó su rostro húmedo y echó un vistazo temeroso a la puerta:
—Mademoiselle, si je... si hablo de esto, estaré en peligro... Y ma famille... Ma famille también!
Charis sacudió la cabeza con los ojos entornados, intentando descifrar sus balbuceos, aunque solo podía captar ciertas palabras.
—¿Tu... familia? ¿Qué quieres decir?
—Ma famille; m-mon papa... tiene deudas. Pour eso j'ai commencé à trabajar aquí. Mais je ne savais pas dans quelle situation je m'impliquais !
—No entiendo nada —jadeó Charis, mas la urgencia en el tono de la muchacha le hacía sentir que debía entenderlo. Que era de suma importancia que lo hiciera—. Por favor, ¡explícate!
Charis sostuvo los hombros de la muchacha y la sintió temblar dramáticamente. Hablaba ahora en cuchicheos apenas audibles:
—Mademoiselle, Sam, elle est muy amable. Et Jesse, oh, mon cher Jeune Monsieur... —La chica suspiró con afecto—. Il est tres gentil. Il me protège... Pero él ... le monsieur —siseó entonces con rabia—. Él tiene la culpa de todo. Le monsieur est tres cruel... Le monsieur est un monstre !
Charis exhaló. No tuvo que comprender cada palabra de esa frase para entender perfectamente lo que la chica quería decir. Se quedó fría y soltó los hombros de Jemima.
—¿Señorita Cooper? —La voz de Roel en la entrada de la cocina hizo a ambas dar un salto y clavarse en su lugar—. Ah, Jem. Estabas aquí tú también. ¿Está todo bien?
Charis volvió a Jemima y esta le arrojó una mirada de ojos atemorizados y suplicantes. Determinó que no podía poner a la asistenta en evidencia de habladurías contra la familia. En especial sobre Monsieur De Larivière. Menos aún frente a quien era ahora su yerno. Así que guardó silencio y no se habló más del tema.
—Solo vine por algo de beber. Intenté conversar con Jem, pero no hemos podido entendernos demasiado hasta ahora.
—Barreras idiomáticas, ¿huh? —sonrió él, con afabilidad y posó una mano suave sobre el hombro de su asistenta—. Sam y yo acabamos de regresar de la casa de Monsieur.
—¿Cómo está Madame?
—Sigue igual —suspiró Roel—. No se puede hacer nada. Lo que pasó con Jesse no hizo sino sumarse a su estado ya de por sí delicado. Está consciente, pero lleva días sin hablar, y apenas come.
Roel alcanzó un vaso de la alacena, detrás de Jemima y una botella de whisky, de la cual escanció un trago que se tomó en un solo buche.
Incluso en el rostro de él era evidente lo agotadoras que habían sido esas seis semanas para todos. Durante los primeros días, Charis había captado por accidente por los pasillos o saliendo de su habitación múltiples peleas entre él y una muy alterada Sam. Por lo demás, Roel difícilmente hablaba con ellos y parecía inmerso en sus pensamientos todo el tiempo, siguiendo a Sam como si fuera una sombra; de casa de Monsieur al hospital, y de regreso. Su lazo con la familia De Larivière parecía más profundo de lo que ella había imaginado en un principio.
—Jem, chérie, ¿querrías preparar para madame Duboi una infusión para cuando salga de la ducha?
—¿Problemas para dormir? —aventuró Charis.
—Más como una falta total de voluntad para hacerlo. Quiere ir al hospital a visitar a nuestro sobrino. ¿Daniel está aquí también?
—No; él... se quedó allá. Así que probablemente lo encuentren.
Roel entornó la mirada con cautela:
—¿Estás bien quedándote sola aquí?
—Si, no te preocupes... Probablemente intente dormir un poco más.
Roel dio una cabeceada, y arrojó un gesto a Jemima, quien había empezado a moverse por la cocina a toda prisa buscando hierbas, filtros y la tetera para hervir agua y preparar la bebida solicitada.
—Jem, chérie, cuando termines eso prepárate para venir con nosotros —le avisó—. Madame Duboi te necesitará.
Jem se detuvo en lo que hacía y dio una rápida cabeceada, acatando la indicación. Dejó el agua puesta y se quitó el delantal del uniforme para ir a cambiarse rápido. No obstante, antes de salir le dedicó a Charis una breve, casi imperceptible mirada por el rabillo del ojo.
Ella se quedó atrás con Roel en la cocina, considerando sus palabras, sin saber qué interpretar de ellas.
Charis ya sabía que Monsieur De Larivière era un monstruo; a esas alturas dudaba que hubiese alguien que no lo supiera ya; incluso la joven asistenta. Pero, ¿por qué Jemima había considerado tan urgente decírselo? ¿Y qué tenía que ver con las deudas de su padre y su trabajo como asistenta de Sam?
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https://youtu.be/bZnhaBlJSZs
Cuando subía de regreso a su habitación, Charis se topó con Sam en el corredor, ataviada con una muda de ropa fresca y con el bolso listo al hombro para salir de la casa. Esta trotó en su encuentro a penas notarla para rodearla entre los brazos. Su gata venía a su siga, agitando el cascabel del cuello.
—Ah, Charis, querida... estabas aquí.
Parecía ser una tendencia marcada en su familia perder el apetito con el estrés, pues los brazos que antes ya le parecían imposiblemente delgados, en el transcurso de esas semanas se habían convertido en frágiles hebras de hilo. Olió el aroma a flores en el cabello limpio de Sam y percibió la humedad de las hebras negras contra su piel.
Al separarse de ella, el rastro oscuro e inflamado bajo sus ojos apenas se disimulaba bajo el maquillaje, y resaltaron más cuando ella sonrió, dándole a su mirada un aspecto trágico.
—¿Y Dan?
—Se quedó con Jesse —dijo Charis, y añadió a la brevedad, para evitar las preguntas—. ¿Cómo está Madame?
—Estable. No ha tenido mucha mejora... pero tampoco ha empeorado y eso es lo que importa por ahora. Pensé que estarías en el hospital. —No obstante, la expresión de su rostro no pareció pasarle desapercibida a Sam, y esta acarició su mejilla—. Pareces triste, querida...
Sam la invitó a caminar con ella para acompañarla a su habitación, y Charis la siguió de forma automática.
—No te preocupes por mí. Entre todos nosotros, eres tú quien tiene los mayores motivos para estarlo. Con lo de Madame y lo de Jesse. Y también-...
Se refrenó de seguir hablando, y se mordió los labios, arrepentida.
—Lo siento.
Sam suspiró, deteniéndose en la puerta de la habitación de Charis, y ella la invitó dentro.
—Todo esto es mi culpa —dijo Sam, sentándose en la cama. Pompom saltó en su regazo y Sam le acarició el cuello, abstraída.
—No lo es —disintió Charis—. No había forma en que lo supieras.
Sam se quedó en silencio, y después suspiró:
—Ni siquiera pude hablar con él por última vez... Después de que Luk fue hallado herido en el bosque, Sacha desapareció. Y luego apareció muerto en ese lugar horrible.
Charis la escuchó atenta y se estremeció al mismo tiempo en que Sam lo hizo, con ese recuerdo. Después de semanas evadiendo todo lo relacionado a esa noche macabra marcada por tantas muertes, viendo que Sam se encontraba en una disposición ligeramente mejor para hablar de ello, se atrevió a preguntar, acariciando los contornos de la cabeza de la gata.
—¿Cómo fue que Janvier lo halló?
—Rastreaba su teléfono. Se mantuvo a una distancia prudente para no despertar sospechas en cuanto acudieron al intercambio, pero cuando notó que el vehículo de Luk llevaba demasiado tiempo detenido en el mismo sitio, empezó a sospechar y se apresuró al lugar. Lo encontró justo a tiempo.
Charis entornó los ojos. ¿Por qué Sacha no se había asegurado de matar a Luk? No había tenido ningún reparo en disparar a Anton en la cabeza y acribillar a Janvier. Y como uno de los trabajadores de Monsieur, Sacha debía saber de sobra que Luk podría ser rastreado por medio de su teléfono móvil. ¿Por qué entonces tampoco se había asegurado de quitárselo, para que de ese modo no pudiera ser hallado? Al final, sus descuidos hacían parecer como si hubiese dejado vivo a Luk adrede. Y como si le hubiese permitido conservar su teléfono móvil con la esperanza de que alguien lo hallara.
Meneó la cabeza, sin querer convencerse de esa idea. No podía ver a Sacha en ninguna clase de luz positiva ahora. De no ser por él, Jesse no hubiese sido secuestrado para empezar. No estaría en coma, en una cama de hospital.
—Por cierto. Te he traído algo que encontré en casa de Monsieur —le dijo Sam, y revisó dentro de su bolso hasta dar con lo que parecía ser un álbum de fotos, grande y pesado, que ocupaba todo el espacio dentro del cual—. Hay muchas fotos aquí. De nuestra familia, y de mi Jesse, cuando era un niño.
Charis abrió el álbum en una fotografía al azar y contempló enternecida las fotografías en la página. Jesse no debía tener más de ocho años en la primera. Un muchachito imposiblemente delgado, con caótico cabello negro y enormes ojos ámbar mirando a la cámara con una gran sonrisa. Estaba en un parque extenso con grandes árboles, rodeado de aves mientras sostenía una bolsa de semillas en las pequeñas manos. En la segunda foto, el mismo niño sonriente, colgando por los brazos de una rama, y de brazos y piernas con la cabeza echada hacia atrás y el espeso cabello negro fuera del rostro en la tercera.
Una cuarta fotografía mostraba a una Ophelie embarazada y a un pequeño Jesse abrazando su panza con la mejilla sobre el punto más elevado del vientre, y en la mano, mostrando a la cámara un dibujo infantil de una familia de cuatro, con dos padres, un niño de pelo desordenado, y una bebé.
—Son hermosas...
—Pensé que podían alegrarte.
—Gracias, Sam —le dijo Charis, y se saltó un par de páginas del álbum para mirar un poco más en el futuro.
No se esperaba la fotografía que encontró de las primeras, cuando apareció ante ella una hermosa niña de mejillas regordetas, y el cabello rubio atado en dos coletas altas. Se dio cuenta de que conocía ese rostro redondo, y esos enormes ojos castaños. Había estado hablando con ella hacía solo unos momentos.
A Charis se le escapó una suave risa, pero al mismo tiempo le conmovió que la familia considerase a la chica un miembro tan cercano como para guardar una foto de ella de bebé.
—Era muy linda de pequeña. Bueno... todavía lo es.
Sam la miró confusa:
—¿Quién?
—Jemima.
Charis sacó la fotografía del álbum y la levantó para verla. Entonces, Sam se carcajeó suavemente:
—Esa no es Jemima —masculló, y tomó de la mano de Charis la fotografía para mirarla con una dulzura triste—. Es Vivienne; la hermanita de Jesse.
Charis dejó caer la boca abierta y miró otra vez la foto. El parecido era impresionante. La misma forma de su rostro, la misma sonrisa, los ojos...
—No puede ser...
—Se parecen, ¿verdad? Madame suele decirlo. A veces... incluso yo imagino que es ella. Supongo que por eso siento tanto cariño por Jem. Y Jesse... todavía más.
Sin poder apartar los ojos de la fotografía, Charis se mordió los labios y la examinó por largo rato. De pronto todo encajaba. Excepto por un detalle...
—Sam... ¿recuerdas cuando te pregunté qué significaba «Poupette»?
—Lo recuerdo.
—Eso fue porque... Jesse llamó así un par de veces a Jemima.
—Así es —asintió Sam, y devolvió la fotografía al álbum de fotos.
—¿A ella... no le molesta?
Sam frunció el entrecejo al mirarla:
—No lo creo, cariño. ¿Por qué le molestaría?
—«Muñeca» —dijo Charis, alzando las cejas—... ¿no es un poco vulgar llamar así a una mujer?
Sam volvió a carcajearse, esta vez con más ánimos al comprenderlo. Ante la confusión de ella, procedió a explicarse:
—«Poupée» es el término que usas para referirte a una mujer muy atractiva. «Poupette» es el modo cariñoso en que llamarías a una niña pequeña muy querida. Como a una hija... —Y Sam añadió, pasando los dedos por sobre el rostro en la foto de Vivienne—. O una hermanita menor.
Charis lo comprendió por fin. Su preocupación, su forma cariñosa de tratarla, el modo en que la aludía y que la cuidaba, y su perplejidad la tarde en que ella sugirió algo completamente contradictorio a la real naturaleza de la relación que mantenían. Porque el afecto de Jesse por Jemima era el mismo que sintió alguna vez, y que probablemente todavía sentía por Vivienne. Porque Jemima le recordaba a su hermanita, quien nunca llegó a tener esa edad.
Una lágrima cayó sobre la cobertura de plástico de una de las fotos y Charis la retiró de inmediato con los dedos.
—¿Ellos eran unidos? —preguntó a Sam.
Ella negó suavemente con la cabeza.
—Jesse la adoraba, desde luego... Pero él era prácticamente un extraño para Vivi. Un extraño que venía a casa y que le robaba tiempo con su madre. Ophelie no permitía a Vivienne estar en la sala en dónde practicaban piano; se lo tomaba muy en serio, y era tiempo que le gustaba compartir solo con Jesse. A Vivi... no le agradaba demasiado su propio hermano. Así que... ellos no llegaron a ser muy cercanos después de que ella creció un poco y que Monsieur tomó por completo su colegiatura.
Sam cerró el álbum de fotos y se lo dio a Charis:
—Tengo que ir al hospital ahora, a pasar un par de horas con mi Jesse. —Se empinó y le besó la frente como una madre amorosa—. Por favor, intenta dormir un poco, cielo. Tú también necesitas de tus fuerzas.
—Lo haré... —susurró Charis, y Sam se despidió de ella antes de abandonar la estancia para marcharse, dejándola a solas con el álbum, y con miles de sentimientos irresolutos.
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https://youtu.be/NZyPy2inax4
Daniel se quedó poco tiempo en el hospital después de que Sam y Roel llegasen para relevarlo, y le convencieran de ir a casa con Charis a intentar dormir un poco. No quería dejar a Jesse, pero sentía que tenía un asunto pendiente que necesitaba solucionar.
No culpaba a Charis por haberse marchado así. Y no había dejado de reprocharse a sí mismo el haber sido tan inoportuno con sus palabras. Reconocía haber escogido el peor momento para cuestionarla de ese modo; pero por otro lado... ¿existía realmente un momento adecuado para ello?
Y ahora todo carecía de sentido. Aún si sus presunciones eran ciertas, ¿qué podía hacer él?
Afuera del hospital encontró a Luk, y aunque insistió en tomar cualquier otro medio de transporte, este se negó y acabó dejándolo en casa de Sam igual que antes hiciera con Charis. Jemima se había quedado en el hospital acompañando a Sam, por lo que al parecer estarían solos en casa por esa noche, y no podía pensar en un peor momento para ello.
Entró despacio en la casa, procurando no hacer ruido por si ella dormía, determinando que siempre podían hablar por la mañana, pero cuando subió las escaleras para ir a su cuarto percibió luz saliendo de la parte de debajo de la puerta de la habitación de Charis.
Resolvió entrar para asegurarse. Si estaba despierta podrían hablar en calma de lo sucedido antes; y si la encontraba durmiendo, al menos se aseguraría de que se hubiese acostado, y de no ser así, podía echarle una manta por encima.
Sin embargo, conforme se acercaba, escuchó muy suave a la distancia el sonido de las páginas de un libro, y en cuanto abrió la puerta, la encontró sentada en el suelo con la espalda contra un costado de la cama. Junto a ella había un vaso que expelía el mismo aroma que había sentido en el aliento de Roel cuando lo saludó en el hospital.
—¿Qué haces? —preguntó. Charis levantó el vaso y le dio un sorbo corto, agriando el gesto.
—Sam me prestó este álbum de fotos —le dijo ella—. Era de la familia de Jesse. Andrew era realmente guapo.
—El padre de Jess.
—Sí —exhaló ella, y levantó el vaso para ofrecérselo—. ¿Un trago?
Daniel lo recibió y se sentó en el piso a su lado. Charis ya no sonaba molesta, pero su voz continuaba oyéndose débil y fatigada. Aun así, no levantó la vista ni una sola vez en su dirección, y continuó hojeando el álbum de fotos, lo cual le hizo creer que quizá solo intentaba mantener la paz, y odió tener que arruinarla para ella, pero no podía esperar hasta la mañana para decirle lo que tenía para decir.
El momento era ahora.
—He sido un imbécil... —Charis no respondió. Pasó una página como si no lo oyese—. Lo que dije antes... no lo dije del modo en que pudiste haberlo interpretado. Y ya sé que siempre digo eso... Tal vez solo soy un idiota que no sabe cómo expresar una idea simple.
—"Simple" —masculló Charis, y dio una cabeceada, sin dignarse a mirarlo. Reclamó de vuelta el vaso de la mano de Daniel y le dio un sorbo antes de devolvérselo.
—¿Lo ves? Lo he vuelto a hacer —suspiró Daniel—. Déjame empezar de nuevo. Supongo... que lo que quiero decir, es que lo siento, Charis.
—Mm-hm —masculló ella, y su mano se detuvo sobre una de las páginas.
—¿No vas a decirme nada?
—¿Qué quieres que te diga? —Ella se alzó de hombros— ¿Qué no quiero tus disculpas y que peleemos de nuevo?
—No es eso a lo que he venido... Si no quieres mis disculpas, lo aceptaré y te dejaré tranquila.
—Hazlo entonces —replicó ella, a la brevedad.
Daniel vació el pecho en un suspiro.
—No seas así...
—Eso supuse.
—¿Por qué se ha vuelto tan difícil hablar contigo el último tiempo?
Ella crispó los dedos en torno a las tapas del álbum y dio vuelta una página con agresividad:
—¿Por qué será? —sonrió con sardonia y rigidez—. ¿Quizá porque no haces otra cosa que presionarme para que lo haga?
—Jamás tuve que hacerlo antes. Solías confiarme todo... ¡Ahora difícilmente hablas conmigo!
Charis apartó solo allí la vista del álbum:
—¿Y de qué quieres hablar, Daniel? ¿Quieres retomar nuestra agradable charla del hospital?
—Eso no es todo. —Daniel exhaló con fuerza y buscó las palabras—. Ni siquiera... has querido hablar con nadie de lo que pasó durante esos días.
Ella cerró el álbum de fotos de un golpe y lo hizo a un lado:
—No. Y creí que te había dejado en claro que no quería hacerlo. Pensaba que estabas bien con eso.
—Eso fue cuando yo creía que solo necesitabas tiempo para procesar tus sentimientos. Cuando pensaba que hablarías conmigo llegado el momento.
—¿Y qué es lo que quieres oír? ¿Quieres que te lo cuente a detalle para que puedas saciar tu curiosidad, aunque para mí eso implique revivirlo todo otra vez? ¡No quiero volver a pensar en ello mientras viva!
Daniel se quedó callado un momento y se mordió los labios hasta hacerlos palidecer antes de hablar otra vez.
—Hiciste lo mismo... con lo que pasó cuando eras niña —le recordó—. Con lo de la cirugía... y el error que cometieron contigo.
Charis se llevó ambas manos a los oídos y sacudió el rostro:
—Oh, por dios... ¡Cállate, Daniel! ¡¿Crees que necesito eso ahora mismo?! ¡¿Revivir todos mis malditos traumas para que puedas hacer tu buena acción del día escuchándolos?!
—¡Solo quiero que lo saques de tu pecho para que no se quede allí y te envenene por años igual que todas las cosas que te guardas! —exclamó él— Charis... fuiste víctima de un secuestro. —El rostro de ella palideció, y sus ojos se fijaron en un punto muerto—. Pasaste momentos aterradores en manos de gente peligrosa que te torturó, amenazada de muerte cada día. Viste personas morir...
Ella se quedó en silencio unos instantes, asintiendo con la cabeza:
—Sí. Gracias por recordármelo. ¿Algo más?
—Lo que intento decir es que no puede continuar pretendiendo que eso no te afectó en lo absoluto.
—Puedo, y es precisamente lo que haré.
—¡Necesitas hablarlo con alguien!
—¡No quiero hablarlo con nadie! ¡En especial contigo! ¡Crees que sabes como fue, pero no lo sabes! ¡No tienes idea, y yo no quiero rememorarlo para poder contártelo; solo quiero olvidarlo Daniel! Así como tampoco quiero hablar contigo sobre Jesse y lo que vaya a pasar a partir de ahora. De hecho, no quiero hablar contigo de nada en este preciso instante. Porque la situación entre nosotros es un puto asco ahora mismo, y ni yo tengo deseos o energías de fingir que no es así, ni tú estás dispuesto a lidiar con ello. No quiero mentir, pero tú sí quieres que te mienta. Por lo cual lo mejor es que no hablemos ahora. Mañana... —Se detuvo en su diatriba y respiró exhausta—. Mañana quizá... Pero no de esto. Ya no quiero saber nada de esto...
https://youtu.be/g3rM12Ts_FI
Su voz fue perdiendo fuerza conforme hablaba, hasta que no fueron más que susurridos arduos. Después, se llevó las manos al rostro y exhaló profundamente.
Daniel alcanzó su hombro con su mano, y milagrosamente, ella le permitió tocarla.
—Si no quieres hablar de eso, lo aceptaré. No es asunto mío. Pero lo que pasó hoy por la tarde sí lo es. No quiero dejar las cosas así, Charis —dijo, con docilidad—. Fui un idiota; lo reconozco. Puedes decirlo; puedes insultarme o maldecirme si es lo que ayudará a desahogarte, para que pueda pedirte perdón como se debe. Por favor —pidió, alcanzando una de las manos que ella apretaba contra su sien—. Solía dejarte tranquila antes pero eso solo provocaba que estuviésemos peleados por días. Y no soporto estar así contigo... Necesito saber qué pasa por tu cabeza ahora mismo.
—Una jaqueca del demonio. ¿Feliz?
—No seas irónica conmigo... Intento conversar.
—No, no es lo que haces —siseó ella—. Lo que intentas es que te diga que te perdono por lo de antes, pero no puedo hacer eso. No hay nada que perdonar, porque no hiciste otra cosa que ser honesto con lo que crees. Estás en tu derecho.
—No me importa estar en lo correcto, si eso me pone en una situación desagradable contigo.
Charis se soltó de su mano y le encasquetó una mirada fija:
—¿O sea que nunca podremos ser honestos con el otro para no pelear? Dime en qué momento empezaste a estar de acuerdo conmigo en todo para no enojarme. Dependiendo de cuanto tiempo lleves mintiéndome tú a mí, puede que esto muera aquí, o que jamás pueda volver a confiar en ti otra vez.
Daniel le dio otro trago al vaso de whisky y exhaló, considerando sus palabras mientras Charis aguardaba sin apartarle la vista.
—Supongo... que empecé a hacerlo cuando las cosas se torcieron tanto que parecía que cada pequeño desacuerdo podía desatar el caos. Las cosas no eran así entre nosotros —recordó—. Solíamos decirnos todo. Solíamos tener opiniones completamente diferentes, y aún así, ninguna de ellas fue capaz de distanciarnos... hasta ahora.
Charis le quitó el vaso y lo apuró de golpe. Su expresión se torció en un profundo rictus y sus hombros se estremecieron con el ardor de la bebida al bajar por su garganta. Después se levantó del piso con un tambaleo y se apostó sobre él, con las manos temblando de rabia, el rostro encendido de carmesí y una fina línea pulsando en su frente mientras gritaba. Estaban completamente solos allí. Ninguna enfermera vendría a callarlos.
—¡Se trata de algo completamente distinto ahora, Daniel! Tú preferías la Coca-Cola y yo la soda de limón, y ahora tú quieres sepultar a nuestro amigo y yo no. ¡¿Ves la maldita diferencia?!
Daniel se llevó ambas manos a la cabeza y tendió la espalda contra la cama:
—¡Es precisamente porque tú no quieres pensar en esa posibilidad que siento que soy yo quien debe hacerlo,! ¡Que soy, entre los dos, el que debe estar preparado para lo peor!
—Lo cual por defecto significa que el otro es quien debe mantener las esperanzas. O así era hasta que tú las aniquilaste por completo hoy obligándome a pensar en esas cosas terribles. ¡¿Qué clase de responsabilidad moral intentas cumplir haciéndome sentir como la mierda?!
—Porque no quiero que te decepciones, Charis...
—¡¡Así que piensas que me haces un favor destrozando mi fe desde ya, para ahorrarme el dolor después!! ¡¿Se supone que te lo agradezca?!
Cansado de hablar con ese claro desnivel, Daniel se puso de pie también y se plantó frente a ella, harto de discutir; y harto de continuar fingiendo que era la persona madura y razonable de ese intercambio:
—Lo último que quería era lastimarte con ello. ¡Es porque prefiero que lo aceptes ahora, que a mí todavía me quedan fuerzas para contenerte, que después, cuando-...! —Las palabras se atascaron de forma dolorosa en su garganta constreñida y tuvo que forzarlas fuera al volumen de gritos— ¡¡Cuando suframos su pérdida al mismo tiempo y yo esté demasiado roto como para ayudarte a reunir tus propias piezas!! ¡Porque no estoy seguro de ser capaz de hacerlo, y temo fallar y acabar perdiéndote a ti también! ¡¿No lo entiendes?! —Daniel se empinó sobre ella, y Charis se echó hacia atrás, sorprendida—. ¡¡Cuando dijiste que preferirías morir antes que seguir viviendo sin él, eso sólo confirmó algo a lo que he temido que pase desde el principio!! ¡¡Y casi ocurrió, Charis!!¡ ¡Yo casi-...!! —Tan pronto como su voz se había elevado, esta se apagó hasta convertirse en susurros—. Tú también casi mueres... Y yo... no podría soportar pasar por eso otra vez.
—Dan... —masculló ella, perpleja ante su repentina vulnerabilidad, sin poder emitir más que una sílaba débil..
—¡¡No tienes una idea de los días aterradores que pasé creyendo que no volvería a verte!! ¡Pensando en que podría haberte detenido! ¡¡Que podría haber sido yo quien fuera por él!! Y la forma en que me he culpado todas estas semanas por lo que les pasó a ambos... Y ahora estamos en esta situación espantosa... ¡¿Crees que es fácil para mi ver morir un poco cada día a una de las personas más importantes para mí, sabiendo que la otra podría seguirle de cerca?! ¡Y eso, cuando ni siquiera yo estoy seguro de qué vaya a pasar conmigo si pierdo a Jesse!
Por primera vez desde que lo conocía, Charis vio el rostro de Daniel surcarse de lágrimas que desaparecieron entre los vellos hirsutos de su mandíbula sin afeitar. Su voz terminó allí de romperse por completo, comenzando a salir en gemidos dificultosos:
—No estoy preparado, Charis... ¡Dios! ¡No lo estoy ahora y no lo estaré nunca! ¡¡No quiero!! ¡No quiero perder a mi mejor amigo; no puedo perder a Jesse! —Se le escapó del pecho un sollozo ronco y profundo, y su respiración se desbocó de manera incontrolable—. Y no puedo perderte...
Charis atrapó su rostro y lo atrajo hacia sí con fuerza:
—¡Dan...! —susurró, con los labios contra su cabello, entre besos premiosos, intentando contener el llanto de su querido amigo—. No; no; Danny... Tranquilo.
—No quiero perderte a ti también —sollozó él contra su hombro, donde Charis percibió sus lágrimas calientes empapar su ropa—. A ninguno... No a ti; no ahora. No ahora...
—No me perderás, Daniel... Jamás...
—No me dejes, Charis... No me odies. —Con brazos temblorosos, él rodeó sus hombros y Charis sintió todo el peso de su cuerpo, a punto de desmoronarse sobre ella—. Por favor, por favor no me odies... Por favor...
—Nunca —susurró ella contra su sien, y se la besó.
Percibió contra su piel el gusto de las lágrimas. ¿Suyas o de él? Ya no importaba. Se dejó ir en su abrazo desesperado y ella lo envolvió en el suyo con las mismas fuerzas.
Y en cuanto Daniel levantó el rostro, tan cerca que podía sentir irradiar sobre el suyo su calor húmedo, y ver con claridad cada viso castaño y verde en sus ojos desesperados, contrastando brillante y cristalino en sus escleras enrojecidas y vidriosas por el llanto, sin tener claro el por qué, en el momento en que él se acercó, ella se lo permitió sin apartarse. Y el beso que Daniel clavó sobre sus labios entremezcló la sal de las lágrimas con el ardor del alcohol, y aunque fuera solo por unos instantes, este diluyó ligeramente el sabor amargo de la tristeza de ambos.
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https://youtu.be/4un50XVlTyE
Charis permaneció horas despierta, mirando al techo, pensando en cientos de cosas, y a la vez en nada concreto. Estuvo tendida allí hasta que el mareo del alcohol se desvaneció por completo.
Esperaba pacientemente a que aquello ocurriese para poder levantarse, pero con la nueva claridad de su mente vinieron también sus recuerdos más recientes, que hasta ese momento se hallaban aplazados a algún lugar de su cabeza donde no eran importantes, pero que ahora, en la sobriedad, empezaban a cobrar significado; trayendo consigo la culpa, el remordimiento y la vergüenza.
Miró a su lado, a Daniel profundamente dormido y exhaló. Al menos uno de ellos había conseguido un poco de descanso....
En cuanto a ella, todo lo que había conseguido era convencerse de algo de lo que si antes estaba casi por completo segura, ahora tenía por una verdad absoluta. El hombre a su lado había sido su mejor amigo toda su vida. Y nada cambiaba, incluso después de esa noche... Porque mientras estaba en sus brazos y él se movía sobre ella, reclamando sus labios con ansias, una parte de ella; la más importante, se hallaba lejos, en otro sitio; sin permitirle sentir el menor ápice de placer o consuelo siquiera.
Se irguió sobre la cama, echando fuera de su cuerpo los edredones y sintió frío. Debían ser cerca de las doce de la noche, y le parecía haber oído el auto de Roel aparcar afuera, y luego la voz de Sam preguntándose si ya estarían los dos durmiendo.
Los dos ya deberían estar en su propia habitación, por lo que creyó que podría escabullirse fuera de la casa sin ser advertida ni suscitar preguntas. Tenía algo que hacer, y no podía esperar hasta el amanecer, o la claridad de su mente podría acabar desvaneciéndose para entonces.
Así que reunió su ropa del piso y se la llevó consigo, dejando solo a Daniel.
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No creyó que encontraría transporte tan tarde en la noche, así que tuvo que despertar a Jemima y pedirle como favor que llamase un taxi para ella; a lo cual la chica, como siempre se portó amable y atenta, y en menos de diez minutos había un coche esperando por ella en la puerta de Sam, el cual le llevó en poco tiempo directo al hospital.
Por cuarta vez en el día recorrió el camino que sabía de memoria, ahora oscuro y desierto debido a las altas horas de la noche, y se dirigió al mesón en el área de hospitalización, en donde fue reconocida al instante, recibida con cordialidad e invitada a pasar a la habitación del joven De Larivière. Ella caminó decidida, aunque todavía ajena y ensimismada luego de lo ocurrido, y se internó en la habitación apenas alcanzar la puerta y abrirla de manera casi automática.
La habitación estaba por completo a oscuras, a excepción de la poca luz que se filtraba por las persianas. Y allí estaba él, perfilada su fina silueta inmóvil por el resplandor tenue de la ventana, tal y como sabía que le encontraría.
Charis se acercó a la cama y tomó su mano helada en la suya. La sintió fría e inerte... Muerta.
No podía concebirlo; pero Daniel tenía razón. Quizá debía hacerlo... Y en caso de ocurrir lo que más temía, quizá podría conservar aunque fuera una minúscula porción de su entereza en aquella parte de su ser que ya se hubiera resignado.
Intentó pensar en ese posible futuro. ¿Qué era lo que más extrañaría de él? Sus peleas por cosas insustanciales; enojarse por alguna tontería; su tendencia a avergonzarse excesivamente por todo; su torpeza para hablar; sus tartamudeos y sus rodeos tontos. O más probablemente su sonrisa tímida y bochornosa; sus ojos que decían tanto sin necesidad de que sus labios pronunciaran palabra alguna; sus ademanes nerviosos que solían irritarla y sus intentos absurdos de bromear. Su voz suave, sus manos frías, su rostro pálido... y su mirada dulce. Aquella en la que había aprendido a confiar y que le transmitía una seguridad como la que no había conocido jamás.
Cerró sus propios ojos con fuerza y las lágrimas trazaron caminos calientes sobre sus mejillas. ¿Por qué Jesse? ¿Por qué no ella? Porque él se lo había prometido. E igual que siempre, había cumplido su palabra al final.
Contempló por largo tiempo al muchacho dormido; su «chico de los muertos»...
Se inclinó entonces sobre él hasta alcanzar su mejilla fría con sus labios temblorosos y depositó un beso cuidadoso sobre su piel, que se prolongó todo el tiempo que le tomó a ella acomodar las piezas en su corazón para armar la imagen completa y ver con claridad lo que se escondía allí.
El frío en su pecho estalló entonces en llamas dentro de ella, y el aliento se escapó de su cuerpo, dejándola sofocada y sin aire, pero a la vez, deseando vivir esa sensación por siempre. La de la más pura y absoluta certeza sobre algo, como no la había tenido antes, acerca de ninguna otra cosa en toda su vida; aún si era a costa de un sentimiento tan excruciante.
Un sollozo la devolvió dolorosamente a la realidad y cortó su beso abruptamente. Charis se inclinó aún más entonces, hasta alcanzar su oído, y susurró allí, dulcemente:
—Te amo...
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